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Por culpa de Carmen

en Amor filial

Era la primera vez que Carmen iba a casa de Rosa. Eran amigas desde no hacía mucho, pero congeniaron enseguida. Estaban las dos sobre la cama de Rosa, hablando de lo que hablan dos chicas jóvenes cuando están a solas. De chicos.

-¿Con cuántos te has acostado, Rosa?

-Pues... sólo con dos.

-¿Sólo dos?

-Sí. ¿Y tú?

-Con unos pocos más. Soy, digamos, bastante liberal.

-Bueno, más que liberal, lo que dicen por ahí es que eres un poco zorra.

-Jajajaja. Lo sé. Pero me importa un comino. Si un tío me gusta, no me ando con rodeos y me lo tiro. La vida es corta y hay que vivir. ¿Quién fue tu primer hombre?

-Se llamaba, bueno, se llama, Luis. Fue como hace dos años. Fuimos novios durante un tiempo. Después vino Juan.

-¿Qué Juan? ¿Juan el gafotas?

-No. Mi Juan no llevaba gafas.

-Ah, que pena. Porque el Juan que digo yo, el gafotas, folla de maravilla.

-Jajaja. Que brutita eres, Carmen.

-¿Yo? Nooooo. Jajajaja.

Las dos jóvenes chicas reían con ganas sobre la cama. La una, Rosa, morena, de piel blanca, con el pelo rizado y unos ojos azules preciosos. La otra, Carmen, rubia, con un cuerpo de impresión con el que cualquier hombre caía en sus redes sin esfuerzo.

-¿Y quién fue tu primer chico, Carmen? ¿Lo recuerdas?

-Coño, claro que lo recuerdo. El primero nunca se olvida, bonita.

-¿Quién fue?

-Mi tío Rodolfo.

-¿Tú tío?

-Sip

-Joder. Te... ¿forzó?

-Coño Rosa. ¿Cómo que si me forzó? Pues claro que no. Si fui yo la que me metí en su cama. Él no quería, decía que yo era su sobrinita, que no podía. Jajaja. Pero su polla dura dijo que sí.

-¡Qué fuerte, tía!

-Ummmm, que recuerdos. Mi tío sí que follaba bien. No he encontrado, aún, a nadie que lo supere. Y he buscado mucho. Jajajajaja.

-¿Sigues haciéndolo con él?

-Ojalá. La palmó hace un par de años.

-Uf, lo siento.

-Y yo. Jeje, pero que me quiten lo bailao. Digo, lo follao.

-Jajajajajaja.

Tan absortas en lo suyo estaban que no se dieron cuenta de que alguien las miraba desde la puerta. El padre de Rosa. Miraba a aquellas dos lindas chicas reír sobre la cama. No conocía a la rubia.

-¿Es bueno el chiste? - dijo.

Rosa y Carmen dieron un respingo y miraron hacia la puerta.

-Ah, hola papá. ¿Ya has vuelto?

-Sí, hoy salí un poco antes de la oficina. ¿Quién es tu amiga?

Miró a la rubia. Se dijo que estaba bien buena aquella chica.

-Coño, uy, perdón - dijo Rosa - Te presento a mi amiga Carmen. Carmen, este es Enrique, mi padre.

 Carmen se levantó y se acercó al padre de Rosa. Rosa la miró. Se acercó a él contoneándose como una serpiente.

-Encantada, don Enrique.

-Ay, no me digas don, que me haces viejo. Encantado, Carmen.

Carmen le miró a los ojos. Sonrió.

-No eres viejo, Enrique

El pobre hombre se quedó un poco cortado. Aquella chica era muy directa. No le pudo aguantar la mirada.

-Bueno, voy a refrescarme un poco, chicas. Os dejo con vuestras cosas.

Enrique se alejó por el pasillo y Carmen volvió a la cama.

-No me dijiste que tu padre estaba tan bueno.

-Eres incorregible, Carmen.

-¿Le has visto la polla?

Rosa miró asombrada a su amiga. A veces no sabía cuando hablaba en serio y cuando en broma.

-¿Estás loca? Pues claro que no le he visto la polla a mi padre, coño.

-¿Nunca te has preguntado cómo la tendrá?

-Ya basta, Carmen. No te pases.

-Jajajaja, Rosita. No seas tonta. Que estoy de broma, mujer.

-Pues basta de bromitas.

-'Ta bien. No te sulfures.

Cambiaron de tema y siguieron hablando un rato largo. Después, Rosa se puso a leer y Carmen cogió el ordenador para leer su correo.

-Rosa, me estoy meando. ¿Dónde está el baño?

