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Confesión

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Confesión

Cerca de la casa vivía una señora, Vicky, conocida mía, aunque sin tener amistad con ella. Yo sabía que ella “presentaba” (tenía una casa de citas). Ya hacía muchos años que conocía de sus actividades pero nunca había reflexionado en “ese detalle”.

A ella la conocí cuando recién que llegamos a esta ciudad y luego, después, cuando comenzaron los problemas con mi esposo, cuando comenzamos con los líos del divorcio, me la encontré varias veces. Yo andaba demasiado confusa y necesitaba platicar con alguien mis problemas, así que varias veces nos vimos para tomarnos un café y platicar.

Dentro de otras cosas que me había dicho fue:

“si alguna vez tiene$ problema$ económico$, venme a ver…, tengo vario$ amigo$ que

  $aben ser agrade$idos por la compañía femenina, de mujeres así de guapas como tú…”

Esta frase me pasó desapercibida en su oportunidad, pero luego se apareció de pronto en mi mente y permaneció presente durante un buen tiempo, como veremos más adelante.

Luego de la separación de mi esposo, a mis 30 años de edad, casi al mes de haberme separado de él, conocí a un jovencito, de apenas 19 años de edad. Fueron unas circunstancias impensadas: se me quedó el auto sin gasolina y él me ayudó a empujarlo hasta la gasolinera, me prestó dinero para la gasolina y de ahí…, se inició el gran romance con él. Empezamos a “salir” y cada vez me fui enamorando más y más de él, hasta hacerlo “mi amor”.

Increíblemente, él era inexperto en las cuestiones de sexo: yo lo enseñé a todo, y él lo entendió de inmediato, lo refinó y ahora me vuelve loquita cuando me hace el amor.

Estando en la cama con él, luego de haber tenido sexo,  platicando de mis relaciones sexuales anteriores, él se emocionaba mucho de oír cómo me había poseído mi esposo, cómo me había desquintado, cómo me había hecho a mis hijas, etc., y poco a poco “mi amor” comenzó a fantasear con que yo tuviera relaciones sexuales con otro(s), y eso a mí me prendía.

En una ocasión, con el comienzo del nuevo año escolar, a la entrada de mis hijas a la escuela, me vi muy necesitada de dinero y…, a mi mente llegó la frase de la Vicky, que me había pasado desapercibida en su oportunidad:

“si alguna vez tiene$ problema$ económico$, venme a ver…, tengo vario$ amigo$ que

  $aben ser agrade$idos por la compañía femenina, de mujeres así de guapas como tú…”

Todo coincidió: me encontré de casualidad a la Vicky, la cual me invitó a que la acompañara esa noche, pues tenía un “cliente” que buscaba una señora madura, morena, nalgona, y caliente, así como yo:

                & sin que te ofendas…, se que te acabas de divorciar…, ¿no quisieras ayudarme…?.

                  Este hombre paga bien…, aunque tiene sus exigencias: le gusta coger mucho tiempo,

                  es muy aguantador, aunque también le gusta darle de manazos a las mujeres…

La Vicky volteó a mirar mi reacción, pero no hubo ninguna reacción de mi parte, y luego le prosiguió:

                & le gusta darles de nalgadas, cogérselas de a perrito y que le mamen mucho la verga…,              que sean complacientes y completamente sumisas a sus caprichos…, que se visitan

                 sensuales, como a él le gusta y que les guste besar en la boca…            

La Vicky volteó a mirar mi reacción, pero tampoco hubo ninguna reacción de mi parte, y luego le prosiguió:

                & le gusta que se traguen sus mecos…, embarrárselos en la cara y luego darles de

    cachetadas…, darles de nalgadas, cogérselas de a perrito jalándolas del cabello,

    cabalgándolas fuertemente, y que le mamen mucho la verga…

La Vicky volteó a mirar mi reacción, pero yo continuaba escuchando la proposición, con la cabeza clavada en el piso, recordando las fantasías de “mi amor”, de que yo tuviera relaciones sexuales con otro(s), y eso me puso tremendamente caliente, por lo cual casi ni le prestaba atención a la Vicky, en las cosas que me estaba diciendo:            

