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Lucía y su perversa madre, el despertar

en Amor filial

En la semana que siguió a la paliza, Lucía se comportó de manera curiosamente suave. Una cosa era imaginar azotes mientras se estaba masturbando —y desde que descubrió el orgasmo lo hacía cada día— y otra recibirlos, con su madre hecha un basilisco. La pugna entre el deseo y excitación por una parte, y el miedo y el dolor por la otra, no se acababa de decidir en su mente.

Después de cenar, y sin tener escuela al día siguiente, Lucía se puso a mirar la televisión, echaban una película de ambiente fantástico medieval, con caballeros, princesas, brujos malvados y dragones, un tipo de cine que no era precisamente del agrado de su madre, pero ella había llegado primero, y ahora, su madre, en el sillón miraba la pantalla con cierta cara de fastidio.

Un fastidio que se concretaba también en unos movimientos automáticos de su pierna que, cruzada encima de la otra, se iba balanceando mientras el pie jugueteaba con la zapatilla que medio salía para luego volver a colocarse en chancla, en esta ocasión no llevaba las zapatillas moradas o púrpura de la paliza anterior, eran una zapatillas cerradas ( auqnue como casi siempre llevadas en chancla) granates , en el empeine una adorno floral blanco, y una suela de goma compacta , flexible y oscura que hacía que al tercer zapatillazo cualquiera confesara todo lo que hubiera que confesar y un poquito más.

Lucía, de reojo, vio los movimientos de la zapatilla, y un escalofrío recorrió su espinazo. Aunque no era la misma zapatilla que una semana antes le había dejado el culo rojo, esa también la había "probado" en más de una ocasión y aún recordaba aquel calor, aquellos espasmos de dolor y placer simultáneos… Ahora imaginaba ser la heroína de la película en manos del abominable enemigo de su padre, el impostor que en la mazmorra se preparaba para torturarla, y quien sabe, para violarla. Sus ojos se debatían entre la pantalla y seguir hipnóticamente los movimientos de la zapatilla de su madre, que de vez en cuando estiraba su pierna derecha poniendola totalmente estirada hacia delante y chancleteaba con su zapatilla , era para estirar los músculos, pero también ( y ambas lo sabían) como para decir, mira lo que tengo aqui!!!

De repente, los anuncios.

Carmen, casi saltó sobre el mando a distancia e instantáneamente conectó un canal con un programa más bien de color rosa, de los que su hija odiaba con todo el corazón.

—Mamá, que estoy viendo la película…

—No ves que ahora dan anuncios, ya la pondremos más tarde.

—Pero es que con esta manía que tienes siempre me pierdo un trozo.

—¿Manía? ¿Me has llamado maniática? —el tono de la voz de Carmen se volvió agresivo de repente— Aquí mando yo, y si tengo la manía de ver un programa, lo veo, y tu te aguantas.

—Siempre igual, siempre la autoridad ¡Vete a la mierda! ¡Tu y tu programa de mierda! Me voy a dormir —Lucía se levantó airada y se dirigió hacia su habitación.

—¡Ven aquí inmediatamente! ¡No voy a tolerar que me hables así! ¡Lucía te he dicho que vengas aquí inmediatamente!! —Carmen también se levantó en pos de su hija.

Ya en el pasillo, Lucía oía el ruido que hacía su madre con las zapatillas en chancla , simpre lo hacía, pero si andaba rápida o cabreada aun más, aquello excitó a la chica sobremanera, la madre alcanzó a la hija, la agarró por el brazo, le dió un guantazo que le volvió la cara, y la diferencia de fuerza y de peso evitó que Lucía pudiera escapar. Con un par de empujones la arrimó a una esquina.

—¡Qué te has creído! te voy a dejar el culo como un tomate, de esta te vas a acordar —al mismo tiempo que decía esto, encogió la pierna derecha y tomó con la mano la zapatilla— ¡Venga, ami habitación!, que te voy a enseñar modales!!!

Ante la resistencia de Lucía, Carmen empezó a descargar zapatillazos en la cadera y en los muslos de su hija que protegía su culo contra la pared. En aquel momento, Lucía se tiró al suelo y empezó a patalear. Su madre con el brazo izquierdo la intentó levantar, pero al no poder, la zapatilla volvió a actuar. Lucía se retorcía a medida que iba recibiendo los golpes incontrolados de su madre hasta quedar boca abajo. En esta posición, empezó a recibir zapatillazos en el culo, i también algunos, más dolorosos aun, sobre los muslos.

