miprimita.com

Donde dije digo, digo Diego (1)

en Gays

Ya empezaba a cansarme del ronroneo de la música de aquel antro, y Diego pareció notarlo en mi mirada. Aquella noche había salido con nosotros, y parecía preocupado, cansado, así que cuando vio que yo ponía cara de circunstancia, no tardó en ofrecerse a llevarme a casa, como tantas otras veces había hecho.

-No me importa acercarte. Yo también me voy, que ya estoy harto.-dijo.

Hacía casi un año que había dejado a su novia, cuando estaban a punto de casarse, porque las hermanas de la chica, unas brujas todas ellas, intentaban controlar todos los movimientos de la pareja, y Diego tenía suficiente con una como para estar seguro de que no quería seguir relacionándose con semejante gentuza.

-¿Cómo que os vais? ¿No es un poco pronto?-preguntó Jacinto, que no estaba en su mundo, aunque lo pareciera, como siempre: -Quedaos un rato más.-añadió: -Yo no tardaré.

Diego era el hermano mayor de Jacinto. Tenía 27 años, y Jacinto, mi mejor amigo, 24. Jacinto era más o menos de mi misma altura y complexión, casi 1’80 de estatura, y fuerte, aunque más feo, no nos vamos a engañar. Llevaba una especie de cresta, por llamarla de alguna manera, y nadie quedaba indiferente ante sus gafas de pasta y sus frikadas. Diego era más bajito, más callado y menos pretencioso. Aunque había rasgos que los asemejaban (por algo eran hermanos) físicamente eran casi completamente distintos. Diego era moreno, con unos preciosos ojos negros, brillantes, vivarachos, el pelito de punta y una minúscula perilla que le daba una pinta de chungo irresistible. Solía rematar el conjunto con alguna joya de oro no demasiado extravagante y dejando deliberadamente desabrochado el tercer botón de la camisa, mostrando un atisbo de su pecho imberbe y tostado. A mí me gustaba muchísimo. Además, era un encanto de chico, y su reluciente sonrisa, que no dudaba en mostrar a todo el mundo, le hacía aún más atractivo. Yo estaba embobado pensando en su sonrisa cuando insistió en preguntarme:

-Bueno Pedro, yo me voy. ¿Te subo?

Yo balbuceé unas palabras desconocidas incluso para mí, y finalmente conseguí aceptar su ofrecimiento. Así me ahorraba un paseo, que ya comenzaba a hacer frío, y además no me apetecía volver solo a casa.

-Sois unos aguafiestas.-oímos a nuestra espalda la voz decepcionada de Jacinto, que se mezclaba con la música del lugar. Ni siquiera volvimos la cabeza para mirarle.

-Hemos dejado a tu hermano con ésas. Así nos libramos de ellos y matamos dos pájaros de un tiro.-le dije a Diego, entre risas, para entablar conversación.

-Se lo pasará bien. Él disfruta con cualquier cosa. Yo no puedo más, estoy que me caigo.

-Yo también.-respondí.

Le seguí hasta el camión que estaba aparcado cerca del pub del que acabábamos de salir. Yo pensaba que habría salido con su coche, un turismo plateado bastante grande que había comprado de segunda mano y que tenía mucho más glamour que aquel mastodonte donde pretendía que me subiera, pero tampoco estaba en condiciones de exigir. Al menos no tendría que ir andando.

-¿Pretendes ligar con eso?-le dije, señalando el viejo camión del negocio de su padre, a quien llevaba varios años ayudando.

-Por lo menos no tengo que ir andando.-respondió, sacándome la lengua, y añadió: -He vuelto bastante tarde del trabajo hoy, no me apetecía ni bajarme del camión para ducharme.

-Ahora entiendo el olor que había cuando te ponías a mi lado ahí dentro, y yo pensando que era la gorda que había detrás.-bromeé.

-Anda, sube y cállate, idiota.-respondió, cabeceando en un gesto de negación, dando a entender que lo mío no tenía remedio.

Me senté y miré a mi alrededor. La cabina del camión parecía bastante amplia. Había ambientador, un almanaque y muchos más artilugios kitsch por el salpicadero, incluyendo una pequeña figurita de plata de San Cristóbal y una caja de preservativos al lado. No pude evitar reírme al ver aquello.

