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De puertas para adentro

en Amor filial

Fernando estaba sentado en su sillón favorito un sábado por la noche, delante de su nueva pantalla de plasma de 50 pulgadas viendo un partido de fútbol. Sonó el timbre y maldijo. El Barça estaba atacando y se temía que si iba a abrir se perdería uno de los goles de Messi, así que decidió no hacer caso al timbre y siguió mirando la tele. Solo quedaban pocos minutos para el fin de la primera parte.

 

A los pocos segundos, el timbre volvió a sonar.

 

-¡Joder!

 

Entonces se acordó de que aunque el partido fuese en directo, podía pausarlo, despachar al pesado que estuviese tras la puerta y seguir viendo luego el encuentro desde el mismo punto. Cogió el mando y pulsó la tecla de pausa.

 

-¡Maravillas de la técnica! - dijo cuando en la pantalla quedó congelada la imagen de Iniesta pasándole el balón a Chavi.

 

Se dirigió a la puerta y, con cara de pocos amigos, abrió. La cara le cambió ipso facto cuando vio quien tocaba. Era una preciosa chica, de pelo negro azabache pero de piel blanca como la nieve. El cabello lo tenía largo, ligeramente rizado, sobre los hombros. Vestía ropa vaquera y llevaba una mochila. A sus pies, una maleta.

 

-¿Sí?  -preguntó Fernando, mirando de arriba a abajo a la bella joven.

-¿Eres Fernando Cifuentes?

-Sí.

-Hola. Soy... tu hija.

-¿Qué? ¿Es una broma?

-No. No es broma - respondió la chica, visiblemente nerviosa.

 

Fernando la volvió a mirar de arriba a abajo. Él no tenía ninguna hija. Debía de ser una broma de mal gusto o tratarse de alguna desequilibrada. Se acordó del pase de Iniesta que tenía en pausa y en ese momento algún vecino gritó ¡GOOOOOOOL!

 

"Seguro que Messi metió un golazo" - se dijo.

 

-Mira, guapa, no tengo ninguna hija. Vete a molestar a otro.

 

Le cerró la puerta en las narices y volvió al salón. Se sentó, pulsó play y disfrutó al ver como Messi recibía el balón y entre cinco contrarios se escabullía y ponía el balón en el fondo de las mallas.

 

-¡Toma...GOOOOOOOOOOL! - gritó.

 

Siguió viendo el partido hasta que a los dos minutos el árbitro pitó el final de la primera mitad. Contento, se levantó y fue a la cocina a por una cervecita y algo para picar hasta que empezara la segunda parte.

 

Al pasar junto a la puerta principal le pareció oír un sollozo. Se acercó, pegó la oreja y ahora oyó claramente a alguien llorar. Abrió la puerta y se encontró a aquella chica, sentada en el suelo, con la cara entre las manos y llorando desconsoladamente. ´

 

Fernando sintió pena por aquella extraña. Se arrodilló y le tocó una rodilla.

 

-Hey, ¿Qué te pasa? - le preguntó.

 

Ella, sin levantar la vista, entre suspiro y suspiro, trató de hablar.

 

-No tengo... a donde ir. ¿Qué va a ser de mí?

 

Ella levantó la mirada. Sus bellos ojos negros ahora estaban rojos, hinchados, llenos de lágrimas. Su cara reflejaba una profunda pena que caló en el alma de Fernando.

 

-Tranquila, tranquila. Ven, levántate.

 

La ayudó a levantarse. Ella seguía llorando, en silencio.

 

Fernando volvió a mirarla. ¿Qué hacer? ¿Volver a cerrarle la puerta en las narices? Se dijo que no. Que no sería de buen samaritano.

 

-¿Cómo que no tienes a donde ir? Pasa y llamaremos a tus padres.

 -Mi madre ha muerto. Ya...ya no tengo casa.

-¿Y algún familiar? ¿Algún tío, abuela? ¿Alguien?

-No. No tengo a nadie. Estoy sola.

 

La chica perdió las fuerzas y casi se cae al suelo, pero Fernando fue rápido y la sostuvo.

 

-Hey, hey. ¿Cuánto hace que no comes?

-No... no lo sé.

-Ven, pasa. Tienes que comer algo. Ya arreglaremos las cosas luego.

 

La ayudó a entrar en la casa. Cogió la maleta y la dejó junto a la puerta. Le quitó la mochila que llevaba, y no pudo evitar fijarse en los hermosos pechos que lucía la joven. Era delgada pero sus senos parecían abundantes. Debía tener 21 o 22 años, como mucho.

 

La llevó al salón y la hizo sentar en el sofá. Desde su posición más alta, sus pechos parecían aún más apetitosos.

 

"Joder, Fernandito. Esta chica hecha polvo y tú mirándole las tetas. Eres un salido"

 

-Espera aquí. Te traeré algo de comer.

 

La dejó allí y se fue a la cocina. Le preparó un par de sándwiches de jamón y queso, cogió una lata de refresco y se lo llevó.

 

Se la encontró hecha un ovillo, sobre el sofá, llorando otra vez. Dejó la comida sobre la mesa y se sentó a su lado.

 

-Oye, tranquila. No pasa nada. Todo está bien. Mira, se ve que tienes hambre. Te traje mi especialidad. Sándwich de jamón y queso.

 

La chica se incorporó, se secó las lágrimas y cogió un sándwich. Se lo llevó a la boca y empezó a comer.

 

-Gracias - dijo

 

Fernando le abrió la lata de cola y se la dio. Ella le dio un buen trago.

 

-¿Cómo te llamas?

-Leonor.

-Lindo nombre. Leonor...

 

Ese nombre le trajo recuerdos. De su primer amor. También se llamaba Leonor. Y también era morena, de piel clara. Se fijó mejor en la chica que devoraba el sándwich y se dijo que se parecía mucho a aquella Leonor de su juventud.

 

Entonces la chica sacó algo de su bolsillo. Parecía un sobre. Se veía raído, sucio, arrugado al estar en el bolsillo. Se lo acercó a Fernando.

 

Sus miradas se encontraron un segundo. Él vio miedo en los ojos de la muchacha. Cogió el sobre. Fuera, escrito a mano, ponía Leonor.

 

Metió los dedos y sacó el contenido. Una carta, escrita también a mano, y una foto. Cuando miró la foto, su corazón casi se para. Era una foto de él y de la Leonor de su pasado. Había sido tomada en la playa, en aquel mágico verano en que la conoció. Boquiabierto, miró la foto y después a la chica. Ahora el parecido era más evidente.

 

-¿Eres...eres su hija?

-Sí.

-Entonces, ella...

-Murió la semana pasada - dijo la chica al tiempo que una lágrima caía por su mejilla - Esa carta me la dio el día que murió.

 

Fernando aún no podía reaccionar. Se quedó mirando a la chica, que se frotaba las manos, nerviosa. Cuando se serenó un poco, empezó a leer.

 

"Mi querida Leonor.

Ya no puedo seguir luchando más. Al final, esta maldita enfermedad me ha vencido. Créeme si te digo que he luchado con todas mis fuerzas, por ti, por no dejarte sola.

 

Pero ya no puedo más. Las fuerzas me abandonan y sé que se acerca el final. Lo que más siento, por encima de todas las cosas, es que te quedes sola. Eso no me deja descansar.

 

Por eso te voy a decir la verdad. Y la verdad es que tu padre no ha muerto. Te mentí. Aún vive. Y no sabe nada de ti. No sabe que existes.

 

Lo conocí un verano. Nos enamoramos locamente y me quedé embarazada de ti. Pero mi familia se enteró y me llevó lejos, arrancándome de su lado, sin poderme siquiera  despedir de él.

 

Traté de buscarle, pero no pude. No sabía casi nada de él. Odié a mis padres por haberme separado de mi primer y único amor, y por eso me marché de casa.

 

Quizás no debí hacerlo. No te pude dar una vida digna. Mi familia era una familia con dinero y por orgullo renuncié a todo aquello. Te quité lo que era tuyo.

 

Años después, por casualidad, me encontré con él. Lo reconocí enseguida, pero él no me vio. Quise acercarme, decirle que era el padre de una preciosa niña, pero no estaba solo. Estaba con otra mujer. Supuse que se habría casado, que tendría otros hijos. No quise destrozarle a él también la vida.

 

Pero ya no tengo tiempo. No puedo seguir cuidando de ti. Búscalo, dile quien eres. Y dile que nunca dejé de amarlo.

 

Se llama Fernando Cifuentes.

 

Te quiere, siempre, tu madre"

 

Mientras él leía la carta, Leonor le miraba. Con el corazón encogido. Era su padre, pero no lo conocía. Y era lo único que le quedaba.

 

Fernando terminó de leer. Con un nudo en el estómago levantó lentamente la mirada para encontrarse con la de Leonor. Sin saber como, supo que era verdad. Supo que esa chica era en verdad su hija.

 

-¿Por qué no me lo dijo? ¿Por qué? Yo también la busqué. Y cuando al fin di con sus padres me dijeron que se había ido, que no sabían nada de ella.

-No lo sé. La verdad, no lo sé. No quería destrozar tu vida, supongo. Tu... matrimonio.

 

Uno de los temores de Leonor, además de ser rechazada por su padre, era que su mujer no la aceptara tampoco. Que no permitiera que una extraña se entrometiera en sus vidas.

 

-¿Pero qué matrimonio? ¡Si nunca me he casado!

 

Ella le miró, sorprendida.

 

-No entiendo...Entonces... ¿Esa mujer con la que ella te vio?

-No sé con quien me vería. ¡Quién sabe! Una amiga, mi hermana. No lo sé.

 

Fernando empezó a comprender. Leonor, su primer amor, a la que buscó todo lo que pudo, ya no estaba. Ahora sabía por qué había desaparecido de repente, sin una explicación, sin una adiós. Ahora sabía que ella también lo buscó. Y que cuando por fin lo había encontrado, por una maldita confusión no pudieron volver a estar juntos. ¡Pero si él jamás había vuelto a amar a ninguna mujer como la había amado a ella!

 

Miró a Leonor, su hija, una desconocida. El vivo retrato de su madre. Temblaba. Estaba aterrada.

 

-Siento lo de tu madre.

 

Ella se derrumbó y comenzó a llorar desconsoladamente de nuevo. Fernando se acercó a ella y la abrazó.

 

-Tranquila, Leonor. Todo se va a arreglar.

-No... ella...ella ya no está. Estoy sola. Sin nadie. Sin sitio a donde ir. Sin sitio en donde vivir.

-¿Cómo es eso?

-Vivíamos de alquiler. El casero me echó cuando no pude pagarle el alquiler.

 

Fernando le acarició el cabello, tratando de calmarla. Ella seguía llorando.

 

-Bueno, te puedes quedar aquí hasta que busquemos una solución.

 

Leonor gimió, en su llanto, pero ahora de alivio. Se veía a sí misma vagando por las calles, durmiendo en algún sucio portal, expuesta a quién sabe qué. Pero ahora, ese hombre, su... padre, le ofrecía cobijo, aunque fuera temporal.

 

-Gra... gracias.

-No hay de qué.

 

Se quedaron unos minutos así, abrazados, hasta que ella se empezó a calmar.

 

-Debes de estar agotada.

-Sí, no puedo más.

-Date una ducha y te vas a dormir. Ya verás como mañana no ves las cosas tan negras.

 -Gracias...Fernando.

 

Una leve sonrisa apareció en los labios de la chica. Aún con la cara sucia, enrojecida e hinchada, era hermosa.

 

-Ven, tengo una habitación para invitados.

 

Le cogió la maleta y la mochila y la llevó hasta la habitación. Era sencilla pero completa.

 

-Instálate. El baño principal está allí  - le dijo señalando una puerta al final del pasillo.

-Gracias.

-Y deja de darme las gracias, ¿Vale? - dijo, sonriendo.

-Vale - respondió, también con una sonrisa.

 

La dejó en la habitación y volvió al salón. Se sentó en el sofá. En la televisión Messi marcaba otro golazo de los suyos, pero Fernando no le prestaba la más mínima atención. Su vida, en un instante, había dado un tremendo vuelco.

 

Leonor, a la que nunca dejó de amar, había muerto. Y ahora tenía una hija. De repente, a sus 43 años, era padre. Así, sin pedirle permiso, sin buscarlo.

 

-¿Y ahora qué? - dijo, frotándose las manos, nervioso - Al menos me ahorré lo del cambio de pañales.

 

Nunca había pensado en tener hijos. Para eso era necesario primero contar con una mujer con la que querer pasar el resto de la vida. Y esa mujer no llegó a existir. La única que podría haber sido esa mujer, Leonor, había desaparecido de repente.

 

Oyó a lo lejos el ruido de la ducha.

 

Leonor estaba acurrucada en la bañera. El agua caliente caía sobre su cuerpo. Otra vez lloraba. Por una parte estaba aliviada. Tenía un sitio donde dormir. Al menos por unos días. ¿Pero después qué? Aunque Fernando era su padre biológico, era un desconocido. No tenía ninguna obligación para con ella. Podría, simplemente, echarla de la casa como había hecho el desalmado del casero.

 

Y entonces, volvería a estar sola. Sin sitio a donde ir. Sin futuro alguno. Sin ninguna esperanza.

 

Se desahogó unos minutos y después recordó a su madre. Aunque al final la maldita enfermedad pudo con ella, siempre había sido una luchadora. Nunca se dejó derrotar y las había sacado a las dos adelante. Habían tenido una vida pobre, sin lujos, pero digna.

 

"Vive el día a día, Leonor. Las cosas al final, se arreglan", le solía decir.

Se levantó, se enjabonó y después de secó. Se sentía algo mejor. Se envolvió en una toalla y se fue a su habitación.

 Había sido un día agotador, lleno de nervios, de temores. Necesitaba dormir. Buscó en su maleta un pijama y se lo puso. Abrió la cama dispuesta a acostarse y abandonarse a un reparador sueño, pero se dijo que debía, al menos, darle las buenas noches a Fernando. Siempre le daba las buenas noches a su madre. Ella solía abrazarla y darle un beso en la frente. ¡Cómo echaba eso de menos! Solo el recordarlo hizo que sus ojos se humedecieran.

Descalza, salió del cuarto para decirle a Fernando - aún no podía considerarlo como su padre -que se iba a acostar. Siempre había vivido sola con su madre, así que ni se fijó en como iba vestida. Se acercó a la puerta del salón.

-Fernando, me voy a dormir. Estoy muy cansada.

-Va...vale...Leonor. Que descanses.

 

Cuando la vio aparecer, Fernando sintió un estremecimiento. Por un momento pensó que era Leonor, la madre, no Leonor, la hija. La miró mejor, dándose cuenta de quien era. Y de como iba vestida. Con un pijama corto, ajustado, que dibujaba un precioso cuerpo, de figura esbelta. Supo que no llevaba sujetador. Sus generosos pechos se marcaban con total claridad, así que desvió la mirada con rapidez o se habría quedado embobado mirándolos.

 

Pero cuando ella se dio la vuelta, no pudo evitar que sus ojos se clavasen en sus nalgas. Un culito redondo, respingón, precioso, que el ceñido pantaloncito no hacía más que resaltar. Se quedó paralizado mirando como se mecía hasta perderse por el fondo del pasillo.

 

-¡Wow! - exclamó en un susurro.

 

Sintió una presión en los pantalones. Tenía la polla dura.

 

-¡Joder!