Finalmente, la tormenta amainó, Lucía dejó de patalear, y Carmen de pegar, la paliza había sido en el pasillo, e improvisada, pero no  por ello fue menos dura, pero Carmen quería más ( y Lucía también)

—Te vas a ir a tu habitación y allí, esperas a que yo termine de ver mi programa de mierda. Y cuando termine, vas a ver lo que es bueno.

El corazón de Lucía iba a cien por hora, no tanto por los golpes que acababa de recibir, sino por los que sabía que recibiría dentro de un rato. Sumisamente, se levantó y se dirigió a su habitación sin responder nada a su madre.

Estaba excitadísima, al llegar a la habitación se empezó a desnudar y se encontró con las braguitas totalmente húmedas. Entonces se puso de pié encima de la cama, para poder verse el culo en el espejo que tenía encima de una especie de tocador. Sí, estaba rojo, no tanto como la semana pasada…ademas se veia la silueta de la zapatilla de su madre marcada en muslos y culo y eso le encnatóy este pensamiento la hizo estremecer, porque sabía además que lo mejor estaba por llegar.

Se terminó de desnudar de pie encima de la cama, mientras se contorneaba y se miraba en el espejo. Cuando iba a ponerse el pijama, decidió que no, se echaría desnuda en la cama y aplacaría un poco su excitación, ya se lo pondría después antes de que volviera su madre.

Se empezó a masturbar lentamente. En una semana había aprendido y experimentado bastante, ahora lo hacía muy relajada, acariciando el clítoris con dos dedos, las piernas muy abiertas y todo el cuerpo relajado. Lentamente, lentamente… Tenía tiempo antes de que terminara el programa rosa —o mejor dicho de mierda— que su madre veía.

Pero no. Con los ojos en blanco y los demás sentidos en el séptimo cielo, no la oyó venir, ni se dio cuenta de que la puerta se abría y de que tenía a su madre en pie, justo al lado de su cama.

—¡Puerca, pervertida! ¿Qué estás haciendo? —la voz de trueno hizo descender instantáneamente a Lucía desde las nubes a la dura realidad, por más que la cama fuera bastante blandita— Te voy a castigar como nunca ¡Marrana! ¡Viciosa! ¡Quieta aquí, que ahora vuelvo! Y no te vistas…

Carmen, que había enrojecido al ver a su hija, salió de la habitación. “De tal palo tal astilla” pensó considerando que ella también se masturbaba mucho, incluso cuando su marido estaba en casa. Pero lo aprovecharía para castigar más duramente a Lucía, a ver si aprendía a controlarse. Miró su zapatilla, no no era suficiente, necesitaba algo peor ¿Un cepillo? No, era más de lo mismo. ¿Quizás un cinto? Fue hacia su cuarto a ver si encontraba uno que fuera pesado y entonces sus ojos se fijaron en otra cosa. La tomó y volvió a la habitación de su hija.

Lucía estaba sentada en la cama, con los brazos tapándose los pechos como si tuviera vergüenza. Entonces la vio.

—No, mamá, con esto no ¡Por favor! Que debe doler muchísimo, con la zapatilla ya tengo bastante…

—Pensaba darte con la zapatilla, pero además te voy a castigar por lo que estabas haciendo —Carmen se sentó en la cama justo al lado de su hija.

—¡Venga! ponte en mis rodillas que voy a empezar con la zapatilla…

—¿Cuantos?

—Pues dos docenas si te portas bien…

Lucía se levantó y se puso suavemente sobre las piernas de su madre. Con el rabillo del ojo, vio como esta se descalzaba la zapatilla derecha y…

Los golpes empezaron a llover sobre su culo, más lentos que cuando hizo la pataleta en el pasillo, pero también más fuertes y bien dirigidos. A cada golpe, el dolor vivo de sus nalgas se transformaba rápidamente en una especie de fuego que se dirigía a su interior, y al llegar allí el dolor ya no era precisamente dolor sino más bien lo contrario. Los golpes eran lo suficientemente espaciados como para que pudiera gozar de esta sensación después de cada uno de ellos.

