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El taller de costura

en Dominación

                EL  TALLER DE COSTURA

Corría el año 1978 y yo pasaba muchas tardes en un taller de costura. Allí se juntaban 4 mujeres para coser todo tipo de ropa y ahí empezó mi “iniciación a la zapatilla”. No sólo probé la de mi tía, sino que además vi decenas de palizas de mis vecinas a sus hijos. El sólo olor de textil me traslada al maravilloso mundo de aquel viejo almacén donde se despertaron mis primeros instintos sexuales.

El taller era de mi vecina Isabel y estaba contiguo a casa. Era de unos 80 metros cuadrados y en él había 4 máquinas de coser y cientos de pantalones, de vestidos... Allí trabajaban, además de mi vecina y de mi tía, dos mujeres más, todas entre los 30 y los 40 años. Cosían ropa a destajo y se ganaban un dinero extra; para mí aquello era el paraíso por un solo hecho y es que las 4 llevaban calzadas zapatillas.

Mi vecina Isabel era la más severa de las 4 y a la que más veces vi descalzarse la zapatilla, sobre todo para zumbarle a su hijo Luis, y alguna vez a su hija Elena. Luis era todo corazón, pero muy revoltoso, su hermana le chinchaba muy a menudo y eso casi siempre terminaba con el pobre chaval con el culo como un tomate maduro.

Os contaré una de tantas palizas que se llevó mi amigo.

Un día estábamos jugando y nos construíamos una cabaña a las afueras del almacén, a unos 50 metros de distancia. Llevábamos más de una semana haciéndola, hasta que llegó Elenita, a la que su hermano le dijo que se fuera. La niña, lógicamente, no se quería ir de ninguna manera. Nosotros le decíamos que no la podíamos dejar entrar porque si no se rompería, como ya había hecho otras veces. Tras varios intentos fallidos, Elena le dijo a su hermano:

-          Pues ahora te vas a enterar, me voy a meter en la acequia llena de agua y le voy a decir a mamá que me has tirado tú.

Luis se fue a por su hermana, a la que creía muy capaz de hacer eso y agarrándola por el brazo le dijo que se tranquilizara que la íbamos a dejar entrar en la cabaña. No llevaba ni un minuto dentro, cuando tiró un par de ramas que hicieron que se desmoronara todo nuestro trabajo de más de una semana.

Su hermano, indignado, empezó a insultarla y la empujó hasta tirarla al suelo. La niña empezó a correr en dirección a una pequeña acequia, con el propósito de mojarse entera y echarle la culpa a su hermano. Éste salió detrás de ella pero llegó tarde. Su hermana se metió entera en la acequia y empezó a gritar:

-          ¡Mamá, mamaaaaaa! –Aulló.

Pronto salió su madre a la puerta del almacén donde vio a sus hijos forcejeando en la acequia, se echó las manos a la cabeza y gritó:

-          ¡LUISSSSS! ¡¡Ven aquí ahora mismo!!

Mi pobre amigo ya sabía lo que le esperaba. Cuando hacían alguna travesura, la paliza se la llevaba él, fuera o no suya la culpa. Mi vecina llegó hasta la acequia donde su hija seguía haciendo teatro llorando, como si su hermano la hubiera tirado, mientras Luis empezaba a huir de la quema...

-    Me ha tirado Luis ¡Buaaaa, buaaaa!

A la niña la sacó su madre en volandas y nada más ponerla en el suelo recibió dos duros azotes con la palma de la mano abierta.

-    ¡Vete a la casa ahora mismo! Y a ti, ahora te cogeré. -Dijo mirando a su hijo, que observaba desde una distancia prudencial.

-    Mamá, se ha tirado ella sola te lo juro.

-    ¡Que te calles y vengas aquí ahora mismo! -Dijo mi vecina muy, muy enfadada.

Se cabreaba especialmente cuando la interrumpían en su trabajo y tenía que parar para castigar a sus hijos, quizá por eso era tan dura. Yo estaba a 100, sabía que la paliza iba a ser inmediata y además de las buenas. Cuando mi vecina estaba enfadada, eso suponía ración extra de zapatilla.

La imagen que yo observaba era la de mi vecina volviendo hacia el pequeño almacén, escuchaba el sonido del chancleteo de sus zapatillas chinelas y me enervaba especialmente. Ese día llevaba unas chinelas de paño a cuadros azules y negros y con suela de goma amarilla. Andaba tan rápida que el sonido de su chancleteo al caminar parecía el de una ametralladora: “¡Slap, slap, slap, slap, slap, slap, slap, slap, slap!”.

En seguida llegó a la puerta del almacén y desde allí le gritó a su hijo:

-          ¡¿Quieres que coja la goma del butano?!

Mi amigo, que estaba a cierta distancia, se fue hacia ella bastante sofocado y casi llorando, jurando y perjurando que su hermana se había tirado al agua ella solita, aunque no dejaba de andar hacia su madre, porque la amenaza de la goma del butano era muy, pero que muy fuerte. Sólo la había probado una vez, pero tuvo bastante. Mi vecina Isabel sabía como hacerse respetar.

Eso fue casi un año antes. Llegó un día tardísimo a casa, todo el barrio buscándolo, su madre estaba enfurecida y al verlo y sin pensárselo dos veces, quitó la goma de la botella del butano y la usó para azotar a su hijo. Le dio una paliza enorme de más de 30 latigazos y a mi amigo se le seguían notando las marcas dos semanas más tarde.

A partir de ahí, a la sola mención de la goma de butano, Luis acudía solícito a cualquier llamamiento. Al llegar a donde estaba su madre ésta le abofeteó y allí mismo se quitó la zapatilla dando una patadita hacia delante para que la chinela saliera de su pie, y empezó a zumbarle...

-          ¡Me tenéis harta, zas, zas, zas, zas! ¡Siempre lo mismo, zas, zas, zas, zas, zas, zas! ¡Toma, toma y toma! ¡Plas, plas, plas, plas, que hasta que no me la quito no paras, te voy a dar una que te voy a bufar, sinvergüenza!!!, toma toma, toma, te mato a palos…

Isabel daba cada uno de los zapatillazos a conciencia. Sujetaba a su hijo con un brazo y con el otro le sacudía concienzudamente en el trasero a mi pobre vecino, que se estremecía a cada zapatillazo.

Las palizas que daba Isabel nunca eran de menos de 30 ó 40 zapatillazos. Alguna vez le pedí a mi amigo que me enseñara el culo después de una azotaina y lo tenía completamente rojo, rojísimo, con la silueta de la suela de la zapatilla bien marcada en la piel, muchas veces, desde el final de la espalda hasta los muslos.

Continuará....

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