 

Leonor, ajena a todo, se metió en la cama, se acurrucó, tapándose hasta las orejas, y se durmió en el acto. Fernando, sin embargo, se pasó largo rato sentado en el sofá, sin prestarle atención a la televisión. Sin prestarle atención a nada. Solo pensaba, cavilaba.

 

-¿Y ahora qué? ¿Qué hago? ¡Una hija! Así, de sopetón. Sin avisar.

 

A las tantas de la madrugada sintió ganas de irse a dormir. Se levantó, apagó la tele, las luces y se fue a su habitación. Pasó antes por el baño, a hacer pis. Cuando salió, miró hacia la puerta del cuarto de invitados. ¿Estaría ella bien?

 

Se acercó cauteloso y escuchó a través de la puerta. No oyó nada. -Buena señal - se dijo. Pensó que detrás de esa puerta Leonor dormiría, con ese pijamita tan sexy que la hacía tan adorable y apetecible.

 

Notó que su polla empezaba otra vez a hincharse y se marchó, sigiloso pero deprisa, hacia su cuarto.

 

-¡Joder, Fernando! ¡Qué es tu hija!

 

Se puso un pijama y metió en la cama, dispuesto a dormir. Le costó, pero el sueño, finalmente, le venció.

 

+++++

 

Cuando Leonor abrió los ojos, al principio no sabía en donde se encontraba. Lo primero que notó fue que la cama le era extraña. También el olor de la habitación. Poco a poco empezó a recordar.

Estaba en casa de su padre. Todo volvió a su mente. Toda la angustia, todo el dolor. Se levantó y salió al pasillo. La casa estaba en silencio. Apenas la conocía. El salón, el pasillo, el baño y el cuarto en donde había dormido. Se dirigió al baño.

 

Fernando se despertó. No había descansado mucho. Su sueño había sido agitado. Tenía muchas ganas de orinar, así que con los ojos terrosos y medio cerrados, se levantó y salió a prisa hacia el baño.

 

Abrió la puerta y se quedó congelado. Allí, sentada en la taza del wáter, estaba Leonor. Los dos se sobresaltaron.

 

-Uy, perdona - dijo Fernando, saliendo y cerrando la puerta.

 

Se fue corriendo al baño pequeño. No se pudo quitar la imagen de Leonor de la cabeza. Estaba sentada, con el pantaloncito en los tobillos. Sus piernas eran preciosas. Largas, torneadas. De piel blanca y seguramente suave y sedosa. Cuando llegó al baño le costó orinar. La polla volvía a tenerla dura.

 

Leonor terminó de orinar y volvió a su habitación. Se dijo que tendría que tener más cuidado. Ya no estaba sola con su madre. Ahora, al menos por un tiempo, iba a vivir con su padre. La próxima vez cerraría con pestillo la puerta.

 

Se miró en el espejo que había sobre la cómoda del cuarto. Estaba despeinada, con los ojos aún algo hinchados. Sacó de la maleta su neceser y se adecentó un poco. Cepilló su azabache cabello. A su mente acudió la imagen de su madre cepillándole el pelo suavemente largos minutos. Le entraron ganas de volver a llorar, pero se dijo que no. Que ese era un recuerdo lindo. Algo que siempre tendría. Así que se forzó en sonreír, y lo consiguió.

 

En la otra punta de la casa, Fernando hacía esfuerzos para vaciar su vejiga. La fuerte erección que tenía no le ayudaba. Cuando por fin pudo desprenderse de toda la orina, su polla se negaba a desinflarse. Solo había una cosa que podía hacer. Se aseguró de que la puerta del baño estaba cerrada, se agarró la polla y empezó una 'terapéutica' paja. Aunque trató por todos los medios de no pensar en la hermosa muchacha que tenía bajo su techo, no pudo evitar que su imagen se mezclara con la imagen de las otras mujeres en que solía pensar cuando se masturbaba.

 

Se corrió con intensidad, apuntando el chorro de abundante y espeso semen dentro de la taza. Jadeando tras el reparador orgasmo, echó de la cadena y se lavó las manos. Su polla empezó la retirada.

 

Salió del baño y fue hacia la cocina, a prepararse un café. Lo necesitaba.

 

+++++

 

La cafetera empezó a burbujear. Leonor la escuchó desde su habitación. Le apetecía un café calentito. Buscó sus zapatillas en la maleta y se la puso. Salió de su cuarto y siguió el agradable aroma de café recién hecho hasta la cocina. Allí estaba Fernando, de espaldas.

 

-Hola. Buenos días - saludó Leonor.

 

Fernando se giró para mirarla. Seguía con aquel pijamita tan sexy. Su cabello lucía recién peinado. Luchó con todas sus fuerzas para que sus ojos no se fueran derechos a las dos prominentes redondeces que eran los pechos de la chica.

 

-Ho...hola Leonor. ¿Qué tal has dormido?

-Bastante bien. La verdad es que estaba agotada.

-Sí, imagino. ¿Te apetece un cafecito?

-Sí, por favor.

-¿Cómo lo quieres? ¿Solo, con leche? No tengo sacarina. Solo insalubre azúcar refinado.

-Con un poco de leche y azúcar.

 

Fernando sirvió dos humeantes tazas y las puso sobre la mesa de la cocina. Ella se sentó.

 

-Oye... perdona por lo de antes - dijo Fernando - No estoy acostumbrado a que haya alguien en casa.

-No pasa nada. Fue culpa mía. En casa nunca cerrábamos las puertas con llave.

-Bueno, a partir de ahora tocaré ante una puerta cerrada, por si las moscas.

-Vale - dijo Leonor con una suave y encantadora sonrisa.

 

Se tomaron el café, en silencio. Fernando lo intentó, pero no pudo evitar admirarla cuando ella tenía la vista baja. Sus pechos subían y bajaba al ritmo de su suave respiración. La tela del fino pijama era como una segunda piel. Los pezones de la chica se intuían claramente. Los pechos, a pesar de su generoso tamaño, se adivinaban duritos y levantados, aún sin sujetador.

 

"Ummm, vaya par de tetas que tiene esta chica", se dijo Fernando con los ojos clavados en ellas, pero atento a la mirada de Leonor para cambiar la suya con rapidez. Su polla empezó a despertarse otra vez.

 

-Gracias por el café, Fernando. Gracias... por todo.

-No hay de qué, Leonor.

 

Leonor miró a Fernando. Miró a su padre. Su madre nunca le habló mucho de él. Apenas unas palabras cuando ella, de pequeña, le preguntaba. Crecer sin un padre le resultó duro, sobre todo cuando fue lo suficientemente mayor como ver a sus amigas con sus propios padres. Siempre le faltó algo. Aunque su madre la colmó de cariño y amor, siempre sintió que no era completo. Quizás por ser mujer anhelaba el calor de un padre. Poco a poco fue entendiendo que eso que necesitaba nunca lo iba a tener. Su padre estaba muerto y solo tenía a su madre.

 

Sin embargo, su madre ya no estaba y sentado, en frente suyo, el que sí estaba era Fernando.

 

Sus miradas se encontraban de vez en cuando. Ninguno de los dos sabía que decir. Eran, después de todo, unos completos desconocidos. El primero que habló fue Fernando.

 

-¿Qué piensas hacer, Leonor?

 

Ella se estremeció. Los dedos le temblaron. Entendió que él la estaba echando, que la urgía a desaparecer lo más pronto posible de su casa, de su vida. Casi no le salió la voz cuando le respondió, con la mirada baja.

 

-No...no lo sé. No te preocupes por mí. Mañana me iré. Ye me las arreglaré.

 

Fernando vio como ella temblaba. Como de sus ojos caían nuevamente lágrimas. Comprendió que su pregunta, así, de sopetón, en las circunstancias de ella, había sido un poco cruel. Se maldijo a sí mismo por ser tan insensible. Se levantó y fue hacia ella. Se arrodilló a su lado.

 

-Me entendiste mal, Leonor - le dijo, con voz suave - No tienes que irte a ninguna parte. Esta es ahora tu casa. Puedes quedarte el tiempo que quieras. Es solo que como te dije no estoy acostumbrado a vivir con nadie. Dame tiempo para acostumbrarme ¿Vale?

 

Ella le miró, con sus lindos ojos negros. Él acercó una mano y le secó las lágrimas, calmándola en el acto. Sintió tanto alivio ante la posibilidad de quedarse allí, de no tener que vagabundear por las calles, que se arrodilló junto a él y  lo abrazó con fuerza.

 

-Gracias, gracias Fernando. Eres todo lo que me queda. Trataré de no ser un estorbo para ti. Y en cuanto pueda valerme por mí misma, me iré.

 

Sorprendido por el repentino abrazo, Fernando la rodeó también con sus brazos, con cautela. Contra su pecho sintió como se aplastaban los dos de ella, haciendo que su entrepierna pugnara por coger aire. Le acarició el cabello, con ternura.

 

"Joder, tú siempre a lo tuyo" -dijo, dirigiéndose mentalmente a su descarada polla. "¡Qué es tu hija, coño!"

 

-Venga, siéntate.

 

Ella volvió a sentarse y él hizo lo propio, con rapidez, para que ella no llegase a ver el evidente bulto que se formaba en su pijama.

 

-A lo que me refería antes es que... Bueno. No sé nada de ti. ¿Qué haces? ¿Estudias, trabajas? - preguntó, poniendo cara de bobo al darse cuenta de que parecía la clásica pregunta de un ligón de discoteca.

-Estaba estudiando para técnico de laboratorio.

-¿De grado superior?

-Sí. Pero lo dejé cuando mi madre...enfermó.

-Bueno, ¿Pero podrás retomarlo, no?

-Supongo. Buscaré un trabajo. No quiero ser una carga.

-Leonor...no hace falta. No soy rico, pero vivo desahogadamente. Puedes concentrarte en los estudios.

 

Fernando se sorprendió a sí mismo. Se dio cuenta de que estaba ejerciendo de padre responsable.

 

-¿A qué te dedicas? - se interesó ella.

-Soy arquitecto municipal.

-Funcionario.

-Jeje sí. Pero de los que trabajan.

-¿Los hay que trabajan? No sabía... -dijo ella con cara inocente.

 

Los dos rieron con ganas, haciendo que la tensión se suavizara bastante. Lo que no se suavizó fue la hombría de Fernando, ya que la risa de Leonor hacía que sus pechos se moviesen arriba y abajo... turgentes... apetecibles.

 

"Esto va a ser un tortura. Como siga usando esos pijamitas a mi me da algo.", pensó Fernando. "Será mi hija, pero está más buena que el pan...Joder, ya está hablando mi lado sátiro".

 

Esperó unos minutos para que sus partes nobles se calmaran.

 

-Si vas a vivir aquí, será mejor que conozcas la casa. No es que sea una mansión, pero es lo que hay.

-Solo el salón es más grande que donde vivía con... mi madre.

-Bien. Esto,  habrás adivinado, es la cocina - dijo haciendo un gesto y abarcando la estancia.

-Sí, eso lo pillé - respondió Leonor, sonriendo.

-Chica lista. Esa puerta da a la despensa. Aquella da al cuarto de lavado. Ven.

 

Se levantó y Leonor lo siguió. Abrió la puerta que daba a la pequeña solana.

 

-Lavadora y sacadora. Esa cesta es para la ropa sucia. Dos veces en semana, lunes y jueves, viene una señora a limpiar la casa. Ella pone la lavadora y se encarga de todo.

-Bien.

 

Leonor lo siguió por el resto de la casa. Su padre le enseñó el baño pequeño, la habitación que usaba él como estudio y otra habitación con dos camas.

 

-Es una casa grande - dijo la chica.

-Bueno, sí. Para una persona sola es algo grande. Pero fue una oportunidad. La compré más bien como inversión para el futuro y al final me acostumbré a vivir aquí.

-Ah, veo.

 

La llevó al baño principal, en donde hacía un rato la había pillado orinando.

 

-Coge dos repisas del armarito para tus cosas. Los mejunjes de mujer.

-Vale. Gracias.

-Y... bien. Eso es todo.

 

Ella le miró a los ojos. Al ser más baja que él, tenía que levantar la cara.

 

-Gracias otra vez, Fernando... por...

-Nah, ya basta de gracias - la cortó, esbozando una sonrisa.

 

Sus ojos negros eran preciosos. Algo tristes, pero hermosos. Sus labios carnosos, invitaban a besarlos. Más abajo, aunque luchaba por no mirarlas, Fernando sabía que sobresalían sus dos hermosas tetas.

 

-Te dejo tranquilo para que hagas lo que suelas hacer. No quiero ser un estorbo.

-Ay, que no eres un estorbo, mujer. Es domingo, y los domingos no hago nada. Bueno sí.

-¿Qué?

-El vago.

-Jajajaja.

 

La sincera risa de Leonor volvió a provocar un sensual movimiento de las redondeces de la hermosa joven. Fernando desvió la mirada.

 

-Bueno... esto...voy a vestirme e iré a por pan - dijo Fernando saliendo con rapidez del baño.

 

Leonor estaba en la puerta, y al pasar Fernando junto a ella, se rozaron. Él echó las caderas hacia atrás para no restregarle su medio dura polla por la barriga, pero no pudo evitar que las dos tetas de Leonor rozaran su pecho. Ella no le dio importancia, ni se dio cuenta, pero a Fernando le provocó que su polla se pusiese dura del todo y se escondió metiéndose en su dormitorio.

 

Para mantener a ralla a su descarado amigo, decidió ponerse un ajustado vaquero.

 

Leonor también se fue a su cuarto. Se quitó el pijama, se puso unas bragas, unos vaqueros y una camisa. Como no pensaba salir, no se puso sujetador. No solía llevarlo nunca en casa.

 

Ya más tranquila después de hablar con Fernando, sacó las cosas de la maleta y empezó a colocarla en el armario. Había salido tan precipitadamente de su casa que no pudo coger todas sus cosas.

Lo que sí cogió, lo único que jamás habría dejado, fue un porta retratos con una foto de su madre. La colocó sobre la cómoda, mirándola con un nudo en la garganta.

 

-Pues ya está, mamá - le dijo a la foto - Ya conocí a mi padre. Parece un buen hombre. Me ha...acogido en su casa. Creo que estaré bien.

 

Se secó las lágrimas que no pudo evitar que cayeran por sus mejillas. Cogió el pijama y salió hacia la solana. Lo dejó, junto a otras prendas, en la cesta de la ropa sucia. Después regresó al salón.

 

Allí estaba ya Fernando. Cuando la vio entrar, apretó los dientes.

 

"¿Es que esta niña no conoce los sujetadores? ¡Joder!" -. gruñó para adentro al ver claramente las dos tetas casi desnudas.

 

-He puesto ropa a lavar. ¿No te importa, verdad?

-Claro que no mujer. Mañana la señora pondrá la lavadora.

-Bien.

 

Leonor se frotó los muslos. No sabía qué hacer. Se acercó al otro sofá y se sentó. Puso las manos sobre las rodillas, mirando al techo.

 

-¡Así que el vago! - se le ocurrió decir.

-Sip. Algunos dirían que el funcionario.

-Jajajajaja.

 

Fernando se arrepintió enseguida del tonto chiste. No por la encantadora risa de Leonor, sino por como se movían sus tetas al compás de su risa. Y encima, el pantalón ajustado no solo no evitó que su polla no se empezara a despertar, sino que al estar tan constreñida, le molestaba.

 

-Ah, el pan. Bajo a la panadería de la esquina. ¿Quieres algo especial?

-No, pan está bien.

-A esta hora lo tienen calentito. Vuelvo enseguida.

