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¡Cómo envilecieron a mi mamá!.

en Amor filial

¡Cómo envilecieron a mi mamá!.

Resumen:

Esto que cuento pasó hace ya algunos años: mi padre tuvo que abandonarnos, siendo yo apenas un adolescente y mi madre, madura, muy guapa, entró a trabajar, para sostenernos. Ahí conoció a un muchacho, de la mitad de su edad, del cual se prendó. Esta es la historia de cómo este chico la fue cautivando, hasta volverla su puta.

Hola, me llamo Miguel, hijo único en mi familia. Tenía yo 15 años y acababa de terminar la secundaria cuando sucedió lo que enseguida relato. Vivía con mi familia en el estado de México. Mi padre, Juan, es un hombre de 48 años. Mi madre, Isabel, es un ama de casa de 34 años. Tiene el pelo negro, liso, lacio, cortado a media melena, enmarcando una cara redonda, de ojos negros, muy grandes y reveladores, de rasgos finos, que hacen contraste con su cuerpo, de mujer madura, que sin exagerar, no tiene nada que envidiar al de las chavas que hay en mi escuela o aun a las chavas de las revistas.

Todo ocurrió casi al terminar el 3er año, cuando la crisis económica acabó afectando nuestra economía familiar, y mi padre, que manejaba camiones, tuvo que irse para los Estados Unidos, a buscar más dinero.

En ese entonces, tratando de ayudar en la casa, mi madre se metió a trabajar, de ayudante de despachador en un almacén, pues la cosa económica estaba muy mal. Ella había estudiado para secretaria, pero mi padre se había encargado de que no tuviera que trabajar, pues se casaron cuando ella apenas tenía los 18 años.

La cosa seguía mal en la casa y a las dos semanas de haber entrado a trabajar, mi mamá me dijo que iban a reclutar chavos, sin importar la edad, solo que quisieran trabajar en el almacén, cargando y descargando camiones. Yo le dije que yo le entraba, total, ya había presentado los exámenes finales y estaba ya casi por terminar la escuela.

Me metí a trabajar en donde también trabajaba mi madre. Ella era la encargada de controlar los trabajos, y me pidió que no dijéramos que éramos madre e hijo, pues así se le complicaba.

Junto conmigo contrataron a otros chavos, entre ellos a Mario, un chavo tres años mayor que yo; él sí tenía los 18, yo nomás lo decía, para que no hubiera problemas con el seguro social y esas cosas. Este chavo estaba grueso; pronto comenzó a liderear a todos, a meternos a sus ondas. Éramos siete  chavos, todos jóvenes, menores de 20 años. Mi mamá, “la ruca”, era la única mujer en el almacén. Era “la ruca”, pues nos llevaba casi de 16 a 19 años a todos los “cargadores”, y por eso “la raza” (todos) la denominó de esa forma, sin embargo, todos le traían muchas ganas, siempre estaban fantaseando con ella, y hablando de ella.

Mamá casi siempre iba de vestido o de falda y blusa, y todos decían que ya le habían visto los chones (calzones), y se dedicaban a ponerle colores. En fin…, yo me la pasaba haciendo mis entripados, aunque una vez, que fue de mallones, ¡por primera vez pude verla como mujer!: ¡se le veían todos sus detalles de mujer, muy amplificados!. Se le notaba perfectamente la pantaleta y además toda su panochota, con sus labios vaginales, sus nalgotas, sus piernas. ¡De verdad, a sus 34 años, mi mamá todavía se veía muy sabrosa!.

A los pocos días de eso, un lunes, a la hora de la comida, fui a buscar a mi madre. La vi que hablaba con Mario, al parecer de algo difícil, algún problema. Yo me iba a acercar pero algo me hizo quedarme a escondidas, viéndolos detrás de unos archiveros, escuchando lo que decían.

Hablaban al parecer de un embarque que había salido equivocado y le querían levantar responsabilidades a mi mamá. Ella estaba llorando y Mario la estaba abrazando; en principio parecía que para consolarla, dándole palmadas en la espalda, pero la otra mano estaba alarmantemente por debajo de su cintura, y a cada palmadita parecía bajar ligeramente para palparle su trasero, más y más.

