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Deseo

en Amor filial

Me despierto en mitad de la noche, sudando, agitada. El sudor de mi cuerpo hace que las sábanas se peguen a mi cuerpo. El ligero camisón que llevo se me ha subido, desnudando mis piernas. Mis sudorosos muslos arrastran las sábanas, deshaciendo la cama.

Pero hay algo más. Humedad entre mis piernas. Y no es sudor. Es excitación. Noto mis pezones duros como piedras. Sin duda estaba soñando, pero no recuerdo el qué. Solo noto sus consecuencias. Estoy terriblemente caliente. Llevo la mano derecha a mi coño. Cuando mis dedos recorren mis labios, gimo de placer. Arriba y abajo, arriba y abajo. Froto y acaricio mi inflamado clítoris.

Había olvidado ya ese suave placer. Cuando mi marido nos abandonó a mí y a mi hijo hace cinco años, me sentí humillada, rebajada, despreciada. Mi libido desapareció por completo. El sexo murió para mí.

Hasta esta noche, en la que un sueño no recordado ha despertado mis sentidos dormidos.

Gimo, sola, sobre mi cama. Mi cuerpo se estremece al ritmo de mis dedos. Introduzco dos en mi mojada vagina. Me penetro con ellos una y otra vez. La otra mano se une y frota mi clítoris. Cinco años de sequía estallan en mi cuerpo. Mi espalda se arquea sobre la cama. Todo mis músculos se tensan y un placer como no recodaba me atraviesa. Mis dedos se mojan como si me hubiese orinado. Reprimo un grito, apretando la cara contra la almohada.

El intenso orgasmo me deja agotada, más sudada aún, con ricos espasmos que recorren todo mi cuerpo. Respiro a bocanadas por la boca, tragando aire, jadeando. Pero sigo excitada. No sé lo que me pasa. Quizás mi cuerpo necesita recuperar todo el placer perdido. Mi mano izquierda se mete por debajo del camisón y atrapa una de mis pezones, pellizcándolo. La derecha sigue frotando sin descanso. Con las yemas de mis dedos trazo círculos sobre mi botoncito del placer, olvidado desde hacía años. Parece como si me reclamase algo de lo que no había sentido la necesidad de tenerlo.

El segundo orgasmo es aún más arrollador que el primero. Deseo más. Más placer. Más tensión en mi cuerpo. Más liberación.

El tercero logra, por fin, calmar mi ansiedad. Logra que me duerma.

...

Despierto por la mañana. La cama es un desastre, con las sábanas arremolinadas a mis pies. Noto mi olor. A sudor, y olor a sexo. Mis muslos están pegajosos. Recuerdo lo que pasó de madrugada. Jamás sabré en que soñaba, pero nunca olvidaría el placer que después me proporcionó ese ignoto sueño.

Necesito una buena ducha, así que me levanto y voy al baño. Me quito el camisón y entro en la bañera. Me pongo debajo del agua tibia y empiezo a enjabonarme, usando mis manos, no una áspera esponja. Mis pechos están un poco caídos, por la edad, pero siguen siendo bonitos. Los enjabono. Los pezones se me ponen duros, así que quito las manos y sigo enjabonando mi cuerpo. Mi culo, mis piernas, y por último, mi coño.

En cuanto mi jabonosa mano lo frota, gimo de placer. Mi dedo corazón recorre toda mi abierta rajita. Estoy mojada, y no es solo por el agua. Froto y froto. No es para limpiarme. Es para... correrme. No pienso en nada. Solo siento el enorme placer que mis dedos me dan.

En pocos minutos tengo un maravilloso orgasmo, con el agua cayendo sobre mí. Tengo que morderme el labio inferior para no gritar. Porque eso es de lo que tengo ganas. De gritar. De gritar mi placer.

Después, me pongo directamente bajo la ducha para quitarme todo el jabón del cuerpo. Una vez limpia cierro el agua y saco un pie de la bañera. Ahora voy a secarme. Mis ojos se fijan en el teléfono de la ducha, y de repente acuden a mí recuerdos de mi adolescencia, cuando descubrí el placer. Con una sonrisa en los labios, vuelvo a meter el pie en la bañera. Vuelvo a abrir el agua caliente, esta vez haciéndola salir por el teléfono y no desde la alcachofa. Me tumbo en el suelo de la bañera y apoyo piernas en los bordes de la blanca porcelana.

Dirijo el agua caliente a presión sobre mis pechos  y la voy bajando lentamente hasta llegar a mi coño. Todos esos hilos ardientes de agua son como muchos dedos acariciando. Abro mis labios con una mano para que mi clítoris quede bien expuesto al agua. El cosquilleo que siento es muy agradable y me trae recuerdos de mi juventud. Va aumentando, poco a poco. No tengo que moverme, solo mantener el placentero chorro contra mí.