La dejó allí sentada y salió a toda prisa hacia la puerta, esperando que la presión de los pantalones cesase.

Leonor aprovechó que Fernando se iba para levantarse y mirar las fotos que había en uno de los muebles. Eran gente totalmente desconocida para ella. Dos personas mayores. Se preguntó si serían los padres de Fernando, sus abuelos. Vio la foto de una mujer, de 30 y largos. Se parecía algo a su padre. ¿Sería su tía? ¿Sería esa la mujer que su madre había visto con Fernando y que había tomado por su esposa?

 

Se dijo, con tristeza, que si ese día lo hubiese visto solo, quizás las cosas habrían sido diferentes. Pero ya no se podía hacer nada.

El ruido de la puerta la hizo girar. Fernando, con una bolsa en la mano, iba hacia la cocina.

 

-¡Pan calentito, Leonor! Vamos a desayunar - le gritó por el camino.

Lo siguió a la cocina y le ayudó a preparar el desayuno. Él le fue indicando donde estaban las cosas.

 

Fernando lo intentó. Con todas sus fuerzas, pero no podía evitar mirarla. Sería su hija, pero su mente no la veía así. Al menos no aún. Lo que su mente veía era una mujer hermosa, con un cuerpo de infarto. Si su culito ya era hermoso en con pijama, ahora, enfundado en aquellos vaqueros, era... ¡Perfecto!

 

La presión de sus pantalones, en la zona baja, volvió.

 

Desayunaron y se fueron a ver la tele. Fernando buscó una película para ver. Los dos trataban de hablar, para conocerse un poco.

 

Al medio día le preguntó a Leonor si le gustaba la comida china. Ella le dijo que le encantaba y pidieron arroz tres delicias, tallarines tres delicias, ternera con pimientos y pollo con almendras.

 

Después de comer Fernando le dijo que se iba a hacer una siestita. Ella también se fue a su cuarto a dormir un poco. Leonor se durmió enseguida, no así Fernando. Su polla, dura como una piedra, no le dejaba.

 

 No tuvo más remedio que agarrarla y darle lo que quería. Empezó una placentera paja, con los ojos cerrados. Nicole Kidman, arrodillada entre sus piernas, le sonreía acercando su boca a su enhiesta polla. Pero su precioso cabello rubio se fue oscureciendo y su cara se fue transformando en la de Leonor.

 

-'Dita sea...

 

Apretó los ojos. Scarlett Johanson, vestida de blanco y rubita, corría por el desierto. No era Ewan McGregor, sino él, el que iba con ella. El que le miraba aquel precioso culito.

 

-¿Te gusta mi culito... papi? - le preguntó Scarlett, solo que ya no era Scarlett... era Leonor.

 

Estaba claro que su cabeza iba por libre. Que le importaba un bledo quien era ella. Fernando se dijo que era inútil luchar, que mientras todo quedase ahí, encerrado en su libidinosa cabeza, no pasaría nada. Se abandonó a su lujuriosa imaginación.

 

-Me encanta tu culito, Leonor.

-¿Y nada más? - le preguntó ella, mirándolo como miraban las chicas de los videos de internet y acariciándose las tetas.

-Tienes unas tetas preciosas. Toda tú eres preciosa.

-¿Por eso me miras tanto?

-¿Te diste cuenta?

-Y también vi como se te pone la polla. ¿Es por mí, papi?

-Claro que es por ti - le dijo, acercándose a ella y tomándola entre sus brazos. La agarró por el soberbio culo y le restregó la polla por la barriga. Ella, gimió.

 

Minutos después Fernando estalló en un intenso orgasmo que lo dejó relajado y pudo dormir.

 

El resto del día pasó igual. Vieron un poco la tele. Intentaron hablar, conocerse, pero ninguno de los dos sabía muy bien qué decir.

 

Sobre las once de la noche, Fernando se despidió.

 

-Mañana me levanto temprano, Leonor. Me voy a dormir.

-Ah, bien.

-Esto..., la señora llega a las nueve. Tiene llave, así que no te preocupes. Le dejaré una nota. Tú...haz lo que quieras. Puedes tomarte un par de días sin hacer nada antes de volver a las clases.

-Sí, eso haré. Gracias.

-De nada. Buenas noches.

-Buenas noches.

 

Leonor se quedó un rato más viendo la tele. Cuando el sueño la venció se fue a dormir.

 

+++++

 

A las siete de la mañana el despertador sonó. Fernando lo silenció de un manotazo. Adormilado se levantó y tal como estaba fue al baño. Como un autómata, casi sin abrir los ojos, orinó y después empezó a afeitarse. Cuando vio el cepillo del pelo rosa en la repisita, todo vino de repente a su cabeza.

 

Leonor, su hija, estaría durmiendo. Se acercó a la puerta del baño, que había dejado abierta, y la cerró. Por no despertarla y por evitar un accidente como el del día anterior.

 

Aseadito, volvió a su habitación y se vistió. Cogió el pijama y lo llevó al cesto de la ropa sucia.

 

Cuando levantó la tapa, allí, sobre el resto de la ropa, vio el pijamita que Leonor llevaba el día anterior. El pijamita que ella tenía tan pegadito a su piel.

 

Lo miró. La tentación era muy grande. Se lo imaginó como estaba ayer. Cuando la había mirado no había distinguido que ella llevase braguitas. ¿Quizás su juvenil coñito había estado directamente contra la tela del pijama? Despacito, mirando hacia la puerta, como un niño a punto de robar un caramelo en una tienda, movió el pantaloncito y descubrió, debajo, unas bragas blancas. Y como él no usaba bragas, solo podían ser de Leonor. Iba a cogerlas cuando la parte sensata de su cabeza le hizo retirar la mano.

 

Cerró el cesto y fue a la cocina a prepararse un café. Aprovechó ese tiempo para escribirle una nota a la señora Amparo. No sabía muy bien que decirle.

 

"Buenos días, Amparo.

En la habitación del fondo tengo una invitada. Se llama Leonor. Va a vivir aquí durante un tiempo.

 

Un abrazo."

 

Releyó la nota. Era simple y escueta. No quiso darle más explicaciones por el momento, y menos en una nota. Ya habría tiempo cuando le fuera a pagar el mes.

 

Se tomó un café bien cargado. Se disponía a ir al baño para darse el último repaso de peine y un chorrito de colonia cuando algo en su cabeza le dijo que cuando Amparo llegase, pondría la ropa a lavar y perdería la oportunidad.

 

No se podía creer lo que hizo. Parecía otra persona la que se acercó de nuevo al cesto de la ropa sucia, lo abrió y cogió aquellas braguitas. Parecía otra persona la que se las llevó a la nariz y aspiró el aroma. Pero fue su polla la que se puso dura, formando un más que evidente bulto en sus pantalones de fina tela.

 

Las devolvió al cesto y las tapó con ropa de él. Primero se sintió mal, como una especie de degenerado. Pero después se rio de sí mismo. Muchas veces había leído, en relatos eróticos a los que era aficionado, como el protagonista se dedicaba a oler la ropa interior de las mujeres, generalmente sus madres o hermanas. Era una práctica que él nunca pensó en llegar a hacer. Y acababa, justamente, de hacerlo. Se prometió a sí mismo que nunca más volvería a hacer una cosa así.

 

-Estás fatal, Fernandito.

 

Fue al baño. Se peinó, se puso un poquito de perfume y se marchó a trabajar.

 

+++++

 

Amparó llegó puntual. Abrió la puerta con su llave y lo primero que vio fue la nota que le había dejado Fernando. Se acercó y la leyó. Levantó la ceja derecha.

 

Sabía que Fernando no era un santo célibe. Sabía que de vez en cuando se acostaba con alguna mujer. Nunca vio a ninguna, pero al ser la encargada de la limpieza encontraba pruebas. Algún cabello en la almohada o en la ducha... Hasta una vez unas bragas olvidadas bajo la cama. Pero era la primera vez que una de ellas se quedaba en la casa.

 

-Quizás al final este hombre siente la cabeza... ¿Pero por qué la hace dormir en ese cuarto? Yo no me voy a escandalizar. Ya es mayorcito - se dijo.

 

Sin más, se puso a realizar sus labores.

 

Sobre las 9 y media Leonor se despertó. Se desperezó y fue al baño a hacer pis. Oyó ruidos en la cocina. Primero pensó que sería Fernando, pero luego recordó que debía de ser la señora que limpiaba. Ella y su madre nunca habían tenido nadie que las ayudara en esas cosas. La casa era pequeña y el presupuesto, corto. Volvió a su cuarto para vestirse y después fue a la cocina. Allí, limpiando la vitro cerámica estaba la señora.

 

-Buenos días - dijo Leonor.

-Buen... - empezó a decir Amparo, que se quedó muda al ver a la 'invitada'.

-Soy Leonor.

-Hola. Soy... Amparo.

 

La mujer aún seguía petrificada. Esperaba encontrarse a una mujer bastante mayor que la jovencita que tenía delante.

 

"Pero...Pero... ¿Qué le pasa Fernando? ¡Pero si esta chica podría ser su hija! ¡Por el amor de dios!" - pensó, mirando de arriba a abajo a aquella jovencísima mujer.

 

-Encantada - dijo, amablemente, Leonor.

 

Esperaba que Amparo le dijese lo mismo, pero se dio la vuelta y no le respondió.

 

Vio que había café en la cafetera. Debía de estar frío, pero 30 segunditos en el microondas y listo. Se acercó al armario, cogió un vaso y sirvió un café. Amparo la miró de reojo.

 

"Mírala, mírala. Con qué desparpajo se mueve. Como si estuviera en su casa. Mejor le diera vergüenza. ¿Cómo puede estar con un... viejo?" - farfulló para sí.

 

-¿Le apetece un café, Amparo? - preguntó con educación Leonor.

-No, gracias - respondió la mujer, seca.

 

Leonor no entendía esa actitud. Trataba de ser amable y solo recibía frialdad. Se dijo que después de todo la acababa de conocer. Quizás, como empleada, mantenía las distancias con los habitantes de la casa. Puso su café en el microondas y lo calentó.

 

Cuando sonó la campanita, lo sacó, le añadió azúcar y se sentó a tomárselo. Amparo seguía a lo suyo, sin mirarla, ignorándola. Tomó un sorbito de la aromática bebida e intentó entablar una conversación con aquella fría mujer. No tenía otra cosa que hacer.

 

-¿Hace mucho que trabaja para mi padre? - le preguntó.

 

Amparo dio un respingo. Se giró hacia Leonor.

 

-¿Tú padre? - dijo mirándola con los ojos abiertos como platos.

-Sí. Fernando es mi padre.

-¡Coño! No sabía que tenía una hija.

-Ni él. Se enteró ayer.

 

Amparo se sentó en la mesa, junto a Leonor y escuchó atenta la historia que la joven le contó. Su actitud, fría hasta ese momento, cambió.

 

-Pobrecita niña. Imagino lo que habrás sufrido.

-Sí. La verdad es que ha sido muy duro. De la noche a la mañana me vi en la calle. Si no es por Fernando...

-Aquí estarás bien. Fernando es un buen hombre. Yo no lo veo mucho, pero siempre ha sido muy amable y correcto.

-Se ha portado muy bien conmigo. Me ha acogido sin saber nada de mí.

-Bueno, eres su hija, sangre de su sangre. No podía hacer otra cosa. Uf, necesito un cafelito. ¿Quieres otro?

-Sí, gracias.

 

Amparo sirvió dos cafés y se lo tomaron. Después Leonor se fue al salón a pasar la mañana. Sin otra cosa que hacer se dedicó a ver la tele hasta que sobre las dos de la tarde Amparo se marchó.

 

-Me voy ya, Leonor.

-Hasta luego.

 

Siguió mirando la televisión hasta que oyó la puerta, un poco después de las tres de la tarde... Sonido de llaves contra cristal y después apareció Fernando. Iba vestido con un traje, chaqueta y corbata.

 

-Hola Leonor. ¿Qué tal el día?

-Hola Fernando. Pues... bien.

-¿Aburrida?

-Un poco. Creo que mañana volveré ya a clases.

-Sí, creo que es lo mejor. Te hará... - iba a decir olvidar - sobrellevar mejor las cosas.

 -Eso espero.

-Ah, toma. Te hice copias de las llaves. Como esta es ahora tu casa tienes que poder entrar y salir cuando quieras.

 

Leonor, emocionada, iba a abrir la boca.

 

-Shh, nada de gracias - la cortó él.

-Vale - respondió, sonriendo.

-¿Necesitas... dinero?

 

Leonor bajó la cabeza, avergonzada. Solo le quedan 3€ en su modero. Fernando notó su azoramiento y con delicadeza le levantó la cara. Vio sus ojos brillando por exceso de agua.

 

-No tienes nada de que avergonzarte, Leonor.

 

Fernando sacó su cartera y le dio 100€ en billetes de 20.

 

-Toma, para tus gastos. Cuando necesites más me lo pides. Creo que lo mejor será abrirte una cuenta para que dispongas de una tarjeta.

 

Con la mano temblorosa Leonor aceptó el dinero. Se preguntó que hubiese sido de ella si Fernando hubiese sido otra clase de persona.

 

-¿Tienes hambre?

-Uf, mucha.

-Y yo. Veamos que nos preparó Amparo.

-¿También cocina?

-Sí, también cocina.

-Ya decía yo que me llegó antes un olorcillo muy rico.

 

Entre los dos pusieron la mesa en la misma cocina. Fernando gratinó los macarrones que Amparo había preparado, sabiamente, para dos personas.

 

-Amparo se sorprendió cuando le dije quien era.

-¿Se lo dijiste? - preguntó Fernando.

-Sí. Yo... lo siento - de disculpó Leonor pensando que quizás él no quería que Amparo supiese quien era.

-No pasa nada, mujer. Es solo que no quise decírselo en una simple nota. Pensaba hablar con ella un día de estos.

 

Comieron tranquilamente. Fernando ya no trató de evitar mirar a la hermosa muchacha. Llevaba ese pantalón vaquero que tan bien le sentaba y una camiseta morada, de esas ajustadas. Al menos se había puesto sujetador, por lo que sus lindas tetas no saltaban a la mínima.

 

Pero por la noche, después de la cena, Leonor se puso, para estar más cómoda, un pijama.

 

"Ummmm, pero que requetebuena está esta chica. Qué requetebuena está... mi hija", pensó Fernando cuando ella se sentó en el otro sofá a ver la tele.

 

La miró con disimulo. Comprobó que no llevaba sujetador. Sus pezones se marcaban ligeramente tras la fina tela de la camisa.

 

"Uf, seguro que cuando se le ponen duritos se marcan como dos pitones.... ¡Joder, Fernando! Que te vas a poner cachondo otra vez".

 

Leonor se acurrucó en su sofá de tal manera que Fernando pudo mirarla y admirarla sin que ella se diese cuenta. Se quedó contemplando como su pecho subía y bajaba al ritmo de su suave respiración. Recordó a su madre, su Leonor. Era muy parecida a la hija. Mismo cabello negro. Misma piel pálida. Pero era más escasa de pecho. Bastante más escasa.

 

Cuando se dio cuenta, su polla formaba un buen bulto en su pijama. Se tapó con las manos, pero no dejó de mirar, de espiar, a Leonor. Más tarde, a oscuras en su cama, su mano subía y bajaba a lo largo de su dura barra. Con los ojos cerrados ya no pensó en ninguna actriz, en ninguna vecina hermosa, ni siquiera en ninguna de sus esporádicas amantes. Solo había una mujer en su cabeza. Leonor. Fue en ella en la que pensaba cuando se corrió intensamente en su mano minutos después.

