miprimita.com

Mármol

en Gays

La primera vez que le vio, sintió algo en su interior que nunca antes había sentido. Era la primera vez que, aún sin saberlo, Pablo se enamoraba de alguien de su mismo sexo. No tardaría en descubrir que su amor no sólo era correspondido, sino que además, no era sólo amor lo que Jorge sentía por él.

Aunque vivían en lugares diferentes, iban a clase juntos a la capital, hacia donde Jorge se desplazaba día tras día en tren, y donde Pablo vivía en un piso de alquiler con unos amigos.

Durantes meses, entablaron una gran amistad, basada en sus aficiones comunes y sus afines formas de pensar y sentir. Pero todo eso cambiaría cuando Jorge se marchó a estudiar un verano al extranjero. Pablo aún no se había atrevido a confesar cara a cara a Jorge sus sentimientos, y ese verano, con él tan lejos, no hacía más que darle vueltas a la cabeza, sin poder concentrarse en estudiar las asignaturas que había suspendido. Cada vez que intentaba memorizar sus apuntes, los ojos castaño verdosos de Jorge, sus carnosos labios, venían a su mente, desplazando a un segundo plano los poco interesantes apuntes de Literatura.

Una tarde, sofocado por el cansancio y el calor estival, Pablo se decidió a dar el primer paso, y, aunque Jorge estaba a cientos de kilómetros de distancia, se puso manos a la obra para escribir una carta al joven, y hacerle así saber lo que en su corazón por él palpitaba.

Semanas después, Pablo, aliviado, aunque ciertamente arrepentido, temeroso de la reacción de Jorge, recibió una carta. Su sorpresa fue mayúscula al comprobar quien era el remitente de la misma: el joven al que amaba, Jorge, le decía en su misiva que pronto estaría de vuelta en España para aclararlo todo, su sorpresa había sido mayúscula, y tenía muchas ganas de verle.

Los ojos de Pablo se humedecieron ligeramente por la emoción, y su corazón empezó a galoparle en el pecho. El sensible Jorge parecía interesado en él; si no, ¿para qué interrumpir su importante viaje de estudios?

A los pocos días, Jorge llegó a España, y sin perder el tiempo, cogió el tren que podría tardar menos en llevarle al lado de Pablo, para que pudieran así aclararlo todo cuanto antes. En su mente, la imagen del joven, con su amable sonrisa, sus preciosos ojos castaños, y el pelo rizado, ensortijado, que durante tanto tiempo Jorge había soñado con enredar entre sus dedos...

Llamaron a la puerta. Pablo, aturdido por el calor, tardó un tiempo en reaccionar, y luego se levantó en dirección a la entrada para recibir la visita. Iba vestido con una camiseta negra sin mangas, ajustada a su cincelado torso, y unos shorts también negros, mientras sus pies descalzos sentían el frío del blanco mármol que, sin que él lo supiera, pronto le quemaría, como las llamas devoran el seco sotobosque en pleno verano.

Al otro lado de la puerta, impaciente, Jorge. Vestía una camiseta verde caqui también ajustada a su curvilíneo torso, y un pantalón negro que resaltaba su poderosa y estilizada figura, desde las curvas de su trasero hasta el último recodo bajo sus boxers, también negros, que asomaban furtivamente por encima del pantalón.

La cara de Pablo al abrir la puerta era la sorpresa misma. No podía creer lo que veía. Cruzado de brazos, al otro lado del umbral, el apuesto Jorge, con su voz varonil pero melodiosa, le saludaba:

-Hola Pablo. Recibí tu carta y pensé que te gustaría verme.-Le dijo, y tras guiñarle un ojo, dejó su maleta a la entrada, mientras observaba la escasa indumentaria de su joven anfitrión, que le miraba atónito.

-¡Jorge! ¡Bienvenido!-Dijo Pablo, como pudo, y añadió:-Ya sé que lo de la carta no fue una buena idea, y menos aún teniendo en cuenta lo que en ella te contaba, pero es que....-Balbuceó, hasta que Jorge, harto de tanta palabrería, selló sus labios con un beso apasionado mientras le rodeaba con sus brazos, como si hubiera vuelto a la vida tras su odisea foránea, como si Pablo, con su carta, le hubiera salvado del tedio que en Londres lo poseía.

 

Pablo no se echó atrás, sino que llevó su lengua al encuentro de la de Jorge, que, gratamente sorprendido, le facilitó la tarea, asiéndole por la nuca y acercándole más y más hacia sí, sintiendo como la lengua de Pablo pugnaba por abrirse paso más allá de su paladar...