Mario le acariciaba su carita, le secaba sus lagrimas con su mano, le acariciaba su pelo, su espalda, ¡sus nalgas!, al mismo tiempo que la abrazaba y le apretaba sus senos contra de su pecho.

Supuse que mi madre no se estaba dando mucha cuenta por su estado anímico, pero Mario  tenía que estar dándose cuenta de sobra, y se estaba aprovechando muy bien el cabrón, pues todavía en un momento dado, comenzó a darle de besos en la mejilla y a decirle que no se preocupara pa’ nada.

Sin valor para interrumpir, me fui a mi sitio y esperé a que acabara ese día para volver con mi madre a la casa. Mario se estuvo dando algunas vueltas con mi mamá, pero ya no supe qué más “apapachos” se dieron, lo cierto es que Mario estaba hablando con mi mamá a la hora de la salida; la quería acompañar, pero ella me hizo una seña discreta de que me adelantara, y luego de un rato, ella me alcanzó en la terminal del microbús, pues Mario iba en dirección contraria a nosotros.

Durante el trayecto a la casa, le pregunté a mi mamá, bastante celoso y hasta un poco enojado, si Mario se había intentado aprovechar, de ella, pero ella lo defendió:

+ Mario se portó como un caballero y me ha estado ayudando y “consolando” con unas

   broncas que traigo con los embarques…, ¿me entiendes?,

dijo mamá, tratando de calmarme y explicarme las atenciones de Mario para con ella.

– ¿Consolándote...?. ¿Y no te dio un abrazo y luego te estuvo “apapachando”…?,

le pregunté en forma irónica.

+ Si…, la verdad es que me dio un abrazo…, ¡muy reconfortante!, por cierto:

   ¡También me estuvo “apapachando!, ¡sí…!. ¡Los necesitaba mucho en ese momento…!.

   ¡Me sentí muy apoyada por él!.

Al día siguiente Mario se la pasó con mi madre. Los chavos le preguntaron que si se andaba ligando a “la ruca”, pero él solo se rió y les dijo que “estaba muy ruca para él”.

Ese día también miramos a Mario hacerle algunas caricias en la carita a mi madre, quién le dedicó  una sonrisa muy linda a ese Mario.

A la salida también se quedaron platicando un ratito, se tomaron de la mano, se dieron dos veces un par de besos en la mejilla, sin soltarse de la manita y luego me alcanzó de nuevo mi madre en la terminal.

Al día siguiente, el miércoles, mi mamá buscó a Mario, para que le ayudara con los muchachos y sobretodo con los choferes, que eran unos cabrones aprovechados. Mario, la neta, la ayudó bastante ese día, pues además era un tipo alto, moreno, bastante fuerte (y rudo, de liarse a golpes muy fácilmente), aunque con sólo 18 años a cuestas, casi la mitad de los de mi mami.

Al día siguiente era jueves y mi mamá preparó algo para la comida del medio día, para Mario y para ella. Yo comencé a ponerme celoso, pues no me gustaba que, junto con los halagos por su trabajo, yo había visto algunos roces de cuerpos, como que Mario sujetaba de la cintura a mi madre o le pasaba la mano por la espalda, como si la estuviese reconfortando, cuando ya era completamente obvio que la estaba “apapachando”. ¡Hasta llegué a ver cómo su mano bajaba de su cintura a sus nalgas y le daba una nalgadita!, pero la máxima reacción de mi madre fue mirarle con una sonrisa reprobatoria y lanzarle un:

                + ¡Mario…!,

sin dejar nunca de sonreírle.

A la salida del viernes, Mario y mi mamá se quedaron platicando, como ya se les estaba haciendo costumbre. ¡Esta vez no me fui para la terminal!, me quedé de nuevo a escondidas. Mario estaba muy junto de mi mamá, le acariciaba su carita y le daba de besos en la boca, besos pequeños y rápidos. Yo estaba viéndolos detrás de los archiveros, escuchando lo que decían mientras Mario no dejaba de darle besitos. Mario invitaba a mamá a que se fueran a bailar esa noche y ella le declinaba la invitación:

                = ¡Tengo ganas de llevarte a bailar…, de tomarme unos tragos contigo…, de ponernos

                  medio “pedones” (borrachos) y luego de eso…, irnos a estar muy juntos los dos…,

                  abrazados…, y hacerte el amor, con pasión…!.

