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Renata

en No Consentido

 Renata tenía muy buen olfato desde que nació. Aprendió de muy niña a distinguir los olores de las cosas, como aquel verano siento muy jovencita, cuando vigilaba los cerdos en la dehesa, que olió aquél caballo al trote antes incluso de oír el sonido de sus cascos sobre la vereda: era el hijo del señor que paseaba con su alazán por las tierras de su familia. Normalmente pasaba de largo sin hacerle ningún caso, pero ese día la miró y paró. Dejó pastando al caballo y fue hacia ella. Renata lo veía acercarse con mirada neutra pero reconoció la de él, la misma que ponían su padre y su hermano antes de follársela. Ella llevaba un sucio vestido azul sin mangas, con botones por delante. El señorito lo desabotonó mientras ella le dejaba hacer. no llevaba nada debajo. La tumbó en la hierba, se bajó los pantalones y el calzoncillo, se puso sobre ella, la abrió de piernas y la jodió. Una vez se había derramado sobre la profundidad de su vientre se levantó,  buscó en los bolsillos un pañuelo blanco, se limpió los líquidos de su polla y lo tiró al suelo. se puso los calzoncillos y los pantalones, sacó de su cartera un billete de una peseta y se lo tiró también. se dio  la vuelta , subió al caballo y desapareció al trote.                 

 Renata cogió del suelo el pañuelo, se secó con él el pubis y el coño, tomó el billete, lo metió dentro del pañuelo, que dobló cuidadosamente, y lo introdujo en su morral. Ese día aprendió que podía sacar algo de su cuerpo, más de lo que le daban su padre y su hermano casi cada noche.

Tiempo más tarde, también en verano, la acompañaba con la piara su tía Juana la soltera, prima segunda de su madre. Estaban cerca del río. Los cerdos estaban tranquilos y las dos mujeres se fueron a darse un baño a la roca cuadrada donde había una poza de agua cristalina. Su tía se bañó con bragas y sostén, y Renata con una vieja y raída camiseta de su madre, ya que no tenía ningún tipo de ropa interior. Era demasiado lujo para una mocosa de su edad. Cuando salieron, la camiseta se le pegaba al cuerpo. Estaba tan gastada que se le trasparentaba todo, mostrando todo el negro y abundante vello púbico, por no hablar de cada granito de sus pezones. Estaban bajo una gran encina. Iba a quitarse la ropa húmeda cuando sintió a su espalda un olor poco habitual. Lo relacionó con el de la gata o de la perra cuando estaban en celo, pero allí no había ninguna. Cuando su tía pegó su cuerpo por detrás y con las dos manos le magreó las tetas se despejaron sus dudas. Juana le dio la vuelta, le levantó los brazos y le sacó por arriba la camiseta. Después libó sus pechos, la sentó, le abrió los muslos, y metió su cabeza entre ellos. Su lengua se abrió paso entre tanto pelo ensortijado hasta introducirse en la rosada vulva, buscando la puntita esa que a Renata tanto le gustaba rozar. A los pocos segundos gemía como una gatita, un poco más tarde jadeaba mientras su cuerpo se convulsionaba. A Juana le costaba seguir allí con tanto movimiento, pero insistía en su cálida y húmeda caricia. Renata gritó cuando su vientre se combó violentamente a causa de su primer orgasmo, desplazando la cabeza de Juana fuera de su coño.

 

 Ese día supo que una mujer le había dado más placer en una sola vez, que los bestias de su padre y sus dos hermanos ( recientemente se incorporó a la fiesta el mayor, que estaba casado y hasta ahora la había dejado en paz ), así que se hizo tortillera.

