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Mi hijo, mi cuidador

en Amor filial

- Elena, Elena, ¿cómo te encuentras?

Miré hacia la voz y divisé a un hombre vestido de blanco a traves de la neblina que cubría mis ojos. Murmuré algo ininteligible mientras asentía levemente con la cabeza.

- La operación ha sido un éxito Elena. Pronto podrás irte a casa, pero ya te explicaré los cuidados que precisarás cuando estés recuperada. Tu hijo está fuera, voy a decirle que entre y os dejaré a solas.

Cuando los efectos de la anestesia fueron desapareciendo el día que me operaron empecé a recordarlo todo. El incendio que se había provocado en la oficina. Un incendio violento y repentino que cogió a varios compañeros por sorpresa. Recordé como corrí hacia la salida tropezando con todo el caos a mi alrededor. El pelo y la manga de la camisa de mi compañera Victoria en llamas. Cómo rodaba por el suelo mientras yo intentaba apagarla a base de manotazos. El olor a pelo quemado, jamás podría olvidar aquel olor. El dolor en mis manos despellejadas. El calor... y la oscuridad que lo invadió todo.

Me miré las manos y las encontré vendadas casi hasta el codo. Las lágrimas resbalaban por mis mejillas. Mi hijo pequeño entró y me besó, dedicándome unas palabras de consuelo que no alcancé a escuchar.

Unos días después salíamos del hospital. El médico nos explicó que debía llevar las vendas durante una semana, que había zonas donde tuvo que injertarme piel que había retirado del interior de mis muslos y que con cuidados mis manos tendría el aspecto de antes. Al estar divorciado y vivir sola con uno de mis hijos, el doctor le explicó que durante aquella semana no podría usar las manos para absolutamente nada. Mi hijo debía ocuparse de la casa, darme de comer, ayudarme con mis necesidades y bañarme. 

Ya en la recepción, mi hijo consiguió unos justificantes para aquella semana y poder faltar a clase.

Mi exmarido y yo nos enamoramos muy jóvenes, en nuestro primer año de instituto. En el verano previo a mi primer año de universidad me quedé embarazada de mi primer hijo, Rubén. Dos años después nacía David. Vivíamos todos felizmente hasta que yo cometí un error. Empecé a engañar a mi marido con varios hombres durante nuestros últimos años de matrimonio. No tengo excusa, él era un buen marido y un buen padre pero al pasar los años cada vez me gustaba más el sexo y empecé a detestar la monogamia. Si digo la verdad, al final follaba compulsivamente con cualquiera que me resultara minimamente atractivo, hacía shows eróticos en una web en casa de uno de mis "novios" y me pasaba las horas en casa chateando con desconocidos. Finalmente mi marido me descubrió y me pidió el divorcio. En parte yo estaba aliviada por poder ser libre sexualmente. Por otra parte, aunque suene extraño, quería a mi marido y le sigo queriendo. Lo peor fue cuando pidió la custodia de mis hijos. Por suerte, no se descubrieron más deslices por mi parte y dejaron a los chicos decidir con quien querían vivir. Me llevé un duro golpe cuando Rubén eligió a su padre sin dudar un instante. Por suerte, David, mi niño precioso, mi ojito derecho, se quedó conmigo. David y yo siempre habíamos estado muy unidos, él me adoraba y yo lo adoraba a él. Está feo por parte de una madre tener un hijo favorito pero así era.

De todo esto hace ya dos años. Desde el divorcio he disfrutado mucho más del sexo aunque sigo sin llevar hombres a mi casa, no quiero que David los conozca ya que no son ni serán nada serio para mi. Además la mayoría son chicos jóvenes. A pesar de tener 36 años conservo una buena figura, siempre la he tenido y con el paso de los años he ido manteniéndola a base de dietas y ejercicio. Soy morena y con ojos negros profundos como buena malagueña. Tengo una talla 100 de pecho, no tan firmes y elevados como los tenía hace 10 años pero siguen siendo un buen reclamo. Mi culito es mi parte preferida, redondito, durito y bien puesto y tonificado por el ejercicio. Siendo sincera, soy la madura ideal para cualquier veinteañero consumidor de pornografía.

Cuando llegamos a casa me senté en el sofá del salón y David me puso la televisión. Él se fue a colocar las medicinas que me habían recetado y a preparar el almuerzo. Yo me quedé sola y triste. No me sentía nada sexy. Triste, ojerosa, cansada y encerrada en casa durante una semana sin poder hacer prácticamente nada. David me trajo un refresco en un vaso con pajita y me lo dejó en la mesa. 

Al rato empezaron a entrarme ganas de orinar. Mientras intentaba aguantar pensé si no sería mejor contratar a una enfermera durante aquella semana aunque sólo fuera durante el día. Me daba mucha vergüenza lo que iba a pasar de un momento a otro. Pero David me había convencido diciéndome que quería cuidarme él, que me quería y que no le suponía ningún problema.

- David...- Le llamé.

- Dime mamá.- Me dijo cuando llegó al salón.

- David...yo...tengo que hacer pis.

- Ah vale. Espera que te ayudo a levantarme.