                + ¡No Mario…, no…, cómo crees…, yo soy mujer casada…, tengo un hijo…,

                   tengo obligaciones con qué cumplir…!.

                = Pero si sólo vamos a distraernos…, un rato…

                + Mario…, ya sabes cómo me dicen, “la ruca”; ¡te doblo la edad…!, ¿porqué insistes en salir

                   conmigo…?. ¡Te prefiero de amigo, ayudándome siempre en la chamba (trabajo)…!.

y entonces Mario la abrazó, la jaló hacia él y mamá no se resistió.

                = ¡Me gustan mucho la mujeres maduras…, me gustas mucho, Isabel…, te deseo con todas

                  mis ansias…, tengo muchas ganas de hacerte el amor…!.

Sus cuerpos se embarraron, uno contra del otro, pues estaban los dos de pie, y se fundieron en un beso muy cachondo, en la boca. ¡Fue un beso muy largo…, de varios minutos!.

                + ¡Mario…, me estás poniendo caliente…!.

                = ¡De eso se trata, bonita…, de ponerte caliente…, de convencerte que te acuestes

                  conmigo…, de convencerte que me “aflojes las nalgas”…!,

le dijo, y volvió a besarla en la boca, poniéndole sus manos descaradamente en las nalgas, como señalándole de lo que se trataba, y luego de eso, la comenzó a jalar de ahí, contra de él, contra de su cuerpo.

¡Ya no era que pudiese dar lugar a una mala interpretación de si había puesto su mano muy abajo en la cadera de mi madre, es que directamente le estaba apretando sus nalgas!:

= Isabel, eres una mujer increíble…, pero más increíble son estas nalguitas que tienes…,

dijo, sin dejar de agarrarle las nalgas a mi mamá.

Mi madre giró el cuello para observar la mano de Mario, sobándole su trasero. Luego miró a Mario  con cara de perdonarlo y después volvió a mirar la mano que la estaba tocando, y tras quedarse viendo cómo le estaba sobando las nalgas, por encima de una falda azul, recta, no muy pegada, que llevaba mi madre, por un par de segundos, le apartó la mano cogiéndosela con firmeza y poniéndola sobre la mesa:

+ ¡Mario…, esas manos…!,

le dijo, con tono de aviso, pero sonriendo.

= Jeje, perdona Isabel, pero es que tienes unas nalgas…, ¡riquísimas!. ¡Enséñamelas!,

le dijo, levantándole de inmediato la falda, hasta descubrir sus calzones, unos blancos, que llevaba ese día.

+ ¡Mario…!,

le gritó mi mamá:

                + ¡Nos vayan a descubrir…, …tate quieto…!.

                = ¡Qué ricas piernotas tienes…!.

+ No digas tonterías y vámonos ya, que mañana tenemos que trabajar.

= Bueno…, pero…, mañana que salimos temprano, ¿nos podríamos ir a… “comer” juntos?.

                + No lo se Mario, eso es caro, y yo, ando ahorrando. No lo se, ¡no lo creo!.

Y se despidieron. Yo le eché carrera y llegué a “esperar a mi madre” en la terminal.

–  ¿Y ahora…, porqué te tardaste tanto…?,

le dije, reclamándole su retraso:

+ Es queee…, se me había olvidado acomodar unos papeles…, y luego se pueden perder…

Luego de la “explicación”, le dije que mañana, sábado, luego de la salida, yo me iba ir a jugar “fut”, “una cascarita”, y luego nos íbamos ir a comer y a echarnos unas cervezas.

Ese día, sábado, mi mamá se vistió muy guapetona, con un vestido negro, de una sola pieza, de cierre atrás, que le daba ligeramente por arriba de la rodilla (estando de pie) y que tenía un doble escote, por delante y por detrás. ¡Todos la notaron en cuanto llegó!. ¡Todos los chavos se emocionaron!, y en el primer descanso que hubo, Mario subió a platicar con mi madre. Yo me fui de inmediato a mi posición de espionaje. Mario la saludó de beso en la boca y la tomó de su brazo.

