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La Señora 3

en Dominación

 Carmen solía frecuentar lo que se conocía como el "segarefugio", o también "refugio anti-bestias". Era una salita sin ventanas con una máquina de café segafredo y un par de mesas con sillas. El café en todas sus variantes que se ofrecía era de notable alto. Ella prefería estar sola pero no podía evitar coincidir con otros profesores. Esa mañana se topó con dos mujeres nuevas.

 — hola.

 — hola. Carmen puso la moneda y sacó su primer capuchino del día. Cuando fue a sentarse en la mesa libre, la que parecía más joven la invitó a sentarse con ellas. No quería hacer un desaire así que lo hizo.

 — sois nuevas no?

 — si. Nos hemos incorporado hoy. Venimos de Cantabria. Yo soy Elsa y esta es mi hermana Ana, pero yo la llamo Annie.

 — yo soy Carmen. Encantada. Hermanas, vaya.

 — y mellizas. Nos parecemos, no? La verdad es que tenían la misma cara, los mismos ojos y el mismo color de cabello, pero Elsa era más delgada y su hermana era más bien generosa de carnes. A Carmen le resultaron atractivas cada una en su estilo.

 — tú también eres del norte verdad? Y juraría que soltera.

 

  La que hizo la pregunta era Annie. Cuando iba a contestar observó como la miraba. La estaba desnudando literalmente. Eso la sorprendió, pero no la disgustó.

 — si, soy asturiana, y no me he casado. Como lo has adivinado?

 — huelo a las mujeres vírgenes, y si son del norte más. Me he criado con demasiadas. Se creó un momento tenso. Elsa salió al quite.

 — no le hagas caso. Mi hermana es así de clara hablando. Todavía se acuerda de su época de Abadesa.

 — no pasa nada.

 Annie guardó silencio pero siguió mirando a Carmen de forma casi descarada. Esta comenzó a sentirse incómoda. Se tomó su capuchino y se levantó.

 — perdonad, pero tengo que ir a la biblioteca. Ya nos veremos.

 Cuando Carmen tomó el autobús ya eran casi las nueve y media. Como siempre, la directora la obligaba a hacer tareas suplementarias al finalizar la jornada. Y, oh sorpresa, el único asiento libre estaba al lado de Annie.

 — qué tarde sales. No acabas a las ocho?

 — si, pero siempre quedan asuntos pendientes. Carmen no quiso involucrar a la directora. Intentó guardar silencio. Había algo en esa chica que no le cuadraba. Tendría unos treinta como mucho. Siendo tan joven, como podía ser Abadesa?

 — seguro que te preguntas cómo pude tener ese cargo con menos de cincuenta, verdad?

 Carmen enrojeció, como si le hubieran leído el pensamiento. Eso la despertó. Como era posible que una mujer como ella, con toda su experiencia y vivencias se sintiera cohibida por esa mirona.

 — solo se me ocurre una cosa. Influencias. Y qué te pasó, tuviste una crisis de fe?

 — cerraron la congregación. El nuevo destino no nos gustaba ni a Elsa ni a mí, así que hablé con alguien y recalamos aquí.

 — ¿así que tú hermana también es monja?

 — Ella es algo más que eso. Elsa es mi esclava. A partir de ese momento, Annie no volvió a abrir la boca. Carmen había quedado impactada por esa revelación tan a destiempo. En su azarosa vida, la palabra esclavitud estaba ligada a culpa y castigo. Ella misma, de alguna forma, había sido una esclava de su padre. Lo que no llegaba su mente a comprender es que Agustina, o antes Ludivina, también podían ser consideradas de esa forma. Permanecieron en silencio hasta que llegó el bus a Arapiles. Sin despedirse Carmen se levantó a esperar a su parada. Si se hubiera dado la vuelta se habría asustado por la infinita lascivia con que Annie la miraba.

 Al día siguiente Carmen no pudo parar hasta pasadas las doce. Sin su café al llegar al centro no era nadie. Cuando tuvo unos minutos libres fue directa al segarefugio. Allí estaba Elsa, esta vez sola.

 — hola

 — hola Elsa. La curiosidad pudo más que las ganas de estar sola y se sentó a su lado. La locuaz muchacha empezó. — me ha dicho Annie que volvisteis juntas ayer.

 — si. La conversación fue corta pero interesante.

 — eso me dijo. Te extrañaste mucho, verdad?

 — pocas cosas me producen asombro a estas alturas de mi vida.

 — has conocido a esclavas, verdad?

 Carmen recordó la visita a Guadalupe, cuando conoció a la novicia Cruz. No pudo menos que relacionarla con ella.

 — si, he conocido alguna.

