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Sobrina Diferente (1)

en Grandes Series

—Alejandra! Alejandra! —escuché la voz de mi tío Darío, quien jalaba de la sabana que me cubría del frío polar de mi habitación.

—Qué quieres, tío! Déjame! —respondí, enrollándome entre mi sabana.

—Son las 7.30, llegarás retrasada al colegio —me advirtió, alejándose.

 

Di un salto de la cama. Tenía examen a las 8.00 y eran las 7.38, eso señalaba mi reloj, color púrpura.

 

Faltando 5 minutos para las 8.00 ya iba camino a la parada, apurada, pensando que no llegaría a tiempo, mientras de lejos mi tío me gritaba que había olvidado desayunar. Era lo que menos me importaba en ese momento, iba retrasada para el examen de matemáticas, materia en la que no tenía muy buenas notas.

 

El bus que tomé, pasó tarde. Ya eran las 8.10 y supuse que el profesor no me dejaría entrar a presentar el examen. Un hombre blanco barbudo de buen aspecto me ofreció su puesto pero preferí quedarme de pie. Pasaban los minutos y me di cuenta de que ese hombre no paraba de mirarme de arriba abajo. Yo vestía zapatos negros, medias blancas largas, desarregladas por lo apurada que me vestí. Mi falda azul y chemise de color beige, mi cabello castaño suelto, aún húmedo. No me dio tiempo de maquillarme, ya era tarde y me odié a mi misma por quedarme dormida.

 

Cuando por fin llegué al colegio, ya eran las 8.30 de la mañana y aunque pensé que el profesor no me dejaría entrar al examen, llegué hasta el salón y lo llamé a la puerta. Pensé que iba a ser más complicado pero luego de coquetearle y suplicarle, mi profesor me dejó pasar.

 

María José apenas me vio entrar me miró con odio y desprecio. Dos semanas atrás me había encontrado besándome con su novio en uno de los pasillos. Intenté convencerla de que yo no sabía que ella y Luís Miguel eran novios pero no me creyó, insultándome.

 

Quedaba un solo pupitre y no me quedó otra que tomarlo. Al lado tenía a Sebastian, mi ex novio, quien me engañó con Ericka cuando cursábamos 9no grado. No podía borrar de mi mente el momento en que los vi besándose apasionadamente, además, Ericka era una de mis mejores amigas. Ver a mi novio besarse con mi mejor amiga, fue un dolor y una decepción que me costó superar. Sebastian había sido mi primer amor, mi primer beso, mi primer gran día de los enamorados. Cada día me enamoraba más de él y qué tonta fui al pensar que él también me amaba. Todavía sentía que le quería pero le odiaba por haberme engañado con otra aunque duró un tiempo pidiéndome perdón y rogándome que volviera con él.

 

Esa noche, mientras cenaba con mis tíos, les conté que faltaba poco para terminar el bachillerato, ya estaba desesperada y entusiasmadísima de entrar a la universidad. Vivía con ellos desde los 12 años. Perdí a mis dos padres a muy temprana edad. Enrique, mi padre, murió en un accidente de tránsito cuando yo apenas tenía 7 años y a mis 12 años, Roxana, mi madre, fue victima de la delincuencia; el antisocial que la atacó le disparó al ver que ella entró en pánico. Eso fue lo que me contó mi tía Virginia. No había un día en que no extrañara a mis padres. Los quise mucho. Adoraba a mis tíos, pues eran cariñosos y atentos conmigo, pero el vacío que dejaron mis padres en mi vida, no lo iba a llenar nadie.

Al día siguiente me levanté tarde, eran como las 9 de la mañana. Me bañé, me cepillé los dientes y salí de mi habitación a desayunar. Tomé una taza, puse un poco de leche, fresitas que encontré en la nevera y vacié hojuelas de maiz. Ese era mi desayuno casi todos los días. Me fui a la sala a ver televisión y me llevé el primer regaño del día

 

—Te he dicho, Alejandra, que no debes andar desnuda en la casa.

—Ay tío! No seas exagerado, no estoy desnuda, mírame, boxer y franelilla.

