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Miss Pecados - 1ra temporada

en Grandes Series

En la cancha principal de basquetbol del colegio privado Francisco de Miranda, el equipo femenino de voleibol de la sección 5to A, acababa de clasificar a la final del torneo intercolegial al vencer al equipo visitante; la sección 5to A del colegio Vicente Salias. Más de 150 alumnos festejaban la victoria y se abalanzaban hasta el centro de la cancha a felicitar a las finalistas. Las otras chicas, las del equipo visitante, cabizbajas, incrédulas de haber sido derrotadas se retiraban de la cancha.

La multitud de alumnos coreaba el nombre de Daniella repetidas veces, no solo por ser la líder del equipo y una de las adolescentes más bellas del colegio; había sido la jugadora que más puntos había dado a su equipo incluyendo el punto de la victoria, una victoria que se había definido en un quinto set muy disputado con un resultado final de 19 a 17 puntos. Era la primera vez desde que se realizaba el torneo intercolegial hacía ya 18 años que su colegio disputaría la final y la alegría de alumnos y profesores era indescriptible, todos querían felicitar al equipo de chicas que había logrado plantarse en la gran final, todos querían aprovechar el momento de algarabía y festejo para abrazar a la que acababa de convertirse en la heroína de todos: Daniella. Todos querían felicitarla, besar su mejilla, conformarse con saludarla y tocarle la mano, obtener un autógrafo. Casi todos los alumnos del pequeño colegio se habían abalanzado sobre ellas y gritaban a una voz: “¡Somos del que manda, Francisco de Miranda!”

Enrique Farías, de 41 años, era pastor cristiano adventista de una iglesia de unos 250 miembros bastante popular en la ciudad. Siempre venía al colegio a ver a su hija competir en el torneo de voleibol, algunas veces disfrutaba de todo el partido completo, otras veces llegaba retrasado debido a sus ocupaciones, pero siempre estaba allí presenciando a su hija y lo talentosa que era como jugadora de voleibol. Pero esa mañana se le hizo tarde y no pudo estar presente para cuando su pequeña hija lograba el punto que les clasificaba a la final.

Ella le vio desde lejos, recostado en su camioneta y salió corriendo a abrazarle.

—Felicitaciones, amor mío —le dijo su padre mientras recibía en brazos a su amada hija que se abalanzó sobre él.

—Gracias, papi. Llegaste tarde, te lo dije, ganaríamos —le respondió ella, besándole en la mejilla—. Igual te amo, aunque no hayas venido a verme.

—No pude mi vida, —se excusó él, un poco avergonzado. Tú sabes que las ocupaciones me absor…

—Si, si, si, ya sé, eres un hombre súper ocupado que no tiene tiempo para venir un momento a ver a su amor clasificar a la final por primera vez en la historia de este colegio —dijo con orgullo, sonriéndose.

—Es cierto, debí venir a verte, perdóname por eso —respondió con sincero arrepentimiento.

—Malvado, no te perdono —respondió ella golpeándole suavemente el estómago para luego agregar de inmediato: No, mentira, papi, yo te amo igual. Siempre vienes a verme jugar —hizo una pequeña pausa mientras continuaba golpeándole el estómago suavemente— y sé que si llegaste tarde es porque realmente no pudiste llegar a tiempo. Pero eso si: —advirtió subiendo el tono de voz— por no venir temprano cómprame un helado gigante.

Su padre la llevó a casa, no sin antes comprarle su helado favorito. Se despidieron, tenía muchas cosas que hacer durante el resto del día, prometió verla más tarde para cenar.

Eran las once de la mañana y su madre, que trabajaba como maestra de preescolar aún no había llegado a casa. Se dio una ducha y se sentó en el sofá de la sala de estar a ver televisión, su mamá llegaría dentro de una hora. Quería contarle todos los detalles del partido, los puntos logrados y el punto que significó la clasificación. Se sentía feliz, contenta, todavía no podía creer que ella y sus compañeras habían vencido a aquellas chicas quienes eran las favoritas para ganar el torneo.

Mientras veía la televisión recordó algo que la tenía preocupada. Había perdido su teléfono y no sabía dónde lo había dejado. Recordó que la última vez que lo usó fue aproximadamente a las diez de la mañana del día anterior, mientras estaba en la iglesia. Esa mañana había conversado con su amiga Andreina que la había llamado para pedirle un favor. Al mediodía, una vez que regresaban del servicio dominical colocó su teléfono en su mesita de noche, se le había acabado la carga. La tarde la habían pasado compartiendo en la finca de su tío Manuel que estaba de cumpleaños. Debió haberlo dejado allá, en casa de su tío. Lo llamaría más tarde para preguntarle.

Su tío Manuel era un hombre de 38 años de edad, alto, como de 1,80m, un poco robusto y de buen parecer. Era el más exitoso de todos sus hermanos, dueño de algunos establecimientos comerciales en la ciudad, poseedor de varias tierras, tres grandes casas y varios autos, aunque siempre se le veía en su camioneta blanca. De todos sus hermanos, era el único que no estaba casado. No era dado al vicio, bebía muy poco y no fumaba; solía decir que fumar era para estúpidos. Se mantenía en buena forma, recurría siempre al gimnasio y era un hombre bastante respetado en su comunidad. Era abogado, aunque no ejercía desde hacía doce años cuando se hizo amigo de personas muy bien posicionadas que le ayudaron a escalar de status económico.

Sonó el teléfono en casa. Daniella corrió de inmediato a contestar. Probablemente fueran sus primas o amigas de la iglesia que llamaban para saludarla. La habrían llamado a su teléfono pero este sonaba ocupado o apagado.

—Aló! —contestó con mucha curiosidad

—Daniella

—Si, soy yo. ¿Quién habla?

—Manuel, tu tío

—Tío Manuel, qué bueno que llamas. Estaba por llamarte

—Sí, me imagino. ¿Está tu padre?

—No, no está. Llámalo a su teléfono

—¿Y tu madre?

—Mami no ha llegado de la escuela

Hubo silencio durante unos segundos.

—¿Estás ahí? —preguntó Daniella inquietada por el silencio

—Sí. Bueno, Daniella. Voy a pasar buscándote, tenemos que hablar

—Eh, ¿y se puede saber de qué?

—Te lo diré cuando nos veamos, además me gustaría invitarte a almorzar. Me he enterado de tu éxito en el torneo de voleibol.

—Oh, qué bien, ya lo sabes —respondió Daniella y a continuación sonrió.

—Si, te felicito. Sabía que lo lograrías. Eres muy talentosa.

—Gracias, tío. Déjame preguntarte algo.

—Me lo preguntas en un rato. Llamaré a tu padre para decirle que estarás conmigo toda la tarde. Arréglate, pasaré por ti en 30 minutos

—Ok, tío pero espera, es sobre mi tel…

Se perdió la llamada y Daniela quedó hablando sola hasta darse cuenta de que la llamada se había caído lo que le produjo un ataque de risa.

Daniella colgó el teléfono y fue de inmediato a su habitación a cambiarse de ropa. Su tío vendría a buscarla dentro de pocos minutos. Desde pequeña siempre le daba muy buenos regalos de cumpleaños o en ocasiones especiales como cuando pasaba el año escolar con excelentes notas. En esta oportunidad no estaba de cumpleaños pero estaba segura de que su tío le tenía un obsequio especial por haber logrado clasificar a la final del torneo de voleibol. Se dispuso a pensar en las posibles sorpresas: le daría dinero o quizá la llevaría a una tienda de zapatos para que escogiera el par que más le gustara, le compraría un televisor pantalla plana para ponerlo en su habitación, un reloj hermoso, un collar, no sabía con qué obsequio le sorprendería su tío pero estaba casi segura de que lo recibiría.

Volvió a recordar que no tenía su teléfono. Sospechó que su tío lo tenía pero le estaba jugando una broma y que una vez viniera a buscarla se lo entregaría. No había nada que temer, su teléfono tenía contraseña de bloqueo, su tío ni nadie podrían espiar sus conversaciones ni fotos, así que se despreocupó.

Pasada la media hora se escuchó una corneta un par de veces, era su tío, ya estaba afuera esperándola. Tomó sus cosas, puso seguro a la puerta de su habitación y le dejó un mensaje a su mamá en un papelito pegado con cinta adhesiva en la puerta de la nevera.

Él la vio mientras cerraba la puerta de la casa y se dirigía hacia él. Hermosa, como ninguna otra de su edad. Su cabellera rubia ondulada, larga hasta la cintura. Su piel blanca y bronceada, su tez de color rosa, su cara triangular, su pequeña nariz perfilada, sus hermosos ojos castaños, de mirada dulce y tierna, sus pequeños labios finos color rosa. Qué bella era su sobrina.

—Hola, tío —saludó Daniella subiéndose a la camioneta, sintiéndose arropada inmediatamente por la intensidad del aire acondicionado. Era muy friolenta.

—Hola, Daniella. —respondió él con un tono de voz exageradamente amable y a continuación condujo la camioneta.

Iban conversando mientras se alejaban del vecindario para adentrarse en el fastidioso tráfico de la ciudad que a esa hora tendía a congestionarse.

Le preguntó por el partido, le pidió que le contara. Ella de inmediato comenzó a contarle detalle a detalle cómo se convirtió en la gran heroína de la clasificación a la final, además, era la chica con más puntos en el torneo. Su tío escuchaba con placer a su sobrina contarle su gran hazaña, no solo era hermosa, su voz era dulce, suave, sexy, agradable y su acento era delicado y culto.

—Tío, disculpa —interrumpió ella el relato de su logro deportivo. —He perdido mi teléfono y creo que lo he dejado en tu casa.

—¿En mi casa? —preguntó él aparentando sorpresa

—No, bueno, en tu finca, ayer, en tu cumpleaños. Creo haberlo dejado en la sala o la cocina.

—Ah! Pues, tendríamos que ir a ver si está allá.

—Sí, vamos, por favor. No puedo estar sin mi teléfono, debe estar colapsado de llamadas perdidas y mensajes.

—Bien, pero antes iremos a mi casa, debo buscar un documento, luego iremos a buscar tu teléfono.

La casa era inmensa, lujosa, Daniella nunca había estado allí. El portón mecánico se abrió para dar paso a la camioneta. Había una enorme piscina, un hermoso jardín, un lindo perro rottweiler ladraba reconociendo la llegada de su amo. Pasaron hasta la sala de estar donde su tío le pidió ponerse cómoda en el sofá mientras él subía a su habitación a buscar el documento. Daniella estaba asombrada por lo lujosa de la casa de su tío, todo le impresionaba: muebles, cuadros, el color de las paredes, el gran televisor pantalla plana, había una consola de videojuegos, la alfombra que cubría todo el piso de la sala de estar, la alfombra que cubría la escalera hasta llegar a las habitaciones del primer piso, había estatuas al principio de la escalera, había otra muy pequeña en la mesa circular que estaba rodeada por el sofá y los muebles. Esta estatua llamó bastante su atención. Era una mujer desnuda cubriendo sus partes íntimas y tenía los ojos vendados.

Su tío bajó de inmediato, colocó una carpeta en la mesa al lado de la estatua y se sentó junto a Daniella, a escasos centímetros.

—Hablemos, Daniella —le dijo mirándola fijamente a los ojos.

Daniella se desconcertó, aquella mirada la incomodó.

—¿De qué? —preguntó

—De lo que has hecho últimamente —respondió él sin dejar de mirarla a los ojos

—¿A qué te refieres? –cruzó las piernas y se acomodó el cabello.

—Sabes que te admiro mucho, —dijo sin apartar su mirada—. Eres una chica admirable, tanto en la iglesia de tu padre como en tu comunidad y en tu colegio. Eres bella, elegante, sexy, muy sexy.

Daniella dejó de mirarle a los ojos. Le pareció incorrecto que su tío la considerara sexy.

—Lo que vi me ha dejado un poco perturbado, no podía creerlo cuando lo vi y pienso que está mal, que no es lo correcto en una chica como tú.

—¿Qué pasa, tío? ¿De qué me hablas? —comentó Daniella sin tener la más mínima idea, volviendo a acomodarse el cabello, incomodada por las palabras de su tio.

—Tu padre y tu madre se sentirían muy decepcionados si llegaran a enterarse.

—No entiendo nada, tío. ¿Qué es lo que hice mal? —preguntó Daniella que ya comenzaba a fastidiarle la forma en que su tío le hablaba.

—Si lo entiendes, Daniella, por eso te preocupa tanto recuperar tu teléfono.

Daniella le miraba fijamente cuando su tío le dijo aquellas palabras. Acaso era posible que su tío hubiese sido capaz de revisar su teléfono, su privacidad, sus conversaciones, fotos y videos. No, eso no podía haber sucedido, su tío ni nadie podía hacerlo, nadie tenía ese derecho. Además su teléfono estaba protegido con contraseñas y bloqueos, era imposible que alguien pudiera ver el contenido del mismo.

—¿Qué me estás queriendo decir con eso? —dijo Daniella.

Él pudo notar su malestar y nerviosismo.

—Lo he visto todo, Daniella —respondió él, seriamente.

Eso no podía ser posible. Su tío no podía haber revisado su teléfono. Su tío no podía haber visto sus mensajes, ni sus fotos ni sus…

—He visto tus videos, Daniella —agregó.

La memoria externa. Había olvidado que allí se guardaban automáticamente las fotos y videos aunque el teléfono estuviese bloqueado por contraseñas, la memoria externa podía extraerse y ser leída en otro teléfono o en una computadora.

