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Confesión (3a parte)

en Confesiones

Confesión (3ª parte)

Resumen:

En mis dos relatos anteriores, “Confesión 1ª y 2ª partes”, narraba cómo, siendo ya una mujer de 30 años, con dos hijas, me divorcié de mi esposo, cómo conocí a un jovencito de apenas 19 años, cómo me enamoré de él y cómo, dentro de nuestras locuras y fantasías sexuales, opté por complacerlo e irme a prostituir. Narré la forma en que, como prostituta, estuve con mi primer cliente, que era todo un garañón. Aquí la conclusión, con ese primer cliente.

+++

Nos despertamos al otro día; ya era muy tarde. El sol de la media mañana ya se notaba, y me levanté yo primero. Me metí a la regadera y me bañé con cuidado, lavándome perfectamente mi ano, que me ardía como si tuviera una rajadita: ¿una…?, ¡tenía muchas…!, ¡Venancio me lo había destrozado!.

Me lavé también mi chochito; también estaba rozado y bastante lastimado. El tamaño, sobretodo el ancho y grosor del pene de Venancio y el tanto tiempo que se tardaba cogiendo, y las muchas veces que me lo había metido, me habían hecho quedar lastimada de ahí. El agua caliente me ardía pero la sentía como bálsamo para mis zonas íntimas.

Me puse la pantaleta del baby doll, me puse su camisoncito y salí de ese baño; me asomé a la recámara: ¡ahí estaba recostado Venancio, tapado tan solo con una sábana!.

El ruido de la puerta lo despertó y levantó su cara, a mirarme:

                = ¡Vamos Elvira…, que te veis rete maja con ese camisoncito…!.

                  ¡Ven a recostarte a mi lado!.

Me dijo Venancio, estirando su mano hacia a mí.

Me apresuré a complacerlo y me fui a recostar a su lado; me abrazó y me dio un gran beso en la boca. ¡De inmediato me volvió a alborotar mis hormonas!, en ese mismo instante sentí que mi sexo, aunque todo lastimado, se enfebrecía de las ganas de estar con ese hombre!. ¡Me sentí de inmediato mojando mi pantaleta!:

                + ¡Venancio…, tengo ganas de que me cojas de nuevo…!,

le dije, sin falsos pudores, sin poder contenerme, con muchas ganas de macho, que supiera dominarme a su gusto, de hacerme sentir tan mujer como me lo había demostrado Venancio.

                = ¡Vamos Elvira…, me halaga mucho que me pidas eso…, halaga mucho a mi vanidad…!,

y volvimos a besarnos de nuevo, dándonos lengua e intercambiando salivas.

Venancio comenzó a tocarme las tetas, a acariciarme los pezones, que los sentía muy erectos. Me los comenzó a chupetear:

                = ¡Vamos Elvira…, vaya que eres una mujer muy caliente…!.

                + ¡Vamos Venancio…, que contigo se tiene macho pa’ rato…!,

le dije, en la misma forma que él me había hecho su comentario.

Venancio comenzó a tocarme las nalgas, a meterme la mano debajo del calzoncito del baby doll, y para entonces sí me quejé:

                = ¡Venancio…, anoche me destrozaste mi culo…!,

                  ¡no me vayas a querer dar de nuevo por ese lugar…, por ahí…!, lo traigo muy adolorido…

Venancio nomás se sonrió y me dejó mi culito por la paz, sin embargo, comenzó a acariciarme mi rajadita de adelante, que también andaba algo lastimada pero…, comenzó a acariciarme mi clítoris, en una forma tan sabia que…,

                + Venancio…, Venancio…, me viene…, me vengo…, Venanciooo…!,

y con sus puros dedos, acariciando mi clítoris, me sacó el primer orgasmo del día, ¡el primer orgasmo de la mañana!.

                = ¡Qué rico te corres, Elvira…, eres puta de corazón…, te sale del alma lo de la putería…!.

Me lo dijo de manera tan espontanea, sincera y tan verdadera…, que lo sentí como halago, y me puse feliz, de poder complacer a ese hombre, que acababa de conocer, que “estaba pagando por mis favores…, por mis servicios…, por mi sumisión…, por mi putería…”.