—Si de repente entra Virginia por esa puerta, sabes el lío en que nos vamos a meter

—Mi tía no está —le respondí secamente.

 

Me quedé mirándolo cuando noté que no me estaba viendo. Mi tío Darío era un vicioso de las noticias, siempre lo encontraba leyendo el periódico o viendo las noticias por televisión.

 

Terminé de desayunar y me levanté camino a la cocina a dejar la taza en el lavaplatos. Mientras lavaba la taza, podía ver en un espejito que tenía mi tía en la pared, a mi tío mirarme desde la sala. Ya había notado varias veces a mi tío bucearme las nalgas y mis pezones que fácilmente se notaban por los cacheteros que usaba y las franelillas sin sostén. Era excitante saber que mi tío me deseaba. Me vestía con muy poca ropa cuando no tenía clases en la mañana y mi tía no estaba en casa, con el fin de provocarlo, me encantaba descubrirlo mirándome y hacerse el loco. A veces provocaba ruido, dejaba caer algo, gritaba de repente, o lo llamaba para preguntarle cualquier tontería a propósito para que él me mirara, aprovechando para sonreírle coquetamente. Mi tío me ignoraba pero yo sabía que en el fondo me deseaba.

 

 

Unas semanas después, iba caminando por el pasillo que daba directamente a las canchas de fútbol y basketball del colegio. Era martes, mi día favorito de la semana, pues, yo pertenecía al equipo de voleibol de mi sección y todos los martes se jugaba el campeonato de secciones de 1er y 2do año diversificado. Me conseguí con Lucía, nos habíamos hecho buenas amigas recientemente. Me preguntó si le había traído la lycra que le prometí prestarle. Era una chica de escasos recursos y era una de las mejores jugadoras de nuestra sección. También le regalé unos zapatos deportivos que ya no usaba, estaban usaditos pero en buen estado. Me lo agradeció mucho.

 

Yo ya iba preparada, zapatos blancos deportivos, medias taloneras también de color blanco, mi lycra ajustada color púrpura, mi color favorito y mi franela blanca sin mangas. Mi cabello recogido con una cola roja y una gorrita pequeña de color púrpura. Además de mis rodilleras, lentes, agua y otras cosas personales guardadas en mi bolso.

 

No tardaron en llegar poco a poco los alumnos de las demás secciones para presenciar el partido entre nuestra sección, 2do B contra la sección 2do A.

 

Mi figura femenina ya estaba bastante definida, mis piernas perfectas, bronceaditas. Mi pompi redondito aunque pequeño, mi estómago bien durito, gracias a que dedicaba mucho tiempo de mis tardes libres a hacer abdominales, no era tan tetona como Ericka pero no me quejaba de mis senos bien formados y duros, y de mis pequeños pezones rosaditos. 1.57 de estatura. Blanca, cabello castaño, ondulado y largo hasta mi cintura, ojos claros, de cejas pequeñas y bien marcadas, mis labios finos y de un rosado natural, no usaba mucho el lápiz labial, mucho menos para hacer deporte.

 

Me puse lentes oscuros, para no incomodarme con tantas miradas. Me di cuenta de que me miraban más a mi que a todas las demás, casi todos los chicos me estaban mirando mientras nos pasábamos el balón entre todas las muchachas del equipo. Debía ser un espectáculo para ellos vernos, la mayoría de mis compañeras tenía buen cuerpo, incluyendo Lucía. No podía perder el balón, eso significaba que se iban a enfocar en mis nalgas cuando corriera a buscarlo y me agachara a tomarlo. Cuando el juego iba 0-3 a favor de las chicas de la sección 2do A, ya estábamos rodeadas de casi todo el colegio. Entre todos los alumnos amontonados rodeando la cancha, vi a Luís Miguel que me saludó sonriente y me acordé del mensaje que me envió temprano antes de llegar a colegio. “Hoy me harás feliz cuando te vea tan divinamente sexy golpeando el balón”. Era un idiota. Gracias a él, María José no me hablaba. Lo miré y le hice la puñeta y le saqué la lengua.

 

Continuó el juego, íbamos muy mal, perdíamos 0-7, no era nuestro día, definitivamente. Cada balón disputado era punto para la otra sección.

