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Confesión (8ª Parte)

en Confesiones

Anduve “saliendo” con un hombre, que no me gustaba, pero que me convirtió en su “esclava sexual” con los trabajos tan esmerados que me prodigaba. Anduve así casi tres años con este señor;  que jugaba conmigo como se le daba la  gana. Aquí les cuento una de las últimas “salidas” con él.

Me dijo que me iba a llevar a una reunión y que me arreglara muy guapa. Lo obedecí; me vestí como me lo pidió, con una faldita plisada, línea A, (que me fui a comprar ex profeso para esa salida, a petición de ese hombre) que me daba apenas un poco por arriba de la rodilla. Me sentía yo muy guapa. Mi hijita, de apenas 11 años, me había ayudado a arreglarme y luego me hizo una petición especial:

            & ¡Mami…!, ¿me gustaría mucho verte dándole un beso a ese hombre…?.

                ¿Lo besas aquí…, antes de irte…, en la sala…, adonde empieza el pasillo…,

                  para verlos desde aquí…, de a escondidas…?.

Le dije que sí, y la complací; el Humberto me pidió que le modelara la faldita que me había pedido que me comprara para esta noche y se la modelé, en el sitio que me había pedido mi hija que me parara:

            + ¿Te gusta mi faldita…, te gusto…, te parezco bonita…?,

le preguntaba a ese hombre, sonriéndole, complacida de complacerlo, pero luego de ello, el Humberto se me acercó, me tomó entre sus brazos y comenzó a besarme en la boca. Yo le eché de inmediato sus brazos al cuello y el hombre me metió las manos por debajo de mi faldita, para comenzar a tocarme las nalgas, por encima de mi pantaleta.

            = ¡También deberías modelarme tus chones…, putita…!,

               ¡se te ven bien cachondos…!,

               ¡se te notan fácilmente tus pelos…!, ¡y tus rajaditas…, de adelante y de atrás…!,

me dijo el Humberto, comenzando a acariciarme las nalgas y mi sexo, por encima de mi pantaleta.

+ ¿Te gustaron las pantaletas que traigo…?. ¡También me las compré para ti…!,

    ¡son casi transparentes…, como me las pediste…!, ¡para gustarte mucho…!.

Le dije, emocionada y caliente – pues ese hombre, tan solo con sus puras palabras me ponía muy caliente – y me le volví a echar en sus brazos, ofreciéndole nuevamente mi boca, en un besote tremendamente cachondo:

            + ¡Humbertooo…!,

            = ¡Putitaaa…!.

¡Hasta en ese momento, cuando me estaba besando en la boca y tocando las nalgas, fue que me acordé de mi hija!: ¡seguramente me estaba mirando…!, ¡mirándome cómo me tocaban las nalgas y mi sexo…, por encima de mis pantaletas, además de ese beso…!.

            + ¡Ya vámonos…!,

le dije, temerosa de que siguiera con caricias más…, atrevidas.

Nos salimos de mi casa y nos fuimos para la “reunión”. Nos fuimos en su coche. ¡Desde que nos subimos me jaló al lado suyo y se fue tocándome las piernas y mi sexo, por encima de mi pantaleta!;

            = ¡Andas toda mojada, putita…!,

            + ¡Es que estoy muy caliente, papito…!, ¡me tienes muy caliente, papito…!,

               ¡tengo muchas ganas de que me la metas…!,

               ¡que me des para adentro…!.

¡Me desconocía yo a mí misma, diciendo esas palabrotas, con tal intensidad y deseo!.

A cada que podía, Humberto me besaba en la boca: ¡me prende completamente que me besen en la boca!.

También me tocaba mis senos; me metía la mano por debajo de mi blusita y de mi brasier y me acariciaba con sus dedos mis pezoncitos, que para esos instantes estaban completamente parados. ¡Me calienta muchísimo que me acaricien mis senos!.

Me iba diciendo que la vida era muy corta, había que vivirla a su máximo, que había que tener “aventuras”, que disfrutarlas.

