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Sobrina Diferente (2)

en Grandes Series

Me tomó de la mano y caminamos hasta dentro de la casa, pasando por la cocina hasta llegar a la sala de estar. Es una casa grande y desde abajo pueden verse las dos habitaciones que hay en el primer piso. Subimos por la escalera mientras me iba detallando su casa, respondiendo mis curiosas preguntas. La primera habitación es donde solía descansar, la segunda estaba desocupada por si quería mudarme a vivir con él, me dijo en tono bromista.

 

Yo seguía haciéndole preguntas inquietantes a las que él respondía con seguridad, sin que le incomodaran, amablemente, con simpatía.

 

Me quedé sorprendida por lo ordenada que estaba su habitación, supuse que pagaba a una sirvienta pero no me atreví a preguntarle. La cama matrimonial era hermosa, las sabanas blancas muy limpias, impecables. Había dos cuadros, uno de ellos frente a la cama, una mujer semidesnuda, tapándose sus partes intimas con ambas manos; una pintura muy artística. Yo seguía detallando la habitación y sentí sus manos rodear mi cintura e inmediatamente sentir su respiración cerca de mi oreja. Me quedé paralizada, no sabía que hacer. El continuó avanzando, sus manos comenzaron a pasear por mi cintura, como el alfarero que da forma al barro. Sentí sus labios en mi cuello, sentí un cosquilleo, se me erizó la piel y se me aceleró el corazón. El profesor continuó en esa posición, me besaba mi cuello, me tenía tomada de la cintura.

 

Sin darme cuenta ya me había dado la vuelta y ahora me miraba fijamente para inmediatamente estamparme un beso. El deseo era mutuo, las ganas eran compartidas. Mi profesor me comía la boca, me devoraba la lengua, yo comenzaba a morir lentamente de la desesperación. Sin dejar de besarme el profesor fue avanzando, haciéndome retroceder hasta que fui cayendo poco a poco de espalda a la cama, con mi profesor sosteniéndome y sin dejar de comerme a besos. Así poco a poco nos fuimos acomodando en la cama, sin dejar de besarnos, yo no aguantaba más, deseaba ser suya.

En los pequeños descansos que teníamos entre beso y beso, nos mirábamos brevemente solo para confirmar que nos encantaba, que no debíamos parar, que aquello debía continuar, que yo lo deseaba a él y él a mi.

 

Hizo una pausa y se quitó la camisa, mirándome, sonriente. Luego me ayudó a quitarme la franela que cargaba y quedé con mis senos al descubierto, pues, no llevaba nada abajo. En un movimiento rápido ya me estaba quitando la lycra que llevaba y también la pantaleta. Ambas piezas se fueron en sus manos hasta que me dejó completamente desnuda ante él. Me quitó los zapatos y medias rápidamente, ahora sí estaba totalmente desnuda por primera vez ante un hombre, mi profesor.

 

Se bajó un momento de la cama y se quitó toda la ropa sin dejar de mirarme, sonriendo, disfrutándome desnuda. Tenía grande el pene, estaba totalmente erecto y me pregunté si me iba a doler mucho, pues, ya estaba decidida a perder mi virginidad con mi profesor, cosa que no me esperaba sucediera ese día.

 

Hice un gesto de incredulidad cuando le vi su pene erecto, él comenzó a reírse, me decía que no debía preocuparme, que todo saldría bien, que iba a encantarme. Fue en ese momento que le dije que era virgen. El se acercó hasta mi y se recostó besándome nuevamente para decirme con dulce y suave voz que no me preocupara y que estaba ansioso por hacerme mujer.

 

Volvió a alejarse de mi, esta vez para inclinarse un poco mientras me abría las piernas. Su boca comenzó a lamer mi vagina totalmente depilada, lamía con delicadeza mi abultadita vagina todavía cerrada, me besaba mis muslos y luego suavemente pasaba su lengua por mi rajita. No tardé en retorcerme por las sensaciones que me producía aquel roce de su lengua a mis partes intimas. Mi vagina se humedeció, me encantaba, se sentía rico una lengua masculina explorar mi virginidad.

