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La pérfida institución (7)

en Amor filial

Capítulo 12

 

Paula Aguado se masturbó en la noche de su tercer dia en la picota. Las horas pasaban muy lentamente en aquél cuarto con escasa luz. Estaban solas, ella y su dolor. Y el sabor de la traición en la boca. Quería desaparecer. Morirse. Ni siquiera tenía algo que añorar. Su familia le había dado la espalda y su última esperanza, la directora, la había traicionado. Sólo la muerte la podía liberar de aquél infierno. Realmente, tampoco tenía prisa por salir de aquél lugar. Era una manera de desaparecer para el mundo. En cierta medida, aquél encierro era protector. Le aislaba de la inseguridad y las crueldades de allá afuera. En la picota, al menos podría reflexionar, pensar…y lamerse las heridas.

Los dedos le proporcionaron placer fugaz. Le hicieron revivir aquél momento de sorpresa, con sus bajos asaltados por la furtiva acción de la firme mano de la Señorita Michavila. Calculaba que pronto la sacarían de allí, pero después….qué?

 

La familia Aguado vivía en ausencia de su madre. Había muerto prematuramente. La figura materna la encarnó Isabel, con la aprobación del padre, un hombre de negocios muy ocupado que viajaba mucho y que por tanto tenía largas ausencias durante el año del hogar familiar. Isabel era diez años mayor que Paula. Era esbelta, fuerte y enérgica. En su papel de madre, había conquistado incluso el derecho de infringir castigos a su hermana menor. Las azotainas de Isabel eran algo terrible por arbitrario e inopinado. A veces, no mediaba explicación. A veces, la acusación era falsa. Otras veces, el motivo era de lo más retorcido. Isabel sentía un enorme placer en azotar a su hermana, y Paula lo había comprendido. Y eso convertía, a ojos de Paula, a Isabel en un ser temible al que había que evitar. No era una protección, sino un peligro para ella.

Cuántas veces, se había visto sorpresivamente asida de los cabellos o de la ropa y arrastrada hacia el salón, lugar preferido de Isabel para infringirle los castigos. Muchas veces esos castigos eran presenciados por el padre, que los contemplaba con satisfacción. Incluso le daba instrucciones. “Pero agárrala bien!” “pégale más fuerte!” “da igual que chille y que se revuelva, tú no la dejes ir!” o reconvenía la actitud de Paula “Paulita, no te revuelvas que es por tu bien” “Paulita, como te pegue yo, va a ser peor, así que no chilles tanto”. E Isabel, con un rictus severo, le infringía firme el castigo. Le gustaba demostrar su fuerza. Le pegaba rítmicamente mientras Paula gritaba e imploraba por su libertad. Si intentaba desasirse, ella tiraba y apretaba más fuerte y seguía con el castigo.

 Uno de aquellos días en los que estaban las hermanas solas, después de una buena paliza Isabel se sentía como frustrada, no tenía bastante con azotar a su hermana menor, necesitaba algo más, no soportaba que aquella adolescente fuera mejor que ella, la veía más bonita y sobre todo más buena que ella y eso no le parecía insoportable. Tenía a su hermana a sus pies, derrengada después de haberle dado una paliza con la zapatilla de padre y muy señor mío, para Isabel la zapatilla era un objeto de placer, era un auténtico fetiche, de muy niña recordaba los zapatillazos de su madre, y cuando esta murió los de su tía, era la hermana de su padre y se mudó con ellos un año a su casa para ayudar a la familia, en ese año Isabel supo lo que era la disciplina , su tía no se andaba con tonterías a la hora de educar a sus sobrinas, sobre todo a la mayor, y en aquella casa mandaba la zapatilla sin lugar a dudas. A Isabel acabaron gustándole aquellos zapatillazos que le propinaba su tía, y terminó buscando las zapatillas de su tía cuando ésta no estaba para olerlas, para calzárselas y para incluso azotarse con ellas, uno de aquellos días, su tía había salido a comprar y se quedó a solas con su hermana Paula, entonces se calzó las zapatillas de su tía, se las puso en chancla, como solía llevarlas y ellas, y empezó a regañarle a su hermana como su tía hacía con ella, aquello la excitaba muchísimo, no tardó en quitarse la zapatilla dando una patadita al igual que había visto decenas de veces a su tía , y empezó a imitar su voz amenazando a su pobre hermana que no entendía nada, entonces agarró la zapatilla del suelo y le dio a su pobre hermanita un par de zapatillazos en el culo que hicieron que la pobre Paula empezara a berrear, Isabel se sentía en el séptimo cielo, pero aquella escena la interrumpió el vozarrón de su tía.

-¿Se puede saber que está pasando aquí?

-Ho…hola tía, no sabía que estaba ya aquí.

-He preguntado que qué está pasando aquí Isabel!!!

-Mi hermana es que se ha portado muy mal y…

-Y que haces con mis zapatillas puestas? No te estarás riendo me mí?

-No no tía se lo juro, de verdad que no.

-Quítate las zapatillas ahora mismo!!!!

-Si tía lo siento muchísimo.

-¿Lo sientes? Ahora sí que lo vas a sentir, te voy a quitar las ganas de tonterías yo a ti PLASSSSSS PLASSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSS… y quitándole una de las zapatillas de las manos empezó a darle una de sus memorables palizas a base de zapatillazos, la tunda duró al menos diez largos minutos, Isabel berreaba y su hermana Paula asistía complacida y sonriente al espectáculo que contemplaba, aquella sonrisa la iba a iba a pagar muy cara los siguientes años.

Ahora volvamos donde nos habíamos quedado que era en el salón de la casa, Paula llorosa y dolorida en el suelo a los pies de su hermana que estaba sentada en el sofá, con una de sus zapatillas en la mano después de haber castigado a su hermanita, pero decíamos que Isabel ese día estaba alterada, no tenía bastante con azotar a su hermana quería más, quería humillarla, necesitaba hacerle sentir quien mandaba en aquella casa, entonces de repente le dijo:

 -Bésala

-¿Qué?

-Ya lo has oído, besa la zapatilla.

-Isabel por favor.

-PLASSSSSSSSSSSSSSS, un zapatillazo cruzó la cara de Paula. Bésala te he dicho!!!!!

Con renovadas lágrimas en los ojos la pobre chica acercó temblorosa su cara a la zapatilla que su hermana tenía junto al muslo, y empezó a besarla, era una zapatilla de felpa, de cuadros grises y marrones con una suela de goma amarilla, aquellas zapatillas habían sido de su tía y las había heredado Isabel, con ellas había recibido números castigos, incluido el que antes se contó, Isabel empezó a mover la zapatilla a su antojo mientras su hermana la seguía con su boca como si fuera una perrita, le ponía el empeine y besaba el empeine, le ponía la suela y besaba la suela…

 Continuará…