Me preguntó si me gustaba mucho coger. Me le quedé viendo y le devolví la pregunta:

            + ¿Tú qué crees…?; ¡me has convertido en ninfómana, papacito…!.

            = ¡Eso he visto…, me has demostrado que sí…!.

               ¡Hoy quiero que me lo vuelvas a demostrar!.

               Vamos a un centro Swinger, de intercambio de parejas, de ligues, a buscar

               a terceros y a buscar una buena aventura esta noche… ¡Quiero que la disfrutes

               al máximo…!, quiero que te desinhibas completamente, quiero que te ligues a

               alguien y que nos lo llevemos a coger con nosotros…, para que te coja bien rico,

               delante de mí…, ¡tengo muchas ganas de verte cogiendo…, con otros…,

               de ver cómo gozas, cómo obtienes placer, cómo te vienes…, bien rico…!.

Y me decía todo esto con su mano por encima de mi pantaleta, mojada, acariciándome mi chochito:

            = ¡Me encanta que de inmediato te pones caliente…!.

Esta frase me puso todavía más caliente y…, me abracé de su cuerpo y le pegué yo mi cara a la suya, buscando ofrecerle mis labios, para que me diera un besito:

            + ¡Humberto…!, ¡qué dices…!, ¡me tienes rete caliente, mi vida…!,

               ¡siempre me pones caliente, papito…!, ¡tan solo con la cadencia de tus palabras!

               ¡me pones a mil…!.

y se puso a besarme en los labios, metiéndome su lengua en mi boca. ¡Me prende completamente que me besen en la boca!.

Llegamos a la “reunión”; era en un hotel del centro de la ciudad. Estacionamos el auto y nos fuimos al bar de ese hotel. ¡Estaba cerrado…!, es más, ¡estaba clausurado!.

Nos encontramos a tres hombres que estaban ahí platicando, comentando. Había también dos parejas.

Empezamos a platicar con todos; nos metimos al restaurant del hotel. Los tres hombres eran cuarentones, dos de ellos iban juntos y el tercero solo.

De las parejas, una de ellas eran maduros, cincuentones, de buen ver; la otra pareja era “dispareja”, una señora, cincuentona, con un hombre como de 30, casi de mi edad (yo tenía 28 años; estaba por cumplir 29).

No nos pusimos de acuerdo en qué hacer; Humberto empezó a repartir sus tarjetas de presentación y los demás lo imitaron. A nosotros nos dieron por partida doble: a Humberto y a mí. Recibí en esa ocasión cinco tarjetas: una de cada una de las parejas, y una de cada uno de los hombres que iban sin pareja (mujer).

Al terminar de cenar, pagamos y nos salimos, de regreso a la casa. Era temprano; todavía no daba la media noche, así que pasamos a un bar, a tomarnos un trago; había música ambiental. Estaba en penumbras y ahí, en un rinconcito, se puso a decirme de cosas, a “acelerarme” con sus palabras, a besarme y a meterme la mano en mi sexo, por debajo de mis pantaletas. ¡De inmediato sus caricias y tocamientos me hicieron efecto, comencé a venirme al instante, como si fuera una regadera!.

            + ¡Papito…, ya me calentaste de nuevo…!. ¿Me la vas a meter…?.

            = ¡Claro que sí, mi putita…!, esa pregunta…, ¡ni se pregunta…!.

               ¡Ahorita que estemos cogiendo te lo voy a meter…, rete rico…!.

   Sigo con muchas ganas de cogerte en tu cama, en tu cama matrimonial,

   donde coges con tu esposo.

¡Me volví a venir de inmediato…, tan sólo de escuchar sus palabras, que pensaba cogerme en mi cama matrimonial…, serle infiel a mi esposo, ¡en nuestra  propia cama matrimonial…!.

            + ¡Humbertooo…!,

le dije, extasiada, mientras me volvía a terminar, en su mano, en sus dedos. ¡Me había sacado otro orgasmo…, sentados en esos sillones, fajando a escondidas de los meseros y de las personas que se encontraban ahí.

