miprimita.com

Miss Pecados - Capitulo 1

en Grandes Series

En la cancha II de Basquetball del colegio privado Francisco de Miranda, el equipo femenino de Voleibol de la sección 5to A, acababa de clasificar a la final del torneo intercolegios al eliminar al equipo visitante, el femenino de la sección 5to A del colegio Vicente Salias. Más de 150 alumnos festejaban la victoria y se abalanzaban hasta el centro de la cancha a felicitar a las campeonas, mientras por otro lado las chicas del equipo visitante, cabizbajas, aún sin creer que habían sido derrotadas se retiraban de la cancha. La multitud de alumnos coreaban el nombre de Daniella repetidas veces, no solo por ser la líder del grupo y una de las adolescentes más bellas del colegio, había sido la chica que más puntos había dado a su equipo incluyendo el punto de la victoria, una victoria que se había definido en un muy reñido 5to set que había terminado 19 pts a 17 pts. Era la primera vez desde que se realizaba el torneo intercolegial hacía ya 18 años, que clasificaban a la final y la alegría de alumnos y profesores era indescriptible, todos querían felicitar al equipo de chicas que había logrado plantarse en la Gran Final, todos querían aprovechar el momento de algarabía y festejo para abrazar a la que acababa de convertirse en la heroína de todos: Daniella. Todos le querían dar un beso o al menos saludarla tocando su mano o brazo. Casi todos los alumnos del pequeño colegio se habían abalanzado sobre ellas y gritaban a una voz: “¡Somos del que manda, Francisco de Miranda!”.

Enrique Farías, de 41 años, era pastor cristiano adventista de una iglesia bastante popular de unas 250 personas. Siempre venía al colegio a ver a su hija competir en el torneo de voleibol, algunas veces disfrutaba de todo el partido completo, otras veces llegaba retrasado debido a sus ocupaciones, pero siempre estaba allí presenciando a su hija y lo talentosa que era como jugadora de voleibol. Pero esa mañana se le hizo bastante tarde y no pudo estar presente para cuando su pequeña hija lograba el punto que les clasificaba a la final.

Daniella le vio desde lejos, recostado en su camioneta y salió corriendo a abrazarle.

—Felicitaciones, amor mío —le dijo su padre mientras recibía en brazos a su amada hija que se abalanzó sobre él.

—Gracias, papi. Llegaste tarde, te lo dije, ganaríamos —le respondió ella, besándole en la mejilla—. Igual te amo, aunque no hayas venido a verme.

—No pude mi vida, —se excusó él, un poco avergonzado. Tú sabes que las ocupaciones me…

—Si, si, si, ya sé, eres un hombre súper ocupado que no tiene tiempo para venir a ver a su hija clasificar a la final

—Es cierto, debí venir a verte, perdóname por eso —respondió con sincero arrepentimiento.

—Malo, malo, no te perdono —respondió ella golpeándole suavemente el estómago—. No, mentira, papi, yo te amo igual. Siempre vienes a verme jugar y sé que si llegaste tarde es porque realmente no pudiste llegar a tiempo. Pero eso si, por no venir temprano cómprame un helado gigante 

Su padre la llevó a casa, no sin antes comprarle su helado favorito. Se despidieron, tenía muchas cosas que hacer durante el resto del día, prometió verla más tarde para cenar. 

Eran las 11 de la mañana y su madre, que era maestra de preescolar aún no había llegado a casa. Daniella se dio una ducha y se sentó en el sofá de la sala de estar a ver televisión, su mamá llegaría dentro de una hora. Quería contarle todos los detalles del partido, los puntos logrados y el punto que significó la clasificación. Se sentía feliz, contenta, todavía no podía creer que habían vencido a aquellas chicas, eran las favoritas para ganar el torneo pero habían sido derrotadas por Daniella y sus amigas. 

Mientras veía la televisión recordó algo que la tenía preocupada. Había perdido su teléfono y no sabía dónde lo había dejado. Recordó que la última vez que lo usó fue aproximadamente a las 10 de la mañana del día anterior, mientras estaba en la iglesia. Había conversado con su amiga Andreina que la había llamado para pedirle un favor. Al mediodía, una vez que regresaban del servicio dominical, recordó haber colocado el teléfono en su mesita de noche, se le había acabado la carga. La tarde la habían pasado compartiendo en la finca de su tío Manuel que estaba de cumpleaños. Debió haberlo dejado allá, en casa de su tío. Lo llamaría más tarde para preguntarle. 

Su tío Manuel era un hombre de 38 años de edad, medía 180 centímetros de estatura, un poco robusto, de buen parecer. Era el más exitoso de todos sus hermanos, dueño de algunos establecimientos comerciales en la ciudad, de varias fincas y poseía tres casas y varios autos, aunque siempre se le veía en su camioneta blanca. De todos sus hermanos, era el único que no estaba casado.. No era dado al vicio, bebía muy poco y no fumaba, decía que fumar era para estúpidos. Se mantenía en buena forma, recurría siempre al gimnasio y era un hombre bastante respetado en su comunidad. Era Abogado, aunque no ejercía desde hacía doce años atrás cuando se hizo amigo de personas muy bien posicionadas que le ayudaron a escalar de status económico. 