-Sal, pasillo a la derecha, al fondo.

-Okis.

Rosa siguió leyendo mientras Carmen salía corriendo en busca del baño. No prestó atención, pero cuando pasaron cómo cinco minutos y Carmen no regresaba, se preocupó. Dejó el libro sobre la cama y se iba a levantar a buscas a su amiga cuando ésta regresó. Entró en el cuarto de Rosa y cerró la puerta tras de sí. Se acercó a la cama y se tumbó al lado de Rosa.

-¿Qué? ¿Te perdiste?

-No.

-¿Entonces? ¿Estreñida o cagalera? Jajaja

-Ninguna. Rosa, le acabo de hacer una mamada a tu padre.

Rosa la miró primero como si le hubiese dicho que acababa de ver al mismísimo demonio jugando al parchís en el salón. Y después, estalló en una inmensa carcajada.

-Jajajaja. Carmen...Jajajaja. Claro, claro. Jajaja.

-¿No me crees? - dijo Carmen, seria.

-Claro que no. ¡Qué cosas se te ocurren!

-Pues es verdad.

Antes de que se diera cuenta, Carmen se acercó a Rosa. Acercó su boca a la suya y le echó el aliento. Rosa se quedó petrificada. Reconoció el dulzón aroma del semen.

-Aún me huele la boca a su corrida. Uf, y vaya corrida, Rosa. Tu padre hacía mucho que no descargaba. Casi mi atraganta con tanta leche.

-Pero... ¿Cómo has podido?

-Bajándole la bragueta y sacándole la polla. Que por cierto, es una muy buena polla.

-Joder, Carmen. Eres...eres...

-¿Una zorra?

-Sí.

-Jeje. Lo sé. ¿Pero quieres que te lo cuente o no?

-Claro que no.

-Vale. Te lo cuento - dijo, ignorando a su amiga.

Empezó a relatarle lo sucedido. Le contó que salió corriendo hacia el baño, que entró, se bajó las bragas hasta los tobillos y se sentó en la taza. Ni se ocupó de cerrar la puerta.

 Cerró los ojos cuando empezó a salir el chorrillo.

-Uy, perdón - sonó la voz de Enrique.

Carmen abrió los ojos. El padre de Rosa había abierto la puerta del baño sin saber que estaba ocupado.

-No importa, Enrique. ¿Tienes pis?

-No, necesitaba algo del armarito.

-Pasa y cógelo.

-¿Seguro?

-Claro.

Enrique entró en el baño. En ese momento, Carmen volvió a orinar. El chorrillo se oyó claramente.

-Perdona, pero no podía más.

-Jeje, tranquila.

Miró a la guapa joven. Sentada en la taza, con la falda remangada hasta medio muslo, orinando. Era una imagen muy sexy y morbosa. Y cuando vio sus bragas blancas en los tobillos, se empezó a poner cachondo. Casi tira varias botellas de colonia al buscar lo que había venido a recoger.

-¿Estás nervioso, Enrique?

-¿Qué? No, no.

Se miraron a los ojos. Los de ella eran magnéticos. Atraparon la mirada de Enrique que no pudo apartarlos de ella. Y así pudo ver como la mirada de ella bajó unos segundos y se quedó fija en el bulto que formaba su polla en el pantalón. Volvió a mirar a los ojos de él y sonrió.

-Ah, no, nervioso no. Lo que estás es cachondo.

-Carmen...yo...

-Acércate.

Lentamente, Enrique se acercó a la chica. Ya había terminado de orinar, pero siguió sentada. Ella le puso una mano en una de las rodillas, y la fue subiendo poco a poco, mirándole morbosamente a los ojos. Cuando la mano llegó a la dura polla, la agarró y empezó a acariciarla.

-Ummmm, qué durita está tu polla.

-Aggg, Carmen. Esto...no puede ser.

-Claro que puede ser.

El sonido de la bragueta al bajarla Carmen hizo estremecer a Enrique. Y más se estremeció cuando la fina mano de la chica se metió dentro, buscando su polla. Diestramente, la sacó.

-Ummmm, Enrique. Vaya polla más linda que tienes. ¿Me la prestas?

Sin esperar respuesta, Carmen acercó su boca y empezó a chupar la polla. Enseguida Enrique se dio cuenta de que aquella chica sabía chupar una polla. Hacía mucho tiempo desde la última vez que se la chupaban. Desde la muerte de su mujer no había estado con nadie.

Cerró los ojos y disfrutó de la experta boca de Carmen. Sentía su lengua, sus manos. Hasta los dientes los usaba para darle placer. Aquello era tan intenso que no podría aguantar mucho aquella agradable tortura.

