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La pérfida institución (iii)

en Dominación

Capítulo 6

 

Vanessa no tuvo un sueño plácido. Se repetía en su subconsciente y luego en su recuerdo ese momento, aplastada, cabalgada, mordida por aquella fuerza brutal. Aquél recuerdo, intercalado con el del castigo de la Señorita Michavila, y con los zapatillazos de la madre. En sus primeros años de vida, la madre la recostaba sobre su regazo y le golpeaba el trasero con su zapatilla. No era igual recibir zapatillazos de zapatillas con la suela dura, que recibirlos de zapatillas con suela flexible. Las suelas duras daban golpes más secos, pero las suelas flexibles de goma, daban unos trallazos memorables. El dolor mezclado con el escozor quemaban las nalgas. Durante el suplicio, la angustia era enorme. El sufrimiento físico y la pérdida de la dignidad provocaban una indefensión atroz. El sentimiento de insignificancia era infinito después. Cuando fue un poquito mayor, ya no se dejaba recostar y la lluvia de zapatillazos era “amortiguada” inútilmente por pies y piernas. La resistencia era vana, pues cayeran donde cayeran los golpes de zapatilla, hacían igualmente daño.

Aquella mujer alta, morena, delgada, de pelo negro y lacio en media melena, ojos negros, hermosa sonrisa, casi siempre ataviada con elegantes ropas, a destacar sus hermosas batas en casa y sus abrigos en la calle (estos dos tipos de prenda especialmente recordados por Vanessa) era capaz de hacer sufrir, aunque fue también en su día su primer y preferido juguete. Sus primeros y vagos recuerdos eran jugando a caballito en aquellas pernas largas y delgadas. Bien montada a horcajadas sobre las rodillas de mamá, cabalgando rítmicamente (era su modalidad favorita, se sentía reina del mundo subida allí arriba) como colgada de un pie. Aún se recordaba casi bebé, invitada a subirse a las piernas de mamá, o cogida fortuitamente en medio de una rabieta para que su juego favorito mitigara sus penas. Ese recuerdo comenzó a intercalarse con el tiempo también. Sin duda las mujeres tenían el poder de infringir miedo y dolor, y, al mismo tiempo, ternura y placer. Porqué este pensamiento? Algo se estaba revolucionando en la mente de Vanessa.

Nunca había sentido por un hombre especial atracción, quizá un cariño especial hacia el padre. Tampoco se podría decirque hubiese tenido miedo de ninguno, exceptuando a ese extraño personaje (pero realmente irrelevante en su vida) del capellán del Colegio Meola. Sin duda, estaba llegando a una conclusión que, probablemente, si la compartiese con la pobre Alba, esta ni por asomo la entendería. Efectivamente, las mujeres tienen la fuerza y la ternura. Y los hombres...los hombres eran un estorbo necesario para poder reproducirse.

Las piernas de mamá eran largas, duras, suaves. Su voz, muy dulce. Sus ojos y su cabello, negros. Su sonrisa, radiante. Sus manos, finísimas y firmes. Su rostro, bellísimo. Era una mujer tan hermosa...tenía formación musical, tocaba el piano. Era alta, delgada y elegante hasta en bata. Pero era severa. Su zapatilla impartía justicia de una manera implacable.

Todavía permanecía viva en el recuerdo aquella primera paliza a base de zapatillazos. Cuando por primera vez se había rebelado al suplicio de los zapatillazos en el trasero. Aquellos zapatillazos rítmicos, que tanto le hacían escocer el culo,  y que tanto le hacían doler el alma y el orgullo. Allí, atrapada en el regazo de mamá, ese lugar que otrora fue su lugar de juegos y ahora su lugar de tormento, sentía una enorme angustia y una inmensa rabia ante la humillación del suplicio.

