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El Cuaderno (capitulos 5 y 6)

en Dominación

Capitulo 5 - Confirmación

El jardinero no podía creer que esa chica que aparentemente lo odiaba le había regalado su lápiz. Le habría pedido prestado un lápiz a uno de los profesores pero le pareció más interesante pedírselo a la chica que deseaba manipular.  Fue más fácil de lo que se imaginó. Mientras iba caminando, llegó a su mente un nombre: Alejandra.

Siguió caminando en dirección a la entrada, la había perdido de vista. Llevaba el cuaderno en su brazo, el lápiz en la mano y curiosamente venían a la mente los nombres de las personas que veía en su camino. Miró de lejos a la niña odiosa y de nuevo el nombre que se dibujó en su mente fue "Alejandra".

Qué sucedía, se preguntaba parcialmente incrédulo. Venía en dirección hacia él un estudiante, se le quedó mirando y le llegó a su mente un nombre, le hizo señas con la mano para que parara.

—¿Te llamas Ricardo, no? —le preguntó señalándole con su dedo índice.

—Si, ¿por qué?

—Olvídalo, no es nada

El joven lo miró mal y continuó su camino. El jardinero no podía creer cómo era posible haber adivinado el nombre de ese joven. Detuvo a otras dos personas a las que preguntó su nombre y efectivamente coincidía con el nombre que se dibujaba en su mente mientras les miraba. Una locura, pensó. No podía ser, era imposible que un simple cuaderno le permitiera saber el nombre de los demás.

Emocionado y desesperado llegó hasta la entrada y vio a la niña odiosa hablando con "Juan Carlos". Le había llegado a la mente el nombre de ese joven. No había dudas, ella se llamaba Alejandra y su amigo, Juan Carlos. Ella tenía 18 años y él, 21 años.

Podía saber el nombre y la edad de las personas que veía y eso lo dejó más que sorprendido. Apurado para no perder de vista a Alejandra se fue hasta el lado de afuera de la entrada. Quería estar bastante cerca de ella.

—Ahí está de nuevo el idiota ese—le comentó ella a Juan Carlos mientras veía al jardinero que se acercaba y al notar que este la miraba, quitó la mirada con desprecio y repugnancia.

—Te ves doblemente bella cuando estás enojada.

—Ay!, Juan Carlos, no seas gafo.

El jardinero estaba muy cerca de ellos y casi podía oír lo que conversaban. Abrió el cuaderno mientras la miraba, ella muy distraída en la conversación.

El jardinero ya se disponía a escribir el nombre de ella en el cuaderno cuando vio que se estacionaba una camioneta de color negro. Juan Carlos tomó de la mano a Alejandra y se dirigieron a la camioneta. Supuso que le habían venido a buscar sus amigos.

Al ver que se habían llevado a su preciada estudiante y sin saber qué hacer decidió irse a casa. Se fue caminando y de nuevo llegaban a su mente el nombre y edad de las personas a las que veía por el camino.

—Increíble, esto es de locos —decía en voz baja mientras caminaba y sonreía al ver el maravilloso conocimiento que le permitía tener el cuaderno que llevaba bajo su brazo.

Llegó a casa y después de almorzar se dispuso a trabajar. Tenía que reparar unos computadores. Tenía conocimiento en electrónica y cuando no estaba en la universidad se dedicaba a este trabajo. Televisores, equipos de sonido, ventiladores, aires acondicionados, computadores. Era un hombre que sabía de todo un poco y en eso se ganaba la vida.

Se fue la tarde muy ocupado y cansadísimo se quedó dormido en el ya viejo sofá de su pequeña sala de estar. Los ladridos de un perro en la calle le despertaron pasadas las 21 horas.

Minutos después estaba sentado en su cama leyendo el misterioso cuaderno. Se sentía más convencido de que no era una tontería como él creía.

La persona que deseara manipular debía tener más de 6.000 días de edad, es decir, unos 16 años y 6 meses aproximadamente. No habría problemas con Alejandra, tenía 18 años recién cumplidos. Se puso cómodo, leería todas esas instrucciones, quería ser cuidadoso, empezaba a creer con firmeza que tenía un tesoro en sus manos.

Cada punto que leía lo meditaba, ya no se reía ni se burlaba de lo leído, protegería el cuaderno como ninguna otra cosa. Cualquiera persona podía robarle el cuaderno y gozar de los mismos conocimientos y poder. Así que tendría que pensar bien dónde esconder a su nuevo amigo. Nadie debía enterarse de lo que tenía en su poder.

Se le pasó el tiempo pensando todas las locuras que quería hacer y se quedó dormido sin terminar de leer todas las instrucciones. Lo despertó la alarma faltando 10 minutos para las 6 de la mañana.

Era martes y después de pasar un momento por la casa de un viejo amigo y resolver un asunto pendiente, se fue a la universidad.

