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Prisioneros de la pasion (05: Amor a larga...)

en Sexo con maduras

PRISIONEROS DE LA PASION

Capítulo Cinco: Amor a larga distancia.

 

Hacía poco tiempo que me había alejado de ella, siempre con la ilusión de volver de nuevo a su lado, y el recuerdo de los momentos dulces y deliciosos que había pasado en su compañía, venía a llenarme la mente y a calentarme la verga, porque no tenía la menor duda de que esa mujer me tenía obsesionado, pues la manera en que comportaba conmigo al hacer el amor, hacía que esos momentos permanecieran grabados en mi mente y, al evocarlos, un fuego interior me consumía, y anhelaba su cuerpo cada vez más.

Yo le escribía con frecuencia en un estilo cachondo, en el que le daba a conocer el gran deseo que me consumía, de tenerla otra vez junto a mí y recibía sus respuestas cargadas de frases candentes. En sus cartas me decía de sus anhelos y deseos, igual que los míos, y en el intercambio nos enviábamos las cartas impregnadas de los jugos del amor que brotaban de nuestros sexos, separados por la distancia, pero cercanos con la magia de la imaginación.

En sus cartas me enviaba el derrame de su coño, y yo, al olfatearlo, me hacía las ilusiones de tener su chocho peludito pegado a mis narices, con lo que mi libido me elevaba la temperatura a una graduación muy cercana al punto de ebullición, y con su conchita fija en mi mente, me hacía una deliciosa puñeta, sintiéndola sentada en mis piernas, con mi carajo hasta el fondo de su vagina. Era una sensación deliciosa el imaginármela haciendo el amor conmigo, sentía como si estuviera a mi lado y gozaba al leer sus cartas donde me describía los momentos en que se masturbaba pensando que eran mis dedos los que se encontraban dentro de su raja. Desde luego, no se puede comparar la delicia de su coño cachondo, escurriéndose al sentir que mi verga lo perforaba, al áspero frote de mi mano, subiendo y bajando sobre el cuerpo de mi verga, hasta que se producía el orgasmo, que me hundía en un profundo sopor, conduciéndome hacia los caminos del ensueño, en donde seguía jodiendo con ella, en una forma tan real, que tenía que levantarme, pues con la verga bien parada, en mis sueños eróticos me venía nuevamente, con lo que mi trusa quedaba toda impregnada de semen, por las grandes venidas que me producía el soñar con ella.

Afortunadamente, estas abstinencias de su cuerpo duraban únicamente el tiempo en que no podía ir a la ciudad en la que se encontraba, porque tan pronto había oportunidad de viajar hacia ella, no la desperdiciaba y acudía presuroso, tratando de localizarla, con las ansias en la punta de la verga.

Pasado algún tiempo sin verla, pero sin perder el contacto a través de la correspondencia, en una ocasión en que los negocios me dieron el pretexto de viajar a ese lugar, mi tardo ni perezoso viajé, y al llegar, traté de localizarla inmediatamente, pero como era de noche y había cambiado de domicilio, a un lugar que yo ignoraba, me di cita con ella a través de una amiga suya, en cuya casa se encontraba viviendo por el momento. ¡Si yo hubiera sabido, no se habría desperdiciado esa noche! Porque ella se encontraba en la terminal de autobuses cercana al hotel en el que me hospedaba y, por ignorarlo, esa noche tuve que pasarla solo en mi cama del hotel, padeciendo frío por no tener su cálido cuerpecito pegado al mío.

Pero al día siguiente, ella me localizó por teléfono, y quedamos en vernos por la tarde, porque yo tenía un compromiso que cumplir, y no me era posible verla antes, pero por la tarde llegué puntual a la cita y ella un poco después, dejándome con el corazón en la garganta, ante el temor de que no acudiera.

Después de comer en un restaurante cercano, y de conversar un rato, escuché sus suaves reproches por el tiempo que la había tenido abandonada, pero afortunadamente, su enojo duró poco, y al rato ya habíamos decidido meternos a un cine, lo que nos daba la oportunidad de cachondearnos en la oscuridad, y rematar la noche en un motel, como ya era nuestra costumbre anteriormente.

