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Confesión (5a parte)

en Confesiones

Confesión (5ª Parte)

Resumen

En los 4 envíos anteriores comenté cómo a mis 30 años me divorcié, cómo me enamoré de un jovencito  de 19 años y cómo fue que comencé de prostituta. Aquí presento ahora algo de lo que originó esta decisión: ¡cómo llegué a meterme de prostituta!.

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Mi marido, del cual me divorcié a mis 30 años, era muy cogelón, y así me acostumbró, a tener relaciones sexuales varias veces a la semana, relaciones fuertes; me enseñó una gran cantidad de posiciones y secretos de las artes sexuales, dar y recibir, y…, de repente, algo pasó…, comenzó a dejar de “montarme”, de cogerme, de hacerme el amor. Esas relaciones bajaron drásticamente y le protesté.

Yo siempre había sabido que era muy cogelón, muy mujeriego y que en toda mi vida de casada, él había tenido muchísimas aventuras, pero…, jamás me importaron, pues eso eran…, sin embargo…, ¡algo estaba pasando…!, que ahora sí me afectó.

Empecé a preguntar a los conocidos y en especial a una señora Vicky, que “presentaba” (tenía una casa de citas). Ella me dio santo y seña, de mi marido, pues lo conocía desde hacia muchos años. Me dijo que había conocido a unas “jovencitas” muy cogelonas y que se la pasaba con ellas.

Como me dijo la Vicky que eran varias, ya no me importó, ya no le presté mucha atención, pues ya lo conocía, eran muchas no era una sola, pero…, poco a poco me siguió bajando la dosis, y entonces sí lo resentí y le protesté, le reclamé. Me dijo que todo eran imaginaciones mías pero…, comenzó a dejar de venir a la casa. Le pregunté qué pasaba y me dijo que por cuestiones del trabajo estaba teniendo que salir fuera de la ciudad, a veces por varios días.   

Yo andaba mal, andaba yo distraída, andaba de muy mal carácter, lloraba a cada rato, nada me parecía y…, a veces, estando sola, había ya tenido que masturbarme, cosa que ya no hacía desde que me había yo casado, hacia ya casi 12 años. Tenía 27 y empezaba nuevamente a masturbarme, al ir al baño, al acostarme, cuando veía alguna película erótica, etc.

En una ocasión, tenía que pagar el recibo de la luz y se me olvidó; cuando lo pagué ya estaba vencido y…, vinieron a cortarnos la luz, un viernes por la mañana y…, nos pasamos todo el fin de semana sin luz. Mi marido andaba histérico, pues no pudo ver su fut en la tele y…, aprovechó para largarse de casa todo ese fin de semana.

El lunes por la mañana me levanté muy temprano para ir a la compañía de luz. ¡Iba furiosa!. Todo el fin de semana me habían dejado. Arreglé a mis hijas para la escuela, me arreglé yo y, luego de dejarlas me fui a la compañía de luz.

Iba ataviada con un vestido de cocktail,  ligero, negro, cruzado, ceñido  con un cinturón de tela. Llevaba pantimedias, zapato de tacón alto, negro, y  abajo un conjunto de pantaleta – brasier negros, bonitos, como siempre me ha gustado vestir.

Me planté con una empleada y le reclamé airadamente,  por lo que de inmediato me pasó con el jefe. Entré al cubículo y ahí estaba un señor de  unos  40  años, de traje y bigotito, el cual aceptó todo el regaño y a duras penas pudo disculparse. Entre otras cosas alcanzó a decir:

      = si quiere agregar algo más pues, casualmente aquí está el jefe de la zona,

y me señaló a un individuo moreno, algo mayor que él, corpulento, tirándole a fuerte y que vestía de café, pantalón, botas y una chamarra borrega.

Este hombre me ofreció mil disculpas y trató de calmarme, pues yo seguía enfurecida. Me ofreció una taza  de  café y,  como yo lo aceptara, el otro, el jefecito de oficina dijo que no tenían, por lo que el jefe de zona me invitó a un restaurant vecino:

       + bueno, pero…, dejé el coche aquí enfrente

       = ¡deme sus llaves!; que lo estacionen en el restaurant y nos lleven las llaves!,

le dijo al jefecito de oficina.

Me tomó del brazo y me condujo a un café a unos metros de ahí. Yo no me calmaba, seguía indignada y él me dejaba desahogarme.

Llegaron con las llaves; nos las dejaron y se fueron. El café aún estaba caliente cuando me dijo, al tiempo que se levantaba y me tendía la mano:

       = ¡vamos a dar una vuelta!.

