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Verde y Azul

en Erotismo y Amor

Verde y Azul

Mario se despertó sobresaltado, al sentir en su piel una repentina ráfaga de aire caliente, probablemente procedente de la ventana, que creía entreabierta. Retiró la sábana, y se dirigió, lentamente, tambaleándose, hacia la pared, con la intención de cerrar el vano. Confundido y somnoliento, advirtió que ya estaba cerrado. Probablemente Alonso, que yacía a su lado en la cama, respirando entrecortadamente, había cerrado la ventana, antes de que por allí se fuera el dinero que cada mes les costaba aquel nicho, el piso que ambos compartían en una elitista urbanización de Barcelona.

Mario no le dio importancia, y se incorporó, mirando a la Luna, con sus ojos aún pegados por el sueño. Dirigió su vista hacia la mesita, para comprobar que apenas había dormido tres horas, y al volver la vista hacia el cielo azul plateado de aquella noche de verano, algo llamó su atención abajo, más allá del jardín, en la piscina. Sobre la superficie del agua flotaba algo de gran tamaño que parecía un cuerpo humano. Era un cuerpo humano. Era su propio cuerpo.

Horrorizado, Mario apartó la vista, y cuando volvió a mirar, ya no había nada. Una terrible sensación de agobio le invadió. Fue al baño, a punto de vomitar, y cayó de rodillas frente al retrete. Se incorporó como pudo, con los brazos y las piernas temblando por el miedo, y se movió hasta el lavabo, quedando su rostro claramente reflejado en el espejo. Abrió con delicadeza el agua fría, y se mojó la cara tres o cuatro veces con las manos. A cada caricia, cerraba los ojos, intentado borrar de su mente lo que acababa de ver, intentando convencerse de que nada de eso podría pasarle, intentando creer que el peligro quedaba ya muy lejos de su vida.

Súbitamente, sintió una fuerza que tiraba de él hacia atrás, lo que hizo que gritara y gritara como un loco, haciendo que algunos vecinos encendieran las luces de sus viviendas.

-¿Estás loco?¿Qué haces despierto a estas horas?-preguntó Alonso, sorprendido, y casi tan asustado como él.

-Perdona, Alonso. Me desperté y tenía mucho calor, y vine al baño a refrescarme un poco.-dijo Mario, con el corazón en la garganta, suspirando.

-Podrías haber bajado a la piscina. El agua estará estupenda a estas horas.-propuso inocentemente Alonso.

-Muy gracioso...¡seguro que está helada!-repuso Mario, ocultando el verdadero motivo de su desconcierto.

-Anda, déjate de chorradas y vuelve a la cama, aún tenemos tiempo hasta que amanezca.-dijo Alonso, dibujando una leve sonrisa en su rostro.

-¿Tiempo para qué?-espetó Mario, confuso-.En respuesta, Alonso se levantó de la cama, y se dirigió de nuevo hacia él, con la mirada pícara que tanto encandilaba a Mario, para después decirle, mientras le abrazaba por la espalda, besándole tras la oreja:

-Tiempo para pasar una noche salvaje.

Mario cerró los ojos y se entregó a las caricias de su amante, y no volvió a hacer referencia a lo que creyó haber visto esa noche.

Mario era un joven muy extraño. Físicamente era casi perfecto. Tenía un cuerpo atlético, musculoso, al igual que sus miembros, y en su rostro brillaban dos grandes ojos de color castaño claro. Su pelo era rubio oscuro, pajizo, y nunca iba colocado de forma decente. El desorden en su vestimenta hacía el resto. A pesar de sus evidentes encantos, a Mario lo que más le gustaba era pasar desapercibido.

Alonso, por el contrario, era la persona más coqueta y arrogante que había conocido jamás. Su excelente tacto para combinar su vestuario, sus ojos azules, su pelo negro, todo era espléndido. Además, aquella voz tan profunda no hacía sino derretir y derretir corazones en la empresa editorial donde trabajaba. ‘Una pena que el chico fuera gay’, como decían todas sus compañeras de profesión. Y es que un escultural cuerpo como el de Alonso no se veía todos los días.

Ambos se conocieron hacía poco, en la Facultad de Periodismo. Mario deseaba por encima de todo ser un escritor de éxito, y dejar atrás su dura infancia y su terrible vida familiar.

Alonso querría haber sido un periodista musical memorable, pero sus notas no dieron para tanto, y se tuvo que conformar con escribir sobre eventos culturales en periódicos de relativo prestigio e intereses menos específicos.