Llevó sus manos a la cabeza de la chica y le acarició el cabello. El placer no hacía más que aumentar. Si no la detenía se correría sin remedio en su cálida boca.

-Ummmm...no puedo más....Me vas a hacer correr si sigues así.

-¿A qué esperas para correrte? Cuando chupo una polla quiero mi premio.

-Agggg, dios mío.

Enrique la agarró por la cabeza. Ahora fue él el que empezó a moverse, follándole la boca. Ella se quedó quieta y le dejó hacer.

Carmen no le mintió a Rosa cuando le dijo que casi se había atragantado con toda la leche que Enrique le echó en la boca. Fueron varios chorros potentes, espesos y calientes que le llenaron la boca y la obligaron a esmerarse y tragárselo todo a prisa. Enrique gemía con cada golpe de caderas, con cada disparo lanzado contra la lengua y el paladar de Carmen.

La oía tragar, y eso lo excitaba aún más. Fue una de las mayores corridas de su vida. Una de las más placenteras. Y cuando se dio cuente de lo que había hecho, de lo que había dicho, salió corriendo del baño.

Carmen, relamiéndose los labios, lo miró marchar.

-Y así fue, Rosa, como se la mamé a tu padre. Ummmmm, ¿Sabes? Estoy ahora mismo muy cachonda. ¿Te importa que me haga una pajita aquí?

Carmen solía hacer preguntas de las que no esperaba a las respuestas. Antes de que Rosa dijese nada ya había metido una mano por debajo de su falda y se acariciaba el coño.

-Ummmm que mojadito lo tengo, Rosa.

-Carmen...pero... ¿Qué haces...?

-Darme gustito, Rosa... La polla de tu padre me ha calentado demasiado.

Rosa no pudo moverse. Se quedó mirando como Carmen se daba placer. Como se pasaba la lengua por los labios, mojándolos. Como entrecerraba los parpados. Como gemía. Miraba de vez en cuando hacia la falda. Veía como la tela se movía al ritmo con que su amiga se masturbaba.

-Agggg, Rosa...que...caliente estoy...uf....me voy a correr enseguida.

Rosa nunca había visto una mujer masturbarse delante de ella. Nunca había visto a una mujer correrse a su lado. Carmen cerró los ojos, apretó los dientes y empezó a ser recorrida por espasmos.

-Aggg agggg que... rico...aggg agggggg

El último espasmo fue largo, intenso. Hizo arquear el cuerpo de Carmen sobre la cama, para después dejarla inerme, quieta. Sólo su respiración jadeante movía su cuerpo. A los pocos segundos, abrió los ojos y sonrió.

-Ummm, vaya corrida, Rosa. Me ha dejado relajadita.

Rosa no dijo nada. Se quedó mirando a su amiga. Su pecho también subía y bajaba al ritmo de su respiración. Ella también jadeaba.

-Rosa... Estás cachonda.

-No...claro que no.

-Mentirosilla. Mira como se te notan los pezones. No has dejado de frotarte los muslos. Y tienes las mejillas sonrosadas. Seguro que tienes el coño empapado.

Lo tenía como un lago.

-¿Qué te puso cachonda? ¿Cómo te conté la mamada a tu padre o ver como me hacía una pajita a tu lado?

Otra vez no hubo respuesta. Las dos cosas la habían excitado. Pero no podía decírselo a Carmen.

-Venga, Rosa. Hazte una pajita. Me encantará verlo.

-No...no...no puedo.

Carmen se acercó a Rosa. Casi pegó su cuerpo al suyo.

-¿Prefieres que te le haga yo?

No había terminado la frase y ya le había puesto una mano en la rodilla a Rosa, que se quedó petrificada. Sintió como una corriente que la atravesaba. Empezó a temblar cuando la mano de Carmen empezó lentamente a subir por su muslo.

-No será la primera vez que acaricie a una mujer, Rosa. Me encanta.

Las dos chicas se miraban a los ojos. En la cara de Carmen había una tierna sonrisa. En la de Rosa, miedo y deseo. La mano subía y subía, cada vez más cerca. Hasta que llegó a las braguitas.

-Ummmm, pero Rosita. Si estás chorreando.

La pasó un dedo a lo largo de la raja del coñito, sobre la tela, y Rosa cerró los ojos al tiempo que se moría el labio inferior. Abrió más sus piernas cuando Carmen metió la mano por dentro de las bragas y empezó una suave y sensual paja.