Al cabo de doce azotes, Carmen le mandó que se pusiera sobre sus rodillas desde el otro lado. Lucía extrañamente obediente y suave se levantó, dio la vuelta y se volvió a reclinar. Ahora, también se estaba mojando, pero esta vez no le era necesario frotarse contra su madre, los azotes y sobre todo la excitación por saber que luego habría algo peor, eran suficientes.

La azotaina con la zapatilla llegó a su fin. Lucía se sorprendía por haber protestado tan poco y por estar siendo tan obediente, estaba dispuesta a dejarse continuar castigando sin protestar, fuera lo que fuera lo que su madre hubiera pensado. Se levantó, y quedó en pié, desnuda, delante de su madre. Ahora ya no intentaba taparse nada.

—Te has portado bien, pero no hemos terminado, ahora queda esto —y Carmen blandió una caña fina que había sacado de un jarro decorativo con plantas secas que tenía en su habitación.

—¿Cuantos me va a dar? —Lucía estaba temblando, en parte de miedo y en parte de excitación por el nuevo castigo— ¿Cómo me tengo que poner?

Carmen estaba sorprendida por la docilidad de su hija, pero no se ablandó. No había pensado como azotar a su hija con la caña. Encima de las rodillas no, no tendría suficiente recorrido ¿Quizás inclinada sobre una silla o agarrada con las manos a los pies de la cama? Seguramente, la primera vez, no lo aguantaría y se movería demasiado, ya que estaba obediente, mejor ponérselo fácil.

Te voy a dar seis… si es que no te mueves, ni pones las manos ni protestas… Ponte en la cama, boca abajo —Lucía, lentamente lo hizo— agárrate con las manos a la cabecera, y no las sueltes. Separa un poco las piernas, que si aprietas el culo todavía será peor.

Lucía se agarró fuertemente a la barras de su cama metálica. No, no se iba a soltar, doliera lo que doliera tenía que aprender a soportarlo, porqué no iba a ser la única vez, estaba segura.

La vara silbó en el aire, el dolor del impacto, inesperado, fue más fuerte de lo que esperaba. Chilló. Pero no se soltó. El dolor punzante, persistente, le quemaba la piel, muy distinto a lo de antes. Furiosamente, contrajo los músculos pélvicos en un intento de mitigarlo, una contracción que le producía placer en otra parte para intentar contrarrestar la ardiente piel de su culo. Ahora sí que empezó a fregar su vulva contra la cama.

Carmen vio como la línea de impacto, sobre el ya rojo culo de su hija, enrojecía lentamente todavía más, y se transformaba en dos marcas paralelas… Apuntó un poco más abajo, y descargó el segundo golpe.

Lucía volvió a gritar, a estremecerse, y entonces Carmen se dio cuenta de que en los estertores, su hija se estaba frotando sobre la cama. Realmente no encontraba reprobable que se masturbara, ella misma ahora tenía unos increíbles deseos de hacerlo, pero deseaba concluir el castigo que tanto la excitaba.

El tercer azote, el cuarto. Entre uno y otro dejaba suficiente tiempo como para que Lucía se relajara, y se frotara un ratito sobre la colcha.

El quinto varazo cayó encima de uno de los precedentes. Lucía aulló, sus manos querían dejar las barras de la cama para frotarse, pero finalmente resistieron. Su pelvis botaba y botaba, recibiendo cada vez una dosis de placer que sumad al dolor que notaba por el otro lado le proporcionaban aquella sensación excitante que empezaba a conocer tan bien. El intervalo era más largo que entre los otros pero finalmente, la vara impactó por sexta vez, en un ángulo distinto cruzando las cinco marcas anteriores.

Ahora sí que Lucía se soltó, pero delante de su madre no se quiso frotar.

—Que te sirva de lección —dijo Carmen sin mucha convicción y ciertas prisas—, cierra la puerta y ponte a dormir —y abandonó rápidamente el cuarto de su hija, cerrando ella misma la puerta.

¿Cerrar la puerta? ¿Qué quería decir? Ah, claro, se dirigió a ella y pasó la aldaba interior, ahora su madre no podría entrar sin llamar ¿Era una invitación?

Con esta duda volvió a la cama dispuesta a continuar, y con la seguridad de no ser interrumpida. No, boca arriba en la cama le molestaban demasiado los azotes, luego tendría que dormir boca abajo, pero mientras tanto, se arrodilló para terminar lo que su madre había cortado cuando entró súbitamente.