 

+++++

Cuando al día siguiente Leonor se despertó y se dio cuenta de que estaba sola en la casa, se vistió, cogió sus cosas y se marchó a la escuela. No hubiese soportado estar toda la mañana allí, en la casa, sin nada más que hacer que recordar.

Sus compañeros la saludaron efusivamente cuando la vieron, sobre todo Julián, un guapo chico que la rondaba desde hacía tiempo. Le dio dos besos en las mejillas y la abrazó.

-Hola Leonor. Te he echado mucho de menos.

-Gracias Julián.

Había salido una vez con él, al cine. En la oscuridad el chico le robó un beso, al que ella correspondió. Pero no habían llegado a más. Su madre enfermó y ella desapareció.

 

-Siento mucho de lo tu madre. Nos enteramos de... ya sabes.

-Sí...pero ya...descansó. Gracias.

Leonor sintió que los ojos se le mojaban. Julián también.

-Bueno, Leo. Me tienes para lo que sea. Vamos a tomar un cafelito.

-Vale.

Fueron a la cafetería a esperar la siguiente clase. Leonor apenas habló. Julián, sin dejar de mirarla, le acariciaba las manos. Consiguió hacerla sonreír contándole un par de chistes malos.

-¿Qué clase toca ahora? - preguntó la chica.

-Con el plasta de Don Manuel.

Leonor no consideraba un plasta a Don Manuel. De hecho, era su profesor preferido. Siempre se le aceleraba el corazón cuando lo veía entrar en clase. Era un hombre maduro, sobre los 45 años. Las sienes ya ligeramente plateadas... Alto, elegante. Un profesor duro, pero respetuoso. Y con ella siempre era muy educado. Leonor no podía evitar sonrojarse ligeramente cuando él le preguntaba algo en clase.

Desde que Leonor se desarrolló y se hizo mujer, cuando empezó a mirar a los hombres de manera distinta a como lo había hecho hasta entonces, se dio cuenta de que los que más la atraían eran los hombres mayores. Los chicos jóvenes la rondaban, al ser una muchacha sumamente atractiva, pero a ella no le atraían.

La primera vez que se masturbó en su cama no se imaginó en los brazos de algún cantante jovenzuelo que trajera loquitas a las adolescentes en aquel momento, o en algún guapo actor joven de una película romántica. Mientras se frotaba entre las piernas como una amiga le había dicho que hiciera, se imaginaba entre los brazos de un hombre descocido, que olía como olía un vecino suyo, casado y con una hija de su edad. Un hombre sin rostro que le decía cosas hermosas.

Ella nunca pensó en el por qué de aquello. Pero el haber crecido sin un padre a su lado le hacía anhelar eso que le faltaba. Eso que veía que sus amigas sí tenían. Quizás por eso eran los hombres mayores los que la atraían. En ellos veía al padre que nunca tuvo. En ellos proyectaba todos sus deseos, incluidos los nacientes deseos sexuales.

Cuando Don Manuel entró en la clase y la vio sentada, la miró.

-Me alegra que vuelva  a estar con nosotros, Srta. Olivares.

-Gracias, Don Manuel - respondió, bajando la mirada y notando calor en sus mejillas.

 

Julián, que se había sentado a su lado, le dio un codazo.

 

-Jeje, creo que le gustas al plasta.

-No seas bobo - le dijo, devolviéndole el codazo.

 

Pasó la mañana entre clases y conversaciones con sus compañeros. Le gustó empezar a sentirse como antes, como si nada hubiese pasado.

 

-¿Te llevo a casa? - le dijo Julián después de la última clase.

-No, gracias. Ahora vivo más cerca.

-¿Sí? ¿Has alquilado un piso más cerca? - preguntó, pensando en las posibilidades que eso conllevaba.

-No, vivo con... mi padre.

-Ah...Pensé que había muerto.

-Y yo. Pero no. Vive aún.

-Oh, pues... me alegro. Al menos no estás sola.

 

Primero Leonor sintió un estremecimiento. Aquellas palabras le recordaron de repente todo. La ausencia de su madre, su desesperación al sentirse sola...Pero recapacitó. Julián tenía razón. No estaba sola. Tenía un padre que la había acogido. Apenas lo conocía, pero eso tenía arreglo.

 

-Sí, tienes razón. No estoy sola. Hasta mañana - se despidió, con una sonrisa.

-Hasta mañana.

 

Julián la miró marcharse. Sus ojos iban de su lindo cabello negro a su precioso y cimbreante culito, resaltado por los ajustados vaqueros.

 

"Uf, que buena estás, Leo. Tienes que ser mía. Que no me entere yo que ese culito pasa hambre... jajajaja" - pensó

 

Ajena a los lúbricos pensamientos del muchacho, Leonor se encaminó hasta la parada del autobús y regresó a casa de su padre. Regresó a su casa.

 

Llegó sobre las dos y media. Al rato, llegó Fernando.

 

-Hola Leonor. ¿Cómo estás? - le preguntó con una amplia sonrisa.

-Hola Fernando. Muy bien. Ya recomencé las clases.

-Bien, muy bien. Me alegro de que continúes con tu vida.

-Sí, me hacía falta.

-Veamos lo que tenemos para hoy de comer.

-¿También tienes la comida para hoy?

-Jeje, la de toda la semana. Esa mujer es una joya.

-Ya lo creo. Aunque....

-Dime.

-Ya que estoy aquí podría echar una mano. Aunque sea para las cenas. Es por sentirme útil.

 

Fernando la miró entrecerrando un ojo, con cara inquisitiva. Se llevó una mano a la barbilla y se golpeó la mejilla repetidamente con el dedo índice.

 

-¿Sabes cocinar?

-Por supuesto que sé cocinar.

-Ah, vale, vale. Es que como las mujeres 'modernas' no saben ni freír un huevo.

-Jajaja. Pues yo sé más que eso.

 

Los ojos de Fernando miraron disimuladamente el bamboleo de sus pechos. Su risa era contagiosa y deliciosa.

 

-Pues vale. Las cenas son cosa tuya. Pero cosas ligeritas, ¿Eh?

 -Claro hombre. No te voy a preparar ninguna fabada para cenar.

-Jajaja. Espero que no.

 

+++++

 

Es noche Fernando se masturbaba en su cama. Otra vez con Leonor en sus fantasías. La estuvo espiando mientras veían la televisión. Llegó incluso a tocarse suavemente la polla sobre el pijama cuando ella se durmió en el sofá.

 

Estaba a punto de correrse cuando recordó que ella se había duchado después de cenar. Se dijo que seguramente habría dejado la ropa usada en el cesto. ¿Y si..?. Prometió que nunca más lo haría. Era una tontería, una soberbia estupidez. Pero aún así se levantó, y en la oscuridad de la noche, vigilando que la luz de Leonor estuviera apagada, se escabulló hasta la solana, abrió el cesto y buscó las braguitas.

 

Siguió con la paja, oliendo la prenda, y se corrió a borbones en el suelo aspirando el embriagador aroma del juvenil coñito de su hija.

 

"Fernandito... estás de atar", de decía mientras limpiaba el piso.

 

+++++

 

Pasaron los días, las semanas. Cada uno se fue haciendo poco a poco al otro. Se fueron a acostumbrando a vivir juntos.

 

Fernando continuaba espiándola, mirándola, deseándola en secreto. De vez en cuando se escapaba hasta la solana a buscar las braguitas usadas, aunque cada vez menos. No dejaba de luchar contra su deseo. No dejaba de decirse a sí mismo quien era esa chica. Se recriminaba los prohibidos deseos que su cuerpo tenía.

 

Leonor se dio cuenta de que Fernando era un buen hombre y empezó a apreciarlo. Siempre la trataba con cariño, con respeto. Si bien al principio eran un poco distantes el uno con el otro, poco a poco se fueron acercando.

 

Un día, ella, sin pensarlo, le dio un beso en la mejilla de buenos días. Le salió sin más, como si fuera lo más normal del mundo.

 

Pero es que era lo más normal del mundo. Una hija que saluda a su padre por la mañana. Ella, sin embargo, no supo lo que ese beso provocó en Fernando. No supo de la poderosa erección que se formó en su pijama. Cuando ella le besó, Fernando sintió su calor, la suavidad de su piel, su ligero perfume, y, sobre todo, sus dos tetas aplastadas contra su pecho. Esas dos tetas que lo tenían loquito desde el día en que ella llegó.

 

Días después Leonor miraba aquellas fotos que Fernando tenía en el salón.

 

-¿Son... tus padres?

-Sí. Son tus... abuelos. Pero los dos murieron hace unos años. Les habría encantado conocerte.

-Y a mí a ellos - dijo, con cierta tristeza.

-La otra es mi hermana, tu tía.

-Parece...simpática.

-Jajaja. Bueno, tiene sus...momentos.

 

A su mente vinieron las continuas peleas que tenía de niños. Pero la quería con locura.

 

-¿Está casada? ¿Tengo primos?

-Está divorciada, sin hijos. Eres la única descendencia de la familia. Al menos por ahora. Creo que ya es hora de que la conozcas.

-Bueno, sí. Ya es hora.

 

Fernando invitó a su hermana a comer ese sábado a un restaurante al que iban de vez en cuando. No le dijo nada sobre Leonor. Por eso Romina se sorprendió cuando lo vio aparecer con aquella hermosa joven a su lado.

 

Romina conocía bien a su hermano. Sabía de su vida, de sus ligues ocasionales. Más de una vez le había dicho que sentara la cabeza, que se buscase a una buena mujer y formara una familia. Que se olvidara de aquella chica de su juventud. Ella nunca llegó a conocerla, pues ese verano se fue de viaje a Londres con su novio, a la postre marido y después ex-marido.

 

Y ahora, el muy capullo se presentaba con una chica preciosa, sí, pero demasiado joven para él. Si podría ser su hija, por el amor de dios.

 

-Hola Romina. ¿Qué tal?

-Bien, bien - saludó, dándole dos besos y mirando de reojo la joven.

 -Te presento a Leonor - dijo Fernando.

-Hola. Encantada - saludó Leonor.

-Hola - respondió, seca, Romina.

 

Fernando miraba a su hermana. También la conocía muy bien, y sabía que por dentro le estaría diciendo de todo. Sabía que ella pensaría que Leonor sería un nuevo ligue, una nueva 'novia'. Desde siempre le gustó chinchar a su hermana. Y ella a él.

 

-¿Nos sentamos? - exclamó el hombre.

 

Galante, le movió la silla a su hermana, que tomó asiento. Después la silla de Leonor. Finalmente, él se sentó en medio de las dos.

 

-Y... bueno, pues ya estamos aquí. Te invité a comer para presentarte a Leonor.

-Ya - dijo Romina, con el ceño fruncido.

 

Fernando tenía ganas de reír. Disfrutaba viéndola rabiar. Conseguir que ella frunciera así en entrecejo era lo más divertido de todo.

 

-Hace unas semanas que Leonor vive conmigo - dijo él, sonriendo.

 

Leonor miraba hacia su padre y hacia su tía. Veía la cara de disgusto que ella iba poniendo. Optó por callarse.

 

-Ya sois mayorcitos para hacer lo que quieran. Tu más. Bastante más.

-¿Sí? No tanto mujer. No seas antigua. Los tiempos han cambiado.

 

"¿Pero qué hace Fernando? Le está dando a entender a su hermana que yo soy....uf.", pensó, asustada, Leonor.

 

-Será que yo soy una antigua, Fernando. No me voy a meter en tu vida, pero no pretendas que encima te ría las gracias.

 -Jajajajajaja.

 

Aquella repentina risa desconcertó a Romina. El muy capullo encima se reía en su cara.

 

-Vete al carajo, Fernando - explotó Romina, intentando levantarse para irse.

-Espera, mujer - dijo Fernando cogiéndola de la mano - No es lo que piensas. Leonor es... mi hija. Es tu sobrina.

 

Romina se quedó como congelada en el tiempo, con la boca medio abierta. Miró hacia la chica, que le sonreía.

 

-¿Tu... hija? - dijo volviendo a sentarse, despacito.

-Sí.

 

Se lo contó todo, y la cara le cambió. Llegó hasta sonreír. Siempre quiso tener sobrinos, aunque no así, de sopetón, claro.

 

El almuerzo, después de todo, resultó agradable para los tres. Romina se despidió de Leonor con dos besos y un abrazo. Quedaron en verse más a menudo.

 

+++++

 

Una de las noches en que miraban la tele, Leonor miró hacia Fernando. Sus ojos se encontraron. Ella no sabía que él llevaba rato mirándola en secreto. Le sonrió. Una sonrisa que le iluminó la cara.

 

A partir de ese día sus miradas se encontraban de vez en cuando. Simplemente, se sonreían.

 

Un día, sin darse cuenta, Leonor empezó también a mirar a Fernando. Primero, rápidas miradas cuando él no prestaba atención. Le gustaba su perfil, de facciones marcadas. Le gustaban sus labios gruesos, carnosos. Sus manos, de dedos largos y finos. Se dijo, para sí, que su padre era un hombre bien guapo.

 

Durante una de las comidas, ya con más confianza entre ellos, se atrevió a preguntarle.

 

-¿Cómo es que no te has casado, Fernando?

-Pues... no sé. Quizás no he encontrado a la mujer adecuada.

 

Llevaba viviendo con su padre ya cuatro meses. Él solo había salido por la noche unas pocas veces a cenar con unos amigos, aunque Leonor notó olor a perfume de mujer cuando él regresaba. Supuso que con 'unos amigos' él se refería a alguna amiga con la que se acostaba.

 

-¿Y... ninguna novia?

-¿Novia? No no. Nada de novias.

-Bueno, no me refiero a una novia para casarte... ya sabes.

 

Fernando entendió a lo que se refería Leonor. Tenía un par de amigas con las que de vez en cuando se daba un buen revolcón. Siempre usaba su casa para los encuentros, pero desde que llegó Leonor había dejado de hacerlo allí. No le parecía adecuado. Por eso había disminuido drásticamente su vida sexual en compañía y había aumentado en mayor proporción el sexo solitario.

 

-Nada serio... ¿Y tú? ¿Algún novio? - preguntó rápidamente antes de que ella preguntase algo más.

-No. Nada de novios por mi parte.

-Pues que raro. Eres una chica... -dudó en si decirlo o no - preciosa.

-Oh, gracias - dijo Leonor ruborizándose ligeramente.

-¿Ni siquiera ningún chico que te haga tilín?

-Tampoco.

 

"Yo conozco a uno al que le haces, más que tilín, tolón, que te desea desde el primer momento en que te vio, pero que jamás te tendrá", pensó Fernando.

 

Leonor no le contó que el sábado anterior, cuando había ido al cine, no lo hizo con unas amigas, como le dijo. Fue con Julián, quien llevaba tiempo insistiendo en volver a salir con ella. No le contó que en la oscuridad de la sala él la había besado. Que ella se dejó besar, incluso llegando a devolverle los besos. No le contó que se estremeció cuando el chico empezó a acariciarla. No le dijo que sus pezones se endurecieron al sentir las manos de Julián abarcar sus pechos, ni las agradables sensaciones que sintió entre sus piernas. O como tembló su mano cuando Julián se la tomó y la puso sobre su bragueta, para que notara la dureza que allí se escondía. No le dijo que no quitó la mano, ni que apretó, excitada.

 

Tampoco le contó que cuando Julián llegó a meter su mano por debajo de la falda y notó que los dedos estaban a punto de llegar a sus bragas, le quitó la mano, se levantó y salió corriendo.