& eso sí…, él es bastante generoso al pagar…

Me dijo la cantidad: ¡era muchas veces más de lo que necesitaba para comprar los útiles y los uniformes de mis hijas!. Levanté la cara hacia Vicky, de verdad sorprendida, aunque la Vicky lo comprendió de manera inversa, que se me hacía poco lo que ofrecía ese hombre y me dijo:

                & generalmente les deja una muy buena propina si lo complacen en todo…,

y de inmediato agregó:

                & sólo que generalmente también, le gusta pasarse contigo toda la noche y levantarse

                    tarde al día siguiente, luego del mañanero, aunque generalmente nos invita luego a

                    desayunar por ahí…

Me quedé yo callada y volví a clavar mi mirada en el piso, y entonces la Vicky me preguntó:

                & ¿no te parece atractivo…, hay algo que no te guste…?.

Tardé en contestarle; andaba con la mente en otro planeta; seguía yo pensando en “mi amor”. ¡Estaba segura que le gustaría mucho que le diera yo esa noticia!, que me iba a acostar con otro hombre. Mi pantaleta se encontraba mojada, tan sólo de pensar en encontrarme con ese señor. Finalmente, luego de un rato le contesté, con un montón de preguntas:

                + sí…, no…, digo…, de acuerdo…, está bien…, sí…, ¿a qué hora tenemos que vernos…?.

                   ¿Va a ser aquí la reunión…, aquí nos quedamos…, vamos a salir…?. ¿Cómo tengo que

                    venir vestida…?. ¿Tengo que traer ropa para cambiarme…?.

Ya me explicó esa mujer cómo es que se daba la cosa. Me citó en su casa a las 8 PM, vestida de calle, con un vestido fácil de quitarse, de preferencia con una ropa interior bonita, de preferencia una pantaleta clásica: grande pero coqueta, pues este hombre era un tanto “tradicional”.

& Tráete también un baby doll, para sobremesa, pues a él le gusta comer y beber entre

    palo y palo. Se avienta entre 3 y 4 palos por noche…,

+ ¿Cómo…, entre 3 y 4 palos por noche…?,

                & ¡Sí…, es muy aguantador…, se los echa muy largos también…!.

Y antes de despedirnos, la Vicky me adelantó un buen dinero, y una recomendación:

                & ¡Cómprate algo bonito, para allá…, por debajo…, y para estar platicando y comiendo y

                   bebiendo con él…, de “entre tiempo”!.

Salí temblando de casa de Vicky; andaba emocionada, caliente, ganosa. De inmediato me fui p’al trabajo y antes de llegar le llamé a “mi amor” para comentarle lo sucedido y pedirle permiso. Él, muy emocionado,  me dijo que sí…, que sí me daba permiso para coger con ese hombre, pero que le contara todo cuanto pasara esa noche. Quedamos de vernos el sábado por la noche, para pasar la noche juntos y para contarle el derrotero de mi aventura, que apenas estaba por comenzar.

Hablé con mi suegra, la mamá de mi ex marido y le dije que si le podía llevar a mis hijas, sus nietas, de fin de semana. Me dijo que sí.

Al salir del trabajo me fui de inmediato a una lencería; me compré un par de pantaletas clásicas, bonitas, unas negras y unas azules, eléctricas, clásicas: grandes pero coquetas, como me las había recomendado la Vicky. Me compré también medias y liguero; me compré un baby doll, negro, todo de lo más sensual y elegante posible.

Por la tarde llevé a mis hijas con mi suegra y regresé a la casa toda emocionada. Me bañé, me perfumé y me arreglé con muchísimo esmero.

Me puse mi ropa interior, elegante y sensual, muy bonita y provocativa, aunque muy clásica y conservadora también: parecía yo sacada de una revista antigua, pero me gustó mi figura. Mi cabello estaba peinado de manera suelta, sobre los hombros, con un rebote bonito. Me puse poca pintura en la cara, sólo lo estrictamente necesario para resaltar mis ojos y boca.

Me puse un trajecito sastre, con falda azul marino, recta, corta, a medio muslo estando parada, con una blusita blanca y un blazer blanco, a rayas, muy elegante, discreto. Abajo llevaba un conjunto azul eléctrico de pantaleta y brasier, muy bonito, color azul eléctrico, al igual que el liguero. Las medias eran transparentes.