Pensé en ese momento en “mi amor”: ¿debería de contarlo todo esto…?, ¿debería de entrar en detalles con él…?, ¿debería confesarle lo mucho que me estaba gustando…?.

Pensé también en mi esposo: cuando me lo encontrara, cuando le platicara cómo me iba en mi vida…, ¿debería de decirle que me había yo acostado con este “garañón insaciable”?, ¿que me había sacado una infinidad de orgasmos en una noche de lujuria y de sexo…?, ¿cuándo me fui a prostituir por falta de dinero y sedienta de sexo?. ¿Qué me contestaría…?. ¿Debería de echarle yo en cara el haberme dejado solita…, el dejarme sin sexo…, el dejarme sin mi macho que me dominara y me hiciera sentirme mujer…?.

¿Y a mis hijas…, les podría yo confesar algún día que me vine de puta una noche para pagarles su inscripción a la escuela, para comprarles sus útiles escolares, para comprarles sus uniformes…?. ¿Y…, que estando yo en “eso”, lo disfruté como nunca.., lo gocé como nunca…, me saturé yo de orgasmos al conseguirles las colegiaturas…?.

Me dejé caer sobre de su pecho y volví a besarlo con mucha pasión. Lo tomaba de su nuca y lo atraía contra mí; le acariciaba su cara, las pocas arruguitas que ya tenía, le recorría las comisuras de sus labios y…, poco a poco comencé a besarle su cuello, su pecho, su ombligo, hasta llegar a su vello púbico:

                + ¡Hueles a sexo, Venancio…!,

le dije, de la misma forma que él lo acababa de hacer: espontanea, sincera y además verdadera:

                + ¡Me excita mucho tu aroma…!, me excita mucho tu pene…,

que en esos momentos estaba apenas a medio parar.

Y en ese momento se lo toqué con mi mano y como si tuviera un toque mágico y/o un resorte, de inmediato se le alargó y se lo puso re - duro:

                = ¡Mámamelo…!,

Me ordenó Venancio…, jalándome del cabello y dándome un manazo por la cabeza. Yo tenía la más firme intención de mamarlo, pero su grito, el jalón de cabellos y aquel manazo que me prodigó, aceleraron el que me lo llevara a mi boca.

¡Comencé a chupetearlo, a limpiarlo de todos los residuos de la noche a interior!. ¡Tenía restos de mis venidas y de las de él!. ¡Tenía todavía algo de sabor a mi cola…, y me dio algo de asco, pero otros manazos en mi cara me hicieron que lo siguiera chupando, sin detenerme!.

Le limpié completamente su glande, su capullo, la cabezota de su instrumento, y luego me continué chupándole el tronco, su pene, deslizando mi lengua a todo lo largo de su camote.

Comencé a lamerle sus bolas, sus testículos, sus huevitos: ¡se le sentían muy inflados!, ¡debían de guardar mucha leche en el interior!. 

Venancio se levantó, se paró sobre de la cama y yo estaba hincada sobre de la cama:

                = ¡Mámamelo…!,

volvió a ordenarme, y yo de inmediato traté de introducirlo en mi boca…, ¡pero estaba tremendamente inflamado, muy gordo, muy ancho, y apuntaba hacia arriba, y con lo baja de estatura que soy, me daba trabajo meterlo a mi boca!, por lo que Venancio se desesperó y comenzó a darme de cachetadas, y luego:

                + ¡abre muy grande tu boca…!,                ¡no se te ocurra cerrarla…!,

me ordenó, y yo obedecí.

Abrí la boca lo más grande que pude y Venancio me apuntaba hacia mi cavidad bucal y me encajaba su pene, aventándolo con fuerza, como si fuera una lanza.

La mayor parte de las ocasiones alcanzaba a meterlo hasta mi garganta, pero algunas otras veces tan solo me lo estrellaba en la cara, en los labios, en mi nariz, y mortificado por ese fallo, me golpeaba la cara con su pene, dándome de “vergazos”, muy fuertes, que yo, endiosada con ese hombre, los sentía rete ricos y me provocaban y excitaban muchísimo más.