 

Sin darme cuenta volví a tener a mi profesor cara a cara, me decía que ya estaba más relajada para sentir su pene que vibraba y palpitaba de placer. Te va a doler, me dijo, pero también te va a gustar. Le respondí que no me importaba, pero que fuera delicado conmigo, pues, mis amigas me habían comentado que les había dolido mucho y que habían sangrado.

 

—Relájate —me tranquilizó. Todo será rápido, luego no vas a querer que te la saque. —dijo, sonriente.

 

Sentí que su pene chocó con la rajita de mi vagina, sentí lo cálido de su sexo adherirse con facilidad a ella. Me encantó la sensación. El profesor se fue acomodando y comenzamos nuevamente a besarnos con deseo, sentía como su pene iba creciendo o quizá era porque empujaba y mi vagina se resistía. Yo lo besaba con fuerza, mordía sus labios mientras él seguía empujando su pene hacía mi vagina. Comencé a sentir dolor y lo besé más fuerte, él se quejaba un poco, pues, yo lo mordía. Me dijo que lo abrazara y apoyara sus manos en su espalda. Ya no me besaba, ahora solo se enfocaba en introducirme su pene. Me dolía un poco más, me quejaba y él intentaba tranquilizarme diciéndome que faltaba poquito.

 

Entonces sentí un dolor fuerte, como si me hubiesen desprendido un pedazo de piel y me ardió un poco. Me quejé, grité y sentí que su pene entró de golpe en mi vagina. Supuse que eso era todo, un pequeño dolor y ya pero no fue así, el siguió penetrándome y me seguía doliendo. Para, para que me duele, le decía. Lloré brevemente y todavía aquello no terminaba. Cálmate, falta poquito, me decía para tranquilizarme. Me metió todo su pene y se quedó abrazado a mi que continuaba quejándome aunque el dolor había disminuido. Me calmó con pequeños y suaves besos en mi cuello y mis mejillas. Tenía mis ojos llorosos y mis manos apretaban fuertemente su espalda. Su pene totalmente erecto dentro de mi comenzaba a producirme sensaciones placenteras. Era una mezcla extraña de dolor y placer. Él comenzó a sacar el pene, me dolía poquito y me gustaba la sensación de placer que comenzaba a sentir.

El dolor disminuía y el placer aumentaba, mi profesor me miraba, podía notar su excitación de hacerme su mujer, de quitarme la virginidad. Yo sentía todo su pene invadiéndome completamente, lo sacaba muy despacio y volvía a introducirlo, me dolía menos y me encantaba más.

 

Al notar que ya no me dolía tanto aceleró la penetración y comenzó a embestirme con un poco de rapidez sin dejar de mirarme y comerme la boca, morder suavemente mi cuello, arrancándome gemidos de dolor y placer. Me encanta, le decía mirándolo fijamente, me gusta, me gusta. Él me preguntaba si me dolía a lo que yo respondía que no aunque si sentía un poquito de dolor.

 

Comenzó a penetrarme a un ritmo rápido, su pene entraba con facilidad en mi estrecha vagina que lo aprisionaba, cerró sus ojos mientras me penetraba, me encantó verlo disfrutar de mi y me encantó el ritmo con que me estaba cogiendo. A los pocos minutos desapareció casi por completo el dolor y las embestidas eran más rápidas, yo jadeaba y me quejaba del placer, él se me quedó mirando fijamente, notando mi cara de placer y desesperación. Me tomó de mi cabello con ambas manos y aceleró la penetración, yo casi gritaba del placer del que estaba siendo victima y fue en ese momento en que tuve mi primer orgasmo. Tuvo que detenerse, pues, grité con fuerza, retorciéndome e intentando liberarme de la posición en la que me tenía. Tuviste un orgasmo, me dijo sonriendo, cansado. El sudor corría por sus brazos y pecho, yo también estaba bañada en sudor. El seguía con su pene erecto, no podía dejarlo así, pensé yo. Le pedí que continuáramos y así fue pero esta vez me ordenó que me pusiera en posición de perrita.