Y ni se le ocurrió decirle que esa noche, acostada en su cama, seguía excitada. Que se acarició los pechos como Julián había hecho, pellizcando suavemente sus duros pezones. Que metió su mano por dentro de su pijama y se acarició la rajita hasta correrse, apretando la cara contra la almohada para que su grito de placer no lo oyera nadie. Nadie sabría que en esos momentos de éxtasis no era Julián el que llenaba su mente. Era un hombre mayor, un hombre maduro. Una figura, aún sin rostro, que la besaba, que la acariciaba y le enseñaba todo sobre el placer. Se imaginó a sí misma acariciándole a ese hombre desconocido su dureza, su... polla... como había hecho esa tarde con Julián. Ese hombre la enseñaba a darle placer, a recorrer con su mano su duro miembro hasta hacerlo estallar.

 

+++++

 

La mañana en que todo cambió amaneció como cualquier otra mañana. Antes de que Fernando se marchara a la oficina, como ya se había hecho habitual, Leonor se despidió de él con un beso en la mejilla, pero un involuntario movimiento de Fernando hizo que los labios de Leonor casi se rozaran con los de él. Esa vez no fue solo Fernando el que sintió un estremecimiento.

 

-Que...tengas un buen día, Fernando.

-Y tú también, Leonor

 

Sus miradas se encontraron un instante. Ambos la apartaron a la vez.

Esa mañana, en aquel punto de inflexión, Leonor no prestó atención a Don Manuel. Toda la mañana estuvo pensando en ese beso. En las sensaciones que recorrieron su cuerpo.

¿Por qué sintió eso? ¿Por qué la asustaba y al mismo tiempo la hacía estremecer solo de recordarlo? ¿Por qué su mente no dejaba de preguntarse qué hubiese pasado si Fernando hubiese movido un poco más la boca y sus labios se hubiesen encontrado plenamente?

 

Ella besaba mucho a su madre, y su madre a ella. Eran besos llenos de amor, de cariño. Muchas veces se quedaban abrazadas en el sofá, viendo la tele, hablando. Pero jamás había sentido con esos besos las cosquillitas que sintió esa mañana con aquel accidental beso.

 

-¿Estás bien? - le preguntó Julián.

-¿Eh? Oh... sí. Estoy...bien.

-Estás como ausente.

-No es nada.

 

A medida que llagaba la hora de volver a casa se iba poniendo más nerviosa. Por una parte, deseaba volver a ver a Fernando. Por otra, temía ese momento. ¿Se habría dado él cuenta de algo?

 

Llegó, como siempre, antes que él. Preparó la mesa, calentó la comida y esperó a que él llegara.

 

Oyó la puerta. Su corazón empezó a latir. Lo oyó acercarse y aparecer por la puerta de la cocina.

 

-Hola Leonor. ¿Qué tal el día? - le preguntó su padre acercándose a ella.

-Bien. ¿Y el tuyo?

-Pshé, como siempre

 

Él se quedó frente a ella. Esperaba que ella le diese uno de sus cálidos besos. Se miraron a los ojos. Fue solo una fracción de segundo, pero le dio tiempo a Leonor a imaginar que en vez de darle el beso en la mejilla, su boca se posaba en los carnosos labios de Fernando. Los acercó pero el beso fue en la mejilla... Aunque más largo, apenas. Lo suficiente para que él lo notase.

 

Y después del beso, sus ojos otra vez se encontraron. Los de ella brillaban. Tenía los labios entre abiertos.

 

"¡Qué hermosa es! Dios mío.... ¡Qué hermosa es!", pensó Fernando, deseando abrazarla y besarla con pasión.

 

-¿Comemos? - fue todo lo que dijo.

-Sí. Ya lo preparé todo.

-Pues vamos.

 

Durante la comida Leonor trató de comportarse normalmente, pero cada vez que miraba a Fernando sentía cosas. Cosas que no entendía.

 

Esa noche del día del cambio, mientras sus dedos recorrían la mojada rajita de su coño, mientras gemía con su solitario placer, el hombre de sus fantasías adquirió, por primera vez, rostro. El rostro de Fernando. El rostro de su padre. Leonor se corrió con intensidad, atrapando su mano entre sus muslos, mordiendo con fuerza su otra mano, cerrando con fuerza sus ojos.

 

Aún jadeando después del intenso placer, se sintió culpable. ¿Cómo era posible que pensase en Fernando mientras se tocaba? Pero si era... su padre. En todos esos meses que llevaba conviviendocon él, llamándolo Fernando, sabía que era su padre. Aunque nunca pudo decirle padre, o papá. Solo Fernando.

 

Y ahora, a Fernando, a su padre, lo veía antes como hombre que como padre. Tenía que terminar con aquello. No podía ir a más. Él era su padre. Ella era su hija. No estaban bien las cosas que empezaba a sentir.

 

 Su sueño fue agitado, apenas pudo descansar. Se despertó diciéndose así misma que lo del día anterior ya había pasado. Pero cuando entró en la cocina para tomarse un café y lo vio allí, su cuerpo reaccionó. Sintió un ligero cosquilleo en el estómago.

 

-Buenos días - le dijo.

-Buenos días, Leonor. ¿Qué tal has dormido?

-Bien - mintió.

-Ya está preparado el café.

-Ummm, ya lo olí desde mi cama.

 

Con disimulo Fernando la miró. Ella seguía usando aquellos pijamitas que eran como una segunda piel. Su cara, aún adormilada, con el cabello ligeramente revuelto, era hermosa. Admiró sus prominentes pechos. Admiró su tentador culito mientras ella se servía una taza de humeante café. Se la imaginó acostada. Se imaginó así mismo acostado junto a ella. Sintió como su polla reaccionaba.

 

Fue al baño a ducharse y afeitarse. Una fantasía recurrente acudió a su mente. No estaba solo bajo la cálida ducha. Apoyada contra la pared, desnuda, estaba Leonor. Sus bocas estaban pegadas. Las piernas de ella enroscadas en su cintura. Y su polla clavada hasta el fondo de su coñito. Con los ojos cerrados imaginaba  como se follaba a la hermosa Leonor mientras su mano subía y bajaba a lo largo de su polla. Cuando se corrió y su semen salió disparado contra la pared de azulejos, en su mente la llenaba a ella, notando las contracciones de su vagina, los gemidos en su boca.

 

Refrescado y relajado, se vistió y volvió a la cocina a despedirse de Leonor.

 

Lo del día anterior había sido un accidente. El beso que en ese momento Leonor le dio fue premeditado. Fue lento, justo en donde se lo había dado ayer, casi rozando sus labios. Lentamente se separó y se miraron a los ojos.

 

-Que tengas un buen día, Fernando.

-Y tú... Leonor.

 

Él se dio la vuelta y se marchó. Notaba en la cara el calor del beso. Cada vez que sentía contra su pecho la dureza de los de ella, su polla reaccionaba.

 

Ella se llevó los dedos a los labios. ¿La había mirado? Creyó haber visto como los ojos de Fernando, fugazmente miraban hacia abajo. Se miró y comprobó que sus dos duros pezones se marcaban claramente. ¿Los habría visto él?

 

No, no podía ser así. Fernando siempre la había respetado. La trataba con dulzura, con cariño. La trataba como....como un padre trataría a una hija. Todo tenía que ser imaginaciones suyas. Lo que no era imaginación suya era la humedad que sentía entre sus piernas, las cosquillitas que sentía en su estómago.

 

Esa mañana Leonor llegó tarde a clase. No había perdido el autobús. El motivo fue que cuando se estaba duchando no pudo evitar acariciarse. No pudo evitar cerrar los ojos e imaginar que Fernando la abrazaba y la besaba con pasión. Con los ojos cerrados imaginó que eran las manos de él la que frotaban su coñito y la hacían correr. Sus piernas se aflojaron y cayó sentada sobre la bañera, pero siguió acariciándose, llena de deseo. Fernando cogía su mano y la metía dentro de sus pantalones y ella se aferraba a eso tan duro.

 

Volvió a gozar imaginando que los dos, ella y su padre, estallaban juntos.

 

Después, durante la mañana la atormentaron los sentimientos de culpabilidad, y a medida que llegaba la hora de volver a casa, el deseo de volver a ver a Fernando. De volver a besarlo.

 

+++++

 

Sus miradas se empezaron encontrar más a menudo. Y aumentaban la duración. Leonor descubría a Fernando mirándola de vez en cuando, pero se convencía así misma que eran imaginaciones suyas.

 

Fernando notó también que ella le miraba cada vez más a menudo. ¿Por qué sería? ¿Sería acaso que....? No, era su imaginación, su propio deseo el que le hacía ver cosas que no eran. ¿Cómo iba a mirarle ella de aquella forma? Era su padre. Aún así, los besos de saludo eran más intensos. Sus ojos negros brillaban y sus carnosos labios parecía que le susurraban...Bésame.

 

Una noche ella, en vez de sentarse en el otro sofá, se sentó en el mismo que él, en el otro extremo. Rato después se acurrucó, apoyando la cabeza contra el apoyabrazos de su lado y los pies los apoyó muy cerca de los muslos de Fernando. Poco a poco se fue relajando hasta quedarse dormida. Sus piernas se estiraron y se apoyaron sobre los muslos de su padre.

 

La estuvo mirando largo rato. En aquella postura su culito aparecía precioso. Al ser tan cortito el pijama pudo disfrutar del nacimiento de las nalgas. Y no pudo, ni quiso, evitar que su polla reaccionara ante tanta belleza. Comprobando que ella dormía profundamente, llevó sus manos a los tobillos de Leonor y empezó a acariciarlos.

 

Primero, a penas rozando. El corazón latiéndole en el pecho, recibiendo un eco de cada uno de esos latidos en su polla. Si tiraba un poco de las piernas hacia arriba, podría apoyarlas directamente sobre su dureza. Pero no lo hizo. Solo acarició, aventurándose solo hasta un poco más abajo de la rodilla. Disfrutó de la cálida y suave piel.

 

Leonor se despertó, pero no abrió los ojos. Notó las suaves caricias y se estremeció. Fingió dormir, pero estaba atenta a las placenteras sensaciones que recibía. Sensaciones que repercutieron en su cuerpo. Sus pezones se endurecieron. Su coñito se empezó a mojar. Cada vez que los dedos de su padre subían, esperaba que no se detuvieran, que siguieran subiendo.

 

Pero siempre se paraban y volvían a bajar. Llegaban hasta sus tobillos y lentamente, subían otra vez.

 

"Ummmmm, sigue...sigue...no saldré corriendo como hice con Julián. Si sigues...seré tuya".

 

 Fernando ya no podía más. Cuando vio que sus dedos, como con voluntad propia llegaban a las rodillas, paró. Con delicadeza para no despertarla le apartó las piernas y se levantó. Leonor continuó fingiendo que dormía.

 

 Él la miró. Tan hermosa y tan inalcanzable. Se agachó para darle un beso de buenas noches. Acercó su boca a aquellos tentadores labios.

 

"Bésame Fernando. Bésame".

 

El cálido beso no lo sintió en sus labios, sino en la frente. Un cálido, pero casto, beso paternal.

 

-Buenas noches, Leonor. Me voy a dormir - susurró Fernando.

-Ummmmm - respondió ella, como en un entresueño.

 

Fernando no se fue a dormir. Se acostó sobre su cama, se desnudó y agarrándose la enhiesta polla se masturbó. Podría haberse corrido rápido, tal era su excitación, pero prefirió prolongarlo, fantaseando... con Leonor.

 

Si Fernando hubiese salido de su cuarto en esos momentos habría oído gemidos provenientes del salón. Si se hubiese acercado a hurtadillas habría descubierto a Leonor acariciándose.

 

Ella, en cuanto oyó como la puerta de la habitación de su padre se cerraba, metió la mano por debajo de su pijamita y llevó sus dedos a su empapada rajita, comenzando a tocarse, a frotar su inflamado clítoris. Su otra mano se introdujo por debajo de la camiseta y la llevó hasta uno de sus pezones, que pellizcó con suavidad.

 

Su mente imaginaba que Fernando seguía allí. Que sus dedos no se paraban al llegar a las rodillas, sino que lentamente seguían subiendo y subiendo. Ella abría sus piernas para darle paso y él aceptaba la invitación.

 

Su primer orgasmo fue casi simultáneo con el que Fernando tuvo unos metros más allá. Pero mientras el apagó la luz y se dispuso a dormir, ella siguió masturbándose, buscando más placer, imaginando más y más, deseando más y más.

 

+++++

 

La siguiente noche Leonor volvió a sentarse en el mismo sofá. Volvió a recostarse, pero no esperó a dormirse para subir sus pies sobre las piernas de Fernando. Las dejó allí deseando las caricias.

 

-¿Te importa? - preguntó ella  con su linda sonrisa.

-Claro que no.

 

Que ella estuviera despierta retuvo a Fernando, que solo se atrevió a poner sus manos sobre los pies de Leonor. Ella le miró y le sonrió.

 

 Solo cuando la creyó dormida se atrevió a subir las caricias hasta las rodillas.

 

La tercera noche ella no pidió permiso. Se recostó a ver la tele y puso sus pies sobre el regazo de Fernando. Él le acarició los pies con delicadeza.

 

La cuarta noche fue distinta. Leonor, en vez de apoyar sus pies sobre los muslos y la cabeza sobre el apoyabrazos, apoyó su cabeza en el hombro de Fernando. Él se quedó congelado. El suave aroma de su azabache cabello lo embriagó. El sonido de la suave respiración. El calor de su cuerpo.

 

"Ummm, que delicada es. Que rico huele....Por dios...no te pongas dura...ahora no...", pensó, dirigiéndose a su aún dormida polla.

 

Poco a poco Leonor se fue recostando. Y poco a poco la polla de Fernando se fue endureciendo. Si ella seguía bajando, su cabeza se posaría directamente sobre la dura estaca, y eso no se podría disimular.

 

"Joder. ¿Qué hago? Se va a dar cuenta. ¿Qué pensará de mí?"

 

Rápidamente, antes de que ella llegara, Fernando cogió un cojín y lo puso sobre su muslo.

 

-Apóyate aquí. Estarás más cómoda.

--Gracias... Fernando.

 

Así vieron el resto de la película. Ella recostada sobre su regazo. Él, con la polla como una roca bajo el cojín, a escasos centímetros del bello rostro de su hija. Fernando no prestó la más mínima atención a lo que pasaba en la televisión. No dejó de mirar y admirar el delicado cuerpo. Cuando la creyó dormida su mano se apoyó con cuidado sobre uno de los hombros. Y allí permaneció, sin atreverse a más.

 

Luchó contra la tentación. Solo tenía que alargar ligeramente la mano y podría posarla sobre aquel duro pecho. Leonor, con los ojos cerrados, deseó sentir las suaves caricias, pero él no hizo nada. Solo tocó, con mucha delicadeza, su hombro, como cualquier padre haría con su hija.

 

Todo el resto de la semana Leonor se apoyaba en su regazo, esperando algo no nunca llegaba. Se acurrucaba contra él, ofreciéndose, pero solo obtenía caricias en el cabello, en su hombro.

Lo máximo que obtuvo fue la noche del viernes. Sintió los dedos recorrer su antebrazo. Esa caricia la erizó entera. Juntó las piernas, notando las palpitaciones de su coño. Frotó ligeramente los muslos y llegó, incluso, a gemir. Fernando pensó que ella soñaba.