Aquella tarde Vanessa había roto una lámpara de mesa  muy valiosa para su madre. Era un recuerdo de familia. Vanessa rogó y rogó a la criada que no le denunciase el desaguisado a mamá.Su madre montó en cólera. La persiguió por el salón, por el jardín, y finalmente logró capturarla,  agarrándola de sus rubios cabellos. El momento de la captura fue un aluvión de gritos y sollozos. La madre, la arrastró de los pelos hacia la casa, entre las protestas y los ruegos de Vanessa. Una vez en el salón, la madre se despojó de la zapatilla derecha y empezó a descargar fuertes golpes sobre Vanessa, que yacía encogida en el suelo. Su llanto y sus chillidos, sus ruegos lastimeros llamaron la atención del servicio y de su padre. Entre el Señor Begaglia y el mayordomo, Jorge, detuvieron a la madre en su cada vez más frenética tormenta de golpes. Era increíble; aquella mujer elegante, que hasta impartiendo castigos siempre guardaba aquella compostura, aquél aplomo...parecía enloquecida.

La anécdota del jarrón marcó el punto de inflexión, una nueva etapa en las experiencias de azotes de Vanessa. A partir de entonces, aquellas fatídicas llamadas con castigos ordenados y sistemáticos fueron dejando paso a las luchas y a las palizas.

La profunda relación entre Vanessa y su madre se acabó con la muerte de aquella en accidente de tráfico, lo que dejó en Vanessa un gran sentimiento de dolor y vacío. Su padre decidió poco tiempo después enviarla interna al colegio Meola.

 

Su ingreso en el colegio Meola le produjo una sensación de abandono y desamparo enorme al principio. Luego fue construyendo su propio caparazón. Se volvió independiente y con ideas propias. Odiaba a las profesoras, odiaba a la señorita Michavila. Odiaba a las empleadas de servicio, las consideraba monstruosas y despreciables. Y muy pocas compañeras podrían ser consideradas como amigas. Todas vivían atemorizadas por el estado de terror impuesto en el colegio. Pero nadie se revelaba. Y con nadie podía contar  para que fuese confidente de sus planes de fuga, de sus ansias de evasión. Todas habían interiorizado que su destino era permanecer en aquel lugar indefinidamente, hasta que sus familias lo decidieran.

Y mientras así fuese, habría que resignarse a ser objeto de abusos y arbitrariedades, siempre que a alguna de esas carceleras se le antojase? Ella se negaba. La Vanessa fugitiva crecía a cada agresión recibida y con cada tentativa fallida.

 

Lourdes Ferreira codiciaba el cuerpo de Mari Nieves. Le gustaba su porte potente, su carácter dominante...le gustaba pensar en ella como un animal de presa, agarrando, llevándose, inmovilizando a niñas mucho más débiles que ella. Hasta una alta y esbelta muchacha de 18 años podría ser llevada por delante por Mari Nieves, como si fuese un conejillo indefenso atrapado por un lobo. Pensaba que ella podría cabalgar a aquella potente bestia, a aquél diamante en bruto. Se imaginaba triunfante culminando ese deseado cuerpo, devorándolo. También le gustaba imaginarse como una asustada niña de primaria conducida en volandas por la severa Mari Nieves. Se entremezclaban las fantasías en los sórdidos festivales de sudor, flujo y saliva de sus masturbaciones nocturnas.

Realmente Lourdes Ferreira había nacido para aquél trabajo. Le encantaba ejercer la autoridad. Y le gustaba aquél mundo sin hombres. Mari Nieves era su amor secreto y su objeto de deseo, por conquistar algún día. Aunque también le gustaban las niñas. La tentación de raptar una, siempre estaba ahí. Llevársela a la dependencia de servicio con cualquier engañifa...y allí empezar a sobarla. A morderla. A masturbarla entre sollozos y protestas. Qué delicia...