Nos trajeron otra copa. Vi venir al mesero y me recompuse un instante. Nos la sirvieron y me la tomé: andaba bastante sedienta, los orgasmos me dan mucha sed.

Volví a pensar en mis hijas, en llevarme conmigo al Humberto, a mi “cama matrimonial”. ¿Qué explicación iba a darles cuando vieran a ese hombre en mi cuarto…, qué cosa podría yo decirles para que aceptaran la presencia de ese hombre en mi cama…?.

Humberto me sacó de mis pensamientos; me tomó entre sus brazos y se puso a besarme de nuevo, en la boca: ¡mi perdición!: ¡me prende completamente que me besen en la boca…!, y luego comenzó el toqueteo por debajo, por encima de mis piernas, en medio de ellas: ¡sentía sus caricias sobre de mis pelitos, por encima de mis pantaletas, en mi clítoris, que se encontraba parado!.

            = ¿Te hubieras cogido a los cinco que estaban en el hotel…?,

me preguntó Humberto, a boca de jarro, y yo, caliente y medio tomada, como ya me sentía le contesté honestamente:

            + ¡No Humberto…, no puedo…, me gusta hacerlo contigo…, pero contigo nomás!.

Y entonces Humberto, de manera inmediata, me jaló de los vellos púbicos y me echó en cara:

            = ¿y entonces…, porqué sigues cogiendo con tu marido…?

            + ¡Porque él es mi marido…, es el papá de mis hijas…, porque lo quiero…!.

Y volviéndome a jalar mis vellos púbicos, me preguntó:

            = ¿y entonces…, si eres tan “integra”…, porqué sigues cogiendo conmigo…?.

Me le eché entre sus brazos, pegándole mi carita a su oreja y le dije:

+ Es que me tienes subyugada, papito…, me haces unos trabajos muy lindos…,

   me coges requete rico…, me haces venirme muchísimas veces…, me haces

   sentirme muy hembra…, muy mujer…!.

= ¿Y tu marido…, no te hace sentirte mujer…?.

Y le volví a contestar…, honestamente de nuevo:

            + ¡Sí Humberto…, siempre me hace sentirme mujer…, me satisface muy rico…!,

                ¡pero ya casi nunca me lo hace…!, ¡tú mismo me lo dijiste…, desde el primer día

               que estuvimos…, allá en el hotel…, luego de que te conocí…, en la compañía de

               luz…!, ¿lo recuerdas…?, recuerdas que me preguntaste si era yo casada…?,

               ¿qué me comentaste que estabas seguro que a mí no me cogían muy

                seguido…?, ¿qué me comentaste que me hacía mucha falta la verga…?.

                ¡Y en todo tenias la razón…, me hace falta un hombre, que me de para

                adentro…, que me haga sentirme mujer…!. ¡Me haces mucha falta Humberto…,

                tú me haces sentirme mujer…, me haces sentirme viva…, muy guapa…,  

                cachonda…, sabrosa…, deseada!. ¡Siempre estoy deseando revolcarme

               contigo, que me cojas, que me la metas, pero tú…, sólo tú…, nadie más…!.

No se si Humberto me entendió, creo que sí. Solamente me dijo:

            = ¡Vámonos…, que ya te la quiero meter…!.

Le hizo señas al mesero y le pidió la cuenta al mesero. Pagó y nos fuimos hasta llegar al estacionamiento. Yo iba colgada de su brazo, pero, al subirme a su auto, volví a pensar en qué explicación iba a darles a mis hijas cuando vieran a Humberto en mi cuarto…, en mi cama; ¿qué excusa o qué cuento les inventaría yo a mis hijas…?.

Humberto se subió al auto y se puso a besarme en la boca, a tocarme mis senos, primero por encima de mi blusita y luego debajo de ella, debajo de mi brasier, acariciándome mis pezones, que estaban tremendamente parados. ¡Dejé de pensar en mis hijas!, me puse a pensar en ese momento, tan rico, tan delicioso, que había que vivirlo a lo grande, como me había sugerido el Humberto.

            = ¿Siempre has sido así de caliente…?,

me preguntó.