 

Miré alrededor y vi a mi profesor de Castellano, Gilberto. Me saludó cuando le sonreí coquetamente. Me quedé mirándole fijamente pero me quitó la mirada. Era el hombre más guapo de todo el colegio, al menos para mi, y tenía 35 años. Alto, cabello castaño corto, ojos claros, brazos velludos, se dejaba crecer la barba. Era hermoso mi profesor.

 

Grité de emoción con nuestro primer punto, el que conseguí después de un buen salto y un buen mate que dio en la cara de una de las chicas del equipo contrario. Perdíamos 1-10.

 

Cada vez que miraba a mi profesor, ya él me estaba mirando. Le sonreí todas las veces que nuestras miradas se cruzaron. Él me sonreía con un gesto demasiado insinuante, como si me dijera: “Escapémonos y hagamos cosas malas”.

 

No pasó mucho tiempo para que la sección de 2do A nos terminara humillando, ganándonos los dos sets de manera aplastante. 4-15 y 6-15

 

Lo mejor que pudo pasar fue ver como mi profesor se me acercaba para felicitarme por mis 5 puntos conseguidos

—Jugó bien, Señorita

—No jugué bien, Profe, no seas mentiroso y deja de decirme “señorita”, dime Alejandra

—Hiciste 5 puntos, la mitad de los que obtuvo tu sección

—Si, Soy buena —respondí sonriendo.

 

Nos mirábamos fijamente sin disimular nada, nos atraíamos uno al otro y no era la primera vez que lo veía presenciar los juegos de voleibol de mi sección pero si la primera vez que se me acercó a hablar conmigo dentro de la cancha. Me miraba y me puse muy nerviosa aunque no le quité la mirada.

 

—¿Cuando vuelven a jugar? —preguntó

—No lo sé, me imagino que dentro de 2 semanas

—Allí voy a estar entonces para verte jugar, te mueves muy bien

 

Le sonreí con coquetería y sensualidad. Cómo se le ocurre decirme eso, pensé. “Te mueves muy bien”. Me provocó de todo aquella pequeña y subliminal frase, acompañada de una mirada penetrante e intimidante.

 

—Si, me muevo muy bien

—Y también… —dejó la frase sin terminar, mirándome a los ojos.

—Cállate —le di un golpe en el estómago y salí corriendo

 

Recordé que ya había pasado casi un año desde que lo vi por primera vez. Faltaban dos meses para cumplir mis 16 cuando me sedujo con su sonrisa maliciosa.

 

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Llegué a mi casa temprano, como solía hacerlo todos los martes después de jugar voleibol, ya que no tenía más clases. Mi tía no estaba, ya que daba clases en una escuela básica un poco alejada de donde vivíamos y mi tío era el que debía pasar buscándola todos los días, aproximadamente a las 12.30 del mediodía.

 

Entré cantando, mi tío estaba como siempre, en el sofá viendo televisión, le tiré un beso bien coqueto cuando volteó a mirarme y seguí caminando apurada hacia mi habitación.

 

La casa es bastante sencilla: Una sala de estar bastante grande, a dos metros, en todo el frente de la puerta principal, el pasillo que da a las habitaciones. Al comenzar a la derecha, el baño principal, al frente de este, una habitación sin habitar, pues, César, el hijo de mis tíos y dos años mayor que yo, se había ido al servicio militar. Más adelante, a la derecha, está la habitación de mis tíos y al frente de esta, a la izquierda, la mía. Todas las habitaciones incluyen su baño particular. La casa tiene su garage, se accede desde la cocina que está adherida a la sala de estar.

 

Mi tío ya llevaba días regañándome, porque yo, aprovechando las veces que mi tía no estaba en la casa, dejaba abierta la puerta de mi habitación y me vestía con muy poca ropa. Mi tío entraba regañándome, recordándome que debía cerrar la puerta o al menos ponerme ropa, porque para él, yo estaba prácticamente desnuda. Yo le sonreía y le decía que era un exagerado, él me ignoraba dándome la espalda y trancando la puerta.