 

A los pocos segundos disfrutaba de nuevo de una penetración alocada, en posición de perrita, en la cama, frente al gran espejo de su habitación. Veía como el profesor me montaba y me penetraba con locura y desenfreno, haciéndome suya, cogiéndome sin parar. Me excitó tanto verme en el espejo, en cuatro, siendo cogida por mi profesor.

Qué rica posición, sería mi favorita a partir de ese momento, el profesor estaba enloquecido poseyéndome, embistiéndome con locura. Tres minutos pasaron y sentía su semen caer a chorros en mis nalgas, mientras lo oía jadear. Me recosté en la cama y conversamos, riéndonos y mirándonos a través del espejo.

 

Media hora más tarde me llevó a mi casa, era temprano todavía, por lo que mi tío no sospechó nada aunque si me preguntó quién era el que me había traído en su carro.

 

Pasé todo ese día encerrada en mi habitación, pensando en lo acontecido, en los besos y mordiscos con mi profesor, en sus manos y boca comiendo y chupando mis pequeños senos, en su gracioso rostro mientras me hacía su mujer, en sus gemidos, su mirada apasionada.

 

Al día siguiente, miércoles, no hubo ninguna novedad, ese día no tuve clases con él y tampoco lo vi en el colegio, pero luego, el jueves, volvimos a tener un encuentro. Salí de clases a las once y nuevamente me fui sola hasta la parada con la esperanza de que volviera a aparecer él y así sucedió.

 

Quince minutos después estábamos nuevamente en su casa disfrutando del sexo apasionado. Esta vez fue mucho mejor que la primera. Sentí pequeños dolorcitos que desaparecieron rápidamente una vez mi profesor me embestía apasionada y salvajemente en su cama.

 

Cada cierto tiempo me corría, temblando y avisándole que parara un poco porque sentía que me dolía. El se detenía mientras me veía sufrir mis orgasmos para luego volver a penetrarme con locura.

 

Le pedí que me cogiera en posición de perrita y así lo hizo, llevándome a la locura y a nuevos orgasmos. Me encantaba verme al espejo siendo cogida una y otra vez por mi profesor, ver mi cara de placer, verme desesperada cuando un orgasmo se apoderaba de todo mi cuerpo y me hacía perder el equilibrio.

Al siguiente día, viernes, tuvimos nuestro tercer encuentro, esta vez nos duchamos juntos en el baño de su habitación y por primera vez me pidió que le hiciera sexo oral. Lo hice con mucha inexperiencia obviamente, pues, era mi primera vez. Me encantó que me instruyera en cómo debía hacerlo.

 

Agachada, como una ranita le chupaba el pene a mi profe, bajo la ducha, el apoyaba sus manos en mi cabeza, pidiéndome que le mirara mientras le comía su pene.

 

Le encantó tanto que duré un buen rato ahí agachada, comiéndome su pene.

 

Terminamos de ducharnos y me llevó cargada a la cama y me pidió que le cabalgara en su pene. Luego de una pequeña introducción de sexo oral me senté en su pene totalmente erecto, mientras nos sonreíamos. Me fui metiendo poco a poco su cosa en mi vagina que la recibió sin dificultad. Comencé a moverme despacio y fui poco a poco aumentando el ritmo. A los pocos segundos me estaba cogiendo a mi profe que me miraba con cara de estúpido, debido al placer que le ocasionaban mis sentadillas.

 

Me reía de él pero más era el placer que sentía al ser yo misma la que me introducía todo su pene.