Pronto se cansó de Juana, demasiado vieja y arrugada. Se había echado novio, ya estaba muy mal visto andar con mujeres. Al pobre lo llevaba a maltraer ya que solo le permitía algún que otro beso en la boca ( sin lengua ), magreo y tocar teta. Le encantaba ponerlo a mil y dejarlo tirado. Sus miradas eran para la Susana, una chica 2 años mayor que ella, que también cuidaba cerdos. Le gustaban sobretodo sus pechos, grandes y tiesos. Tenía poco culo pero unas piernas de impresión. Coincidían alguna que otra vez en la dehesa, sobretodo cerca de la chopera junto al río, un lugar relativamente fresco en los calores del verano. El fino olfato de Renata nunca percibió en ella ese olor acre y viscoso característico de hembra caliente por lo que siempre fue prudente con ella. hasta ese día. Estaban, como no, bajo los chopos, sentadas después de comer. Renata bostezó, levantando los brazos y dejándose caer en la hierba toda tiesa. Quedó así unos minutos con los ojos cerrados y... olfateó lo que tanto había esperado. Abrió los ojos. Susana estaba junto a ella, sentada, mirándola, más bien con los ojos pegados a las matas de vello negro de sus axilas.

- ¿te gustan mis sobacos ?

- sí.

- ¿quieres tocarlos?

-si me dejas...

- ¿te podré tocar yo a ti otra cosa?

- bueno...                                              

Susana acarició los negros rizos muy despacio, pasando de una a otra. Se reía mientras lo hacía. Renata también sonreía. El olor era cada vez más intenso, y doble.

- ¿ahora qué me quieres tocar?

Renata se incorporó y desabotonó la camisa de Susana, que tampoco llevaba sujetador. Esos pechos que tanto había deseado estaban ahí. Los tomó con ambas manos, sobándolos, masajeándolos, acariciando sus pezones; las risas eran ya nerviosas; el perfume de dos hembras calientes inundaba toda la capacidad olfativa de Renata. Esta tomó la iniciativa, segura de su osadía.

– ¿puedo tocarte otra cosa?  

– claro – contestó Susana.  

- ¿Te gusta que te muerdan?

- nunca me han mordido; bueno, el perro del Blas, una vez... ¿donde quieres morderme?

- donde tú quieras.

A Renata le gustaba morder... y que la mordieran. La primera vez que folló con su hermano el casado, este le propinó un mordisco brutal en su vientre. Fue la única vez que un hombre la excitó de veras, pero el burro ignorante ni se enteró, y no supo, no quiso o no pudo rematar la faena. Desde entonces, los mordiscos formaban parte importante de su actividad sexual.

- ¿me dejarás señal?                  

- quizás.

- bueno, vale... aquí.

Se desprendió del todo del vestido, y señaló justo entre el ombligo y el pubis; un lugar sabroso, pensó la Renata.

- le mordió con ganas, muy despacio. Susana gimió de ¿dolor? No paró hasta que le dijo – para que me matas -  ¿de dolor? Renata relamió  el pubis peludo y sucio. Olía brutal, a chota caliente y a sudor humano, y mordió  de nuevo entre los pelos, y Susana volvió a gemir con más fuerza, y esta vez sí, le comió  el coño, pero a lo bestia. Susana por poco sí se muere esta vez, pero del feroz orgasmo-

Las dos chicas estuvieron  liadas  durante más de un año. Pero se acabó. Susana tenía un novio que estaba en el norte. Querían casarse algún día pero ese día se adelantó porque se quedó embarazada. Así que se casaron y se fueron del pueblo, y Renata quedó sola.

Para aplacar sus ardores  volvió a enrollarse  con Juana, ya no había otra cosa que llevarse al coño. Su hermano menor se casó, y el casado se volvió impotente, y su madre se puso farruca con su padre para que la dejara en paz de una vez, así que dejaron de maljoderla. Aunque la familia usaba la marcha atrás, era realmente milagroso que no se hubiera quedado preñada con tanto polvo, sobretodo porque el señorito siempre se había corrido dentro. La tía soltera aceptó de buen grado la vuelta de Renata. Los  rumores de que era bollera se extendieron por el pueblo y su novio la dejó. Si hubiera sido más consentidora con el pobre chaval y, al menos, haberle  dejado metérsela  entre las piernas para aliviarse un poco, habría acallado  las habladurías, o, al menos, hubiera disimulado , pero no. Renata pasó a por ser la novia tortillera de la Juana.