—No puedo creer que lo hayas hecho, tío —dijo Daniella poniéndose de pie—. Dame mi teléfono ahora mismo y llévame a casa. Eres un grosero y falta de respeto. ¿Cómo es posible que hayas hecho esto? ¿Cómo es posible que hayas violado mi privacidad?

Él también se puso de pie, se revisó el bolsillo derecho de su pantalón y sacó el teléfono de Daniella y se lo entregó. Ella le miró seriamente, se sentía decepcionada.

—Vamos, te llevaré a tu casa —le dijo él, como si no pasaba nada, como si lo que había hecho no tenía la mínima importancia.

En el camino de regreso había un incómodo silencio. Daniella miraba por la ventana, queriendo que los minutos pasaran rápido para estar de regreso en casa, no quería estar allí en la camioneta con su tío, se sentía incómoda con aquel hombre que había sido capaz de revisar sus cosas personales.

El plan de Manuel no estaba yendo como él lo había pensado. Ahora llevaba a Daniella de regreso a casa, sin conseguir lo que deseaba y era más que seguro que la amistad con ella se habría roto. Tenía que actuar de inmediato.

—Aló! Enrique —Manuel hizo una llamada a su hermano, el padre de Daniella—. Tenemos algo muy serio de que hablar y me gustaría que fuera hoy mismo.

La llamada duró unos pocos segundos, Enrique y Manuel habían acordado verse a las cinco de la tarde. Esto incomodó mucho a Daniella, no tenía dudas de que la reunión se trataría de ella.

Pasaron unos minutos después de la llamada y a Daniella la mataba la curiosidad. Qué tenía él que hablar con su papá tan de prisa. Se trataría de ella, de los videos que había visto en su teléfono o solo hablarían de negocios. Estaba inquieta, sentía la curiosidad de saber de qué se trataba aquella reunión. Esos videos no podían verlos ni su padre ni su madre ni ninguna otra persona.

—¿Qué vas a hablar con mi papá? —preguntó ella sin mirarle.

Manuel esbozó una ligera sonrisa.

—Hablaremos de los videos que encontré en tu teléfono.

Daniella no lograba aún comprender que su tío había sido capaz de espiar su teléfono. Qué pensaría o cómo reaccionaría su padre al ver los videos. Eran tan comprometedores que Daniella se cegó, no pensaba con claridad que fácilmente podía salir de aquella situación, estaba muy nerviosa. Era suficiente con que su tío hubiera visto aquel contenido, pero por nada del mundo sus padres debían verlos y su tío estaba dispuesto a entregárselos ese mismo día. Sabía que podía llamar antes a su padre y contarle la verdad, que su tío había robado su teléfono y accedido a sus datos personales, su padre lo entendería e incluso se molestaría con él. Pero tenía miedo.

—No puedes hacerme esto —se quejó. No tienes ningún derecho a meterte en mis cosas personales. Todavía me cuesta creer lo que hiciste.

—Eres una jovencita cristiana, una chica ejemplar, líder de tu salón de clases, de tus compañeras de voleibol y también del grupo de alabanzas de la iglesia de tu papá. ¿Te imaginas que esos videos se hicieran públicos?

Daniella se puso más nerviosa. Cada cosa que su tío agregaba la hacía sentir más atrapada.

—No tenías que ver mis videos, lo que hiciste está mal y lo sabes y no es tu problema lo que yo haga con mi teléfono —dijo con voz sensible y ligeramente quebrada.

—Pero es que lo que hiciste está mal, Daniella y tu padre tiene que enterarse y tomar una decisión al respecto, tu madre también debe saber en qué anda su hija.

—Te ruego que no les digas nada, no tienen por qué enterarse —dijo Daniella sabiendo ya que su tío estaba decidido—. Me dará mucha pena con mis padres, no pueden ver lo que ya tú viste, por favor.

Manuel comenzaba a sentirse victorioso, su sobrina comenzaba a ceder. Estaba acostumbrado a chantajear a las personas y había logrado obtener muchos beneficios por esta vía, casi siempre salía vencedor. Sabía que era un riesgo y que si Daniella pensaba con claridad podía zafarse de aquel chantaje. Sabía que ella podía odiarle después de lo que hizo, que aquello podía causarle problemas con su hermano y esposa y demás miembros de la familia pero su plan parecía ir por buen camino.

—Lo siento, Daniella. Pero insisto en que tus padres deben enterarse de esto.

Hubo silencio. Daniella se sintió perdida, descubierta, avergonzada porque su tío había visto su intimidad, sus rosados pezones adornando sus redondos y firmes senos, su sexo poblado de rubios vellos, desnuda en la cama o en la ducha, en poses muy sugestivas. Había más pero paró de recordar.

Volteó a mirar a su tío y le tomó por el brazo derecho.

—No lo hagas, tío —rogó ella. ¿No te parece suficiente con que me hayas visto? Te pido que no me hagas esto, por favor. Mis padres no pueden ver esos videos.

Detuvo la camioneta sin apagarla, frente a un pequeño local de venta de comida. La miró. Estaba triste, apenada, avergonzada, dolida y además se sentía humillada. La tomó del brazo izquierdo y comenzó suavemente a acariciarla.

—¿Qué se supone que haces? —dijo ella apartando su brazo.

—Tienes muy lindos brazos, Daniella, y me encanta tu color de piel.

—Eres un grosero, tío. —respondió con voz suave y triste. No sé qué te está pasando para que hayas hecho todo esto y no conforme con eso quieres que mis padres estén al tanto y ahora me tocas de esta manera.

El volvió a tomarla del brazo y sus miradas se entrelazaron.

—¿Quieres que tus padres no se enteren de los videos? —le preguntó

—Suéltame —respondió ella zafándose nuevamente de él.

Daniella entendió que su tío la deseaba como mujer, no fue difícil deducirlo. Desde hacía varios meses atrás se había estado comportando muy atento con ella, le había obsequiado cosas sin motivo ni razón alguna y varias veces lo había visto cerca del colegio o viendo los partidos desde afuera, pues, las canchas estaban cerca de la avenida; además, era un hombre soltero.

Manuel vio que era el momento perfecto para terminar de dibujar y exponer su plan maestro a su sobrina, aunque contenía riesgos. Pero de eso se trata la vida de quienes logran sus objetivos, creía él: de tomar riesgos.

—Tengo una cuenta en una página de videos para adultos muy conocida —comentó él, sin mirarle. Como si se estuviera dirigiendo a un grupo de personas—. Tenía pensado en subir los videos allí para que todos puedan verlos. ¿No crees tú, Daniella?

A Daniella se le aguaron los ojos y estuvo a punto de llorar pero se contuvo.

—¿Qué? —preguntó sorprendida por lo que acababa de escuchar.

—Sí. Pienso que voy a mostrar los videos a tus padres y le diré que los vi en una página de videos para adultos y que fue allí donde los descargué.

Daniella no pudo contenerse más y comenzó a llorar. Cómo podía su tío pensar hacer tal cosa, avergonzarla no solo ante sus padres sino ante todo el mundo. Todos podrían tener acceso a esos videos; sus amigos y compañeros del colegio, de la comunidad, de la iglesia, sus demás familiares, todos. El hombre que siempre le daba lindos y caros regalos ahora la chantajeaba. Hacía menos de una hora que estaba feliz, contenta de haber tenido un exitoso día para festejar la victoria de su equipo, eso había cambiado por completo. Su tío estaba a punto de destruir su imagen si no accedía a sus caprichos.

—No puedes, tío, no puedes hacerme esto. Soy tu sobrina. ¿Qué es lo que te pasa? —comentó con voz llorosa.

—No llores, tal vez no lo haga pero tienes que prometerme una cosa —respondió él con tranquilidad, sin sentirse incomodado ni conmovido por los lamentos y lagrimas de su sobrina.

—No tengo que prometerte nada, le diré a mi padre que has tomado mi teléfono y copiado mis datos personales.

Daniella parecía comenzar a pensar con claridad y se estaba defendiendo correctamente ante el chantaje.

—Está bien, hazlo, pero mañana, cualquiera que ingrese a ese página para adultos podrá ver tus videos, incluyendo tus compañeros de colegio.

Era difícil para Daniella digerir el chantaje del que estaba siendo víctima, no podía creérselo, su propio tío estaba decidido a exponerla ante el público sin importarle absolutamente nada. Daniella continuó llorando y él guardo silencio durante unos minutos.

—¿Qué debo hacer para que desistas de tu idea? —preguntó ella, cabizbaja, rendida.

Manuel no encontraba qué responder, parecía que había logrado lo que quería: tener a su sobrina a su merced pero tenía que estar cien por ciento seguro de ello.

—Quiero que seas mía.

Nuevamente hubo silencio, esta vez durante unos largos tres minutos. Daniella se quedó pensativa, con la mirada fija en su teléfono. Comenzaba a sentir odio hacia su tío por lo que le estaba proponiendo. Si se negaba, tenía que atenerse a las consecuencias. Todos se enterarían de sus videos, a menos que su tío no estuviera hablando en serio. La única manera de saberlo era negarse y esperar si su tío realmente actuaría. Tenía tanto miedo a que esos videos se hicieran públicos que no se atrevía a llamar a su padre y contarle lo que había pasado y lo que su tío pensaba hacer. Esa era la salida pero el miedo se había apoderado de ella por completo.

—¿Cuándo? —preguntó ella sin mirarle.

—Cuándo qué? —preguntó él.

—¿Cuándo vamos a… —dejó la frase incompleta.

—No es así, Daniella —comentó él—. No es el solo hecho de hacerte mía y ya.

—¿Y no es eso lo que quieres: cogerme? —preguntó siendo directa, cansada de tantos rodeos y de indirectas humillantes.

Él sonrió sin que ella lo notara.

—Esta tarde le dirás a tu papá que quieres inscribirte en el gimnasio. Que no se preocupe por el pago, yo me haré cargo.

—Yo no quiero ir al gimnasio, ni que tú me lo pagues —respondió molesta.

—No estás entendiendo, Daniella. De eso se trata el que seas mía. Hacer lo que yo te diga a partir de ahora o publicaré los videos una vez que te haya llevado a tu casa.

Daniella se quedó muda. Estaba muy molesta. Cómo podía su tío hablarle de esa manera, tratarla como si fuera una cosa, algo qué manejar a su antojo.

—Espero que entiendas que no podemos estar discutiendo a cada rato lo que si estás dispuesta a hacer y lo que no. Serás mía y no puedes negarte, así es como funciona.

Daniella continuó callada.

—Si estás de acuerdo a obedecerme en todo a partir de ahora continúa callada, si vuelves a negarte no voy a caer en ese juego contigo y haré sin dudas lo que prometí.

Daniella se mantuvo en silencio y una lágrima le corrió por su mejilla desembocando en sus labios. Notó que iban de regreso a casa de su tío, ya estaban cerca.

—No has almorzado y yo tampoco, así que comeremos y luego te llevaré a tu casa.

Daniella había perdido las ganas de comer pero no quiso confrontar nuevamente a su tío con una respuesta negativa. Cuando entraron nuevamente a la hermosa casa, había una mujer morena, de unos 54 años poniendo la mesa y sirviendo el almuerzo, era la sirvienta de Manuel. Se sentaron a comer y Manuel le ordenó a la mujer que se fuera, que ya no la necesitaba por el resto del día.

Daniella almorzó callada, la comida estaba deliciosa, no podía desperdiciarla a pesar de lo incómoda y molesta que estaba. Su tío le sonreía de vez en cuando. Le parecía simpático a pesar de todo lo que había hecho y de lo que planeaba hacer. Cómo podía un hombre con la simpatía de su tío tener una mente tan corrompida. Eso podía entenderse en los hombres poco agraciados y desafortunados en la vida, con problemas mentales o con pocos recursos económicos, con problemas físicos y una autoestima distorsionada pero su tío no calzaba en aquella extraña personalidad. Lo tenía todo, a excepción de una pareja.

Su tío seguía mirándole y sonriéndole. En qué momento le pediría que se desnudara para hacerla su mujer. Sería delicado con ella o brusco o tosco. Se daría cuenta él mismo que era virgen o tendría ella que decírselo una vez que estuviera desnuda frente a él. Lo harían en el sofá o en la alfombra, en el asiento de la camioneta o bajo la ducha, o en su cama.

—Creo que te ha gustado el almuerzo, no has dejado ni los huesitos —le dijo él, interrumpiendo sus pensamientos.

 

Aún molesta con él quiso seguir callada pero se decidió por contestar.

—Sí, estuvo delicioso, gracias.

—Siempre que quieras comer delicioso, solo tienes que pedírmelo.

—Gracias —respondió ella—. ¿Dónde puedo lavarme?

Él le indicó el lavabo y se sentó en el sofá a esperarla. Cuando vio que volvía de regreso a la sala de estar le dijo:

—Quiero ver que te quites la ropa.

Acababan de comer y su tío ya estaba pensando en sexo. Sin duda alguna que los hombres solo piensan en sexo, sexo y más sexo.

—Solo quiero verte desnuda, Daniella. Nada más que eso— agregó, poniéndose cómodo en el sofá, alargando ambas manos sobre el mismo.

Daniella se quedó allí parada, a escasos dos metros de él, sin saber cómo responder o qué hacer. La petición de su tío la había tomado por sorpresa. Iba vestida muy sencilla, con una franela blanca, un bluejean que le quedaba bien ajustado y sus converse cortos, color negro.

