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Segunda oportunidad

en Lésbicos

Segunda oportunidad

El despertador, con sus estridentes pitidos, rompió de súbito la quietud y la calma que, durante la noche, habían reinado en el dormitorio de Irene y Laura. Su abrazo se deshizo, como el hielo de las montañas en los primeros días del estío, nada más escuchar el sonido del infernal aparato, que marcaba el comienzo de un día que difícilmente podrían olvidar. Los ojos de Irene se abrieron con timidez y desgana, mientras Laura pugnaba contra el ruido tapándose la cabeza con la almohada y retorciéndose de un lado para otro, dispuesta a todo menos a abandonar su cómodo lecho.

-Vamos Laura, ¡vas a llegar tarde a clase! - Gritó Irene, al ver que ya habían pasado diez minutos desde que el despertador comenzara su cantinela.

-¡Puff!....hoy no voy a ir, no me apetece nada.- Gimoteó Laura. Cada vez están más cerca los exámenes y cada vez tengo menos ganas de estudiar. No sé que me pasa, no me encuentro bien.- Dijo la joven, mientras su mirada advertía como las orquídeas amarillas que había en un jarrón sobre la mesita, alzaban lenta e inútilmente sus mustias corolas casi al tiempo que Irene subía la persiana del dormitorio, y con mirada severa, espetaba a Laura:

-No seas vaga, te vendrá bien ir a clase estos días para repasar de cara a los finales, y a mí me vendrá bien que no estés por aquí, para recoger todo esto y limpiar un poco, ¡y ponerme de una vez con la maldita tesis! - Añadió Irene, en un tono de voz que le otorgaba la madurez que aún tardaría en aparecer en su piel, y prosiguió: - ¡Este fin de semana no hemos hecho nada! Bueno, nada de provecho para nuestro futuro...profesional.-Susurró con acento pícaro, y mirando a Laura, que la escuchaba sonriente, pasmada, como si Irene fuera a soltar por su boca las palabras que dieran sentido a toda su existencia, como si no le importase nadie más en el mundo....

-Supongo que tienes razón. No está bien que les digas a tus padres que estás a punto de terminar la tesis, y que la niñata que vive contigo hace semanas que no va a clase, ¿verdad? -Dijo Laura, al tiempo que abrazaba a Irene por la cintura y la besaba en el cuello, para después irse hacia el cuarto de baño y, en la entrada, volviéndose hacia ella, añadir: -Voy a ducharme, ¿vienes?

Cuando Laura salió de la ducha, eran más de las nueve de la mañana, Irene estaba duchada y había preparado el desayuno, y el olor a zumo de naranjas recién exprimidas y a pan tostado se unía a la luz del Sol, que ya brillaba con ilimitada fuerza sobre las calles de Madrid, y entraba furtivamente a través de todas y cada una de las rendijas de las persianas, en el céntrico ático que compartían, creando una atmósfera exótica, calurosa y envolvente.

Laura desayunó lo más rápido que pudo y, despidiéndose de Irene con un beso en los labios, bajo, cual gacela perseguida por un guepardo, por las escaleras de su bloque en dirección a la calle, para llegar a tiempo a coger el metro que la llevaría a la Facultad de Letras, donde llevaba estudiando Filología Hispánica cuatro años; donde había aprendido muchas cosas nuevas para ella; donde había conocido a mucha gente interesante; donde había encontrado al amor de su vida; donde menos feliz era....

Llegó al metro unos segundos antes de que éste se pusiera de nuevo en movimiento, y, de camino a la Universidad, iba recordando todos los momentos que había compartido con Irene desde que se conocieron: sus charlas sobre literatura, sus conversaciones sobre sus familias, sobre sus amores, sobre sexo sin tapujos...en ella había encontrado a un alma gemela, pero, últimamente, pensó, las cosas se habían complicado ligeramente. Irene parecía obsesionada con acabar la tesis e independizarse de una vez por todas.

No quería estar viviendo en el ático de alquiler que sus padres pagaban, a ella y a Laura, hasta el fin de sus días. Sentía ganas de conocer gente, conocer mundo, viajar, experimentar, disfrutar....pero sabía que antes de tener acceso a todo eso, debería esforzarse en acabar lo que tenía entre manos, porque, sin ello, esos anhelos se esfumarían como el banco de peces atacado por los predadores en medio del mar, que tantas veces había visto abrazada a Laura en los documentales de la televisión.

