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Miss Pecados - Capitulo 8 (Final)

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Caminó hacia la escalera con ella cargada en sus brazos y comenzó a subir poco a poco los escalones, en silencio, hasta llegar a arriba.

Ella se sostenía de él apoyando sus manos a la altura de sus hombros aunque no era necesario. Con la cabeza inclinada hacia un lado evitaba mirarle, contemplaba lo que iba quedando detrás de ellos, la sala, los muebles, las estatuas, los cuadros, la escalera, la puerta de la primera habitación, se dio cuenta de que la llevaba a otro lado. Se escuchó el particular ruido de la manilla de la puerta de la segunda habitación al girarla y entraron.

Olía muy bien, a un limpio encantador, el ambiente era bastante fresco. Las paredes que dejó atrás eran blancas y probablemente toda la habitación, algo que confirmó cuando su tío la acostó con delicadeza en la cama. Ahí cruzaron miradas por un leve tiempo. Ella siguió detallando la habitación a través del gran espejo en el techo en el que al verse reflejada sintió pena y se sonrojó.

Era blanca del todo, parecía como si estaban en el cielo. La cama era redonda y sorprendentemente cómoda, el cubrecama y las sabanas también eran blancas, resplandecientes, muy limpias, frescas y de agradable olor.

«No debería estar aquí», pensó. Sintió que su tío subía lentamente a la cama inclinándose hacia ella. No pudo evitar mirarle a los ojos cuando él estuvo frente a ella, cara a cara.

Él besó su mejilla derecha con sutileza y luego buscó su mandíbula e hizo lo mismo. Comenzó a llenarla de suaves y delicados besos por toda la cara y la frente mientras una mano acariciaba su cabello.

Ella se dejaba hacer, no decía nada, sabiendo que en cualquier momento su cuerpo comenzaría a responder a las sensaciones recibidas. Intentaba controlar la respiración y ahogar los suspiros que comenzaban a aparecer debido al efecto producido por los besos. Miraba a través del espejo la desnuda y fornida espalda de su tío, el camino hueco que se formaba a lo largo de su columna, la pequeña toalla que aún cubría sus partes intimas, las piernas bien tonificadas y poco velludas, sus musculosos brazos flexionados que lograban mantener una pequeña distancia entre sus cuerpos.

Él se fue deslizando poco a poco hacia abajo y buscó sus pechos y vientre. Le subió un poco la franela rosada y comenzó a jugar con su ombligo, el que llevaba un pequeño piercing que hacía lucir su abdomen muy sexy y provocativo. Los besos en esa delicada y sensible zona comenzaron a descontrolarla lentamente. Sintió cosquillas agradables por todo el cuerpo, se le erizaba la piel. Él, con mucha paciencia le exploraba el ombligo con la punta de la lengua y masajeaba sus pechos aún cubiertos por el brasier con ambas manos que al cabo de pocos segundos burlaban el brasier para sentir directamente sus pezones que comenzaban a endurecerse.

A continuación deslizó las manos hacia su cintura y comenzó a desabrochar la correa blanca de cuero que sujetaba sus pantalones de tela de color blanco, quitó el botón superior del pantalón y bajó el cierre. Con algo de presura comenzó a desprenderla de su pantalón con la colaboración de ella que se inclinó un poco hacia arriba. No fue difícil desprenderla de los zapatos, los que le había regalado hacía ya un mes. Daniella quedó en pantaleta frente a él que lanzó el pantalón hacia cualquier lado de la habitación. Las medias tobilleras blancas con pequeñas rosas dibujadas se las dejó puestas.

Pero no duraría mucho tiempo con la pantaleta, pues, él se las quitó de un jalón en el que ella también colaboró moviendo ambas piernas. Él captó esa señal de inmediato. Sintió que ella estaba dispuesta.

Ver su vagina totalmente depilada lo enloqueció, ella notó como él se quedó viendo atontado hacia su sexo. Se sonrojó y quiso taparse pero él se agachó y se abalanzó sobre ella, le abrió las piernas y comenzó a lamer su vagina.

Fue delicado, abriendo sus labios con sus dedos pulgares y dándole las primeras chupadas. No se habían dirigido ni una palabra, solo se oía en la celestial habitación el ruido de sus pequeños movimientos, los suaves ataques de lengua y chupadas, los disimulados suspiros y gemidos de Daniella que cada vez se le hacía más complicado esconderlos.

Él disfrutaba de ver y oir cómo su sobrina luchaba por ocultar todas las sensaciones que él le producía. Cada segundo que pasaba se tornaba más excitante para ambos, ella intentando esconder las sensaciones y él logrando desesperarla a tal punto de que ella ya no tuviera más opción que rendirse y dejarse llevar.

