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Futbol: ¡otro golazo de ese chiquillo!

en Sexo con maduras

Futbol: ¡otro golazo de ese chico, de la edad de mi hijo…!

Resumen: tenía 35 años cuando un torneo de futbol me llevó, con mi hijo y un amiguito suyo, a ir a otra ciudad, donde viví la pasión, por el amiguito de mi hijo. Esta es la tercera parte del apasionado juego que viví con él, que supo anotarme un golazo tras otro, en mi cuerpo, haciéndome enloquecer de pasión.

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Resumen: en los dos relatos anteriores (Hetero: general) comenté cómo llegamos mi hijo, un amiguito de él y yo a otra ciudad, a un hotel, para en los días siguientes participar en un torneo de futbol. Ahí me enredé con el amiguito de mi hijo, lo seduje y le comencé a enseñar el arte del sexo; esta es su tercera lección en la que la pasión me domina y también al muchacho, que deja salir sus instintos innatos y me hace disfrutar de su sexo.

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Cuando nos recuperamos de nuestro último “encuentro” sexual que acabábamos de tener, el chico ese se metió a lavar y luego se regresó a vestir, para bajar a cenar; yo me metí a bañarme y sobretodo lavarme la cara y la boca, todas llenas del semen de ese jovencito, que me acababa de inundar con su “leche”.

Javier, el chico compañero de mi hijo, me preguntó si me esperaba para bajar juntos, pero yo le pedí que se adelantara, pues yo todavía me iba a tardar.

Salió el chico de la habitación y yo salí del baño. Me anudé la toalla alrededor de mi cuerpo y me puse a arreglarme el cabello. Me puse “sombras” en los ojos y un lápiz labial de un color rosado, muy tenue.

Me puse unas pantaletas azules, azul cielo, muy transparentes y cachondas, con vivos azul marino en los resortes, de la cintura y las ingles, que dejaban ver fácilmente la pelambrera de mi monte de Venus; me puse unas zapatillas descubiertas, de tacón alto y acto seguido comencé a perfumarme, con un atomizador.

Me perfumé primeramente mi carita, mis cabellos, mi cuello, por si me besaban. Me vi en el espejo: mis senos se miraban erectos, muy firmes y desafiantes, así que…, los rocié con el perfume…, por si me abrazaban.

Me volví a mirar al espejo, mi pantaleta azul, transparente: ¡le servía de marco a mi monte de Venus, a mi “pelambrera”!. ¡Me volví a mirar muy bonita!. ¡Me gustaba lo que veía!.

Me perfumé también ese lugar, mi bajo vientre, mi monte de Venus, mi pelambrera, por debajo de mis pantaletas, mis muslos, mis ingles, mi traserito…, por si…, se ofrecía.

Finalmente, luego de todo lo anterior, me enfundé un vestido largo, por debajo de mi rodilla, color azul cielo también, del mismo tono que mis pantaletas, aunque este no era transparente.

Este vestido era muy amplio de la parte de abajo y en la parte superior tenía un par de escotes, delantero – posterior, discretos: dejaba ver algo de mi espalda y parte de mi pecho, alrededor de mi cuello, pero no mostraba nada de mis senos. Tenía un elástico plisado inmediatamente debajo de mis senitos, lo que me los hacía ver un poco más voluminosos – ya que mis senos no son grandes – y se prolongaba este elástico hasta la altura de mi cintura, al nacimiento de mis caderas, enmarcando mi cintura, que en realidad no es grande, al contrario, he conservado una cintura menuda, quizás gracias al deporte, que no he dejado de practicar.

Mis senos iban libres, pues ese vestido me los resaltaba y estaba diseñado para ser usado sin brasier.

Me vi en el espejo: me volví a perfumar, por encima y a todo lo largo de mi vestido; ¡me miré con orgullo!. Me veía muy bonita: ¡mis ojos destellaban felicidad!. Mis cabellos, sueltos, tenían un cierto “rebote” que los hacía menearse de manera atractiva al compás de mis movimientos.