Esa era la razón principal que preocupaba a Irene, y por consiguiente, a Laura, un año menor que ella, ya en su último curso, y con las cosas no muy claras. A menudo la joven se sentía inferior, frustrada, veía a Irene tan decidida y tan segura de sí misma que se echaba a temblar, pensando si tal vez ella no era adecuada para Irene. Si tal vez Irene merecía algo mejor. Pero inmediatamente pensó que ella era la mejor, sonrió, y se dijo a sí misma que trabajaría duro, para no dar a la persona que más amaba en este mundo nada más que alegrías y buenos momentos, y poder así, felices y fuertes, enfrentarse juntas a todas las adversidades, como en su día hicieron grandes autoras de la Literatura Universal, desafiando a las sociedades en que les había tocado vivir, encerradas, negadas sus libertades y personalidades, mediante la creación de grandes obras, que hoy por hoy, servían como herramienta de trabajo a Irene, a ella misma y a muchas otras personas en el mundo.

Pero la autoestima no era algo a lo que Laura otorgase especial relevancia, y tan pronto como pensó eso, un halo de tristeza y oscuridad la envolvió, al recordar la acalorada discusión que tuvieron la pasada noche, por la cual casi acaban durmiendo en hogares diferentes. Absorta en sus pensamientos, Laura bajó del metro justo cuando éste se detuvo en la parada que había a dos calles de la Facultad. Subió por las escaleras hasta emerger en las superpobladas y agobiantes calles del centro de la gran ciudad, y se internó en la Biblioteca, sin observar que, a su espalda, grises nubarrones se agrupaban misteriosamente, ocultando tras ellos al Sol, que tan mágico e inolvidable despertar le había brindado...

Irene tecleaba concienzudamente, sentada, frente al ordenador portátil, mientras frotaba sus pies una y otra vez contra la tarima del suelo, intentando relajarse, concentrarse en algo que no fuera el incierto futuro que le aguardaba, si no lograba con éxito finalizar su tesis y entrar a trabajar de profesora adjunta de Literatura, en el Departamento de Filología Hispánica de su facultad, algo a lo que no mucha gente aspiraba, pero que a ella le apasionaba. No podía entender por qué la gente que la rodeaba odiaba su trabajo como si se tratara de la cosa más normal del mundo. Pensaba que la gente que decía odiar su trabajo lo hacía por llamar la atención, atraer miradas de compasión y pena hacia ellas. Ella amaba lo que hacía, hasta el punto de ponerlo muchas veces muy por encima de sus relaciones personales, como la cima de una montaña que sobresale centenares de metros por encima de las nubes, que, bajo ella, más se asemejan a nieve que a aquellas figuras nebulosas que, misteriosamente, habían ido apareciendo en el cielo, sin previo aviso, desde que Laura se fuera de su lado.

Súbitamente, el móvil de Irene comenzó a vibrar encima de la mesa del salón. Laura acababa de irse, no pensaba que pudiera ser ella, pero, ¿quién podría ser entonces?

-¿Quién es?-Dijo la joven, extrañada.

-Soy Alba. Irene, ¿no me recuerdas? ¿tan pronto te has olvidado de mí?-Preguntó la voz que se oía al otro lado del teléfono, en tono irónico, y añadió-¿Qué tal vas con la tesis? Ya me han contado en la Facultad que optas a la plaza de Profesora Adjunta....estará bien trabajar y.....hacer otras cosas juntas de nuevo, ¿verdad, Florecilla?

Irene se quedó pálida, sin habla. Conocía perfectamente a aquella voz, pero hacía tanto tiempo que no sabía de ella que no tenía la menor idea de cómo reaccionar, cómo comportarse ante tal sorpresa. Alba estaba en Madrid. No era nada extraño que algún día volvería, pero lo que no cabía esperar es que se iba a presentar así, y, además, sería la Profesora Titular de la asignatura que Irene soñaba con impartir. Iban a trabajar juntas, como antes habían estudiado, pero, ¿todo sería como antes? Irene había conocido a Alba en el instituto, y allí empezó a fraguarse, entre clase y clase, una sólida amistad que poco tiempo después de convertiría en una historia de amor que sería el guión perfecto para una novela de las hermanas Brontë. Nadie había calado tan hondo en el corazón de Irene, nadie como Alba. Aún recordaba algunas noches, entre sueños, sus apasionados encuentros sexuales cuando bajaban las persianas y todos sus compañeros estaban en el patio, o sus conversaciones sobre lo estúpidos que les parecían los chicos de su edad. Pero lo que permanecía día tras día, no sólo bajo la luz de la Luna, sino cuando el Sol brillaba con fuerza sobre el cielo de Madrid, era el amor que Alba le había inculcado a Irene por la Literatura. Si no la hubiera conocido, su vida ahora sería bien distinta. No estaría trabajando en esa tesis, ni dedicando su trabajo a algo que había acabado amando. Amaba la Literatura casi tanto como a Laura, y a Laura, casi tanto como a Alba. Sí. Amaba a Alba. Pero las cosas no serían como antes. Irene vivía feliz al lado de Laura, y no permitiría que su relación se fuera al garete.