 — tuya?

 — no, pero la usé.

 — te gustaría usarme a mi?

 — y qué diría tu hermana?

 — tendrías que negociarlo con ella.

 Desde el primer momento Elsa le había gustado, pero después del viajecito en bus, Annie la había estado atormentando toda la noche. La llegada de dos profesores  pusieron fin a la conversación. Carmen bebió su cortado y se levantó.

 — ¿hablarás con Annie?

 — quizás.

 Lo que no podía imaginar Elsa era en qué términos iba a negociar.

 De nuevo Carmen terminó tardísimo. La directora hizo su aparición a última hora le hizo salir de clase.

  — quiero que castigues duramente a María Bañez.

  — porqué si puede saberse. Su comportamiento es de los mejores de la clase.

 — no tengo porqué darte explicaciones. Este centro es algo más que tu aula.

 María era una niña rubia alta y espigada, con grandes pechos y un culito redondo y respingón. Un cromo. Apenas se hacía oír. Su núcleo de amistades se reducía a dos muchachos con síndrome de Dawn que la seguían a todas partes. Carmen la citó en el despacho de profesores.

 — siéntate.

 Estaba temblando. Sabía lo que le esperaba.

 — cuéntame qué ha pasado. Dudó un buen rato antes de contestar.

 — es que... no me dejé.

 — no te dejaste qué? María se revolvía en la silla. Estaba muy nerviosa.

 — tocar.

 Carmen se lo imaginaba y no le hizo falta preguntar por quien. Era público y notorio que la secretaria personal de la directora perseguía con escaso disimulo a las adolescentes más atractivas. Estaba cansada y tomó una decisión.

 — María, puedes irte. No voy a castigarte. La joven salió balbuceando un "gracias" casi inaudible. Carmen recogió sus cosas y salió de allí lo más deprisa que pudo. Estaba cansada y lo ultimo que deseaba era una discusión. Mañana sería otro día.

 

  Tuvo suerte y pudo llegar al autobús a tiempo. Iba casi vacío. Allí estaba Annie. Sus miradas se cruzaron. A pesar de que no observó por su parte ningún gesto o invitación, Carmen se sentó a su lado. Fue directa al tema.

 — dime qué tengo que hacer para que me cedas a Elsa. Ana sonrió.

 — lo sabes de sobra. — Muy bien. Solo una cosa.

 — no Carmen. Sin condiciones. No me gustan las cosas a medias... y a ti tampoco. Una intensa y brutal oleada de obsceno deseo la inundó. Nunca jamás se había sentido tan perra, ni siquiera aquella vez que iba a castigar a su sobrina con total complicidad, y ella, por primera, vez se desnudó y se tendió sobre sus muslos boca arriba, ofreciéndose a su zapatilla. Por una asociación de ideas cayó en una ensoñacion contemplando los incipientes pechos amoratados, el tierno vientre y los rubios vellos púbicos mojados en un mar de carne enrojecida por los duros zapatillazos. Despertó de su ensimismamiento al roce en su rodilla de la mano de Ana.

 — despierta.

 — ah, perdona. Oye, no voy a poner condiciones. Solo quería preguntarte que hago con Elsa.

 — no tienes que hacer nada. Ella solo cumplirá tus órdenes. Carmen quedó más tranquila. No es que le importara introducir a Elsa con su rol, es que deseaba toda la atención de Ana. Había reflexionado mucho desde las últimas ocasiones en que su sobrina era objeto de sus crueles castigos, cada vez más extremos, y que ella aceptaba con agrado, más que con resignación. Su salida de la casa rumbo a Inglaterra, poco antes de derrumbarse su mundo, había sido para ella una liberación. Y es que, jubilada Pura, y rotas todas sus creencias religiosas, sentía la necesidad de ser usada. Si, usada, pero sin límites ni condiciones ni remilgos. Y desde que entró en el cuartucho del café y vio a Ana, supo que ella era su destino final.

 — qué estabas pensando antes?

 — en mi sobrina Maribel.

 — gozabas con ella verdad?

 — si, la envidiaba tanto que dejó de interesarme. Ana sonrió.

 — conmigo eso no sucederá.

 — entonces…

 — Elsa pasará un fin de semana a solas contigo, y más adelante serás tú la que lo pases conmigo.

  Mientras subían las escaleras del edificio de doña Carmen no se dirigieron la palabra, pero a Elsa se la veía muy nerviosa, nunca se había separado de su hermana, y menos aún durante tanto tiempo, de hecho Elsa se negó en el último momento a aceptar el trato, lo que le valió una severa azotaina por parte de su hermana y Ama.

 Continuará...