 

Cuando la miró, su polla tuvo un espasmo. Los pezones de Leonor se marcaban con claridad. No eran las suaves marcas de otras veces. Esa noche eran dos prominentes botoncitos que hicieron que su polla babease. Sin dejar de mirarlos se atrevió a llevar su mano derecha hasta su palpitante polla.

Al estar tapada por el cojín sobre el que descansaba la cabeza de Leonor Fernando no pudo tocarse como hubiese deseado. Solo se agarró la parte superior de su rígida estaca y siguió mirando, maravillado, aquellas dos hermosas tetas.

Otro suave gemido de Leonor alertó a Fernando. ¿En qué estaría soñando? ¿Quizás con algún novio? ¿Estaría teniendo Leonor un sueño erótico?

Miró hacia sus caderas. Vio, con asombro, como ella se mecía muy suavemente. Vio como sus piernas se frotaban la una contra la otra. Y la oyó gemir una vez más.

Aquello fue demasiado para Fernando. Era una visión demasiado erótica. Su deseo por aquella mujer era demasiado grande. Cerró los dedos de la mano que agarraba su polla, formando una burda imitación de una vagina y la movió, lentamente, arriba y abajo, apretando.

Mirando sus pechos, sus marcados pezones, viéndola frotarse los muslos y, sobre todo, oyéndola gemir, Fernando se corrió intensamente, como no recordaba en mucho tiempo. Fue un orgasmo silencioso, con los dientes apretados. Se corrió a borbotones contra su mano, manchándose como un adolescente en una polución nocturna. Sus calzoncillos, su pijama, quedaron bañados de su abundante semen.

Jadeando, pero si hacer ruido, pensó en lo que acababa de hacer. Se había corrido mientras miraba a su hija. Se había corrido con ella dormida sobre él, a menos de 10 centímetros de su polla. Su locura había llegado a límites insospechados.

Con cuidado de no despertarla se levantó y fue al baño a lavarse y limpiar el desastre que se había formado en su pijama. Cerró la puerta, aunque sin echar el cierre.

Esa fue la señal que Leonor esperaba. En cuanto oyó la puerta cerrarse, metió la mano entre sus piernas y se frotó la empapada rajita de su coño. En menos de diez segundo se corrió, apretando la boca contra el cojín para que su grito de placer se ahogara.

Oyó la puerta del baño abrirse. No vio como Fernando entraba en su dormitorio y se cambiaba de pijama. Lo oyó acercarse a ella al poco tiempo. Lo sintió tocarla en el hombro.

-Leonor... ¿Nos vamos a la cama?

Ella sintió un estremecimiento por todo su ser. ¿Acaso Fernando la invitaba a...?

-Venga, es tarde - añadió él.

Abrió lentamente los ojos. No era eso. Él simplemente le decía que era hora de dormir.

-Sí, tengo mucho sueño.

Se levantó despacito. Él la esperó. Fernando no pudo evitar quedarse mirando hacia las tetas. Aún se marcaban los pezones. Leonor levantó la vista hacia él y se dio cuenta de a donde miraban sus ojos.

"Me está mirando... Me está mirando"

Los ojos se encontraron. Fernando supo que ella se había dado cuenta de a donde miraba. Sintió vergüenza.

-Bueno, Leonor. Yo...también tengo sueño. Buenas noches.

 -Buenas noches, Fernando.

Se acercó a su padre y le dio un beso de buenas noches, en la mejilla, muy cerca de los labios. Se pegó a él, para sentirlo.

"Abrázame...Fernando...abrázame"

Sin separar los labios, esperó. Pero él no hizo nada. Solo apartarse y marcharse a su dormitorio. Ella apagó las luces y también se fue a la cama. Por el pasillo, recordaba aquella mirada.

"Me estaba mirando. Tenía sus ojos clavados en mí....En mis...pechos"

Entró en su habitación y cerró la puerta. Cuando se miró en el espejo, comprobó como sus duros pezones parecían a punto de romper la fina tela.

-Oh...Él...él me vio así...

Unos metros más allá, Fernando se maldecía a sí mismo.

-Dios, se dio cuenta de que tenía mis ojos clavados en sus tetas. Ahora pensará que su padre es un mirón, un pervertido.

Pero Leonor no pensaba eso. Ella se retorcía de placer sobre su cama. Con los ojos cerrados imaginaba que Fernando llevaba sus manos a sus pechos y los acariciaba. Que se besaban con pasión. No dejó de frotarse ni de fantasear hasta que se corrió otra vez con intensidad.

+++++

La mañana del sábado Fernando se levantó con una gran desazón. ¿Qué pensaría ella ahora de él? ¿Lo evitaría, dejaría de hablarle? Se dijo que lo mejor sería hablar con ella. Pedirle perdón.

¿Pero cómo decirle que lo tenía loquito? Que no había dejado de pensar en ella desde que llegó. Que deseaba su cuerpo, su hermoso y tentador cuerpo, y que los pijamas que usaba no hacían más que aumentar ese deseo.

"Quizás debería pedirle que use ropa menos...ajustada... Pero ella podría decirme que soy un asqueroso por mirarla así, que soy su padre y que un padre jamás debería mirar a una hija como yo la miraba a ella.".

Oyó ruidos en la cocina. Después el silbido de la cafetera. Se acercó a la cocina, dispuesto a hablar con Leonor. A hablar con su hija.

Ella estaba de espaldas. Sus ojos se posaron en el redondo culito de Leonor. Después bajaron hasta los tobillos y fueron subiendo lentamente hasta llegar a la negra cabellera. También su polla subió lentamente.

-Buenos días, Leonor - dijo, serio.

Ella se dio la vuelta y le sonrió con una de aquellas sonrisas que iluminaban una habitación. No parecía molesta.

-Buenos días Fernando.

Se acercó a él y le dio su beso de la mañana. Pero en esa ocasión lo abrazó con fuerza, cogiéndolo desprevenido. Pegó su cuerpo al suyo. Aplastó su pecho contra el del él. Aspiró su aroma y, contra su barriga, lo notó.

Enseguida supo lo que era. Era la polla de Fernando. Estaba dura, presionando contra su cuerpo, entre la barriga y el pubis. Él se quedó petrificado.

"Se ha dado cuenta. Leonor está sintiendo contra ella mi polla. Ahora se separará y me dirá la clase de depravado que soy."

Leonor no se separó. Siguió abrazada a él, con los ojos cerrados. Con su cabeza apretada contra su pecho. Sintiendo. Y cuando se separó, por fin, le miró a los ojos y le sonrió.

-Voy a vestirme. He quedado con unas amigas en el centro.

 -Si quieres, te acerco.

-Vale. Gracias.

Leonor se fue a vestir. Su cabeza le daba vueltas, llena de pensamientos.

"Tenía la polla dura. ¿Será que le gusto? ¿Será que...me desea? Sí, tiene que ser eso...Él...me...desea"

Buscó entre su ropa lo más adecuado. Eligió un pantalón vaquero y una camisa blanca, ajustada. Se miró en el espejo y se encontró hermosa. Se dijo que se había vestido así para él.

Antes de salir del cuarto, se desabrochó un botón de la camisa. Quería que él la mirara.

Fernando la esperaba en el salón. Cuando la vio aparecer se quedó embobado mirándola. A Leonor le encantó como él reaccionó.

-¿Estoy guapa, Fernando?

-Estás...arrebatadora, Leonor. Preciosa.

-Oh, gracias.

-Seguro que volverás loquitos a los que te vean - se atrevió a decir Fernando.

-Solo hay uno - dijo ella, mirándole a los ojos - al que quiero volver loco.

Fernando sintió un pinchazo de celos. Imaginó que Leonor se refería a algún chico, a algún amigo con el que salía o quería salir.

"A mí ya me tienes loquito..." - se dijo.

-¿Nos vamos, señorita?

-Nos vamos, caballero.

Cogieron el coche y Fernando la acercó hasta el centro comercial. Antes de bajarse del coche, después de quitarse el cinturón de seguridad, Leonor se acercó a Fernando y le dio un beso en la mejilla. Un largo y sensual beso.

-Gracias por traerme, Fernando.

-De nada. Que lo pases bien

-No volveré tarde. Nos quedamos a comer por aquí.

Fue solo un instante, pero ella lo esperaba. Los ojos de Fernando bajaron y miraron el generoso escote que ella se había puesto para él.

Con la polla otra vez dura, Fernando miró como ella se alejaba, sin despegar los ojos del bamboleante culito.

"Esto es una tortura", pensó Fernando.

Durante la mañana Leonor casi no participó de las conversaciones con sus amigas. Estaba en otra parte. Pensando, cavilando.

Fernando la miraba. Y esa mañana había demostrado deseo. Había sentido contra ella su dura polla... Recordó las caricias de los últimos meses. ¿La miraría mientras ella dormía o se hacía la dormida? Se dijo que sí.

Pero nunca la tocó de una manera que pudiese considerase inapropiada. Solo había recibido por parte del él respeto, cariño.

¿Y si todo eran imaginaciones suyas? ¿Y si solo eran elucubraciones de su mente? Quizás era solo el reflejo de su propio deseo. Quizás para Fernando ella no fuera más que lo que era. Su hija.

-¿'Tas bien? - le preguntó Lucía, una de sus amigas.

-Oh, sí. Muy bien.

-Pues parecías en Babia.

-Estoy bien.

"No...Él no me desea. Todo me lo he inventado yo. Solo soy su hija".

+++++

Sobre las siete regresó a su casa. Fernando estaba mirando la televisión.

-Hola. ¿Qué tal lo pasaste?

-Bien.

Ella entró en el salón. Iba a darle un beso, pero se sintió tonta. Era solo su hija. No le gustaba. Se sentó en el otro sofá, sin mirarle.

Fernando notó que algo iba mal. ¿Quizás había discutido con ese novio misterioso?

-¿Te pasa algo, Leonor?

-No nada...

-¿Seguro?

-Sí.

Siguieron, en silencio, mirando la televisión hasta la hora de cenar.

-Voy a cambiarme antes de la cena - dijo Leonor.

-Vale. La voy calentando.

Se puso un pijamita limpio, de esos que siempre usaba. Durante la cena descubrió varias veces los ojos de Fernando fijos en sus tetas.

"¿Por qué me mira así? ¿Será que de verdad le gusto? ¿Entonces por qué no hace algo?...No seas tonta. Deja ya de pensar en esas cosas. Solo eres su hija."

Recogieron entre los dos la mesa y dejaron la cocina limpia.

-Hoy ponen una buena película, creo - dijo Fernando.

-Ah...vale...La vemos.

Fernando se sentó en su sofá, en donde siempre. Esperaba que ella se sentase a su lado, pero para su pesar, ella se recostó en el otro sofá. La película empezó y los dos callaron.

"Ya no quiere estar a mi lado. Notó esta mañana mi polla contra su cuerpo y ya no quiere que la toque jamás. Seguro que piensa mal de mí. Y tiene toda la razón"

Durante el primer intermedio, Leonor aprovechó para ir al baño a hacer pis. Cuando regresó iba a sentarse otra vez en el sofá en que estaba, pero echaba de menos el calor y las caricias de Fernando. Se conformaría con eso. Con las caricias y el cariño de un padre hacia una hija.

Así que en vez de ir al sofá pequeño se sentó al lado de Fernando y apoyó la cabeza en su hombro. Él le dio un tierno beso en la cabeza que la hizo estremecer.

Siguieron viendo la tele. Leonor empezó  oler el aroma de Fernando. Ese agradable olor, mezcla de aftershave, perfume y feromonas. Cerró los ojos y aspiró.

"Ummm que bien hueles, Fernando. Me embriaga tu olor".

Se recostó un poco, solo ligeramente, apoyando aún la cabeza en su hombro. Sintió la imperiosa necesidad de abrazarlo, así que le pasó el brazo izquierdo por encima del pecho y apoyó la mano a la derecha  de la cintura.

Así solía ver la tele muchas veces con su madre. Pero con ella no sentía lo que ahora sentía. Era algo muy distinto. Sintió el calor del cuerpo del hombre. Su pecho contra el de ella.

No notó como Fernando se tensaba. Él siempre tenía preparado un cojín para cuando ella apoyara la cabeza en su regazo. Pero ahora ella seguía apoyada contra su hombro. Lo tenía rodeado con su brazo. Notaba el calor y la dureza de las dos tetas contra su pecho.

Y notó, con horror, como su polla respondía, inflamándose.

"No, no...no te pongas dura ahora. Ella...ella se dará cuenta".

Su polla ignoró por completo sus suplicas. Siguió hinchándose e hinchándose, formando un más que evidente bulto en su pijama.

"Si ella mira se dará cuenta. Oh dios...que no mire, que no mire. Que se duerma antes"

Leonor, miró. Bajó la mirada un segundo y se quedó parada.

"Oh...la tiene...dura..."

Sin apartar los ojos de la erección de Fernando, Leonor notó como su corazón empezaba a latir con fuerza. Notó como sus pezones se endurecían y como su coñito se empezaba a mojar.

"¿Por qué se le pone así si solo soy su hija? Solo le he abrazado y... se excita... “

Fernando miraba la tele, deseando que ella se durmiera. Leonor miraba, fijamente, hacia la entrepierna de su padre. Su coñito ya era un mar de jugos.

"¿Y si es por miedo? ¿Y si teme que yo piense mal de él por sentir deseo hacia mí? Sí, tiene que ser eso. Fernando jamás se atreverá a tocarme. Siempre me va a respetar..."

Frotó los muslos. Los pezones empezaron a dolerle de lo duros que se les habían puesto.

"Jamás me tocará. Jamás intentará nada... A menos que yo..."

La mano con que lo abrazaba, que  apoyaba contra su cintura, lentamente, empezó a moverse. Sin apartar los ojos del abultado pijama fue bajando la mano, atenta a cualquier reacción negativa de Fernando. Pero la única reacción que notó fue el retumbar de su pecho. El corazón de Fernando empezó a latir con fuerza.

"¿Qué hace?...Dios... ¿Qué hace?"

La mano de Leonor estaba ya sobre su barriga. Pero no se detuvo. Siguió bajando, despacito. Al no encontrar ningún impedimento, no se detuvo hasta que sus dedos casi rozaban aquella dureza. Se quedó allí, quieta, esperando una señal para seguir.

"¿Estará dormida? A lo mejor está simplemente dormida. No ha visto nada...solo duerme", pensó Fernando.

Pero entonces Leonor, lentamente, levantó la cabeza y le miró a los ojos. Sus miradas se encontraron y Fernando se perdió en ella. Se quedó sin respiración cuando la mano avanzó y se posó sobre su dura polla. Se estremeció cuando Leonor la acarició, cuando la recorrió con sus delicados dedos.

Cuando ella entrecerró los ojos y se mordió el labio, Fernando llegó al límite de su cordura. Era su hija, pero jamás había deseado a nadie como la deseaba a ella en esos instantes. Acercó su boca a aquellos tentadores labios y la besó.

Aquel beso le quemó en los labios a Leonor. Todo su cuerpo se estremeció. Agarró la dura polla y se entregó a los labios de su padre. Él la abrazó, con fuerza, atrayéndola hacia él, sin separar sus labios de los de ella. Las bocas se entreabrieron y las lenguas se buscaron la una a la otra. Fue un largo intenso beso que encendió aún más a la chica, que se sintió arder entre las piernas.