            + ¡Sí…, desde muy jovencita…, desde que apenas era muy niña, que yo lo

               recuerde, siempre me gustaron las cosas de sexo…!. Me gustaba que me

               pretendieran, que me buscaran, que se me acercaran, que me invitaran,

               que me besaran…, que me tocaran…!, y aunque siempre he sido muy tímida y

               retraída…, cuando alguien me habla y pretende…, siempre siento “mariposas en

               el estómago”.

            = ¿Y que sientes conmigo…?.

+ Lo mismo que ya te dije hace rato: me tienes subyugada, me tienes obsesionada

   con tu verga…, me coges requete rico…, me haces venirme muchísimas

   veces…, me haces unos trabajos muy lindos…, me haces sentirme muy

   hembra…, muy mujer…!.

            = ¿y conmigo no sientes “mariposas en el estómago”.

            + ¡No…, siento orgasmos en mi vagina…!,

le dije, y nos soltamos los dos a reír. Lo tomé de su nuca y le di un nuevo beso en su boca.

Nos fuimos hasta la casa, fajando en el auto. Llegamos, nos bajamos y entramos. Prendí la luz de la sala y nos fundimos en un beso cachondo, ¡tremendamente cachondo!.

Me le volví a colgar de su cuello:

            + ¡Humberto…, quiero que me la metas…, ¡que me des para adentro…, muy rico!.

Y me puse a besarlo en la boca, y Humberto se puso a besarme también.

= ¡Quítate toda tu ropa…, quédate solamente con tus pantaletas…!,

me dijo, y lo obedecí de inmediato, quedando solamente con mis pantaletas, azul celeste, muy transparentes y mis zapatillas, de tacón alto y con los senos aire.

            + ¿Te gusto…?,

le pregunté, vanidosa, coqueta, y de inmediato le tendí yo mi mano, para que me acompañara hasta mi recámara:

            + ¡Vente…, vamos a mi recámara…, a mi cama matrimonial…!,

le dije, recordando su petición anterior, y le acompleté yo la frase:

            + ¡adonde me coge mi esposo…!. ¡Quiero que me la metas muy rico…!.

Y nos fuimos para mi cuarto.

Comencé por quitarle su saco, a desabrocharle su camisa, a besarle su cuello y su pecho. Humberto de desabrochaba y quitaba su pantalón, su calzón y zapatos, quedando muy pronto solamente con calcetines, que ya no se quitó.

Me hinqué enfrente de él y:

            + ¡Me encanta tu monstruo…, se me hace taaannn delicioso…,

                me hace unos trabajos tan ricos…, que…, tengo que darle besitos…,

                para darle las gracias…!.

Y me puse a besarle su pene, a lengüetearlo desde la punta del glande hasta la base, sin omitir sus huevotes, muy negros, y la cabezota del glande, y su rajadita del glande:

            + ¡Tienes unos huevotes muy grandes…, muy llenos de leche…!.

               ¿Me vas a dar tu lechita…?,

le preguntaba, con una voz aniñada, tratando de portarme lo más seductora posible.

            = ¡Te la vas a tragar toditita, putita…!,

y como lo siguiera mamando, el Humberto me dijo:

            = ¡De verdad que eres una puta tremendamente caliente…!,

y tomándome mi cabeza con sus dos manos, comenzó a marcarme el ritmo de mi mamada, metiéndome en ocasiones muy hasta el fondo de mi garganta su verga, su glande, acariciándome las amígdalas, produciéndome nauseas, arcadas, sintiendo que vomitaba con esa presión, pero continué mi mamada, con gusto, con devoción y lujuria, con mucho, mucho placer.

            = ¿Quién te enseñó a que mamaras…, tu esposo…?.

            + ¡No…, pero él me perfeccionó, y luego tú…!.

Se hizo un pequeño silencio, pues yo continuaba mamando, hasta que Humberto lo interrumpió:

= ¡Tengo muchísimas ganas de pararte una buena cogida, Elvirita…!.

            + ¡Humberto…!,

Le dije, deseosa, ganosa, queriendo.