Mamá llevaba el pelo como si estuviera revuelto, pero se notaba que se lo había revuelto con esmero y con toda la intención del mundo. La verdad es que con ese pelo parecía mucho más joven, y para acompañar se había puesto unos aretes y un collar:

= ¡Isabel…, estás muy bonita!.

Le dijo Mario. Mi madre sonrió y le dio las gracias con otro beso en la boca. Mario llevaba una camisa de manga corta ultra ajustada, marcando sus pectorales, unos jeans y unos tenis, y la sonrisa de mi madre al verlo me confirmó que a ella le gustaba cómo se veía Mario ese sábado.

Al darse los besos, Mario  puso sus manos en las caderas de mi madre, con sus dedos tocando sus nalgas por encima del vestido y la reacción de mi madre fue una sonrisa nerviosa, en medio de un gran sonrojo:

                + ¡Maaario…, tuuu maaano…!. ¡No nos vayan a ver…!.

¡Mario le estaba palpando sus nalgas!:

= ¡Me encantan tus nalgas…!,

le dijo Mario, sin dejar de palparle las nalgas a mi mamá:

= ¡Estás rete guapa, Isabel…!.

Suavemente Mario le alcanzó su barbilla a mi madre y le atrajo sus labios hacía los de él. La besó, suave, tierno, despacio; fue un beso que la hizo suspirar y temblar en un largo y prolongado escalofrío.

                + ¡Aaaarrr…!.

= ¡Tienes unas nalgas…, riquísimas!,

le dijo Mario, pasándole esta vez su mano de manera totalmente descarada sobre sus nalgas, metiéndole incluso su dedo de en medio dentro de la rajada trasera de mi mamá:

                + ¡Mariooo…!,

dijo mi mamá en un suspiro:

                + ¡Me estás poniendo rete caliente…, condenado…!. ¡Ya vete…, tenemos que trabajar…!.

                   ¡Te invito a “comer” en la casa…, voy a estar sola, toda la tarde, aunque tendrás que

                   salirte antes de que caiga la noche…!, ¿está bien…, te parece…?.

                = ¡Tengo muchas ganas de hacerte el amor…, que te acuestes conmigo…, de que me

                  “aflojes las nalgas”…!,

le dijo Mario, levantándole su vestido, hasta descubrir sus calzones, esta vez unos rojos.

                + ¡Ya Mario…, ya para…, me estás poniendo caliente…!.

Y con una sonrisa muy grande, Mario, magnánimo, le dijo a mi madre:

                = ¡Conste…, nos vamos a ir “a comer” a tu casa…!.

Ese día yo le eché la carrera a la casa y me escondí en mi recámara. Al poco tiempo llegaron Mario y mi madre, riendo. Abrieron. Entraron. Cerraron la puerta y de inmediato se besaron en la boca, ¡con mucha pasión!, pero esta vez mi mamá sí se dejó llevar por el calor de sus labios y de su cuerpo rozando al de Mario, que bajó una de sus manos a las nalgas de mi mamá, y las agarró con firmeza, y ella ya no protestó:

= Se sincera con lo que sientes, Isabel... ¿Te gusta la sensación que tienes cuando te

   agarro las nalgas, verdad…?.

Mi madre se quedó callada, mirando hacia abajo, sin saber qué contestar. Mario  la cogió de la barbilla con sus dedos y le hizo levantar la mirada:

                + Mario…, soy casada…, me hace mucha falta el apoyo de un hombre, como el que tú me

                 has brindado…, me hacen falta caricias…, me hacen falta los tocamientos, ¡el sexo!,

                 ¡que me hagan sentirme segura…, que me hagan sentirme mujer…!.

Pude ver cómo en el rostro de mi madre, por el que corrían dos lágrimas provocadas por las afirmaciones de Mario; se dibujaba una media sonrisa, y volviendo a agachar la mirada, su rostro se acercó al de Mario. Entonces le dijo:

+ ¡Sí Mario…, me gusta la sensación que me provocas cuando me agarras las nalgas!,

y sus labios se juntaron con los de éste, en un beso cachondo, muy rico, para luego de un rato separarse de nuevo y:

                + ¡Me gustas Mario…, me gustas mucho…, me gusta mucho que me agarres las nalgas…,

                   los senos…, y todo aquello que a ti se te antoje de mí…!,

para luego después fundirse en un nuevo beso.