Deseaba sentirla directamente en la mano, piel contra piel. Con los ojos cerrados, gimiendo dentro de la boca de su padre, metió la mano por dentro del pijama y atrapó la dura polla. Se sorprendió de lo dura y suave que era. Estaba caliente. La abarcó con los dedos y la notó gruesa. La polla palpitaba. Cuando empezó a mover la mano, arriba y abajo, haciendo su primera paja notó, con alegría, como Fernando gemía también en su boca.

Él aún no se creía que aquello fuese real. Era como un sueño hecho realidad. La cálida manita de Leonor recorría su polla lentamente. Sus labios sensuales se frotaban con los suyos. Chupaba su lengua. Y contra él, contra su pecho, sus dos maravillosas tetas.

Leonor separó ligeramente su boca de la de él, para poder susurrar. Sus palabras rompieron las últimas barreras de Fernando.

-Tócame...por favor...tócame.

¿Quién podría resistirse ante esa petición? Fernando no. Sin dejar de besarla llevó una de sus manos hasta las tetas de Leonor. Casi se corre cuando la abarcó con la mano y la apretó. Notó en la palma el duro pezón. Ella gimió con más intensidad cuando empezó a acariciarla

-Agggg.... sí...sí...acaríciame así... que rico...

Besó sus mejillas, su frente, su barbilla, su cuello... pero sobre todo, su boca. Ella continuaba agarrando su polla, subiendo y bajando su mano, aún dentro del pijama.

-Quiero verla.... Quiero ver... tu polla.

Oír decir aquella palabra a aquel ángel lo llevó casi al borde del orgasmo. Ella abandonó su boca para poder mirar hacia abajo. Él apartó el pantalón con la otra mano, descubriendo su hombría, que Leonor no soltó ni un momento. Leonor se quedó mirándola, sin palabras. Le pareció hermosa. Descubrió que de la punta salía un líquido transparente y lo esparció con el pulgar.

El placer era demasiado intenso. El deseo acumulado tantos y tantos días no pudo ser reprimido más. Fernando notó que se iba a correr sin remedio si ella no paraba.

-Aggg, Leonor....no puedo más...para...para o.....

Ella no paró. Siguió moviendo su mano hasta que notó como el cuerpo de Fernando se tensaba. Notó como la polla se contraía y de repente, un potente chorro blanco salió disparado de la amoratada punta y se estrelló contra su pijama, sobre sus tetas.

Sorprendida, dejó de mover la mano, pero la polla no dejó de escupir. Cada chorro iba  acompañado de una contracción. Los primeros cinco chorros, potentes, intensos, cayeron sobre su pecho. Los siguientes, menos fuertes, cayeron desde su barriga hasta el pubis de Fernando.

Cuando él empezó de nuevo a respirar, a jadear. Leonor apretó la polla desde la base hasta la punta, extrayendo un último chorrito de semen.

Sin soltar la polla, se incorporó un poco. Miró a Fernando, que con los ojos entornados jadeaba. Él miró el estropicio que había montado. El pijama de Leonor estaba cruzado por varios regueros de semen, sobre todo sobre las tetas. Los pezones se marcaban como nunca.

-Uf, como te he puesto. Yo... lo siento - se disculpó Fernando.

-Yo no lo siento - dijo, sonriendo levemente.

Mirándola a los ojos, llevó una sus manos a aquellas dos tentadoras tetas y las acarició. Esparció su semen por la tela, manchándola aún más. Leonor jadeó.

-¿Mejor me la quitas, no? - dijo.

Fernando tiró de la camiseta. Leonor tuvo que soltar la polla para que él pudiera sacarle la camisa por la cabeza. Cuando se la quitó la tiró al suelo y se quedó embobado mirando los desnudos pechos de Leonor.

Esa mirada, ese brillo que Leonor vio en los ojos de su padre mientras la miraba, la hicieron estremecer.

-¿Soy linda?

-Eres la cosa más linda que he visto en mi vida, Leonor. Eres...perfecta.

Alargó una mano y acarició una de las tetas. Cálida, suave, dura. Llevó su otra mano al otro pecho y los acarició los dos al tiempo. Leonor gimió de placer.

Y gimió más fuerte cuando él acercó su boca y empezó a lamerle y a besarle los pezones. Eran como pequeñas descargas eléctricas de puro placer las que la recorrían cada vez que él chupaba uno de sus duros botoncitos. Lo rodeó con sus brazos, atrayéndolo hacia él.

-Ummm, que placer... no pares...sigue besándome así...

Él no tenía intención de parar. Su mano derecha se apoyó en la cadera de Leonor y bajó hasta llegar al pantaloncito del pijama.  Ella lo deseaba. Deseaba sentir los dedos de Fernando acariciándole allí, en su coñito, que palpitaba entre sus piernas. Notó como la mano le acaricia el muslo en dirección a su rodilla. Y cuando la mano empezó a regresar, abrió sus piernas, en una clara indicación de lo que deseaba.

Fernando aceptó la invitación. Regresó de la rodilla por la cara interior de los muslos, hasta que llegó al fondo, hasta que la posó sobre el coñito de su hija. La humedad traspasaba la tela del pijama

-Ummm, Leonor... estás...mojadita.

 -Aggggg, mucho... Es de deseo....por ti.

Como hiciera ella antes, metió la mano por dentro del pijama. Acarició el poblado Monte de Venus y bajó, despacito, hasta recorrer con sus dedos la resbalosa rajita del juvenil coñito.

Leonor cerró las piernas y se corrió. Fue un orgasmo largo, intenso, arrollador. Los dedos de Fernando se llenaron de los juguitos que aquel coñito destilaba, notando la tensión que aprisionaba el cuerpo de la mujer. Tenía uno de los pezones entre los labios y lo succionaba, por lo que no pudo ver en la cara de Leonor el reflejo del placer que estaba sintiendo.

Cuando Leonor terminó de correrse y empezó a jadear, Fernando le tapó la boca con la suya, besándola con infinita pasión y dulzura, sin dejar de masturbarla... Sin dejar de acariciarla.

Consiguió en pocos minutos hacerla correr otra vez, frotando su clítoris entre dos dedos y chupando su lengua. Y siguió...siguió tocándola, besándola por todas partes, hasta que el tercer orgasmo que atravesó el cuerpo de su hija la dejó agotada, sin fuerzas.

Dejó de acariciarle el coñito. La besó con más dulzura. La abrazó con fuerza. Leonor apoyó su cabeza en el pecho de su padre. Fernando le acarició el cabello.

-Eres tan hermosa, Leonor.

-Yo... ¿Te gusto? Me refiero a si te gusto como mujer.

 -Desde el primer momento en que te vi.

Leonor cerró los ojos, con una sonrisa de felicidad en el rostro. Lo abrazó también a él.

Estuvieron así varios minutos, abrazados. Leonor abrió los ojos y vio la polla, posada sobre la barriga de Fernando, otra vez dura. Llevó hasta ella una mano y la acarició.

-¿Vamos a la cama? - preguntó Fernando.

´

Él le había hecho esa pregunta muchas veces. Siempre significaba lo mismo. Cada uno se iba a su propia cama, a dormir. Pero Leonor no deseaba irse a dormir. No deseaba irse a su solitaria cama. Se giró y le miró a los ojos.

-¿A... tu cama?

-Sí. A mi cama.

El rostro de Leonor se iluminó. Acercó su boca a la de su padre y lo besó. Se estremeció cuando él volvió a acariciarle las tetas. Agarró la dura polla y comenzó a hacer su segunda paja.

Tener a aquella deseada mujer entre sus brazos, aquellas maravillosas tetas atrapadas y sentir la suave mano subir y bajar a lo largo de su verga era algo que Fernando jamás pensó en sentir. Algo que imaginó mil veces, convencido de que solo sería eso, un sueño.

Si la dejaba seguir así se volvería a correr. Leonor lo excitaba como ninguna otra mujer.

Sin que ella soltara la polla, la cogió en brazos y la levantó. Leonor lo rodeó por el cuello sin dejar de besarlo. La llevó hasta su cama y la acostó.

-Déjame admirarte - dijo Fernando.

Leonor se tapó la boca con las manos. La manera en que él la miraba la hacía estremecer. Fernando tiró del pantaloncito. Ella levantó las caderas para que pudiera sacarlo. Cuando la tuvo totalmente desnuda, se incorporó. La miró.

-Leonor...eres... eres...

-¿Qué?

-Perfecta.

Admiró cada centímetro de piel. De la blanca piel. Sus ojos llegaron al pubis, negro como su cabello. De un negro intenso que contrastaba con su pálida piel. No pudo evitar acariciarla, empezando por las rodillas y subiendo lentamente.

Y como hiciera antes, Leonor lo recibió abriendo las piernas, ofreciéndose. Fernando recorrió la mojada rajita con las yemas de sus dedos al tiempo que su boca bajaba hasta uno de los pezones, el cual fue succionado y lamido.

-Aggggggggg....que placer...

-¿Te gusta? -le preguntó levantando la cabeza.

-Sí, es... maravilloso. Ummmm.

Era una delicia recorrer aquel coñito con los dedos. Notar las reacciones del bello cuerpo ante aquellas caricias.

El placer aumentó. Leonor sabía que se correría otra vez gracias a aquellos maravillosos dedos, gracias la boca, a los besos, pero ella deseaba más. Lo deseaba todo. Deseaba ser por fin una mujer completa. Deseaba que su padre la hiciera mujer.

Después de tantos meses viviendo con él, aprendiendo a conocerlo, aprendiendo a amarlo, acostada en su cama, desnuda, siendo acariciada por él, fue la primera vez que no lo llamó Fernando.

-Papi... te deseo....fóllame...fóllame papi.

-Oh, mi niña, ya también te deseo. Con todo mi ser. ¿Estás segura?

-Nunca he estado más segura.

-¿Quieres que...que papi te folle?

-Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.

Fernando se desprendió de los pantalones y se puso entre las piernas de Leonor. Ella le miraba, con los ojos entornados, mordiéndose el labio, las piernas abiertas. Esperando, deseando.

Se tumbó sobre ella, dejando su polla a la entrada del coñito de su hija. La miró a los ojos, que brillaban como nunca. Las palabras de ella le habían llegado al alma. Quería volver a oírlas...

-Pídemelo otra vez. Dime lo que quieres que te haga papi.

-Fóllame - imploró, mirándole a los ojos - Fóllame papi. Fóllame...

Fernando apretó. Empezó a meter su polla en el caliente y apretado coñito de su hija. Fue despacito, mirando como la cara de Leonor se desencajaba de placer. Hasta que llegó a un barrera, algo que le impedía seguir. Asombrado, le preguntó.

-Pero... ¿Eres virgen?

Leonor no respondió. Lo rodeó con sus piernas, atrayéndolo hacia él.

-Fóllame papi...por favor...lo deseo...te deseo.

Fernando empujó, rompiendo la barrera y enterrando su polla hasta el fondo de la acogedora vagina. Se quedó quieto, mirando la preciosa cara de Leonor, que mantenía los ojos cerrados.

Leonor apenas sintió el dolor de la desfloración. Lo único que sentía era el enorme placer de sentirse llena, de sentir sobre ella el peso del cuerpo de su padre. Abrió los ojos y se encontró con los de él. Le sonrió.

-Ummmm....ya no soy...virgen. Me hiciste mujer, papá.

Fernando le cerró la boca con un beso y comenzó a moverse. Muy despacito, apenas sacando un poco la polla y volviendo a enterrarla hasta el fondo. El intenso placer se apoderó de ambos, que se acariciaron con las manos, buscando sus bocas, sus lenguas.

Él fue aumentando el ritmo, follándola cada vez con más fuerza, arrancándole más y más gemidos.

-Dios...que placer...papi...me gusta...no pares de...follarme...

-Oh, mi vida...como me gusta follarte. Te he deseado tanto estos meses...Y ahora todo se ha cumplido.

Leonor se estremeció cuando él le dijo 'mi vida'. Lo abrazó más fuerte, acariciando su nuca, su espalda. Notó que algo iba a estallar dentro de ella. Apretó los dientes y se corrió, arqueando la espalda sobre la cama, sintiendo como la polla de su padre no dejaba de entrar y salir de ella.

Fue un intenso y largo orgasmo, que la dejó después sin fuerzas.

Fernando paró, dejó de follarla, pero sin sacar su polla del cálido nido. Esperó a que ella abriese los ojos.

-Papi...ha sido...maravilloso.

-¿Te gustó como te folló papi?

-Ummmmmmmmmm, sí.

-Pues... voy a seguir follándote - dijo, volviendo a moverse dentro de ella

-Agggggggggggg, papiiiiiiiiiiiii.

La volvió a follar, comenzando despacio para ir poco a poco aumentando la intensidad. Leonor gozó de las placenteras embestidas, gimiendo sin parar.

Fernando notó que su orgasmo se acercaba. Redobló sus esfuerzos, follándola ahora con mucha fuerza, hasta que llegó al punto sin retorno. Cuando notó que el primer chorro de semen iba a salir disparado, sacó su polla del coño de Leonor y empezó a correrse. Cuando ella sintió sobre su barriga los calientes disparos de la leche de su padre, se corrió con él.

Se quedó sobre ella, jadeando. Ella también jadeaba. Lo rodeó con sus brazos.

-Ha sido maravilloso, papá.

-Sí, ha sido increíble. Eres...maravillosa, Leonor.

La besó, acostándose a su lado. Se abrazaron y se acariciaron. Él la miró.

-Eres tan hermosa, Leonor.

Los ojos de ella se humedecieron. Una lágrima cayó por su mejilla. Él la recogió con sus dedos.

-¿Qué te pasa?

-Nada... Lloro de felicidad. Cuando llegué aquí estaba hundida, sin futuro. Tú me acogiste en tu casa. Me lo has dado todo. Gracias.

-Creí que ya habíamos hablado sobre las gracias.

-Sí, es verdad.

Leonor miró a Fernando, a su padre.

-Fernando...

-Dime, Leonor.

-Yo...creo que te quiero. Pero...no como solo como a un padre. También como...hombre.

La besó. Él sentía lo mismo.

-Leonor, y yo a ti. Desde que llegaste te juro que traté de verte solo como a una hija, pero no pude. Te miraba, te espiaba. Eres una mujer tan hermosa que no pude evitar desearte. Al principio no te veía como mi hija, sino como mujer.

-¿Y ahora? ¿Me ves como...tu hija?

-Sí, ahora sí. Ahora te veo como mi hija, te quiero como mi hija, pero te sigo viendo como mujer... te sigo deseando como mujer.

Se abrazaron con fuerza. Como padre e hija. Como hombre y mujer.

Y así, abrazados, se durmieron. Juntos. Por primera vez.

+++++

El sol de la mañana despertó a Leonor. Cuando sintió una suave respiración detrás de ella y la calidez de unos brazos en su cintura, supo donde estaba. En la cama de su padre, desnuda. Siguió con los ojos cerrados y se pegó más a Fernando. No recordaba haberse sentido tan bien en su vida. Cerró los ojos y rodeó con sus brazos los brazos de Fernando.

 Un suave beso en su nuca la hizo sonreír.

-Buenos días Leonor - le susurró su padre al oído.

-Ummm, buenos días...papi.

Tener a aquella hermosa mujer desnuda entre sus brazos, sentir su calor, la suavidad de su piel, su culito presionando su polla y, sin saber muy bien por qué, que ella le dijese 'papi', hicieron que Fernando se excitara de inmediato. Su polla se inflamó y se restregó contra ella.

-Aggg, papi... te siento - dijo Leonor apretando su trasero contra la dureza que crecía y creía.