Recuerdo mi primer orgasmo en la bañera, muchos años atrás. Estaba de pie y casi me caigo cuando las piernas me empezaron a temblar y se quedaron flojas. Por eso después siempre lo hice tumbada, como ahora. El camino hacia el placer es mucho más lento que con mis dedos, pero continuo. Sube, sube y sube hasta que estallo en mil pedazos con cada fibra de mi cuerpo agarrotada de puro gozo.

Pero ahora es distinto a cuando era una chiquilla. Antes después del orgasmo me quedaba relajada y satisfecha. Ahora, después de correrme, quiero más. Mantengo el chorro sobre mi coño hasta volver a correrme, levantando la espalda del fondo de la bañera. Más, deseo más. Mi coño tiene espasmos de placer por el orgasmo que me está atravesando, pero no aparto el placentero chorro. Aún puedo gozar una vez más. Aún puedo correrme una vez más.

-Mami- ¿Estás bien?

Estoy en pleno orgasmo, con todos los músculos de mi cuerpo tensos. No puedo hablar. Tengo que esperar a recuperar el control de mi ser, pero el orgasmo es largo, muy largo. Segundos que me parecen una eternidad. Mi hijo está detrás de la puerta del baño. La puerta no está cerrada con llave. Si no le respondo rápido se preocupará y abrirá la puerta. Me verá corriéndome en la bañera, con el chorro del agua dirigido a mi coño. Si pasa eso, me querré morir.

-S..Sí...tesoro...estoy...bien. Me estoy dando un baño  - consigo decir, evitando que oiga mis jadeos.

-Ah, vale. Es que tardabas mucho y me empecé a preocupar. ¿Te preparo algo de desayuno?

-Sí, gracias. No tardo.

Me levanto. Las piernas me tiemblan un poco. Por la forzada postura y sobre todo, por todo el placer que mi cuerpo ha recibido. Cierro el agua y salgo de la bañera. Me seco y me doy cuenta de la gran cantidad de vapor que hay en el baño. Abro la ventana para que se ventile.

Envuelta en la toalla salgo corriendo hasta mi dormitorio. Allí me pongo un pijama y voy a la cocina.

Mi hijo me ha preparado un estupendo desayuno. Nos sentamos a la mesa y lo tomamos.

Él es lo único que tengo. Cuando su padre nos abandonó fue por él por lo que pude seguir adelante. Fue él el que me dio las fuerzas para continuar. Ahora es un hombre hecho y derecho.

Su padre se fue cuando mi hijo empezaba la carrera. Nos afectó tanto a los dos, que ese primer año fue terrible. Ni se presentó a los exámenes. Pero se recuperó y los demás han sido perfectos. Ahora mi tesoro tiene 23 años y en uno más será un flamante ingeniero. No hay madre más orgullosa que yo.

Después del desayuno, nos vestimos y salimos juntos, como todas las mañanas. Él me acerca a la oficina y luego se marcha a la facultad. Si yo no trabajase, no sé como habríamos salido adelante. Gracias a las becas sus estudios casi no me cuestan dinero. Con lo que yo gano nos da para ir tirando. Él no ha tenido que ponerse a trabajar, centrándose en sus estudios.

A media mañana estoy transcribiendo unos informes. Cuando me doy cuenta, noto que tengo las bragas mojadas.

¿Pero qué me pasa? Llevaba cinco años sin deseos y ahora, de repente, mi cuerpo ha despertado. Froto mis muslos, sintiendo un agradable placer. Dejo de hacerlo. No es el lugar en donde excitarme, en plena oficina. Pienso incluso en ir al baño y masturbarme, pero sé que no servirá de nada. Que desearé más.

Sigo con mi informe. Mi coño sigue mojado. Levanto la mirada. Miro a los compañeros de trabajo. Entonces mi mente empieza a hacer algo que no había hecho nunca. Empieza a fantasear. Hay algunos que no están mal, sobre todo uno. Me imagino que voy al baño y él me sigue. Que nos miramos y lo invito a entrar conmigo. Que me baja las bragas y me folla como un salvaje.

Los pezones se me marcan en la blusa. Si me miran, se darán cuenta. No puedo seguir así. Tengo que calmar mi calentura, así que al fin me rindo y voy al baño. Me encierro dentro de uno de los reservados y ni me bajo las bragas. Meto la mano por dentro y me froto el clítoris, con fuerza. Apoyada contra uno de los laterales me corro, imaginando que ese compañero me está llenando el coño con una dura polla mientras aprieta mis tetas entre sus manos, que me muerde los pezones, sin parar de follarme. El orgasmo es tan fuerte que me tengo que sentar sobre la taza del wáter.

