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La Casa de los 7 Tejos

en Grandes Series

                                                  LA CASA DE LOS SIETE TEJOS

 

PREÁMBULO.

 

La almohada estaba mojada por tanta lagrima vertida. Maribel sabía que había derramado la leche por jugar con la cuchara, y conociendo bien a su tía no esperaba clemencia por esos hechos. Desde muy niña en que tuvo sus primeros recuerdos, sabía cual era el ritual: un motivo; una mirada severa sin decir palabra; un gesto apenas esbozado indicando que se levantara; caminar al piso superior hacia la habitación de su tía y esperar frente a su reclinatorio a que esta se sentara; bajarse las braguitas hasta los tobillos y agacharse sobre su regazo; cerrar los ojos, apretar sus labios y esperar. Desde el primer curso de primaria en que Dª Adela la enseñó a contar, Maribel no sabía cuantos azotes recibía cada vez que su tía la castigaba. Cuando lo aprendió, supo que no eran menos de 10. Lo  peor cuando se los daba con el revés de la mano. Entonces dolía más, y esta vez habían sido así, y además 15. Mañana apenas podría sentarse en los duros bancos de la escuela.

 

    MAYO 1961

 

 La Casa de los 7 Tejos estaba engalanada, y no era para menos. Maribel había tomado la primera comunión. Allí, además de medio pueblo, estaban todos los que tenían que estar: el alcalde, Dn. Andrés; Dª  Adela la maestra, a la que le quedaba un año para jubilarse (cuanto la echaría de menos); todos los responsables de la conservera y del resto de empresas Bazan; incluso el vicario del obispado cuyo titular excusó su asistencia por motivos de salud . Para Dª Carmen era la mayoría de edad religiosa de su única sobrina. Estaba feliz. Maribel  corría arriba y abajo con su traje de princesa en el inmenso patio de la mansión familiar rodeada por sus amiguitos. Su tía la contemplaba satisfecha. Pero su semblante cambió, justo cuando Dª Adela, la maestra, se lamentaba de la pérdida de los valores espirituales de las nuevas generaciones de la escuela de magisterio. A saber a quien enviarían en su lugar. Tuvo que improvisar una sonrisa forzada a pesar de que su disgusto la perturbaba profundamente.

 

 La servidumbre había limpiado hacía rato los restos de la comida. Los invitados también habían abandonado la Casa de los 7 Tejos como se la conocía en toda la región. Dª Carmen descansaba en sus aposentos. Había rezado el rosario como era habitual diario y se había echado sobre la gran cama de caoba oscura con baldaquino. Pensaba sobre lo sucedido en la fiesta. ¿como podía inculcar decoro y buenas costumbres  a su querida Maribel? Disciplina, y más disciplina, era la única respuesta. Ludivina la sacó de sus pensamientos.

 

- Señora  la cena está  dispuesta para cuando Vd. ordene. La Srta. Maribel ya está  avisada.    

Siguiendo su costumbre se quitó la bata y el camisón, se vistió y calzó, y bajó al comedor. Maribel estaba ya sentada en uno de los extremos de la gran mesa oscura. Dª Carmen tomó asiento en el otro extremo.

 

Desde el mismo momento en que la vio supo que algo iba mal. Cuando hacía una travesura, se manchaba el vestido o veía a Dª Adela por casa (señal que no cumplía con las exigencias de su tía de ser la primera de la clase) sabía lo que le esperaba. Pero lo peor era cuando no sabía porqué iban a castigarla, aunque estaba convencida de que , como siempre, su tía lo iba a hacer con motivos más que justificados. Tragó saliva y tras bendecir su tía la mesa, la emprendió con la sopa.      

Cada día al terminar los postres de la cena y mientras Dª Carmen tomaba café, tía y sobrina comentaban asuntos del día. Hoy los comentarios eran de otro tipo.

- Maribel, ¿no tienes nada que decirme?

- no tía, ¿porqué?

- ¿estás segura?

- (nerviosa) tía, perdone, no sé a qué se refiere.

- te refrescaré la memoria, ¿qué has hecho en el jardín con Pablo?  

- ¿ Pablo tía, el hermano de Mónica? Nada tía.

- ¿nada? Maribel, me estás mintiendo.

- (muy  nerviosa) no tía, de veras, yo nunca le mentiría.

- (levantando la voz) pues lo estás haciendo. Me estás ocultando que Pablo te tocó el trasero en el jardín mientras buscabais algo cerca del macetero de las petunias, y no una, si no varias veces.

Maribel lo recordó, no le dio importancia porque estaban todos los niños buscando a una lagartija y notó que le rozaban por detrás. Ni sabía quien había sido.

- (acongojada) tía, lo siento, pero no sabía si era intencionado, ni de quien se trataba.

- (visiblemente enfadada) el mismo día que recibes a Jesús por primera vez, dejándote sobar como una... (y se santiguó) Mañana mismo te acompañará Tomás a misa de 7 y cuando termine le pedirás a Dn. Andrés que te confiese.