Gimió cuando las manos de su padre atraparon sus pechos y los acariciaron, primero con dulzura pero después con ansias. Su coño se mojó, presa de la excitación que recorrió su cuerpo. Excitación que se disparó cuando Fernando metió su dura barra entre sus piernas y le frotó los labios vaginales. Ella llevó una mano hasta la polla y la presionó contra sí.

-¡Qué mojadita estás, mi vida!

-Es por ti, papi... ¿Me vas a follar otra vez, verdad?

-Claro...Hoy y siempre....

Leonor presionó justo a la entrada de su coñito. Fernando se acomodó un poco e introdujo lentamente su polla dentro de aquel apretado habitáculo, que parecía hecho expresamente para él. Empujó y empujó hasta que no pudo introducirse más dentro. Entonces, una de sus manos, la que estaba más libre, bajó hasta el empapado coñito. Le quitó la mano a Leonor y la sustituyó por la suya, buscó el inflamado clítoris y lo empezó a frotar al tiempo que empezaba a follarla.

-Agggg, papi....que rico...

-¿Te gusta mi amor? ¿Te gusta cómo te folla papi?

-Sí, sí...no pares...

Él no paró. Siguió dándole placer y recibiéndolo él mismo, hasta que a los pocos minutos el cuerpo de Leonor empezó a tensarse y un grito de placer retumbó en toda la habitación. Leonor estalló en un atronador orgasmo que atrapó entre sus piernas la mano de su padre y dentro de su coñito la dura polla que no dejó de follarla. Fue un orgasmo largo e intenso, que nubló su vista unos instantes y la dejó, después sin fuerzas... lacia.

 

La mano, mojada ahora con los jugos frutos del placer, volvió a subir hacia el pecho y lo acarició, con gula.

 

-¡Cómo me gustan tus tetitas,  Leonor!

-Ummm, lo sé. Me las mirabas mucho.

-Intenté no hacerlo, pero siempre usas esos pijamitas que son como una segunda piel. Me volvías loquito. Me vuelves loquito.

 

Leonor se dio la vuelta. Sintió como su coño se quedó vació. Ahora, cara a cara con Fernando, acercó su boca a la de él y se besaron con pasión. Las manos de su padre la atrajeron hacia él y después acariciaron su espalda. Una de ellas bajó hasta su culito y lo amasó con gula. Ella llevó una de sus manos hasta la dura polla. La agarró y empezó a masturbarla.

 

-Ummm, te deseo, mi amor. Te deseo con toda mi alma, Leonor.

 

Ella se separó un poco, sin soltarle la polla, sin dejar de subir y bajar la mano. Él la miró. Era la visión más erótica de su vida. Llevó una mano hasta uno de las tetas y la acarició.

 

-Así que te gustan mis tetitas, papi.

-Ummm, son las tetas más lindas que he visto en mi vida.

-Creo que esto le gusta mucho a los hombres -dijo ella, con una mirada pícara que encantó a Fernando.

 

Se agachó un poco, acercando sus tetas a la polla, y siguió pajeándola. La acarició entre sus pechos. Se estremeció cuando frotó cada uno de sus duros pezones contra la púrpura y suave punta. Fernando se apoyó en sus codos, incorporándose ligeramente para poder admirar el soberbio espectáculo que ella le ofrecía.

 

-¿Te gusta?

-Uf, me encanta. Es un sueño hecho realidad.

 

Leonor quería darle tanto placer como él le había dado. De la polla vio que salía un líquido transparente. Sintió curiosidad por saber a que sabría. Y sintió deseo. Deseo de hacer lo que hizo. Se agachó aún más y acercó la boca a la dura polla. Sacó la lengua y lamió.

 

-Agggg, Leonor...que ...placer.

 

El corazón le latía con fuerza. Mirando a su padre a los ojos, buscando aprobación, abrió la boca y se metió parte de la polla dentro. Chupó, sintiendo como la dura estaca le llenaba la boca. El sabor era salado, mezcla de sus propios jugos. Movió la mano al tiempo que chupaba. Se sintió orgullosa de sí misma cuando vio como Fernando entrecerraba sus ojos. Se la sacó un momento de la boca.

 

-Enséñame papi. Enséñame a darte placer.

-Mi vida, solo con verte ya me llenas de placer.

 

Leonor siguió chupando aquella dura polla. Los gemidos de Fernando le iban indicando cuando él sentía más placer e insistía más en esos puntos. Su padre le dijo que acompañara los movimientos de su boca con la mano

 

-Agggg, mi vida...que rico...me vas a matar de placer...

 

Sentir la cálida boca era maravilloso. Notar la mano era sublime. Pero lo que más le gustaba a Fernando era como ella le miraba. Aquellos preciosos ojos negros brillaban mirándole fijamente. Leonor notó que la polla, aún se ponía más dura, que empezaba a tener pequeñas contracciones. Supo que su padre estaba a punto de estallar. Estaba a punto de hacer correr a su padre con su boca.

 

-Mi...amor...me voy... a correr....ya...no.... puedo más.

 

Leonor se sacó la polla de la boca. Con una amplia sonrisa, sin dejar de mirarle, la puso entre sus tetas y aceleró la mano. Todo el cuerpo de Fernando se tensó. Apretó los puños, los dedos de sus pies se agarrotaron. El aire dejó de entrarle en los pulmones. Un intenso espasmo sacudió su cuerpo y de su polla salió un potente chorro blanco que se estrelló contra el cuello de Leonor. Ella, sorprendida, miró hacia el geiser en que se había convertido la polla de su padre y el siguiente borbotón le dio en la mejilla derecha. Se levantó un poco y apuntó aquel cañón hacia sus tetas, recibiendo en ellas las siguientes andanadas. La mayor parte de la copiosa eyaculación cayó entre los dos pechos.

 

El último chorrito, menos fuerte, resbaló a lo largo de la polla, sobre sus dedos. Ella tenía clavados los ojos en la ahora brillante polla. Le había encantado verla así, corriéndose gracias a ella.

 

Se miró. Sus tetas estaban bañadas en el semen de su padre. Sentía el calor en su cuello y en su mejilla. Divertida, miró hacia Fernando, que comenzaba a jadear, con los ojos entornados.

 

-Uy, me has dejado perdidita, papá.

-Uf... yo....lo siento...pero es que... ha sido maravilloso.

-Jiji, pues a mí m ha encantado. Quiero darte mucho placer. Quiero hacerte feliz, papá.

-Oh, mi niña. Ven aquí.

 

La besó con pasión. Acarició sus tetas, esparciendo su semen con las caricias. Se abrazaron y sus cuerpos quedaron pegajosos.

 

-Creo que necesitamos una duchita - susurró Fernando.

-¿Juntos?

-Por supuesto.

 

Allí, en el baño, debajo del agua caliente, se volvieron a besar, a acariciar. Divertidos, se enjabonaron el uno al otro. Cuando Fernando pasó sus dedos jabonosos por el coñito de Leonor, ella gimió.

 

-Agggg, papi...que rico.

 -Me vuelve loquito que me digas papi.

-Y a mí me vuelven loquita tus caricias.

 

Lentamente, despacito, muy despacito, besándola, mirándola, la masturbó con suavidad hasta que Leonor, abrazándose con fuerza a su padre, se corrió entre sus brazos.

 

Terminado de ducharse. Fernando la secó, recreándose en el sensual cuerpo de su hija. Su piel estaba ahora húmeda y fresca, y era una delicia recorrerla con sus labios. Él estaba sentado sobre la taza del wáter. Ella de pié, dejándose pasar la toalla y gozando de los besos, de las caricias. Caricias y besos que la hacían estremecer y que su coñito no se secase. Vio como la polla de su padre estaba dura, apuntando al techo entre sus piernas.

 

-¿Me deseas papi?

 

Fernando se dio cuenta de a donde estaba mirando ella.

 

-Claro que te deseo. Eras la cosita más linda del mundo. Y eres toda mía.

 

Leonor le quitó la toalla y la tiró al suelo. Separó las piernas y se sentó sobre él. Levantó el cuello y gimió cuando la dura polla atravesó su coño como un cuchillo caliente atravesaría un bloque de mantequilla. Lo rodeó con sus brazos, atrayendo su cabeza hasta sus pechos y comenzó una lenta cabalgada, subiendo, bajando, meciendo sus caderas hacia los lados, buscando que la poderosa barra acariciara todos y cada uno de los rincones de su apretada vagina. Su padre la sostenía por las caderas y la ayudaba a subir y bajar.

 

Fueron largos minutos de placer, de gemidos, de besos, que solo terminaron cuando un terremoto de sensaciones sacudieron el cuerpo de Leonor. Estiró su cuello, levantado la cara hacia el techo y gritó, corriéndose sobre tu amado padre, que sintió las fuertes contracciones del orgasmo de su hija alrededor de su polla.

 

Ella quedó rota. Se echó hacia adelante, apoyando su cabeza sobre uno de los hombros de Fernando. Jadeando.

 

-Es tan rico hacerlo contigo, papi. Nunca pensé que fuera así.

 

Él acarició su húmedo cabello. Besó con ternura su cuello y recorrió su espalda con las yemas de sus dedos. Leonor sintió, clavada dentro de ella, dura, poderosa, la polla.

 

-¿Y tú? - preguntó.

-¿Yo qué?

-¿No te...corres? ¿No... me deseas?

-¡Claro que te deseo! Pero ya no soy un chaval. Necesito un tiempo de recuperación.

 

Leonor no estaba dispuesta a dejar las cosas así. Él no hacía más que darle placer. Quería devolvérselo. Se levantó, notando como su coñito se quedaba vacío. Acercó con los pies la toalla que había tirado antes y la colocó en el suelo, entre las piernas de su padre. Y allí se arrodilló.

 

Primero, miró a los ojos de su padre. Después, lentamente, bajó la mirada hasta la polla. Volvió a mirarle a los ojos.

 

-Enséñame, papi. Enséñame a chuparte la polla.

-Oh, cariño... - exclamó Fernando. Su polla dio un respingo.

 

Alargó una mano y la llevó a la cabeza de Leonor. Con delicadeza la atrajo hacia él, hasta que la boca llegó a su polla. No tuvo necesidad de hablar, de decir nada. Solo con gestos, con leves señales, le indicó a Leonor como hacerlo. Ella, atenta, fue siguiendo las instrucciones.

 

No dejaba de mirar a su padre a los ojos, viendo en ellos el placer que su boca le proporcionaba. Se pasó la polla por la cara, acariciándose con ella. La lamió desde la punta, bajando hasta los huevos y volviendo a subir. Enroscó la lengua alrededor de la punta. Y sobre todo, chupó, mamó, succionó. Subió y bajó su cabeza, metiendo y sacando la verga de su boca. Solo llegaba hasta la mitad, no le cabía más, pero su padre gemía cada vez más fuerte.

 

Y siempre, siempre, sin usar las manos. Solo la boca, solo sus ojos, solo su cara. Fernando, con las piernas estiradas, gozó de la sensual mamada que su hija le estaba practicando, que lo llevó lenta pero inexorablemente a un arrollador orgasmo.

 

Leonor lo sintió llegar. Aprendió las señales. El cuerpo que empezaba a tensarse, la respiración que se entrecortaba, la polla que empezaba a tener espasmos. Se preparó. Chupó con más fuerza y esperó, hasta que a los pocos segundos, Fernando apretó los dientes y estalló. Leonor sintió primero una fuerte contracción, un espasmo en su boca. Después, un chorro caliente que se estrellaba contra su paladar. Fernando se aferró con fuerza a los bordes de la taza mientras se corría con intensidad dentro de la boca de su hija, que sin apartar los ojos de los suyos, recibió todos y cada uno de los poderosos disparos, que llenaron poco a poco su boca.

 

El pecho de su padre volvió a moverse. Fernando jadeó, mirando a su hija, que con su polla dentro de la boca, lo miraba desde entre sus piernas. Vio como poco a poco se ella se sacó la polla, apretado los labios para que no se escapara nada. Se quedó mirándolo, con los carrillos hinchados. Fernando alcanzó a decir.

 

-Dios...Leonor...que...placer...casi me matas.

-Ummmm - respondió ella, abriendo los ojos.

-Oh...Escupe si quieres...

-Uh Uh - negó con la cabeza

 

Cuando oyó como ella, de un solo trago, se bebió todo su semen, su polla dio un último respingo. Ella se regañó y cerró un ojo.

 

-¿Qué? ¿Está...rico?

-Uf, la verdad es que no. Es bastante asquerosito.

-Jajaja. Lo siento. No tienes que tragarlo si no quieres.

 

Leonor vio que de la punta de la polla salía una última gotita de semen.

 

-¿Te gustó que me lo tragara?

-Pues...la verdad es que sí. Lo encuentro muy erótico.

 

Leonor acercó la boca a la polla, sacó la lengua y recogió esa última gota. La saboreó y se la tragó.

 

-Me beberé su leche siempre que me la des... papi.

 

Fernando solo pudo hacer una cosa. Besar con pasión a aquella hermosa y sensual mujer.

 

-Y ahora vístete, que nos vamos a desayunar y después de paseo.

 

El resto del día no se comportaron como padre e hija, sino como hombre y mujer, como amantes. Se cogían de la mano, se besaban a cada instante. Y por la noche hicieron el amor hasta caer rendidos.

 

+++++

 

Leonor resultó ser una mujer ávida de conocerlo todo. Exploró con Fernando todas las facetas de la sexualidad. Nada estaba prohibido entre ellos. Por eso, viendo el deseo con que Fernando le miraba y le acariciaba el culito, un día se lo ofreció. Gozó ese nuevo plato de su sexualidad, y se corrió con él cuando la llenó de semen ardiendo.

 

-Ummm, papi...que rico. Ahora soy toda toda tuya. Completa.

-Sí, mi amor. Eres toda mía. Para siempre.

 

A los 15 días de su primer encuentro, Fernando encontró una carta de Amparo sobre la mesa del salón cuando regresó del trabajo. La abrió y la leyó.

 

"Estimado Fernando.

Me tengo por una mujer moderna, que va a lo suyo y que no se mete en la vida de los demás. Pero no puedo seguir trabajando para Vd. Me parece una abominación la clase de relación que mantiene Vd. con su hija.

 No tema, por mi boca nadie sabrá jamás nada, pero no me siento a gusto trabajando en esa casa.

Adios"

 

Fernando sintió que las piernas le flaqueaban. Se sentó y se puso a pensar. En ese momento llegó Leonor.

 

-¿Qué pasa, papá? - le preguntó al verlo preocupado.

-Es...Amparo. Sabe lo nuestro. Se ha despedido.

-Oh... ¿Y ahora?

-Es una mujer discreta, no dirá nada. Pero... tenemos que hablar, Leonor.

-¿Qué? No, no...¿No me irás a dejar? - dijo ella, al borde de llanto.

 

Fernando se levantó rápidamente y la abrazó.

 

-Claro que no, mi amor. Te amo con toda mi alma. Pero la gente no entenderá nuestro amor. Nos miraran, nos señalarán.

-A mi no me importa la gente.

-Ni a mí. Pero vivimos en sociedad.

-¿Y entonces qué hacemos?

-Tendremos que ser cuidadosos. De puertas afuera, tenemos que ser solo padre e hija.

 

La abrazó con fuerza y la besó con pasión. Pasión que los encendió a los dos, que se desnudaron el uno al otro. Y allí, en el salón, hicieron el amor una vez más, sellando su pacto para siempre. Vivirían dos vidas. Una de puertas para adentro, como amantes. Otra de puertas para afuera, como padre e hija.

 

FIN

 

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