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Sensaciones perennes

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SENSACIONES PERENNES

Su amigo era mayor que él, estaba casi entrando a la adolescencia y las inquietudes sexuales que empezaban a atenazarlo lo habían llevado a esa situación en la que su pequeño camarada sería el vehículo para apaciguar aquellas ansias que necesitaban desfogarse y no había forma de hacerlo a menos que se decidiera a hacerse una puñeta.

Lo había convencido primero regalándole juguetes y dulces y luego con toqueteos al trasero de la criatura, acariciando el pequeño orificio de su ojete, con lo que lo dejó listo para el siguiente paso.

Como necesitaba lubricación en su pene, le pidió que se la mamara para ensalivarla bien a lo que el otro puso objeciones que fueron derribadas con la entrega de otro caramelo de dulce, y después de disfrutar de los pequeños labios, lo tendió en el suelo, boca abajo, y con mucho cuidado para no lastimarle, colocó la cabeza de su pene en la entrada del pequeño culo, que se frunció al sentir el grosor del invasor. Y ahí fue cuando las sensaciones más deliciosas vinieron a invadir el cuerpo del sometido, pues el frote delicado de aquella cabeza de carne sobre las terminales nerviosas del ano y la tibieza de la sangre que se agolpaba en el cuerpo de la verga, le producían un placer inenarrable, que le hacían cerrar lo ojos y lanzar suspiros placenteros rogando que aquella sensación durara para siempre.

El mayor se limitaba únicamente a rozar con su pene el pequeño agujero sin tratar de introducir su verga, lo que causaría a su amigo un daño irreparable dada la envergadura de uno y la pequeñez de la abertura del otro, pero utilizaba las blancas nalguitas para masturbarse con ellas, gozando de la tibieza de los diminutos globos, pero cuidando de no avanzar más de lo debido, controlando sus movimientos, deleitándose con esta posesión que venía a calmar en parte la excitación que llevaba varios días tenía, debido a las involuntarias erecciones de su juvenil miembro.

Después de varios minutos de estar entregado a estos goces, su verga ansiosa, no pudiendo resistir más, dejó escapar un torrente de líquido lechoso que vino a bañar todo el trasero de la criatura que se removía debajo de él, buscando el mayor frote con la verga que le ocasionaba aquellas sensaciones inolvidables.

Habiendo obtenido su placer, se limpió la verga con una toalla que había llevado como precaución, y limpió también las nalguitas del pequeño lavándolo concienzudamente para no dejar rastro de lo que acababa de acontecer entre ellos.

Después de este primer encuentro, el pequeño lo buscaba asiduamente queriendo tener para sí aquel gozo nuevamente, ya que su pequeño culo había quedado deseoso de seguir disfrutando el roce de la cálida verga de su amigo. Las veces que era posible eludir la vigilancia de los adultos, en un escondite a salvo de todas las miradas indiscretas, se entregaban a aquellos juegos que daban a ambos la satisfacción de los sentidos y la seguridad de que ninguno de los dos cometería una indiscreción, pues habían hecho un pacto de silencio que los obligaba a no contar a nadie la relación que existía entre ellos.

Pasó algún tiempo, y el mayor tuvo que abandonar el lugar donde residían ambos, para poder seguir los estudios que no podía obtener en ese lugar, con lo que el desconsuelo hizo presa del pequeño que añoraba la presencia de su amigo y las sensaciones que había despertado en su trasero.

Intentó sustituirlo por otro joven que atraído por la belleza de sus nalgas le propuso tener relaciones con él. Habiendo aceptado, siguiendo las instrucciones de él, intentó sentarse sobre al pene erecto de aquel nuevo personaje en su vida, mientras el otro, con los pantalones deslizados hasta debajo de las nalgas y en cuclillas, trataba de rozar con la punta de su pene el ano del niño, pero tan falto de delicadeza y tan bruscamente, que ya no le produjo placer sino una gran molestia en el ojete, con lo que desistió de seguir en este juego, añorando la ternura con que lo trataba su amigo ausente.

Al paso de los años, también su pene reclamaba ser utilizado para lo que fue creado y habiendo encontrado culos y coños disponibles, aceptó los ofrecimientos que le hacían, pero siempre tratando de dar el máximo placer a aquellos y aquellas con quienes tenía estos encuentros placenteros.