 

 Pero ese no fue el peor error que cometió. Un par de años después, cuando ya había cumplido los veinte, se iba a casar el hijo mayor de los Sres. Buendía,  los propietarios del pueblo, las tierras, la dehesa... o sea, de todo, de facto incluso  de los que allí vivían   habitaban . Para celebrarlo se organizó  una fiesta en la plaza donde fueron invitados todos los habitantes del pueblo, aldeas, pedanías , cortijos y chabolas de sus latifundios. Renata para ir bien guapa y lucir palmito sacó del interior del pañuelo ( el mismo que le tiró el señorito cuando se la benefició  la primera vez, y que por cierto nunca limpió ) unas cuantas pesetas, fruto de su trabajo, para que la Elisa le cosiera un vestido. Seguía sin ropa interior, un lujo demasiado caro, pero eso lo consideraba irrelevante. Y aquí tenemos a nuestra heroína luciendo palmito, lo más alejada posible de Juana, por si pescaba algo y, lo pescó .

En los festejos estaban, como no, los Sres. Buendía y familia. Alicia, la hija menor, una caprichosa rubita todavía en la adolescencia, y expulsada  de dos colegios de la capital por puta, se fijó –para su desgracia- en esa chica morena de tan buenas maneras que andaba por ahí moviendo  tan graciosamente las caderas, y no se lo pensó dos veces y fue hacía ella.

- hola, ¿como te llamas?

Renata se sorprendió de que se dirigiera a ella la Sta. Alicia, tan guapa, con aquél vestidito blanco que tan bien le sentaba.

- Renata, Sta; me llamo Renata.

- yo me llamo Alicia.

- lo sé Sta. Vd. es la hermana de Dn. Luis, el novio.

- y tú ¿qué es lo que haces?

- cuido cerdos Sta. los llevo a la dehesa para que coman y se críen  gordos y fuertes , para que hagan buenos  jamones en la fabrica de su padre.

- ¿ y estás todo el día por el campo con los cerdos? ¿mañana domingo también ?

-  sí Sta. Alicia, para los pobres no hay domingos.

- ¿y donde estarás mañana?

Si Renata hubiera tenido un mínimo de sentido común, no hubiera revelado  jamás el lugar exacto donde se encontraría al día siguiente. La dehesa era demasiado grande para que la encontrase. Por la más elemental medida de prudencia, los de su clase no debían  mezclarse con los amos, pero no  fue eso lo que hizo.

- quería ir por la chopera Sta. Alicia. Hará calor y se estará bien bajo la sombra.

La chopera era precisamente uno de los sitios más escondidos, ya  que se encontraba lejos de la vereda, más transitada. Además, tenía hierba fresca donde tumbarse. Renata intuía que ese cuerpo tan tierno no la buscaba por tertuliar. - ¡quien sabe, igual le pagaba y todo como hacía su hermano! – pensó la muy estúpida.

Efectivamente, a media mañana una figura menuda se acercó por la senda. Renata la había olido. Alicia llevaba colonia y su fragancia era fácilmente perceptible por olfatos finos. Iba vestida con unos pantalones cortos blancos, (“shorts” se denominaban en las revistas de moda de su señora mamá ) y un gracioso jersey a rayas horizontales azules y blancas con escote redondo. ¡ qué daría Renata por tener cosas así ¡. La pastora estaba sentada con la espalda apoyada  en un chopo, abrazando sus piernas dobladas. Como era habitual no llevaba bragas. Alicia venía hacia ella de frente. Renata separó los muslos. La señorita se sentó a su lado.

- hola.

- hola Sta. Alicia.

- he venido. Hace calor eh?

- si señorita, bastante.

- ¿por eso no llevas bragas?

A Renata ese comentario le incomodó – Sta. Alicia, las bragas son para las personas mayores y para las ricas.

- ¿y qué hacen las pobres cuando les baja la regla?

- nos ponemos paños Sta. Alicia.

- a ver, enséñame como.

- no tengo ninguno aquí Sta. Alicia.

Y dicho esto el perfume a lavanda se mezcló con otro que Renata conocía bien.