Mi figura era agradable: el espejo me decía que me miraba muy bien. ¡Deseaba con toda mi alma que Javier también me mirara atractiva!.

Con un gran dejo de altivez me di media vuelta, hacia la puerta; apagué la luz y me fui hacia el elevador. Bajé y me encaminé hacia el restaurant del hotel.

Me topé con uno de los chicos del equipo, compañero de mi hijo, quién me saludó con un beso en la mejilla y no pudo resistir y soltarme un:

            = ¡que guapa señora…, qué bonito vestido…!.

            + ¡Gracias Miguel…, muy galán de tu parte…!.

Y seguimos caminando, yo con una sonrisa de satisfacción en mi cara.

Miguel se fue con los jóvenes y yo me instalé en una de las mesas de los papás. Recibí tres elogios más, dos de las mamás y uno de los padres.

Cenamos y luego nos despedimos. Me fui al elevador y al entrar al cuarto, ya estaba esperándome Javier ahí adentro, había prendido la televisión y estaba sentado en uno de los sillones:

            = ¡señora…, que guapa que está…!. ¡Se ve preciosa con ese vestido!. ¡Le va muy bien con su personalidad…!.

            + Muchas gracias Javier…, ¿te gusta?.

            = Sí señora…, está muy bonito…

            + ¿Y yo…, no te gusto tantito…?.

Le dije, haciéndome la ofendida, sentida porque adulaba a mi vestido, pero no hacía lo mismo conmigo:

            = ¡Pues claro señora…, se lo he dicho ya muchas veces…, está muy bonita…, muy guapa…, muy bella…!. ¡No encuentro adjetivo para calificarla…!,

               simplemente…, ¡preciosa…!.

            + ¡Te va a crecer la nariz…, al igual que a Pinocho…!, ¡por mentiroso…!,

le dije, acercándome al sillón donde se encontraba sentado ese chico, acariciándole su carita con la palma de mi mano derecha y:

            + ¡por mentiroso y adulador…!,

le dije, mientras sentía que el muchacho me rodeaba mis muslos con sus brazos, justo por debajo de mi trasero, mis glúteos; me pasaba sus brazos por detrás y me jalaba hacia él, clavándome su cabeza en mi estómago, algo encima de mi bajo vientre, al tiempo que yo le dejaba de acariciar su mejilla y comenzaba a recorrerle su cabello:

            = ¡qué rico huele, señora…, tiene un perfume muy…, embriagante…!.

            + ¡qué bueno que te guste…, ya casi se me está acabando el frasquito…!.

            = ¡me gusta más el perfume de usted…, aparte del que se acaba de poner…!. El suyo es un perfume delicioso, que me hace perder la razón…!,

               ¡me tiene…, cautivado, embrujado, ilusionado, señora!. ¡No hago más que pensar en Ud.!.

               En la cena todos hablaban de usted, de su vestido, de su figura, de su cuerpo, de sus cabellos…, y yo nada más suspiraba…, ansiando poder abrazarla otra

               vez… ¡me tiene…, hechizado, señora…!,

me dijo, casi gritando para que le creyera, apretándome con sus brazos mis dos muslos, ligeramente por debajo de mis glúteos, con muchísima fuerza, por lo que:

            + ¡Javieeer…, me vas a tirar…, vas a hacer que me caiga…!.

El chico, sonriendo, aflojó un poco su abrazo y sonriente me dijo:

            = ¡me gustaría mucho hacerla caer…, pero en mis brazos…!,

a lo que yo contesté:

            + ¡ya me tienes entre tus brazos!. ¡No sabes lo lindo que es sentirme en tus brazos!.