Me cogió del brazo y me ayudó a incorporarme. Fuimos al baño y me quedé allí de pie. David me desabrochó el botón de los pantalones vaqueros y empezó a bajármelos mientras yo me ruborizaba. Sin embargo él lo hacía con total naturalidad.

"Mi hijo es más maduro que yo"

Luego colocó sus manos en el borde de mis braguitas y empezó a bajármelas dejando a la vista mi coñito cubierto por un incipiente vello. Normalmente lo llevo depilado pero ya había pasado un tiempo desde la última vez. David me cogió de las axilas y me ayudó a sentarme.

El sonido de mi orina cayendo en el retrete no ayudó a disipar mi vergüenza. 

- Ya he terminado cariño.

- Vale, apóyate en mi y levántate un poco para que te limpie.

Hice lo que me dijo y le vi coger un trozo de papel higiénico. Vi su mano desaparecer y noté un escalofrío cuando restregó su mano cubierta de papel por mi coñito con delicadeza. Volvió a pasar la mano dos veces más mientras yo me ruborizaba por motivos muy distintos a los de cinco minutos antes. Habían pasado cuatro días desde mi último polvo y os aseguro que eso para mi es mucho tiempo. Tanto tiempo que mi cuerpo reaccionaba sin importar que fuera la mano de mi hijo la que me estimulaba sin él proponérselo. 

David dejó caer el papel en el retrete y me sujetó mientras se incorporaba. Vi como sus ojos se quedaron fijos durante unos segundos en mi pecho. Bajé la mirada y vi mis dos pezones marcados en la camiseta. 

- Mamá, mejor te pongo un pantalón corto de tela que los vaqueros son muy engorrosos.

- Como digas David.

Me subió los vaqueros sin abrocharlos. Al colocármelos noté su mano acariciar mi culo. Imaginaciones. Tenía que relajarme. Me quedaba una larga semana de convalecencia.

Seguí a mi hijo hasta mi habitación y me ayudó a tumbarme en la cama. Empezó a revolver en los cajones de mi tocador y sacó un pantalón corto rojo de andar por casa. Me sacó los vaqueros y me lo puso. Volvimos al salón y estuve mirando el televisor a solas. Digo mirando el televisor porque mi mente iba una y otra vez al cuarto de baño.

Al rato almorzamos juntos y David me llevó a mi habitación a dormir la siesta.

David pasó la tarde conmigo. Nos quedamos charlando en el salón, siempre habíamos tenido facilidad para comunicarnos lo cual no me pasaba con Rubén. Hasta me hizo reir y olvidarme de mi estado durante un buen rato. Después de cenar le dije que quería acostarme, estaba muy cansada.

- Vale, vamos primero a la ducha. Espera aquí mientras preparo tu ropa.- Me dijo sin darme tiempo a réplica.

Me llevó a la ducha y empezó a desnudarme. Me sacó la camiseta con cuidado de no rozar mucho las mangas por mis manos vendadas. Después se puso detrás de mi y empezó a desabrocharme el sujetador. Sonreí al notar su torpeza con el cierre y pensé si alguna vez abría desabrochado alguno. Nosotros hablábamos de todo. Aunque no trajera hombres a casa él sabía que yo me veía con ellos. Él, sin embargo , nunca me había hablado de ninguna novia o de alguna cita.

Finalmente mis tetas quedaron libres. David me agarró el pantalón y empezó a bajarmelo junto a las braguitas y me imaginé a mi hijo observando mi cuidado culito. Me dio la vuelta, me colocó unas bolsas para proteger los vendajes  y me ayudó a entrar en la ducha. Mientras entraba le vi dejar su mirada fija en mis tetas desnudas. No le di importancia, era normal en un chico de su edad y más si no tenía mucha experiencia con chicas, si es que había tenido alguna.

David abrió el grifo mientras yo me mantenía alejada del agua mientras él regulaba la temperatura. Cuando estuvo satisfecho colocó la ducha sobre mi y el agua empezó a mojar mi cuerpo. David dejó la ducha en su soporte y empezó a echarse una buena cantidad de gel en la mano. Iba a decirle que tenía la esponja ahí mismo cuando echó parte del gel en su mano vacía y las colocó en mi pecho, entre mis tetas. Me quedé muda de asombro mientras él miraba mi cuerpo desnudo y empezaba a pasar sus manos por mis hombros, mi abdomen y, sobre todo, por mis tetas.

Las sensaciones que empecé a sufrir eran muy confusas. Por un lado, la vergüenza de que mi hijo me acariciara mis zonas erógenas. Por otro lado, la excitación de volver a tener de nuevo a un hombre tocándome íntimamente después de tanto tiempo. La segunda sensación empezó a ganar terreno. Mis pezones empezaron a endurecerse y mi boca se entreabría mientras yo intentaba que no se escapara ningún gemido cada vez que David pasaba sus dedos sobre mis pezones.

Poco después (a mi me pareció una eternidad) se colocó de rodillas en el suelo para enjabonar mi culo y mis piernas. Él estaba fuera de la ducha en manga corta, pero el agua corría por sus brazos y se estaba llenando el suelo de agua.

