miprimita.com

Don de lenguas

en Gays

Don de lenguas

El calor era de lo más pegajoso aquella tarde de junio y lo que menos me apetecía era ponerme a estudiar para la oposición. Casi sin darme cuenta, me aparté de la mesa y empecé a sobarme la polla por encima del pantalón, recordando automáticamente la noche que Diego me folló sobre el salpicadero de su camión.

Visualizando su cara de chungo salido y casi volviendo a sentir sus embestidas en mi palpitante trasero, me bajé el pantalón por debajo de las rodillas y aceleré el ritmo del pajote que me estaba haciendo, mojándome la mano de aguaza al mismo tiempo que alguien golpeaba con insistencia en la ventana.

Sobresaltado y jodido, me paré a punto de correrme y tiré suavemente de la cortina para encontrarme a través del cristal con una versión algo defectuosa de Ladislav Pekar, un maromo checo que conocía de bajarme porno de internet y que me daba ganas de limpiar mi monitor tft a lametones cada vez que le veía. Pero ese otro chico no era él, y por mucho que se le pareciera, me había fastidiado una corrida memorable y, si de mí dependía, esa tarde iba a merendar aire.

Desgraciadamente, parecía no darse por vencido tan fácilmente, y a mí me parecía algo ridículo intentar pasar inadvertido cuando él mismo acababa de comprobar que había alguien en casa. Así que me levanté, me vestí tan rápido como me permitió mi polla, todavía morcillona, y abrí la puerta de la calle, comprobando aliviado que la pseudoestrella del porno se había largado de allí sin mi limosna y con toda su resignación.

Me disponía a entrar cuando noté que alguien me golpeaba con fuerza en la cabeza y, mientras me desvanecía, pude vislumbrar el rostro serio de aquel eslavo que minutos antes me había interrumpido de mala manera.

Me desperté con un terrible dolor de cabeza haciéndome palpitar las sienes, y en un intento de acariciarme con las manos aquella zona para aliviar el dolor, comprobé, todavía adormecido, que estaba atado a la cama de pies y manos. La habitación estaba en penumbra, con la persiana a medio bajar, como yo solía dejarla en las tardes de verano para que no pegara mucho el sol y por la noche pudiera dormir plácidamente, sin sudores ni agobios. Empecé a recorrer con la mirada la tiniebla que me rodeaba y me topé con unos ojos azules que me miraban con frialdad. Era ese tío otra vez, mirándome atentamente desde una silla de mimbre.

Al verle allí sentado, me cabreé muchísimo, pero pensé que no sería muy conveniente enfadarme en aquella situación. No estaba en condiciones ventajosas. Si aquel extraño quería robarme, matarme o violarme, poco podría hacer para evitarlo. Pensé.

Si hubiera querido robarme, ya lo habría hecho, y probablemente me habría desatado, todavía inconsciente, y se habría largado para no levantar sospechas.

Si hubiera querido matarme, ahora yo no estaría maldiciendo por lo bajo atado a mi propia cama. Y además, no se habría molestado en desnudarme. Una navaja podría atravesar una camiseta, y una bala también.

Así que, en mi delirio, sólo se me ocurría una posibilidad.

Jamás habría imaginado que alguien mínimamente parecido a Ladislav Pekar quisiera tener sexo conmigo, pero la idea, aunque en un principio me daba un poco de miedo, me excitaba mucho. Sin embargo, aquel tipo todavía ni siquiera se había movido. Seguía allí, mirándome, con su gesto serio, como esperando que yo diera el primer paso. No era muy listo. Atado de pies y manos pocos pasos podría dar.

Entonces me di cuenta de que él también estaba desnudo, y le miré de arriba a abajo con una mezcla de curiosidad y timidez, desde su pelo rubio a sus ojos azules rasgados, su nariz y su mentón prominentes y su cuerpo de culturista algo dejado (ya he dicho que era una copia defectuosa). Seguí bajando, y me detuve en su entrepierna, intentado averiguar las proporciones de su polla, pero allí la oscuridad se hacía más intensa, así que me conformé con echar un vistazo a sus piernas torneadas y sus grandes pies de troglodita. Todo un tío, sin duda.

Seguía con la mirada fija en él, aunque había dejado de observar con atención, y casi no me di cuenta de que se había levantado y ahora estaba al lado de mi cama, respirando de forma entrecortada como un animal acorralado.

Con rapidez, me agarró por el cuello con sus grandes manos, apretándome con fuerza hasta que casi me asfixió, y empezó a morrearme mientras bajaba la presión, haciéndome temblar de miedo y deseo. Se apartó bruscamente, dejándome con la boca abierta y la lengua fuera, esperando con impaciencia otro morreo como ése.

Sin embargo, se detuvo, y se giró hacia el cabecero de la cama para soltarme las manos. Yo le miré con un gesto de agradecimiento en la mirada, pero él seguía sin alterar sus facciones angulosas y varoniles. Cuando me hubo soltado, me dio la espalda y noté cómo me agarraba con su brazo derecho por el cuello, acercando mi cara a su culo.

En la penumbra, no había tenido tiempo de fijarme en aquel trasero, pero en un instante comprobé que no tenía desperdicio. Tenía pinta de ser duro, estar moldeado con disciplina en el gimnasio y se podía intuir un fino vello rubio que crecía a los lados de la raja, dejando despejadas las estupendas nalgas.

Al contrario de lo que pudiera parecer, no olía mal en absoluto. Desprendía un suave aroma a jabón barato, mezclado con el sudor típico de pasar tantas horas bajo el sol, pidiendo de casa en casa.

Imaginé que quería que se lo comiera un rato, pero no quería pasarme de listo, así que esperé su próximo movimiento. Y éste no tardó en llegar.

Como un animal, me empujó con fuerza contra su ojete, restregándomelo por la cara una y otra vez, impregnándome de su pegajoso y dulzón olor. No pude contenerme y saqué la lengua, moviéndola como una serpiente al acecho, saboreando aquel increíble culo mientras me sujetaba a las caderas del chico con mis manos liberadas.

Si el olor era agradable, el sabor no se quedaba atrás. Parecía como si estuviera comiéndome un panecillo con mantequilla, y no pude evitar darle algún que otro mordisco a aquellas nalgas que iban a convertirme en caníbal.

El tío gemía, restregándose cada vez con más fuerza, ajeno a los mordiscos y arañazos que le estaba dando, y pude notar cómo comenzaba a masturbarse. Entonces recordé que todavía no le había visto la polla y me excité imaginando su forma y sus dimensiones, lo que me puso todavía más caliente, y me hizo pajearme como lo estaba haciendo cuando él me había sobresaltado. Me la pelé a toda velocidad sin dejar de comerle el culo. Seguía repartiéndole mordiscos, y de vez en cuando me plantaba en su ojete succionando, dispuesto a tragarme todo lo que saliera por allí.

Salido perdido, oía como en la lejanía sus gemidos animales, sin parar de pajearme, sin parar de comerme aquel culazo, hasta que noté cómo mi polla explotaba -como antes habían estado a punto de hacerlo mis sienes- empapando mis sábanas en tibieza y sexo.

Me desperté, sobresaltado, con un dolor de cabeza pesadísimo, y me pasé la mano por encima del calzoncillo, notándolo todo empapado, chorreando lefa.

Miré la tele de mi cuarto, y me di cuenta de que había dejado puesta la porno que me había bajado horas antes. En la escena que había en pantalla, Ladislav Pekar, en su papel de artista bohemio, pagaba a su casero con una buena follada.

Apagué la tele cabreado y me giré, dándole la espalda.

Segundos después, alguien golpeaba con insistencia en la ventana.