No supe que decir.  Le tendí la mano y me ayudó a levantarme. Me llevó a su auto,  un Dodge algo  atrasado;  me abrió la puerta y, como yo volteara la vista hacia mi auto, añadió:

       = ¡aquí está seguro, al rato venimos por él!.

Se subió y arrancó.

De inmediato estiró su mano y me la puso en la pierna. Estaba lejos de él y me dijo:

            = ¡acércate un poco!.

No se porqué pero obedecí. Iba a su lado y el hombre, que no me gustaba, me iba agarrando las piernas.

En unos minutos llegamos a un motel. Era muy temprano, no daban aún las nueve.

Nos metimos y en un instante me encontraba dentro de un cuarto abrazándome con ese desconocido que, repito, ¡no me gustaba!. No se que era pero…, ¡era algo salvaje…!. Me apretaba contra de él, me acariciaba todo el cuerpo de manera vulgar y descarada. Sus labios se restregaban contra de mi boca y su lengua me llenaba de saliva el cuello, orejas y nuca.

Sin muchos  preámbulos me levantó mi vestido, me pasó las manos por debajo y me acarició nalgas y coño.

Al instante procedió a bajarme pantaletas y pantimedia, las cuales dejó sobre mis rodillas.  Prosiguió  a dedearme  tanto mi culo como mi sexo. Me metió varios dedos y los meneaba

       = en este hueles a puta...

         en este hueles a caca,

me dijo paseándome sus dedos sobre mi nariz y luego introduciéndoselos en su boca.

Luego, y de manera abrupta, se sacó su verga parada y me la metió de  golpe…, ¡hasta el  fondo!.  Me comenzó a empujar y  yo a menearme todita. Me agarraba las chiches; me las sacó del brasier y me las apretaba y aplastaba de manera grotesca.  ¡Estaba excitadísima…!. Me levantaba con cada uno de sus empujones, sin embargo, yo no podía abrir bien  las piernas,  me estorbaban las pantimedias. 

Se vino abundantemente, tanto que creí que se estaba orinando.

Después de  esto,  terminó  de desvestirme.  Me quitó el vestido, zapatillas, pantaletas y pantimedia, brasier, y comenzó a mamarme mi sexo, ¡todo batido!.

Sentí algo de repulsión pues estaban sus mocos y mi venida pero, cuando luego de mamarme retiró su boca y me plantó un  beso en la mía, ¡me sentí enloquecer, de la calentura…!. Me separó las piernas y me la volvió a meter.  ¡Entraba y salía con fuerza y con furia!; nuestros pubis  chocaban entre sí;  ¡yo gemía como loca  y él  no dejaba de decirme!:

       = puta, puta, puta...

Me vine como tres veces seguidas, y luego de eso, él me hizo girarme, poniéndome boca abajo;  él se puso en cuclillas, me levantó  las piernas y las abrió a la altura de su cintura, me colocó su verga y comenzó a metérmela.

¡Me la metía hasta adentro…!, me lastimaba, ¡sentía  que  me desgarraba!;  empujaba y empujaba. Mi cara estaba aplastada contra la almohada. El no cesaba de decirme:

       = puta, puta, puta...

¡No me gustaba que me dijera eso pero…, deseaba que me siguiera cogiendo!.

Se volvió a venir e hizo que me viniera. Sus chorros eran abundantes y muy ardientes. Parecía que no terminaría nunca de venirse.

Cuando al fin terminó, pasó un largo rato para que se le bajara y aún más largo rato para que se  saliera de “mi cajita  de música".

Una vez que se  zafó,  se recostó en  la cama,  boca-arriba, a mi lado. Me jaló hacia él y me besó apasionadamente:

       = ¡estás rete sabrosa...!, y además eres rete caliente..., te mueves muy rico...,

         se me hace que a ti no te cogen seguido..., ¿tienes marido?.

No contesté,  ni tuve tiempo para hacerlo; con su mano tomándome del cuello, me empujó para abajo,  dirigiendo mi cabeza hacia su sexo.  ¡Era impresionante ese trozo de carne…, aún en reposo…!. Una verga larga, gruesa y cabezona, muy morena y con cabeza morada.

= ¡chúpamela!.

Me ordenó. Me acerqué a ella,  la tomé con la mano;  ¡no me cabía…!, y eso que estaba toda flácida. Estaba llena de mocos y de venidas; estaba resbalosa, untosa.

Empecé a jugarla con una mano y luego con las dos,  hasta  que sentí que  me  empujaba la  cabeza y entonces, procedí a  mamársela.  Su cabezota era enorme y  me costó trabajo introducirla en mi boca.