Quiso renunciar al chantaje, salir de aquella casa, tomar un taxi que la llevara de vuelta a casa pero sabía que no lo haría. No tenía el valor para hacerlo, el miedo la tenía vencida, ese miedo la tenía allí parada frente a su tío a punto de desnudarse.

Mirando hacia la estatua de la mujer desnuda se quitó la franela y lo hizo sin demora. Ahora solo le protegía su brasier, también de color blanco. Su tío disfrutaba el momento, la seriedad de su sobrina y el nervio en sus manos al quitarse cada prenda. Daniella continuó, ahora desabotonándose los botones de su bluejean y luego bajándoselos lentamente hasta quitárselos por completo. De inmediato y sin ayuda de las manos se quito los zapatos, no cargaba medias. Ahora estaba en dos piezas delante de su tío que no perdía detalle, deseándola.

—Hermosa, bellísima —comentó. Continúa, Daniella.

Daniella se quitó lentamente el brasier, se tomó bastante tiempo en hacerlo. Su tío disfrutaba pacientemente cada movimiento. Qué hermosos senos, ahora los veía personalmente, redondos y firmes, rosados, delicados y vírgenes. Daniella iba colocando cada pieza en el mueble que estaba junto a ella. A continuación, suave y pausadamente se quitó su pantaleta, lentamente hasta quedar completamente desnuda. Luego, quizá por instinto se tapó con una mano su sexo y con la otra sus senos. Se dio cuenta de que se encontraba casi en la misma pose que la estatua que estaba cerca de ella, solo que ella no tenía una venda en los ojos.

—No te cubras, eres hermosa

Daniella aparto sus manos y dejó al descubierto sus senos y sexo. Era inútil cubrirse, su tío ya la había visto desnuda y en poses más sugestivas. Notó cómo su tío tenía sus ojos puestos en todo su cuerpo, deseándola.

—Eres realmente un manjar, Daniella —dijo mirándola con deseo.

Se levantó y se acercó a ella que permaneció inmóvil, aún incrédula por la situación en la que se encontraba. Caminó pausadamente y se colocó detrás de ella y comenzó a acariciarle ambos brazos al mismo tiempo bajando hasta llegar a sus manos. Daniella cerró sus ojos y no pudo evitar sentirse invadida. Aquella agradable sensación de otras manos acariciando sus desnudos brazos. A continuación las manos de él se juntaron con las de ella y él le besó suavemente el cuello haciéndola estremecerse. Su cuerpo la traicionaba y reaccionaba sin querer a aquellos besos. Intentó como pudo evitar que su tío se diera cuenta del efecto que producían en ella sus delicados besos.

 

La tenía tomada de la cintura e invadía de besos su cuello y daba suaves mordiscos en su oreja izquierda. Ella intentaba resistirse, quería zafarse de él pero no se atrevía a rechazarlo. Sintió sus manos afianzarse en su cintura y con la punta de su pene totalmente erecto rozó su virginal sexo; sentía como si ese pedazo de carne le quemaba los labios vaginales.

—No, tío, por favor! —se quejó en voz baja, abriendo los ojos y dándose cuenta de que estaba soñando.

Lo primero que vio al despertar de aquel extraño sueño fue el reloj despertador que marcaba las 6:27, tres minutos antes de que la alarma se activara. Acababa de tener una pequeña pesadilla.

Mientras se duchaba recordó lo vivido apenas dos días atrás y deseó que todo aquello también hubiese sido parte de la pequeña pesadilla que logró despertarla. Su tío después de pedirle que se desnudara y luego de haberla besado y manoseado por unos segundos le había ordenado vestirse. Fue humillante; por un momento creyó que ya no la deseaba. De regreso a casa, guardó silencio durante todo el trayecto mientras oía las indicaciones de su tío. Lo primero que debía hacer era inscribirse en el gimnasio, algo que hizo al día siguiente. A su padre le pareció una buena idea, más cuando le dijo que su tío cubriría los gastos.

Era miércoles y con la primera de sus amigas que se topó al llegar al colegio fue con Andreina. Ya todo había vuelto a la normalidad después del triunfo obtenido el pasado lunes. Varios chicos le saludaron al verla pasar, uno de ellos, poco agraciado, le dijo en voz alta lo perdidamente enamorado que se sentía por ella. A continuación la risa de los que presenciaron la inédita y graciosa escena.

—Los tienes locos a todos! —le dijo su amiga, besándole ambas mejillas y tomándole del brazo, dirigiéndose ambas al salón de clases.

—Ay, no, ya vas a empezar otra vez —replicó ella, quizá un poco fastidiada de toda la atención que generaba su imagen.

—La fama, amiga, aprovéchala que no dura para siempre —dijo sonriéndole y volviéndole a besar, esta vez muy cerca de sus labios.

Aquel beso hizo incrementar las sospechas de Daniella de que su amiga y compañera de equipo era lesbiana, aunque no era algo que le molestase o afectase; no tenía nada en contra de las personas de orientación homosexual, a pesar de haber sido educada en una familia conservadora y cristiana. Tenía su propio criterio al respecto, el que obviamente no hacía público para evitar discusiones o disgustos con su familia y amistades religiosas.

 

Manuel veía cómodamente la televisión recostado en el sofá de la sala de estar, interrumpido frecuentemente por llamadas y mensajes de textos. Disfrutaba de su comodidad económica, se daba el gran gusto de no trabajar gracias a sus tierras y establecimientos comerciales. Era dueño de dos cibercafé, de una barbería muy popular en la ciudad, también de una cerrajería, una tienda de ventas de computadoras, una tienda de instrumentos musicales entre otros. Su poco trabajo diario consistía en constatarse de que todo fluyera correctamente, para eso tenía a cargo de sus negocios a personas muy trabajadoras y responsables; si alguno fallaba o notaba que no eran lo suficientemente eficientes los reemplazaba. Era un hombre que analizaba cuidadosamente tener que dar segundas oportunidades a quienes cometían errores.

Era bastante exigente y tal vez en eso consistía su éxito. Cuidadoso en administrar bien su dinero y gracias a ello podía permitirse casi todos los lujos. Bebía poco, no fumaba y era muy celoso con su tiempo de dormir, muy pocas veces se había trasnochado en sus 38 años de edad lo que le ayudaba a mejorar su buena apariencia física. Fácilmente podía aparentar tener menos de 30 años. En ocasiones desempeñaba su profesión aunque eran contadas las ocasiones, no le hacía falta.

Mientras leía el periódico y bebía su acostumbrado café negro de todas las mañanas, estaba ganando dinero, mientras atendía llamadas y respondía mensajes de textos sus cuentas bancarias se inflaban.

A lo largo de su vida había tenido innumerables amantes, chicas jovencitas, estudiantes, otras de su edad y hasta tuvo un amorío con una mujer casada mayor que él y que se complicó debido a que la chica se enamoró. Astutamente supo manejar la situación y mantener la relación en absoluta discreción, ella finalmente entendió que aquello no funcionaría, no podían seguir siendo amantes y que lo mejor para ambos era dejar de verse; ella continuó con su vida y permaneció con su pareja, de la que tenía un hijo.

Hacía dos días que había puesto en marcha un plan muy arriesgado: Someter psicológica y sexualmente a su hermosa sobrina. Un plan tan arriesgado como interesante y excitante. Sabía muy bien desde el momento en que se decidió a ejecutarlo que había más posibilidades de perder que de ganar pero por fortuna -la que siempre parecía sonreírle- hasta entonces las cosas estaban saliendo muy bien.

La deseaba desde hacía dos años, cuando la pubertad en ella ya hacía de las suyas. Sabía que estaba mal, su sobrina estaba prohibida para él por obvias razones pero aquel deseo iba en aumento a medida que ella se iba transformando en una hermosa adolescente. Comenzó a ganarse su aprecio y cariño haciéndole costosos regalos en fechas especiales para no levantar ninguna sospecha. En su último cumpleaños le regaló una laptop de las mejores y más costosas; había sido uno de los mejores obsequios hasta entonces.

A su padre y madre también les ayudaba económicamente; cuando veía que estos estaban en apuros no tardaba en ofrecerles su ayuda incondicional. Eran su familia, sentía la obligación de ayudarlos, además de que contaba con la facilidad de hacerlo, aunque su principal interés era el de mantener su imagen impecable ante la sociedad: el hermano ejemplar, exitoso, bondadoso, amigo, confiable.

Un fin de semana, pocos días después del cumpleaños 16 de Daniella lo pasaron en una playa cercana a dos horas de la ciudad y a la que solían visitar dos veces al año. Fue casi toda la familia, Daniella, sus padres, su tío Manuel, además de sus otros tíos con sus esposas e hijos. Oportunidad que Manuel aprovechó para presumir nuevamente de su status económico. Se encargó de cubrir la mitad de los gastos de viaje y estadía por los tres días.

Fue allí donde el deseo por su sobrina se volvió más que una obsesión. Verla en un discreto traje de baño de una pieza, ya que sus padres le habían prohibido usar el que tenía previsto, pues, les parecía demasiado provocativo. A pesar de eso, la hermosa figura de Daniella sobresalía por casi todas las demás chicas que allí disfrutaban del sol y el mar. En uno o dos años, estaría más linda, más bella y presumiría de un cuerpo envidiable -pensaba él- sin poder evitar una terrible erección que gracias a que estaba sentado en la arena podía disimular.

Podía tener a la mujer que deseara, a cualquier hora del día, podía tener incluso una mujer todos los días de la semana si así quisiese pero ninguna mujer le atraía tanto y le quitaba el sueño como lo hacía Daniella. Ese deseo de obtener lo inalcanzable, lo que estaba totalmente prohibido para él lo martirizaba todos los días que recordaba su sonrisa, su dulce mirada, su tierna voz, su hermoso y largo cabello rubio, su caminar, su energía al golpear el balón y enviarlo al campo del equipo rival con tal efectividad que lograba conseguir el punto ganador. Estaba enloqueciendo por ella y ninguna mujer podía aplacar aquel desenfrenado deseo.

Desde aquel entonces todo había progresado para bien de él, pues, ahora parecía tenerla a su merced, aunque tenía presente que había serios riesgos. Ella había obedecido su orden de inscribirse en el gimnasio, tenía un cuerpo hermoso pero el conformismo en él era lo que menos corría por sus venas; su sobrina se encontraba en plena adolescencia; con un poco de ejercicio físico podía llegar a ser más hermosa de lo que ya era.

Pudo haber disfrutado de ella ese día en que la tuvo desnuda frente a él si así hubiese querido, lo dudó por muy poco, deseaba más que nada hacerla su mujer pero consideró que no era el momento. No quería ofrecerle a ella una imagen de hombre sádico desesperado por tener sexo. Todo a su tiempo. Debía dejar muy claro que era él quien proponía y disponía.

 

Daniella se despidió de sus amigas en la entrada del colegio mientras esperaba a su padre, no tendría más clases por el resto del día y tenía mucha hambre.

En el trayecto a casa su padre le preguntó cómo estaban yendo las cosas en el colegio. Ella le contó de todo un poco, era un tipo de conversación rutinaria; muy buenas calificaciones, no se había metido en problemas, al contrario, todos estaban encantados con ella, gozaba de más popularidad que antes y dentro de unos días jugaría la final del torneo de voleibol. Su padre le pregunto si todo estaba bien a parte del colegio.

Quiso contarle toda la verdad sobre su tío pero fue imposible, estaba convencida de que si esos videos se hacían públicos su vida se desmoronaría, además se sentiría tan apenada con sus padres y demás familiares una vez que todos se enteraran. Claro, que su tío tampoco saldría bien de esa situación pero ella creía que a él le importaba poco el exponerse y lo creía capaz de publicar dichos videos. Su padre quedó convencido de que su hija gozaba de plena felicidad y tranquilidad, que no había nada de que preocuparse. Llegaron a casa, los esperaba el almuerzo ya preparado por su madre.

Llegó al gimnasio a las 3.15pm, vestía unos blancos monos ajustados que le cubrían hasta los tobillos, unos zapatos deportivos para la ocasión, medias tobilleras, un top que dejaba al descubierto sus brazos, hombros y también su estómago. No era la primera vez que vestía con tan ligera ropa, en el colegio lo hacía cuando tenía Educación Física, lo que le había generado críticas por compañeras que también eran cristianas de las más conservadoras y que asistían a la mima iglesia. Su padre -que era bastante conservador- evitaba confrontar a su hija aunque no aprobaba que vistiera con tan poca ropa a tan corta edad.

Era su primer día y de inmediato fue asistida por uno de los entrenadores que aunque bastante profesional no pudo evitar cortejarla, cosa que ella notó al instante. Pasados 30 minutos Daniella ya experimentaba sus primeras rutinas, un poco cansada y sudada pero se mantenía firme y con deseos de ir a por más. Durante esa primera media hora notó la mirada de varios chicos, le miraban sin disimulo. Ya estaba acostumbrada a ello, en el colegio, en la comunidad, en la calle, en el metro, en el bus, donde sea que iba allí estaban las miradas lascivas hacia ella.

Pensando en eso y mientras terminaba una rutina de abdominales recordó que dentro de poco su tío pasaría a recogerla. En la mañana se lo había recordado por medio de un mensaje de texto de un número de teléfono desconocido. Meditando en el mensaje de su tío se despreocupó por las miradas de los chicos hacía su trasero mientras se acomodaba en una de las maquinas para una rutina de sentadillas hack.