Lourdes Ferreira aborrecía a los hombres desde que Gregorio, su novio de juventud, se desentendió de ella. Anduvieron juntos durante dos años, hasta que a Gregorio lo llamaron a filas, algo que a él, un chaval simplón de aldea, le hizo mucha ilusión.  Iría a hacer la mili en la Marina, vería el mar por primera vez, conocería una ciudad que nunca antes había visto...todo un mundo por descubrir para él. Pero Lourdes sabía que además de todo eso, la mili suponía una amenaza para su noviazgo, ya que en la ciudad había también muchas mujeres más atractivas que ella, que además era de familia humilde y encima una paleta. No tardó mucho Gregorio en fijarse en otras chicas y confirmar así los temores de Lourdes. Un día, por las fiestas del pueblo, Gregorio apareció con una chica de la ciudad llamada Maribel y ella ni se molestó en pedirle explicaciones, aunque su hermano Andrés le dijo que no sabía cómo podía quedarse tan tranquila y que él se estaba aguantando las ganas de darle cuatro tortas delante de todo el mundo en el campo de la fiesta. Lourdes le contestó que no se manchara las manos con un infeliz como Gregorio, y que en realidad Gregorio no le gustaba lo más mínimo. Después de todo, le agradecía a la tal Maribel el haberle quitado de encima a ese burro, que por cierto, más le valdría quedarse en la Marina, porque lo que es para trabajar no valía ni como mula de carga. Para casarse con ese inútil, más valía quedarse soltera.

Por esos mismos días, Lourdes decidió que quería marcharse a la ciudad a ganarse la vida. Que aquella pequeña aldea del Norte era un mundo demasiado estrecho para ella. Un día septiembre hizo la maleta con unas pocas mudas de ropa y algún dinero que había ido ahorrando, y cogió el autobus hacia la capital de provincia. Una prima de Jenaro, el tendero, le dijo de trabajar para unos señores como criada para todo y a ella le pareció bien la idea.

La prima de Jenaro se llamaba Isabel y era alta, desgarbada y hombruna. También era cariñosa, casi maternal con Lourdes. Tenía cinco años más, y nunca se le había conocido novio. Pronto sabría Lourdes porqué. Una noche de fin de año, Isabel estaba muy bebida. Los señores estaban ya durmiendo. Isabel , muy llena de anís, empezó a llorar, a maldecir a su aldea. Le contó a Lourdes que había decidido marcharse cuando se enteró que Juan, un chico que vivía en una casa vecina a la suya, pastor de cabras, había dejado preñada a Paula la de Eugenia, la panadera y que se iba a casar con ella. No soportaba la presión de saber que un chico por el que siempre había bebido los vientos, le hubiera hecho un hijo a otra y que se fuera a casar con alguien que no era ella.

Juan nunca le había hecho caso, posiblemente nunca se habría enterado de que Isabel estaba loca por él. El zagal se aprovechaba de que sus amores eran codiciados por muchas chicas de la zona, así que ni tiempo tendría para saber que Isabel, que no tenía ningún interés para él, porque era una chica fea, bebía los vientos por él. Pero aquello fue una puñalada atroz para su corazón, que apartir de aquel momento pasaría a estar clausurado para los hombres.

Aquél relato enterneció a Lourdes, que en cierta manera no pudo evitar sentir cierta identificación con lo que le contaba aquella mujerona infeliz. Ambas tenían una historia de desencuentro total con los hombres. Las aspiraciones de cualquier chica en aquella sociedad, eran inalcanzables para ellas. Se vió envuelta en una lluvia de lágrimas rabiosas, besos, que pronto pasaron a mordiscos. Sabores agrios y salados acunaron el dolor de mujer rota de Isabel y Lourdes. Un mar de placer sucio y consolador, clandestino, bañó sus seres de una nueva dignidad.

 

Lourdes despertó a una nueva manera de ver el amor y el sexo. En los pechos de Isabel, en su pélbis, en sus piernas, en sus labios...había un oasis de placer redentor. El dolor ocasionado por los hombres y por la crueldad de la gente, se alejaba en aquellas incursiones al sexo clandestino en un cuartucho.

Le gustaban las palabras que Isabel le susurraba mientras se cabalgaban la una a la otra alternativamente, se besaban rabiosamente, se mesaban las melenas. Las caricias tiernas de Isabel, eran las que nunca Gregorio, bruto e idiota, pobre sombra de persona, nunca le había dado. Los besos eran proyectiles liberadores en aquella piel curtida por las lágrimas.

El clítoris de Lourdes se electrizaba de una manera antes nunca conocida, con el dedo y la lengua de Isabel. La libertad se llamaba Isabel. Pero un dia Isabel tuvo que marchar de nuevo a su aldea. Su padre había caido enfermo. Y  con aquella marcha, se había ido la mujer que había sido refugio en sus penas y antorcha en sus oscuridades.