            = ¡Quiero comérmela a besos, señora…!, ¡quiero devorármela por completo!,

Me dijo, deshaciendo su abrazo y levantándose en ese momento:

            = ¡déjeme que la mire…, se ve muy bonita con ese vestido…, su cara…, sus cabellos…, toda usted…, se ve muy bonita…!. ¡Déjeme admirarla…!,

               ¡más de lo que todos juntos la admiramos allá abajo…, cuando usted hizo su entrada en el restaurant…!. ¡Quiero admirarla yo solo…, que se me muestre…,

               para mí nadad más…, de manera envidiosa…!.

Y en ese preciso momento, empecé a caminar hacia atrás, hacia el centro de la habitación, enfrente del espejo del tocador…, en medio de aquel par de camas gemelas, justo enfrente de uno de los focos que iluminaban aquella recámara.

Me acaricié mis cabellos, me los levanté con mis dos manos, a lo largo de mi nuca y mi cuello, descubriéndolo un poco, y luego…, me los dejé caer, para que “rebotaran”, esbozando una sonrisa “melosa”, tratando de comportarme los más atractiva y seductora que yo pudiera:

            + ¿Te gusto…?, ¿me encuentras bonita…?, ¿te gusta mi vestido nuevo…?,

le decía, modulando mi voz, haciéndola lo más… cachonda que yo podía:

            = ¡Está muy bonita y hermosa señora…, no solo me gusta…, me encanta!, ¡me fascina!, ¡me embelesa…!. Y…, su vestido…, es precioso…, elegante…,

                distinguido…, ¡cachondo…!.

            + ¿Cachondo…?.

¡Esa última palabra me desconcertó!, y de inmediato le pregunté a ese muchacho:

            + ¿porqué cachondo Javier…?, creí que era muy elegante y recatado.

            = Se transluce muy rico, señora…, se le adivinan sus piernas debajo de su vestido…

Y me puse de inmediato a mirarme…, ¡era verdad!, con la luz detrás de mi cuerpo se me translucía el vestido y…, aunque no se transparentaba, sí se me miraban las piernas, sí se podían adivinar, si se podían “insinuar”.

            = ¡También se le marca muy rico su calzoncito…!.

Me miré rápidamente al espejo: ¡era muy cierto…, aunque no se podía mirarme directamente, pero sí se marcaban los elásticos y los bordes de la pantaleta, ¡qué pena me dio! pero al mismo tiempo me puse más excitada por ese motivo: ¡el chico estaba fascinado conmigo!.

            = ¡Me gustaría que se quedara parada así mucho rato…, para poder mirarle sus piernas…, y su calzoncito cachondo…!.

            + ¡Miren nada más a este chico…, que ideas que le llegan…!,

le dije, tomándolo a broma, pero luego lo pasé a invitación y a perversidad, a seducción:

            + ¡Tú sabes que tú no necesitas de eso para mirarme las piernas…, te basta de sobra con que me lo pidas…, lo mismo que te enseñe mi “calzoncito”,

                 puedes verlo todas las veces que quieras, sin necesidad de mirarme a través de mi ropa.

   ¡Es más…, puedes hasta ordenarme que te enseñe los “chones”, mis

   “calzoncitos”, mis pantaletas…, o…, como quieras decirles…!,

y procedí de manera inmediata a levantarme el vestido, que me llegaba ligeramente debajo de mis rodillas.

Lo levanté un poco, hasta por encima de mi rodilla. El chico ese hasta se levantó del sillón. Luego volví a levantarlo otro poco, hasta la mitad de mis muslos, y los ojos del chico parecía que se le salían de su cara. Le di un tercer jalón llevándome mi vestido hasta casi mis ingles y el chico no pudo aguantarse y dio un par de pasos para acercarse aun más a mí.

            + ¿Te gustan mis piernas…?

            = Sí señora…, me gustan mucho sus piernas…, ¡lo mismo que usted…!.

