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Madre, dueña y señora ( 2 )

en Amor filial

  MADRE, DUEÑA Y SEÑORA (2)

  El tiempo transcurría en casa de nuestros protagonistas con el mismo ambiente de siempre, como de calma chicha, los chicos sacaban excelentes notas, y su comportamiento era impecable tanto dentro como fuera de casa, cuando algo de esto no sucedía al cien por cien, ya sabían lo que les esperaba, la consabida tunda de su madre sobre su regazo con la zapatilla, las palizas cada vez eran más duras, ya que doña Eloisa decía que con la edad había que ir aumentando el castigo.

  Una tarde de otoño Juan contestó de una manera inadecuada a su madre, en cualquier otra familia no hubiera supuesto más que una advertencia leve si acaso, pero en aquella casa eso suponía una zurra de padre y muy señor mío, el pobre chaval llevaba una mala racha en el Instituto, los compañeros se metían con él y además había una chica que le gustaba aunque el intuía ( y no se equivocaba) que su madre no iba a aprobar una relación de sus hijos con nadie, y todo eso le producía una especial desazón, que pagó con su madre , la persona que más quería y temía a la vez, y que precisamente esa tarde también estaba especialmente alterada.

-¿Se puede saber qué te pasa a ti esta tarde tarde?!!

- Lo siento madre, le pido perdón, no sé lo que me ha pasado, dijo Juan, arrodillándose frente a ella que estaba sentada en su sofá de dos plazas.

-¿Lo sientes? Ahora si que lo vas a sentir, te aseguro de que te voy a enseñar modales!!!!,entonces se descalzó su zapatilla derecha, apoyándola sobre su otra zapatilla y subiendo el pie para que la zapatilla quedara fuera, era una zapatilla azul marino de felpa, cerrada, sin dibujitos, y con el forro interior rojo, con suela de goma amarilla que picaba como mil demonios, esa zapatilla le hacía el culo picadillo y más con la fuerza con la que azotaba doña Eloisa que le dijo a su hijo, ¡¡¡Dámela!!!, entonces Juan, como siempre terminó de descalzar a su madre, le entregó la zapatilla en mano, y empezó a desabotonarse el pantalón, se lo bajó, y también el calzoncillo, desde hacía un poco tiempo tanto él como su hermana Sara recibían los zapatillazos de su madre a culo desnudo, entonces se puso a la derecha de su madre y se tumbó sobre su regazo con el culo bien expuesto, la paliza fue más dura de lo habitual, lo cual no era fácil, ya que doña Eloisa no era de las que se descalzaban para dar 4 zapatillazos, si se quitaba la zapatilla era para una señora paliza, y esta vez estaba realmente cabreada por la insolencia de su hijo y porque como dijimos anteriormente ella estaba también ligeramente perturbada. Juan se retorcía sobre el regazo de su madre, no podía más, lloraba y pataleaba como un niño aunque eso le suponía ración de zapatilla extra, él lo sabía, pero no podía evitarlo, no sólo era el culo, los muslos estaban rojos como tomates, y muchas partes de las nalgas ya empezaban a tornarse violáceas, por cierto tenía unas nalgas que volvían loca a su madre, le encantaba verlas, tocarlas, azotarlas, echarle crema después de algún duro correctivo, eran tan “pomposas” y tan tiernas, daban ganas de comérselas, y encima sin pelo, eran la debilidad de su madre, el culo de Juan había sufrido innumerables palizas, pero parecía que cuantos más azotes llevaba más carnoso y apetitoso se iba poniendo con los años. Juan sudaba sobre su madre en aquella fría tarde otoñal, y ésta también, ambos estaban sofocados, la paliza estaba siendo monumental, la habitación se había llenado de alaridos, de llantos, de sollozos, y de súplicas por un lado, y de regañinas , amenazas y duros zapatillazos por otro.

  Cuando Juan ya no sabía a que se debía tan insufrible palizón que estaba recibiendo, su madre hizo el característico movimiento que hacía con sus piernas para quitarse a su hijo de encima y dar por terminado el castigo, siempre lo hacía así, todos sabían que la azotaina terminaba con el castigado en el suelo ( a veces la madre empujaba con sus manos a su hijo para poder quitárselo de encima mejor) acto seguido doña Eloisa tiraba la zapatilla de forma casi displicente al suelo, para que desde allí bien su hijo o bien su hija se la calzase mientras ella se recuperaba del sofocón, entonces desde el suelo, calzaban a su madre, besaban la zapatilla, y ya de rodillas besaban la mano derecha de su madre que era la que los había castigado, en señal de agradecimiento por haberlos corregido convenientemente, hasta ese punto llegaba el respeto y el miedo y la humillación.