Preparé una maletita con lo necesario y me fui para casa de Vicky. Llegué como a las 8:10 y ya me estaban esperando. Estaban en la sala, tomando. Vicky nos presentó: era un hombre español, alto, blanco, de cabello castaño, ojos color aceituna, de unos 50 años, quizás más, alto, como de 1.75m, de complexión robusta: “Don Venancio”.

Al encontrarme con este hombre, “mi cliente”, sintiendo que realmente era desde ese momento una prostituta, mi corazón me dio un vuelco, las piernas me temblaron y una excitación brutal se apoderó de mí. Me preguntó mi nombre, y balbucié al pronunciarlo.

Temblando también, extendí mi mano y el hombre, además de la mano, me dio un beso en la mejilla:

                = ¡hombre, que estáis rete maja…!,

exclamó, y después continuó:

                = ¡ya te había visto antes, por aquí, por el barrio, en el mercado, en la calle…,

    pero no sabía yo quién eras, ni cómo te llamabas, ni nada…!.

& Se acaba de divorciar…, tiene si acaso un mes del divorcio…, ¿verdad…?.

dijo Vicky:

+ ¡Sí…!,

asentí, agachando mi cabeza hacia el piso.

                = ¡Anda…, brindemos por ese divorcio!,

dijo Venancio, acercándome una vaso con una cuba. Yo me había sentado a un lado suyo y mi falda se había remontado por encima de medio muslo, por lo que ese hombre me señaló:

                = ¡Tienes unas piernas muy lindas!,

y me recorrió con su mano mis muslos, por encima de mis medias. ¡Sentí una descarga eléctrica recorrerme mi cuerpo; me hizo venir de inmediato, sentí que se me mojaba la pantaleta de la excitación!, y tan sólo pude exclamarle:

                + ¡Don Venancio…!,

poniendo mi mano, por encima de la de él.

                = ¡Mi niña…!, estoy tomando posesión de estas piernotas

                   tan lindas que tienes…,

me dijo, dándome un apretón en mis muslos:

                = ¡Nunca me imaginé que la señora que antes, miraba en

                   el barrio, en el mercado, en la calle…, ibas a ser

                   precisamente tú…, quién viniera a brindarme unas horas

                   felices…!.

Me dijo ese hombre, metiéndome su mano por debajo de mi faldita, acariciándome la piel de mi muslo sobre la zona en donde no quedaba cubierta por la media, y llegando rápidamente a acariciarme mi sexo, por encima de mi pantaleta.

Le dio una acariciada leve, como para reconocer el terreno y:

                = ¡levántate y enséñame tus “por debajos”…!,

me ordenó ese hombre.

Levanté mi mirada para mirarlo a sus ojos, fijos en mí. Desvié mi mirada hacia donde estaba la Vicky, quién solamente asintió con un movimiento de su cabeza, y entonces me levanté y me levanté mi faldita, descubriendo el encaje de mis medias, mis muslos, la piel de mis muslos sobre la zona en donde no quedaba cubierta por la media, y mis pantaletas, las azules que yo me había comprado para esta ocasión.

Don Venancio se me acercó y con la palma de su mano derecha hacia arriba, me acarició completamente mi sexo, por encima de mi pantaleta, dejando su dedo central en la rajita de mi panocha:

                + ¡Don Venancio…!,

le dije de nuevo, muerta de la pena por lo que me estaba haciendo, delante de Vicky,  que se sonreía satisfecha.

En ese preciso momento Don Venancio me tomó de los cabellos con su otra mano y me dio un jalón muy fuerte, hacia atrás:

                = ¡Escúchame pendejita…, el que paga manda…, y tú vas a hacer lo que a mí se me pegue

                   la gana…, ¿entendiste…?,

me preguntó, dándome otro fuerte jalón del cabello.

Unas lágrimas se me resbalaron por mis mejillas y el hombre me ordenó en ese instante:

                = ¡Levántate esa falda por arriba de la cintura…, enséñame completas las bragas…!.

