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La Casa de los 7 Tejos. 8

en Dominación

  FEBRERO 1965

 

“Querida Carmencita, me alegro de saber que estás bien y que a pesar de que no ha habido ocasión de pasar de nuevo por el trance de tener que enfrentarte a tus obligaciones para con tu sobrina, leo que estás en paz con tus problemas de  conciencia. Aquí las cosas siguen igual que cuando nos visitaste: pasando frío por el estado lamentable de nuestro viejo convento y por el deterioro imparable que va dejando los años en nuestro cuerpo. A juzgar por lo que pude ver, parece que no pasan por el tuyo. Solo decirte que tanto yo como la hermana Cruz te echamos  de menos y nos alegraríamos de tenerte contigo de nuevo.

Recuerda amiga mía nuestras necesidades y que gracias a tus generosos donativos se van reduciendo, aunque eso sí, demasiado lentamente.

Siempre tu Lupe."

 

 Era la segunda carta que recibía después de aquélla esclarecedora visita al convento de Sta. Magdalena de la Redención. En la primera, cuando Guadalupe la felicitó por navidad, sintió un agudo estremecimiento en su interior al recordar su profundo orgasmo con Cruz. Lo señalado de las fechas impidió que buscara alivio en aquélla ya casi olvidada pecaminosa práctica, pero ahora lo sentía de nuevo con más intensidad si cabe.

Era tarde, más de las 11 de la noche, y dudó. Finalmente llamó por la campana confiando que todavía la servidumbre estuviera en la cocina. A los pocos minutos Renata apareció.

- ¿desea algo la señora?

- sí Renata, por favor, prepárame el baño.

- si señora, enseguida.

 Mientras Carmen releía sin leer la carta que tanto la estaba excitando, Renata, mientras se llenaba la bañera con agua muy caliente como a la señora le gustaba, sacaba del arcón un albornoz limpio y toallas, depositándolas sobre el radiador para calentarlas, y después, puso en su sitio los jabones y sales que  Dn. Antonio  traía de París en sus frecuentes viajes.  

- señora, el baño está  listo.

 Carmen se levantó cansinamente.

- gracias Renata, puedes retirarte.

- sí señora, gracias

Cuando Renata iba a retirarse tuvo un momento de intuición. – Señora, ¿puedo ayudarla?

- ¿ayudarme dices? – contestó Carmen algo extrañada.

- señora, con todo mi respeto, se la ve a Vd. cansada.  Si no es indiscreción, si Vd.  quiere yo podría... perdone por mi atrevimiento ... enjabonarla y secarla. Creo que le iría bien.            

  Carmen dudó solo unos instantes. No era tonta y conocía a Renata. Sí, desde luego; era un peligro asumible, pero asumió ese riesgo, le iría bien.

- gracias  Renata.

Ambas entraron al cuarto de baño, lleno del humeante vapor de la bañera. Carmen  fue a desabrochar los ojales de su camisa pero Renata se lo impidió – déjeme a mí señora

 Se puso frente a ella. Era casi tan alta como Carmen. Le fue quitando los ojales uno a uno, despacio y delicadamente. Podía sentir el aliento de su ama, que hacía esfuerzos sobrehumanos para no traducir su creciente excitación. Una vez abierta la camisa, tomó los ojales de sus muñecas, y una vez sueltos despojó de la prenda a Carmen. A continuación hizo lo mismo con la falda. Carmen se apoyó en su hombro para levantar un pie tras otro, y quedar solo con el corsé que hacía de sostén y faja. Renata se puso tras ella y fue quitando los corchetes hasta salvar la cintura. La espalda desnuda estaba a la vista. Continuó deshaciendo la opresión de la prenda hasta el final. Carmen intentó púdicamente mantener la compostura manteniendo el corset contra su pecho pero Renata pasó de esa pantomima y lo tomo firmemente para depositarlo con el resto de la ropa. Carmen no tuvo valor para tapar sus pechos desnudos y dejo caer sus brazos, a sabiendas que sus pezones la delataban con descaro. Tampoco hizo intento alguno para desprenderse ella sola de sus bragas y de sus medias.

- déjeme Señora. Siéntese ahí, en el taburete.

Renata le quito los ligueros liberando las medias. Sin embargo cuando Carmen se incorporó no hizo ademán alguno para quitarle las bragas. Había que dar algo de cuerda. Carmen le dio la espalda y se las bajó. Renata se agachó a recogerlas, le dio la mano a la señora y esta se introdujo en la humeante  bañera. Se sentó dejando que el agua la cubriese hasta el cuello, echó a cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Entonces escuchó lo que quería oír.

- señora, ¿quiere que le lave la cabeza?

- sí, hazlo por favor.

Delicadamente Renata enjabonó, masajeó, enjuagó, aclaró y limpió los finos cabellos de Carmen, teniendo la habilidad de rozar constantemente su nuca y cuello, además de los lóbulos de las orejas. El efecto fue demoledor. Carmen apenas podía disimular los gemidos. Cuando Renata terminó y sin esperar su permiso, tomó a la señora por las axilas invitándola ponerse en pie. Volvió a enjabonarla con sus propias manos en lugar de hacerlo con la esponja. No se recató en ningún lugar de su cuerpo: pechos, nalgas, pubis... incluso las ingles y cara interna de los muslos. Carmen flaqueaba y Renata lo sabía. Más de 15 minutos se demoró en terminar su delicado y minucioso asalto. Después, con agua tibia retiró el moussel que tan generosamente cubría la piel de su ama, la invitó a salir y la secó con calidas toallas que había dispuesto sobre el radiador. Le puso el albornoz.