Volvió a coger el gel mientras yo me miraba mis tetas enjabonadas. Si mis manos hubieran estado libres sin duda me hubiera empezado a tocar. Di un respingo cuando David colocó sus manos llenas de gel en mi culo.

- Tranquila mamá jajaja.

- Perdona David, es que esta situación me pone un poco incómoda.

- No tienes porqué mamá.

Empezó a restregar sus manos por mi culo, quizás se recreaba demasiado, y después bajó por mis piernas. Al volver a subir por mis muslos, la mano que pasaba por mi interior llegó a rozarme el coñito con su lateral. Al notar el contacto, incoscientemente y por puro acto reflejo de mi vida sexual, moví mi pierna derecha hacia fuera abriéndome un poco. David volvió a subir las manos mientras me enjabonaba y volvió a rozarme una y otra vez mi coño con el lateral de su mano. Yo ya no aguantaba más, sabía que mi coño se estaba humedeciendo sin que yo pudiera hacer nada a pesar de ser mi hijo pequeño el que lo provocaba. Cerré los ojos para pensar en otra cosa cuando noté los dedos de mi hijo acariciando mis labios vaginales. 

- David...que...

- No pasa nada mamá.- Me respondió.

- Pero David...no está bien...

- Mamá yo se que lo necesitas. Yo haría cualquier cosa por ti, confía en mi por favor.

Era cierto que lo necesitaba. Mi hijo me conocía muy bien. Y también era cierto que la sorpresa y el tabú cultural no habían aplacado mi grado de excitación. Cerré los ojos y me dejé hacer. Noté los dedos de David volver a entrar en contacto con mi coño. Aunque me gustaba era un poco torpe y se notaba que no conocía muy bien el sexo femenino. Pensé en fingir para no hacerle sentir mal, pero quería llegar al orgasmo y de paso darle una valiosa lección a mi amado hijo.

- Un poco más arriba David...eso es un poco más... ahí pasa el dedo por ahí...¿notas ese bultito? Es el clítoris, estimúlalo. Así...ahh...así...Ahora mete el dedo pulgar por mi rajita...

Mi hijo me obedecía obediente mientras yo gemía despacio y pensaba en pellizcarme los pezones. Había pillado pronto la lección y me estaba poniendo cachondísima.

- Vaya mamá, que húmeda estás...

- Si cariño, lo estás haciendo muy bien. Ahora saca el pulgar y méteme dos dedos, ya estoy lista...mmm eso es...mételos y sácalos con delicadeza cielo...mmm asi que bueno...ahora más rápido amor...

David empezó a follarme con sus dedos mientras yo me derretía. Mis piernas temblaban mientras yo gemía ya sin disimulo mientras miraba mis tetas brillantes por el jabón contornearse por la masturbación.

- Ya casi estoy David...mmm que bien lo haces mi vida...deja los dedos quietos dentro de mi...

Mi hijo siguió mis órdenes y cuando dejó los dedos quietos me incliné ligeramente y empecé a flexionar las rodillas follándome los dedos de mi hijo como si fuera una polla de uno de mis amantes.

- Ohh joder que bueno... Mueve los dedos sin mover la mano David... asii, asii...Oohh me voy a correr cielo...me corro, me corrooo...

Tuve un orgasmo brutal. Las piernas me temblaban tanto que mi hijo se asustó y se levantó para sujetarme. Le sonreí y le dije que estaba bien, que no iba a caerme. Ya más tranquilo cogió la ducha y empezó a enjabonarme. Miré hacia su entrepierna y vi un buen bulto en su pantalón mientras él me sobaba las tetas con descaro mientras me aclaraba. No hice el más mínimo gesto. Se lo había ganado.

Cuando terminó me ayudó a salir de la ducha. Me secaba mientras sonreíamos cada vez que nuestras miradas se cruzaban. Luego me ayudó a vestirme de nuevo y me acompañó a mi habitación y me ayudó a acostarme.

- Buenas noches mamá.- Me dijo después de darme un torpe beso en los labios.

Me quedé un poco extrañada por aquel geste pero no le di más importancia. Le dije que no cerrara la puerta por si necesitaba algo, apagó la luz y se fue a su habitación.

Sonreí en la noche al escuchar los sonidos del colchón y el somier de su cama. Llevaba escuchándolos bastante tiempo como es normal, pero aquella, noche sabiendo que se estaba masturbando reviviendo en su mente mi cuerpo y la sensación de sus dedos acariciando y entrando en mi coño, disfruté de esos sonidos.

Me quedé dormida con un pensamiento inquietante en mi cabeza. Cómo había insistido mi hijo en cuidarme él mismo cuando el médico nos sugirió una enfermera de día, cómo había pasado más veces de la cuenta su mano por mi coño al limpiarme después de orinar, cómo había empezado a estimularme el coño la primera vez que había tenido que ducharme, la forma de sobarme las tetas al aclararme...

Desde luego mi amado hijo me conocía muy bien. Tal vez me conocía tanto como para saber que no sería capaz de resistir pasar tantos días sin sexo...

Continuará...

Elenasaga6@gmail.com