-¿Qué pasa? ¿Los maricas no usáis condones?-me preguntó, vacilándome.

-Claro que sí, gilipollas, es que me ha hecho mucha gracia verlos al lado del santo, a la vista de todo el mundo. Sólo eso.

-No tengo nada que ocultar.-dijo orgulloso, mientras se agarraba con fuerza el paquete y me miraba, chuleándose.

-Ni que enseñar.-le corté: -Anda, arranca este trasto y vámonos, si es que conseguimos llegar a la esquina.

Diego sabía que yo era gay y no me importaba. Para mí su familia era como una segunda familia, y entre nosotros no había secretos. Pero no me gustó que se enterara por Cristina, una amiga común y algo "indecisa" que no sabía mantener la boca cerrada (y eso bien lo sabía Diego). Sin embargo, nada de eso me importaba.

Diego se encendió un cigarrillo y me lo pasó mientras arrancaba el camión y comprobaba que todo estaba en orden. Le di unas caladas y entre las volutas del humo recordé súbitamente cómo el hermano de mi mejor amigo se había sobado el paquete delante de mí. Pensé en lo que había escuchado acerca de los chicos bajos y el desproporcionado tamaño de sus pollas, y no pude evitar excitarme y fumar con más fuerza, lo que provocó que me sacara el cigarro en un espasmo y me pusiera a toser como loco.

-¡Joder, Pedro! ¡Cuidado que vamos a salir ardiendo! ¿Los maricas no sabéis fumar?-Hay que ver la de cosas que tengo que aprender todavía de vosotros.-dijo, guasón, justo en el momento en que nos poníamos en movimiento.

Mientras me decía aquello yo le miraba con los ojos llorosos por la fuerte tos, pero aún así pude clavar mi mirada perfectamente en sus hermosos labios carnosos, sus pícaros ojos oscuros, y su polla, marcándose innegablemente en los vaqueros ajustados que vestía.

-Diego, no seas pesado, anda. No quiero entrar en un debate sobre las costumbres de los gays porque me haya dado un poco de tos. Sabes que lo único que me diferencia de ti es que dejaría que me follaras.-dije, recuperándome, y añadí: -Como haría cualquier chica con dos dedos de frente.

-¡Qué cerdo eres! ¡Siempre pensando en lo mismo!-dijo, aparentando indignación, y sobándose de nuevo la polla por encima del pantalón, a lo que contesté, con sorna:

-No soy yo el que está cachondo.

Por la cara que puso aquello le había jodido, o eso creía yo. Ni corto ni perezoso, siguió conduciendo, indiferente a mi comentario, hasta que llegamos a mi calle. Allí, cerca de la puerta de mi casa, fue reduciendo la velocidad del camión hasta que paró y, lentamente, se bajó la cremallera del pantalón, sacándose la polla por la bragueta abierta. Se notaba que estaba excitado, pero aún así su polla no había alcanzado ni de lejos su tamaño total, y ya debería medir al menos 15 centímetros. Mi sorpresa fue mayúscula, jamás hubiera imaginado que me pasaría algo así con Diego, el hermano de mi mejor amigo, que había estado a punto de casarse con una bruja, y allí le tenía, enseñándome la polla como si nada. Estaba tan hipnotizado que no escuché bien lo que decía, y tuve que pedirle que me lo repitiera:

-¿Qu…qué dices?-balbuceé.

-Digo que quizá tienes razón. Que quizá soy yo quien está cachondo.

Amodorrado, me miró, sin borrar el brillo de sus ojos de macarrilla que tanto me gustaban, y se agarró con fuerza la polla con la mano izquierda, comenzando a masturbarse, mientras con la derecha, que hacía un instante sujetaba el volante, cogió mi mano izquierda y la posó sobre su enorme cipote, deslizándola de arriba abajo, desde la base, gordísima, hasta el enorme y rosado capullo, haciendo que mi mano chocara suavemente con la suya.

Las imágenes de la noche pasaban como diapositivas a toda velocidad por mi cabeza, y siempre llegaban al punto en que le había visto sobarse el paquete por segunda vez, y volvían a lo que ahora sucedía en la cabina de su camión desvencijado. Excitado, emocionado, y muy caliente, acerté a murmurar:

-Diego… yo… no… no sé…

-¿Qué…?- me preguntó en un jadeo, desarmándome por completo.