-Aggggg, Carmen...ummmm

Carmen se tumbó al lado de Rosa. Sus bocas quedaron casi pegadas.

-Mírame, Rosa

Abrió los ojos y se miraron. Lentamente, Carmen acercó su boca a la boca de Rosa y la besó. Primero, un tierno beso en los labios. Después, un beso apasionado, metiendo la lengua y buscando la otra lengua. Su dedo corazón frotó el clítoris de Rosa al mismo tiempo. La espalda de la chica se arqueó sobre la cama.

-¿Aún notas el sabor de la leche de tu padre en mi boca, Rosa?

Aquellas palabras llevaron a Rosa al borde del orgasmo. Era ya irremediable. Se iba a correr gracias a las caricias de otra mujer. E iba a ser un orgasmo intenso,  arrollador.

-¿Sabes que me dijo tu padre cuando se empezó a correr en mi boca, mientras me iba tragando su leche?

-Agggg no...no...¿Qué...te dijo? - respondió Rosa con un hilo de voz, su cuerpo empezando a tensarse.

-Me dijo: "Así, así...Así Rosa...trágate la leche de papi, Rosa. Trágate la leche de papi"

Eso fue la gota que faltaba. El cuerpo de Rosa se congeló, rígido. Su pecho dejó de respirar y el placer más arrasador de su vida la rompió en mil pedazos. Su coño palpitó entre los dedos de Carmen, llenándoselos de abundantes y calientes jugos. Carmen miraba el orgasmo que estaba recorriendo el cuerpo de su preciosa amiga. Fueron largos segundos de puro placer, que acabaron de repente.

La espalda de Rosa cayó sobre la cama. Su cuerpo, ahora fláccido, quedó quieto. Carmen sacó lentamente su mano y estuvo unos segundos mirando a Rosa, hasta que ésta abrió los ojos y se miraron.

-Vaya, creo que te ha gustado mi caricia.

-Uf...sí.

-Estabas muy caliente.

-Mucho. No sé por qué.

-Jeje, tú sabrás. Pero el saber que tu padre te desea creo que ha ayudado algo.

-No puede ser. Mi madre también se llamaba Rosa. Se referiría a ella

-Piensa lo que quieras. Pero sus palabras fueron "Trágate la leche de papi". Y cuando le dije que yo no era Rosa, salió corriendo.

-Joder.

-Jajajaja. Tranquila mujer, que no es el primer padre que desea a su hija. Ni tú la primera hija que desea a su padre.

-Yo no deseo a mi padre.

-¿A no?

-No - respondió, convencida.

-Pues te acabas de correr pensando en él.

-Yo...no pensaba en él. Me he corrido porque tú....

-Porque yo te acabo de hacer una rica paja.

-Sí.

-Pues eso no es nada, guapa, comparado a lo que sentirás cuando te coma el coño. Pero tendrá que ser otro día. Es muy tarde. Tengo que irme.

Rosa acompañó a Carmen a la puerta.

-Dale un beso de mi parte a tu padre. jajaja. Chao

-Adiós

Rosa volvió a su cuarto. Se sentó en la cama y se puso a pensar en lo que había pasado esa tarde. No se lo podía creer. Había tenido una relación lésbica. Se había enterado de los ocultos deseos de su padre. Desde luego, había sido una tarde muy aprovechadita.

Se quedó allí hasta la hora de la cena. Su padre siempre la preparaba a la misma hora. Fue a la cocina y allí estaba él.

-Hola papi.

Se miraron los dos unos segundos y ambos desviaron la mirada.

-¿Se fue ya tu...amiga?

-Sí hace rato. ¿Qué te parece?

-Bueno. Parece simpática.

-Un poco loca, ¿No?

-Ah...no me lo pareció. Sólo la vi un... momento

"Sí, sí, un momento", pensó Rosa.

Cenaron prácticamente sin hablarse. Ambos se sentían un poco cohibidos. Al finalizar la cena, Rosa volvió a su cuarto a estudiar, y Enrique al salón a ver un rato la televisión

No estudió. Se puso a oír música y a navegar por internet. Sobre las 10 de la noche sonó su móvil. Era Carmen.

-Hola guapa.

-Hola Carmen.

-Me lo voy a tirar.

-¿A quién?

-Al vecino del quinto. ¿A quién va a ser? A tu padre.

-Joder Carmen.

-No te estoy pidiendo permiso. Sólo te informo. ¿Dónde está?

-En el salón.

-Dame el teléfono de tu casa. Lo voy a llamar.

-No.

-Bueno, si no me lo das, me planto ahí.

-Cabrona.