Alba, por su parte, desconocía que Irene hubiese rehecho su vida. Su ruptura fue terrible para ambas, pero Alba quedó tan destrozada que no se había atrevido a salir de casa nada más que para dirigirse a clase, y tiempo después, a su trabajo de becaria en un instituto de Segovia. Ahora, con su tesis recién terminada, la habían contratado para dar clase en la misma facultad madrileña a la que Irene deseaba entrar a trabajar, aunque fue cuando llegó allí por primera vez, cuando volvió a saber de ella, y se decidió a contactar con su amor adolescente, aún a sabiendas de que la reacción de Irene sería tan impredecible como el comportamiento que años atrás había mostrado, enamorándola hasta límites insospechados...

-Alba....no conozco a ninguna Alba. Lo siento, se ha equivocado. Adiós.-Irene, temblorosa, se desplomó en el sofá del salón, con el teléfono móvil parpadeando en sus manos, por las insistentes y reiterativas llamadas de Alba, y sintiendo el vibrador del aparato en sus manos con dulce amargura. Su vida ordenada, clara, perfecta, desde este mismo momento, se había convertido en un caótico torbellino de emociones. Imágenes de Laura y ella en la cama, viendo la tele juntas, abrazadas, pasaban a ráfagas por su mente, al tiempo que la palabra ‘Florecilla’ tintineaba una y otra vez en sus oídos. Irene se encontraba en un océano en medio de dos islas. Una, Laura, exótica, alocada, sentimental, cariñosa, y la otra, Alba, tímida, luchadora, perfeccionista, irresistible...

-Hola Alba, perdona lo de antes.-dijo Irene, con voz temblorosa.-¿Qué tal todo? ¿Cómo no me has llamado antes si sabías que venías a Madrid? Lo cierto es que no me pillas en un buen momento....

-¿Qué te ocurre, Florecilla?-preguntó Alba, en tono preocupado.-Sólo quería que supieras que estoy muy contenta de que vayamos a vernos de nuevo, día tras día, y podamos hablar, reír, tomar un café, etc.....volver a ser tan amigas como antes.

-Ahí está el problema.-Ahora soy yo la que anda muy agobiada con el trabajo, y además, tengo pareja, han cambiado muchas cosas. Lo que menos me esperaba es que volvieras a aparecer en mi vida de esta forma. No entiendo lo que quieres de mí. Te fuiste a preparar tu Doctorado, de lo que me informaste por un mensaje al móvil. Me abandonaste, y ahora vuelves como si nada hubiera pasado. Sinceramente, no sé qué decir.

-No es necesario que digas nada, imaginaba que estarías dolida, por eso no te llamé, para no darte motivos para odiarme. Sé que me porté mal, pero entonces encontrar un trabajo era lo más importante para mí, y siento ser tan descaradamente egoísta, pero pienso que ahora sería nuestro mejor momento para volver.-Evidentemente, Alba desconocía por completo el tema de Laura. La incomunicación entre Irene y ella desde su marcha se había encargado de ello. Mejor así. Ahora no habría motivo para explicaciones.

-Mira Alba, voy a serte sincera. Te ayudaré en lo que pueda con el trabajo, y podremos volver a vernos como siempre, y mantener una relación cordial, pero por mi parte no puedo ofrecerte nada más. Mi vida ha cambiado y me gusta como está ahora. No quiero volver atrás y mucho menos, teniendo la certeza de que nada va a funcionar, porque ya nos pasó una vez....