Exhibían dos películas cachondas, a las que casi no prestamos atención, por estar ocupados con nuestras cosas, verdaderamente calientes y con nuestros deseos a flor de piel. Yo la besaba con furia y acariciaba sus tetas y sus nalgas, buscando abarcar la mayor cantidad de piel ardorosa entre mis manos, con lo que conseguimos que nuestras ansias aumentaran, y sólo la presencia de los espectadores en la sala, me impedía que me la cogíera sobre las butacas, pero sí le enterré los dedos en su revenido coño, y después de unos instantes le producía el orgasmo tan esperado por ella y yo, porque me complacía sobremanera el producirle la excitación, hasta el punto del derrame, y me alegraba cuando se venía abundantemente en mis manos. Desde luego, mi verga se chorreaba también, mojándome la ropa interior, que contenía el líquido de mi orgasmo, aunque deseando intensamente venirme en el interior de su raja, o de su linda boca, que atrapaba con mis labios, succionándola con hambre verdadera en el momento de su venida, como queriendo conservar dentro de mí el espíritu del placer que escapaba por su garganta y que la hacía emitir sonidos entrecortados, haciendo su respiración fatigosa, a causa del placer que experimentaba en esos momentos.

Tan candentes como estábamos, no resistimos más y abandonamos la sala de proyección y nos dirigimos a un motel y, una vez en la habitación, nos lanzamos el uno contra la otra, con unas ganas tan tremendas, que casi nos veníamos, pero nos contuvimos para poder gozarla mejor, y una vez que nos desnudamos conteniendo nuestras ansias, ella se apoderó de mi pene y se lo llevó a la boca, con unas ganas tan tremendas de devorarlo, que temía quedarme sin verga en esa ocasión, pero la fiera que estaba dentro de ella me perdonó la vida y se dedicó a besármela con gran gusto de mi parte, lamiendo todo el cuerpo del pene y hundiéndoselo en su cálida garganta, como un tragasables representando su acto. Después la sacaba de su boca y admirándose de su tiesura y grosor, se la pasaba por sus mejillas, dejando que la baba que escurría por el ojito de mi pene, se le impregnara en la piel. Era tanto su deleite al sentir el roce de mi pene sobre su piel, que se transportaba hacia otra dimensión, soñando quien sabe en que mundos de placer, mientras mi verga le rozaba las mejillas, las orejas, el cuello, la nuca, y volvía a hundirse nuevamente en su garganta, de donde salía nuevamente para ser contemplada con adoración, por aquellos ojos claros que la miraban con arrobamiento.

Yo dejé que la siguiera mamando, pues eso le encantaba, y para agradecerle tan deliciosos atenciones, acerqué mi boca a su chochito cubierto de fina pelambrera oscura y me dediqué a darle una suculenta mamada en el clítoris y en los labios vaginales, produciéndole estremecimientos que la hacían retorcerse de gusto, con lo que me oprimía la verga y los cojones con más ganas todavía, hasta el grado de casi morderme, dentro de su desesperado intento por darme la mayor satisfacción posible.

Después de jugar con mi lengua en su clítoris, abrí sus nalguitas de par en par, y al descubrir el sonrosado remolino de su ojete, me puse a lametearlo y a enterrar mi lengua en él, como si lo estuviera jodiendo con mi verga, con lo que ella se encendió más, y no pudiendo resistir más tiempo, me pidió que la ensartara por detrás.

Yo, ni tardo ni perezoso, me senté en la orilla de la cama, la atraje hacia mí dándome la espalda, y haciéndola que se sentara en mi pene, fui dejando que mi carajo la fuera penetrando lentamente en el culo, mientras mi mano, previamente embadurnada con vaselina, procedía a jugar con su clítoris, y así, lo que podía ser una dolorosa penetración, considerando lo estrecho de su ano, se transformaba en un placer que ella nunca pudo rechazar, pero que la llenaba de un goce infinito, tanto, que le hubiera gustado tener mi verga hundida en su conducto trasero por toda la eternidad, y cada vez que intentaba sacársela, me suplicaba que se la metiera nuevamente, cosa que hacía yo con supremo deleite, pues me encantaba joderla en esta forma, y más aún, viendo como ella gozaba con el enculamiento.

Apaciguadas las contracciones de su recto, procedí a metérsela poco a poco, hundiéndole mi verga lentamente, hasta que todo el cuerpo de mi pene quedó sepultado en esas deliciosas paredes de su conducto anal, que me apretaba deliciosamente, produciéndome unos gratos espasmos deleitosos, que casi me hacían venir, lo que hubiera sucedido de no ser por el control mental que venía desarrollando, que me impedía derramarme pronto, para seguir disfrutando de la jodienda, con gran gusto de ella, quien, como ya dije, no quería que me viniera muy pronto, para que mi verga conservara su tiesura y grosor por largo tiempo, para que siguiera removiéndose en el interior de su recto, que se expandía para dar paso al invasor en cada avance que daba, hundiéndose hasta lo más profundo de sus entrañas tibias y sedosas.