Comenzaron a vivir juntos poco después de conocerse en clase. Alonso había conseguido que sus padres le pagaran el alquiler de un piso en una prestigiosa urbanización barcelonesa, y mientras encontraba un compañero, se dedicaba a contestar llamadas por las tardes en el periódico donde ahora era uno de los mayores responsables. Y buscaba un compañero, un compañero que fuera gay, además. Estaba harto de rodearse de gente con la que se sentía incomprendido, frustrado, infeliz. Cuando vio a Mario en clase, un deprimente lunes por la mañana, y esa misma noche le recibió para conocerle, como a los otros candidatos a vivir con él, supo que su búsqueda había terminado.

Al día siguiente, Mario, que venía de Cádiz, se instaló en la pequeña habitación de invitados del ático de Alonso. Con él llevaba varias maletas con ropa, sus libros y demás material periodístico, y pocas cosas más. Quería huir muy lejos de su vida anterior. Y Barcelona, por aquel entonces, parecía ser el lugar idóneo.

Y es que la vida de Mario hasta que llegó a Barcelona, fue, cuanto menos, desastrosa. Sus notas en el colegio eran excelentes, pero todos los chicos, incluso algunas chicas, se cebaban con él al verle tan sensible, tan guapo, tan débil. La cosa fue a peor en el instituto, cuando decidió vivir abiertamente su homosexualidad, y ganarse por ello tantas enemistades que hicieron que la noticia, en aquel pueblo de Cádiz, apenas tardara en difundirse, como el humo en el bosque seco en pleno incendio...

Cuando tenía dieciséis años, y consciente de que su madre conocía y aceptaba respetuosamente su condición, se fue a bañar a una laguna del pueblo con un amigo. Y además de bañarse, hicieron muchas otras cosas. Y Ramón, su padrastro, el analfabeto de su padrastro, casualmente, pasaba por allí. No se lo pensó dos veces. Corrió gritando histérico hacia Mario, le agarró el cuello con sus manazas, e intentó aplastarle el cráneo contra el lecho rocoso del pantano, ante la mirada atónita de Javier, el chico con el que Mario había compartido aquella velada campestre, tan brutalmente interrumpida.

Lo que más le dolió a Mario no fue la herida que su padrastro le hizo en la cabeza, sino el que su madre no hiciera nada por alejarse de aquel hombre. Y es que Manuela, su madre, era parcialmente ciega, y no podía valerse por sí misma hasta que conoció a Ramón.

Aquel día, Mario decidió, con lágrimas en los ojos y su corazón escocido por el dolor, que no volvería a verles jamás. Hizo un precario equipaje y se fue a vivir con los padres de Javier, sin más motivo que la verdad.

A los pocos meses, se enteró de que su madre había muerto atropellada por Ramón, sin que éste se diera cuenta, cuando sacaba el coche del garaje. Y también supo que después de eso, su padrastro se suicidó.

Durante un tiempo, no comió, no durmió, y apenas vivió. Simplemente esperaba el momento de poder alejarse de allí, y rehacer su vida, curando las heridas que aún sangraban violentamente dentro de él.

La vida, para Alonso, fue mucho más fácil. Siempre había llevado su homosexualidad con cautela, esperando impaciente el momento de entregarse a alguien que le hiciera plenamente feliz. Y a las pocas semanas de compartir su vida con Mario, supo que él era el más adecuado. Algo menor que él (Mario tenía apenas dieciocho años y él veintidós cuando empezaron a vivir juntos), guapo, inteligente, y vulnerable, era lo que siempre había estado buscando. Alguien que contrarrestara y equilibrara la fama y el éxito para los que él había nacido, y paradójicamente, aún no había alcanzado.

Durante meses, se entregaron el uno al otro, conociéndose a fondo, a todos los niveles, asegurándose cada vez que unían sus cuerpos y sus almas, de que ambos eran perfectos, el uno para el otro, y con ese convencimiento habían transcurrido por ellos cuatro de los cinco años que la Facultad de Periodismo les exigía. Los dos patitos habían cambiado de dueño, y unos excelentes veintiséis años adornaban el resplandeciente aura de Alonso. Habían pasado de ser compañeros de estudios, a ser compañeros de muchas cosas, mucho más profundas e interesantes que aquello que inicialmente les unió. Y ambos parecían orgullosos y satisfechos con su elección.

Pero Mario guardaba en su corazón ensangrentado el dolor por su terrible infancia, y el trauma que le causó aquella experiencia en el pantano.