Ya se encontraba en la cafetería disfrutando del desayuno, otro día con un clima espectacular, eran casi las 9.30 y había un frío muy agradable. Decidió dejar el cuaderno dentro del auto que esa mañana le prestó su viejo amigo y notó que sin este en sus manos, no podía saber el nombre ni la edad de ninguna persona, hecho que casi lo terminaba de convencer de que en efecto, era algo sobrenatural, pero todavía no estaba 100% seguro de ello. Esa mañana disiparía todas las dudas.

No dejaba de mirar hacia la entrada, esperando ansiosamente la llegada de Alejandra que ya debía estar por llegar. A las 9.33am, pues, miró el reloj, apareció Alejandra en escena y lo mejor de todo, venía directamente hacia la cafetería. El jardinero la vio venir y sonrió al mismo tiempo que se volvía a enamorar de ella una vez más. Hermosa, traía suelto su hermoso cabello castaño, unos aros de zarcillos, la boca pintada de un llamativo color rojo y esta vez en lugar de pantalones vestía una falda corta también de color rojo que le hacía presumir sus hermosas piernas. Una camisa blanca con las mangas dobladas un poco por encima de los codos y unos zapatos negros de tacones no tan altos que dejaban ver desnudos sus hermosos y muy bien cuidados pies.

Estaba atónito, no terminaba de creer lo que presenciaba, Alejandra se acercaba, le pasó muy cerca, le miró, le sonrió sin detenerse, se sentó un poco más adelante, en otra mesa y pidió que le sirvieran una bebida gaseosa. Al ver esto, el jardinero se convenció de que el cuaderno definitivamente no era una tontería.

Antes de venir a la universidad había escrito cómo debía venir vestida Alejandra y a la hora aproximada que debía llegar, no importando si tenía clases antes de esa hora. Se impresionó. Alejandra había venido vestida tal y como el lo apuntó en el cuaderno. Vio cuando le sirvieron la gaseosa a Alejandra, sonrió al saber que eso también lo había escrito: Alejandra debía pedir una bebida gaseosa, solo faltaba una cosa.

Pasados pocos minutos, Alejandra terminó de beberse la gaseosa y después de pagar la cuenta caminó en dirección hacia donde estaba el jardinero.

—Buen día, Señor. ¿Le ha servido el lápiz?

—Si, hermosa, gracias de verdad. Toma, ya no lo necesito.

—No, no se preocupe, puede quedárselo.

Alejandra se retiró a su salón de clases. Pasó exactamente como él lo había escrito en el cuaderno. Después de la bebida, ella debía acercarse a él y preguntar sobre el lápiz.

—Y ahora, ¿qué voy a hacer contigo, Alejandra? Eres totalmente mía, estás en mis manos. —continuó desayunando, el mejor desayuno de su vida hasta ese momento. ¡Bendito soy entre todos los hombres de este planeta! —comentó en voz baja.

Su rostro sonriente para ese momento era indescriptible, se sintió el amo del mundo.

Capitulo 6 - Nota Fatal

Esa misma mañana, Alejandra se había levantado muy tranquila e inmediatamente se dio una ducha. Se vistió de  blue jean, una camisa de mangas cortas color verde y zapatos deportivos verdes para ir combinada. Mientras se veía en el espejo se notó incómoda con lo que llevaba puesto. Se quitó todo, decidió ir un poco más destapada, más sexy a la universidad. Para ese momento, el jardinero ya había escrito su primera manipulación. Cómo debía vestir Alejandra esa mañana y así sucedió.

Alejandra llegó un poco confusa a la universidad, todavía se preguntaba el por qué decidió repentinamente cambiarse de ropa, aunque le gustaba exhibir sus piernas y acaparar la atención en la calle, se sentía un poco incómoda por lo sexy y llamativa que iba a la universidad esa mañana. Más extraña se sintió cuando pidió una bebida gaseosa en la cafetería, apenas eran las 9.30 de la mañana, ella no acostumbraba tomar bebidas gaseosas a esa hora. Y por qué hablarle del lápiz a ese jardinero estúpido, se preguntó.

Cuando entró al salón de clases, todas las miradas la enfocaban, era la única de las chicas que iba vestida tan elegante esa mañana, se sintió apenada pero le gustó la sensación de ser envidiada por sus compañeras al ver que todos los hombres del salón no disimulaban disfrutando de su belleza y encanto.

Más tarde se veía con Juan Carlos, quien al verla no pudo disimular lo tanto que la deseaba. Ella lo notó de inmediato, sabía que él se moría por ella, que quizás muy pronto serían novios, pues, para ella, Juan Carlos era un chico agradable, inteligente, gentil y guapo aunque sabía que era muy temprano para enamorarse.

—La más sexy, la más guapa de esta universidad

—No seas, tonto. Soy una flaquita muy normal —le respondió sin que aquel halago la sonrojara o la intimidara.