Lourdes pasó algún tiempo más trabajando en casa de Don Honorato, pero pronto la echarían. Tenía demasiado carácter, y eso a la señora, Doña Mercedes, no le gustaba.

Pero Don Honorato era un buen hombre, y aunque accedió a darle gusto a su mujer echando a aquella chica de pueblo, no quiso dejarla en la calle. Habló con Don Telesforo Fandiño, un juez muy influyente que tenúia buenas relaciones con la Fundación Meola. Y pronto tuvo un nuevo trabajo, allá en aquella casa que servía como colegio de señoritas entre las montañas de la región de Burgonuevo de San Pedro.

Fue duro el primer invierno, pero pronto comprendió que el Colegio Meola era un buen sitio en el que trabajar. Sobre todo desde que le nombraron jefa de las empleadas de servicio. Allí tenía poder, y estaba rodeada de mujeres....mujeres sin hombres....cada vez estaba menos acostumbrada a ver hombres, a los cuales consideraba un elemento perturbador. Qué bonito habría sido un mundo sin hombres!

 

Vanessa Begaglia se dirigía al comedor a desayunar, como un día cualquiera, sin sospechar que unos ojos la vigilaban. Mari Nieves la tenía señalada como su presa de nuevo, pero esta vez no sería para llevársela al trastero, sino para servírsela cual manjar a Doña Lourdes. En la noche anterior, la jefa le había dado las instrucciones pertinentes a Mari Nieves.

-Tienes que cogerla y traérmela, que quiero hablar con ella. Pero me la traes a la fuerza, que me gusta más. Si chilla y patalea, tanto mejor. Me la traes de la mano, por los pelos...y si la tienes que coger en brazos, pues la coges en brazos. Se viene para aquí, que la quiero yo aquí conmigo.

-no sé yo, Doña Lourdes – le replicó Mari Nieves – si lo que vamos a hacer es muy correcto. No llamará la atención de la Directora?

-No te preocupes de la Directora, si te dice algo cumples órdenes mías. Le dices que ha causado un estropicio y que quiero yo hablar con ella. Si quiere más explicaciones, que me llame a mí. Pero me la traes. Se viene aquí.

-Hum, veo, Doña Lourdes – dijo Mari Nieves con una sonrisa a medio esbozar- que se ha decidido a llevar este asunto en persona.

-Esa niña se viene aquí, a jugar con Doña Lourdes y no te preocupes, que luego tú también tendrás oportunidad. Y por supuesto te gratificaré por este trabajo.

La verdad es que a Mari Nieves no le hacían falta promesas económicas para hacer un trabajo que de por sí le encantaba. Era un ave de presa. Raptar le provocaba un placer indescriptible. Mari Nieves lo tenía todo calculado, esperaría a su víctima en la esquina del pasillo central, y al doblar la esquina para dirigirse a su aula, Vanessa sería sorprendida por su ataque certero.

 

Un imperativo y casi maternal “ven” acompañó al momento en que Mari Nieves asió del brazo a Vanessa. La niña, en expresión de su naturaleza rebelde, no se dejó conducir por las buenas y se tiró al suelo, chillando y sollozando, lo que obligó a Mari Nieves a levantarla tirándole de los pelos. Aún así, la niña no iba de buen grado y al final optó por cogerla en su regazo. Se la llevaba como si fuera una niña de dos años, con una facilidad pasmosa. La visión llamaba la atención del en aquel momento bullicioso pasillo central. También hizo salir de su despacho en el piso superior a la Señorita Michavila, quien contemplaba aquella escandalosa escena con semblante severo y transluciendo cierta sorpresa. Qué estaría ocurriendo?

Mari Nieves salió al patio y se internó con Vanessa en brazos, siempre llorando y protestando, en las dependencias de servicios. Hizo entrada en el despacho de Doña Lourdes Ferreira haciéndole reproches y reclamándole silencio a Vanessa

-Mire a quién le traigo aquí, Doña Lourdes- la Señorita Ferreira le arrebató a Vanessa del regazo.