No entiendo que me pasa. Yo antes no era así. El sexo con mi marido era normal. Bueno, lo que yo considero normal. Antes de que se fuera había decaído un poco. Supuse que era por la monotonía, por la costumbre, que era normal que el deseo entre dos personas fuese menguando con el paso del tiempo. Ahora sé que era porque el muy cabrón se follaba a otra. Con la que se largó.

Al principio lo hacíamos todos los días. Con el tiempo la frecuencia fue disminuyendo. Casi siempre era él el que iniciaba, el que me buscaba. Yo me dejaba hacer. No sé si era buen amante o no, pues fue mi primer y único hombre. Pero me dejaba satisfecha casi siempre.

Por eso no puedo entender lo que me ocurre ahora. Sentada en la taza del wáter, con el cuerpo recorrido por espasmos de placer, imaginándome que un compañero de trabajo me acaba de follar, imaginándome que saca su polla dura y mojada de mi coño. Imaginándome que me arrodillo delante de él y se la chupo.

Eso sí que me extrañó. El pensar en chuparle la polla. Se lo hacía a mi marido  cuando él me lo pedía, pero no era algo que me gustara especialmente. Lo hacía para darle placer él. Y ahora no solo lo imaginaba, sino que me excitaba la idea de hacerlo. Por mi propio placer.

Mis dedos recorren nuevamente mi mojado coño. Con los ojos cerrados me imagino que él me agarra la cabeza y mete su polla todo lo que puede. Me la imagino grande, gorda. Me imagino que me folla la boca. Y me encanta. Me pregunto que se sentirá al ser tratada así, con dureza, por un hombre. El ser usada para su propio placer, sentir su polla entrando en mi boca cada vez más profundamente, viendo su cara de placer.

De repente, paro. Esto no puede ser. No es normal lo que me está pasando. Me recompongo la ropa, me lavo las manos llenas del olor de mi coño y vuelvo a mi mesa. Le echo una mirada al blanco de mis fantasías. En un buen tipo, casado con una estupenda mujer. Jamás le haría a ella lo que el cabrón de mi marido me hizo a mí. Pero no puedo sacarme de la cabeza la imagen de él follándome la boca.

Al rato consigo trabajar, olvidándome de mis lascivos pensamientos.

A las tres salgo. Mi hijo me espera en la puerta para llevarme a casa, como cada día. Todo el trayecto lo paso en silencio.

Como yo trabajo y mi hijo estudia, la comida la preparo siempre el día anterior. Así cuando llegamos solo tenemos que calentarla. Después de comer, él se va a ver la tele o a estudiar. Yo veo la tele o, depende del día, hago una siestecita, a veces en el sofá o a veces en mi cama. Hoy elijo la cama. Necesito pensar, estar a solas.

La cama sigue deshecha, como la dejé por la mañana, así que quito las sábanas y pongo unas limpias. Luego me acuesto. Me pongo a pensar en lo que me ha pasado desde que la madrugada anterior me desperté agitada. En el continuo estado de excitación que tengo. En los pensamientos que nunca antes había tenido, y que ahora, en la soledad de mi alcoba, vuelven a asaltarme. Un hombre sin rostro, desnudo delante de mí. Con cuerpo perfecto, torneado y musculoso. Y una enorme y dura polla apuntando hacia mí.

Mi mano busca mi mojado coño. Parece que no ha dejado de estar mojado desde la noche. Cierro los ojos, me froto mientras mi hombre imaginario me desnuda. Me acaricia, me besa. Y hace algo que siempre deseé pero que nunca conseguí de mi marido. Entierra su cabeza entre mis piernas y me come toda. No deja de lamerme y de chuparme. Imagino que mis dedos son su lengua. Atrapo mi clítoris entre mis yemas e imagino que son sus labios. Con el cuerpo tenso, me corro entre mis dedos e imagino que lo hago en su boca.

Es un buen orgasmo. Fuerte, intenso, largo. Que me deja lo suficientemente satisfecha como para poder dormir un poco. Pero solo para despertar en un mar de sudor.

...

Le digo a mi hijo que me voy de comparas. Quizás el aire de la calle me calme. Quizás me olvide por un rato de la calentura constante de mi cuerpo.

Por la calle me sorprendo mirando a los hombres. No me importa su edad, si son guapos o feos. Gordos, flacos, calvos. Solo me imagino cómo serán sus pollas. En cómo me follarían, en cómo me harían reventar de placer. Hago las compras y regreso a casa.

Mientras mi niño ve la tele, preparo la comida para el día siguiente. Luego él, como siempre, preparará la cena para los dos.

Durante la cena estoy más callada que de costumbre. Él se da cuenta.

-¿Estás bien, mami?