Sonó el teléfono en casa. Daniella corrió de inmediato a contestar. Seguramente eran sus primas o amigas de la iglesia que llamaban para saludarla. La habrían llamado a su teléfono pero este sonaba ocupado o apagado. 

—Alo! —contestó con interés

—Daniella

—Si, soy yo. ¿Quién habla?

—Manuel, tu tio

—Tio Manuel, qué bueno que llamas. Estaba por llamarte

—Si, me imagino. ¿Está tu padre?

—No, no está. Llámalo a su teléfono

—¿Y tu madre?

—Mamá no ha llegado de la escuela 

Hubo silencio por unos diez segundos. 

—Estás ahí? —preguntó Daniella inquietada por el silencio

—Si. Bueno, Daniella. Voy a pasar buscándote, tenemos que hablar

—Eh, ¿y se puede saber de qué?

—Te lo diré cuando nos veamos, además me gustaría invitarte a almorzar. Me he enterado de tu éxito en el torneo de voleibol.

—Oh, qué bien, ya lo sabes —respondió Daniella y a continuación sonrió.

—Si, te felicito. Sabía que lo lograrías. Eres muy talentosa.

—Gracias, tio. Déjame preguntarte algo.

—Me lo preguntas en un rato. Llamaré a tu padre para decirle que estarás conmigo toda la tarde. Arréglate, pasaré por ti en 30 minutos

—Ok, tio pero espera, es sobre mi tel… 

Se perdió la llamada 

Daniella colgó el teléfono y fue de inmediato a su habitación a cambiarse de ropa. Su tío vendría a buscarla dentro de pocos minutos. Desde pequeña él siempre le daba muy buenos regalos de cumpleaños o en ocasiones especiales como cuando pasaba el año escolar con excelentes notas. En esta oportunidad no estaba de cumpleaños pero estaba segura de que su tío le tenía un obsequio especial por haber logrado clasificar a la final del torneo de voleibol. Le daría dinero o quizá la llevaría a una tienda de zapatos para que escogiera el par que más le gustara, le compraría un televisor pantalla plana para ponerlo en su habitación, un reloj hermoso, un collar, no sabía con qué obsequio le sorprendería su tío pero estaba casi segura de que lo recibiría. 

Volvió a recordar que no tenía su teléfono. Sospechó que su tío lo tenía pero le estaba jugando una broma y que una vez viniera a buscarla se lo entregaría. No había nada que temer, su teléfono tenía contraseña de bloqueo, su tío ni nadie podrían espiar sus conversaciones ni fotos, así que se despreocupó. 

Pasada la media hora se escuchó una corneta un par de veces, era su tío, ya estaba afuera esperándola. Tomó sus cosas, cerró su habitación y le dejó un mensaje a su mamá en un papelito colgado en la puerta de la nevera.

Él la vio mientras cerraba la puerta de la casa y se dirigía hacia él. Hermosa, como ninguna otra de su edad. Su cabellera rubia ondulada, larga hasta la cintura. Su piel blanca y bronceada, su tez de color rosa, su cara triangular, su pequeña nariz perfilada, sus hermosos ojos castaños, de mirada dulce y tierna, sus pequeños labios finos color rosa. Qué bella era su sobrina.

—Hola, tio —saludó Daniella subiéndose a la camioneta, sintiéndose arropada inmediatamente por la intensidad del aire acondicionado. Era muy friolenta.

—Hola, Daniella. —respondió el y a continuación condujo la camioneta. 

Iban conversando mientras se alejaban del vecindario para adentrarse en el fastidioso tráfico de la ciudad que a esa hora comenzaba a congestionarse. 

Él le preguntó por el partido, le pidió que le contara. Ella de inmediato comenzó a contarle detalle a detalle cómo se convirtió en la gran heroína de la clasificación a la final, además, era la chica con más puntos en el torneo. Su tio escuchaba con placer a su sobrina contarle su gran hazaña, no solo era hermosa, su voz era dulce, suave, sexy, agradable y su acento era delicado y culto. 

—Tío, disculpa —interrumpió ella el relato de su logro deportivo. —He perdido mi teléfono y creo que lo he dejado en tu casa.

—¿En mi casa?