Por más que no quería pensar en su tío ni en lo que tenía pensado hacer con ella, era inevitable, no podía borrar de su cabeza la escena en la que quedó completamente desnuda frente a él, todavía no podía creer que lo hizo. Recordó las caricias en sus brazos y los besos en su cuello. Ningún hombre le había tocado de esa manera hasta entonces, había tenido dos novios en el colegio pero todo se había limitado a pequeños besos en la mejilla y uno que otro beso corto en los labios, ninguno de ellos había sido tan atrevido como para tocarle los senos o cintura. Por esto Daniella no paraba de recordar aquella experiencia totalmente nueva para ella. Sabía que en cuestión de horas llegaría ese momento que extrañamente su tío había interrumpido dos días atrás y que aún no entendía el por qué.

Pasaron las dos horas de rutina de ejercicios, un poco agotada y cansada se despidió de su entrenador y de algunos chicos que se le habían presentado y con quienes había conversado, era fácil de suponer que con el pasar de los días le sobrarían los admiradores en el gimnasio.

 

Se subió a la camioneta sin saludarlo, eran poco más de las 5.30pm

—Supongo que ese es tu entrenador —le dijo él, y puso el auto en marcha—. Se te quedó mirando hasta subirte a la camioneta. Pero lo entiendo perfectamente. Tienes un cuerpo hermoso, que mejorará con el pasar de los días, además eres bellísima.

Daniella no comentó y se mantuvo callada, mirando hacia la ventana durante todo el trayecto a casa. Una vez en casa de su tío le diría que estaba cansada y agotada, que no tenía ganas de nada, si tenía que armar una escena dramática con lágrimas incluidas, lo haría, aunque a su tío probablemente no le importarían sus lágrimas, su estado físico y disponibilidad. Ciertamente, no estaba tan agotada como cuando terminaba cada partido de voleibol, eso si era agotamiento físico; Daniella solo buscaba dilatar ese momento de intimidad con él.

Él le ordenó que llamara a su padre y le dijera que iría con su tío al cine y que regresarían a las 9.30pm. Su padre no se opuso aunque le preguntó si fue al gimnasio, a qué hora salió y dónde se bañó y cambió, respuestas que Daniella tuvo que inventarse al instante, nada complicado.

Subieron las escaleras hasta el primer piso donde había tres habitaciones. Entraron a la primera. Todo estaba sorprendentemente en orden. Supuso Daniella que la mujer que vio colocando la mesa hacía dos días atrás era la responsable de mantener todo tan ordenado y limpio, pues, según tenía ella entendido, la mayoría de los hombres son poco ordenados con sus habitaciones.

Todo el piso estaba alfombrado pero lo que le llamó enormemente la atención a parte del rico aroma que impregnaba toda la habitación, fue la cama. Grande, matrimonial, sabanas blancas y muy limpias, había cuadros hermosos en las paredes, entre otras cosas, un mueble que parecía bastante cómodo al lado derecho, alejado a unos 80 centímetros de la cama. Miró hacia el fondo y la habitación tenía su baño particular.

—Ahí está el baño. Estás agotada y cansada, refréscate un poco, tómate tu tiempo, esperaré aquí —dijo, sentándose en el mueble—, mientras veo la tele.

—No traje ropa para cambiarme —respondió en tono seco.

—Te esperaré aquí sentado, Daniella. Ve y date una ducha —le dijo sin mirarla, encendiendo la TV.

Ella entendió que su tío no caería en su juego de peros y excusas. Se arrepintió de haberse tomado aquellas fotos y grabado en aquellos videos, ahora estaba presa, debía obedecer. Caminó con su bolso hasta el baño, abrió la puerta…

—No, Daniella. Desvístete aquí, que yo te vea

Daniella cerró los ojos por un momento, respiró profundo, tenía que ser muy paciente, tenía que obedecer, no tenía alternativas. Se dio la vuelta, puso el bolso en la cama y empezó a quitarse poco a poco la ropa.

Él no miraba la tele, la veía a ella, cabizbaja, vencida, rendida, sumisa, parecía más hermosa sería que sonriendo.

Daniella volvió a quedar totalmente desnuda ante él que no pudo evitar tener una enorme erección al ver que esta vez Daniella traía su vagina totalmente depilada. Fue la segunda orden que le dio, llevar su vagina siempre depilada.

Recordó al instructor del gimnasio que se quedó perplejo mirándola mientras subía a la camioneta. Seguramente habrá imaginado a su sobrina desnuda, pero era él quien estaba disfrutando de esa imagen personalmente.

Por segunda ocasión la tenía desnuda frente a él. Todavía era difícil creérselo, había sido más fácil de lo que imaginó aunque tenía muy en cuenta de que en cualquier momento las cosas podrían dar un giro inesperado; un giro del que podía salir muy mal parado. Sabía que aún había riesgos, debía ir con mucho cuidado a pesar de que hasta entonces, su sobrina se comportaba muy sumisa; era la segunda vez que se desnudaba frente a él sin resistirse.

Se quedó admirando su belleza por unos segundos. Ella tenía fija su mirada hacia uno de los cuadros de la habitación mientras cubría sus partes íntimas con sus manos.

El hecho de que ella había puesto muy poca resistencia y no se había negado a su chantaje le tenía bastante incómodo, tanto que sentía un poco de miedo a ello. Por qué se mantenía tan callada, por qué había accedido al chantaje con tan mínima resistencia. En ambas ocasiones en que le había ordenado desnudarse fue muy sumisa, sin negarse, sin amenazarle o acusarle de morboso, sádico o enfermo. Estaba nuevamente frente a él, desnuda, avergonzada y quizá también molesta por lo que estaba viviendo.

Se dio la vuelta y entró al baño. Se tranquilizó un poco al saber que ya no tenía los ojos de su tío detallando su cuerpo. Se metió a la ducha y cerró las puertas de fibra transparente aunque supuso que en cualquier momento su tío entraría tras ella. Quería ducharse lo más rápido posible, no quería permanecer allí por mucho tiempo, se sentía tan incómoda pero sabía las consecuencias de negarse a obedecer.

Cerró los ojos por un momento mientras el agua fría caía sobre ella. Luego tomó el jabón que parecía no estar usado y comenzó a frotar sus brazos, senos, estómago y todo su cuerpo. Las puertas transparentes de la ducha le permitirían saber si su tío entraba al baño por lo que se mantuvo mirando hacia ellas mientras se enjabonaba. Volvió a recordar los videos, por culpa de ellos estaba allí, en esa incómoda situación. Pensó nuevamente en terminar con aquello, tomar sus cosas, irse a casa y hablar con su padre y contarle todo pero el contenido de los videos la detenía.

Convencida de que estaba atrapada, de que no sería capaz de contarle todo a sus padres, que tenía que acceder a los caprichos de su tío, pensó en tratar de hacerlo desistir de su aberrada idea, debía intentarlo una vez más, tal vez esta vez su tío entraría en razón y entendería que lo que estaba haciendo estaba muy mal . Mientras pensaba en ello, vio a través de la puerta de la ducha que su tío había entrado al baño. Parecía estar parado en la puerta, observando. Supuso que desde allí podía verle bañándose aunque solo vería difusamente su silueta. Se tardó un poco más en ducharse pero al ver que su tío seguía allí inmóvil, observándola, entendió que era inútil dilatar por más tiempo lo que suponía que ocurriría apenas saliera del baño.

Cerró la llave de la regadera y al buscar con qué cubrirse se percató de que había entrado al baño sin toalla.

—¿Puedes prestarme una toalla, por favor? —le pidió, creyendo que sería inútil y que él se la negaría.

Vio a su tío salir del baño y al volver le trajo una toalla blanca

—Ten —dijo él, parado fuera de la ducha, esperando que ella le abriera la puerta para tomar la toalla, lo que en enseguida hizo—. Te espero fuera.

Luego de secar su cabello, de recogérselo un poco se cubrió con la toalla y regresó a la habitación. Su tío estaba nuevamente sentado en el comodísimo sofá. Apagó la tele, se levantó y se acercó a ella que permanecía en la entrada.

Pasó su mano derecha por su mejilla, apartándole parte del cabello hacia su oreja. Ella se quedó con la mirada perdida en algún punto de la habitación. El olor de su cabello recién lavado le excitó en gran manera. Cuánto tiempo más podría aguantar tenerla frente a él sin hacerla suya, sin sentirse dentro de ella, disfrutar enteramente de su piel, de sus besos, de su respiración agitada, de sus gemidos.

Se colocó detrás de ella y apartó la mano con la que sujetaba su toalla, deslizó suavemente sus manos sobre la toalla y la dejó caer. Nuevamente Daniella quedaba desnuda ante él.

Ella suspiró con discreción. Sintió sus manos en sus hombros que le acariciaban muy suavemente, deslizándose poco a poco hasta sus brazos a la altura del codo. De nuevo sintió sus calurosos labios rozar su cuello. Intentó disimular el efecto que esto producía en ella pero no pudo, el suspiro se hizo notar. Qué se suponía que debía hacer ahora, ningún hombre le había tocado de tal manera.

—Eres mi tío, lo sabes —le dijo ella en un tono muy suave y que a él le pareció extremadamente sensual

Él continuó besándole el cuello y acariciando sus brazos, por supuesto que sabía que era su tío, que aquello que estaba haciendo era incorrecto, prohibido, un pecado, pero estaba obsesionado. Era inexplicable aquella obsesión, no había manera de entender ese extraño deseo que él sentía por ella. Solo sabía que la deseaba con locura, con una locura que sobrepasaba todo entendimiento y razón.

—No está bien que hagamos esto —agregó.

Él ignoraba lo que ella le decía. Estaba dedicado a besar su cuello y acariciar su humedecida piel. Una enorme erección lo invitaba a continuar con el siguiente paso pero pudo controlarse, era importante que fuese poco a poco, con cuidado, quería disfrutar con calma, quería sufrir un poco más.

La sorprendió cargándola entre sus brazos y la recostó en la cama, acomodándose para luego quedar encima de ella que de inmediato sintió la erección de su pene bajo el pantalón, rozar su vagina.

El buscó su mirada pero ella la apartó.

Es el momento, pensó, cerrando sus ojos. Mi tío se desnudará y sin más espera me hará suya, lo que permitiré al no tener la voluntad de detenerlo y acusarlo. Me arrancará mi virginidad, supongo que va a dolerme y al parecer eso a él no le importará, pues, hasta ahora nada le ha importado.

Sintió la lengua de su tío deslizarse por una de sus mejillas y luego por la otra. Su tío la lamía, lo que le pareció desconcertante. Luego besó su quijada y su cuello con pequeños besos y lamidas. Continuó bajando con su lengua y llegó a sus dos pequeños senos, redondos y bien formados. Sintió sus manos apretujarlos suavemente y su boca comerse sus pezones que comenzaban a ponerse duros por la estimulación sufrida. Trataba de disimular lo que aquellas caricias y chupadas le provocaban. Su tío estuvo unos largos segundos disfrutando de sus delicados senos y deliciosos pezones rosados, luego se detuvo y continuó con su lengua lamiendo su piel, bajando hacia el estómago.

Daniella recordó una pijamada con sus amigas en la que todas menos ella contaron los detalles de su primera experiencia sexual. A Vanessa, quien perdió su virginidad cuando cursaba el 4to año, le pareció un poco decepcionante, su chico fue brusco y torpe aquella tarde en su habitación, aprovechando que los padres de ella no estaban en casa. Lucia la perdió con su actual novio, no le pareció tan trágica la experiencia destacando que sintió muy poco dolor. Para Andreina fue todo lo contrario, una dolorosa experiencia, lloró mientras su novio la penetraba intentando calmarla, pidiéndole que aguantara un poco más que ya faltaba poco.

Sintió de repente una agradable sensación que interrumpió sus pensamientos. Su tío comenzó a explorar su vagina con la punta de su lengua, alternando con pequeños besos y chupadas. Intentó disimular el efecto que en ella comenzaba a causar. Su sexo estaba siendo explorado una y otra vez por la lengua cálida de su tío y la sensación provocada le estaba haciendo perder el control de sus movimientos. Quiso cerrar sus piernas, alejar a su tío de su sexo pero estaba disfrutando aunque sabía muy bien que se estaba entregando a él con absoluta facilidad.

Recordó una ocasión en la que se había quedado a solas con su novio Darío en la sala de su casa, comenzaron a besarse y poco a poco los besos se hicieron más intensos. Darío le estaba quitando la camisa del colegio sin parar de besarle y comenzó a manosear sus pezones pero ella reaccionó de inmediato interrumpiendo sus intenciones. Él besaba muy bien pero ella no quería apresurar las cosas, tenían apenas unos días de novios y no quería que él pensara que era una chica cualquiera, que podía llevársela a la cama cuando él quisiera. Además, él sabía que ella era cristiana y voz líder del coro de la iglesia de su padre, debía comportarse, por mucho que deseara sus besos y un poco más.

Ahora se encontraba desnuda, en la cama de su tío, disfrutando sin resistirse de la agradable sensación que le producía su lengua en los labios vaginales. Él estaba concentrado y dedicado al sexo de ella y cada segundo que pasaba la agradable sensación se incrementaba. Se dio cuenta de que con ambas manos se estaba sujetando de las sabanas que cubrían la cama, como si fuese a caerse. La exploración de su sexo continuó y comenzó a descontrolarse más, tenía duros los pezones y notó que estaba sudando. No podía esconder su agitada respiración por más que lo intentase. De repente gimió inconscientemente y su tío debió escucharla, aunque no se detuvo. Ahora sentía que exploraba su clítoris y la sensación le hizo temblar las piernas con las que golpeó sin querer la cabeza de su tío que no se apartó de su labor.