Cuando alcanzaba a meterlo, me tomaba de los cabellos y me sumía muy al fondo su verga, tocándome hasta la campanilla, produciéndome arcadas, ganas de volver el estomago y babearme todita, pero además, al mismo tiempo que eso, Venancio no dejaba de darme golpes en mis mejillas.

Estuvimos un buen rato de esa manera; ¡me tenía muy caliente!, y comencé a suplicarle:

                + ¡métemelo por favor…, Venancio, métemelo…!,

y Venancio, caliente, de inmediato me recostó, me quitó mis pantaletas y de inmediato me lo metió:

+ ¡Veeenaaanciooo…, uuufff…, que grande y duro la tienes..., Venanciooo...!.

Volví a besarlo en la boca, con mucha pasión, y Venancio me respondió; me metió su lengua, abrí  la boca y me la comí. Empezó a besarme con mucha pasión y yo a mover mis caderas, con muchísimo ritmo, de nuevo, excitada.

Al poco de estarme cabalgando, entrando y saliendo, sintiendo su verga tan rica, en una de las empaladas que me estaba pegando no pude aguantarlo y me vine, muy fuerte, quizás el más fuerte de mis orgasmos de aquella ocasión, y me puse a gritar:

                + Venanciooo…, Venanciooo…, ya vente…, ya vente…, papito…, dámelos…, bien dentro...,

                  lléname con tu leche, Venanciooo..., ¡como coges…!, me vengooooooo…,

gemía y gritaba de placer.

Pero Venancio no se vino, no acabó en mí, como se lo estaba pidiendo. Dejó que tuviera mi orgasmo y entonces me lo sacó de mi estuche y me lo volvió a meter por la boca, en donde se puso a bombearme, usando su boca como vagina, hasta que terminó:

                = ¡Me corro Elvirita…, me corro…, me llega…, me viene…!,

y comenzó a inundarme la boca, de su esperma caliente y espeso, que, al acordarme de lo que sí le gustaba, comencé a atesorar en mi boca, hasta que ya no me cupo, y entonces dejó escapar unos chorros, que me salpicaron la cara.

                = ¡Elvirita…, qué rico la mamas, Elvira…, qué rico…!,

me decía Don Venancio, luego de terminar de vaciarse, limpiándose su pene en mi cara.

No me dijo nada de su semen que había vertido en mi boca, y entonces yo, a base de puros gemidos (pues no podía pronunciar las palabras), abriendo mi boca, le enseñé sus disparos de semen, que había yo guardado en mi boca:

                = ¡Cabrona…, tan puta…!,

fueron las palabras emocionadas que salieron de la boca de Don Venancio, quién metiendo su mano en mi boca, comenzó a sacarme su esperma y a embarrármelo por toda mi cara, mi cuello, mis senos y luego comenzó a darme de vergazos, con su pene ya medio flácido y a darme de manazos en toda mi cara, y mis tetas, para terminar abrazándome y besándome con pasión en la boca:

                = ¡Elvirita…, Elvirita…, tan puta…, qué rico…!.

Y luego de eso…, nos volvimos a quedar dormidos, desfallecidos luego de aquel último orgasmo obtenido.

+++

Unos toquidos en la puerta del cuarto nos despertaron: ¡era la Vicky, que nos llamaba para ir a almorzar!:

                & ¡Despiértense los enamorados, que ya pasa de medio día…!,

nos gritó.

Nos despertamos, nos vimos, nos sonreímos por las puntadas de la Vicky, nos dimos un “pico” y nos fuimos a la regadera, a bañar. Estábamos los dos, desnudos, debajo de la regadera. Él ya estaba adentro cuando yo llegué, y lo abracé de su cintura, por la parte de atrás, pegándole mi carita a su espalda:

                + ¡Venancio…!,

le dije, y él, estirando su brazo derecho por detrás de su cuerpo y mi cuerpo, sin romperse de mi abrazo, me comenzó a acariciar:

                = ¡Elvirita…, eres extraordinaria, Elvirita…!,

y entonces sí se volteó. Me tomó entre sus brazos, me cargó fácilmente y se puso a besarme en la boca. ¡Fue un beso diferente a todos los anteriores, fue un beso que, podría casi decir que “de amor”!. ¡Lo sentí delicioso…!. ¡Sentía que estábamos “en comunión”!, sentía que estábamos muy unidos.