- pues aunque no lo tengas, dime como lo haces.

Renata se levantó. Llevaba el traje de siempre, azul claro sin mangas abotonado de arriba abajo. Estaba lavado  por si acaso. Se lo liberó  de los ojales. Su cuerpo desnudo quedó al descubierto.  

- mire Sta. Alicia, se hace...

No la dejó terminar. La jovencita comenzó a reír.

- tienes el coño muy peludo.

Renata empezó a mosquearse. -¿quiere que se lo explique  o no?

- no hace falta. Nunca he visto un coño tan peludo ¿sabes?

- perdone que se lo diga Sta. Alicia... ¿Vd. ha visto muchos coños?

- algunos... – y sonrió pícaramente. -¿ y tú ?

Renata se lo devolvió – de señoritas como Vd. ninguno –

- ¿te gustaría ver el mío?

Los efluvios de la vagina de Alicia eran tan evidentes que Renata no tuvo ningún reparo en contestar con un – si Vd. lo tiene a bien...

Alicia e levantó, se desabrochó el pantaloncito, se lo bajó, desprendiéndose de él, se bajó las bragas hasta el suelo, se sentó de nuevo y se abrió de piernas descaradamente.

- pues agáchate y míralo.

  Renata, todavía con el vestido se arrodilló entre sus pies. Estaba muy excitada  viendo ese pubis tan rubio y angelical que escondía una sonrosada vulva, pero que, dado el comportamiento de su propietaria, sin duda estaba muy explotado . Al acercarse más vio que el virgo había desaparecido . Esta niña rica era más puta que las gallinas.

- ¿te gustaría comérmelo ?

Alicia despedía tales  aromas que la delataban que no era nada arriesgado para Renata contestar.

– si Vd. quiere lo haría con mucho gusto.

- pero no esperes  que yo te lo coma a ti porque el tuyo seguro que está  sucio y huele  mal.

 Renata no hizo caso de ese cruel comentario, se apoyó en los codos y con sus manos agarró sus nalgas, hundiendo  su boca en la rajita sonrosada, semioculta  tras esos rizos rubios. Entró indirectamente hacia el clítoris, de abajo a arriba desde la encharcada vagina. Cuando puso la punta de la lengua entre el final de los labios y lo rozó, una convulsión sacudió levemente a la rubita, que pasó a moverse violentamente, a jadear y gritar, al compás del  movimiento de la hábil lengua de Renata cuando se paseaba por su coño. A esta le pareció igualita que las cerdas hembras de la piara cuando las montan. Cuando Alicia explotó lo hizo tan furiosamente que cogió de los pelos la cabeza de Renata, apartándola de su coño, mientras bramaba. Cuando dejó de correrse quedó rota en el suelo, con espasmos cada vez más débiles, hasta que paró.

- más... musitaba, -más ...

Renata se vengó , se dio la vuelta, se poso en horcajadas sobre su cabeza de Alicia hundiéndole su coño en su cara,  y se lanzó como una fiera de nuevo al ataque, mordiendo y chupando el rubio pubis y la entrepierna. Alicia dio un chillido, se resistió, pero acabó sorbiendo a su vez todo lo que Renata tenía en sus entrañas. Las dos chicas acabaron exhaustas, tiradas como pingajos en la hierba, hartas de sexo.

Esos encuentros se repitieron con frecuencia durante todo el mes de septiembre. Intentaban hacerlo siempre después de comer en que todos los de la casa de los Sres. caían bajo el sopor de la siesta. en cuanto podía, Alicia se levantaba y a escondidas salía al encuentro de Renata, casi siempre en la chopera. Pero un día Alicia acudió más tarde de lo habitual. Dijo que tenía cada vez más problemas para acudir porque pensaba que la vigilaban. Como siempre se desnudaron y enzarzaron como alimañas. Renata estaba esta vez debajo con su nariz hundida en el ano y lamiendo coño. No pudo olerlo y oírlo hasta que fue demasiado tarde: un jinete se aproximaba al paso.

- Alicia, tu hermano, escóndete.