Al principio era un beso lento, con los labios acariciándose lentamente, pero cuando Mario  empezó a sobar el trasero de mi mamá con más ansia, los besos se convirtieron en un forcejeo entre cuatro labios, únicamente separados por las lenguas de ambos cuando se entrelazaban.

+ ¡Mario…, me gustas Mario…, me gustas mucho…!.

Le repetía mi mamá.

La  gran macana de Mario formaba una vistosa carpa en sus pantalones que se aplastaba contra el estómago de mamá a medida que la estrujaba entre sus poderosos brazos.

                + ¡Mario…, quiero que me la des…!.

Le dijo mi madre, sobándole su macana por encima del pantalón, tremendamente caliente.

Las manos de Mario  ya no se limitaban al trasero de mi mamá, sino que se deslizaban por todo su cuerpo. La mano de mi mamá seguía acariciando la macana de Mario:

                + ¡Mario…, quiero ser tu mujer…!.

Mario se fue bajando, lamiendo y besando su cuello y sus senos; los estrujó con sus manos y luego se puso a bajarle su cierre y a desabrocharle el brasier.

                + ¡Mario…, quiero que me la metas…!.

Cuando alcanzó los pechos de mamá, ella subió sus manos al cuello de ese hombre y le apretó la cabeza contra la suya, para besarlo con más fuerza, llevada por su excitación.

                + ¡Mario…, qué rico me lo haces… Mámamelos… !.

Brotaron sus senos, y de inmediato Mario se puso a besarlos, lo mismo que a sus pezones, que los lamió y los chupó.

                + ¡Sí Mario…, mámamelos…!.

Despacio le bajó las pantaletas, rojas, llegando hasta su sexo, peludo, procediendo a besarlo:

                + ¡Maaario…, qué rico me lo haces…, bésame ahí…, asíiii…, Maaariooo…!.

Y Mario comenzó a mamarle su sexo, clavándole su cabeza en la mitad de sus piernas, a la mitad de su sexo, sobre de su clítoris, paradito.

                + ¡Maaariooo…!.

En estos momentos mi mamá se encontraba completamente desnuda, solamente con sus zapatillas de tacón alto, amarradas a su tobillo, y no dejaba de gritar, como loca. ¡Jamás la había mirado yo así!:

                + ¡Mámame…, mámame…, así…, así…, así…, mámame fuerte…, mámame mucho…!.

                   ¡Masa…, masa…, Maaariooo…!,

y con sus dos manos le aplastaba la cabeza de Mario contra de su panocha, sin dejar de gritar, gemir y pujar, sólo que Mario se levantó, a la mitad de esos gritos, se quitó el pantalón y el calzón y ahí mismo, parados, agarrándola por las axilas, como si fuera una pluma, flexionando un poquito su cuerpo, ahí mismo se la empaló: ¡le dejó ir toditita su verga…, hasta adentro…, de un solo y fuerte empujón!.

+ ¡Aaaaggghhh…, mmmariooo…, mmmgggbbb…, Maaariooo…!,

gritó, completamente alocada, desenfrenada, invadida por la lujuria, disfrutando esa verga.

                + ¡Mmmmariooo…, agh…, qué rico Maaariooo…, agh…, qué rico…!.

La expresión de mi madre era de éxtasis, con la cabeza hacia arriba, los ojos cerrados, y la boca entreabierta por el placer. Ella respiraba con dificultad, jalaba aire por donde podía,

= ¡qué mojadita estás, Isabel…!,

le dijo Mario , al notarla empapada, por la excitación que traía.

+ ¡Aaaaggghhh…, sí Mario…, sí…, agh…, estoy muy mojada…!, ¡me tienes rete caliente!.

   ¡Hacía mucho tiempo que no me venía de esta forma…!, ¡qué rico Mario…, qué rico…!.

le contestó mi mamá, con la voz excitada, mientras el otro la bombeaba con muchísima fuerza y le levantaba las piernas, de los tobillos, hasta llevárselas hasta a sus hombros.

                + ¡Mario…, agh…, qué rico…, agh…, Mario…!.

le decía mi mamá, suspirando, jadeando, con una voz claramente afectada por la excitación.