En cuanto comencé a pasarle  mi lengua,  el instrumento tomó vida nuevamente,  y comenzó a palpitar y a aumentar de tamaño y de volumen. ¡Era impresionante…!.

Me aloqué y comencé a bombearla y a recorrerla desde la punta hasta la  base,  tardándome en  sus  testículos  negros, peludos, ¡enormes!.  La rajadita del pene parecía un ojo que me miraba. Yo le introducía la lengua.  El hombre me empujó a bombearlo y luego me jaló  de las caderas  para acomodarme sobre su  cuerpo, pasándole una pierna  de cada lado  de su tórax y dejándole mi  sexo  en su boca, para que me chupara todo mi sexo. Lo recorrió deliciosa e infinitamente con su lengua,  la cual se pasó hasta la raya de mi culo, el cual también me lo mamó y me lo llenó de saliva.

Luego me empezó a meter un dedo en la vagina, luego dos y luego..., creo que me metió toda su mano. ¡Me dolía…!, pero me encantaba ese tratamiento.

Su verga estaba enorme…,  muy erecta…, y yo la tenía aprisionada con mis dos manos y la mamaba incansablemente.

De repente sentí sus manos separándome mis nalgas, y luego, un dedo lleno de saliva que se empezaba  a introducir  en mi culo, dilatándolo lentamente,  dándole masaje a mi roseta, al esfínter. ¡Era deliciosa la  sensación!. 

Poco a poco mi esfínter cedió  y se abrió suavemente al  paso del dedo,  el cual entró  hasta la empuñadura y volvió a salir para regresar con otro  dedo y querer entrar los dos a un mismo tiempo. 

Entraron y permanecieron en mí un rato,  dilatándome mi esfínter. Luego salieron y entraron tres juntos. 

La dilatancia de mi ano me producía sensaciones muy placenteras y desconocidas que me hicieron alcanzar un orgasmo múltiple, que hizo sonreír a ese hombre:

       = ¡ya te veniste de nueva cuenta...!

         ¡te está gustando!, ¿verdad putona...?

Dijo esto empujándome hacia un lado de  él,  en la cama. Luego me abrió las piernas,  las  levantó  hacia  el techo, y comenzó a metérmela muy adentro, muy profundo, muy fuerte. ¡Me vine en otro nuevo orgasmo múltiple y le bañé todo su sexo con mi venida!.

En ese momento se zafó de mi vagina y así, en  la misma posición en que me encontraba, procedió a metérmela por el culo. Me lo dilató nuevamente y cuando por fin logró meter la cabeza…, ¡sentí una sensación deliciosa…!.

Se estuvo estático un momento y luego procedió su viaje hasta estamparme sus pelos contra mis nalgas. Hacía ligeros movimientos de cadera que estimulaban  mi esfínter, y éste, al abrirse y cerrarse  presionaba a su verga  hasta que, sin aguantar esa presión tan ajustada, ¡lo hice venirse dentro de mis intestinos…!.

Nos quedamos dormidos, uno al lado del otro.  Me desperté yo primero, me levanté y me dirigí al baño, a lavarme. Él me alcanzó y se metió a la regadera conmigo,  me enjabonó, me pegó su cuerpo al mío, colocando su pene sobre mis asentaderas. Con sus manos me enjabonaba los senos y el sexo.

Cuando el jabón se cayó,  me flexioni a recogerlo, pero estando doblada hacia el frente, ese hombre me enjuagó, mientras su pene buscaba un huequito por donde colarse.

Me flexionó contra el escusado y me la metió  por detrás. ¡Me llegaba hasta adentro…!, y me  hacía gritar de dolor y de placer entremezclados, pero, para aumentar las  sensaciones, comenzó a apretarme salvajemente las chiches y a retorcerme los pezones.

¡Me dolían  enormidades…!, pero  me  tenía  muy  caliente.  Eso es el sadomasoquismo y de ello estaba yo  pidiendo más. 

Él me leyó el pensamiento, y  en  la  forma que me  tenía,  comenzó a darme de nalgadas con su mano mojada. Yo gritaba de dolor y de placer. ¡Lo recibía todo…!,  sin moverme de mi sitio. ¡No me gustaba!, pero me tenía hipnotizada con todo cuanto me hacía.

Se  me  hincó por detrás,  y  colocando  su  boca  en  mis nalgas adoloridas  y enrojecidas por las nalgadas, me las  comenzó a morder.  ¡Era un dolor delicioso!. ¡Era dolor y placer!. Yo me venía y me venía, alcanzando una serie de orgasmos en repetición.