 Pero aquella tarde, detrás de Juan no cayó la zapatilla al suelo, ésta se quedó en la mano derecha de su dueña, que visiblemente fatigada y porque no decirlo excitada acercó la zapatilla a su hijo y sin soltarla le dijo:

-¡¡BÉSALA!!

-si madre. Juan con la cara anegada de lágrimas, y el culo a mas de 50 grados centigados por la paliza recibida empezó a besar la zapatilla, la felpa, era agradable de besar, parecía terciopelo de tan suave que era, siguió besandola por todo el empeine, la olía, le agradaba mucho el suave olor a pies de su madre, casi babeaba, debido a que aun solozaba, de repente sacó la lengua, y empezó a lamer la suela, no le desagradó el gusto, lo único que notó es como una especie de arenilla en su boca que no era otra cosa que el polvo que se adhería  la suela de la zapatilla de su madre, entonces ésta empezó a mover la zapatilla y la puso junto a sus muslos a la vez que abría las piernas de forma muy elocuente, la zapatilla la pegó a su muslo izquierdo y dijo de nuevo:

-¡¡BESA!!

 Entonces Juan supo que lo que tenia que besar ya no era la zapatilla, sino el muslo de su madre, eran un muslo ebúrneo, tierno, robusto, y ligeramente sudado debido a los movimientos previos, el pobre Juan, tenía el corazón que se le salía del pecho, no sabía si esto era lo que le pedía su madre o si estaba cometiendo el peor pecado del mundo, pronto salió de dudas, cuando notó la mano izquierda de su madre en su nuca guiándole la cabeza a sus muslos y aún más arriba.

-¡¡SIGUE!!. Ya no cabía ninguna duda, esto tranquilizó por un lado a Juán , ya que estaba obedeciendo a su madre, pero por otro lado lo puso aún más cardiaco, besaba y lamía el muslo de su madre, eso era lo más pecaminoso que cabía en su cabeza de adolescente pero también era lo más excitante, nunca jamás había estado tan excitado, se excitaba no sabía porque con las palizas de su madre, pero esto era pasar a otra pantalla. De pronto notó un zapatillazo en su espalda, su madre aún mantenía la zapatilla en su mano derecha, y animaba así a su hijo a aplicarse en el trabajo que estaba haciendo.

-¡¡LAME!! PLASSSSSSSSSSSSSSSSS, otro zapatillazo cayó sobre el excitadísimo Juan cuando su madre le dijo que lamiera, entonces se pasó al otro muslo, lo lamia, lo devoraba, le embriagaba un olor a hembra maravilloso que a veces había intuido, pero que nunca había saboreado como lo estaba haciendo ahora, su madre abría más y más las piernas mientras que se iba resbalando hacia abajo en el sofá, mientras Juan, de rodillas en el suelo, desnudo de cintura para abajo y con la cabeza metido bajo la falda de su madre, avanzaba sin remisión hacia las bragas de su madre, que apenas vislumbraba porque apenas abría los ojos, entonces de golpe incrustó su nariz justo en el coño de su madre que dio un respingo a la vez que un gemido gutural:

-SIIIIIIIIIIIIIIIIIIII, SIGUE MI NIÑO SIGUE. Hacía años que no recibía Juan unas palabras tan cariñosas de su madre, lo que le animó a continuar con un entusiasmo fuera de lo común

-Si mami siii, hacía aun más años que no llamaba a su madre diciéndole mami, más que nada porque ella no lo permitía, pero ésta era una situación especial y le salió del alma, Juan devoró las bragas de su madre, las mordía con una suavidad que volvía  loca a ésta, parecía un experto, pero eso no lo había hecho ni en sueños, pero era tal la devoción que tenía por su madre, que todo lo que hacía por ella lo intentaba realizar de la mejor manera posible… metido en esta vorágine se animó y ayudado por sus dedos le apartó un poco las bragas, y posó su lengua en pleno clítoris , por si esto fuera poco movió la lengua como un poseso, lo que hizo que  se corriera como nunca lo había hecho en su vida, y ni siquiera hubiera sospechado que se podía hacer, el flujo que salió de aquel coño solo se puede comparar al grito que pegó doña Eloisa, que la dejó literalmente afónica, temblando, derrengada, y feliz, muy feliz, aunque no tanto como su hijo, que había sacado la cabeza de debajo de la falda de su madre asustado por el grito , pero complacido al ver la cara de felicidad de su madre, de su dueña, de su Señora…

 (continuará)