No aceptó nunca las propuestas de quienes, anhelaban perforarle el culo, pues sus hermosas nalgas les llamaban la atención y les hacían pensar en el deleite que les produciría encontrarse entre ellas introduciendo su verga en el joven ano, como sucedió una vez que por requerimientos de su trabajo tuvo que viajar con un compañero de la misma empresa, y habiéndose alojado en la misma habitación del hotel, al entrar al baño semidesnudo, sus nalgas despertaron el libido de su compañero de cuarto, a cuyas pretensiones tuvo que negarse con mucha diplomacia, convenciéndolo de que mejor se fueran de juerga a una casa de putas..

Estos encuentros sexuales con hombres y mujeres, le habían creado una conflictiva situación en sus preferencias, pues le atraían sobremanera las mujeres, pero disfrutaba también dando placer por el culo a sus amigos homosexuales declarados.

En una ocasión en que visitaron un centro nocturno donde se departía con las putas, fueron abordados por un grupo de ellas y entre el escanciado de las copas de licor, los cuentos subidos de color y la música cachonda, sacó a bailar a la que le había tocado en suerte: una morena de pelo negro, enfundada en un traje de camisa y pantalón blancos, que se ceñían delicadamente a su sensual y esbelto cuerpo. Bailaron con la perturbadora música y él, atraído por el sensual perfume que emanaba el cuerpo de ella, se dejó llevar besándola delicadamente en el lóbulo de la oreja y detrás de ella, disfrutando del roce de aquel cuerpo que se movía en forma tan provocativa, que logró que su pene se erigiera amenazadoramente en su entrepierna con ganas de incrustarse en aquel cuerpo incitante.

Terminó la música y regresaron a la mesa donde estaban los demás, extrañándose de la dureza de las palabras que los hombres dirigían a su compañera, quienes advertidos por las otras acompañantes de que, quien le tocó en suerte se trataba de un homosexual, lo corrieron con cajas destempladas, haciendo bromas a sus costillas, burlándose de la "buena" elección que había hecho y la forma en que la estuvo cachondeando mientras bailaba. Pero a él le quedó la duda que a partir de aquella ocasión empezó a taladrarle la conciencia, pues estaba firmemente convencido de haberse sentido muy a gusto con aquella compañía que a sus amigos les había parecido inapropiada. Así que se hizo el propósito de volver nuevamente pero solo, a fin de poder terminar lo que esa noche quedaba inconcluso.

Efectivamente, hubo un segundo encuentro y después de vencer la resistencia de él-ella, que aún guardaba un resentimiento por el desaire recibido la noche anterior, lo convenció de salir de aquel lugar, terminando en un discreto motel, donde una vez más disfruto de un culo joven que satisfacía sus necesidades sexuales.

En la empresa donde trabajaba, una morena de hermoso cuerpo, quien no perdía la esperanza de llevárselo a la cama, le informó que un muchachito de delicadas maneras que trabajaba con ellos, le había manifestado estar profundamente enamorado de él, con lo que un día de calentura, habiéndose hallado solos en la oficina se produjo el tan ansiado encuentro en el que el que recibió la ofrenda de una deliciosa mamada y un apretado culo cuyos pliegues se distendieron para dar paso a su verga cada vez más ávida de perforar traseros. Claro que la información de la morena también tuvo su premio, pues no tardó en recibir en su anhelante coño los derrames lechosos del agradecido falo.

Después de estos encuentros en ambos bandos, las dudas existenciales empezaron de nuevo a hacer presa de él, pues no definía exactamente sus sentimientos, ya que si bien las mujeres le agradaban y disfrutaba enormemente aceptando los favores de ellas, no le cabía la menor duda de que un cuerpo masculino que se le entregaba tan ardientemente, lograba contagiarle su calentura, aunque no al grado de dejar profanar el sagrado lugar que había sentido el idílico placer que tan solo había encontrado en la verga de su amigo de la niñez, y que le hacía suspirar cada vez que lo evocaba.

Ante tan agradables recuerdos, decidió dar con el paradero de su añorado compañero, y preguntando aquí y allá, logró establecer que estaba residiendo en una población cercana, en la que ejercía su profesión de médico proctólogo. Sonrió para sí y pensó en la similitud de sus preferencias, pues a los dos les gustaba estar tocando culos.