- gracias Renata, has sido muy amable.

- señora, si me lo permite, he notado que está Vd. muy rígida. Una tía mía en el pueblo estuvo sirviendo en casa del embajador de un país muy lejano.  La señora le enseñó a hacer unos masajes de aquélla tierra. Y ella me enseñó a mí. Yo podría ayudarla si Vd. da su permiso.

- Un... masaje?  

Para Carmen eso era un reto. Para ella masaje equivalía a lujuria, aunque lo diera una mujer. Pensó en Lupe... en Cruz... No pudo o no quiso resistirse. ¿qué diferencia había entre una novicia y una criada?

- está  bien. dime qué tengo que hacer.

- Señora, debe tenderse en su cama. Lástima que no tenga una de esas camillas de los médicos. Son más altas  y se hace mejor, pero la cama servirá.

Carmen se dirigió a su lecho. – señora, debe quitarse el albornoz. Tiéndase boca abajo-  Renata, tras poner toallas limpias sobre la colcha, la ayudó a tumbarse desnuda. Retiró el albornoz y la cubrió con una manta.

- Señora, voy a buscar aceite de oliva. Enseguida vuelvo.

A Carmen ya nada le sorprendió. Aceite... su cuerpo embadurnado con aceite. Qué más daba. Cuando se quiso dar cuenta, Renata ya estaba de vuelta. Le retiró la manta.

- Señora notará un poco de frío porque voy a derramarle un poco de aceite.       

Carmen sintió caer el espeso líquido desde el talón del pie izquierdo hasta las nalgas. Se dejo hacer.

Las hábiles manos de Renata masajearon las piernas, las rodillas, los muslos, los glúteos, la espalda, cuello, axilas, brazos... aunque se cuidaba mucho de rozar las partes internas. Carmen ronroneaba como una gata.

- ya está.

Qué decepción... pero fue solo un instante.

- señora, mi tía decía que las rigideces del cuerpo vienen todas de la barriga y de los ovarios. Si Vd. me da permiso se lo puedo hacer.  

- esta bien. 

- señora, dése la vuelta y deje el cuerpo suelto.

 Carmen se puso boca arriba.. Aflojó todos sus músculos. Renata derramó el aceite desde sus clavículas hasta su pubis, y paseó sus manos bien abiertas por todo el torso extendiendo el viscoso líquido.  Con movimientos circulares oprimía ligeramente el vientre pero era solo un pretexto. Sus manos llegaban a todas partes y ahora sí, de forma sensual. Carmen quiso reprimirse pero gimió primero y jadeó después. Renata se cebaba en los pechos, tan sensibles según pudo comprobar al apenas rozar los hinchados pezones, pero no descuidaba otras zonas también muy sensibles al tacto. Cuando tuvo a Carmen suficientemente madura, Renata pasó a la acción. Volvió al vientre, alrededor del ombligo extendiendo sus manos hacia los bajos y... a los muslos, desde  la cara interior, hacia las ingles, hacia el pubis. Carmen se estremeció cuando esos dedos tocaron su sexo, y ya no dejó de moverse porque lo frotaban sin recato alguno. Renata se empleaba a fondo. Entonces Carmen abrió los ojos y con la boca abierta y llena de deseo extendió su brazo derecho y agarró a su criada de la nuca empujandole la cabeza hacia su sexo.

-¡¡¡COME!!!, dale placer a tu Ama. y procura hacerlo bien si no quieres que te muela a palos. Puta!!!

Renata no pudo quedarse más sorprendida, pese a su descaro, nunca pensó que su Señora, una mujer tan honesta, tan temorosa de Dios, tan cristiana, la agarrara de la cabeza y la obligara a comerle el coño y le hablara de aquella manera tan salvaje y tan sensual a la vez.

-Si , si mi Señora. La criada se amorró a aquel coño como si fuera lo más importante que hubiera hecho en su vida, además sentía la fuerte mano de su Señora en su nuca que no dejaba ninguna duda de lo que se esperaba de ella. El olor a aceite se empezaba a mezclar con los flujos que le habían salido a doña Carmen durante el masaje, la sirvienta se ayudó de su dedos para apartar los pelos del coño, y empezó a saborear aquel maravilloso y maduro manjar, aquella raja sonrojada y carnosa fue devorada primero por los labios y despues por la lengua de la diligente Renata, que pronto encontró el clítoris duro y palpitante y se cebó con él lo lamió con su legua hasta la extenuación, y sin saber ni como se atrevió, penetró con dos de sus dedos el culo de su Señora, con el aceite los dedos entraron como cuchillo en mantequilla. Carmen se movía encima de la cama como una perra en celo, al principio quería estar contenida, pero aquella bruja le estaba fabricando un orgasmos como nunca le había pasado en su vida, cuando notó los dedos de aquella insolente penetrar su culo, supo que la corrida sería indescriptible, solo pudo agarrar aun con mas fuerza la cabeza, abrió aun mas sus piernas y las cerró sobre la espalda de su criada clavandole los talones, el orgasmo fue mundial, y el grito descomunal, jamás pensó que podría ser tan intenso.

Renata la cubrió con la manta, arropándola como si de una niña se tratara y salió muy despacio de la habitación después de doblar primorosamente las ropas de su ama, profundamente dormida.

Al llegar a su cuarto se desvistió y se metió en su cama desnuda, todavía con sus manos y su cara húmedas del coño de su señora. Eran un trofeo para su propio placer. Se masturbó pensando en la Sta. Maribel, ¿su próxima presa ?   

 Continuará...