No se qué cara haya puesto, pero el Humberto  me dijo:

            = ¡me gusta cogerte…, pues pones una cara de putita caliente…, que invitas a que

               uno te coja…, sin preocuparme de si tienes ganas o no…, tu cara es siempre

               una invitación a coger…!.

Me dijo el Humberto, haciéndome levantar, admirando mis “desnudeces”:

            = ¡me encantan las pantaletas de puta que te compraste…!,

               ¡se te ven muy cachondas…, se te marcan tus rajaditas…, ¡bien ricas…!,

me dijo, agarrándome de las nalgas y apretándomelas con muchísima fuerza, cosa que me hizo soltar un gritito:

            + ¡Aaaay…, Humberto…, me lastimas…!,

y entonces Humberto, dejó de apretarme y me dijo:

            = ¡Es que ando con muchas ganas de darte p’adentro…, cabrona…!.

Me dijo, llevándose un pezón a sus labios, estirándolo y apretándolo con mucha fuerza, haciéndome soltar un quejido y reproche:

            + ¡aaahhh…., aaayyy…, Humbertooo…, me duele…!.

 Pero me puso todavía más caliente, esa retorcida de pechos que me acababa de dar:

            + ¡mámamelos…!,

le dije, ganosa, lujuriosa, excitada, pero el Humberto tenía pensada otra cosa:

            = ¡mejor quítate tus calzones…, que ya te la quiero meter…!.

A mí me encanta que me bajen las pantaletas, es un placer adicional, es el anticipo de lo que va a suceder, así que se lo pedí que lo hiciera:

            + ¡Quítamelas mejor tú…, bájame tú las pantaletas y métemela bien adentro…!,

Y me tiré por encima de mi cama matrimonial, boca arriba, invitando al Humberto a que me quitara las pantaletas, cosa que realizó de inmediato, tomándome de ambos lados del elástico de las pantaletas y descendiéndolas primeramente a mis ingles, al inicio de mis muslos, y luego hasta arribita de la rodilla, para luego de ello bajarlas hasta los tobillos y quitármelas, primero de un lado y luego del otro lado, terminando por lanzarlas al piso.

Me quedé boca arriba, mirándolo, con mis piernas abiertas. El Humberto también me miró, clavó su mirada a mi sexo y metiéndome un dedo en mi rajadita, de inmediato me la sacó y me puso su dedo en la punta de mi nariz, diciéndome emocionado:

            = ¡ya te encuentras totalmente batida de tus venidas, cabrona, caliente…!,

y me embarró mi nariz con su dedo, con mis sexcreciones sexuales. ¡Me puso rete caliente su acción!. Lo tomé de la mano y me metí su dedo en mi boca, chupándolo.

Esto puso rete caliente al Humberto, quién se acostó al contrario de mí, poniéndome sus pies a la altura de mi cabeza y poniendo su cabeza a la altura de mis pies, y se puso a tocarme mi sexo, mi rajadita, mi clítoris, a masturbarme mi clítoris, lo que me puso todavía más caliente, ¡y se puso a dedearme, a darme su dedo, sus dedos, a metérmelos en mi rajadita, caliente, venida, lechosa!:

            + ¡Mámamelo Humberto, mámame mi panocha…, mámamela por favor…!,

Y entonces el Humberto me acercó su boca a mi rajadita y su pene a mi boca: ¡nos enfrascamos en un delicioso 69…, muy rico!.

Sentía cómo me separaba mis nalgas mientras me ensartaba su lengua en mi rajadita, cómo me ensartaba su dedo en mi ano mientras me chupeteaba mi clítoris:

            + ¡Humberto…, qué rico…, Humberto…, qué rico…!,

le gritaba, en repetición, queriendo agradecerle el placer que me daba.

            + ¡Humberto…!, ¿te gusta verme el culito…?.

            = ¡Claro…, pero más me gusta darte por ahí…!, ¡al rato te voy a dar por culo…!.

Esta frase, por sí sola, me hizo venirme, de manera inmediata; ¡me vacié por completo en plena cara de Humberto…!.