Me separó las nalgas brutalmente e  introdujo su cara en  mi ano, mordiéndome todo el esfínter y la raya de enmedio. ¡Era misteriosa esa sensación…!; entre más me dolía, más me excitaba.

Sentía que un orgasmo muy grande se gestaba dentro de mí y…, cuando estaba a punto de  alcanzarlo,  él se  retiró  de  mi  culo,  comenzando a morderme mi sexo, los labios y la vulva, mis pelos.

En una de esas mordidas eróticas,  no pude contenerme y me vacié en su cara. ¡Era tan grande mi placer que mi venida parecían orines y duró por varios minutos…!.

Cuando logré recuperarme vi que él también se  había venido sobre el azulejo del baño.

Nos  apresuramos a arreglarnos pues  yo  tenía que recoger  a mis hijas a las 12 y ya eran casi  las 12:10.

Al irme a vestir,  él me detuvo la pantaleta y se la guardó en la bolsa diciéndome:

       = ¡esto se me queda de recuerdo...!.

+++

Dado  que  no  llevaba  pantaletas,  tampoco  quise  ponerme  las pantimedias, así que me fui "a raíz".

Al subirnos al coche todavía nos besamos apasionadamente y él se dio tiempo para estrujarme salvajemente las chiches.

En todo el camino me fue agarrando las piernas y  me hizo sacarle la  verga para  luego obligarme a írsela  mamando  en  el camino, mientras él manejaba hacia la escuela de mis hijas.

Las subimos en la parte de atrás del coche y luego  de arrancarse para ir  por el mío, el hombre me metió la mano por debajo del vestido hasta apoderarse de mi sexo, desnudo, pues no llevaba yo pantaletas, y comenzó a jalarme los pelos.  ¡Era un dolor muy intenso…!,  era una angustia de pensar que mis hijas y/o la gente de afuera pudieran darse cuenta. ¡Era un placer que crecía a cada jalón que me daba!.

Algo me preguntaron las niñas y contesté con un gemido monosilábico,

            + ¡Ajaaa…!,

por lo  que él me aconsejó que me  hincara en el asiento y me fuera platicando, viendo hacia atrás, con ellas.

Así lo hice, y de inmediato sentí su mano pasar bajo mi vestido y luego una presión que me obligaba a separar mis  piernas.

Una vez hecho esto, una mano volvió a jalarme mis vellos púbicos, y unos dedos  comenzaron a adentrárseme por el culo.

Me vine en esa posición y de ahí no nos cambiamos hasta llegar a la compañía de luz.  Él me llevó todo el tiempo la mano en  las nalgas, metiendo alternativamente su  dedo  en culo y vagina.  No osé,  ¡para nada!, cambiar de posición sin que él me lo ordenara.

Llegamos al  restaurant de al  lado de la  compañía y descendimos del auto. Busqué el mío con la mirada y no lo vi:

= ¡Voy a buscarlo allá adentro. Pidan algo en el restaurant: un helado, un batido, lo que quieran...!.

Nos sentamos y él regresó al rato.  Se sentó con nosotras, que estábamos en una mesa de bancas dobles, una frente a la otra; yo estaba en una, mis hijas frente de mí. El hombre se sentó a mi lado, y sin decir más:

= a ver, ¡levántate tantito...!,

me dijo, levantándome un poco el vestido

= ¡ya siéntate!,

volvió a decir y yo obedecí, poniendo así en contacto, mis nalgas desnudas,  con el plástico de la banca. ¡Fue una sensación extraña…!, y debí reprimir un gemido:

            + ¡Aaaahhh…!.

El hombre nunca subió la mano, la dejó bajo la mesa: en mis piernas, en mi sexo. ¡Se divertía pellizcándome mi clítoris!, y dándome tanto placer que…, ¡tenía que tragármelo para no demostrárselo a mis hijas!.  ¡Esto era un pimiento adicional y alcancé otro orgasmo violento, mojándole la mano al hombre!.

            + ¡Aaaaggghhh…!.

Pagó y nos fuimos a una bodega…, atrás de la sucursal. Entramos y nos topamos, luego luego, con otra puerta

= ¡espérennos tantito; vamos por las llaves, pues está obscuro!.

Efectivamente, estaba obscuro. Entramos con cuidado y me condujo hacia atrás de unas llantas que ahí estaban almacenadas.

Tomándome de los hombros, y luego de la cabeza,  me hizo ponerme en cuclillas y me puso a jugarle la verga. En eso:

       = ¡mami!.