- sí tía... lo siento tía...

Después siguió el ritual de siempre, pero hubo una variante. Cuando esperaba a que su tía se sentase, vio como ésta se descalzo una zapatilla,acababa de ponerselas al llegar a sus aposentos,  era azul marino, su color favorito, a juego con su bata, y con sus toallas, y con su ropa interior. Talonada y ribeteada con una finísima linea de lana por el empeine por donde se introducía el pie, tenía una gruesa suela de goma para aislarle los pies de la humedad y del frío en las largas noches de invierno cuando estaba horas y horas sin poder dormir. La zapatilla se la descalzó y se quedó en el suelo, expectante, tía y sobrina se miraron , una ansiosa, y la otra angustiada, doña Carmen se agachó agarró la zapatilla con su mano derecha, se dio un par de azotitos en su mano izquierda,  la miró, y se mostró satisfecha, ideal para lo que tenía que hacer, porque no había más remedio que hacerlo. Se sentó a esperar lo que tenía que pasar.

Maribel vio la zapatilla en su mano, miró a los ojos de su tía con cara de espanto y le pareció verla como nunca la había visto antes.

- Maribel, estoy esperando.

- (resignada) sí tía.

Se bajó las braguitas y sin saber realmente porqué se las quitó del todo y las dejó en el suelo. se colocó en posición habitual, cerró los ojos y apretó los labios.

Cuando pasados los diez azotes de rigor que dejaron sus nalgas ardiendo y la sangre brotando de sus labios de tanto morder, y creía que todo había acabado, oyó la voz de su tía:

- y 10 más por dejar las bragas en el suelo.

Esa noche volvió a odiar a su tía.

                                       

A pesar de estar en mayo hacía mucho frío en la iglesia. Maribel tiritaba arrodillada en el banco mientras esperaba a D. Andrés.

- padre, confieso que he pecado.

- dime hija mía, qué has hecho?.

- he cometido actos impuros padre.     

- ¿sola o acompañada?  

- padre, perdone pero no le entiendo.

- quiero decir hija mía  si lo hiciste tu solita o estabas con algún chico.

- no padre, estábamos muchos niños.

- ¿muchos niños? A ver, hija, explícate.

- pues... ayer, en la fiesta de mi primera comunión... , me tocaron el culo.

- el trasero hija, el trasero... y te dejaste.

- (duda) sí.

 

- ¿y como fue, te metieron la mano por debajo de la falda?

- no lo sé, creo que no.

- ¿te tocaron las bragas? ¿la carne?

- no, solo por encima de la ropa.

- (hastiado) ¿algún pecado más?

- no padre, ninguno.  

- bien, de penitencia rezarás tres rosarios, y mañana pondrás una piedrecita en tu zapato y no te la quitarás en todo el día. Puedes marcharte.

 

              DICIEMBRE 1961

 

 Dª Carmen estaba cansada; había sido un día muy ajetreado. Como única propietaria de la empresa había tenido que acompañar a esos estúpidos argentinos que había mandado el alcalde por orden del gobernador a visitar la conservera. Acababan de coger el coche que los devolvería a Madrid. Se había excusado a Maribel que no cenarían juntas. Cuando llegó a casa se hizo servir una frugal colación y se retiró a sus aposentos. Se desvistió dejando ordenadamente su vestido correctamente doblado sobre la cesta de la ropa sucia, hizo lo mismo con las enaguas, y con la faja (aunque esta última no le hacía ninguna falta), quedándose con las bragas, el sostén y las medias; se sentó en la cama y dejó caer su espalda sobre ella extendiendo los brazos. Sus axilas olían a sudor pero no tenía fuerzas para darse un baño. Y tenía tantas cosas que hacer antes de irse a dormir. Se puso en pie, abrió la gran puerta del armario y una vez más se observó en el gran espejo de cuerpo entero. Dudó unos instantes, suspiró y se quitó lentamente la ropa interior y las medias. se puso su bata azul, se la anudó, recogió las ropas del suelo, las dobló impecablemente, las depositó en la cesta de ropa sucia. Sentada en su despacho privado revisó la correspondencia: las hermanitas del santo cáliz, la fundación Beata Maria Moretti, Su amiga lupita.... y unas cuantas más, todas pidiendo dinero. Por último el informe diario de Dn. Antonio Lopezano, “Antoñito” el director-gerente de las empresas Bazan. No estaba bien visto que Dª Carmen por ser mujer tuviera unas responsabilidades propias de hombres, pero ella quería tener conocimiento  de cuanto sucedía en sus empresas. Antoñito había despedido a esa tunanta de Luisa Sala. Lo tenía merecido por lagarta. Y por último, las notas de Tomas sobre lo que sucedía en la casa, precisas y austeras, con esa letra menuda propia de una persona leída, y Tomás lo era, por algo había llegado a alcalde del pueblo de su madre, comunista, pero alcalde al fin y al cabo. Ella tuvo que recurrir a todas sus influencias para sacarlo del pelotón de fusilamiento. Se alegró mucho de lo bien que trabajaba Renata, la nueva pinche de cocina. Y... otra vez Ludivina. Ay, Ludivina. Tendría que tomar medidas más radicales con ella. con gesto de cansancio se levantó. Apagó la luz y volvió al dormitorio. De nuevo ante el armario se descalzó las zapatillas azules y quitó la bata. Otra vez titubeó, y otra vez no resistió la tentación de mirarse al espejo. Contempló despacio su desnudez, su cuerpo ya ajado pero bien formado. Se volteó para ver sus ancas, su espalda, glúteos y muslos, atacados desde tiempo ha por la piel de naranja. No tardó en arrepentirse. Como siempre sucedía. Se había dado el lujo íntimo y pecaminoso de sentir su desnudez bajo la bata, y ahora... No había otro remedio. Abrió el cajoncito donde lo guardaba; sacó el estuche, lo abrió y lo sacó. Lo tomó del mango y lo agitó para que las nueve tiras de cuero cayeran sueltas bajo el peso de las nueve bolitas de plomo. Se arrodilló en el reclinatorio, cerró los ojos, apretó los labios y...