 

Ese día me desvestí con la puerta abierta, esperando que mi tío pasara y me viera completamente desnuda, me quedé un rato mirándome al espejo y al ver que mi tío no se asomaba tomé la toalla y me metí a la ducha.

 

Mientras me bañaba, pensé en mi profesor:

 

Era un morboso, siempre diciéndome cosas sádicas sobre mi cuerpo. No puedo negar, me gustaba ese juego que había entre mi profesor y yo, era el hombre más guapo de todo el colegio, pero no podían vernos juntos o nos íbamos a meter en graves problemas y me faltaba poco para graduarme.

 

Hacía ya aproximadamente un año desde que lo vi por primera vez, llegó como profesor suplente y con el paso del tiempo lo dejaron fijo.

 

Recuerdo que apenas nos vimos comencé a coquetearle con miradas y sonrisas, a las que él fue bastante receptivo. Yo sabía que eso no debía pasar, apenas me enteré que me llevaba 19 años de diferencia; el 34 y yo 15 para ese momento, aunque faltaba muy poco para cumplir 16. Luego me enteré que era casado y me olvidé de la idea de que entre mi profesor y yo pudiera existir algo. Era una tonta, cómo iba a pensar que un profesor casado se iba a fijar en una adolescente. Pero la realidad se desvanecía cuando el profesor entraba por la puerta, nos daba los buenos días y me miraba con deseo al tiempo que me sonreía con picardía.

 

Y un martes, faltando pocos días para cumplir mis 16 años, iba caminando hacía la parada a tomar la buseta para irme a casa, después de jugar el partido de voleibol que mi sección ganó fácilmente en dos sets a la sección de 1ro B. Escuché la corneta de un auto estacionándose cerca de mi. Era el carro del profesor que sin perder tiempo me dijo que me subiera, que me iba a dar la cola.

 

Cuando me subí me dijo que estaba cometiendo una locura al dejar subirme a su auto, pero que confiaba en que yo no diría nada. Le di mi palabra de que no lo haría. Iba nerviosa y me preguntaba por qué el profesor decidió llevarme a casa ese día si pudo haberlo hecho mucho antes.

 

Mientras conducía, me miraba cada tanto tiempo y me sonreía, yo también le sonreía, pues, no podíamos esconder el gusto mutuo que sentíamos.

 

Cuando faltaban más o menos como 5 minutos para llegar a mi casa, el profesor cruzó en una esquina hacia una calle donde detuvo verticalmente el auto frente a una bonita casa de color blanco, mientras automáticamente se abría el portón eléctrico y de la que me comentó, era una de sus casas. Íbamos conversando mientras entrábamos a la casa por el garage. Me comentó que hacía pocos meses que la había comprado y que a veces venía a pasar momentos a solas, cuando no quería que nadie lo molestara.

 

Yo no entendía nada de lo que estaba pasando o planeaba Gilberto, solo permanecía ahí, a su lado, conversando, mirándonos, deseándonos. No puede ser, decía yo. Tengo que olvidarme de este hombre, que además está casado. Por qué me ha traído hasta aquí, por qué me ha mostrado su casa y por qué me mira con tanto deseo, me preguntaba yo.

 

—Me gustas muchísimo, Alejandra —me dijo clavándome su mirada penetrante en mi mirada.

 

Quise responderle pero no me dejó, pues, velozmente se me acercó y me besó. Yo no me rehusé a aquel beso que se alargó por unos segundos y que me descontroló completamente. Sentí su mano derecha tomarme del cuello y meterme su lengua hasta el fondo, enredándose con la mía. Qué locura de beso, qué sensaciones me provocaba tener mi lengua enredada a la de él. Me descontrolé más.

 

Dejó de besarme y me dijo:

 

—Quiero hacerte mía, Alejandra, aquí, en mi casa.

 

Yo estaba como abobada por el beso que nos acabamos de dar. Lo miraba con deseo, no tenía fuerzas ni voluntad para decirle que lo que estábamos haciendo no era lo más correcto, que me llevara a mi casa, que era un pasado, un aberrado, que él era mucho mayor que yo, que era casado.

 

Nada de lo que probablemente debí decirle le dije. Solo asentí con mi cabeza cuando me dijo que quería hacerme suya.