            + ¡Humbertooo…!,

quién en ese momento también me voltió, boca abajo, me hizo que levantara mis caderas, apoyándome sobre de mis rodillas y así me lo metió bien adentro…, de un sólo trancazo:

            + ¡Humbertooo…, qué ricooo…!,

Y comenzó la cogida. ¡Estaba que no me colmaba, de pura felicidad!; ¡creo que hasta sonreía de lo rico que lo estaba sintiendo!.

            + ¡Humberto…, Humberto…, Humbertooo…, qué ricooo…!,

y el Humberto se puso a bombearme muy fuerte, muy rápido, con golpes muy fuertes y muy veloces:

            + ¡Dámelo más…, dámelo fuerte…, dámelo todo…, Humbertooo…!.

El Humberto estaba desatado y se esforzaba por complacerme, por colmarme de puro placer, por arrancarme una gran multitud de alaridos, de felicidad:

+ ¡Humberto…, aaaggghhh…, Humberto…, agh…, agh…, agh…!.

   ¡Me vengo, Humberto…, me vengo…, me vengo…!,

y me vine, muy fuerte, de nuevo, y me dejé yo caer sobre de la cama, sin fuerzas, completamente “venida”, y hasta me dormí. ¡Ya no supe ni cuánto tiempo!, pero fue hasta casi la madrugada, en que el Humberto me despertó:

            + ¡Cabrona…, despiértate y mámamelo…!. ¡Mámamelo nuevamente …!,

               ¡quiero que me eches otra buena mamada…!.

No dije yo nada, lo obedecí complacida. Me hinqué por enfrente de Humberto, y de manera obediente comencé a mamarle su verga.

            = ¡Eres bien puta Elvirita, me lo mamas bien rico…, me encanta cómo lo mamas!,

y lo seguía yo mamando, con muchísima devoción.

= ¡métetela hasta el fondo pendeja…, ya sabes cómo me gusta que mames…!,

Me ordenó en ese momento ese hombre, asentándome una cachetada en la cara, pero yo me encontraba dormida, quizás un poquito “tomada”: el alcohol, combinada con ese sexo, tan fuerte, me habían agotado y me habían hecho caer en un marasmo de sueño, del que aun no salía, sin embargo, hice hasta lo imposible por complacerlo, y me puse a mamarlo con atingencia, hasta que…, mirando hacia la puerta de la recámara, ¡alcancé a mirar a mi hija…!, la grande, Laurita, parada en la penumbra del corredor, delatada solamente por lo claro de su camisoncito, blanco, mientras que nosotros teníamos la luz encendida, como si fuera nuestro reflector.

= ¡Eres bien puta Elvirita…, me lo mamas muy rico…, me encanta lo puta que

     eres, Elvira…!.

    ¿Te imaginas que tus hijas no vieran…, que te vieran mamando mi verga…?,

    ¿que te vieran lo puta que eres…?, ¿y lo sabroso que lo mamas…?.

    ¡Todo esto me da mucho morbo…!, por eso quería yo cogerte en tu casa…,

    ¡cogerte en donde te coge tu esposo…!.

¡Estaba yo viendo a mi hija, a Laurita, parada en la puerta de mi recámara!, con su camisoncito blanco, de noche, que le daba a la mitad de sus muslos, delgadita, morena;  ¡nos estaba mirando!, con sus ojitos, ¡enormes!, tremendamente dilatados, observando cómo se la estaba mamando a ese hombre, que me gritaba de cosas.

            = ¡puta…, puta…, puta…!.

Se me salieron las lágrimas. No se si fue por la cachetada, o porque mi hija nos estuviera observando: ¡tenía la carita de atenta!. No me miraba a mi cara, ¡estaba mirando a la verga, que yo estaba chupando!, ¡mirando cómo me la metía yo hasta el fondo, hasta tocar mi garganta, hasta tocar mis amígdalas!, y cómo me cacheteaba ese hombre, cómo me marcaba la velocidad a que debía de mamarlo, con sus manos en mi cabeza, en mis cabellos, metiendo y sacando su verga en mi boca.