Jorge entró finalmente en casa de Pablo, abrazándole, besándole, sin ceder terreno a la lengua de su amante, acariciando con sus grandes manos todos y cada uno de los centímetros de la espectacular anatomía de Pablo, quien, satisfecho, cerró la puerta tras ellos.

Tras unos minutos de apasionados besos e interminables caricias, Pablo se recostó de espaldas en el gélido suelo marmóreo, llevando con él a Jorge, cuyo rostro reflejaba un torrente de sensaciones, y la impaciencia ante lo que aún estaba por llegar. Presos de la emoción y el deseo, ambos jóvenes se retorcían en el suelo, disfrutando del preámbulo que sus cuerpos, aún cubiertos de ropa, les ofrecían.

Fue Jorge, arrodillado sobre las caderas de Pablo, con las piernas de éste bajo él, quien tomó la iniciativa. Con manos temblorosas y deseosas, tiró de los cordones de los negros shorts de Pablo, liberando la considerable tranca de su amante, mientras en sus ojos veía la misma impaciencia que por dentro a él lo devoraba.

Y eso fue lo que Jorge hizo. Como si de una inagotable fuente de alimento se tratara, se llevó aquel pedazo de carne a sus labios, donde aún reposaban los primeros efluvios de saliva de Pablo, y comenzó a lamerla por toda su superficie, como si el tiempo se hubiera detenido, y dispusiera de las horas que él quisiera para realizar tan placentera acción. A cada pasada de su lengua, Pablo se retorcía de placer sobre el suelo, que aún le helaba la espalda, mientras que más abajo su sangre parecía haberse convertido en lava, gracias al esfuerzo de su deseado Jorge.

Mientras la excitación de ambos aumentaba a una velocidad vertiginosa, la temperatura en el ambiente se iba caldeando, con los jadeos entrecortados, producto del frío y el deseo de Pablo, como música de fondo.

Por su parte, Jorge, no cesaba de lamer aquel maná, que a su paladar resultaba extraño, pues era la primera vez que se veía en esa circunstancia (algo que Pablo aún desconocía), pero a juzgar por los gemidos de su amante, estaba saliendo airoso de la prueba de fuego. Y nunca mejor dicho. El fuego que emanaba de la enorme verga de Pablo se extendía más y más sobre Jorge, que, presa del deseo más visceral, comenzaba a bajarse los pantalones, obligado en cierto modo por el ansia de libertad que su propia polla sentía.

Viendo las dificultades con las que Jorge intentaba despojarse de su ropa, Pablo, acariciándole, besándole de nuevo en los labios, le ayudó a incorporarse, mientras Jorge, caliente como nunca, seguía amarrado a su verga con una mano, para no dejarla escapar.

En un momento, Jorge se levantó, arrancándose como pudo los pantalones, para mostrar a Pablo el producto de tanta excitación. Pablo se sorprendió y esbozó una sonrisa, tras lo cual Jorge cogió a su amor dulcemente por la nuca, mientras lo acercaba más y más a su durísima tranca, introduciéndola paulatinamente en su boca, hasta que casi le hizo vomitar. Pero, lejos de eso, Pablo empezó a practicarle a Jorge una mamada que difícilmente podría olvidar. Al fin y al cabo, era la primera mamada que le hacían. La lengua de Pablo, con sus carnosos labios, recorría una y otra vez la considerable polla de Jorge, que, en pie, tuvo que retroceder unos pasos hacia una pared, para no caer al suelo, víctima de los escalofríos que tanto placer le provocaban. Por su parte Pablo, ahora de rodillas frente a él, nunca había probado una polla como aquella. Tal vez era el amor, el deseo que sentía por Jorge, lo que le había hecho idealizarle de aquella manera, como si fuera el chico más maravilloso del mundo, y desde luego para él, que envolvía su polla con sus labios una y otra vez, lo era. Mientras recorría la polla de Jorge con los labios, Pablo le miraba a los ojos, que le respondían con una mirada de complicidad, de cariño indescriptible, como si ambos supieran lo que pasaba por sus cabezas en ese mismo momento. Jorge se había abandonado por completo a las pasiones. Jadeaba como un loco, acariciando el cabello de su amante arrodillado sobre el suelo mientras este engullía su dura tranca una y otra vez.