—Sabes que no es así, me tienes loco, me tienes enamorado. ¿Quieres que lo grite?

Juan Carlos la miraba y en su mente habría pensado comérsela a besos allí delante de todos. Lucía tan sexy, tan deseable, con aquella falda corta que dejaba ver sus perfectas y bronceadas piernas. Pero lo que más le llamaba la atención eran esos ojos verdes, esa mirada cautivadora, esa mirada tan tierna, tan llena de picardía.

A lo lejos estaba Sebastián, el jardinero, que la miraba con deseos ardientes, la desvestía con solo observarla, imaginándola desnuda luego de haberle roto a la fuerza esa falda roja que la hacía ver tan irresistible, imaginando que la poseía completamente en su habitación sin que ella pudiera defenderse, totalmente sumisa ante sus oscuros deseos.

Fue entonces que mirando de lejos a su niña odiosa e imaginando con ella las situaciones más ardientes, tuvo una erección. No podía esperar más tiempo, pensó. Tenía que probar aquel delicioso manjar cuanto antes, tenía que disfrutar de aquella jovencita que recién acababa de cumplir la mayoría de edad.

Más tarde en casa pensaría bien su plan para con Alejandra. Lo mejor sería preparar todo para el fin de semana. 5 días más y Alejandra sería completamente suya, sus gestos, sus gemidos, su mirada de angustia mientras él la hiciera su mujer una y otra vez sin poder defenderse. Tuvo otra erección mientras imaginaba aquella excitante escena. Era un sádico.

Tomó una ducha y no podía evitar pensar en la que pronto sería su esclava, su adorada Alejandra. La imaginó allí con él, arrodillada, chupando su pene bajo la regadera. Comenzó a masturbarse pensando en todas las fantasías que quería realizar con ella.

—¡No, no puedo, no quiero! —dijo, abandonando la idea de masturbarse pensando en ella. Esperaré, esperaré unos días más y serás toda mía, las veces que yo quiera, Alejandra.

En la noche, luego de pasar toda la tarde trabajando, se sentó en el sofá a ver televisión pero su mente era invadida por una de las instrucciones que lo tenía muy preocupado:

La persona que use este cuaderno morirá 666 días después de haber escrito en él. (...)

Sabía que eso pasaría, no tenía ninguna duda de que aquel cuaderno era sobrenatural.

Moriría dentro de un año y pocos meses, sumó preocupado y cabizbajo, no tenía ya dudas de nada.

—Qué importa, pensó. Viviré los mejores meses de mi vida, me encargaré de que así sea. Sin embargo, aquella sentencia le quitó las ganas de hacer nada más y se quedó dormido.

Ya tenía en claro lo que podía hacer con el cuaderno y estaba decidido a pasársela muy bien en los pocos meses de vida que le quedaban, sin importar a quienes afectara. Moriría, así que le importaba poco lo que tenía pensado hacer.

Había estado manipulando a Alejandra toda la semana, desde aquel martes en la mañana en que por primera vez en su vida se tomó una gaseosa muy temprano en la mañana. Ese martes en la noche, Alejandra sentía la necesidad y el deseo de comprar juguetes sexuales, el jueves ya los comenzaba a usar, se la pasaba desnuda en casa y comenzó a masturbarse más a menudo.

Juan Carlos le visitó el jueves en su casa y por primera vez se besaron, hubo un beso prolongado pero Alejandra sintió que no era el momento aunque lo estaba deseando, su mente le impedía avanzar y entregarse más a Juan Carlos. Ante aquel rechazo imprevisto, Juan Carlos quedó muy confundido pero con las esperanzas intactas de que Alejandra pronto sería su novia.

La culpa era del cuaderno, Alejandra no podría tener sexo con Juan Carlos, lo rechazaría. Así lo había escrito el jardinero: Ningún día de esa semana.

Además de eso, Alejandra había estado teniendo sueños húmedos en los que un hombre parecido al jardinero le hacía el amor en su propia habitación, no veía su cara pero asociaba a ese hombre con él.

Cuando despertaba del sueño estaba húmeda, excitadísima, con muchas ganas de tener sexo, ya llevaba varias noches seguidas soñando con ese hombre al que no le apreciaba bien el rostro.

Se sentía confundida por su cambio de actitud pero no contaba a nadie lo que le estaba pasando, lo que pensaba, lo que sentía, lo que soñaba. No quería contar nada a ninguna de sus amigas, tampoco a su futuro novio, Juan Carlos, solo se desahogaba escribiendo en su pequeño diario.

Lo que más le gustaba de su nueva manera de actuar era el andar desnuda una vez que llegaba de la universidad. Se consideraba una chica ardiente sexualmente, pero su nueva actitud se debía más a las manipulaciones de la que ya era victima sin tener la más mínima sospecha.