¡Eran mis hijitas que se asomaban por la  puerta!.  Yo me asusté, por sentirme sorprendida, pero él me dijo:

= no nos pueden ver; está a obscuras aquí y ellas están en la luz.

Así era: ¡yo las veía muy bien!, paradas en la puerta, buscándome con la mirada, pero sin saber hacia adonde dirigirla.

       + ¡ahorita voy…!. ¡No entren…, está muy obscuro y está sucio...!.

La presión del hombre me hizo volver a lo que estaba. Con sus manos me marcaba el ritmo al que debía de mamarle su verga. Su pene se agigantaba más y más. Lo tenía sostenido con las dos  manos y me lo metía hasta la garganta. Oía las voces de mis hijas alternadas, en una plática a gritos con el hombre. ¡Eso me excitaba…!, saberlas ahí…, al lado…, con grandes posibilidades de descubrirnos.

Estando yo en cuclillas, mamando, el hombre me metió su pié, con todo y zapato, y con él empezó a apachurrarme el clítoris. Con la orilla de la suela del zapato, me la deslizaba desde el clítoris, a lo largo de mi  vulva,  apachurrándome los labios vaginales con la suela y llegando a mi  culo, donde me enterraba la punta del zapato haciéndome daño. ¡Nada me gustaba…!, ni él, ni lo que me hacía pero, ¡me tenía subyugada…!.

Alcancé un nuevo orgasmo sobre las agujetas de su zapato, con las cuales me estaba frotando el clítoris.

Me fui de espaldas por lo fuerte del orgasmo. El me detuvo y me hizo sentarme sobre un montón de manguera que había  ahí amontonada. Me  dejó  reposar un  instante  pero sin dejar  de apachurrarme y pellizcarme las chiches sobre del vestido.

+++

Cuando me sintió recuperada,  me volvió a empujar  su verga hacia mi boca  y volví a mamarla.  Estaba  en eso cuando se  le ocurrió algo más aún. Me levantó, y tomando la punta de la manguera, que debía de ser como de dos pulgadas  de  diámetro,  me la introdujo en mi sexo que, aunque estaba multilubricado, sí me hizo daño. El resto de la manguera me la pasó entre mis nalgas, poniéndolo en contacto con mi culo y me hizo sentarme sobre del mismo.

Su verga en mi boca,  sus manos sobre de mis  chiches, su rodilla sobre mi clítoris,  dándole de rodillazos, y retacándome la manguera en  mi vagina, y yo sentada sobre ese  mismo cable, que me recortaba el ano, comenzó a eyacular en mi boca, en mi cara, en el cuello, en el vestido, y yo a venirme sobre esa manguera, que tenía retacada.

Se derrumbó sobre de mí y yo sobre el montón de manguera en que estaba sentada - recargada. En todo esto debieron pasar entre 5 y 10 minutos. Al salir a la luz:

       & ¡estás toda sucia mami!.

Me dijeron mis hijitas. Me observé el vestido: ¡todo lleno de polvo!, de adelante y de atrás, además, como era negro, se le notaba más.

Comencé a sacudírmelo de  atrás y luego  del  frente,  que estaba menos sucio de polvo.  En ese entonces observé que todo el frente ¡estaba batido de semen!, de la venida del hombre.

Él procedió a limpiarse,  con mi propia pantaleta!. El cuello, la cara y los hombros, también los tenía batidos de mocos, de semen.

En esta  limpiada  el  hombre aprovechó para volverme  a agarrar, ahora discretamente,  las chiches, donde me atoró, en el brasier, algo que no vi, sino más tarde.

Nos acompañó  al coche y  de ahí me fui para  la  casa. ¡Me sentía sucia!,  sin pantaletas; culpable, ¡cogida delante de mis hijas!, no se…, ¡miserable!.

Me desnudé y eché toda mi ropa a lavar.  Me metí a  la regadera y me  lavé  cuidadosamente hasta el último rincón. Estaba muy lastimada y el agua, aunque me cauterizaba y me hacía bien, me lastimaba y me excitaba.  Debí masturbarme para  poder calmarme. Pensaba en esa vergota negra – morena y de cabeza amoratada; ¡disfrutaba de la rudeza del tipo ese!.

Luego de comer,  me dormí toda la tarde soñando en la cogida que me había echado. Todavía pienso en ella y todavía me estremezco placenteramente.

Lo que el hombre introdujo en mis senos a la  hora de despedirse, era una tarjeta de presentación, con su nombre, dirección y teléfono.

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