Tal era la excitación que el hasta entonces virgen y retraído Jorge sentía, que no pudo evitar que su polla derramara tres ardientes chorros de semen hacia la garganta de Pablo, quien, consciente del orgasmo de Jorge, aceleró la velocidad de la mamada, mientras con una mano masturbaba su propia polla. Aquel detalle no pasó inadvertido para Jorge, que, en los estertores de su orgasmo, hizo que Pablo se incorporara, acercando sus labios a los de él, y compartiendo así los cálidos fluidos que en su boca había derramado. Ahora que estaban a la misma altura, Jorge empezó a masturbar a Pablo de forma relajada, para ir acelerando poco a poco hasta que, con un ritmo frenético, consiguió que la polla de su amado se endureciera casi como el mármol sobre el que al más visceral de los placeres se entregaban. La situación produjo que ambos esbozaran una sonrisa, para después continuar intercambiando saliva y semen con sus bocas, sus lenguas, hasta que, rompiendo la brutal atmósfera sexual que habían creado, Jorge dijo:

-Quiero tenerte siempre dentro de mí. Siempre he esperado este momento. Sólo quería reservarme para ti. Te amo.

Satisfecho, Pablo, miró a los ojos a Jorge con gran emoción, mientras seguían uniendo sus bocas, ahora de forma más relajada, más pausada...

Repentinamente, Jorge sintió un ligero escozor dentro de las paredes de su ano, tras lo que advirtió que Pablo había introducido en él, mientras se besaban, dos de sus dedos, y los movía dentro de Jorge en forma circular, llevando al joven viajero a una espiral de dolor y placer que parecía no tener fin. La escena era maravillosa:

Por un lado, Jorge masturbaba a Pablo, que no cesaba de gemir, en las pausas que hacía mientras su lengua se encontraba con la de Jorge. Y por otro, Pablo, deseoso de penetrar el virgen trasero de su amante, masajeaba con sus dedos tanto los glúteos como el agujero del ano de Jorge, hasta donde este le dejaba entrar...

La nueva armonía que habían creado fue interrumpida de nuevo por Jorge, que ahora, serio, decidido, miraba fijamente a Pablo, para decirle:

-Fóllame, no puedo esperar más. Hazlo.

-No tendrás que volver a pedirlo.-Añadió Pablo, gratamente asombrado, para después voltear a Jorge y ponerle de cara a la pared, y tras un instante de duda, decirle a su virgen amante:

-Vamos a mi cama.

Una vez en el dormitorio de Pablo, donde reinaba el calor, tanto porque se trataba de la habitación más calurosa de la casa, como por la excitación que de ambos jóvenes se apoderaba, todo aconteció de forma frenética.

Jorge se colocó boca arriba sobre el colchón, lo que no supuso ningún obstáculo para él ni para el atlético cuerpo de Pablo, que le cogió por las piernas poniéndoselas sobre sus hombros, para después volver a masajear la zona en la que habría de intervenir ahora, de una forma mucho más contundente, y que había dejado momentáneamente abandonada.

Mientras tanto, Jorge se abandonaba al disfrute del momento, masturbando suavemente su polla relajada, que pronto volvió a despertar. Gemía, olía a Pablo, se masturbaba...todo aquello era poco comparado con lo que estaba a punto de experimentar.

Pablo no se lo pensó. De un plumazo, introdujo su tranca en el ya dilatado culo de Jorge, acompañado por los gemidos de éste, que se agarraba fuertemente a la cama, como si no quisiera marcharse de allí jamás, como si hubiera encontrado por fin lo que toda su vida andaba buscando.

Pablo entraba y salía de Jorge suavemente, provocando en el joven dolor y placer a partes iguales, como mostraban los gemidos de su amante. Poco a poco, introdujo la totalidad de su polla en el cuerpo del chico, que ya no temía nada, sino que él mismo arremetía contra el irrompible miembro de Pablo, causando a su amado todo tipo de sensaciones, que expresaba a traves de profundos gemidos, y caricias y arañazos a los glúteos de Jorge, que luchaba por aguantar como podía un nuevo orgasmo.

Jorge se había adaptado a seguir el ritmo de penetración de Pablo cuando todo cambió de repente.

Pablo comenzó a follárselo salvajemente, sin darle tiempo de respirar, sudando sobre él, mientras él, en su interior, luchaba por no volver a correrse, y justo cuando estaba a punto, Pablo volvió a aminorar su velocidad, consciente de que, ni Jorge ni él, querían dar por terminado aquel inesperado e inolvidable encuentro.