-Te agradezco mucho que me hables tan sinceramente, Irene. ¡Esa es mi Florecilla! Mi única intención con esta llamada era saludarte y decirte que he vuelto para quedarme, y que espero que volvamos a ser lo que antes fuimos, al menos como amigas, si es lo que tú quieres. Te quiero, nada más. Gracias por escucharme y....espero que nos veamos pronto.

-Yo también.-Respondió Irene, aliviada y añadió-...¿quieres pasarte por casa para tomar un café? Laura no está y podremos hablar tranquilamente.

-¿Laura? ¡qué nombre tan bonito! ¡estaré encantada de verte de nuevo! ....además, he cogido tu dirección del fichero de los becarios, espero que no te importe...-Repuso Alba, en tono inocentón.

-Para nada.-Finalizó Irene. Somos amigas, y ¿qué clase de amiga no sabe dónde viven sus ídem? Jajaja...te espero aquí en media hora, ¿de acuerdo? Un beso muy fuerte, Alba.

Irene sintió haber puesto demasiada pasión en sus palabras, pero era demasiado tarde para lamentarse, Alba le había colgado ya, y, muy probablemente, se dirigía hacia su ático en estos momentos. Además, tenía clarísimo que nada la haría cambiar su vida actual, ni siquiera el regreso de la persona a la que más había amado en toda su vida... No había ningún problema en mostrarse amable, cariñosa y comprensiva. Esas eran las virtudes de Irene que más le gustaban a Laura.

Laura veía, con gesto preocupado, a través de los ventanales de la Biblioteca, la lluvia caer con desmedida fuerza sobre las calles, al tiempo que cada vez más nubes cubrían el cielo. Lejos quedaba ya el idílico amanecer entre los brazos de Irene, con la luz del Sol en la cara, deslumbradas cual amantes descubiertos en el césped del parque en una noche de verano. Ese clima no la motivaba en absoluto para estudiar. Siempre se dejaba influir mucho por esas cosas, y un tiempo tan gris no hacía sino deprimirla y hacerla sentirse cada vez más insegura y frustrada. Sólo pensar en Irene alejaba de su mente y su corazón esos sentimientos. La veía tan responsable, tan amable con ella, tan segura de sí misma, que, al momento, volvía a estudiar con renovadas energías con el único objetivo de convertirse en alguien tan admirable como ella. Irene era su Sol.

-¡Cuánto has cambiado!-Dijo Alba, al tiempo que se abrazaba a Irene, y la besaba en las mejillas. Irene ya se encontraba algo más tranquila. Haber invitado a Alba había supuesto un duro paso que dar para ella, pero así, cara a cara, podrían hablar claramente, y podría decirle que no quería tener con ella nada más que amistad. Lo que no sabía es que, aunque Alba parecía convencida de ello, en su interior deseaba fervientemente volver a salir con ella. El tema no tardaría mucho tiempo en salir a debate...

 

-Una, que tiene que evolucionar, ya ves.-Repuso Irene, en tono frío, intentando distanciarse paulatinamente de Alba.-Pasa y siéntate-Añadió.-¿Cómo te pongo el café?

-Con leche, por favor, y dos cucharadas de azúcar, estoy agotada, necesito energía.-Contestó Alba, al tiempo que se despojaba de su chaqueta de cuero, dejando al descubierto su escultural anatomía, y su pelo rizado, largo y negro como el azabache, que tantas veces había girado alrededor de los dedos de Irene.

-Aquí tienes, repuso amablemente Irene, para después continuar:-¿Cómo es que has decido volver a Madrid, con lo mal que acabó lo nuestro?

-Verás Irene.-Respondió.-Durante el tiempo que hemos estado separadas he estado principalmente centrada en acabar los estudios y encontrar un buen empleo, y ahora que ya lo tengo, pienso dedicarme con más esmero a las amistades que tan descuidadas dejé tiempo atrás. Es por eso que he venido a verte. Es cierto que otra de las cosas que más deseo es que tú y yo acabemos juntas de nuevo, pero sé que será difícil y....

La conversación se interrumpió bruscamente por la vibración del móvil de Irene encima de la mesa. Era un mensaje de Laura, que decía lo siguiente:

VOLVERÉ STA NOXE. HE NCONTRADO INFO INTRESANT XA L TRBJO D LIT BARROK, Y NCSITO AKBARLO AORA Q STOY ANIMADA. SIGO PNSANDO N TI, NO M OLVIDES. TQM.