Lo hice; me levanté por completo la falda, por arriba de la cintura, hasta por arriba de donde me daba el elástico de mis pantaletas.

El hombre no tardó mucho tiempo en introducirme su mano por debajo de mis pantaletas y meterme su dedo en mi rajadita, que encontró completamente mojada.

Comenzó a acariciarme mi rajadita, a meterme su dedo, a moverlo. Yo estaba sintiendo muy rico, pero no quería demostrarlo, y el hombre continuaba moviendo su dedo y acariciándome de paso mi clítoris:

                = ¿Haz cogido con muchos Elvira…?,

Me preguntó de pronto ese hombre. Yo estaba tratando de aguantarme mis emociones y poca atención le presté a la pregunta, hasta que entendí qué era lo que me preguntaba y entonces lo negué, con un movimiento de mi cabeza, cosa que no le pareció a Don Venancio, quién me dio una cachetada muy fuerte:

                = ¡Me gusta que me contesten cuando pregunto…, pendeja…!.            

    ¿Has cogido con muchos…?.

+ ¡No Don Venancio…, solamente con mi marido…!, y me acabo de divorciar…,

    hace apenas un mes…

= ¿Y luego de tu divorcio…?, ¿nadie más te ha cogido…?.

+ ¡No Don Venancio…, nadie más me ha cogido…!,

le dije, mintiendo, ocultando que andaba yo con “mi amor”.

                = ¿entonces…, hace cuanto que no te la meten…?.

Me quedé callada, reflexionando sobre de aquella pregunta y nuevamente Don Venancio montó en cólera y me dio otra cachetada, muy fuerte:

                = ¿No me oíste que te pregunté…!. ¿Hace cuanto que no te la meten…?.

                + Hace apenas un mes…,

le dije, sollozando, otra vez con lagrimas en mis mejillas…, y luego le especifiqué:

                + el día que nos divorciamos mi marido me llevó con él a un hotel…, donde me cogió…

                = ¿Todavía lo sigues queriendo…?

                + No Don Venancio…, pero…!,

y me quedé yo callada, ya no concluí aquella frase, y Don Venancio se volvió a encolerizar:

                = pero…, pero…, pero qué… ¡Me encabrona que te quedes callada…!, ¿pero qué…?.

Me dijo, sacándome el dedo de mi panochita y dándome un fuerte jalón de mis vellos púbicos, que me hizo gritar:

                + ¡Aaaayyy…!, me hacía mucha falta el sexo…, él siempre me cogía muy seguido y…,

    ahora…, al no tenerlo a mi lado…, me hacía mucha falta que me la metiera…,

me quedé yo callada un instante, tomando aire y ánimos pa’ seguirle, y después continué, antes de qué me pegara de nuevo Venancio:

+ andaba yo muy ganosa ese día…, y…, él es el único hombre con el que lo he hecho en mi

    vida…, sabe sacarme unos orgasmos muy grandes y…., es además el papá de mis hijas…,

    él tiene derecho de hacer de mí lo que quiera…,

= ¿Te pegaba…?,

+ sí…, cuando llegaba borracho, o cuando no lo dejaba venirse en mi boca…,

   o darme por mi culito… En una ocasión me rompió una costilla…, me pegaba muy fuerte,

   pero él tiene derecho de hacer de mí lo que quiera…,

le repetí.

                = ¿Te calienta que te madreen…, que te peguen…?

                + Sí…, me gusta mucho la mano dura…

                = ¿por eso es que estás completamente mojada y venida de tu chochito…?,

me dijo, sacando su mano de mi panocha: ¡la tenía toda blanca!, ¡me estaba yo viniendo a lo grande…!, ¡andaba yo muy caliente!.

                + Sí Don Venancio…, me tiene rete caliente…, tengo muchas ganas de que me cojan…,

    que me llenen de mecos mi sexo…, hace ya casi un mes que no me la meten…,

    ¡me está haciendo falta Venancio…!,

le dije, tuteándolo por primera vez.

                = ¿Entonces…, veniste aquí para que te la metieran…, o nomás por dinero…?.