Entonces, volvieron los besos y las caricias, mientras los jóvenes enamorados se susurraban palabras de amor, al ritmo que marcaban las caderas de Pablo acercándose, frotándose suavemente con los glúteos de Jorge, que parecía embriagado, abandonado a los deseos que Pablo tuviera sobre él.

Como un motor, Pablo comenzó a acelerar progresivamente su acometida, acompañado una vez más de los gemidos de placer de Jorge, pues tal era su estado de excitación, que el dolor había pasado a un segundo plano, cediendo terreno al deseo, al placer. Cualquier contacto con la piel de Pablo hacía a Jorge estremecerse, elevarse, alejarse de las pesadillas que venían a su mente una y otra vez en las frías noches allá en Inglaterra, y aproximarse al sueño que día tras día había tenido desde que se encontró por primera vez con Pablo en la universidad, y luchó por no mostrarle tan pronto un interés que, ahora que Pablo frotaba con dulzura su increíble miembro contra sus entrañas, no era necesario expresar con palabras.

Los gemidos se intensificaron aún más, y Pablo seguía acelerando su velocidad, penetrando sin parar, a un ritmo desenfrenado, decido a dar su merecido final a tan maravilloso encuentro. Pareció ver en la mirada de Jorge ese mismo deseo, pues, una vez más, unieron sus lenguas en apasionado combate, mientras ambos gemían y se acariciaban una y otra vez. Jorge apretaba hacia sí el musculoso cuerpo de Pablo, chorreante de sudor, mientras éste lamía sus labios, su cuello, otra vez su lengua, y no dejaba que su polla perdiera por un segundo el brutal ritmo de penetración que había alcanzado.

Con un gemido seco y ronco, Jorge se retorció, dejando escapar por su invencible tranca una nueva descarga de semen, algo menor que la anterior, al tiempo que sentía como la pasión de Pablo tomaba cuerpo en su interior en forma de ardientes descargas de la misma sustancia, que el joven acompañaba de estremecedores gemidos.

Acto seguido, Pablo sacó su chorreante verga del culo de Jorge, dejando que este la limpiara de cualquier resto líquido que quedara, para después hacer él lo propio, no sólo con la verga, sino con el vientre, embadurnado de semen, del joven Jorge.

Los dos amantes continuaron así durante un buen rato, para luego volver a pelear con sus lenguas, tras lo cual, ambos cayeron abrazados, sudorosos, exhaustos, sobre las sábanas alborotadas de la cama de Pablo, que habían esperado este encuentro tanto como él.

Entrelazados sus cuerpos, sus energías parecieron desvanecerse

momentáneamente, dejando a ambos sumidos en un profundo sueño. Un sueño muy distinto de los que ambos habían tenido ante la ausencia de el otro, en las frías noches del pasado invierno en el que, inocentemente, su relación había empezado a florecer. Con la misma frescura que ahora se encontraban, despojados de ropajes y ataduras, sobre las níveas sábanas de la cama, por encima del marmóreo suelo que se habían encargado de calentar, ayudados por el ardiente deseo de sus jóvenes y perfectos cuerpos...

El calor se hacía insoportable y abrasaba su piel. No sabía cómo, pero Pablo se había quedado dormido en la bañera. Se despertó, rodeado de humeante agua con espuma hasta el cuello, presa de la desesperación, buscando con la mirada por el cuarto de baño algún indicio de que lo que había vivido había sido real. Pero no lo encontró. Con dificultad, se levantó, salió de la bañera, y bajo sus pies, algo le resultaba familiar. Había algo que había estado presente en su maravilloso sueño con Jorge. Miró hacia abajo, y al tiempo que de su polla, semierecta por la excitación, goteaba una extraña mezcla de agua, espuma y semen, sintió el helador tacto del mármol del suelo, con una mezcla de alegría y tristeza, y de inmediato pensó en Jorge.

Absorto en sus pensamientos, obsesionado con la idea de que nunca podría sentir en su piel y en su corazón lo que junto a Jorge en aquel sueño había vivido, Pablo resbaló, golpeándose la cabeza en la bañera, y cayendo después de bruces al suelo.

El contacto con el mármol fue para él como si le hubieran clavado cientos de cuchillos, aunque lo que más le dolía era pensar que todo había sido una utopía irrealizable. Al menos ahora, que de nuevo el sueño se apoderaba de él tendría la ventaja de que no sería nada malo, y aún así, no le importaba, pues estaría durmiendo tantos días que tendría tiempo de soñar con algo que le hiciera verdaderamente feliz.