-Jajajaja. Venga mujer. Sólo quiero... calentarlo un poco ¿Quieres oírlo?

-¿Qué?

-Que si quieres oír la conversación. Lo llamaré con mi fijo y pondré el manos libres.

-No.

-Tú misma. Dame el teléfono y cuelga si quieres. Yo no colgaré.

Rosa le dio el número. No colgó. Siguió escuchando a través de su móvil. Oyó el sonido de un teléfono sonando. Y después, la voz de su padre.

-¿Sí? Dígame.

-Hola Enrique. Soy Carmen.

-¡Carmen! Ho...hola. ¿Quieres hablar con Rosa?

-No. Quiero hablar contigo. Enrique...

-Dime.

-Me encantó chuparte la polla. ¿A ti te gustó?

-Claro que me gustó - respondió, hablando bajito.

-No hace falta que hables tan flojito. Nadie nos oye.

-Me gustó mucho.

-¿Por qué saliste corriendo?

-Yo...es que...

-No me importó que me llamaras Rosa. ¿La deseas, verdad?

Silencio. El corazón de Rosa palpitaba con fuerza, esperando oír la respuesta de su padre.

-Venga, dímelo. A mí me lo puedes decir. No te voy a juzgar. Dímelo. Dime que deseas a tu hija.

-Joder, sí. La deseo.

-Ummmmmm Enrique...Eso me pone muy cachonda.

-Pues a mí me hace sentir asqueroso. Un padre no puede sentir esto por su hija.

-No seas tonto, Enrique. Rosa es una chica preciosa...

-Y se parece tanto a su madre.

-No se puede luchar contra el deseo. Puedes ignorarlo, darle la espalda, pero eso no lo hará desaparecer.

-Lo sé. Llevo mucho tiempo así. Me digo que soy un monstruo, que tengo que dejar de sentir esto, pero no dejo de sentirlo.

-Deja de luchar. Asúmelo. Ummm Enrique... Estoy muy cachonda. Me estoy acariciando el coñito. Está muy mojadito.

-Carmen...también yo me estoy excitando.

-¿Sí? ¿Se te está poniendo la polla dura como esta tarde?

-Ujum.

-Ummmm. ¿Cuando hacía que no te corrías? Vaya lechada que me hiciste tragar.

-Varios días.

-Sé por qué.

-¿Lo sabes?

-Sí. Lo sé. Es porque cada vez que te masturbas piensas en Rosa, y por eso lo haces pocas veces, cuando ya no puedes más. ¿Es así, no?

-Sí.

Rosa, que seguía escuchando, estaba estupefacta. Y excitada.

-Sácate la polla, Enrique. Hagámonos una paja juntos. Aggggg me estoy metiendo los dedos...

-Uf, Carmen. Cómo me pones. Ya...me la he sacado.

-Ummmm Enrique... Venga, tócate la polla. Sube tu mano...arriba...abajo.

-Aggggg Sí...

Rosa, acostada en su cama, escuchando atentamente, había llevado una mano hasta su coño y se masturbaba con ellos.

-¿Cuántas veces te has corrido pensando en ella, Enrique?

-Muchas. No lo sé.

-¿Dónde está ella ahora?

-En su cuarto.

-Ummm,  ¿Te imaginas que entre ahora en el salón y te vea así, con la polla en la mano?

-Agggggggggg Carmen...

-Seguro que se acercaría hacia ti.

-Ummmm ¿Tú crees?

-Claro que sí. Miraría tu polla.

-¿Y qué más?

Enrique tenía los ojos cerrados. Movía su mano a lo largo de su polla, escuchando las cosas que aquella endiablada chica le decía. Rosa, en su cama, también escuchaba. Y gemía de placer.

-Se acercaría a ti. Se arrodillaría entre tus piernas.

-Oh, dios mío, Carmen...

-Y te diría: "Déjame a mí, papá. Déjame a mí.

-¿Eso haría?

-Sí, apartaría tus manos y agarraría tu dura polla. Te miraría con esos preciosos ojos azules.

-Ummm sus ojos. Son tan bellos sus ojos.

-¿Los has imaginado mirándote mientras ella tu chupaba la polla, verdad?

-Muchas...muchas...veces.

-Pues eso haría, Enrique. Te miraría a los ojos y te haría una lenta y sensual mamada.

-Carmen...me voy a correr...me voy a correr...

-Sí sí sí...y yo contigo. Córrete en su boca. Se lo tragará todo, como hice yo. Aggggg Dime...dime lo que me dijiste esta tarde...

Rosa estaba al borde del orgasmo. Ella también deseaba oírlo. Deseaba oír a su padre decirlo.