                = ¿Te gusta…, te gusta…?,

Le preguntaba ese Mario, sin dejar de bombearla con fuerza, como queriéndola deshacer, como queriéndola hacer que pasara a través de ese mueble y a través de la pared de la casa.

+ ¡Agh…, me gustas..., agh…, Mario…, agh…, me gustas mucho…, agh…, Mario…!,

Le decía mi mamá, gimoteando, en medio de su delirio pasional, y Mario le repetía la pregunta:

                = ¿Te gusta…?,

y mamá se la contestaba:

+ ¡Me gustas Mario..., agh…, me gustas…, agh…, me gusta mucho tu verga…, agh…!.

Mario siguió dándole fuerte por un largo rato, y tras tenerla un rato gimiendo, suspirando y jadeando, mi mamá comenzó a suplicarle:

                + ¡Bésame Mario…, agh…, bésame…, agh…, por favor…, agh…!.

Yo estaba perplejo ante tal súplica, pero Mario la complació, y se puso a besarla en la boca, sin dejar de bombearla con fuerza. ¡Eran tales los golpes…, que hasta a mí me dolían esas embestidas tan tremendas que le lanzaba a mi pobre madre!. ¡Ya llevaban como 15 minutos o más en esa posición, en ese suplicio para mi mamá, y no paraban!. ¡Estaba yo excitadísimo, sobándome la macana por encima del pantalón!.

                + ¡Mario…, me vengo…, Mario…, me vengo…, me vengo, me vengooo…!,

Comenzó a gritarle mi madre, con fuerza, al oído, pero Mario no bajaba su ritmo; la siguió golpeteando, penetrando, bombardeando, sacándole de gemidos:

                + ¡Aaaaggghhh…, Maaariooo…, me vengo…, de nuevo…, me vengo…, otra vez…!.

= ¿Te gusta Isabelita…, te gusta…?.

 + ¡Sí Mario…, me gusta…, me vuelves loca…, aaaggghhh…, me gustas mucho…,

     me encanta todo eso que me haces…, síguele…, síguele…,dámelo…, fuerte…,

     con fuerza…, me estás haciendo vibrar…!.

Y entonces Mario  la volvió a agarrar de las caderas y a imprimir más fuerza a su ritmo, volviendo a arrancar los gemidos de placer de mamá:

                + ¡Maaariooo…, qué ricooo…, Maaariooo…!.

= ¿A este ritmo te gusta Isabel…, así…, así…?,

le preguntó Mario , mientras empezaba a imprimir aún más velocidad a su ritmo, volviendo loca de placer a mi madre.

+ ¡Aaaaggghhh…, Maaariooo…,  qué cogida me estás parando, Mariooo…!,

   ¡qué placer me estás dando…!.

gritaba mi madre, ya completamente fuera de sí; y sin poder contenerse, en un nuevo grito, muy lujurioso y cachondo mi madre se vino por milésima vez esa tarde:

+ ¡Aaaaggghhh…, Maaariooo…, me vengooo de nuevoo… Mariooo…!,

   ¡me estoy viniendo sobre tu vergaaaggghhhh…!.

Mi madre, con la cabeza completamente echada hacia atrás, se sujetaba al cuello de Mario, y tras unos segundos se desplomó sobre el sofá de la sala, resoplando como si se estuviera quedando sin aire, como si se estuviera asfixiando.

Mario, en ese preciso momento, la bombeaba todavía con más fuerza, a empujones, haciendo gritar y resoplar a mi madre:

                + ¡Aaaaggghhh…, agh…, agh…, agh…!.

aunque tampoco estuvieron así mucho rato, ya que Mario comenzó a soltar de bufidos, a resoplar y a acelerarle a sus embestidas, que se notaba en el ruido que hacía el sofá chocando contra de la pared:

+ ¡Agh…, Mario…, me la estás metiendo muy fuerte…, me duele…, ya vente…, ya vente…!.

                = ¡Buuufff…, buuufff, buuufff…!

Los vergazos de Mario  parecían que iban a desbaratar al mueble, a la casa y a mi mamá, hasta que en un momento determinado, Mario agachó su cabeza sobre de mi madre y embistiéndola con más violencia cada vez, se puso a gritarle al oído:

                = ¡Me vengo Isabel…, gggrrr…, me vengo…, buuufff, me vengo…!.