Un cuarto y último jalón de mi vestido hacia arriba terminó por mostrarle mis pantaletas, esas azules claras, transparentes, que permitían fácilmente mirarme mi vello púbico y toda la región de mi pubis, enmarcado por los vivos azul marino que adornaban mi pantaleta:

            = ¡Señora…, luce usted muy preciosa…, parece sacada de una revista de artistas!

            + ¿Te gusto…?

            = ¡Me gusta…, me encanta, me fascina, me enloquece…!,

me dijo el muchacho, arrodillándose frente a mí, volviéndome a rodear con sus brazos, abrazándome ahora mis piernas ligeramente por debajo de mis rodillas, clavándome su carita en mi sexo, en mi monte de Venus, en mi región púbica, toda cubierta de mi pelambrera negra, de vellos rizados:

            = ¡señora, señora…, está muy bonita, señora…, me gusta mucho, señora!,

Me decía aquel muchacho, apretándome fuertemente mis piernas, igual que hacia un rato mis muslos, por lo que tuve que detenerlo de nuevo:

            + ¡Javieeer…, me vas a tirar…, vas a hacer que me caiga…!.

El muchacho dejó de apretarme, deshizo su abrazo y trató de reincorporarse, diciéndome al mismo tiempo:

            = ¡Vengase pa’ la cama, señora…!.

Y yo lo obedecí, sin chistar.

Me recosté boca arriba sobre de la cama, en la orilla de la cama, con mis nalgas justo en el borde, y con mis piernas colgando hacia el piso.

El muchacho llegó hasta a mi lado; sus piernas tocaron mis rodillas. Se flexionó un poco hacia a mí y me comenzó a levantar mi vestido, por arriba de la rodilla, por arriba de mi cintura, dejándolo caer sobre de mi vientre. ¡Había descubierto nuevamente mi bajo vientre, mis pantaletas, mi sexo!. ¡Estaba estático frente a mí, contemplándome, mirando ese “cuadro” que se le presentaba a sus ojos: ¡mis pantaletas azules enmarcando a mi sexo!.

Estuvimos en silencio por un largo rato: él contemplando mi bajo vientre, y yo contemplándolo a él, hasta que por fin las palabras se presentaron en su boca, para volverme a decir nuevamente:

            = ¡señora…, está muy bonita, señora…, me gusta mucho, señora!,

y se arrodilló nuevamente sobre de aquella alfombra, enfrente de mí, enmedio de mis piernas, abiertas, mirando mis vellos púbicos, que se transparentaban a través de mis pantaletas azules.

            = ¡señora…, se le ve muy bonito su… sexo, señora; me gusta mucho su sexo,

               señora!. Lo tiene…, gordito…, se le ve como…, inflado…, y… “se le marca su…,

               rajadita…!”.

Me decía, un poco “cortado”, con algo de pena, pero emocionado al decírmelo.

Al mismo tiempo, venciendo su timidez, natural, se atrevió también a “tocarme” mi rajadita, con uno de sus dedos, recorriéndomela suavemente, por encima de mis pantaletas, al momento que dijo:

= ¡y…“se le marca su…, rajadita…!”. 

¡Sentí como si me estiraran todo mi cuerpo: un súper escalofrío, una gran sensación!, y un orgasmo tremendo, se me presentó de inmediato, tan sólo con ese roce de su dedo sobre mi “rajadita”:

            + ¡Jaaavieeerrr…!,

Tan solo pude gritarle:

            + ¡ Jaaavieeerrr…!, ¡qué delicia de mano, eres una delicia…, javieeerrr…!.

Y…, ya no pude ni quise aguantarme, estaba ya tan caliente que…, el simple paso del dedo del chico por encima de los labios de mi vagina hizo que me viniera en ese preciso momento:

            + ¡ Jaaavieeerrr…!.

Y Javier lo notó:

            = ¡se está comenzando a mojar…, señora…!,

            + ¡Aaaayyyy Javieeerrr…, qué pena me da…, pero…, es que me tienes demasiado

               caliente…, tengo muchas ganas de estar contigo…, muchas ganas de que me lo

               metas…, me gustas muchísimo, Javi…!.