-Anda, ven aquí! Qué? Porqué lloras? Eh? No te querías venir? Sssssh! No te me revuelvas! Escúchame! Si te portas bien, terminaremos pronto...vamos a jugar tu y yo...ya verás como esto te acabará gustando...- Mari Nieves rió esta última frase

-A ver, que jugamos, mi vida....verás qué bien-se sentó en una silla y puso a Vanessa a horcajadas sobre sus rodillas. Movió sus piernas vigorosamente – te gusta montar a caballito? – Vanessa se sorprendió del brío con que Doña Lourdes le hacía ese juego que tantos recuerdos le traía. Sintió un dedo áspero penetrar en su culo – hummmm...qué culo tan calentito tienes, eh? Y ese coñito de la nena?

Doña Lourdes le decía cosas, mientras Vanessa sollozaba, chillaba y balbucía protestas inconexas –hummmm...mira cómo juega la nena al caballito...ssssssh....no seas rebelde, eh? Que sino te tendré que pegar...¿me tengo que quitar la zapatilla?(llevaba unas zapatillas abiertas por detrás azul marino con una suela de goma amarilla como de un centímetro de gruesa que hacía picadillo el culo de alumnas y personal de servicio indistintamente)y cómo te gusta el dedo de Doña Luordes entre tus nalguitas, eh? Qué pena no tener polla, joder...

Esto provocó la risa frenética de Mari Nieves...Vanessa empezaba a sentir un calor húmedo entre las piernas; la sensación en principio desagradable de los golpes del dedo áspero de doña Lourdes entre sus nalgas mientras le hacía trotar en las piernas se estaba tornando placer, y los sollozos se iban intercalando con gemidos que reaccionaban a ese placer. Doña Lourdes se reía y hacía comentarios maliciosos sobre “cómo disfrutaba la pequeña zorrita”, que eran respondidos con más risas y más comentarios en el mismo sentido de Mari Nieves, que observaba atentamente la escena. En un momento dado, doña Lourdes agarró los tobillos de Vanessa, y con una destreza espectacular la recostó boca arriba sobre sus rodillas, haciendo que las rodillas de la niña colgaran sobre sus hombros, y le rompió las bragas. “No puedo esperar más, vamos a probar ese chocho jugoso”, dijo, y tirando un poco más de las piernas de Vanessa, acercó su chocho a la boca, empezando a lamer y morder con maestría aquél fruto fresco y virginal. Vanessa ya estaba inmersa en espasmos y gemidos, el placer y el dolor se entremezclaban para fundirse en uno. Había renunciado a la resistencia. Mari Nieves se había excitado tanto viendo la escena que se empezó a tocar. Comenzó a hurgarse por debajo de los pantalones, hasta que no pudo esperar más y se los bajó. Se empezó a masturbar mientras veía la comedura de chocho y en pleno clímax de aquél lance se acercó y abriendo las piernas,puso su clítoris encima de la boca de Vanessa, quien viendo su cara engullida por la enorme raja de Mari Nieves, empezó también a hacer trabajar los dientes y la lengua. En el fragor de aquella batalla de gemidos, el coño de doña Lourdes se había puesto también a punto. “Bueno, basta, quítate de ahí, Mari Nieves, ahora quiero yo lo mío" ordenó la jefa de servicio.

Doña Lourdes agarró a su presa por las axilas y la puso de pié sobre el suelo. Se bajó los pantalones, se sentó de nuevo en la silla, todo esto mientras Vanessa era incapaz de reaccionar, temblando de arriba abajo. “Acércamela aquí, Mari Nieves, que ahora me va a comer ella el chocho a mí”. Mari Nieves la puso con la cara en la raja de doña Lourdes acercándosela de los pelos. Después fue doña Lourdes quien la mantenía asida del cabello diciéndole: “venga, empieza a comérmelo ya”. Vanessa, ya totalmente sometida, trabajaba en el chocho de doña Lourdes, que jemía y relinchaba...en plena faena, Mari Nieves agarró de los tobillos a Vanessa e hizo descansar los  muslos de la niña en sus hombros, empezándole a comer su joven coño que acabó devorado, tanto Vanessa como doña Lourdes se corrieron al unísono,entre espasmos , contorsiones , gemidos, y chillidos, cada una con una boca en un coño.Mari Nieves sabía que ya llegaría su oportunidad.