-No parece una buena noticia, a juzgar por la cara que pones, Florecilla.-Intervino Alba, devolviendo a Irene a la realidad. La mirada de Irene se tornó preocupada. Desde que sabía de la vuelta de Alba, no había pensado en ningún momento en Laura. Nunca le había comentado nada al respecto a su joven amante, y ahora, que Laura había hecho caso de todos sus valiosos consejos, y al fin demostraba interés por las cosas importantes de la vida, se sentía como si, hablando a hurtadillas con su antigua amante, la estuviera traicionando. Entristecida, angustiada, miró a Alba, intentando parecer fuerte, y le dijo:

-Es Laura, volverá tarde. No importa, así podremos dejar zanjados todos nuestros asuntos, ¿no crees?

-El único asunto que me interesa zanjar contigo es el que te niegas a tratar. Por lo demás, podemos hablar de lo que quieras-Replicó Alba, en un tono serio y decidido, como si nada ni nadie pudiera rebatir sus palabras...

Irene sintió un nudo en su garganta, al tiempo que miraba a Alba de arriba abajo, desde su ensortijada y larguísima melena negra, hasta sus labios, carnosos, gruesos, sus ojos negros, preciosos, brillantes, con larguísimas pestañas, sus preciosas manos, que, lentamente, se acercaban hacia las de ella, asiéndolas con suavidad, masajeándolas...

-Alba, no puedes hacerme esto.-Irrumpió Irene, angustiada.- Y yo no puedo hacerle esto a Laura. Ahora descubro que si Laura me viera no sólo se sentiría mal por lo que es obvio. Yo, obcecada en demostrarle lo segura, fiel, profesional y decidida que soy, estoy aquí, a tu lado, dejándome dominar por ti, cuando he soñado todo este tiempo con volverte a ver y decirte todo lo que te odiaba, por haberme dejado sin darme explicación alguna. Y no puedo hacerlo. Es como si....me hipnotizaras. No quiero sentirme así.

-¿No? Siempre he pensado que el mundo de los sueños es fascinante.-Añadió Alba, en un irresistible tono susurrante, mientras seguía acariciando las manos de Irene, cada vez con más dulzura y suavidad...

-La verdad es que ya no sé lo que quiero. Y sinceramente, no sé si esto es un sueño o una pesadilla, pero tampoco sé si quiero que termine o no.-Aclaró Irene, que se había dejado dominar por completo por las pasiones, olvidando todos los malos momentos que había pasado a raíz de su ruptura con Alba, y todo lo bueno que vino después, al lado de su joven Laura. ¡Oh, no! ¡Laura...! Su joven amante, ocupaba su pensamiento, su corazón, su vida, pero la veía lejos, borrosa, como si quien la hubiera dibujado para ella, ahora se empeñara en borrarla literalmente de su vida. Cerraba los ojos y continuaba viendo a Laura, con ese mismo aspecto, pero de nuevo en imágenes en movimiento, como las que veía en su mente poco después de su conversación telefónica con Alba. ¿Y Alba? Sí. También la sentía. Pero era un sentimiento mucho más claro, sentía que las caricias de la joven morena quemaban su piel por el deseo, quería dejarse llevar. Deseaba escapar de esos pensamientos que le presentaban a Laura como alguien gris, que nada aportaba a su vida. Ella sabía que Laura no era así, pero no tenía ni idea de por qué en su pensamiento se mostraba de esa forma, como cualquier otra chica, de las que Irene veía e ignoraba cuando caminaba segura y decidida, como siempre, por las calles de Madrid. Tal vez Alba era la responsable, pero, la realidad era que, para bien o para mal, la llama que ardía por Laura en el corazón de Irene se estaba apagando con la misma rapidez que se había encendido la primera vez que entrelazaron sus lenguas, sus miembros, sus cuerpos, en el sillón del profesor en una de las aulas de su primer año en la Facultad, con las persianas bajadas, en una total oscuridad que la pasión de ambas se encargó de iluminar. Una oscuridad, de la que ahora, por más que intentaba, Irene no podía escapar...