Daniella estaba a punto de gritar, el agradable sufrimiento del que estaba siendo victima la descontrolaba por completo, aguantaba la respiración para no gemir y disimular el disfrute pero era imposible, los gemidos se le escapaban sin poder evitarlos, gemidos sufridos, gemidos silenciosos, pero que su tío podía percibir claramente.

—Para, tío, me duele —mintió, aprovechando para liberarse de la energía contenida.

Él sabía muy bien que ella mentía, no podía dolerle, simplemente porque no estaba presionándole su himen. Continuó disfrutando de ella, se dio cuenta de lo bien que lo estaba pasando y de que en cualquier momento ella dejaría de resistirse.

No había forma de salir de aquella agradable sensación, por primera vez deseó que aquello continuará, le temblaban las manos y las piernas y ya le era imposible controlar su agitada respiración, su tío estaba haciendo un trabajo maravillosamente perfecto.

Con el pasar de los minutos, Daniella comenzó a retorcerse en la cama, a jadear y gemir sin poder disimular. Su tío no solo era dueño de su humedecida vagina, sino de ella y de su voluntad por completo.

Él se detuvo por un momento, ella se mantenía jadeando y temblando de placer, preguntándose el por qué su tío se había detenido. En pocos segundos fue puesta boca abajo y él volvía de nuevo a castigar su vagina. Volvieron los jadeos y los gemidos sin parar, ya sin ganas de resistirse mentalmente, entregada totalmente al placer que sufría. Sin duda que su tío tenía mucha experiencia, pues, la tenía en absoluto descontrol de si misma, de sus movimientos, de sus piernas, su respiración y de su voluntad.

El grado de excitación era tal que tardó en darse cuenta de que ahora su tío mientras exploraba su vagina con repetidas lamidas, le introducía con delicadez un dedo en la entrada del ano.

Se sintió incómoda y le pareció una cochinada de su parte pero no tenía voluntad ni fuerzas para darse la vuelta y enfrentar a su tío. Se olvidó de aquel detalle, pues, el placer del que estaba siendo víctima la sometía por completo.

Los ataques de lengua a su clítoris continuaron, el placer se incrementaba aunque seguía pareciéndole incomodo el dedo que se paseaba suavemente por su ano.

Comenzó a dar pequeños gritos y a retorcerse, sintió su vagina bastante humedecida y a su tío lamer y chupar todo lo que de ella brotaba, era indescriptible el placer que aquello le ocasionaba, sintió que se iba a orinar encima.

Su tío volvió a darle la vuelta y atacó nuevamente su vagina con chupadas y lamidas, esta vez más intensas, con ambas manos comenzó a amasar y a pellizcar sus pezones, logrando arrancarle gemidos en alta voz.

Ahora Daniella se agarraba de la sabana y con la otra mano agarraba fuertemente el cabello de su tío, como queriendo alejarlo de su vagina pero al mismo tiempo empujándole a que continuara sumergiéndola en un desesperante placer.

A él le enloqueció en gran manera el sentir la mano de su sobrina apretar su cabello, deseó en ese mismo momento penetrarla y arrancarle sin más espera su virginidad, hacerla completamente suya, enloquecerla aún más de lo que ya se encontraba. Pero debía ser muy paciente, no era el tipo de hombre que a las primeras y ante tal grado de excitación se saca su pene y penetra a su mujer con el único fin de aplacar su impostergable placer y antojo de llegar al orgasmo, sin importarle en lo absoluto el placer de su pareja.

El momento de convertir a su sobrina en su mujer llegaría muy pronto, debía calmar por ahora a sus desesperadas hormonas, debía concentrarse en lograr que Daniella recordara toda su vida su primera experiencia sexual como única, placentera e inolvidable.

Le enloquecía escuchar sus gemidos, su agitada respiración, la forma en que se retorcía en la cama, víctima de las constantes lamidas y chupadas que él le proporcionaba.

Continuó castigándola, esta vez con más ahínco y dedicación, debía lograr que alcanzara el orgasmo o sino iba a terminar cogiéndosela ya que el deseo por poseerla se hacía cada vez más inaplazable.

Daniella gemía en voz alta, totalmente rendida y entregada al placer. Sintió que se orinaba aunque sabía muy bien lo que estaba por suceder. Sus manos se encontraron con las de él que las agarró con fuerza sin dejar de atacar su vagina, la presión se volvió irresistible, su tío no paraba de castigarla y entonces gimió a gran voz.

Daniella parecía llegar al orgasmo y el se mantenía devorando su virginal vagina lo que la hacía sufrir de un placer agobiante. Daniella se retorcía una vez más y apretaba con fuerza las manos de su tío, gimiendo una y otra vez hasta que él, al ver su estado de sufrimiento detuvo el incesante castigo oral.

Se levantó, dejándola tendida en cama, con las piernas temblándole, sufriendo por primera vez el placer de alcanzar el clímax. Contempló por unos segundos su tierno rostro, tenía cerrados sus hermosos ojos, sus delicadas manos las movía sin coordinación. El deseo impostergable de convertirla en su mujer le hacía doler los testículos, tenía una erección dolorosa y le urgía aplacar sus ganas cuanto antes o iba a terminar enloqueciendo.

La haló por los tobillos hacia él, la tomó de ambos brazos y la llevó cargada al baño. Sin quitarse la ropa ni los zapatos se metió con ella a la ducha, graduó el agua: tibia, un poco refrescante. No tardó el agua en empaparlo por completo pero eso era lo que menos importaba. Pudo haberse desnudado delante de ella pero decidió quedarse con la ropa puesta.

Sus miradas se entrelazaron pero de inmediato ella miró hacia otro lado, no quería verle a los ojos. Reposándola en la pared comenzó a besarla apasionadamente por toda la cara, sus mejillas, su cuello, la barbilla, la comisura de los labios. La agarró del cabello eróticamente, dominando sus movimientos de cabeza, así podía besarla donde quisiera. La besó en los labios, ella no respondió a sus besos. Volvió a besarla por todo el rostro y cuello y terminó nuevamente en su boca, esta vez ella fue receptiva, aunque tímidamente.

Con el paso de los segundos los besos se compenetraron, el agua refrescante era de gran ayuda para que el momento fuese especial para ambos. Daniella se entregaba sin resistirse a los besos de su tío que se volvían cada vez más intensos. Sabía besar muy bien, explorando con cuidado su boca, haciéndola sentir cómoda, dejándola imponer el ritmo y los movimientos, dándole confianza. Sentir el sabor de su boca lo enloqueció más de lo que ya estaba. Comer sus dulces labios, saborear su suave lengua que le transmitía una sensación única. Podía sentirla entregada a él por la manera en que ella respondía a sus besos, le besaba con pasión.

Ella sabía que estaba mal corresponder a su tío, besar con gusto al hombre que la tenía bajo chantaje y amenaza de dañar su reputación si no obedecía sus caprichos. El orgasmo que acababa de experimentar aún la tenía encendida y su tío volvía a prenderla de nuevo con besos ardientes. Se entregó a él sin pensar en nada más, se despojó de sus pensamientos y enmudeció la voz interna que le gritaba: “¡¿Qué haces, Daniella, qué haces?!”

Él no aguantaba más, se desabrochó el pantalón sin dejar de disfrutar de su boca y liberó su pene que estaba a punto de estallar. Lentamente buscó su vagina y la rozó con su pene, suavemente. Comenzó a hacer movimientos hacia arriba y hacia abajo, como si su pene fuese una brocha con la que le pintaba los labios. Daniella -que concentrada le besaba- abrió los ojos, suponiendo que había llegado el momento de perder su virginidad. Se despreocupó al sentir que solo eran agradables golpecitos del pene en su vagina.

La enloqueció. Daniella disfrutaba los constantes golpecitos del pene en sus labios vaginales. Aquella fricción la martirizaba agradablemente, también sentía un poco de miedo de que por accidente el pene fuera a desvirgarle en un golpe brusco. Él no se detenía de comerle la lengua, mucho menos de pintarle el clítoris sin descanso.

 

Un poco agotado de la posición en la que estaba, regresó con ella aún cargada en sus brazos a la habitación, con algo de dificultad, pues, tenía desabrochado el pantalón que logró quitarse mientras caminaba hacia la cama.

La acostó en la cama con un poco de brusquedad y se inclinó para volver a dedicarse a chupar su clítoris. Daniella volvía otra vez a los gemidos, ya no los disimulaba ni los escondía. Arremetió como loco, la chupaba, la lamía, Ella gemía en voz alta y se retorcía mucho más que la vez anterior. Se colocó encima de ella y volvió a besarle, cosa que le sorprendió, pues, acababa de probar su sexo.

Nuevamente comenzó a pintarle la vagina con el pene. Ella interrumpía los besos con gemidos, ocasionados por el efecto que el pene le proporcionaba, él volvía a callarla a besos, cada vez más intensos y más apasionados.

Enloqueció por completo el ver como ella sufría los golpecitos de pene, como gemía con locura y desesperación y como luego le besaba entregada totalmente a él. Sintió que su pene comenzaba a traicionarle, sintió el cosquilleo correr por toda la parte baja del vientre. Se iba a correr.

Aceleró los golpes de pene sin dejar de besarle, ahora se estaba masturbando y deseaba acabar y eso fue lo que terminó sucediendo. Manuel no pudo más y eyaculó. Chispeó sus labios vaginales, sus piernas y su estómago.

Daniella sentía sobre ella por primera vez el líquido seminal. El primer disparo fue directo a su clítoris, el segundo, un poco más arriba, luego sintió sus piernas siendo bañadas, el estómago, de nuevo su clítoris. Su tío jadeaba muy cerca de su boca y se quedó mirándole la cara de disfrute, algo que le causó mucha risa a pesar de que segundos antes se encontraba atontada en un pecaminoso paraíso.

Había tenido el mejor orgasmo en mucho tiempo, tal vez el mejor de todos tomando en cuenta solamente aquellos en los que no había penetrado a una mujer. Continuó jadeando su largo orgasmo y ella trataba de disimular la risa.

Se hizo a un lado de ella y se acostó para relajarse.

—¿De qué te ríes? —preguntó con voz agotada.

Ella volvió a sonreír, esta vez lo hizo como si le hubiesen contado un chiste bastante gracioso.

—¿Te estás riendo de la cara de estúpido que puse, verdad? —volvió a preguntarle en tono amigable.

—Si —sonrió ella, tapándose el rostro con ambas manos. Sus brazos cubrían sus senos.

Daniella apartó las manos de su cara y se quedó pensativa mientras veía de reojo a su tío que aún continuaba acostado. Sintió curiosidad por ver su pene pero él tenía la pierna cruzada.

Hubo silencio por unos minutos hasta que le vio levantarse, esta vez pudo observarle de espaldas caminar hasta el baño, donde estuvo durante un largo rato duchándose.

Acababa de tener su primer orgasmo y por poco un segundo y todo esto siendo aún virgen. Sus amigas no lo creerían, además de que tampoco podría contarles. Había imaginado que sería de otra manera, sintiendo dolor, sangrando y llorando mientras su tío la hacía su mujer. Supuso que el único que disfrutaría sería él, no ella.

Se sintió desconcertada. Había disfrutado cada beso, cada suave mordisco de oreja, le había agradado la forma en la que él le había tratado, la manera como disfrutó de sus senos, besándolos, mordiéndolos, pellizcándolos y apretujándolos, experimentando nuevas sensaciones. Disfrutó de los golpecitos de pene que desafortunadamente se vieron interrumpidos por la eyaculación.

Volvió a recordar la cara de su tío jadeando mientras eyaculaba y volvió a sonreír.

—Te burlas de mí —dijo él, apareciendo nuevamente en la escena, vistiendo una toalla que le cubría hasta la cadera y dejaba expuesto su atlético pecho con poco vello.

Ella paró de reír aunque aún su rostro denotaba gracia.

Le alcanzó una toalla y le dijo que se duchara de nuevo y se vistiera, tenían que ir al cine como habían acordado. Ella se levantó de inmediato, cubriéndose y caminando nuevamente al baño.

Una vez que regresó a la habitación, su tío no estaba y en la cama había un jean, una franela, un brasier de color blanco y una panti también de color blanco. Un papel encima decía: Vístete, te espero abajo. Se tomó su tiempo en cambiarse, el jean le quedaba perfecto, también el brasier y la franela. También pudo notar que la ropa era nueva, pues, tenían la etiqueta y su particular olor.

Luego de vestirse, abrió el bolso para buscar su pintura labial y se encontró con una caja. Era un par de botines converse y también eran nuevos. Qué detalle.

Abajo le esperaba él sentado, que cuando le vio bajar las escaleras sonrío.

—Nirvana —dijo, señalando la franela que tenía bordada la imagen de Cobain. Supuse que te gustaba Nirvana.

—Sí, me encanta. Es de mis bandas favoritas. Gracias por la ropa.

—Te queda perfecta, me aseguré de que todo fuera tu talla.

Cómo podía ser tan detallista, agradable y simpático y al mismo tiempo ser un acosador e incestuoso tío. Guapo, alegre, chistoso y también un sádico y morboso. ¿Se sentía satisfecho por todo lo que había hecho hasta ahora o quería más de ella? Probablemente que sí.