Capítulo 7

 

Era una hermosa mañana de domingo. La señorita Michavila paseaba en soledad por los jardines del Colegio Meola. Era muy temprano, aún no se había celebrado la misa. El sol invernal redimía agradablemente a las hierbas y plantas de la rigurosa helada nocturna. Estos paseos matutinos agradaban mucho a la señora directora. Reflexionaba sobre asuntos personales y sobre asuntos del trabajo. Aunque unos y otros estaban tan entremezclados....tendría que hablar seriamente con la señorita Ferreira sobre el incidente con la niña Vanessa Begaglia. Qué estaba ocurriendo exactamente? Ella también tenía informes por varias partes sobre el comportamiento de Vanessa y no le constaba ultimamente ningún acto de rebeldía, ni siquiera una simple travesura. A qué venía entonces lo ocurrido el otro día? Tendría que indagar...por otra parte, sentía el “asunto Begaglia” como propio, y no podía consentir que se actuase al margen de su conocimiento, y menos aún por iniciativa propia. Decididamente, habría que poner en claro que en el Colegio Meola, había una jerarquía que había que respetar.

-Buenos días. Me había mandado llamar?- la voz de Lourdes Ferreira la sacó de sus pensamientos.

-Buenos días...sí, doña Lourdes. La he mandado llamar a mi presencia, porque hay un asunto importante que quiero tratar con usted.

-de qué asunto se trata, señora?

-Ayer...ví cómo...su subordinada de confianza se llevaba a la niña Vanessa Begaglia. Qué ha ocurrido, para que se haya obrado de tal forma?

-Ha habido problemas en su aula sobre...unos robos de material escolar. Quería interrogarla.

-Eso...me correspondería a mí, no le parece, doña Lourdes?

-Verá...era sólo un interrogatorio de rutina. Lo que pasa es que esa niña es un demonio, monta escándalo por todo.

-Cómo es que ha habido un problema de robos de material...y no se me ha puesto al corriente?

-Pensé que usted ya estaba enterada de la situación. La profesora de francés...

-La profesora de francés le alertó a usted de que estaba habiendo robos, y a mí no me dijo nada?

-Pues, no sé, Señorita Michavila, verá...

-Basta! Ya hablaré con la profesora de francés...en cuanto a usted...no quiero que siga acosando a Vanessa Begaglia...

-Simplemente la vigilamos muy de cerca, porque...

-Lourdes Ferreira, usted se ha extralimitado en sus funciones y yo no voy a permitir que eso vuelva a ocurrir. Yo me ocuparé personalmente de hacer seguimiento de esa niña. No quiero interferencias en esa labor. Por cierto...quiero a su subordinada mañana a las doce en mi despacho.

-No estará pensando en despedir a la mejor de mis chicas?

-No es de su incumbencia lo que yo vaya a hacer con respecto a ella o a cualquiera de las empleadas. Puede retirarse, doña Lourdes. Buenos días...

-Pero, señora Directora...

-En un cuarto de hora se celebrará la misa...buenos días.

 

Marie Perrault era una mujer morena, menudita pero con un cuerpo bien formado. Era elegante y muy enérgica, aunque su personalidad mutaba cuando se encontraba en compañía de Mercedes Michavila. Aquella mujer alta, un poco mayor que ella, esbelta, severa, elegante y bella, le recordaba un poco a su madre. Fue su protectora cuando entró a trabajar en el Colegio Meola, pero también la seguía y marcaba muy de cerca. La controlaba. Y también le proporcionaba placer. Más que un pacto no escrito, fue una decisión personal de Michavila...se la había apropiado. Y la señorita Perrault se dejó apropiar.

Marie Perrault entró a la salita de los aposentos de Michavila feliz de poder compartir un almuerzo con su amante y protectora. Pero para su sorpresa, se la encontró nada efusiva, si no dispuesta a echarle una buena reprimenda.

-Hola, Marie...tenemos que hablar de un asunto un poco grave...

-Qué ha ocurrido, Mercedes?

-Esa pregunta tendría que hacerla yo...pero claro, ultimamente en esta casa, nada se hace como Dios manda. Así que no me extraña que te atrevas a preguntar...