 

Detuve el ritmo, me quedé quieta y lo miré coquetamente, sonriéndole y le supliqué con voz muy sensual que me cogiera de perrita.

 

No se aguantó y me ordenó ponerme en posición de perrita cerca de la orilla de la cama. Me dolió cuando me metió su pene de golpe, me quejé y grité pero de inmediato sentí placer y más placer. Me agarró de mis manos por detrás y me cogió con locura no importándole las veces que llegué al orgasmo. Yo gritaba y mi profesor no paraba de enterrarme todo su pene repetidas veces, sometiéndome, pues, me tenía tomada de las manos. Esa fue la última vez que estuve en su casa.

La siguiente semana no pude asistir al colegio, pues, estuve muy enferma de una fuerte fiebre. Llegué a pensar que todo se debía a mis primeras relaciones sexuales aunque mi tía dijera que la fiebre era algo muy común y más en nosotras las adolescentes. Extrañé a mi profesor a quien le envié saludos con mis compañeras de clase, que vinieron a visitarme.

 

Una semana después me reintegré al colegio, ansiosa de volver a ver a mi profesor Gilberto del que ya me sentía enamorada. Ya no era “una virgencita más del montón” como decían en el colegio, era toda una mujer a dos semanas de cumplir mis 16.

 

A la hora del descanso general, me llevé la desagradable sorpresa de la semana. Una de mis compañeras, Vanessa, se me acercó para contarme algo. Vi mucha alegría en su rostro y adiviné lo que me iba que contar. Fuimos a la heladería a comprarnos unos helados de chocolate con arequipe que nos gustaban mucho y nos sentamos en el parque frente al colegio. Yo le bromeaba y le preguntaba insistentemente quién había sido el afortunado chico con el que se había acostado, pues, ella también era virgen.

 

Mientras nos comíamos el helado mi semblante cambio completamente cuando Vanessa mencionó que el profesor Gilberto era quien la había seducido toda la semana para terminar llevándosela a su cama, la misma donde me había hecho el amor, la misma cama donde experimenté mis primeros orgasmos con un hombre, el mismo que ahora se había cogido a mi amiga. Traté de no demostrarle a Vanessa lo mal que me sentía al oír su pequeña historia con el profesor, la manera de conquistarla, de hacerle el amor, de hacerla mujer. Vanessa continuaba relatándome lo divinamente rico que lo hacía Gilberto, aunque yo dejé de preguntarle ella continuó dándome todos los detalles mientras yo por dentro ardía de rabia y de odio al punto de casi llorar. Vanessa se dio cuenta y tuve que mentirle diciéndole que me estaba doliendo un poco la cabeza y que todavía no me había recuperado de la fiebre.

 

Más tarde en mi casa lloré como una tonta, una estúpida por hacerme ilusiones, por creerle a un mujeriego, pues eso era mi profesor, un mujeriego infiel a su esposa, un aprovechado que me había usado a mi y a Vanessa y quién sabe a cuántas otras chicas más del colegio gracias a su simpatía y parecido físico. Era la segunda vez que me sentía burlada.

 

Lloré mientras lo imaginaba piel a piel con mi amiga Vanessa, en la misma cama donde me miraba y me hacía gemir y enloquecer, donde me besó apasionadamente haciéndome creer que yo era su amor prohibido. Imaginándolos ducharse juntos, desnudos. Me sentí una estúpida, la más tonta.

 

No bastando con eso, Vanessa me llamó por teléfono para seguirme contando los detalles de su aventura con el profesor. Lo hicieron tres veces ese viernes, mientras yo me moría de fiebre y lo extrañaba como una estúpida.

 

Después que Vanessa colgó la llamada, terminando de martirizarme con su desenfrenada historia sexual, me metí al baño a ducharme y a continuar llorando como una tonta, la más tonta de todas las tontas. Me prometí que jamás ningún hombre volvería a burlarse de mí.