Llamó por teléfono al consultorio y pidió una cita, le fue concedida para una semana después y al vencerse el plazo acudió puntualmente al consultorio.

Cuando abrió la puerta lo encontró sentado en un elegante escritorio de madera. El tiempo lo había convertido en un hombre de agradables facciones, con un cuerpo que proclamaba su dedicación al ejercicio.

Balbuceando por el nerviosismo que le producía el encontrarse después de tantos años ante quien había sido su compañero sexual de la infancia, estrechó la fuerte mano, casi acariciándola. Se presentó haciéndole recordar sus aventuras de años atrás y el prolongado distanciamiento que habían tenido. Le contó de los agradables momentos que acudían a su mente recordándole las sensaciones placenteras que había vivido junto a él, reprochándole su olvido.

El médico también había añorado los momentos de sexo que tuvo con su compañero y siempre tuvo dentro de sus recuerdos el trauma de haber dejado algo inconcluso. El gozaba con aquel chiquillo pero nunca intentó perforarle el culo, porque consideraba que lo lastimaría y el hecho de haberse contenido lo mantuvo con la sensación de un deseo inconcluso, pues la belleza de aquellas hermosas nalgas infantiles nunca se apartó de su mente. No había aceptado ningún compromiso serio con ningún hombre ni una mujer y solamente optaba por las compañías transitorias.

Habiéndose hecho los reproches que procedían, de justificarse, de perdonarse, y de recordar los años de infancia, quedaron en que siendo él su último paciente, fueran a un departamento donde el médico residía.

Llegaron a un edificio muy elegante y después de estacionar su flamante vehículo en el sitio señalado para ello, llegaron al departamento del médico, decorado con muy buen gusto.

Ya sentados cómodamente en el mullido sofá, aceptó la copa que le ofrecía el médico, y habiéndose servido este último la suya, iniciaron la conversación, que fue subiendo de tono poco a poco, llegando a las confesiones y a manifestar los deseos que los invadían.

De las palabras pasaron a los hechos y sintiendo que se les subía la calentura, se despojaron de su vestimenta, hasta quedar completamente desnudos.

Ciertamente, los dos eran unos magníficos ejemplares, con cuerpos bien delineados: el médico con un porte mas masculino y el otro un poco más fino con tendencia hacia lo femenino, particularmente en sus nalgas, hermosas, redondas y paraditas, que provocaron la erección del pene del médico.

Observando el estado de excitación del médico, su amigo se acercó a él y sujetándole la verga, lo masturbó ligeramente, para después acercar su rostro a aquel duro pedazo de carne que también lo había encendido, haciéndole desear tenerlo en su boca cuanto antes.

Acercó su cara a aquel objeto de sus deseos, al que plantó un húmedo beso en el glande, para seguir después con un rosario de lamidas por toda su longitud, sin dejar los huevos sin ser atendidos.

No queriendo quedarse inactivo, el medico lo empujó suavemente sobre el sofá, haciéndolo caer en él boca arriba, para apoderarse del pene del otro, mismo que fue metiendo en su boca para brindarle una mamada digna de un profesional, mientras su verga seguía teniendo las atenciones del más joven, que la devoraba con delectación..

Después de un rato, cambiaron de posición quedando el médico con la cabeza sobre el sofá y con el cuerpo de su amigo sobre él, pudiendo acariciarle aquellas nalgas tan deseadas, que recibieron las caricias de sus manos y los lametones de su húmeda lengua, que se introducía en el ardiente ojete, causando en su amigo un deleite indescriptible, mientras él le recompensaba aquellas atenciones haciéndole disfrutar también con sus lujuriosas opresiones a aquel enorme falo que le llenaba la boca

Aquellos lametones y penetraciones de lengua en su ano, lo habían puesto en un estado de cachondería tal, que ansiaba ser poseído cuanto antes, cosa que le pidió al otro, quien ni tardo ni perezoso se dispuso a satisfacer la petición.

Se trasladaron a la recámara, donde una comodísima cama serviría de marco para esta entrega tanto tiempo ansiada.

Poniéndolo de rodillas, con los codos sobre el colchón y las nalgas levantadas, siguió metiendo su lengua en el ojete hasta dejarlo lubricado con su saliva y después de aplicarse abundante lubricante en el pene, y en el culo del otro, se dispuso a penetrar aquel ano cuya posesión había anhelado durante tantos años.