-Agggg Rosa...Rosa...trágate la leche de papiiiii

De la polla de Enrique salió un potente chorro de semen que cayó sobre su pijama. Fue seguido por varios más, que mancharon su mano y su pantalón. Al otro lado de la línea, oyéndolo correrse, Carmen temblaba de placer. Y en su cama, escuchando gemir a su padre diciendo su nombre, Rosa se corría apretando la cara contra la almohada para no gritar.

Los tres estuvieron unos segundos callados. Carmen fue la primera en hablar.

-Enrique. Quiero que me folles.

-Carmen, yo también lo deseo. No sabes cuánto.

-¿Cuándo? ¿Cuándo me vas a follar?

-Mañana. Mañana mismo. Pediré un par de horas en la oficina y te follaré aquí, en casa.

-Ummmm sí sí sí.

Se pusieron de acuerdo la hora y se despidieron. Carmen cogió el móvil.

-¿Sigues ahí, verdad?

-Sí, respondió Rosa.

-¿Lo has oído todo?

-Hasta el último gemido. Tenían razón.

-¿Quién tenía razón sobre qué?

-Los que decían eras una zorra.

-Jajajaja. Desde luego. ¿Cómo te sentiste al oír a tu padre decir todo eso sobre ti?

-Rara. Joder. Y también...

-Cachonda.

-Sí. No sé por qué.

-Yo sí.

-Coño Carmen. ¿Es que lo sabes todo?

-Jajaja. Casi. Pero es sencillo. A todas las mujeres nos gusta saber que los hombres nos desean. Pero nuestros padres no están dentro del grupo de hombres que pueden sentir deseos hacia nosotras. Ese tabú es muy difícil de romper. No quiero decir que todas las hijas sientan deseos, ni todos los padres. Pero cuando sabes que tu padre los siente, se te despierta un morbillo especial. Saber que el hombre más especial de tu vida siente hacia ti lo que cualquier otro hombre sentiría, te hace sentir especial.

-Hablas como si te hubiese pasado a ti.

-Sí, a mi me pasó, pero la versión mala.

-¿Versión mala?

-Tu padre te desea, pero en el fondo es un hombre normal, que adora a su hija y que jamás se atrevería a tocarte ni un pelo. Mi padre no era así. Él si me tocaba, por las noches en mi cama, siendo aún una niña. Me hizo cosas que no entendí, hasta que mi madre lo pilló y todo terminó.

-¡Qué fuerte!

-Sí, la vida. Crea que aún no le he perdonado. Y no sé si algún día lo haré.

-¿Y tu tío?

-Ummm, mi tito lindo. Con él fue muy distinto. Él era como tu padre. Me adoraba. Siempre me decía que era su sobrina preferida, pero jamás me hizo nada, ni el más mínimo roce. Quizás por eso, cuando mis hormonas empezaron a florecer, me fijé en él. Era el hombre que yo más quería. Y me propuse que él sería el primero.

-¿Pero cómo lo hiciste? Quiero decir que si él jamás te tocó ni intentó nada...

-Jejeje, ay Rosita. Qué poco conoces a los hombre. Mi tío jamás se atrevió a tocarme. Tu padre tampoco lo hará. Pero ambos son hombres. Y si le tocas la polla a un hombre y le dices en plan mimoso que quieres que te folle, ese hombre te folla. Puede que se resista un poco, que trate de evitarlo, pero notarás como la polla se le pone dura. Te dirá mil cosas, que no puede ser, que eres su sobrina, que es tu tío, que está mal. Pero se quedará quieto mientras le bajas la bragueta. Y cuando le saques la polla, ya está perdido. Uf, que recuerdos me trae esto.

-¿Así fue con tu tío?

-Sí, más o menos. Me pasé semanas insinuándome, rozándome con él. Lo abrazaba y le daba besitos tiernos, pero él, nada. Hasta que decidí tomar el toro por los cuernos. En este caso, a mi tío por la polla. Jajajajaja

-Jajajaja. Eres terrible, Carmen. Jajajaja.

-Lo sé. Y mañana me voy a follar a tu padre. Uf, no sabes las ganas que tengo. Está muy bueno. Me recuerda un poco a mi tío. ¿Vendrás?

-¿Cómo que si vendré?

-Si vendrás a oírnos follar. Incluso a vernos follar.

-Tú estás loca.

-Jejeje, un poco. Pero sé que tienes ganas de ver como tu padre me folla.

El silencio de Rosa lo dijo todo.

-La puerta del armario de tu cuarto tiene rendijas, ¿No?