«Me lo tienes que contar todo, Dani. Yo debo ser la primera en saber todos los detalles de tu primera vez», le dijo Andreina un día que habían quedado solas practicando voleibol en la cancha donde meses después serían campeonas. Cómo iba a contarle que su primera vez fue con su tío, que su segunda vez también y que aún permanecía virgen. Era difícil que alguien lo creyera y también que lo aceptara.

Daniella dejó de resistirse y comenzó a disfrutar el momento, era una sensación agradable y excitante el que su tío estuviera allí agachado frente a su vagina, atacándola repetidas veces, comiéndosela, humedeciéndola, estremeciéndola.

Su tío detuvo el estremecedor castigo y se inclinó hacia ella solo para despojarla de la franela que aún le cubría los pezones, ella levantó las manos para que fuese fácil quitarle la franela. A continuación la despojó de su brasier que luego lanzó a cualquier lado de la cama. Daniella quedó totalmente desnuda frente a él, solo con las medias puestas.

Con los pies bajo la cama la tomó de ambas piernas por los mulos y los inclinó hacia ella, indicándole que los sostuviera. Ella lo hizo con naturalidad. En esa extraña posición, mientras ella sostenía sus piernas con sus manos vio como de nuevo su tío se dirigía hacia su vagina a continuar lo que había sido interrumpido. Así estuvo por otro rato más, castigándola y oyéndola gemir, esta vez en voz alta, sin cohibirse de nada, entregada a la estimulación y al delicioso castigo del que era víctima.

Temblaba, movía las caderas y el pie izquierdo se le movía solo. Sintió el deseo de ser penetrada, de sentirse llena de un hombre, experimentar el sexo en toda la extensión de la palabra. Quería ser cogida, lo deseó y no dejó de preocuparle que fuera su tío el que estaba a punto de hacerlo.

Su tío la lamía y la chupaba y de vez en cuando la miraba. Su dulce cara de niña y sus hermosos ojos expresaban el agónico placer que sufría y disfrutaba. Él podía notar en su rostro lo mucho que ella quería ser penetrada y cogida, no tenía ninguna duda de ello, su larga experiencia con mujeres se lo hacía saber por medio de una vocecita interna en su cabeza. «Quiere que me la coja, se le nota demasiado»

Pensó en continuar castigándola, retardando el momento cumbre, tal vez ella no resistiría más tanto placer infringido y terminaría pidiéndole que la penetrara, pero él no quería que eso pasara, no deseaba escuchar esa frase, no ese día.

Daniella se mordía los labios, observando con detalle a su tío comiéndole el sexo. Lo deseaba dentro de ella, no quería esperar más tiempo.

Él se levantó, se inclinó hacia ella y la tomó con ambas manos de la cabeza. Se miraron fijamente a los ojos. Teniéndola tomada del cabello con una mano se llevó la otra a la toalla que aún le cubría su sexo y se la quitó. Ella observó a través del espejo cuando la toalla pasó volando hasta caer quién sabe dónde.

No dejó de mirarla a los ojos y acariciar su cabello mientras colocaba su pene erecto en la entrada de su vagina.

«Va a dolerme, mami», recordó una vez a la edad de 9 años cuando su madre la llevó al hospital a vacunarse, su mami le había prometido que no le dolería para nada, que solo sería una picadita como la de un zancudo. Cuando salieron del pequeño salón donde un amable y simpático joven doctor la vacunó, dejándole una pequeña marca de aguja en su brazo derecho, Daniella iba llorando de dolor y su madre intentaba consolarla sin éxito.

Ella sintió el roce de su pene en la entrada de su vagina, buscando irrumpir y penetrarla. Le agradó el roce y deseó que la penetración fuese rápida, como aquel pinchazo que la había hecho llorar hacía siete años atrás.

Se miraban, sus ojos bailaban. Él volvía a tomarla del cabello con ambas manos, el pene ahora podía defenderse solo, totalmente erecto y posándose en la entrada de su vagina, listo para embestirla, adentrarse en ella y convertirla en toda una mujer.

—Ay! —se quejó Daniella en alta voz. Su himen se resistía al primer intento. Él detuvo la penetración sin alejarse de ella y sin dejar de mirarse. Ella solo se había quejado pero aún deseaba ser penetrada y que el dolor que tenía que sentir pasara de inmediato.

El pene aún seguí allí, adherido a la entrada del himen, erecto, en su máxima expresión mientras Daniella y su tío se miraban a los ojos.

Él lo intentó una vez más y el quejido de Daniella esta vez fue más fuerte que el anterior. Dolía. La telita de piel se resistía a ser rota.

Manuel estaba a punto de explotar, la erección que tenía le hacía doler toda la zona. No quería que su sobrina sufriera el pinchazo pero era inevitable y lo mejor era terminar rápido con aquello, ya se había quejado dos veces y no era placentero para ella y tampoco agradable para él hacerle daño.