Al sentir la presión de l tibio glande en el esfínter, le pidió que retrasara la penetración y se limitara a restregarle la punta de su verga en el ojete, cosa a la que el otro accedió provocándole a su compañero un intenso placer al evocar los momentos de su infancia en los que aquel adorado pene le había hecho disfrutar tan intensamente, aún cuando nunca se había atrevido a penetrarlo.

Habiendo satisfecho este anhelo, le pidió que fuera avanzando en la penetración, a lo que el otro procedió cuidadosamente, de una manera delicada y muy despacio, alerta a cualquier síntoma de desagrado que manifestara su compañero. Siguió avanzando poco a poco, metiendo lentamente la cabeza con una presión firme, haciendo que el esfínter se relajara y dejara de obstruir la entrada del invasor. A cada avance, el deseo de ser penetrado

totalmente se iba haciendo más intenso, lo que le incitaba a echar las nalgas hacia atrás para recibir aquel falo en sus ardientes entrañas.

Avanzando y retirándose con mucha delicadeza, pudo el médico introducir aquel pene de magníficas dimensiones y al no observar ningún asomo de molestia, procedió a efectuar un movimiento de mete y saca muy lento primero, aumentando poco a poco la velocidad, entrando y saliendo de aquellas entrañas que lo recibían tan acogedoramente.

Su amigo lo alentaba con frases cachondas haciéndole saber lo mucho que estaba gozando al sentir su verga tan dentro de él y que lo transportaba a la gloria. Era un placer indescriptible con el que había soñado siempre y ahora que se había cumplido su anhelo, se deshacía en alabanzas hacia aquel falo que le provocaba tan profundo goce.

El médico bajó la mano derecha a la entrepierna del otro y acariciándole el pene procedió a masturbarlo, lo que le provocaba doble placer, al sentir la caricia de la mano del otro a la vez que era penetrado tan expertamente.

Después de un rato de esta jodienda tan intensa, el médico le sacó la verga del culo y le propuso que se acostara de espaldas al colchón para después levantarle las piernas y penetrarlo nuevamente colocándose encima de él. En esta posición procedió a besarle el cuello, las orejas y las tetillas, con lo que logró que el pene del penetrado se irguiera en su máxima potencia, refregándose en el bajo vientre del posesor.

Estando nuevamente enchufados hasta las bolas, procedieron a moverse rítmicamente tratando de darse mutuamente todo el placer que eran capaces de dar. Tanto tiempo separados, un reencuentro tan deseado, sólo podía festejarse en esa forma: con una entrega total, verdaderamente, una entrega de cuerpo y alma.

Los besos y los suspiros llenaban la habitación, los dos amantes se deshacían de gozo, uno debajo, contoneando el culo para recibir la verga que iba a su encuentro, y el otro avanzando, tratando de enterrar completo todo el cuerpo del mástil que iba y venía dentro de aquel recto ardoroso.

Este proceder tan activo pronto rindió sus frutos, pues el médico, no pudiendo soportar más, descargó toda la leche de sus grandes cojones en aquel túnel de carne ardorosa que le absorbía sus derrames, como a la lluvia la arena reseca del desierto, al momento que fundían sus labios en un beso intenso en el cual se entregaban el espíritu, que parecía salírseles de sus ardorosos cuerpos.

Después de descargar la última gota de su semen, el médico desenchufó el revenido ano y observando la verga de su amigo que se encontraba enhiesta, bajó su cabeza hasta ella procediendo a metérsela en la boca para empezar a mamarla dulcemente, con una pasión tal, que hizo que su amigo se revolcara sobre el lecho presa de nuevas emociones, hasta que no pudo más y descargó su leche dentro de la boca del médico, quien la tragó con deleite, para después proceder a limpiarla a lametones. .

Luego de un rato de descanso, el deseo los incitaba nuevamente a la posesión, alternándose para mamar sus vergas o penetrar sus culos, pero siempre buscando la satisfacción plena del otro. Se habían encontrado, se habían comprendido, se llenaban mutuamente y satisfacían sus más íntimas fantasías. Ciertamente, eran dos seres que se habían amado siempre y hasta ahora podían demostrarlo.

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