-Cómo? Perdóname, pero no entiendo...

-Soy yo la que no entiende!!! Yo, en este colegio, soy la Directora. Sin embargo...parece que todo el mundo lo ha olvidado.

-Perdona? Pero qué es lo que ha ocurrido?

La señorita Michavila cogió la fusta de una cómoda de la salita y empezó a blandirla golpeándose suavemente la palma de la mano, era una fusta de aproximadamente medio metro de longitud, fina, flexible, de elegante cuero negro, Marie Perrault la había "probado" en alguna ocasión, los castigos que le administraba su jefa y amante, la mayoría de los castigos solían ser con la zapatilla sobre el regazo de ésta, y aunque Mercedes Michavila no sabía azotar flojo, terminaban siendo castigos placenteros ya que los zapatillazos caian sobre las bragas, y despues de la azotaina solía venir un delicioso y reparador masaje en las nalgas con crema hidratante que solía ser el pórtico de una apasionada y tórrida escena de amor y sexo entre ambas mujeres, pero ahora aunuqe doña Mercedes calzaba sus elegantes de zapatillas de casa, había cogido la fusta, eso eran palabras mayores, eso seguramente supondría una buena paliza, y además sin el consabido masaje posterior que tanto calmaba y agradaba a la francesa.

-Te veo algo  desorientada, Marie...no sé si es porque no sabes cómo justificar tu actitud...o porque has olvidado por completo quién manda aquí!!!

A esto le siguió un largo silencio de tres minutos, y un profundo desconcierto por parte de Marie, que no entendía el motivo del enfado de Mercedes. Su desconcierto se entremezclaba con la angustia de la certeza de un castigo corporal y la tristeza de haber contrariado a la persona más importante en su vida. Estaba absolutamente paralizada, no sabía qué ni cómo replicar.

-Marie...cómo es posible que hayas informado a la jefa de servicio sobre un problema de robos en un aula...y a mí no me hayas dicho nada? Acaso yo no pinto nada aquí, o qué?

-Pero Mercedes, yo...

-Tú qué, Marie? Aún tendrás más que decir? Tú, Marie, me has traicionado!!! Me has humillado!!! Osea que yo, directora del colegio Meola...directora!!! Ahora soy la última en enterarme de las cosas?

Cuando porfin Marie iba a balbucir unas inconexas palabras de réplica, la directora interrumpió

-No...no te quiero escuchar, Marie. No te quiero escuchar! Apóyate en esa mesa, súbete la falda y bájate las bragas. La azotaina iba a ser a culo desnudo desde el principio, eso significaba que la directora estaba realmente furiosa, se avecinaba un verdadero palizón.

-Pero Mercedes, por favor- Protestó Marie. Mercedes, la agarró de la melena luego del brazo, y la debruzó en la mesa –Ahí! Vamos, esa falda...esa falda!- ante la resistencia y los sollozos histéricos de Marie, Mercedes puso la fusta entre sus dientes y, ayudada de la otra mano,  le arrancó bruscamente la falda y le bajó las bragas – Vaaamos, mujer, que no tenemos todo el día...pero qué rebelde te me estás poniendo! – Cogió su fusta y empezó a azotar rítmicamente. De vez en cuando su voz autoritaria se abria paso entre los sollozos infantiles de Marie, para decirle “estate quieta!” o “cuanto menos te resistas, antes terminamos” o “la próxima vez te pensarás mejor el desafiar mi autoridad”, le gustaba castigarla como a una niña, entre azote y azote le afeaba su actitud, le recordaba quien mandaba allí, y lo que le ocurriría cada vez que no la obedeciera, era una actitud que agradaba a ambas mujeres.

La sesión de azotes terminó, cuando Mercedes se cansó de administrarle a Marie su castigo, el culo y muslos de ésta estaban cruzados por decenas de lineas rojas, incluso alguna de ellas morada, había sido una muy buena tunda. Cuando la soltó soltó las lágrimas anegaban su rostro de la profesora de francés, inundaban su mirada desconcertada cuando vió el dedo de Mercedes señalar la puerta

-No...no vamos a almorzar juntas hoy?