-Oh, sí tesoro, muy bien. Son cosas del… trabajo. No te preocupes.

No son cosas del trajo, por supuesto. Es mi cuerpo, en continua excitación. Esto tiene que terminar. Es demasiado. No puedo seguir así.

Por la noche, acostada en mi cama, trato de dormir. Mi coño rezuma, mojado, anhelante de caricias. Pero se las niego. Yo soy la dueña de mi cuerpo. Yo decido cuando. Tardo en dormirme, pero al final, lo hago.

Pero otra vez pasa lo mismo de la noche anterior. Me despierto sudando, con las sábanas descolocadas, cachonda perdida. Solo que esta vez sí recuerdo mi sueño. Recuerdo como me estaban follando, salvajemente. A cuatro patas sobre mi cama. Yo le gritaba que me follara más, que me hiciera gozar. Que me llenara el coño con su leche. Mi amante imaginario no tenía rostro. Era solo un cuerpo, una dura polla que taladraba mi coño sin cesar.

Me rindo. Mi deseo puede más que yo. Me empiezo a tocar las tetas y el coño. Con fuerza, como me follaban en el sueño. Me pongo como estaba soñando, a cuatro patas sobre la cama. Mis tetas se aplastan contra la cama mientras los dedos de mi mano derecha recorren una y otra vez los labios de mi sexo. Me corro, gritando con la cabeza aplastada contra la almohada. En mi mente el desconocido no deja de follarme, y yo sigo masturbándome. La mano que acaricia mi coño está empapada. Tiemblo de placer, me estremezco.

Desde que esto que me está pasando empezó he tenido deseos que no había tenido nunca. No comprendo cómo es que si nunca los tuve ahora me asaltan. No entiendo por qué cuando el hombre de mi cabeza empieza a acariciar mi ano sin dejar de follarme, mi mano libre lo imita. Cuando él me mete el pulgar en mi culito, yo hago lo mismo. El placer es inenarrable. Estallo con tal intensidad que caigo sobre la cama. Los espasmos me duran casi un minuto.

Termino agotada. Cada vez que me muevo mi cuerpo arrastra las pegajosas sábanas. Me quedo quieta y en pocos minutos, me duermo.

Despierto en mi segundo día de deseo irrefrenable. Todo sigue igual. Mi cuerpo sigue igual, excitado. No puedo hacer otra cosa que plegarme a sus deseos.

...

Han pasado ya varios días desde aquella noche, desde que aquel sueño me despertó el instinto. Son incontables los orgasmos que he tenido. En mi cama por las noches, por la mañana al despertarme. Al ducharme. En la oficina. Hasta en el salón mientras mi hijo estudiaba en su cuarto.

Siguen los pensamientos. Me veo a mi misma haciendo cosas que jamás pensé en hacer. Actos que pensaba que eran impúdicos ahora me excitan tanto al imaginarlos que no paro de correrme una y otra vez.

He llegado a pensar que puede que esté enferma. O que me haya convertido de la noche a la mañana en una ninfómana.

Ahora, cuando me imagino a un hombre follándome, deseo que se haga realidad. Deseo que un hombre real me haga todas esas cosas que mi calenturienta mente no deja de imaginar.

Pero soy una cobarde. No tengo agallas para buscar un hombre. Seguro que hay muchos dispuestos. Soy una mujer aún atractiva a mis 46 años. Los de la oficina están descartados. O están casados, o tienen pareja. Además no quiero liarme con nadie del trabajo. Con un desconocido no me atrevo. Solo ha habido un hombre en mi vida, y la idea de acercarme a uno que no conozco me llena de desasosiego.

Así que mientras mi cuerpo siga reclamando sus dosis de placer, se la doy con mis manos, con mis dedos. He asumido la situación. No había gozado tanto en mi vida. No sabía que se podía sentir tanto placer conmigo misma. A mi manera, soy feliz.

...

Me acabo de despertar. El sol se cuela por la ventana. Es sábado y no trabajo. Antes de ir al baño, me masturbo lentamente hasta conseguir el primer orgasmo del día. Sé que habrá más, muchos más. Los siguientes en la bañera, dirigiendo el agua caliente a presión contra mi coño.

Abro la puerta del baño. Mi hijo está frente al espejo, cepillándose los dientes. Lleva un pantalón de pijama y el torso desnudo.

-Buenof diafshhh, mamam

-Hola tesoro. Iba a darme una duchita.

Me siento en la taza del wáter a esperar a que él termine. Lo miro. Su espalda es ancha. En el espejo veo su pecho. Musculado, fuerte, varonil. Es tan guapo.

Antes de que mi hijo termine, salgo corriendo del baño y regreso a mi cuarto. Estoy horrorizada. Me di cuenta estaba mirando a mi hijo no como a mi hijo, sino como a un hombre con un precioso cuerpo. Joven, atléticos. Atractivo.