Me siguió acariciando mi rajadita:

+ me gusta mucho su panocha…, se le ve muy gordita…, y cuando se pone sus

   jeans…, se le ve un papayón…, que dan ganas de… todo…

  Allá en el estadio, que andaba de jeans, se le veían sus piernotas, muy lindas,

  pero enmedio de ellas se le veía un promontorio, su papayota, ¡muy rica…!;

  ¡todos nos fijamos en su papayita…!, ¡se le veía muy sabrosa…!.

  ¿Me deja darle un besito…?.

= ¡Sí Javi…, todo lo que tú quieras…, ya sabes…, no puedo decirte que no a nada!

Y en ese momento sentí que el chico me clavaba su cara enmedio de mis dos piernas y su boca justo por encima de mi rajadita; ¡lo sentí delicioso…!:

            + ¡Javieeerrr…, aaaggghhh…!,

le grité, apretándole su cabeza contra mi pubis, con muchísima fuerza, como queriéndomelo estampar o tatuar en mi sexo, como si quisiera meterle toda su carita por ese lugar.

El chico de verdad me besaba mi pantaleta, justo encima de donde se encontraba mi pelambrera, mi rajadita, mi sexo y yo lo comprimía con muchísima fuerza, empujándole mis caderas y apretándole su carita a mi sexo:

            + ¡Javieeerrr…, cómeme Javiercito…, soy toda tuya, Jaaavieeeggghhh…!.

Giraba mis caderas, las rotaba, las empujaba hacia él, y seguía viniéndome sin parar.

            = ¡Señora…!,

me dijo Javier, comprimido entre mis manos y mis caderas:

            = ¿Me deja quitarle los chones…?,

y como para ser más convincente también añadió:

            = ¡Tengo ganas de besarle directamente su… sexo…!

               ¿Me deja…?

No tarde ni siquiera un microsegundo en darle mi respuesta:

            + ¡Claro que sí Javiercito…, haz lo que quieras conmigo, tesoro…, soy toda tuya,

               Jaaavieeeggghhh…!.

El muchacho me tomó mis pantaletas de los extremos, del izquierdo y derecho, de la parte del elástico superior y comenzó a jalarlas hacia abajo. Yo hice un poco mis caderas hacia arriba, para despegarme del colchón de la cama y ayudarlo a que me las sacara.

Sentí cuando las llevó a mis caderas, luego cómo me las deslizó hacia debajo de mis muslos y me las pasó por encima de las rodillas, para finalmente pasarlas por mis pantorrillas, mis tobillos y…, terminara aventándolas a la cama:

            = ¡Señora…, qué linda cosita tiene…, me gustan mucho sus pelos…, sus labios…,

               gorditos…!,

dijo esto acariciándome mis vellos púbicos y mis labios vaginales, lo que me hizo soltar un gemido y acelerar una vez más mis venidas:

            + ¡Jaaaviiiggghhh…!.

Y Javi me introdujo su dedo, un poquito, moviéndolo para todos lados, por adentro de mi vagina, sacándolo un poco después y mirándoselo me preguntó:

            = señora…, este…, como…, engrudo…, blanco…, viscoso…, ¿es de usted…?

            + eeehhh…, sí…, sí…, eso es mío…, es…, lo que yo me vengo…, así como tú…,

               yo también me vengo…, de calentura…, lo mismo que tú…, me tienes tremenda-

              mente caliente chiquito…, no sabes cuantas ganas tengo de ti…, de que me des

              para adentro…, de que me metas tu verga…

Se hizo una pausa: Javier no dejaba de mirarse su dedo, pintado de blanco, aceitado con mi venida:

            = ¿lo puedo probar…?, ¿puedo probar a qué sabe…?.