-Sí. - dijo Rosa, mirando a la puerta, que miraba justo hacia su cama

-Pues saca algunas cosas y hazte un hueco. Tu padre me va a follar en tu cama.

-Joder Carmen.

-No seas tonta. Sé que te mueres de ganas de verlo todo. Seguro que el coño te palpita como loco ahora mismo. ¿Sabes? También tengo unas ganas locas de comerte el coñito.

-Carmen...

Era cierto. Todo era cierto. Aquella chica lo sabía todo. Conocía las raíces del deseo. Rosa empezó de nuevo a acariciarse.

-Sí Rosita. Me voy a comer tu coñito. Ya verás que rico. Ningún hombre te lo ha comido como yo te lo voy a comer.

-Ummmm me estás poniendo cachonda otra vez.

-Me acabo de hacer una paja con tu padre. Y ahora me voy a hacer una contigo, Rosa. También deseo que me comas el coño tú a mí. Mirar esos preciosos ojos tuyos mientras me corro en tu boca...Ummmmmmm. ¿Nunca has deseado comerle el coño a otra mujer?

-No, nunca. No hasta hoy, cabrona.

-Jajajaja. Te va a encantar.

Las dos chicas se masturbaban, con los ojos cerrados, oyéndose gemir. Carmen le decía cosas calientes a Rosa, que la encendían más y más, aumentando la intensidad de los gemidos.

-Agggg, Rosa... me voy a correr otra vez. Córrete conmigo.

-Si, si...yo...también estoy a punto.

-¿Sabes lo que más me gustaría? ¿Lo que más caliente me pondría?

-Ummm, no...dímelo...

-Pues...comerte el coño...justo después de que...aggggg tu padre te hubiese follado. Comértelo rebosando su leche, su corrida. Beberme todo...tus jugos y...los suyos....Agggggggggggggg

Carmen se corrió. Rosa, imaginando su coño rebosando la leche de su padre, se corrió.

-Hasta mañana, Carmen. Ya hablaremos.

Colgó. Fue una despedida fría. Rosa se quedó, acurrucada en su cama, pensando en todo lo que había pasado en ese extraño día. De ser una chica normal, con una vida normal, había pasado a tener sexo con otra mujer, había conocido el deseo que su padre tenía por ella, se había excitado por ese deseo y, sobre todo, había empezado a sentir deseos. Deseo de ver a su padre con Carmen. Y, aunque no quería reconocerlo, deseos hacia él.

Y todo por esa jodía mujer. Todo por culpa de Carmen.

Le costó dormirse esa noche.

++++++

Al día siguiente se encontraron en la facultad.

-Hola Rosita. Anoche me colgaste de golpe.

-Lo siento. Tenía muchas cosas en la cabeza.

Carmen se acercó una de las orejas de Rosa y le susurró.

-Yo lo que tengo en la cabeza es la polla de tu padre follándome, y a ti mirándome.

Le rozó el cuello con los labios, dándole un suave beso. Rosa sintió un escalofrío por todo su cuerpo.

-¿Vendrás, verdad?- preguntó la bella rubia.

-Sí.

-Ummmmm, bien. Uf, qué cachonda estoy. Mira como se me notan los pezones.

Rosa miró el pecho de Carmen. Los pezones se marcaban como dos pitones.

-Wow, Carmen. Si vas a clase así el profe de económicas no dará pie con bola.

-Jajaja. Lo que necesito es una buena...paja. - y mirando fijamente a Rosa a los ojos, le dijo - ¿Me haces una pajita, Rosa?

-Joder...Carmen.

-Ummm venga... estoy demasiado caliente como para ir a clase. Vamos al baño del segundo, que es el menos concurrido.

-Me da a mí en la nariz que no es la primera vez que vas a ese baño.

-Jeje, nop.

Carmen se dio la vuelta y empezó a dirigirse hacia el segundo piso. Rosa la vio alejarse. El corazón le latía con fuerza. El coño le palpitaba

"Pero... ¿Qué coño me está haciendo esta chica?", pensó, mientras empezó a seguirla. Carmen miraba hacia atrás, de vez en cuando. Le sonreía y le tiraba besitos.

Carmen entró en el baño como si nada. Rosa, por el contrario, antes de entrar miró hacia todos los lados para asegurarse que nadie miraba

Dentro, aguantando la puerta de uno de los reservados, la esperaba Carmen. Con la carpeta apretada al pecho, Rosa corrió y entró. Carmen cerró la puerta y echó el cierre. La puerta era completa. Nadie desde fuera podría ver nada.