Angustiada, como si las caricias de Alba no la dejasen respirar, abrió los ojos y se apartó de ella unos centímetros. Alba aguardaba con la vista fija en sus ojos, quieta, sin decir nada. Irene le devolvía la mirada, sin miedo, pero algo desconcertada. Ambas esbozaron una sutil sonrisa al mismo tiempo, y, después, como si de dos polos opuestos de un imán se trataran, se acercaron la una a la otra, con la inseguridad reinando en sus miradas, como si no supieran lo que el destino les deparara si seguían adelante. Comenzaron a besarse apasionadamente, como nunca lo habían hecho, como si realmente aquello fuese un sueño a punto de terminar, para después, ya desprovistas de cualquier ropaje, internarse en la exuberante atmósfera del dormitorio de Irene y entregarse, por una sola vez, al disfrute de sus cuerpos. Irene seguía viendo una imagen en su mente, pero ya sólo aparecía como un borrón gris, humedecido por las gotas de lluvia, en el que sólo se reconocía algo parecido a un ojo. Un ojo de Laura. Abrió los ojos y sus nuevos temores se disiparon, al ver que la chica a la que estaba besando era Alba. Por fin estaban juntas de nuevo. Se abrazaban, se acariciaban, unían sus labios, sus lenguas, ardiendo como el bosque incendiado en pleno verano, sin esperanza de que un frío chaparrón apagase tales fuegos. Hambrientas llamas, que esa tarde devoraban sus cuerpos, entregándolos al más grande de los deleites, haciéndolas escapar de la ciudad, del trabajo, de la gente que durante tanto tiempo las había rodeado, para encargarse de mantenerlas separadas. Aquello había terminado. Por una vez, se tenían la una a la otra, y no dejarían, al menos de momento, que su felicidad se esfumase, como lo habían hecho los restos del amor por Laura que quedaban en el corazón de Irene....

Laura, en la Biblioteca, bostezaba sobre los libros, harta de tanto estudiar. Además, tenía hambre y le apetecía ver a Irene, que estaría liada con la tesis, y no se había molestado siquiera en contestarle al mensaje. Como un resorte, se levantó de la silla, recogió sus cosas y salió corriendo de la Biblioteca en dirección a la parada de metro más próxima. En su carrera, advirtió la gran fuerza con la que el agua caía, al tiempo que veía relámpagos en el cielo, aquí y allá, que ampliaban la ya de por sí excelente iluminación del centro de Madrid.

Deseaba llegar a casa, darse un baño caliente con Irene mientras escuchaban algo de música, y hacer el amor con ella después de cenar una de sus ligeras y sabrosas ensaladas...pero para eso, tendría que llegar a casa, y, desafortunadamente, el metro se había marchado sin recogerla...

El calor en la alcoba se hacía insoportable. Aún así, ni Irene ni Alba querían deshacer su furtivo abrazo, aún a costa de saber que podría traerles problemas. Seguían acariciándose, besándose, susurrándose palabras de amor, mientras que fuera, en la calle, la noche seguía cayendo como una losa sobre la ciudad, acompañada de frías cascadas de furiosa lluvia, y el ensordecedor y apocalíptico estruendo de los truenos. Indudablemente, el clima no acompañaba para estar en la calle a esas horas, y así lo pensó Laura, que, ni corta ni perezosa, estaba a menos de un kilómetro de casa, pues en lugar de esperar al metro, cansada por el largo día que había tenido, llamó un taxi para que la llevase de vuelta junto a Irene. Lástima que ella tuviera otros asuntos entre manos...

Laura llegó al portal ligeramente mojada y sacó su herrumbrosa llave, con el llavero que Irene le había traído de su viaje a Gran Bretaña, cuando realizó la ruta turística por los lugares en los que Bram Stoker había situado ‘Drácula’. Y es que, si bien Irene aspiraba a ser Profesora de Literatura Española, había estado varias veces en Gran Bretaña, devolviendo a la realidad historias que había leído y de una u otra forma habían tocado su corazón. La tragedia de Lucy Westenra en ‘Drácula’ la fascinó particularmente, y es por eso que, poco antes de conocer a Laura, viajó por Inglaterra para empaparse de los retazos de realidad que la magnífica obra de Stoker contenía. Ella, por aquel entonces, ya había tenido la oportunidad de encontrar a Alba, su vampiresa...y allí la tenía, abrazada a ella, dirigiéndole fijamente su mirada felina, mientras sólo ellas sabían qué cosas pasaban en esos momentos por sus cabezas, sus corazones, sus almas...

Laura subió al viejo ascensor, que, a su entrada, hizo un ruido extraño. Luego pulsó el botón que la llevaría justo a la puerta de su ático, a su encuentro con su amada...pero no sabía que nada de lo que iba a encontrar allí iba a gustarle en absoluto...