Lo tomé de su cuello y lo atenacé con mis piernas, pasándoselas por su cintura, por detrás de su espalda:

                + ¡Nunca antes había disfrutado yo tanto del sexo…, Venancio…!,

le dije, sincera, espontanea, sin poder contener esa enorme verdad que salía de mi ser, de mi vientre, de mi corazón.

Creo que Venancio lo sintió de la misma manera en que yo lo expresé, y tan sólo me dijo, creo que también muy emocionado:

                = ¡Elvirita…!.

+++

Terminamos de bañarnos. Yo me salí primero del baño y me fui a la recámara. Me sequé el cuerpo y el cabello. Me puse unas medias azules, semi – transparentes, con elástico en la parte superior. Me puse unas zapatillas, azules, de tacón alto. Me estaba cepillando el cabello cuando salió Venancio del baño:

                = ¡qué maja te ves, Elvirita…!.

Yo sentí que un resorte me empujaba hacia él y me levanté de la banca de aquel tocador y me fui a la carrera con él, a abrazarlo:

                = ¡Venancio…, nunca había disfrutado yo tanto del sexo…, Venancio…!,

y le di un gran besote en su boca, oprimiendo mi cuerpo desnudo al de él.

Venancio contestó a mi beso, y nos fundimos en ese beso por un par de minutos, que me parecieron eternos…, ¡y bellos…, muy bellos!.

Me regresé a cepillar el cabello y luego:

                + ¿Cuál de las pantaletas me pongo…?,

Le pregunté, mostrándole las dos que tenía,

+ ¿la negra…, o la azul…?.

= ¿Qué vestido te vas a poner…?,

me preguntó Don Venancio, antes de contestarme:

                + este negro,

y se lo mostré. Era un vestido negro, entero, de manga corta, abotonable por el frente:

                + ¿o prefieres que me ponga el de ayer…?.

                = No…, ese está bien…, ¡con las bragas negras…!.

Me puse las pantaletas, las negras, clásicas, grandes, elegantes, bonitas, cachondas, con encaje, semi-transparentes: se me notaba fácilmente el mechón de mis vellos púbicos. Estaba solamente con las pantaletas, con las medias y con mis zapatillas de tacón alto, sin brasier y sin nada más y:

                + ¿te gustan, Venancio…, te gustó…, me has disfrutado…, te he complacido…?

le dije…, volteando a mirarlo, a que me diera su aprobación:

                = ¡Estás rete linda, Elvirita…!.

Feliz por esa expresión, terminé de vestirme: me puse el brasier, uno muy pequeñito y muy transparente, que dejaba mirar fácilmente mis senos, mis pezones y mis aureolas.

                = ¡Eres una mujer muy sensual…, Elvirita…!.

                + ¡Y tú…, eres mi macho…, mi garañón…!,

Le solté, sin poder retenerlo. Venancio nada más se sonrió.

Luego de mi ropa interior me puse un “fondo”, una especie de camisón, negro, de nylon, que me cubría desde los hombros hasta la mitad de mis muslos, cosa que le extrañó un tanto a Venancio:

                + Es porque mi vestido se abotona por adelante, y a veces, entre botón y botón se puede

                  mirar…, y no me gusta que nadie me mire…, ¡y menos al estar a tu lado…!.

                   ¿Quieres que me pinte la boca y que me maquille…?.

              = Sí, pero de manera discreta,

me señaló Don Venancio, y lo obedecí.

Cuando terminé de arreglarme, salimos, saludamos a Vicky y nos fuimos para ir almorzar. ¡Llevaba un hambre…, tremenda, luego de aquel ejercicio tan grande que había acabado de hacer!.

Llegamos al restaurant, a uno de una cadena muy popular en esta ciudad. Nos sentamos en una mesa dentro de un gabinete, con bancas corridas (para dos gentes) a cada lado de aquella mesa. La Vicky se sentó primero, lléndose al fondo de aquella banca y yo me senté a su lado, dejándole a Venancio la banca de enfrente, pero de inmediato me protestó:

                =  ¡Vente para acá, de este lado…, conmigo…!. ¿No quieres estar conmigo…?