Rosa se quedó quieta. El corazón le latía con fuerza. Se apretaba la carpeta contra el pecho. La manera en que Carmen la miraba la intimidaba un poco. Y la atraía con la misma fuerza.

 Carmen se acercó, le quitó la carpeta y se pegó a ella. Sus pechos se encontraron. Sintieron contra sus tetas las tetas de la otra.

-Dame un besito, Rosa.

Carmen no esperó. Fue ella la que acercó su boca a la de Rosa. Fueron sus labios los que besaron los labios de Rosa. Sus manos las que la abrazaron y la atrajo hacia ella. Y su lengua la primera en entrar en la boca de la estremecida morena.

Rosa poco a poco empezó a reaccionar, a devolver los besos. A buscar con su lengua la otra lengua. Las dos chicas se apoyaron contra la pared del pequeño cubículo. Apenas cabían las dos, pero eso ahora no les importaba.

Carmen llevaba falda. No le costó nada coger la una de las manos de Rosa y llevarla hasta sus bragas. La apretó contra ella y la soltó. Rosa no la quitó. Sintió el calor, la humedad.

-Ummm Rosa...acaríciame...por dentro...acaríciame el coñito. Verás que mojado está.

Rosa metió los dedos por debajo de la braga. Y recorrió la raja de aquel coño. En verdad estaba mojado. Sus dedos resbalaron con facilidad por los pliegues, por los labios. Así se le ponía el coñito a Rosa cuando estaba muy excitada. Así lo tenía ahora mismo

-Agggg, ummm, así...así...que rico. Imagina que es tu coño el que acaricias.

Se volvieron a besar mientras Rosa no dejaba de frotar y acariciar. Le hacía a Carmen lo que ella misma se hacía. Dejar el clítoris entre las yemas de dos dedos y trazar círculos. Por los gemidos de Carmen, le gustaba.

-No pares Rosita. Sigue así. ¿Tú estás mojadita?

-Ummm, joder...chorreando.

-¿Quieres que te haga yo una pajita a ti?

-Sí, claro que quiero.

Rosa ese día llevaba pantalones, pero eran holgados. Carmen le bajó la cremallera y metió su mano dentro, directamente por dentro de las bragas.

Las dos chicas, besándose y abrazando sus lenguas entre sí, se acariciaban la una a la otra. Ambas con los ojos cerrados. Ambas jadeando de placer.

El reducido lugar enseguida se calentó. Las dos empezaron a sudar ligeramente, pero no dejaron de besarse, de acariciarse. Hasta que Carmen, de repente, se quedó quietan, tensa, con un ligero temblor en todo el cuerpo.

Rosa comprendió que le estaba dando su primer orgasmo a otra mujer. Y le encantó. Desencadenó el suyo propio. En sus dedos sintió los jugos de Carmen. Carmen los de Rosa en los suyos.

Después de unos segundos, ya recuperadas, se miraron. Y se sonrieron antes de darse un nuevo y sensual beso.

-Vámonos a tu casa, Rosa. Te ayudaré a prepararlo todo. No nos queda mucho tiempo.

Se arreglaron las ropas. Fuera se refrescaron un poco y se marcharon juntas de la facultad.

+++++

Cuando llegaron a la casa de Rosa, se fueron al dormitorio. Carmen fue derechita al ropero y lo abrió.

-Perfecto. quitando un poco de ropa cabrás perfectamente. Ayúdame.

Entre las dos sacaron unos pocos trajes.

-Bien. Métete dentro y probamos.

Rosa entró y Carmen cerró la puerta. Dentro había bastante claridad, que se colaba por las numerosas hendiduras. Carmen se acostó en la cama y miró al ropero.

-¿Qué tal? ¿Me ves bien?

Rosa miró por entre las rendijas. No era perfecto pero no se iba a perder detalla de lo que allí pasara.

-Sí, bastante bien. ¿U tú a mí? ¿Me ves?

-Nop, para nada.

Rosa salió del armario.

-Joder. Estoy nerviosa, Carmen.

-Jeje. Y yo. ¿Qué hora es?

-Las 10:30

-Coño. Quedamos a las 11. Mira, mejor me voy y le espero abajo, en la calle. Tu quédate aquí y en cuando oigas la puerta, te metes en el ropero. ¿OK?

-Vale.

-Hasta luego, guapa.

Dando saltitos, como una niña, Carmen salió del cuarto y a los pocos segundos Rosa oyó la puerta. Se sentó en la cama a esperar.

A esperar a que su padre viniese y se follara a su amiga en su propia cama

++++++

CONTINUARÁ

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