La adolescente se levantó como un resorte y se escondió tras unas matas. Renata se puso el vestido er intentó disimular mientras el señorito bajó del caballo. Llevaba una fusta en su mano. Renata no se alarmó porque era habitual en él. Inicialmente pensó que venía a echar un polvo y le sonrió. Cuando llegó a su altura le arreó un fustazo a la cara.

- ¡puta tortillera! ¿donde está  mi hermana? Responde.

Y le dio otro trallazo en su hombro. Renata, con la cara marcada por el golpe anterior  suplicó:  

- señorito, no me pegue, por lo que más quiera no me pegue más. yo no sé nada. por favor, no me pegue.

 Como respuesta le dio otro tremendo vergazo al brazo.

- ¿ no sabes nada? ¿y eso? – dijo señalando a las ropas de Alicia tiradas en el suelo.

- ¡puta! – y le dio con la fusta otra vez. - ¡dime donde está  o te muelo a golpes!- y le volvió a azotar.  

Renata estaba hecha un ovillo para protegerse. Suplicaba: 

- Por favor, por favor señorito, no me pegue, no me pegue... está  ahí detrás.

Alicia salió del matorral donde estaba escondida, con cara de miedo. Conocía a su hermano muy bien.

- Alicia vístete... ¡enseguida! ... y tira para casa...

La adolescente se vistió lo más deprisa que  pudo y salió corriendo. El señorito se volvió hacia Renata que permanecía tirada en el suelo.  

– y tú... ¡desnúdate!  

Renata, balbuceando solo acertó a decir – no, no... no por favor... tenga piedad-

- ¿piedad? ¿piedad puta tortillera? ¿aprovechándote de una niña? ¡desnúdate he dicho... o te arranco tus sucio harapos y los quemo... venga!

Renata se quitó su único vestido y lo dejó en el suelo. se tapaba el regazo púdicamente a pesar de que el muchacho que tenía delante se la había follado innumerables veces hasta que dejó de ser una niña. Ese muchacho fue hacia ella y le dio un violento fustazo que la arrojó de nuevo a tierra.

- ¡puta! –  

Zasssss...

- ¡más que puta!

zassss, zassss...  

- noooo, no me pegue...  

- ¡óyeme bien!

Zassss, zassss...

- no... más nooooo

- la próxima vez que te vea con mi hermana ¡te mato!

Zassss, zassss, zassss....

- ¡te mato! ¿entiendes? ¡te mato!

Y a continuación asestó una docena de latigazos más sobre la pobre Renata, con el cuerpo cosido a marcas rojas. Sudoroso por el esfuerzo, paró de azotarla, se dio la vuelta, subió al caballo  y salió al trote, dejando a Renata hecha una piltrafa que lloraba y lloraba.

Alicia corría hacia la hacienda todo lo que sus piernas daban de sí. tenía que llegar cuanto antes y buscar a su papá antes de que lo hiciera su madre o su hermano, su madre siempre fue muy dura con ella, no dudaba en azoatrla con su zapatilla primero y con la correa después, cada vez que la niña hacía cosas que según su madre no eran propias de las de su clase, innumerables palizas no habína cambiado la rebeldía de Alicia, solo su padre la protegía. Cuando los blancos muros de la casa ya estaban a la vista oyó el ruido de los cascos y apretó todavía más la carrera. Se acercaba. Quiso correr más y más. El golpe la tiró de morros sobre el camino. La espalda le ardió. Y gritó. La fina camisa de lino se había desgarrado por el trallazo de la fusta y la hebilla del pequeño sostén se le había clavado en la piel. Se levantó y echó de nuevo a correr gritando. Su hermano se limitó a seguirla al paso con la fusta a punto. Alicia traspasó la puerta a toda velocidad.  

– ¡papá... papá! -      

Pero su papá no estaba. en esos momentos recorría con su land rover la parte norte de su inmensa finca de 10.000 hectáreas.  

Alicia estaba sola.

Su hermano la agarró del pelo y la arrastró hacia los establos. Echó a todo el mundo y ató a su hermana. Fue a buscar a su madre.  

