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El Cuaderno (9) - Orgasmos

en Dominación

Se levantó y la tomó por la cintura cargándola en sus brazos. Ella se hubiese resistido golpeándole, zafarse de sus brazos, pero su cuerpo no obedecía a sus ordenes, lo poco que podía hacer era pedirle que la soltara. La recostó en la cama y ella nuevamente volvió a cubrir sus senos y sexo, esta vez con las sabanas.

—¿Te gustó mamármela? —preguntó el jardinero.

Quiso responder “No” pero fue un sincero “Si” la corta respuesta que salió de sus labios. No había manera de escapar de aquel dominio físico y mental. Fuese lo que fuese, un sueño, una hipnosis, una especie de brujería, estaba atrapada y entendió que aquella pesadilla acabaría cuando el jardinero así lo deseara.

Él sabía que esa corta respuesta era totalmente cierta. Había escrito en el cuaderno que ella debía responder con sinceridad cualquier pregunta que a él se le ocurriera formular. No podría mentirle aunque quisiera.

—Siéntate en la esquina de la cama y deja de cubrirte, tienes un cuerpo delicioso y quiero comerte completita.

Ella obedeció y no tardó en sentarse en la esquina de la cama mirando hacia cualquier lado de la habitación evitando mirarle. Lo odiaba, tanto como para desear matarlo.

El jardinero se acercó a ella y se agachó. Ella sintió cuando él comenzó a explorar su vagina, primero con un dedo comenzó a tocar sus labios, luego sintió su lengua y su boca. Solo quería humedecerla un poco, estaba desesperado por hacerla su mujer.

Mientras tanto, Alejandra contaba los segundos. Era inevitable que aquel hombre  le quitaría su virginidad. Jamás imaginó que iba a suceder de esta manera. Pensó en sus amigas, en aquellas conversaciones nocturnas cuando se quedaban a dormir juntas y donde se contaban entre otras cosas, su primera experiencia sexual, algunas románticas, otras no tanto, algunas una gran decepción, otras accidentalmente.

Alejandra siempre comentaba que para ella la virginidad no era más que una telita que debía romperse. Siempre decía que había mucho machismo en el tema de perder la virginidad. El ser virgen o no, era algo que no le preocupaba, pero hubiese preferido perderla en una situación diferente, no en contra de su voluntad y menos con un viejo estúpido al que odiaba con toda su alma.

El jardinero se levantó, inclinándose hacia ella que miraba hacia el techo de su habitación, la abrió de piernas y colocó su grueso pene en la entrada de la vagina y la tomó de la cintura con ambas manos. El estaba de pie, ella acostada.

Se miraron fijamente.

—Degenerado, infeliz —le dijo ella

—Te va a encantar —respondió él

Una vez dijo esto, comenzó a penetrarla muy despacio, con movimientos muy calculados. Ella dejó de mirarle pero él le ordenó que lo mirara. Siguió penetrándola y pudo disfrutar de los primeros gestos de dolor de Alejandra. No todas las chicas sienten dolor al perder la virginidad, había escuchado el jardinero, ya que él no había tenido la oportunidad de desvirgar a una mujer. Algunas sienten un pequeño dolor, otras experimentan un dolor intenso. Otras han perdido su virginidad de forma accidental, de manera que llegan mentalmente vírgenes a su primera experiencia sexual, no así su himen.

Los pequeños gestos de dolor eran como un premio para el jardinero que veía cómo ella le miraba sin querer y se quejaba de la penetración. Era cuestión de segundos que aquellos dolorcitos terminaran dando paso al placer. Mientras tanto, el jardinero disfrutaba de aquellos segundos que no volverían.

Introdujo un poco más y más su pene, los gestos de Alejandra se intensificaban, se agarraba con fuerza de las sabanas y no paraba de decirle que parara de penetrarla, que le dolía. El jardinero la consolaba diciéndole que ya faltaba poco.

Continuó unos minutos más disfrutando de ella, intentando entrar completamente y entonces decidió penetrarla con fuerza. Empujó bruscamente su grueso pene, lo suficiente para que el himen cediera, produciéndole un grito de dolor a Alejandra.

—¡Dioooooooosss! —exclamó el jardinero al ver que todo su pene se hundía completamente en ella que continuaba quejándose.

Sin sacar su pene, fue acomodándose hasta quedar totalmente sobre ella, ambos dentro de la cama, cara a cara, entrelazados. Comenzó a ir y venir dentro de ella que le miraba fijamente sin querer, adolorida, odiándolo sin poder evitar lo que venía a continuación: Placer.

Alejandra intentó pensar en cualquier otra cosa menos en el rostro que tenía frente a ella pero no pudo. Las penetraciones de las que comenzaba a ser victima empezaban a producirle sensaciones muy placenteras. El jardinero estaba concentrado en lograr que ella disfrutara tanto como él y estaba sucediendo. Se quedó callado, penetrándola una y otra vez sin cansarse, sin debilidad, con firmeza, a un ritmo que hacía a Alejandra disfrutar aún cuando sabía que no quería y no debía hacerlo.

No podía estar sintiendo placer con aquel hombre, no debía, no quería. Pero era inútil, el jardinero lo hacía tan bien que lo único que se escuchaba en aquella habitación eran los gemidos de Alejandra.

El jardinero continuó sin descanso hasta lograr que Alejandra comenzara a gemir sin tanta resistencia mental. Cinco minutos de intensas penetraciones tenían a Alejandra descontrolada, humedecida y gimiendo sin parar. El jardinero aceleró el ritmo y Alejandra gemía con más intensidad, el placer se apoderaba de ella que se olvidaba por completo de los pequeños dolorcitos y de que quien la llevaba al cielo era el hombre a quien más odiaba.

Alejandra gemía en voz alta debido a la fuerza con la que el jardinero la poseía sin descanso. El jardinero pudo sentir cuando Alejandra tuvo su primer orgasmo, su segundo y su tercero. Estaba a su merced, descontrolada, fuera de si, disfrutando a plenitud de aquellas salvajes penetraciones que había odiado apenas comenzaron y que ahora no quería que pararan.

Él la miraba, ella tenía sus ojos cerrados, disfrutando completamente de aquel grueso pene invadiéndola por completo. La besó y ella aunque pudo evitarlo si hubiese querido se dejó, respondiendo así al momento, al placer y la locura a la que la había llevado ese viejo estúpido.

Sintió de repente cómo el jardinero clavaba todo su grueso pene y soltaba un gran gemido al mismo tiempo que sentía los disparos de semen correr dentro de ella.

—¡Nooo, nooo, nooo! Adentro nooo —respondió Alejandra con voz débil.

El miedo y el odio volvieron a ella. Aquel hombre se corría dentro de ella. Recordó las historias contadas por sus amigas de colegio. Corría el riesgo de quedar embarazada. ¿Y qué si ese hombre era portador del VIH?

—¡Levántese! —le insistía Alejandra desesperada

El jardinero disfrutaba de un largo orgasmo, de su semen viajando al interior de Alejandra, de su rostro desesperado, de sus hermosos ojos que suplicaban que le sacara el pene. Se alejó de ella hacia un lado y de inmediato, Alejandra caía inconscientemente rendida en un sueño inducido.