“¿Te imaginas que tus hijas no vieran…, que te vieran mamando mi verga…?”.

¡Esa frase resonaba en mi mente!. ¡Al menos mi hija Laurita, la grande, la mayor, sí nos estaba mirando, embobada, como el pajarito que mira a la víbora que lo va a devorar!.

¡La había visto mirarme cómo me tragaba esa verga, cómo se la mamaba, cómo me la metía y la sacaba, disfrutando con esa mamada, haciendo todo como eso hombre me lo estaba ordenando!.

“¡Todo esto me da mucho morbo…!, por eso quiero cogerte en tu casa…,

    ¡cogerte en donde te coge tu esposo…, donde pudieran mirarnos tus hijas…!”.

¡A mí también me daba muchísimo morbo!, que me estuviera mirando mi hija, complaciéndola sobradamente en su petición:

            & ¡Mami…!, ¿me gustaría mucho verte dándole un beso a ese hombre…?.

                ¿Lo besas aquí…, para verlos…, de a escondidas…?.

¡Y nos estaba mirando, apenas a un metro de ella!, nos estaba oyendo, nos estaba aspirando, ese olor a sexo que uno transpira al coger…!.

No suspendí mi mamada, al contrario, lo hice con muchísimas ganas, lo seguí haciendo, no se si como para “presumirle” a mi hija, como para deleitarla con el espectáculo que le estaba brindando, ¿o…, porqué…?.

¡Me sentí mucho más caliente…!, y me puse a chuparle la verga a ese hombre, a tragármela toda, a succionarle su glande, su tallo, sus huevos…, diciéndole frases groseras, prosaicas:

+ ¡Humberto…, mi macho…!, ¿te gusta cómo te mamo?. ¿Te gusta cómo te lo

    hace tu puta...?.  ¿Te gusta tenerme de puta…?. ¿Te gusta cogerme en mi

    cama matrimonial…?, ¿donde también me coge mi esposo…?, ¿dónde me llena

    de mecos…?, ¿dónde también me hace su puta y me llena mis agujeros y me

    ha hecho a mis hijas…?.

            = ¡Eres muy puta, Elvirita…!. ¡Síguemela mamando, putita…!.

¡Me pasé mucho tiempo mamándolo!; ya me dolían las mandíbulas y a la vez mis rodillas, hasta que le dije una frase muy mágica:

+ ¿Te gustaría que nos vieran mis hijas…, que me vieran mamando tu verga…?,

    ¿tragándome tu lechita…?.

            = ¡Cabrona…, tan puta…, trágatela…, trágatela…, toditita…, cabrona, tan puta...!,

y comenzó a “venirse” en mi boca, a vaciarse completamente, jalándome de mis cabellos con muchísima fuerza, deteniendo mi cabeza contra su pubis, diciéndome:

            = ¡puta…, puta…, puta…!.

Me tragué algunos de sus chorros; algunos otros me salpicaron la cara y algunos más me cayeron en el cuello y el pecho.

            = ¿Quieres que te la meta, putita…, que te la meta por adelante o por tu culito…?,

               ¿por donde lo quieres putita…?. ¿Quieres que te lo de por el culo, putita…?,

               ¿que te retaque tu culo de verga, putita…?.

No pude responder a nada de todo lo que me dijo: “tenía la boca muy llena”, pero el Humberto me lo metió por el culo, así en seco, y de verdad me dolió:

            + ¡Aaaayyy…, aaayyy…, aaayyy…, Humbertooo…, me duele…, me dueleee…!,

Pero al Humberto no le importó, me lo siguió mete y mete, con fuerza, dándome de nalgadas, de cachetadas, de manazos en toda mi espalda, en mis chichis, en la cabeza, ¡por todos lados!. ¡Estaba de verdad desatado!, me seguía penetrando, sin dejar de golpearme, hasta que se vino de nuevo, después de varios minutos, que se me hicieron eternos.

Nos quedamos tirados, sobre de aquella cama, hasta que el sueño gratificante se apoderó de nosotros.

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