 

Transcurrieron cuatro semanas desde el día en que Daniella logró clasificar a su sección a la final, el mismo día en que su tío comenzó a chantajearla. Desde entonces, muchas cosas habían ocurrido. Su padre fue asaltado cuando salía de retirar dinero del banco, le robaron el dinero y también se llevaron su camioneta. Una de sus compañeras, Victoria, había quedado embarazada de Luís, también compañero de clases. Todos en el colegio estaban impactados con la noticia, Victoria era muy respetada no solo por ser una de las estudiantes más sobresalientes, sino por su madurez, no solía concurrir a las discotecas como la mayoría de chicas del colegio y Luís había sido su único novio por lo que un embarazo con tan solo 17 años de edad dejó sorprendidos a todos.

Ese no fue el único escándalo. Un estudiante fue encontrado por una profesora en el baño de las chicas teniendo sexo con su novia, ambos fueron expulsados del colegio. Belén, una de las jugadores del equipo se lesionó al caerse de su bicicleta mientras paseaba en el parque cerca de su casa; no iba a poder jugar la final. Aunque era una de las jugadoras más importantes para el equipo, la reemplazaría Joanna que también era una excelente jugadora.

Durante todo ese tiempo, Daniella se mantuvo constante en el gimnasio, al principio porque su tío se lo había requerido pero pasada una semana le tomó el gusto. Le sentía bien hacer ejercicios, tomar las vitaminas recomendadas para ello, quemar calorías, distraerse durante dos horas, reafirmar y tonificar su hermosa figura.

Su tío no la había molestado desde aquel miércoles en que la metió en su cama en la que experimentó por primera vez el placer de correrse, de llegar al orgasmo; veintiséis días exactos sin que su tío le pusiera una mano encima. Esa noche la llevó al cine como había acordado, disfrutaron de la película como si nada hubiera pasado aunque pasó la mayor parte del tiempo callada y desconcentrada. La llevó a su casa e incluso se quedó poco más de 20 minutos hablando con sus padres a los que les trajo hamburguesas. Los días siguientes no le llamó ni le envió mensajes ni le hizo ninguna propuesta indecente, solo le veía los viernes que la pasaba buscando al gimnasio y la llevaba a casa.

Manuel había tenido unos días muy laboriosos y se vio obligado a posponer los planes para con su sobrina. Era un hombre bastante enfocado en sus negocios y responsabilidades, si quería seguir divirtiéndose y quería seguir dándose todos los lujos que deseaba sabía muy bien que lo primero era fundamental: El trabajo, la organización y la constancia. Ya tendría tiempo para tomarse unos días de vacaciones, comprarse lo que gustase en la tienda de ropa, el carro de último modelo si quisiese otro además de los tres que ya poseía y lo más importante: disfrutar de su hermosa sobrina; no podía quitársela de la mente ni por un momento.

Había pasado parte de la mañana en una importante reunión con algunos de sus representantes y encargados de sus establecimientos comerciales en la ciudad, afinando pequeños detalles, enfocándose en algunas fallas y pidiéndoles que se esmeraran más en sus cargos que muy bien que les pagaba. Exigente como ningún otro aunque muy agradable, sabía decir las cosas buenas y malas. Si algo no le gustaba era directo pero con sabias palabras. Sabía muy bien que el trato correcto con las personas bajo sus órdenes era de suma importancia para su éxito como empresario.

La reunión se hizo un poco larga y decidió que debía programarla para otro día pues, todavía quedaban por tratar algunos puntos muy importantes.

Cuando llegó al colegio ya era un poco tarde, tenía planeado estar allí para disfrutar de todo el partido pero ya hacía rato que había comenzado. La cancha principal estaba repleta de estudiantes pues, no contaba con tribunas. También había padres, familiares y amigos de cada una de las chicas de ambos equipos, gente de los medios de comunicación local entre otros. Días previos a la final se realizó un sorteo entre los dos colegios finalistas para decidir cuál iba a ser la sede de la final. La suerte cayó para el colegio de Daniella.

Se hizo paso entre la multitud de estudiantes que aclamaban a sus jugadoras. Había venido un número bastante considerable del colegio Simón Rodríguez y según pudo calcular, aproximadamente debían haber unos 400 o más alumnos rodeando toda la cancha. Buscó con la mirada a su hermano y esposa pero no les vio. Era obvio que estaban allí pero había demasiada gente como para distinguirlos. Se acomodó cerca de la red de voleibol aunque por delante de él había aún muchos estudiantes aprisionados impidiéndole acercarse un poco más ya que todos querían estar delante.

Las chicas del Simón Rodríguez estaban ganando el tercer set 13 a 9 a las chicas del Francisco de Miranda que habían ganado fácilmente los dos primeros sets, según le dijo una estudiante morenita de cabello rizado que estaba a su lado. La chica no había terminado de resumirle los detalles del partido cuando se oyeron los gritos ensordecedores de más de la mitad de los que allí estaban. Daniella acababa de poner las cosas 13-10 y le tocaba sacar a ella.

Siendo un hombre alto no tenía problemas para visualizar con comodidad a su sobrina tomar el balón y posicionarse para el saque. Qué concentrada se le veía, qué manera profesional de tomar el balón y prepararse para golpear, qué hermoso cabello rubio al que le sujetaba una cola. Sus largas y sexys piernas cautivaron su atención y sus aprisionados senos debajo de la ajustada franelilla azul que vestía. Todos gritaban su nombre, le animaban a conseguir el punto, era la mejor jugadora y muy probablemente era la que llevaba más puntos aunque tenía que preguntárselo a la morenita que tenía a su lado, seguro que lo sabía con exactitud.

Golpeó Daniella el balón con aquel salto que caracteriza a las voleibolistas y segundos después los gritos ensordecedores se apoderaron una vez más del ambiente, el balón había sido mal golpeado por una de las chicas del colegio rival. Punto para Francisco de Miranda. 13-11.

Sus compañeras se agruparon a chocarse las manos y nuevamente Daniella tomó el balón y se posicionó para el saque. Manuel no la perdía de vista. La deseaba, no vino a ver un partido de voleibol, vino a verla a ella, sus movimientos, su manera de correr a por el balón, cada día que pasaba se obsesionaba más con ella. Era difícil de creer que había pasado todo un mes completo y no había tenido la oportunidad de hacerla completamente suya. Por fortuna, las responsabilidades y el trabajo se habían minimizado un poco y ya pensaría en algo para los próximos días.

Daniella volvió a saltar y golpear el balón que impactaría en el rostro de una de las chicas del colegio rival. Esta vez no hubo gritos sino risas, muchas risas. 13-12, el partido se ponía chiquito gracias una vez más a Daniella que volvió a posicionarse para el saque.

—¿Cuántos puntos lleva Daniella? —preguntó a la morenita que seguía a su lado.

—Pues, con este son 13, Señor. Cuatro en este set.

—¿Solo ella? —volvió a preguntar, bastante sorprendido.

—Si, es nuestra mejor jugadora —respondió la chica esbozando una sonrisa.

Cada vez que la miraba no podía evitar desearla. Recordó aquella noche en la que estuvo a punto de hacerla completamente suya, sus besos y sus tiernos gemidos, su suave piel y su sexo virginal siendo castigado por la punta de su pene.

—Vamos a ganar —interrumpió la morenita sus sádicos pensamientos—. Los dos primeros sets fueron fáciles. 7-15 y 8-15.

—¿En serio?, pues, ya veo que son muy buenas

—Por supuesto —exclamó la chica—. En unos minutos seremos las campeonas.

Nuevamente la pequeña conversación fue interrumpida por los gritos ensordecedores. Daniella lograba empatar el partido. Su golpe no pudo ser devuelto por las rivales y el balón se desvió y fue a caer entre el público.

13-13. Dos puntos más y lograrían el campeonato. Una vez más Daniella al saque. Hubo silencio mientras Daniella se acomodaba para sacar, rebotó varias veces al balón y luego miró hacia el público durante unos segundos. Algunos sonrieron, pues, les pareció un gesto muy gracioso por parte de ella, otros corearon su nombre y se oyó a un chico decir: “Te amo, Daniella, Te amo demasiado!”

Risas y más risas. Daniella no pudo evitar sonreírse y sonrojarse. Sacó, pero esta vez no tuvo suerte; el balón se estrelló en la red. Punto para Simón Rodríguez. 14-13

Manuel sintió deseos de matar al chico del “Te Amo”, fue él el culpable de que Daniella fallara, la desconcentró el muy idiota, pensó.

Daniella se lamentó del fallo. Con un punto las rivales llevarían el juego hasta un nuevo set. A pesar de que el partido había sido fácil para ellas se sentía un poco cansada y deseaba terminar el partido lo más rápido posible.

Volvieron los gritos pero ahora del lado rival que animaba a su equipo a conseguir el punto que terminara con el set. Daniella agrupó a sus amigas y les animó. Tenían que ser campeonas en el tercer set si o si. Se retiró cada una a su posición, todas aplaudiendo y dándose ánimo.

Una de las chicas rivales hizo el saque pero fue bien recibido por Carolina que lo controló con estilo para que luego Joanna le diera el segundo golpe suavemente y lo colocara estratégicamente para el golpe final. Daniella y Virginia saltaron a por el balón pero fue Virginia la que finalmente terminó golpeándolo y enviándolo al lado rival que no tuvo éxito en recibirlo. El balón impactó en el piso y nuevamente el partido se empataba. 14-14.

Se había acordado que todos los sets debían terminar en 15 puntos, no habría alargue. Daniella y sus amigas estaban a un punto de ser campeonas. Le tocaba el saque a Patricia.

—Sin nervios, Paty —. Le habló Daniella en voz baja al oído —. Solo ponla sin mucho esfuerzo en el campo rival, confiamos en ti.

Le dio una nalgada y se alejó a su posición.

Patricia estaba un poco nerviosa. Un buen saque significaba la fama, la popularidad en el colegio, eso le hizo temblar un poco la mano derecha con la tenía que golpear el balón pero se tomó un poco de tiempo para calmarse, la emoción podría traicionarla y se concentró en lo que le dijo Daniella. Solo había que golpearla suavemente y dejársela al equipo rival y así fue.

Golpeó el balón con mucho estilo y este fue recibido por una de las chicas rivales que se posicionaron para los siguientes dos golpes y ahora el balón era recibido y bien golpeado por Joanna, luego Daniella golpeó suavemente dejándoselo a Vanesa para el mate pero este fue bien recibido por las otras chicas que nuevamente se preparaban para devolverlo con el objetivo de terminar con el set pero Daniella y Joanna habían saltado juntas para bloquear el mate de las chicas rivales y lo consiguieron. Campeonas por primera vez en toda la historia del colegio.

Decenas de estudiantes saltaron a la cancha a celebrar y a abrazar a las campeonas. Las chicas se besaban, se abrazaban y gritaban, estaban contentísimas de haber logrado tal hazaña. Patricia lloraba emocionada, Joanna, que había jugado en sustitución de Belén no se lo podía creer, había tenido el mejor partido de su vida. Daniella estaba rodeada de estudiantes, la besaban, la manoseaban; Sintió miedo por la presión que ejercían algunos estudiantes sobre ella, pudo sentir que detrás de ella alguien le agarró las nalgas no una sino dos, tres veces. Tenía que salir de allí rápido.

Con el pasar de los minutos se calmaron los ánimos, concedió una pequeña ronda de preguntas a la televisora local y luego a dos emisoras de radio. Los tres medios la catalogaron como la mejor jugadora del torneo además de la que más puntos consiguió.

Minutos más tarde le esperaban sus padres que permanecieron en los alrededores de la cancha durante todo el partido y el tiempo en que se desocupaba. La abrazaron y la felicitaron, llenándola de besos y de elogios, se sentían tan felices de tener una hija tan bella y talentosa.

Allí mismo en el centro de la cancha los organizadores hicieron un pequeño acto donde les entregaron medallas tanto a las subcampeonas como a las nuevas e históricas campeonas. El trofeo lo recibió Daniella por ser la capitana del equipo y al alzarlo junto a sus amigas los gritos ensordecedores volvieron a invadir el ambiente.

 

Las chicas del equipo pasaron juntas la tarde y parte de la noche en casa de Daniella, su papá se hizo cargo de los gastos, les trajo pizzas, refrescos, torta. Aunque Daniella sospechó de que probablemente su tío le hubiese prestado o dado dinero a su padre ya que estaba pasando por un mal momento con el reciente robo de su camioneta y el dinero que había sacado ese día, pues era una cantidad considerable. Además, ese mismo día se enteró de que le prestó uno de sus carros a su papá, podía tenerlo mientras hacían los esfuerzos por recuperar la camioneta que aunque habían pasado ya muchos días no perdían la esperanza de que los antisociales se contactaran con él para pedir dinero por el rescate.

También se enteró de que su tío había ido a verle jugar la final. No tardaría en llamarle o enviarle un mensaje.

Ya casi a la medianoche, faltando poco para quedarse dormida mientras chateaba con sus compañeras por mensajes de texto y también con algunos compañeros del colegio o simplemente conocidos que le admiraban o le felicitaban por su gran día, llegó un mensaje de su tío.

Sabía que en cualquier momento le iba a escribir o llamar. A pesar de que el mensaje pertenecía a un número desconocido supo de inmediato que era de su tío. Siempre dejaba un signo de admiración al final de los mensajes.

“Felicitaciones, Daniella. Te debo el regalo. Este viernes tenemos una cita!”

El viernes sería 22 de Junio, al día siguiente cumpliría 17 años.

 

Madre e hija juntas, caminando despacio por uno de los pasillos centrales del centro comercial C.C La Trinidad, uno de los más grandes y concurridos de la ciudad, observando con detenimiento los diferentes locales. Hacía ya varios meses que no salían juntas de compras.

—Qué broma contigo, Daniella, date cuenta como te miran los chicos; te dije que no te vistieras con tan poca ropa. Parece que siempre se te olvida que eres cristiana.