Ella seguía mirándole fijamente a los ojos, como si quisiera decirle algo, como si le hablara y le pidiera que terminara rápido con aquella espera.

Fue entonces cuando él empujó bruscamente su pene y la invadió por completo, desvirgándola completamente. Daniella gritó de dolor y sin querer clavó las uñas en la espalda de su tío.

—Ohh! —se quejó él al sentir las uñas de ella clavarse en su espalda. Fue doloroso y al mismo tiempo excitante en gran manera—. Ya está —agregó.

Y así se quedaron por unos segundos, quietos, inmóviles, aprisionados.

A Daniella se le escapó una pequeña lagrima, le había dolido el pinchazo, un extraño dolor acompañado de una sensación placentera. Tenía algo dentro de ella que palpitaba cada segundo y parecía crecer, la llenaba por completo.

Su tío alejó el pene y Daniella gimió de dolor mezclado con nuevas y exquisitas sensaciones. Era un dolor menos agudo, soportable y el placer que sentía era nuevo para ella.

 

Mirándola fijamente a los ojos comenzó a penetrarla, siendo cuidadoso aunque el daño ya había pasado y Daniella se quejaba muy poco ahora. El pene que dentro de ella iba y venía lentamente le producía un placer exquisito. Deseaba que él continuase, incluso cambiara el ritmo a más rápido pero le daba pena pedírselo, tenía que esperar que él así lo decidiera.

Y eso fue lo que sucedió, su tío comenzó a ir y venir dentro de ella con más rapidez, el pie izquierdo estaba posado sobre su hombro, el derecho tambaleaba a medida que las penetraciones se sucedían.

La clavó una y otra vez, repetidas veces a un ritmo pausado, ni lento ni rápido y ella disfrutaba, se lo hacía saber por sus gestos faciales y gemidos en alta voz. Él enloqueció al oírla disfrutar de su grueso pene, al sentir que le ocupaba toda su estrecha vagina, sus paredes aprisionando el pene de una manera que lo enloquecían.

Aceleró las embestidas, en el rostro de Daniella no había expresiones de dolor, todo era placer, un placer que no podía describirse con palabras aunque si con gemidos y gestos que a él lo enloquecían y lo animaban a penetrarla con más fuerza y rapidez. Daniella tenía ahora sus ojos cerrados, quizá apenada de seguir mirando a su tío clavándola una y otra vez, llevándola al tercer cielo en cada embestida, haciéndola suya, convirtiéndola en su mujer.

De vez en cuando abría los ojos, sería la misma excitación que controlaba todos sus sentidos. Volvió a clavarle las uñas a su tío aunque esta vez sin ánimos de herirle, más bien de agarrarse del hombre que la estaba volviendo loca.

Manuel estaba a punto de correrse, los gestos faciales de Daniella lo excitaban en gran manera, quería meterle el pene en la boca y derramar su semen en su lengua suave y rosada pero no era el momento adecuado, pensó aunque lo deseaba con toda su alma.

Con su mano la tomó del cabello, cerca de la frente y la besó con pasión, le comió la boca y sus lenguas se mezclaron y enredaron. Aquello lo puso más mal de lo que ya estaba, en cualquier momento no iba a seguir soportando la excitación.

Daniella fue receptiva a sus besos, unos besos prohibidos, besos que jamás debieron suceder pero que estaban sucediendo mientras su tío le enterraba hasta el fondo su pene. Se entregó a él sin resistencia, fue suya, con gusto, sin culpa ni remordimiento alguno.

La penetró intensamente, con desenfreno, iba y venía dentro de ella que se retorcía de placer y gemía a gran voz en aquella habitación en la que nadie a 100 metros pudiera oírle. Se estaba corriendo Daniella, experimentando un nuevo orgasmo, esta vez más intenso que los anteriores, el primero desde que desapareció su himen.

—Me corro! —gimió Daniella varias veces.

Y él también estaba por correrse. Continuó embistiéndola, mirando su cara de sufrimiento, se estaba corriendo y no gemía, más bien gritaba que se corría, desesperada, lo que estaba sintiendo era imposible de definirlo con palabras. Nuevamente clavó sus uñas en la espalda de su tío que no aguantó más y la llenó de semen.

Jadeaba en voz alta mientras le clavaba el pene que escupía repetidas veces largos chorros de semen que la llenaban por completo, estremeciéndola y haciéndola temblar. Se habían corrido casi al mismo tiempo

Agotado y exhausto se apartó de ella, buscó la minúscula toalla y salió de aquella habitación dejándola sola. Ella tenía los ojos entre abiertos, aún atontada por todo el placer sufrido. Se miró en el espejo, vio la mancha de sangre en las sabanas, su virginidad perdida a pocas horas de cumplir diecisiete.

Exhausta y agotada se quedó dormida.

 

 

 

Final de la Primera Temporada 

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