Jadeando del esfuerzo y con las lágrimas derramándose por sus mejillas del dolor, se levantó, metió las disciplinas en el estuche después de limpiar con un pañuelo los restos de sangre, se puso su camisón más basto, se arrodilló de nuevo y rezó el primer rosario de la noche.         

                                             MARZO 1962

 

 La chica temblaba de miedo. La señora que estaba sentada tras el enorme escritorio de la planta baja, la miraba con gran disgusto y desaprobación. Tomás la había arrastrado casi a la fuerza y permanecía tras ella.

- Ludivina, veo que no escarmientas: has roto otra pieza de la vajilla rosa, te han visto mirando por la cerradura de la Srta. Maribel, y para colmo, has contestado mal a la Sra. Pura. ¿qué tienes que decir?

- (hablando entrecortadamente) Señora, me obligaron a ir muy cargada... y solo comprobaba que estaba limpia, lo juro, y...

No la dejó terminar.

- ¿juras? Te atreves a jurar? No... esto no va a volverse a repetir.

Ludivina esperaba que todo pasara pronto: ahora se levantaría, le daría dos bofetones y la dejaría sin postre toda la semana, pero no sucedió así.

- Vamos abajo, a la bodega.

Ludivina se estremeció. ¿qué pasaría ahora? Dª Carmen fue la primera en entrar. Tomas llevaba del brazo a la chica hasta llegar a una estantería de roble.  

- quítate el uniforme.

Ludivina no se atrevió a replicar .

- ¿todo señora?.  

- sí, todo.

La joven se quitó el delantal, desabrochó los botones y bajó el vestido por sus caderas hasta los tobillos. Lo recogió del suelo.

- Ahora el sostén. Dale el uniforme a Tomás.

- (asombrada y mirando a Tomás) ¿el sostén señora?.

- sí, venga, quítatelo.

Dándole la espalda a Tomás y mirando de forma huidiza a Dª Carmen que la observaba sin expresión alguna, Ludivina se quitó el sujetador y mientras lo tenía agarrado se cruzaba los brazos sobre sus pequeños senos para ocultarlos. Temblaba de miedo y a pesar del frío sudaba.

- dáselo a Tomás. Y le hizo un gesto al criado. Ludivina todo lo ladeada que pudo ponerse para no mostrarse ante el hombre, le alargó la prenda. Este la cogió y junto con el uniforme la depositó sobre un armarito bajo. Fue a cerrar la puerta y llevó a Ludivina hasta la gran estantería y le tomó las muñecas, atándolas sobre su cabeza a una argolla con un pañuelo que le dio su ama, deshebilló su cinturón. Se lo quitó.

A Ludivina le costó adivinar lo que iba a pasar. Se lo debía todo a Dª Carmen. Si no fuera por ella ahora estaría en la inclusa. Sabía que era torpe y descuidada y que ella la reprendía por eso, pero lo que no sospechaba el ama era que no creía en Dios en absoluto, aunque lo disimulara, y que le gustaban los chicos y que se dejaba hacer cosas por ellos, lo que para Dn. Andrés el cura era un pecado mortal. Por eso se asustaba tanto cada vez que Dª Carmen la llamaba al despacho. Pero lo que la esperaba...

Tomás volvió a ponerse el cinturón mientras la joven lloraba con sus brazos colgando de lo alto. 12 marcas rojas surcaban su torso desnudo. Le soltó el pañuelo y le dio las ropas.

- espero que no vuelva  a ocurrir. La próxima serán veinte; vístete y vuelve al trabajo.

Dª Carmen esperó a que Ludivina, entre hipos,  se pusiera de nuevo el uniforme y el delantal, se arreglara la cofia, y recompusiera un poco su especto. Después salieron de la bodega.

 Continuará.