 

Daniella vestía una franela de marca, ajustada y un jean corto bastante minúsculo que dejaba mucho a la imaginación. Su madre en casa le insistió reiteradas veces que así no podía salir con ella pero Daniella le convenció de que no era para tanto. Llevaba puesto sus nuevos converse, los que su tío le regalo.

—Ay, mamá, tú eres demasiado aburrida. Déjame vestir como yo quiera —se quejó Daniella frunciendo el ceño.

Desde hacía ya poco más de un año que ser la hija del Pastor le estaba pareciendo bastante incómodo. Se sentía atrapada, con muchas responsabilidades y haciendo cosas de las que no se sentía tan a gusto. Gustaba vestir a la moda, maquillarse, usar prendas de lujo, cadenas, zarcillos, brazaletes y sus padres siempre se encargaban de recordarle que no debía ser tan mundana, debía dar el ejemplo y privarse de ciertas cosas que no le aprovecharían para nada. Debía estar a la altura de una chica cristiana, usar vestidos por debajo de las rodillas, no usar tanto maquillaje ni prendas lujosas y no olvidar llevar siempre consigo la biblia. A pesar de que desde que fue designada como la cantante líder de las alabanzas en la iglesia le había encantado la idea, se dio cuenta de que la responsabilidad era aún mayor, que debía comportarse, cuidar su imagen; debido a esto, su personalidad se había visto afectada, se estaba tornando bipolar.

En el colegio se sentía muy a gusto con las amigas que tenía, libre de la mirada juiciosa de los miembros de la congregación de su padre, ahí podía ser coqueta, hablar con libertad con los chicos, muchos de ellos sus admiradores, hasta podía darse el lujo de decir alguna que otra palabra obscena. En la iglesia era todo lo contrario, aunque tenía grandes amigas allí, no le parecía tan emocionante el ambiente. Llegar muy temprano para quedar con el técnico de sonido que graduaba el micrófono para su voz, esperar, orar, esperar, cantar, oir la larga predicación de su padre que en la mayoría de ocasiones se alargaba por más de una hora y de su madre que siempre le regañaba cuando se distraía con el teléfono, luego cantar nuevamente y terminar agotada y con mucha hambre ya pasada la una de la tarde cuando se trataba del servicio dominical o pasadas las 9.30 de la noche en los servicios de semana que solían ser los martes y jueves. Daniella lo tenía claro: No le agradaba esa vida, no se sentía una cristiana adventista.

—Pero Dani, mira como andas, estás casi desnuda. Debes comportarte, mi amor. Si te ve tu padre así se va a molestar.

—Basta, mamá, por favor. Estoy bien. Eres tan exagerada.

Qué gran mentira. Su padre muy pocas veces se molestaba con ella, era muy permisivo. Solía regañarle y aconsejarle sobre la conducta que debía fijarse pero la mayoría de las veces terminaba por no molestarla demasiado, permitiéndole vestir como ella gustase.

Ya le estaba pareciendo molesta la conversación con su madre que desde que salieron de casa no dejaba de mencionar el diminuto short que vestía e intentó desviar el tema.

—Mírate tú. Eres bella, simpática, con un lindo cuerpo y te vistes tan feo.

—Respeta a tu madre, Daniella.

Daniella soltó una carcajada.

—Pero es que si he dicho toda la verdad, mamá. Deberías ir al gimnasio aunque te agradezco que no al mismo que yo voy, por favor. —acentuó el tema, intentando que su madre se olvidara de lo sugerente que iba vestida—. Estás buena, mamá. Tienes que ponerte más sexy para mi papá.

—Basta —dijo molesta su madre.

—¿Te das cuenta que eres tan aburrida?

—Basta, Daniella. No te pases

Era muy cierto. Su madre -que ya estaba cerca de los 40 años- tenía un buen cuerpo, era de la misma altura que ella, el mismo color de cabello y de piel y a pesar de sus treinta y tantos años, no le faltaban miradas y piropos en la calle, a pesar de que siempre iba vestida muy recatada.

Sonó su teléfono móvil. Tenía un mensaje de texto.

«Marica, te ves demasiado rica. Provoca violarte»

Era Tomás, uno de sus compañeros de clase y que siempre le decía cosas morbosas en el colegio a pesar de que tenía novia. En una ocasión en la que habían quedado a solas se sinceró con ella, diciéndole que le gustaba mucho. Daniella le había rechazado y días después se hizo novio de una de sus compañeras de sección. Pero eso no cambió la amistad, siempre que podían conversaban de cualquier cosa, Tomás era muy agradable, era guapo y jugaba muy bien al fútbol. La confianza con Daniella era tal que le permitía este trato y esa manera de hablarle.

Daniella se echó a reír al leer el mensaje. Seguramente Tomás andaba por ahí cerca. Estuvo mirando a todas partes a ver si le veía pero había tanta gente como para ponerse a buscarlo.

«Uffffff, ese shortcito, deberías ir el lunes así al colegio»

A Daniella le dio un ataque de risa.

—¿De qué te ríes tanto? Preguntó su madre con mucha curiosidad.

—No es tu problema, mamá —respondió Daniella aún muerta de la risa.

Daniella dejó sola a su madre, le dijo que estaría dando vueltas por ahí y que regresaría en 15 minutos.

Mientras se alejaba de ella y alimentaba su autoestima ante el ataque de miradas que la invadían y la desnudaban, intentó conseguir a Tomás, el muy atrevido tenía que estar por ahí cerca.

«Daniella, hoy me la voy a hacer por ti, Dios, no puedes estar tan rica»

Cada mensaje era tan morboso y a la vez tan gracioso para ella aunque sabía que no había nada exagerado. Le encantaban esos mensajes, aunque si hubiesen venido de otra persona muy seguramente se hubiera molestado.

Mirando hacia todos lados, buscando con insistencia a Tomás se quedó paralizada cuando al frente de ella vio venir a su tío Manuel que al verla a menos de dos metros de distancia la miró de arriba abajo.

Sintió como si le hubiesen quitado toda la ropa en un abrir y cerrar de ojos. Se sintió invadida y sintió un cosquilleo en el vientre.

—Nos vemos más tarde, flaca —le dijo su tío que no se detuvo a saludarla y continuó su camino.

Lo había olvidado. En la tarde tenía que verse con él.

«Verga, ese señor te comió con la mirada, te desnudó completica, te hizo el amor»

Daniella le repicó a Tomás que después de cinco repiques se dignó en contestarle la llamada.

—¿Dónde estás, tonto?

—Búscame —respondió Tomás

—Ya me cansé, dime dónde estás y hablamos

—Contigo no provoca hablar, así como andas lo que provoca es viol…

—Jajaja, cállate, gafo. Si te oye Valentina te asesina

—Valentina no se va a enterar de nada a menos que tú le digas.

—Ya, vale, dime dónde estás

Daniella colgó y continuó intentando conseguir a Tomás que pasados unos minutos la sorprendió por detrás tapándole los ojos con las manos.

—Uy, si, qué difícil adivinar quién es. Tomás, por dios, ya no tienes 9 años.

Se dieron un beso en la mejilla.

—¿Cómo estás, chamo? Estás loco. —le dijo Daniella, mirándole a los ojos. Los previos mensajes no le habían intimidado en lo absoluto.

—Cómo crees que voy a estar, Daniella. ¿Quieres que te lo diga? —respondió él sonriente y detallándola de arriba abajo sin disimulo.

—Un día de estos te va a pillar Valentina mirándome como me miras y me vas a meter en problemas —le dijo muy cerca de la cara, cacheteándole suavemente.

—¿Eso es lo que tú quieres, verdad? Que yo termine con Valen y así tú y yo nos empatamos, ¿cierto?

Daniella volvió a reírse a carcajadas.

Tomás estaba claro que Daniella no estaba interesada en él, por muy guapo que fuera o por ser popular en el colegio, pues era muy buen futbolista, ni porque a ella le agradase conversar con él de vez en cuando. Sabía muy bien que Daniella no estaba interesada en él pero varias de las chicas que habían sido sus novias, al principio tampoco gustaban de él y terminaron siendo sus novias así que no perdía las esperanzas de que algún día Daniella también caería en su labia y en su sonrisa cautivadora.

Conversaron durante 15 minutos hasta que Daniella vio venir de cerca a su madre y se despidió de él con otro beso en la mejilla, esta vez muy cerca de los labios. Era un atrevido.

Estuvo un rato más con su madre en el centro comercial, compraron algunas cosas para la casa, comieron helados y tomaron un taxi que las llevó a casa. Tomás siguió enviándole mensajes pero ella no respondía ninguno.

Al llegar a casa se duchó, almorzó con sus padres, oyendo a su madre acusándola por su forma de vestir y a su padre no dándole tanta importancia.

Se fue a su habitación, se recostó en la cama y descansó durante media hora para luego volver a ducharse e irse al gimnasio.

Mientras se duchaba estuvo un buen rato mirándose en el gran espejo vertical en el que podía verse de cuerpo completo. Tomás tenía toda la razón: Tenía un cuerpo para la envidia de muchas. Las horas invertidas en el gimnasio también habían ayudado mucho a tonificar sus piernas, abdomen, brazos, a pesar de que apenas llevaba un mes.

Le vino a la mente la imagen de su tío frente a ella en el centro comercial, desnudándola una vez más, esta vez con la mirada. Dentro de poco tendría que ir a verlo y era de suponer que una vez más él intentaría tener sexo con ella.

La idea de escapar de aquella situación nuevamente llegó a sus pensamientos pero desistió de inmediato. Se sentía confundida. Le desagradaba la manera en que su tío la estaba llevando a entregarse a él y al mismo tiempo le agradaba lo que hasta ahora había experimentado. Recordaba las escenas vividas en su cama, en la ducha y de inmediato la invadía una sensación excitante. Durante las últimas semanas había tenido varios sueños húmedos en los que su tío era el protagonista y en los que terminaban desnudos, sudados y agotados en una escena de sexo salvaje en los que siempre terminaba perdiendo su virginidad.

Cuando se despidió de su madre en la puerta de casa y el señor del taxi le esperaba para llevarla al gimnasio le llegó un mensaje de texto:

«No vayas hoy al gym. Ve a mi casa y espérame, el portón está abierto. Avísame al llegar!»

Estaba convencida de que esa misma tarde sería el momento. Su tío no esperaría más para convertirla en su mujer.

En el trayecto a casa de su tío, un montón de preguntas invadieron su mente.

Por qué no terminaba con esa extraña manera de ser la esclava de su tío y aceptaba las consecuencias que aunque la perjudicarían también lo perjudicarían a él, incluso más. Solo tenía que quedarse en casa o ir al gimnasio como acostumbraba, desobedecer a su tío y esperar a ver si era capaz de destruir su imagen. Solo tenía que hacerlo y esperar lo que vendría después. ¿Acaso sentía algo por su tío? ¿Acaso -y por extraño que pareciera- le gustaba el juego en el que había entrado con él? ¿Sentía Daniella la necesidad de perder su virginidad aunque fuese con su tío y en circunstancias tan extrañas? ¿Le gustaba la forma en la que su tío la deseaba? ¿Qué le contaría luego a sus amigas cuando le preguntaran por su virginidad perdida? ¿Qué cuento de amor y romanticismo, de noche perfecta y mágica tendría que inventarse y contarles?

Daniella no sabía ni qué pensar, ni a qué aferrarse o resistirse. Iba camino a casa de su tío, sabiendo muy bien lo que podía suceder allí y aún sorprendida de que todavía no había sucedido.

El taxi la dejó en todo el frente de la inmensa casa de su tío, vecina de otras inmensas y hermosas casas en una urbanización habitada exclusivamente por personas adineradas: Urbanización Las Palmas.

El portón estaba semi abierto como le había dicho su tío. Caminó hasta la puerta principal, pasando por la piscina y el jardín. Se sentó en el sofá de la sala, frente a la extraña estatua y le envió un mensaje avisándole que ya había llegado.

Se quedó mirando la estatua durante unos segundos. Le seguía dando mucha curiosidad esa mujer desnuda con sus ojos vendados.

—¿Te gusta?

La pregunta repentina le asustó. Era su tío. Venía de la cocina y andaba descalzo y con una pequeña toalla de baño que le cubría un poco más arriba de las rodillas. Ella le miró pero de inmediato apartó la mirada.

—La obtuve hace unos años; hoy me darían mucho dinero por ella aunque no estoy pensando venderla.

Daniella solo le escuchaba mientras notaba que se acercaba a ella. No le miraba. Se acordó de su madre; su tío si estaba casi desnudo.

Se aproximó lo suficiente a ella y le tomó de la mano izquierda con el fin de hacer que se levantara, lo que ella hizo dejándose llevar. Ella seguía con la vista puesta en cualquier cosa menos en su tío que la sorprendió jalándola hacia él y cargándola en sus brazos.

Daniella suspiró al sentirse presa en sus brazos y se le aceleró un poco el latir de su corazón.

Caminó hacia la escalera con ella cargada en sus brazos y comenzó a subir poco a poco los escalones, en silencio, hasta llegar a arriba.

Ella se sostenía de él apoyando sus manos a la altura de sus hombros aunque no era necesario. Con la cabeza inclinada hacia un lado evitaba mirarle, contemplaba lo que iba quedando detrás de ellos, la sala, los muebles, las estatuas, los cuadros, la escalera, la puerta de la primera habitación, se dio cuenta de que la llevaba a otro lado. Se escuchó el particular ruido de la manilla de la puerta de la segunda habitación al girarla y entraron.