                + Las dos Don Venancio…, me hacen falta las dos…, tengo que inscribir a mis hijas,

    tengo que comprarles los libros, los uniformes, etc…, me hacen mucha falta los dos…,

    el sexo y el dinero, Venancio…

Ya no se dijo ni media palabra de más. Tomándome de mi cuello y mis hombros, Venancio me condujo a una habitación. Encendió la luz. Tenía una gran cama, un tocador, con una luna, para arreglarse la cara, un sillón, un par de sillas y espejos por todos lados, en las paredes, en el techo.

¡Estaba sola con él!, estaba caliente y…, ¡había que “trabajar”!. Por otro lado, me encanta sentirme penetrada, y la entrega la hago automáticamente, así que todo salió realmente muy profesional.

Entramos y inmediato me abrazó y me besó apasionadamente en la boca. Le contesté de la misma manera: ¡me encanta besar en la boca!, sentir cómo me insertaba su lengua, cómo se intercambiaban nuestras salivas, ¡me estaba calentando muy rico!.

Venancio es más alto que yo, y yo me le colgaba del cuello. Él me abrazaba por la espalda y me pegaba a su cuerpo, pero muy poco a poco me fue bajando las manos hasta llegar a mis nalgas. Me levantó la faldita y comenzó a acariciarme las nalgas, por encima de mis pantaletas:

                = ¿Te gusta hacerle a la puta, Elvirita…?.

+ No Don Venancio…, me gusta mucho besarme…, en la boca…, me gusta que me la

    metan…, me gusta tener mis orgasmos…, sentirme mujer…, disfrutar mucho el sexo…,

    y que disfruten de mí…!,

le dije, de manera espontanea, inocente, verídica:

                = ¿Tienes ganas de que te folle…?

                + ¡Sí Don Venancio…, tengo muchas ganas de que me coja…!, ¡estoy muy caliente…!.

                = ¿Cómo te follaba tu esposo…?.

                + De muchas maneras distintas…, en muchas posiciones diversas…,

                    según y cómo se le antojaba…, yo siempre lo complacía en todo cuanto quería…

= ¿Cómo cogieron la última vez que cogieron…?.

                + Yo acostada boca arriba, él encima de mí…

Venancio me quitó el blazer, y lo aventó a una de las sillas. Luego me quitó la blusa y el brasier. ¡Se puso a mamarme muy rico mis senos!: ¡son la parte más erótica de mi cuerpo…!, ¡me enloquece que me mamen muy rico mis pezones, mis senos!.

Me bajó el cierre de mi faldita y la dejó caer a mis pies; ¡estaba solamente con pantaletas, tacones altos y medias!. Mi imagen se reflejaba en todos aquellos espejos y…, me sentía yo muy sexy, muy erótica, muy sensual, muy arrebatadora.

Me hizo recostarme en la cama, boca arriba, y acomodándose encima de mí, comenzó a bajarme las pantaletas, despacio, explorando mi sexo, que poco a poco iba descubriendo, al bajarme las pantaletas.

Me las dejó a medio muslo y se puso a jugar con mis vellos púbicos, a acariciarme mi clítoris, a dedearme mi sexo: ¡me encantaba que me calentara de esa manera!, yo lo animaba con monosílabos muy ardientes:

                + ¡Sí…, así…, sí…, más…, más…, más…!.

Sentía que me estaba viniendo, en su mano, en sus dedos, hasta que terminó de bajarme las pantaletas, y entonces, lo sentí acomodarse en medio de mis piernas, sacarse su pene y acomodarlo en mi rajadita. Mi cara, toda enrojecida, indicaba cuánto estaba disfrutando el momento. Mis dientes, mordiendo desesperadamente los labios inferiores de mi boca eran testigos de la ansiedad tan inmensa que mostraba cuando deseaba que me la metieran:

                + ¡Métela…, métela…, dámela…, cógeme, ya.., por favor…, Venancio…, ya cógeme…!,

y Venancio me complació.

                + ¡Aaaaggghhh…!,

fue un grito profundo que salió de mi ser cuando Venancio por fin me cogió. Solamente pude doblar mis rodillas al aire, para atenazar a Venancio por detrás de su espalda y permitir que me pudiera penetrar, ¡hasta el fondo!.

                + ¡Despacio Venancio…, despacio…, tiene un mes que no me la meten…, despacito…,

                   por favor…, despacito…!.