—No, bueno, en tu finca, ayer, en tu cumpleaños. Creo haberlo dejado en la sala o la cocina

—Tendríamos que ir a ver si está allá

—Si, vamos. No puedo estar sin mi teléfono, debe estar colapsado de llamadas perdidas y mensajes

—Bien, pero antes iremos a mi casa, debo buscar un documento, luego iremos a buscar tu teléfono 

La casa era inmensa, lujosa, Daniella nunca había venido a casa de su tío. El portón mecánico se abrió para dar paso a la camioneta. Había una enorme piscina, un hermoso jardín, un lindo perro rottweiler ladraba reconociendo la llegada de su amo. Pasaron hasta la sala de estar donde su tío le pidió ponerse cómoda en el sofá mientras él subía a su habitación a buscar un documento. Daniella estaba asombrada por lo lujosa de la casa de su tio, todo era impresionante, muebles, cuadros, el color de las paredes, la gran pantalla plana, había una consola de videojuegos, la alfombra que cubría todo el piso de la sala de estar, la alfombra que cubría la escalera hasta llegar a las habitaciones del primer piso, había estatuas al principio de la escalera, había otra muy pequeña en la mesa circular que estaba rodeada por el sofá y los muebles. Esta estatua le llamó bastante la atención. Era una mujer desnuda cubriendo sus partes intimas y tenía los ojos vendados. 

Su tío bajó de inmediato, colocó una carpeta en la mesa al lado de la estatua y se sentó junto a Daniella. 

—Hablemos, Daniella —le dijo mirándola fijamente a los ojos. 

Daniella se sintió extraña, aquella mirada la incomodó. 

—De qué? —preguntó

—De lo que has hecho últimamente —respondió él sin dejar de mirarla a los ojos

—¿A qué te refieres?

—Sabes que te admiro mucho, —dijo sin dejar de mirarla a los ojos—. Eres una chica admirable, tanto en la iglesia de tu padre como en tu comunidad y en tu colegio. Eres bella, elegante, sexy, muy sexy. 

Daniella dejó de mirarle a los ojos. No le pareció correcto que su tío la considerara sexy. 

—Lo que vi me ha dejado un poco perturbado, no podía creerlo cuando lo vi y pienso que está mal, que no es lo correcto en una chica como tú.

—¿Qué pasa, tío? ¿De qué me hablas? —comentó Daniella sin tener la más mínima idea.

—Tu padre y tu madre se sentirían muy decepcionados si llegaran a enterarse.

—No entiendo nada, tío Manuel. ¿Qué es lo que hice mal? —preguntó Daniella que ya comenzaba a fastidiarse la forma en que su tío le hablaba.

—Si lo entiendes, Daniella, por eso te preocupa tanto recuperar tu teléfono. 

Daniella le miraba fijamente cuando su tío le dijo aquellas palabras. Acaso era posible que su tío hubiese sido capaz de revisar su teléfono, su privacidad, sus conversaciones, fotos y videos. No, eso no podía haber sucedido, su tío ni nadie podía hacerlo, nadie tenía ese derecho. Además su teléfono estaba protegido con contraseñas y bloqueos, era imposible que alguien pudiera ver el contenido del mismo. 

—¿Qué me estás queriendo decir con eso? —dijo Daniella, él pudo notar su nerviosismo

—Lo he visto todo, Daniella —respondió él, seriamente. 

No, eso era imposible. Su tío no podía haber revisado su teléfono. Su tío no podía haber visto sus mensajes, ni sus fotos ni sus… 

—He visto tus videos, Daniella —agregó. 

La memoria microSD, había olvidado que allí se guardaban automáticamente las fotos y videos aunque el teléfono estuviese bloqueado por contraseñas, la microSD podía extraerse y ser leída en otro teléfono o en una computadora. 

—No puedo creer que lo hayas hecho, tío —dijo Daniella poniéndose de pie. Dame mi teléfono ahora mismo y llévame a casa. Eres un grosero y falta de respeto. ¿Cómo es posible que hayas hecho esto? ¿Cómo es posible que hayas violado mi privacidad? 

Se revisó el bolsillo derecho de su pantalón y sacó el teléfono de Daniella y se lo entregó. 

—Vamos, te llevaré a tu casa. 

En el camino de regreso había silencio total. Daniella miraba por la ventana, queriendo que los minutos pasaran rápido para estar de regreso en casa, no quería estar allí en la camioneta con su tío, se sentía incómoda con aquel hombre que había sido capaz de revisar sus cosas personales. 

El plan de Manuel no estaba yendo como él lo había pensado. Ahora llevaba a Daniella de regreso a casa, sin conseguir lo que quería y era más que seguro que la amistad con ella se habría roto para siempre. Tenía que actuar de inmediato. 

—Alo! Enrique —Manuel hizo una llamada a su hermano, padre de Daniella—. Tenemos algo muy serio de que hablar y me gustaría que fuera hoy mismo. 

La llamada duró unos pocos segundos, Enrique y Manuel habían acordado verse a las cinco de la tarde. Esto incomodó tanto a Daniella, le hizo sospechar que la reunión se trataría de ella. 

Pasaron unos minutos después de la llamada y a Daniella la mataba la curiosidad. Qué tenía él que hablar con su papá tan de prisa. Se trataría de ella, de los videos que había visto en su teléfono o solo hablarían de negocios. Estaba inquieta, sentía la curiosidad de saber de qué se trataba aquella reunión. Esos videos no podían verlos ni su padre ni su madre ni nadie. 

—¿Qué vas a hablar con mi papá? —preguntó ella sin mirarle. 

Manuel sonrió. 

—Hablaremos de los videos que encontré en tu teléfono, Daniella.