De inmediato me cambié de su lado y le hice la aclaración:

                + Perdona Venancio…, no sabía si sería aconsejable y prudente…,

                  pudiéramos encontrarnos a alguien…

                = ¿y qué…?. ¿Tú tienes algo que ocultar o algo porqué esconderte…?, porque yo no…

                + Yo tampoco, Venancio.., yo ya estoy divorciada, y mi vida es mi vida…,

                  puedo salir con quién quiera…

Se sentó al lado mío, me abrazó y me dio un gran beso en la boca. La Vicky nomás se sonrió. Pedimos barbacoa (carne de chivo cocida bajo tierra, en una cocción especial) los tres. Comimos con muy buen apetito.

Pedimos postre y café y comenzó la charla de sobremesa.

                = Sabes Elvirita, ayer te comenté que yo ya te había visto antes…,

                   que estaba seguro que te conocía…, y ya se de donde…,

                   ¡en la panadería cercana al mercado…!, ¡es mi panadería…!,

me dijo Venancio, haciéndome la revelación. ¡Nunca me lo habría imaginado…!. ¡En la panadería…!, era cierto, ¡era el dueño de la panadería…, yo pasaba casi diario a comprarle!.

               = ¡Ahí te miraba, y me gustabas muchísimo, te me antojabas muchísimo…,

                  te me hacias muy sabrosa…, juraba que debías de coger rete rico…, pero no sabía yo

                  quién eras, ni cómo te llamabas, ni nada…!. Te miraba en pantalones, en mallones,

                  en vestido, de pants…, ¡y de todas maneras te me antojabas…!.

                  ¡Algo me decía que debías de coger rete rico…!.

Sentí que mi sexo comenzaba a alborotarse todito; comencé a ponerme caliente con esa revelación, y continué escuchando a Venancio, sin interrumpirlo:

              =  Una vez te miré en la panadería, platicando con Vicky, y en cuanto se despidieron…,

                   salí a la carrera a platicar con la Vicky, quien me estuvo platicando de ti…,

     y de inmediato me interesaste. ¡No sabes qué ganas tenía yo de ti…, tenía la impresión

     de que eras un volcán en la cama…., que eras…, de verdad…, ¡insaciable…!,

     ¡y de veras que no me equivoqué…!.

+ ¡Venancio…!,

Le dije, toda emocionada, sintiendo que un chorro de secreciones salían de mi vientre y se desparramaba sobre de mi pantaleta, mojándola por completo:

+ ¡Venancio…!,

le dije de nuevo, tomándolo de su brazo, recargándole mi cabeza en su hombro, y él comenzó a acariciarme el cabello con una mano y la otra la puso por encima de mis rodillas y poco a poco la fue subiendo, hasta alcanzarme la zona desnuda, entre mis medias y mis pantaletas: ¡me puse yo rete tensa, y sentí que me estaba mojando de nuevo!.

Venancio pidió la cuenta y nos fuimos al sótano, al estacionamiento, en donde habíamos dejado su auto. Llegamos al auto. Vi que Venancio volteaba para todos lados y:

                = ¡cuida que no nos vayan a ver…!,

le dijo a la Vicky.

Abrió la puerta del auto, la del “copiloto”; se sentó en ese asiento y me levantó mi vestido y mi fondo, dejando al descubierto mis piernas, mis muslos, las medias y mi pantaleta. Me bajó la pantaleta, hasta la mitad de mis muslos y me clavó mi cabeza en mi sexo, metiéndome dos dedos en la mitad de mi rajadita. Los volvió a sacar, los miró, me los enseñó:

                = ¿los viste…, los viste…?, ¡están todos blancos de tus venidas…, sigues caliente, Elvirita…!,

y me dio una cachetada muy fuerte, que me hizo soltar unas lágrimas:

                 = ¡sigues estando caliente…, Elvirita!.