Olía muy bien, a un limpio encantador, el ambiente era bastante fresco. Las paredes que dejó atrás eran blancas y probablemente toda la habitación, algo que confirmó cuando su tío la acostó con delicadeza en la cama. Ahí cruzaron miradas por un leve tiempo. Ella siguió detallando la habitación a través del gran espejo en el techo en el que al verse reflejada sintió pena y se sonrojó.

Era blanca del todo, parecía como si estaban en el cielo que tanto le habían contado sus maestras de escuela dominical en la iglesia. La cama era redonda y sorprendentemente cómoda, el cubrecama y las sabanas también eran blancas, resplandecientes, muy limpias, frescas y de agradable olor.

«No debería estar aquí», pensó. Sintió que su tío subía lentamente a la cama inclinándose hacia ella. No pudo evitar mirarle a los ojos cuando él estuvo frente a ella, cara a cara.

Él besó su mejilla derecha con sutileza y luego buscó su mandíbula e hizo lo mismo. Comenzó a llenarla de suaves y delicados besos por todo el rostro mientras con una mano acariciaba su cabello.

Ella se dejaba llevar, no decía nada, sabiendo que en cualquier momento su cuerpo comenzaría a responder a las sensaciones recibidas. Intentaba controlar la respiración y ahogar los suspiros que comenzaban a aparecer debido al efecto producido por los besos. Miraba a través del espejo la desnuda y fornida espalda de su tío, el camino hueco que se formaba a lo largo de su columna, la pequeña toalla que aún cubría sus partes intimas, las piernas bien tonificadas y poco velludas, sus musculosos brazos flexionados que lograban mantener una pequeña distancia entre sus cuerpos.

Él se fue deslizando poco a poco hacia abajo y buscó sus pechos y vientre. Le subió un poco la franela rosada y comenzó a jugar con su ombligo, el que llevaba un pequeño piercing que hacía lucir su abdomen muy sexy y provocativo. Los besos en esa delicada y sensible zona comenzaron a descontrolarla lentamente. Sintió cosquillas agradables por todo el cuerpo, se le erizaba la piel. Él, con mucha paciencia le exploraba el ombligo con la punta de la lengua y masajeaba sus pechos aún cubiertos por el brasier con ambas manos que al cabo de pocos segundos burlaban el brasier para sentir directamente sus pezones que comenzaban a endurecerse.

A continuación deslizó las manos hacia su cintura y comenzó a desabrochar la correa blanca de cuero que sujetaba su pantalón de tela de color blanco, quitó el botón superior del pantalón y bajó el cierre. Con algo de presura comenzó a desprenderla de su pantalón con la colaboración de ella que se inclinó un poco hacia arriba. No fue difícil desprenderla de los zapatos, los que le había regalado hacía ya un mes. Daniella quedó en pantaleta frente a él que lanzó el pantalón hacia cualquier lado de la habitación. Las medias tobilleras blancas con pequeñas rosas dibujadas se las dejó puestas.

Pero no duraría mucho tiempo con la pantaleta, pues, él se la quitó de un jalón en el que ella también colaboró moviendo ambas piernas. Él captó esa señal de inmediato. Sintió que ella estaba dispuesta.

Ver su su zona genital totalmente depilada lo enloqueció, ella notó como él se quedó viendo atontado hacia su sexo. Se sonrojó y quiso taparse pero él se agachó y se abalanzó sobre ella, le abrió las piernas y comenzó a explorar su sexo.

Fue delicado, abriendo sus labios vaginales con sus dedos pulgares y dándole las primeras chupadas. No se habían dirigido ni una palabra, solo se oía en la celestial habitación el ruido de sus pequeños movimientos, los suaves ataques de lengua y chupadas, los disimulados suspiros y gemidos de ella que cada vez se le hacía más complicado esconderlos.

Él disfrutaba de ver y oír cómo su sobrina luchaba por ocultar todas las sensaciones que él le producía. Cada segundo que pasaba se tornaba más excitante para ambos, ella intentando esconder las sensaciones y él logrando desesperarla a tal punto de que ella ya no tuviera más opción que rendirse y dejarse llevar.

«Me lo tienes que contar todo, Dani. Yo debo ser la primera en saber todos los detalles de tu primera vez», le había dicho Andreina un día que habían quedado solas practicando voleibol en la cancha donde meses después serían campeonas. Cómo iba a contarle que su primera vez fue con su tío, que su segunda vez también y que aún permanecía virgen. Era difícil que alguien creyera tal historia.

Daniella dejó de resistirse y comenzó a disfrutar el momento, era una sensación agradable y excitante el que su tío estuviera allí agachado frente a su vagina, atacándola repetidas veces, comiéndosela, humedeciéndola, estremeciéndola.

Su tío detuvo el estremecedor castigo y se inclinó hacia ella solo para despojarla de la franela que aún le cubría los pezones, ella levantó las manos para que fuese fácil quitarle la franela. A continuación la despojó de su brasier que luego lanzó a cualquier lado de la cama. Daniella quedó totalmente desnuda frente a él, solo con las medias puestas.

Con los pies bajo la cama la tomó de ambas piernas por los mulos y los inclinó hacia ella, indicándole que los sostuviera. Ella lo hizo con naturalidad. En esa extraña posición, mientras ella sostenía sus piernas con sus manos vio como de nuevo su tío se dirigía hacia su vagina a continuar lo que había sido interrumpido. Así estuvo por otros largos minutos, castigándola y oyéndola gemir, esta vez en voz alta, sin cohibirse de nada, entregada a la estimulación y al delicioso castigo del que era víctima.

Temblaba, movía las caderas y el pie izquierdo se le movía solo. Sintió el deseo de ser invadida, de sentirse llena de un hombre, experimentar el sexo en toda la extensión de la palabra. Quería ser cogida, lo deseó y dejó de preocuparle que fuera su tío el que estaba a punto de hacerlo.

Su tío la lamía y la chupaba y de vez en cuando la miraba. Su dulce cara de niña y sus hermosos ojos expresaban el agónico placer que sufría y disfrutaba. Él podía notar en su rostro lo mucho que ella quería ser penetrada y cogida, no tenía ninguna duda de ello, su larga experiencia con mujeres se lo hacía saber por medio de una vocecita interna en su cabeza. «Quiere que la haga mía, se le nota demasiado»

Pensó en continuar castigándola, retardando el momento cumbre, tal vez ella no resistiría más tanto placer infringido y terminaría pidiéndole que la penetrara, pero él no quería que eso pasara, no deseaba escuchar esa frase, no ese día.

Daniella se mordía los labios, observando con detalle a su tío comiéndole el sexo. Lo deseaba dentro de ella, no quería esperar más tiempo.

Él se levantó, se inclinó hacia ella y la tomó con ambas manos de la cabeza. Se miraron fijamente a los ojos. Teniéndola tomada del cabello con una mano se llevó la otra a la toalla que aún le cubría su sexo y se la quitó. Ella observó a través del espejo cuando la toalla pasó volando hasta caer quién sabe dónde.

No dejó de mirarla a los ojos y acariciar su cabello mientras colocaba su pene erecto en la entrada de su vagina.

«¿Va a dolerme, mami?», recordó aquella vez a sus 9 años cuando su madre la llevó al hospital a vacunarse. Le había prometido que no le dolería para nada, que solo sería una picadita como la de un zancudo. Cuando salieron del pequeño salón donde un amable y simpático joven doctor la vacunó, dejándole una pequeña marca de aguja en su brazo derecho, Daniella iba llorando de dolor y su madre intentaba consolarla sin éxito.

Ella sintió el roce de su pene en la entrada de su vagina, buscando irrumpir y penetrarla. Le agradó el roce y deseó que la penetración fuese rápida, como aquel pinchazo que la había hecho llorar hacía siete años atrás.

Se miraban, sus ojos bailaban. Él volvía a tomarla del cabello con ambas manos, el pene ahora podía defenderse solo, totalmente erecto y posándose en la entrada de su vagina, listo para embestirla, adentrarse en ella y convertirla en toda una mujer.

—Ay! —se quejó Daniella en alta voz. Su himen se resistía al primer intento. Él detuvo la penetración sin alejarse de ella y sin dejar de mirarle. Ella solo se había quejado pero aún deseaba ser penetrada y que el dolor que tenía que sentir pasara de inmediato.

El pene aún seguí allí, adherido a la entrada del himen, erecto, en su máxima expresión mientras se miraban a los ojos.

Él lo intentó una vez más y el quejido de Daniella esta vez fue más fuerte que el anterior. Dolía. La telita de piel se resistía a ser rota.

Manuel estaba a punto de explotar, la erección que tenía le hacía doler toda la zona. No quería que su sobrina sufriera el pinchazo pero era inevitable y lo mejor era terminar rápido con aquello, ya se había quejado dos veces y no era placentero para ella y tampoco agradable para él hacerle daño.

Ella seguía mirándole fijamente a los ojos, como si quisiera decirle algo, como si le hablara y le pidiera que terminara rápido con aquella espera.

Fue entonces cuando él empujó bruscamente su pene y la invadió por completo, desvirgándola del todo. Daniella gritó de dolor y sin querer clavó las uñas en la espalda de su tío.

—Ohh! —se quejó él al sentir las uñas de ella clavarse en su espalda.

Fue doloroso y al mismo tiempo excitante en gran manera.

Y así se quedaron por unos segundos, quietos, inmóviles, aprisionados.

A Daniella se le escapó una pequeña lágrima, le había dolido el pinchazo, un extraño dolor acompañado de una sensación placentera. Tenía algo dentro de ella que palpitaba cada segundo y parecía crecer, la llenaba por completo.

Su tío alejó el pene y Daniella gimió de dolor mezclado con nuevas y exquisitas sensaciones. Era un dolor menos agudo, soportable y el placer que sentía era nuevo para ella.

 

Mirándola fijamente a los ojos comenzó a penetrarla, siendo cuidadoso aunque el daño ya había pasado y ella se quejaba muy poco ahora. El pene que dentro de ella iba y venía lentamente le producía un placer exquisito. Deseaba que él continuase, incluso cambiara el ritmo a más rápido pero le daba pena pedírselo, tenía que esperar que él así lo decidiera.

Y eso fue lo que sucedió, su tío comenzó a ir y venir dentro de ella con más rapidez, su pie izquierdo estaba posado sobre su hombro, el derecho tambaleaba a medida que las penetraciones se sucedían.

La invadió una y otra vez, repetidas veces a un ritmo pausado, ni lento ni rápido y ella disfrutaba, se lo hacía saber por sus gestos faciales y gemidos en alta voz. Él enloqueció al oírla disfrutar de su dotado miembro, al sentir que le ocupaba toda su estrecha vagina, sus paredes aprisionando el pene de una manera que lo enloquecían.

Aceleró las embestidas. En el rostro de Daniella no había expresiones de dolor, todo era placer, un placer que no podía describirse con palabras aunque sí con gemidos y gestos que a él lo enloquecían y lo animaban a penetrarla con más fuerza y rapidez. Daniella tenía ahora sus ojos cerrados, quizá apenada de seguir mirando a su tío adentrándose en ella una y otra vez, llevándola al tercer cielo en cada embestida, haciéndola suya, convirtiéndola en su mujer.

De vez en cuando abría los ojos, sería la misma excitación que controlaba todos sus sentidos. Volvió a clavarle las uñas a su tío aunque esta vez sin ánimos de herirle, más bien de agarrarse del hombre que la estaba volviendo loca.

Manuel estaba a punto de correrse, los gestos faciales de Daniella lo excitaban en gran manera, quería meterle el pene en la boca y derramar su semen en su suave y rosada lengua pero no era el momento adecuado, pensó aunque lo deseara con toda su alma.

Con su mano la tomó del cabello, cerca de la frente y la besó con pasión, le comió la boca y sus lenguas se mezclaron y enredaron. Aquello lo puso más mal de lo que ya estaba, en cualquier momento no iba a seguir soportando la excitación.

Daniella fue receptiva a sus besos, unos besos prohibidos, besos que jamás debieron suceder pero que estaban sucediendo mientras su tío le enterraba el pene completamente. Se entregó a él sin resistencia, fue suya, con gusto, sin culpa ni remordimiento alguno.

La penetró intensamente, con desenfreno, iba y venía dentro de ella que se retorcía de placer y gemía a gran voz en aquella habitación en la que nadie a 50 metros pudiera oírle. Se estaba corriendo Daniella, experimentando un nuevo orgasmo, esta vez más intenso que los anteriores, el primero desde que desapareció su himen.

—Me voy a correr! —gimió ella con desespero repetidas veces.

Y él también estaba por correrse. Continuó embistiéndola, mirando su cara de placer y sufrimiento, se estaba corriendo y no gemía, más bien gritaba que se corría, desesperada, lo que estaba sintiendo era imposible de definirlo con palabras. Nuevamente clavó sus uñas en la espalda de su tío que no aguantó más y la llenó de semen.

Jadeaba en voz alta mientras le clavaba el pene que escupía repetidas veces largos chorros de semen que la llenaban por completo, estremeciéndola y haciéndola temblar. Se habían corrido casi al mismo tiempo

Agotado y exhausto se apartó de ella, buscó la minúscula toalla y salió de aquella habitación dejándola sola. Ella tenía los ojos entre abiertos, aún atontada por todo el placer sufrido. Se miró en el espejo, vio la mancha de sangre en las sabanas, su virginidad perdida a pocas horas de cumplir diecisiete años.

 

 

 

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