Irene, aterrada, oyó el ruido del viejo ascensor subiendo, y por un momento vio que el borrón grisáceo que en su mente tenía hacía un momento, de nuevo tomaba la forma de Laura. Pero la veía muy distinta, como si algo muy doloroso le hubiera ocurrido. Sintió en su corazón todo el peso de la culpabilidad, pero, por otro lado, pensó que nada ni nadie la apartaría de su reencontrada vampiresa ahora, y que estaba dispuesta a enfrentarse a lo que viniera con todas las consecuencias. Alba y ella se abrazaron y besaron de nuevo, escondiéndose bajo las sábanas, en un gesto de total descortesía hacia Laura, que en ese preciso instante entraba por la puerta de la vivienda, en dirección a el dormitorio, en busca de Irene, en su busca....

-¡Dios Santo! ¿Qué significa esto?-Dijo gritando, histérica, al encontrarse a Irene y su amante en la cama que tantas veces ella misma había utilizado, y no sólo para descansar...

-Laura, sé que lo que te diga no va a convencerte, así que será mejor que te diga la verdad, aunque, también es cierto, no creo que necesites que te explique nada.-Dijo Irene, burlándose descaradamente de ella....

-Siento que nos hayamos conocido en estas circunstancias, Laura. Soy Alba.-Dijo, en tono no menos irónico, para después volver a besar a Irene, tras lo cual Laura cerró la puerta del dormitorio con un tremendo portazo y salió del ático, en dirección a la azotea del edificio, derramando torrentes de lágrimas por sus mejillas, enrojecidas ya no sólo por el cansancio, sino por el espantoso ridículo en que su vida se había convertido, y por la furia que sentía por haber sido engañada por la persona en quien más confiaba en el mundo...

Salió por la puerta de la escalera hacia la azotea, y se acercó hacia uno de los bordes de la empalizada que rodeaba la parte más elevada del bloque, mirando, más de cincuenta metros por debajo de ella, las alargadas luces que se movían a gran velocidad producto de la unión de cientos y cientos de vehículos en frenética procesión nocturna, bajo la enorme e impasible tormenta que a todos azotaba.

Con total indignación, y sintiendo un tremendo dolor de cabeza, subió al borde amurallado de la baranda, mientras, abajo, en su hogar, Irene retozaba felizmente con Alba, ajena al enorme caos que su reencuentro con su amada había generado.

Laura cerró los ojos, y sintió el vacío bajo sus pies, mientras en su cabeza retumbaba el eco de las sonrisas de su amada y la amante de esta, unidas en un lazo traicionero, mientras la tensión en su joven corazón se disparaba, casi haciéndole salir por su pecho destrozado...dejándola muerta. Muerta y abandonada, muerta y abandonada, muerta y abandonada.....

-Muerta y abandonada, muerta y abandonada, muerta y abandonada......

-¡Laura, despierta, Laura!-Gritaba Irene, con el estrepitoso pitido del despertador de fondo, mientras, en la cama, Laura, abría los ojos como un resorte, aterrada, mirando de un lado para otro y gritando histérica:

-¡Irene!¡muerta y abandonada!¡muerta y abandonada!.-A lo que Irene respondió, con su habitual madurez:-Tranquila, cariño, sólo ha sido una pesadilla. No pienses en ello, por favor. Eso son tonterías.

-Joder, menos mal, ¡ha sido horrible!-Respiró Laura, aliviada.

-Puedes contármelo si crees que te hará bien.-Repuso Irene, cariñosamente, en tono confidente.-Pero tendrá que ser más tarde, ahora tengo que ponerme con la maldita tesis y tú...venga, ¡vas a llegar tarde a clase, y ahora más que nunca tienes que ir, que los exámenes están muy cerca!¡toma algo de desayuno y vete corriendo! Hay zumo y tostadas recién hechos encima de la mesa, ¡y hace un día espléndido!.-Añadió, mientras subía las persianas, dando a sus orquídeas amarillas un baño de sol, y haciendo que el calor extendiera por la casa el aroma de las flores y la comida, aroma que embriagaba a Laura, de tal modo que la había hecho olvidar, por un tiempo, que su sueño comenzaba exactamente de la misma forma que ese nuevo día de su idílica vida junto a Irene.