La espera a Alicia se le hizo angustiosa. Temía a José, su hermano, pero más todavía a su madre.

A los pocos minutos aparecieron los dos.  

- No podías caer más bajo. Retozando con una porquera. ¡que vergüenza! ¿como has podido hacer una cosa así?puta, puta más que puta!! ¡responde!.No menos de seis bofetadas le cayeron a la pobre joven de su madre mientras la abroncaba

- mamá... por favor... buaaaaa buaaaa...lo siento... no volveré a hacerlo, perdóname...

- ¿cuantas veces te he oído decir eso? ¿cuantas veces me has prometido que no fornicarías más? ¿cuantas veces?

- mamá, ahora es en serio... te lo juro... no vol...

No pudo terminar la frase. Su madre le dio una última bofetada más dura aun que las anteriores que la tiró al suelo.  

– no jures ¡blasfema! José, ¡azótala!. Pero bien azotada.

- no mamá... no... noooooo.

 Alicia tenía ambas muñecas atadas a una anilla en un pilar la altura de la cintura. Su hermano le arrancó la camisa. Su espalda sangraba por la herida del cierre del sujetador. De un tirón le bajó la falda y las bragas. Fue a buscar una fusta más larga y azotó a su hermana con toda su rabia al ver su clase ultrajada... ¡por una miserable pastora de cerdos!

Alicia quedó en el suelo de baldosas de barro enganchada a la argolla. Sus gritos habían resonado por toda la inmensa mansión. ahora yacía hecha un pingajo, con su torso surcado de verdugones sangrantes. Su madre que había contemplado impasible el castigo le dijo.

- estarás encerrada en el sótano hasta que vayamos a Burbáguena, donde ya llevarías varios años de no ser por tu padre.

Y se volvió a casa.

José le quitó la cuerda.

-vístete.

Alicia, a duras penas se recolocó el sujetador y se subió las bragas y la falda. Su hermano la sujetó del brazo y la condujo a una habitación al sótano. La lanzó sobre unos sacos. Cerró la puerta. Le arrancó las ropas dejándola desnuda de cintura para abajo. Se bajó los pantalones y los calzoncillos y agarró a la inerte Alicia por las ancas.

- ahora aprenderás.

 La arrodilló sobre los sacos. Le abrió los muslos. Alicia no respondía. La sujetó con su brazo izquierdo y con su mano libre se ayudó para poner la cabeza de su empalmada tranca en la entrada del ano. Hicieron falta tres intentos para introducirla, por lo estrecho de su esfínter; cuando estuvo dentro dio un empellón brutal. El grito fue desgarrador. Nadie podía oírla. Pero solo había entrado un par de centímetros. Volvió a empujar, una... otra vez. Alicia aullaba de dolor. Por fin se la clavó entera. Con el esfínter roto empezó a sangrar. José notó un liqid caliente en su polla pero siguió dando embestidas agarrando a su hermana de las caderas... hasta que le vino el gusto. Cuando sacó su verga del culo de Alicia brotó de su ano abierto un líquido espeso y rosado. La arrojó violentamente sobre los sacos. Se limpió con un pañuelo, lo tiró al suelo, se vistió y se fue, cerrando con sabe y dejando a Alicia sumida en la oscuridad.

Cuatro días después, Dª Ana Ruiz de Buendía hablaba en su despacho con Sor Angustias, madre superiora del colegio de la Virgen del Castigo,  en Burbáguena, provincia de Teruel.

- Sra. de Buendía, ¿está  Vd. segura de que desea ese tratamiento para su hija?

- sí madre. Ya conoce Vd. por mi carta cual ha sido su comportamiento desde que cumplió los diez años. Hace tiempo que deberíamos haberla traído pero mi marido siempre se opuso.

- hasta hoy.

- sí, su última acción le convenció de que era necesario.

- ¿sabe Vd. que si le aplicamos La disciplina máxima pueden quedar huellas, verdad?

- no serán muchas más de las que ya tiene, se lo aseguro.

- está  bien. ¿trae firmados los papeles por su marido, verdad?