Le suplicaba a ese hombre, pues sentía que me llegaba hasta adentro, que me partía mi rajita, que me tronaba todita.

Venancio lo entendió y se quedó quietecito, ¡hasta adentro!. La sentía rete rica…, hasta adentro, hirmándome a su tamaño, haciendo que mi panocha se ajustara a su pene.

Luego de unos momentos de calma, Venancio comenzó a penetrarme con fuerza, metiendo y sacando, entrando y saliendo, ¡con tremenda velocidad y más fuerza!.

                + ¡Aaaaggghhh…!, ¡agh…, agh…, agh…, despacito…, no tan fuerte…, despacio…,

                  me duele…, Venancio…, me duele…, aaayyy…, papacito…, me dueleee…!,

gritaba, presa de dolor, de pasión, de concupiscencia.

Venancio me seguía bombeando muy fuerte, y sus embestidas comenzaron a hacerse muy rápidas y profundas, aunque luego comenzó a bajarle un poquito, para después continuar nuevamente, con velocidad y con fuerza.

Venancio tiene una verga larga, aunque no mucho, pero sí es tremendamente gorda, aunque en ese momento no lo sabía, sólo sabía que me estaba bombeando, muy fuerte, que ya llevábamos más de media hora y me seguía bombeando, metiendo y sacando su verga, sin parar. Me había sacado ya al menos cuatro orgasmos, muy fuertes, que tenían la cama empapada, y ese hombre no bajaba para nada su velocidad, ni su fortaleza; estaba de verdad sorprendida con la fortaleza y resistencia de ese hombre.

Ya casi llegando a la hora, le pedí que parara; ¡ya no aguantaba ese frenético ritmo que Venancio tenía!:

                + ¡Venancio…, Venancio…, ya no, por favor…, ya no puedo más…, déjame descansar…!.

El hombre se sonrió y zafándose de mí, se recostó al lado mío, abrazándome, jalándome hacia él. Estuvimos abrazados un rato, y luego me pidió:

                = ¡Échamele una mamadita…!.

Me bajé entre sus piernas, y ahí conocí al incansable pene de Venancio: era como de unas 7 pulgadas de largo, pero era tremendamente gordo: mi manita no lograba cerrarse para agarrarlo, y así se lo dije:

                + ¡Venanciooo…, con razón me sentía retacada…, la tienes tremenda…!,

                    ¡y no se te baja nadita…!. ¿Cómo le haces para aguantar tanto tiempo…?,

    ¿y con tu verga tan tremendamente parada…?.

    A mí ya me duele de que me la estés mete y mete…

le dije, de manera espontanea.

                = Eres tú la que me calienta…, me tienes así…, por eso es que se me para tan duro…,

me dijo ese hombre, haciendo que me sintiera halagada.

                + ¡La tienes muy sucia, Venancio…, la tienes toda batida de..., cosas…!.

                = Todas esas…, cosas, son tuyas, chiquita…, tú eres la que se ha estado viniendo…,

                    desde que comenzamos…, yo todavía no me vengo…, chiquita, así que…,

                   mámame mi pistola…, y trágate todas tus…, cosas, que tú eres la que se ha estado

     viniendo.

+ ¿deveras Venancio…, todo esto blanco es solamente de mí…, es lo que me has estado

    sacando, papito…?. ¡Me da mucha pena papito…, pero…, me tienes de verdad muy

    caliente…, nunca me vine de esa manera con mi marido…, pero…, se me hace muy sucio

    mamarte…, me da…, ¡no se qué…!.

= ¡quiero que me mames la polla, pendeja…!, ¿no entiendes…?,

y comenzó a golpearme en la cara, dándome cachetadas, muy fuertes; me daba de golpes por donde caían, a diestra y siniestra, hasta que, luego de golpearme en la cara, en la cabeza, en el cuerpo, tomándome del cabello se puso a empujarme su pene en mi boca, y tuve yo que mamarlo, insertarlo en mi boca, con todo y lo sucio que estaba.

Me encontraba yo recostada, con la cabeza apoyada en almohadas, dejándola casi vertical. Venancio se encontraba hincado enfrente de mí, empujándome su pene hasta el fondo de mi garganta, haciéndome sentir ganas de vomitar.