No puede ser. No puedo tener esos pensamientos con él.

"Es tu hijo, por el amor de dios", me repito una y otra vez. Pero es tan bello...

-Mami, ya estoy - me grita desde el salón.

Regreso al baño. Cierro la puerta, con llave. Me desnudo y entro en la bañera. Ahora no me voy a masturbar, no me voy a tocar. No con el recuerdo de mi hijo semidesnudo tan fresco en mi mente. Será una simple ducha.

Pero no lo es. El roce de mis manos en mi piel me hace erizar el vello. Estoy muy excitada. Deseo placer. Necesito placer. Mis manos enjabonadas recorren mi cuerpo y terminan en mi coño la una y en mi culito la otra. Me penetro ambos orificios y me estremezco. Noto que mi orgasmo va a estallar. En mi cabeza el hombre desconocido no deja de meter y sacar su polla de mi coño, una y otra vez.

Y entonces, pasa. El orgasmo se hace presente y mi cuerpo estalla de placer. Y en ese momento, el hombre sin rostro que me folla en mi cabeza adquiera cara. La cara de mi hijo.

Cuando comprendo lo abominable de mis sucios pensamientos, caigo de rodillas, llorando de rabia. Aún con los restos de mi arrollador orgasmo mis ojos empiezan a soltar lágrimas de vergüenza.

Paso largo rato sollozando, acurrucada en el fondo de la bañera. ¿En qué clase de monstruo me estoy convirtiendo? ¿Cómo es posible que llegara a imaginarme que mi hijo me follaba?

Al rato me calmo. Salgo de la ducha y me seco. Después me voy a la cocina, a desayunar. Mi niño ya me tiene preparado el desayuno. La vergüenza que siento me impide si quiera mirarlo a la cara.

Esta mañana he quedado con unas amigas para dar una vuelta. Espero despejarme y olvidarme de todo. A duras penas lo consigo.

Cuando regreso a casa él no está. Mi cuerpo reclama su ración de placer. Pero se la niego. Sé que su imagen llenará mi mente. Que no me la podré sacar de la cabeza. Así que me castigo a mí misma sin darme lo que necesito.

...

Como sola. Me ha llamado para decirme que comerá fuera con unos amigos. Su voz de hombre me hace estremecer. Cuando se despide cuelgo el teléfono con rabia.

Sé que mi cuerpo hace días que reclama un hombre, y que he sido una cobarde. Lo he aplacado con mis manos. Y ahora me atormenta con pensamientos prohibidos.

Por la noche vemos la tele juntos, como siempre. Él no suele salir mucho últimamente, desde que rompió con su novia. Pero no lo miro. No puedo. Si lo hago mi sucia mente me traicionará.

Me despido de él y me voy a dormir, aunque sé que no podré hacerlo. No podré hacerlo si no calmo el deseo. Y tengo miedo de que si lo hago él se meta en mi cabeza. Así que pongo la radio y me acurruco.

Pasan los minutos... las horas. Al final, el sueño me vence. Ahora, en la inconsciencia onírica del sueño, mi mente ya no tiene barreras. Es libre para fantasear. Y lo hace. En mi sueño el hombre misterioso ya no es un desconocido. Es mi hijo, mi adorado hijo. Me desnuda, me come a besos. Todo mi cuerpo es besado, lamido.

Me folla con pasión, haciéndome vibrar, haciéndome correr una y otra vez. En mi sueño gozo con él, sin ataduras sociales. Solo somos un hombre y una mujer que se desean. Me come el coño con ternura hasta hacerme estallar contra su boca. Luego me hace chupar su preciosa polla y me corro cuando me la llena de su espeso y cálido semen.

Me despierto de repente, quedándome sentada en la cama, como quien se despierta de repente por una pesadilla. Solo que yo estoy en pleno orgasmo. Aprieto con fuerza las sábanas mientras mi orgasmo se desvanece. En mi mente, aún frescas están las imágenes de mi hijo.

Ya no duermo más esa noche. Temo volver a soñar otra vez con él. Temo volver a gozar otra vez con él.

Las horas pasan lentamente. Veo como la claridad del sol empieza a llenar la habitación.

Es domingo, y no tengo planes. Mi hijo tampoco, así que vamos a pasar el día juntos. Un día de tortura, intentando no mirarlo como hombre. Solo como mi niño. Pero no es ya ningún niño. Es un hombre hecho y derecho.

Noto la humedad de mi coño todo el día, pero la ignoro. Intento distraerme con la tele, haciendo cosas por la casa.