            + Sí mi chiquito…,prueba a qué sabe tu vieja*…,

(*vieja en el sentido de mujer, no de edad) y el chiquillo se lo llevó hasta su boca y comenzó a chuparse su dedo:

            + ¿Te gusta a qué sabe…, te gusto…, te gusta mi sabor…?.

            = Sí señora…, sabe a…, usted…, sabe delicioso señora…,

Y en ese mismo momento sentí que me clavaba su carita en mi sexo:

            + ¡Jaaavieeeggghhh…!.

¡Sentía sus caricias mal hechas…, muy burdas…, pero completamente llenas de pasión, que me emocionaban y me excitaban muchísimo!, así que…, comencé a dirigirlo: yo misma, bajando mi mano a mi sexo, comencé a separarme un poco mi vello púbico y a señalarle mi clítoris:

            + ¡Acarícialo con tu lengua…, dale besitos…, muérdelo suavemente…, con tus

               labios, acarícialo con tus dedos, házmelo con cuidado!.

Y el muchacho me estimulaba con mucha atención y cuidado, como si fuera de porcelana o de vidrio, que no me fuera a romper:

            = ¡Señora…, es que huele…, muy rico…, no se…, me gusta mucho cómo le huele

               su sexo…, me calienta mucho el olerla…, el besarla…!.

Y decía una palabra y me clavaba su carita en mi sexo, para chupetearme, para besarme, para acariciarme, para estimularme:

            = ¡Podría pasarme todo el tiempo aquí en medio, señora…!.

            + ¡Sí Javi…, te siento…, muy rico…!, ¡muy rico…!,

Y seguía el muchacho como un loquito, todo emocionado, descubriendo un juguete nuevo hasta que yo lo detuve:

            + ¡Ya Javi…, ya ven…, vente p’acá…, ya quiero que me la des…, ya quiero que

               me la metas…, tu pene…, lo quiero…, dámelo…, por favor…!.

Me deslicé hasta la parte superior de la cama, y Javier me siguió, siempre enmedio de mis piernas, que nunca se las cerré.

Se acomodó de rodillas, me puso su pene a la mitad de mi sexo, introdujo su cabecita y:

            = ¡Señooora…, qué rico se siente…!.

            + ¡Mételo Javiercito…, ya dámelo…, por favor…!,

¡le imploraba, muriéndome de ganas de tenerlo en mi vientre, de sentirlo hasta adentro, de disfrutar de su hombría juvenil…!

            + ¡Métemelo toditito Javier…, ya métemelo, por favor…!.

Y Javier no tardó demasiado, de inmediato comenzó a perforarme, dejándome ir todo su pene completamente parado, hasta adentro, hasta tomar contra mi matriz:

            = ¡Señora…, qué rico se siente…, señora…, que rica…, señora…, que bello…!.

Javier comenzó a bombearme con fuerza, a dar grandes golpes de cadera, a meter y sacar, rápido, rápido y fuerte, con mucha velocidad, “in crescendo”, jadeando de manera acelerada, haciéndome proferir mis gemidos:

            = ¡Aaaaggghhh, agh…, agh…, agh…!,

            + ¡Ggggmmmhhh…, Javier…, gggmmmhhh…, Javier…!.

Yo estaba acostada bocarriba, con mis piernas abiertas y Javi estaba en medio de mis piernas, hincado – acostado sobre de mí, bombeándome, rápidamente, con el torso erguido, mirándome a la cara, a mis gestos, a mis gemidos, apretándome de vez en cuando mis senos, hasta que sintió que estaba por terminar y…, entonces se aferró de mis hombros, estrechándome con fuerza a su cuerpo y comenzó a prevenirme:

            + Señora…, me vengo…, me viene…, me llega…, me vengo, señora, me vengooo

y se vino, en mis entrañas, en mi intimidad, en mi sexo, llenándome de su calor más vital y más varonil, de casi un adolescente, deseando ser hombre y haciéndome una mujer muy feliz.

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