- si madre, aquí los tiene. Mi hija espera fuera. Debo irme enseguida. Para Navidad vendré a por ella.

Y salió sola del despacho. Alicia esperaba en la antesala sentada, acompañada por una monja. Su madre pasó por delante de ella sin dirigirle ni una mirada. La adolescente fue conducida a presentarse ante Sor Angustias. Ni se imaginaba lo bien que lo iba a pasar en los próximos tres meses.

 

 Renata llevaba horas tirada sobre la hierba. No había comido y se encontraba fatal. Su cuerpo estaba muy magullado y dolorido y apenas podía levantarse, pero era muy tarde los cerdos tenían que volver a la porquera. Como pudo se incorporó y vistió, comió algo y se fue a reunir a la piara. A duras penas llegó a su barriada, dejó a los puercos y se fue a casa. Su padre no estaba, su madre sí; le dijo.

- madre, estoy muy cansada y no tengo hambre. Me voy a dormir.

- ¿no te lavas hoy?

Renata era una fanática  de la limpieza corporal. Todos los días, invierno o verano, sacaba del pozo pozales  de agua helada y se los tiraba sobre su cuerpo; al fin y al cabo era gratis, y después se rascaba con piedra  pómez. Pero ese día se encontraba tan mal que no tuvo fuerzas para hacerlo.

- no madre, no me encuentro bien.                           

Los siguientes días evitó  la chopera, buscando sitios más apartados y discretos. Lo hacía más por no acordarse del amo y de la paliza que le dio que por temor.

 Estaba equivocada. Un día divisó a lo lejos tres jinetes. Instintivamente echó a correr. Venían a por ella. Renata volaba como una gacela, sin saber exactamente hacia donde, pero sabía que tenía que huir de aquellos hombres. Su esfuerzo  fue en vano. La cazaron laceándola , la arrastraron por los suelos hasta un encinar. Buscaron un árbol con una rama adecuada para sus fines. La llevaron hasta allí a trompicones. Renata no paraba de pedir clemencia. Le desgarraron  las ropas. los dos trabajadores la sujetaron. Renata braceaba pero no podía hacer nada. Uno la doblaba agarrándola  fuertemente de su nuca, mientras que con la otra mano separaba uno de sus muslos. Otro tiraba del otro y sujetaba su pierna. El señorito se bajó los pantalones, buscó con su polla su ano y la taladró  sin miramientos. Renata nunca había consentido que la follaran por ahí. Era el precio que había que pagar para que se dejara hacer, pero ahora no había nada  que pagar. Sus gritos sonaban por toda la dehesa pero aunque alguien  los hubiera  oído nadie habría hecho nada. cuando el señorito Dn. José se corrió, uno de sus ayudantes tomó su lugar. Por lo visto no tuvo ningún miramiento en meter su verga en un recto lleno de esperma de su señor. El tercero no fue menos. Con su culo deformado y grotescamente abierto, Renata fue atada por los brazos de un tronco horizontal. Crucificada. Sus piernas colgaban. Pataleó  al principio, pero el hacerlo la ahogaba. Pronto se le acabaron las fuerzas para patear más. jadeando por el esfuerzo vio que uno de sus captores venía desde uno de los caballos con algo enrollado. Se puso frente a ella moviéndose como buscando la distancia. Lo desplegó. Era un látigo, largo, un horrible látigo. Cerró los ojos y rezó. Pensaba que iba a morir. El chasquido sonó y la quemazón  la hirió  bajo sus pechos. Un alarido  salió de lo más profundo de su garganta. Otro. El látigo restallaba justo sobre su piel, quemándola  y desgarrándola . Más de veinte latigazos surcaron su cuerpo, desde sus muslos hasta su mejilla izquierda. Cuando la desataron ya no podía respirar. La dejaron tirada en el pedregoso suelo. el señorito cuando se marchaba le dijo:

- Si te vuelvo a ver por aquí no tendrás tanta suerte, puta.

No habían pronunciado  palabra hasta entonces. salieron al galope mientras Renata daba gracias a dios por seguir viva.