Pero por la noche, en mi cama, con la luz apagada, ya no puedo huir más. El deseo se hace incontrolable. Sin darme cuenta mi mano ya ha empezado a acariciarme, a pasear mis dedos a lo largo de sexo.

Sin embargo ahora estoy despierta, bien despierta. Ahora el hombre de mi mente es mi hijo. No puedo luchar contra lo que siento, contra lo que deseo.

Pensando en él, me corro. Una y otra vez, sin descanso. Me hace todo lo imaginable, y yo a él. Sé que está mal, que es un tabú, pero jamás había sentido nada igual. Los orgasmos se suceden sin parar. Es como un orgasmo continuo.

Termino tan agotada que me duermo con la mano entre las piernas. Esta noche no hay sueños. Mi cuerpo ya no necesita placer. He aplacado el deseo, al fin. Al menos, por el momento.

...

Ahora él está siempre en mi mente. Cada orgasmo es por él y para él. Me siento cada vez peor, por no poder luchar contra lo que me pasa. Quizás es que en el fondo no quiero dejar de pensar en él, de gozar con él.

Ahora lo miro, cuando él no me mira. Ahora entro en el baño cuando él está lavándose los dientes o afeitándose, para poder admirar su cuerpo. Me imagino mis manos recorriendo ese poderoso pecho, esos marcados abdominales, hasta llegar  a su polla.

Incluso voy a mirarlo mientras duerme. Me levanto sigilosamente de madrugada y me acerco a su cuarto. Duerme con la puerta abierta, y si hay luna la claridad me deja verlo. A veces está tapado. Otras veces puedo ver su torso, desnudo. Una vez incluso pude ver todo su cuerpo, solo cubierto por un pequeño slip. Largo rato miré el bulto de su calzoncillo.

¿Y si me acerco y lo acaricio? Me encantaría notar como su polla se va poniendo dura, hasta que se la saco del calzoncillo. Él sigue durmiendo y yo me agacho. Se la chupo despacito, para que no se despierte. No dejo de chupar hasta hacerlo correr. Su cálido semen llena mi boca. Lo saboreo y me lo trago todo. Durante todo ese tiempo mi mano está acariciando mi coño y mientras su leche baja por mi garganta yo me corro con él.

Me estoy corriendo de verdad, pero no estoy sentada en su cama tragándome su semen. Estoy en la puerta de su habitación mirándolo, imaginando que lo hago. Tengo que morderme con fuerza la mano para no gritar.

Vuelvo a mi cama y al poco ya estoy durmiendo.

...

Ya llevo muchos días así. Cada vez estoy peor. Los remordimientos por mis sucios pensamientos no dejan de atormentarme, pero el deseo siempre vence. Si todo sigue igual me voy a volver loca.

Es viernes por la noche. Estamos los dos solos. Me ha preparado una estupenda cena y ahora estamos viendo la tele.

-¿Me preparas una copa?

-¿Una copa, mami?

-Sí, la necesito.

No suelo beber, pero esta noche necesito evadirme o no aguantaré más y me echaré sobre él. También se prepara una para él.

Después de esa primera copa le pido otra. El alcohol empieza a hacerme efecto, pero no el efecto deseado. Me desinhibe. Me siento un poco mareada, así que me siento a su lado y apoyo mi cabeza en su hombro.

Esto lo he hecho muchas veces antes, pero nunca hasta ahora había tenido el coño empapado, palpitando, deseoso de un hombre que lo hiciese gozar.

Él acaricia mi pelo. Me siento tan bien a su lado. Le doy un beso en la mejilla. Él me sonríe. Su perfume me embriaga más de lo que ya estoy. No puedo dejar de mirar esos carnosos labios.

Lo vuelvo a besar, un poco más cerca de su boca. Una de mis manos descansa sobre uno de sus muslos.

No puedo más. Ya no lo soporto más. El siguiente beso es en los labios. Él se queda muy sorprendido, mirándome sin saber que pasa. Vuelvo a besarlo, ahora con más pasión. Mi mano sube y llega a su polla sobre el fino pijama. Da un respingo, pero no dice nada.

Cuando noto que empieza a devolverme los besos, mi corazón empieza a latir con fuerza, y casi se me sale por la boca cuando noto como su polla se va poniendo dura. Nuestras lenguas se entrelazan la una con la otra. Recorro su dura polla con mis dedos. La noto grande. Necesito verla, sentirla en mi piel. Meto la mano por dentro y se la saco.

Él gime en mi boca cuando empiezo a masturbarlo lentamente. Mi mano casi no puede abarcar toda la circunferencia de su duro miembro. Lo miro. Miro mi mano subir y bajar. Me digo a mi misma que es la polla más bonita del mundo. Necesito besarla, lamerla… sentirla en mi boca. Lentamente, empiezo a bajar la cabeza, a acercar mi anhelante boca…

-Agggggggg mami...