Sin sacarme su pene de la garganta, me marcaba el ritmo de la mamada, con sus dos manos, acercando y alejando mi cabeza de su pene, metiéndolo toditito hasta el fondo y luego sacándolo a tan sólo dejarme la cabezota del glande en el interior de mi boca. ¡Aplastaba mis labios contra de sus testículos y mi cara contra de sus vellos púbicos!, ¡no me dejaba ni respirar, sentía que me ahogaba!, ¡sentía el glande de su pene rozarme la campanilla e introducirse hasta más allá de mi garganta!, ¡sentía que me faltaba el aire!, y Venancio me apretaba con muchísima fuerza en contra de su pubis, y solamente me soltaba cuando sentía que ya no podía respirar.

Cuando lo rechazaba con mis manos o cuando trataba yo de zafarme, cuando él todavía no quería, entonces me golpeaba con fuerza en la cara, en mis mejillas, en mis chichitas, en mi cabeza: ¡me sentía como de su propiedad, como si fuera yo su muñeca, su instrumento sexual, y eso me tenía fascinada!.

Me tuvo como 15 minutos, quizás muchos más, aplastándome y maltratándome de aquella manera, sin embargo…, ¡lo había disfrutado!, ¡me había gustado muchísimo aquella forma de maltratarme!. No se qué sentía, me sentía yo deseada, me sentía yo muy amada, me sentía como que le interesara muchísimo, que me quisiera nomás para él.

Todo esto lo culmino en un instante en que me encontraba babeando; todos mis senos se habían llenado de la baba que me hacia producir el tener esa verga tan grande en mi boca, que me llegaba a la campanilla y hasta por allá en mi garganta.

Venancio me la sacó y levantando mi cara me dijo:

                = ¡Ya me voy a venir…, voy a vaciarme en tu boca…, quiero que te tragues toditos mis

    mecos…, mi leche…, pero primero quiero que me los enseñes…, los guardas en tu boca,   

    la abres, me los enseñas y te los tragas, ¿oíste…?,

Me dijo, dándome un par de cachetas, de ida y de revés, y luego volvió a preguntarme:

                = ¿entendiste…?.

Asentí con un meneado de mi cabeza, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, y entonces Venancio me tomó la cabeza con sus dos manos, agarrándome de mis cabellos, me puso su verga en mi boca, y comenzó a metérmela y a sacármela, despacito:

                = ¡quiero que recubras tus dientes, con tus labios…, no quiero que me vayas a morder la

                  pistola, porque te rompo la madre, pendeja…, ¿entendiste…?.

Asentí nuevamente con un meneado de mi cabeza, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, y entonces Venancio comenzó a acelerar sus bombeadas, hasta hacérmelo con muchísima fuerza y velocidad, indicándome con sus manos el ritmo a que quería ser mamado por mi boca. ¡Me la metía muy adentro, hasta llegar hasta mi garganta, haciéndome que yo produjera más babas y luego me la dejaba hasta adentro y luego la volvía de nuevo a sacar y  a meter, a bombear.

Estuvimos así mucho tiempo, no se cuanto más se llevó; yo ya no aguantaba la boca, mis mandíbulas me dolían, y ese hombre no dejaba de bombearme mi boca con su pene, a mucha velocidad, con mucha fuerza y violencia, hasta que:

                = ¡Ya vienen Elvira, ya vienen…, me voy a correr…, me voy a vaciar en tu boca…!.

                   ¡No los escupas…, no te los tragues…, quiero que me los muestres…,

                    ¿entendiste pendeja…?,

me dijo, dándome una cachetada de nuevo, y en ese preciso momento sentí su disparo primero: un gran chorro que rebotó en mi garganta, seguido de un segundo, más fuerte y caliente, y luego vinieron los otros; tuve que retirarme un poquito, que sacarme tantito su verga, para dejarme algo de espacio en mi boca, para que cupieran sus mocos, toditos, toda esa gran cantidad de disparos, que no me tragué.