Y sin decir nada más, Don Venacio comenzó a meterme y sacarme sus dedos; primero los dos iniciales y luego los tres…, ¡y los cuatro…!. ¡Me metía casi toda su mano a una velocidad increíble!, ¡la metía y la sacaba!, hasta que me vine completamente en su mano…, ya no pude aguantarme y me vine:

                + ¡Venaaanciooo…, Venaaanciooo…, me vengo, Venaaanciooo…!,

y casi me caigo hasta el piso, pues se me doblaron las piernas al momento de estar alcanzando mi orgasmo. Me tuve que hincar en la salpicadera del auto y abrazarme con fuerza de la cabeza de Don Venancio, quién me entrelazó de la cintura y me jaló hacia el asiento:

                = ¡Elvirita…, tan puta…, te vienes de una manera…, tan deliciosa…, putita…!.

Ya no pude yo contestarle. Le busqué su cabeza, le busque su boca y me puse a besarlo en la boca, con mucha pasión, hasta que pude reposar ese orgasmo tremendo, que me había agotado mis fuerzas.

Me senté en el asiento, me abroché el cinturón. La Vicky se subió al auto, a la parte de atrás, Venancio se puso al volante, y en unos minutos llegamos a casa de Vicky, en donde nos despedimos de Don Venancio.

                + ¿Quieres un café…?,

Me preguntó Doña Vicky, y de inmediato le dije que sí. ¡Me sentía de verdad desguanzada, flácida, sin nada de fuerzas!.

Me senté en un sillón. Eran ya casi las tres y veinte, y comenzamos a platicar, de ese hombre, de cómo se había expresado de mí…, de cómo me había mirado en su panadería…

                & es que…, de verdad…, tienes un algo…, brutal…, una mirada…, una posición de cuerpo…,

    una forma de ponerte de pie…, una…, serie de detalles que te hace…, tremendamente

    sensual…, aunque te vistas de monja, conservadora…, eres…, de verdad…, muy sensual…

Y se hizo un silencio. Yo estaba sorprendida, de manera agradable, pero sorprendida, y la Vicky continuo comentando:

                & los hombres de anoche…, me dijeron que quieren contigo…, ¡los dos…!.

                  Los estuvimos oyendo…, antes de que salieran y luego…, cuando ya se metieron…,

    ¡gritas, te quejas, gimes y pujas de una manera…, tremendamente cachonda…!.

+ ¡Ay Vicky…, qué penas…!,

le dije, de verdad apenada, sintiéndome avergonzada por todos ese “estruendo sexual” que siempre yo desarrollo. ¡Siempre he sido yo así…, muy escandalosa y ruidosa al momento de obtener mis orgasmos!.

Estábamos platicando; eran ya casi las tres con cuarenta y cinco cuando tocaron el timbre: ¡eran otros dos hombres!, cuarentones, también clientes de Vicky. Me los presentó. De inmediato comenzaron a “recortarme”, a mirarme, a detallarme, y me dio mucha pena de nuevo y:

                + ¡ya me tengo que ir…!,

le dije a la Vicky, parándome de inmediato y lléndome hasta adonde estaba mi maletín y mis cosas, al cuarto adonde me había iniciado de prostituta, adonde había tenido un sinfín de venidas y orgasmos la noche anterior y aun en la mañana de hoy.

                & ¡Este sobre es para ti…!, me lo dejó Don Venancio para que te lo diera, aparte de lo que

                    ya habíamos hablado y de lo que dejó en la mañana.

Lo vi… ¡Era una fortuna para mí…!. ¡Eran casi tres meses de mi salario…!. ¡No lo podía yo creer…!.

Me quedé yo sin habla y:

                & ¿No quieres quedarte otro rato…, estoy esperando a dos chicas, para estos señores…,

                   pero…, si tú quieres quedarte…?.

Le dije que no. Empecé a recoger yo mis cosas y en eso tocaron el timbre: eran las dos muchachitas, de unos veinte años las chicas, que venían a su cita.

Me despedí; tomé un taxi y me fui para casa; le dije que me esperara. Dejé mis cosas y me fui para un centro comercial que se encuentra cerca de casa. Iba yo con mucha ansia: ¡iba a comprarle un regalo a “mi amor”, con el primer dinero que había yo ganado de prostituta.

+++

Y hasta aquí termina la narración de mi primer cliente como prostituta. En la próxima entrega les narro la reacción que tuvo “mi amor” cuando le conté mi aventura.

+++

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