Excitada en extremo, con tantas sensaciones que invadían su cuerpo, se retorcía al tiempo que acariciaba sus senos y deslizaba sus manos por los brazos, como si la invadiera un hormigueo.

_¡Métemela más! ¡Más adentro! -me pedía, gimiendo con deleite- ¡Muérdeme la espalda! ¡Desgárrame la piel con tus dientes! ¡Pégame! ¡Maltrátame! ¡Qué placer tan divino siento! ¡Ay, mi amor, azótame, que quiero gozar más intensamente!

Como yo ya sabía que ella no sentía dolor, sino que gozaba cuando la maltrataba, clavé mis dientes en la piel de su espalda, y le di unos mordiscos salvajes jalándole la piel, como queriendo arrancársela. Ella se removía más, se notaba que estaba en el paróximo del placer, transportada a otro mundo, en el que encontraba otros goces.

La azoté en las nalgas con mis manos, hasta que quedaron enrojecidas, y le propiné unas cachetadas que ella me agradeció con movimiento bruscos de su grupa, que buscaba una mayor penetración. En esos momentos hubiera querido ser un pulpo, para poder a un tiempo, penetrar su culo, acariciar su clítoris, exprimir con mis manos sus senos, azotar sus mejillas, golpear salvajemente sus nalgas y morderla por todas las partes sensibles de su piel, pues al observarla en aquel estado de éxtasis, algo sucedía dentro de mí, que me convertía en una fiera que buscaba desgarrarla con los dientes, clavar mis uñas en sus senos y las partes ardientes de su `piel, buscando penetrarla con furia por ese culo que me apretaba convulsivamente la verga, tratando de lograr cada vez una mayor penetración, incitándome ella a hundírsela salvajemente, con ganas de destrozarle las entrañas con mi espada de fuego.

En esta forma tan deliciosa en que nos removíamos, presos de un deleite inexplicable, no pude contenerme más y, dejando abrir la llave que contenía mi esperma, dejé que ésta buscara su cauce en su conducto anal, que fue invadido por un torrente de lava hirviente, que a pesar de su calor, vino a refrescar sus entrañas sometidas a tan intenso frote.

Mis manos siguieron acariciando su clítoris, mientras mi verga escupía los chorros de ardiente semen, y pronto ella no tardó en descargar, uno, dos, tres, y una serie interminable de orgasmos, mientras se quejaba en forma deliciosa, casi llorando de placer. Era hermoso observarla transfigurada en esta forma, invadiendo el deleite todo su cuerpo, hasta que en forma apacible, poco a poco, fue quedando dormida, ya que su cuerpo, tan maltratado físicamente, le pedía un descanso.

Después de transportarme con ella al mundo de los sueños, que se imponía, dado el tremendo cansancio de nuestros cuerpos, me deslicé con cuidado para no despertarla, y entré al baño con idea de lavarme. El agua templada dio nueva vida a mi cuerpo, aunque la verga la tenía lacia.

Una vez que me sequé todo el cuerpo, volví hacia ella, que ya me esperaba sentada, pues el ruido del agua la había despertado. Imitándome, también fue al baño a asearse, y de nuevo, limpia y perfumada, me alcanzó en la cama.

Sus ansias no estaban todavía satisfechas, pues tomó mi verga entre sus labios y procedió a mamármela con gran experiencia, consiguiendo en pocos minutos dejarla dura y erecta, pidiendo pelea nuevamente.

Recostándome boca arriba, con una sonrisa de satisfacción por la hazaña lograda y con un gesto de deseo en su cara, me atrajo hacia sí besándome en los labios, las mejillas, detrás de las orejas y la nuca. Tomó mi tremendo carajo y lo dirigió hacia su coño, que para esos momentos ya se encontraba bien lubricado, pues era sorprendente la facilidad con que su vagina soltaba los jugos, que le dejaban perfectamente revenido el coño, con gran gusto de mi parte, pues mi verga se deslizaba fácilmente, sin encontrar obstáculo alguno, hasta hallarse alojada en toda su magnitud en aquel recinto de carne suave y satinada.