Fue Venancio mismo quién me retiró su pistola, toda llena de mecos y de babas, y comenzó a embarrarla en mi cara, en mi nariz, en mi boca y comenzó a darme de “vergazos” en toda mi cara, en mis mejillas. No se por qué, pero me gustaba ese tratamiento…, ¡me hacía sentirme mujer, me hacía sentirme su esclava, mi dueño, mi hombre, mi macho…!.

Luego de que terminó de darme de vergazos en la cara, jalando de mis cabellos me preguntó:

                = ¿Todavía conservas mi leche…?,

y yo, toda emocionada y contenta, abrí mi boca para mostrarle que todavía conservaba su leche:

                = ¡Trágatela…, trágatela toditita…, trágatela de una vez…!,

me dijo, jalándome los cabellos y mi cabeza, hacia atrás.

Me tragué toda su descarga preciosa y luego volví a abrir yo la boca, para mostrarle que había yo cumplido, y que no quedaba nada de leche en mi boca, y entonces ese hombre, en un acto que me encantó, me puso un gran beso en la boca y me hizo rodar en la cama, abrazados, besándonos fuertemente en la boca, sintiéndonos, entregándonos:

                = ¡Eres sensacional, Elvirita!.

Me dijo, creo que complacido por todo aquello que había sucedido, por haberlo complacido en todo lo que me había demandado.

Nos quedamos tirados en la cama, abrazados, él abajo y yo encima de él, en su pecho, jugando con sus vellitos, reposándole mi cabeza en su pecho, acariciándole su cara:

                = ¿Te gustó…?,

me preguntó de pronto Venancio,

                + Sí…,

le respondí, en monosílabo.

                = ¿Todo…?.

                + Sí…,

le volví a responder.

                = ¿te gusta que te madreen…, que te traten con mano dura…?

                + Sí Don Venancio…, me caliento muchísimo…, me gusta que me traten así…,

                   que se me impongan, que me indiquen quién es el hombre…, que me dominen…,

                   que me hagan sentirme mujer, sentirme su servidora, su esclava, su hembra…!.

Se hizo un silencio; Venancio me acariciaba mi cabeza, mi cabello, mi cuello, mi espalda. Yo me sentía complacida, satisfecha, contenta, amada, entregada, ¡total…!.

                = ¿Y…, tu marido…, no te madreaba…?.

                + Sí…, acostumbraba madrearme, pero cuando llegaba borracho o cuando se enojaba

                  conmigo, no cuando estábamos haciendo el amor…, eso me excita muchísimo…

                = ¿por eso es que estabas completamente mojada y venida de tu chochito hace un rato…?,

                   ¿verdad…?.

                + Yo creo que sí…, nunca me había yo notado lo mucho que yo me vengo…,

    o que me hubiera yo venido alguna vez de esa forma: ¡era como crema la que tenía     

    manchando tu pene…!,

le dije, toda emocionada, como una niñita que descubre una muñeca que le trae Santa Claus.

                = ¿Te gustó el sabor de tu “crema”…?,

                + Sí…, pero me gustó más tu pene…, lo tienes muy gordo y grandote, Venancio…

                = ¿Tu marido lo tiene más chico…?

                + Sí…, y sobretodo más delgadito…, ¡tú lo tienes muy gordo…!.

Volvimos a quedarnos callados, y luego de un rato, nuevamente Venancio me preguntó:

                =  ¿Te gustó que te echara mi leche en tu boca…?, ¿lo que te hice al final…?.

                + Sí…, ¡me aventaste los litros…!. Mi marido también me los aventaba, y me hacía que me

    los tragara toditos, desde jovencita ha sido mi gusto “por la leche de hombre…”,

Le dije, nuevamente emocionada de comentarle todo lo que sentía, de que me oyera, de que se interesara por mí.

Nos quedamos callados de nuevo; yo seguía encima de él, recostada sobre de él, muy a gusto, hasta que entonces me dijo:

                = ¡Vamos a tomarnos un bocadillo con Vicky!,

y entonces nos levantamos.

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No se si esté muy largo o no, pero aquí le suspendo, pues es mi primer relato que mando y no los quisiera aburrir. Seguiré próximamente con la segunda parte de este relato, esperando haber podido interesarlos. Un beso. Marel.

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