-No, Marie...hoy no. Vete, por favor.

-Me habías prometido que...

-Tal vez nunca volvamos a almorzar juntas. Es posible que todo haya terminado. Lo que está claro es que hoy no quiero verte

-Cómo es posible que...

-Por favor, vete ya.

Marie cruzó el umbral de la puerta y sintió el portazo tras ella. Entre sollozos a medio contener, se sintió víctima de algo que se habría urdido a sus espaldas y no podía controlar. No sabía cómo responder  a la injusticia de la que estaba siendo víctima, aunque si algo tenía muy claro es que alguien se la había jugado y en cuanto se enterara de quién le había convertido en víctima propiciatoria de algún plan retorcido, ese alguien habría de pagar cara su jugada. Pero mientras se larvaba ese deseo de venganza, éste se entremezclaba con el enorme vértigo que le producía la idea de acabar su relación con Mercedes. Ella había sido su protectora y guía desde el justo momento del ingreso como profesora de francés en el Colegio Meola. Su primer encuentro cara a cara, le había impresionado tanto, que la dejó abrumada. La energía de Mercedes, su presencia, su elegancia, su autoridad, su mirada, su voz...era todo tan envolvente, tan rotundo...

...la primera vez que la abordó fue una tarde después de las clases. La había llamado a su despacho, ella entró pidiendo permiso timidamente. La señorita Michavila le ordenó entrar, fijando en ella su mirada, pero de una manera que nunca antes había notado

-Pase usted, Marie. Tome asiento.

-Usted dirá...tengo que corregir unos exámenes, de hecho recibí el aviso cuando estaba en ese labor...y he de volver a ello en cuanto termine- dijo sonriendo nerviosamente

-Veo que les hace exámenes a sus alumnas muy frecuentemente...eso está muy bien, mantener la tensión en una asignatura es fundamental para obtener buenos resultados al final

-Sí, señora directora, eso mismo creo yo...y este grupo, la verdad, es muy vago. Si no se les fuerza a trabajar mediante exámenes, de motu propio no estudian.

-A determinadas edades, eso es lo normal. Pero bueno. Con disciplina se arreglan ese tipo de problemas. El sentido de la disciplina, del respeto, no se debe perder nunca.

-Sabe que yo estoy totalmente de acuerdo con eso, señora directora...

-Llámame Mercedes, y, por favor, trátame de tú. Sí, estoy pensando que tú y yo tenemos demasiadas cosas en común como para mantener las distancias que la jerarquía nos impone.

-Vaya, señora directora...Mercedes, es para mí un honor...aunque, la verdad, no sé si debo...

-Marie, yo hoy no te he mandado llamar para tratar ningún asunto académico. En realidad el único motivo por el que solicité tu presencia en mi despacho era ese...que quiero que tú y yo...tengamos una relación más allá de lo profesional.

-No sé a dónde quieres llegar...

-Pues es muy sencillo. He calado tu mirada desde el día en que has entrado en este colegio. Y sé que yo te resulto...agradable. yo te he observado mucho. Me gustan tus ojos. Me gusta tu cabello. Tus brazos. Tus pechos. Tu espalda. Y los quiero entre mis brazos...entre mis manos...

Estas palabras fulminaron a Marie. Realmente deseaba oír aquello, pero no esperaba oirlo.

-No sé si te habrás dado cuenta de que en el Colegio Meola, rara vez entra un varón. Este colegio es de mujeres. Las que trabajan en él son mujeres, las que se forman en él son futuras mujeres. Rectas, tradicionales y modernas a la vez...pero ante todo, muy mujeres.

-Me he dado cuenta- casi musitó Marie – y por eso estoy encantada de haber entrado en la institución

Mercedes hurtó la cintura de Marie y lanzó sus fauces contra la boca de la francesa. Un intercambio frenético y ávido de alientos y latidos se desató entre las dos féminas. La mesa del despacho fue el lecho de la pasión descubierta. Fueron a rematar su furor en la cama de Mercedes. Aquél tálamo enterró viejos miedos e hizo aflorar nuevas luces en el ser de Marie. Navegaron un nuevo amor durante horas, hasta la madrugada.

  Continuará