Mario  rugía y bufaba mientras seguía viniéndose en el interior de mi madre, en su vientre, en su sexo, en su intimidad.

Cuando Mario termino de venirse, y tras tomar un poco de aire, se dejó caer por encima de mi mamá, y los dos sobre del sillón, extenuados, extasiados, rendidos. Se quedaron en silencio por un muy largo rato, hasta creí que se habían quedado dormidos.

Mario fue el primero en levantarse, quizás porque estaba muy incomodo en ese sofá:

                = ¡Qué sabroso palito nos aventamos…!,

Le dijo a mamá, quién todavía recostada le contestó:

                + ¡Ay Mario…, lo sentí rete rico…, me hiciste tremendamente feliz…!,

le contestaba mi madre, completamente sumisa, sometida por la verga de Mario, justo a un lado de su carita.

= ¡Ya lo sabía yo, Isabelita…!. ¡En cuanto te vi, sabía que ibas a ser “mi Isabel”!.

   ¡Límpiame la verga con tu boquita…, dámele una buena chupada…!.

A lo lejos pude notar una sonrisa de satisfacción asomar por los labios de mi mamá, lo cual me sentó como una cubetada de agua helada: ¡iba a chuparle la verga cochina a ese Mario!.

Ella misma, bajándose del sofá, fue a hincarse entre las piernas de Mario, parado con su trozo de carne colgando:

= ¡Límpiame la verga con tu boquita…, dámele una buena chupada…!.

+ Sí, Mario,

respondió mi madre, sumisa.

Mario la agarró de su cabeza, de sus cabellos y la dirigió hacia su verga:

                + ¡límpiamelo con tu boca…, chúpamelo…, mámamelo…!,

Le dijo ese Mario, y mi madre, sonriente, lo obedeció.

Desde donde estaba, y debido a la mesa y a Mario, que se interponían,  no podía ver bien lo que estaba haciendo mi madre, aunque estaba bastante claro, sobre todo viendo los gestos de placer de Mario  y sus comentarios:

= ¡Oohhh…, qué bien me la chupas…, Isabel!.

+ Hmmmggg…, slurp…, slurp…, hmmmggg…,

eran los únicos sonidos que se le oían a mi madre.

                = ¡Ya se me paró nuevamente, Isabel…, la mamas bien rico…, Isabel…, sigue chupándola

                  así…, que quiero venirme en tu boca…!. ¡Síguele, síguele, así…, así…, me la chupas muy

                  bien, chúpala bien…, síguele…, chúpala bien…!.

Durante un buen rato, lo único que pude escuchar eran las obscenidades que Mario  le soltaba a mi madre y los ruidos que ella hacía al chuparle la verga a ese Mario, pero luego de unos minutos, pude escuchar como Mario  le decía:

= ¡Muy bien hecho, Isabel, voy a venirme en tu boca…!. ¡Trágatelos todos, todos toditos…!.

Y comenzó a eyacular en la boca de mi mamá,

+ ¡glurp…, glurp…, glurp…!,

que no dejó de tragárselos todos, todos toditos, como se lo había pedido ese Mario.

Pasado ese instante, mi madre, limpiándose la boca con el brazo, se levantó, sonriéndole tontamente a ese Mario:

= ¿Te gustaron mis mecos Isabelita, te gustaron…?. ¡Voy a hacerte mi puta Isabel…!,

   ¡voy a volverte mi puta…!.

¿¿¿¿¿CÓMO…?????????, me dije a mí mismo, alarmado: ¿Qué va a volverla su puta…?.

No creí haber oído bien, sin embargo, en menos de un segundo me llegó la confirmación, por mi madre:

                = ¡Sí Mario…, lo que tú quieras…, hazme tu puta papito…, vuélveme puta, mi rey…!,

Y lanzándose a los brazos de Mario, sellaron ese trato con un beso cachondo. ¡Así emputecieron a mi mamá…!. ¡Así fue como envilecieron a mi mamá…!. ¡Ahí la subieron al tobogán, a la resbaladilla, y desde lo más alto, la dejaron caer…, ella solita se resbaló…, feliz…, en ese envilecimiento y emputecimiento que ya no tuvo retorno!.

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