¿Mami…?  ¿Pero qué diablos estoy haciendo? Es mi niño. Una cosa es que mi sucia mente se imagine toda clase de cosas y otra muy distinta es esto, estar besándolo y con su dura polla en la mano a punto de besarla.

Horrorizada salgo corriendo hacia mi habitación. Él me grita.

-Mamá, no te vayas, por favor, no te vayas.

-Déjame... esto no puede ser. Soy… soy tu madre... esto es horrible...

Cierro la puerta de un portazo y me tiro en mi cama, llorando sin cesar. He caído hasta el fondo. Todo se ha perdido. Ya nada será como antes. No podré volver a mirarlo a la cara. He cometido el acto más abominable que una madre puede cometer.

Al rato, agotada de tanto llorar, me duermo. Pero mi maldita cabeza no duerme. El deseo no duerme. Se aprovecha de mí y me ataca en sueños, cuando todo es posible, cuando la mente se libera y el subconsciente es el rey, derribando toda barrera de moralidad.

En mi sueño él abre la puerta. Yo lo miro. Mi cara aún está mojada por las lágrimas. Él se acerca a mi cama y se sienta a mi lado. Me sonríe. Con una mano enjuaga mis lágrimas, y luego acaricia con ternura mis mejillas, secándolas.

Lentamente, se agacha y me besa. En la boca. Aún en el sueño, mi yo trata de luchar.

-No… no puede ser... soy tu madre.

-Shhhhhhh ahora no – me susurra.

Me besa otra vez. Entreabre los labios. Yo los míos. Nuestras lenguas se vuelven a encontrar. Siento como mi coño palpita de deseo. De puro deseo. Cuando una de sus manos se posa sobre mis tetas todo mi cuerpo se estremece. Las acaricia con suavidad, las aprieta. Sobre la fina tela del camisón toca mis duros pezones. Gimo en su boca.

Su mano baja por mi cuerpo, lentamente. No deja de besarme. Sé a dónde se dirige. Hacia mi coño. Mi niño va a acariciar mi coño. Lo deseo. Deseo con toda mi alma su mano en mi mojado sexo. Sé que en cuando me toque me correré. Estoy tan cachonda que pude que me corra antes si no se da prisa.

No se la da. Baja por mi muslo, sobre el camisón, hasta llegar a la piel desnuda. Mete la mano por debajo y empieza a subir. Ya no puedo más. Lo necesito. Abro las piernas, bajo una de mis manos y agarro la suya, llevándola hasta mi coño.

En cuanto siento sus dedos recorrer mi mojados labios, arqueo mi espalda sobre la cama y estallo de placer. Un placer como nunca había sentido. Intenso, poderoso, arrollador. Su mano queda empapada de mí. Y su boca sigue pegada a la mía.

Se separa de mí. Mirándome a los ojos se quita la camisa de su pijama. No puedo resistirme a llevar mis manos a su pecho y acariciarlo.

-Eres tan bello.

-Y tú, mamá. Te deseo desde siempre.

Me desea. Él también me desea. Mi retorcida mente trata de defenderse a sí misma haciéndome menos culpable ya que él también me desea. No puedo dejar de temblar. Termina de desnudarse. Al fin su hermosa polla está a la vista. Sin dejar de mirarla dejo que me quite el camisón. Ahora estamos los dos desnudos.

Se tumba a mi lado, pegándose a mí, volviendo a besarme. Nos revolcamos sobre la cama. Su polla dura y caliente se pega a mi piel. La quiero dentro de mí. La necesito dentro de mí.

-Fóllame... por favor... fóllame mi amor.

Le pido a mi hijo que me folle. Pero todo es un sueño. No puedo luchar contra un sueño. Solo puedo dejarme llevar por mi mente, libre.

Se sube sobre mí. Mis piernas se abren para recibirlo. Siento contra mi coño la punta de su dureza buscando la entrada. Cuando la encuentra, sin pedir permiso, entra. Me mira a los ojos mientras su polla va llenando mi coño. Es tan grande, y tanto el deseo, que me corro al instante. Él apaga mi grito con su boca.

-Aggggggggggg siiiiiiiiiiii así, fóllame así... más mi vida… más

Empieza a bombear. Fuerte, en profundidad. El placer que siento es tan especial. Mi niño me está follando, al fin. Una de sus manos atrapa una de mis tetas, y la aprieta y acaricia mientras no deja de follarme.

Cada vez más fuerte. Cada vez mejor. Mi deseo se desata y empiezo a correrme. Una y otra vez, un orgasmo tras otro. Tanto placer, tanto, que me agoto. Pero no dejo de correrme.