Buscando una mayor penetración, levanté sus piernas y las coloqué sobre mis hombros, y así su cuerpo arqueado quedó totalmente a merced de los envites de mi pene, que se hundió en un santiamén hasta los huevos.

Mientras recibía mi miembro en su coño, su lengua vibrátil se puso a lamerme los pezones de mis pechos, y con esta sensación que en otras ocasiones me había producido, mi verga alcanzó un estado de rigidez tal, que parecía un trozo de acero en un horno de fundir metales. Con su boca prendida en mi pecho, ataqué su vagina salvajemente, metiendo y sacando mi pene, sin saber si dejarlo adentro o retirarme de su cueva, y ante mi indecisión, entraba y salía con gran intensidad, sin decidirse a penetrar o abandonar la gruta, mientras ella y yo gozábamos el intenso frote que se producía en nuestros sexos y que nos hacía movernos más velozmente, tratando de darnos la mayor satisfacción posible.

Como ya sentía que me venía, abandoné su coño momentáneamente, y dejando que ella quedara en posición horizontal totalmente, fui besando su cuerpo, desde la cabeza, siguiendo por sus pechitos, el ombligo, hasta llegar al Monte de Venus y la revenida raja palpitante, que fue materialmente devorada por mis labios.

Levantándome sobre mis rodillas, mi pene quedó ante su boca, y ella, con prontitud, procedió a mamarla ávidamente, con su lengüecita vibrando a mil revoluciones por minuto, metiéndola y sacándola de su boca, para lamer todo el cuerpo sonrosado de mi pene en toda su longitud.

Con mi lengua succionándole el clítoris, y con mi boca pegada a sus labios vaginales, sorbía sus deliciosos jugos sexuales, y enloquecido por aquel olor a hembra en celo, trataba de introducir mi lengua hasta lo más profundo de su vagina, deseando compensarla por todas las delicias que le producía a mi pene, del que escurría la baba, señal inequívoca de la inminente venida que se aproximaba.

Los lameteos y titilaciones de mi lengua en su clítoris, pronto tuvieron su recompensa, y estremeciéndose, arqueando su cuerpo para ir en busca de mi lengua, que tampoco quería soltar su presa, ella se vino abundantemente, mientras que yo continuaba mamando aquel coñito delicioso, como parte del banquete suculento en el que los dos participábamos.

Excitado sobremanera, sentí que mi pene estaba por descargar, y con los movimientos tan tremendos que traíamos, abandoné la calidez de su boca y me vacié en ardientes chorros sobre su cara y sus pechos, con gran alegría de ella, que se pasaba las manos por las mejillas y los pechos, untándose la esperma, que la excitaba más con su olor penetrante que la enloquecía.

Colocándome nuevamente sobre ella, cara a cara, la penetré el coño en un brusco envite, con el que mi verga quedó sepultada totalmente en su vagina, y procedí a moverme de atrás hacia delante, hasta que ella, ya excitada de antemano, se vino varias veces nuevamente, hasta que el cansancio la rindió y se quedó dormida haciendo almohada con mis brazos.

Mi verga reposó entre sus nalgas, y la sensación cálida de aquellos globos de carne, hicieron que mi carajo intentara atacar de nuevo, embistiendo su ojete, pero sólo quedó en el intento, pues el cansancio me rindió, y cerrando lo ojos, me dejé llevar por aquel sopor que venía al rescate de mi cansado cuerpo.

Al despertar, ella todavía consiguió despertar mi carajo una vez más, y acaballándose sobre él, con el coño atravesado desde abajo, cabalgó sobre mi pene, hasta que nuevamente la leche se vació dentro de su vagina.

Verdaderamente agotados, pero felices, por aquella noche tan satisfactoria para los dos, abandonamos el motel y nos despedimos, pues ese día tenía yo que partir de vuelta a mi lugar de residencia, con gran pena de mi parte, porque dejaba los deleites que me proporcionaba aquel grácil cuerpecito, a través de su cachondo coño, su apretado y hambriento culito y la suavidad de sus labios, que tan ricamente mamaban mi pene, pero más sentía abandonarla a ella, pues en sus entregas, en las que se ofrecía totalmente a mí, me hacía sentir capaz de las más grandes hazañas sexuales, que sólo con ella podía realizar, pues era mi musa inspiradora, ya que me igualaba en cachondez.

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