Todo acaba de repente. Él se tensa y siento como el fondo de mi coño se empieza a llenar de calor. Son como golpes. Su semen me golpea y cada golpe es un espasmo de placer en mi cuerpo.

Su cabeza está en mi hombro. Mi niño jadea junto a mi oreja. Mi último orgasmo sí lo grito. Nada me lo impide. Lo abrazo con fuerza con mis piernas y mis brazos y mi cuerpo entero goza del mayor placer que he sentido en toda mi vida.

Sigue dentro de mí. Los dos estamos empapados de sudor. Yo no puedo más. Los ojos se me cierran. Él se tumba a mi lado. Me abraza con dulzura. Me besa con ternura.

El sueño termina y me sumerjo en la inconsciencia.

...

La luz de la mañana me despierta. Estoy en mi cama acurrucada. A mi mente vuelve lo que pasó ayer. Cómo me atreví a besar a mi hijo, a tocarlo. Cómo salí huyendo. Vuelve, vívido, el sueño que tuve después. El maravilloso sueño.

De repente, todo mi vello se eriza. Siento una presencia a mi lado. Me doy la vuelta. En mi cama, durmiendo, está mi hijo. Desnudo. Me miro. También estoy desnuda. Entonces comprendo que no fue un sueño. Que todo fue real. Que hice el amor con mi hijo. Y que gocé como nunca lo había hecho.

Debería de estar horrorizada, pero, extrañamente, no me arrepiento. Me siento bien. Feliz. Estoy un buen rato mirando como duerme. Admirando su precioso cuerpo.

Me acerco y empiezo a acariciarlo con suavidad, para que no se despierte. Una mano llega a su polla, que está flácida. En cuanto mis dedos la acarician, empieza a tomar forma. Con la ayuda de mi mano en pocos segundos tengo ante mí la dura polla que anoche me hizo gozar como nunca. Mis deseos vuelven.

La beso. Mi lengua recorre toda la cabecita, y luego mi boca la saluda. Me llena. La chupo despacito. No quiero que se despierte aún. Quiero saborear el momento. Una de mis manos la llevo a mi coño. Está muy mojado.  Ahora sé que no son solo mis jugos. También es el semen de mi hijo me regaló la noche anterior.

Chupando su polla me masturbo. Él gime de placer, pero sigue dormido. Me pregunto en qué soñará.

-Agggg mami...que rico...ummmmm

Está soñando, conmigo. Es lo más hermoso que me ha pasado. Sigo chupando, ahora con más ganas, con más fuerza, al tiempo que me penetro con dos dedos. Sus manos van a mi cabeza, y la acarician.

-Bueno días...mami...ummmm sigue… sigue...

Mi niño está despierto. Con su polla en mi boca lo miro. Tiene los ojos cerrados, y su cara refleja el placer que le estoy dando.

Sus gemidos se hacen más intensos. Su cuerpo empieza a moverse. Me acaricia con más fuerza. Sé lo que va a pasar. Y lo deseo. Con toda mi alma. Sigo chupando, mamando. Es la primera vez en mi vida que gozo con una polla en mi boca.

Se pone tenso. Deja de gemir. Siento como su dura barra empieza a tener espasmos, antesala de lo que vendrá y que anhelo con todo mi ser.

Estalla. Mi hijo se corre en mi boca, lanzando chorro tras chorro de espeso caliente semen dentro de mi ávida boca. Por primera vez mis papilas gustativas graban en mi mente el sabor de la semilla masculina. Antes de que se desborde y se pierda, empiezo a tragarlo. Sería un pecado desperdiciar su esencia. Y mientras baja por mi garganta, lo acompaño en su placer. Me corro con él, gozo con él.

La presión de sus manos desaparece. Su cuerpo queda relajado. Sigo chupando su polla un poco más.

La saco de mi boca. Lo miro. Él me está mirando. Sonríe. Yo le devuelvo la sonrisa.

-Te quiero, mamá.

-Te quiero, mi amor. Y te deseo.

Me subo sobre él. Mi boca besa su boca. Mi lengua lame su lengua. Y su polla, la dura polla de mi amado hijo, entra, centímetro a centímetro dentro de mí, llenándome por segunda vez. Sus manos acarician mis tetas al tiempo que empiezo a moverme, a subir y bajar sobre la dura barra que arranca orgasmo tras orgasmo a mi encendido cuerpo.

Y por segunda vez, su semen me inunda por dentro, haciéndome la mujer más feliz del mundo.

Me quedo sobre él, con los ojos cerrados. Nuestras respiraciones, agitadas al principio, se van calmando. Sus manos acarician con mimo mi espalda. De vez en cuando sus labios besan mi frente.

¿Existe la felicidad absoluta? No lo sé. Pero lo que siento ahora tiene que ser lo más parecido.

FIN

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