Nunca se lo había comentado a Alonso, pero esa era la principal razón por la que Mario no se bañaba en la piscina de la urbanización, ni iba a la playa, ni tenía en su armario ni una sola prenda de baño. Alonso, muy ocupado con el trabajo, nunca se preguntó el porqué. Y lo cierto es que no era algo muy importante, aunque sí algo extraño, teniendo en cuenta la procedencia de Mario, y la ciudad donde ahora vivía...

Desde que estaban juntos, Alonso nunca le preguntó a Mario nada relativo a cómo se dio cuenta de que era homosexual, o cómo lo vivió en su pequeño pueblo gaditano. Mario incluso dudaba que su novio supiera que no era de Cádiz capital, sino de un pequeño pueblo muy próximo a Gibraltar. Pero no le importaba demasiado. Alonso le había dado un hogar, y el cariño que tanto había buscado desde que salió de su lugar de origen.

Últimamente, Mario lo pasaba bastante mal para dormir, pues tenía recurrentes pesadillas y alucinaciones semejantes a lo acaecido aquella tarde con Javier, en el pantano. Y pensaba en él, en lo lejos que seguramente estaban el uno del otro, y en lo mal que Javier lo pasó aquel día, al no poder ayudarle, como le contó cuando se fue a vivir con él a casa. Lo último que supo de Javi fue que se iría a estudiar a Sevilla, donde era por todos conocido el suceso que tuvo lugar en su pueblo. Allí, un gran grupo de gays se había puesto en contacto con él para darle apoyo e información sobre el tema. Javi siempre había sido muy ignorante en eso; tenía claro que él jamás podría enamorarse de una mujer, pero más de una vez se lo pensaba a la hora de irse a la cama con Mario o con cualquiera de sus otros vecinos mejor encubiertos. Hasta los veintidós años que ahora tenía, no había vuelto a acostarse con ningún otro chico, tras el trágico episodio del pantano. Y ya le iba apeteciendo algo de acción. Ese era otro de los motivos que lo habían impulsado a irse a Sevilla. Poco importaba cómo iba a ganarse la vida, si era feliz allí, lejos de los problemas de un pueblo inculto e intolerante al que nada le ataba.

Pensando en Javier, Mario cerró los ojos, habiendo terminado la rutinaria sesión de sexo con Alonso, y se durmió. A la mañana siguiente no iría a clase. Estaba estudiando en casa, y no iba a perder el tiempo en ir a la biblioteca. Alonso no tenía otra opción, la oficina le esperaba a las ocho en punto.

Alonso se despertó sin hacer ruido, se dio una ducha rápida y se vistió. En la cocina, encendió el microondas y calentó leche para hacerse un café, mientras la sandwichera empezaba a fundir el queso cheddar con el jamón. Alonso comió sin gana, mirando por la ventana hacia la piscina, y se tomó el café rápidamente. Eran las ocho menos diez. Llegaba tarde.

No se despidió de Mario, que se retorcía bajo las sábanas, sudando, intentado escapar del despertador. Suavemente, sacó un brazo y lo apagó, para después darse la vuelta y continuar durmiendo, con la mirada verde y todavía aniñada de Javier, posándose sobre sus párpados entrecerrados.

Mario no se despertó hasta el mediodía. En su cabeza, seguía la imagen de adolescente horrorizado de Javier. Una de las últimas imágenes que tuvo de él. No pensaba en él como su pareja, o al menos no todavía. Alonso era alguien muy importante en su vida, y a Javier seguramente ya ni siquiera le reconocería. Habían pasado seis o siete años. Mucho tiempo. Demasiado quizá, para mantener una relación amorosa. Pero, ¿y una amistad? ¡Bah! Mario agitó la cabeza, como vaciándola de esas chorradas. Al fin y al cabo, al hacerse adulta, la gente pierde amistades de su infancia. Es algo inherente al crecimiento de uno mismo. Con esos pensamientos Mario trataba de convencerse de algo que en realidad no tenía nada claro.

En un momento, recordó que había traído consigo un álbum de fotos de aquellos días en el pueblo, y corrió hacia el estante en la habitación de invitados donde lo había dejado la primera noche que pasó en casa de Alonso, que ahora también era su casa. Hojeó algunas páginas, viendo fotos de su padre, muerto en el mar un peligroso día de faena, su madre, muerta por culpa de su odiado padrastro, y al final del álbum, le encontró. Javier. Su pelo tan negro, sus ojos tan verdes, sus dientes tan blancos, su tez morena, por el trabajo con su padre en el campo los fines de semana. Y detrás de la foto, un número de teléfono: 956......; no le hizo falta mucho tiempo para saber que era el teléfono de su casa. Y tampoco le hizo falta mucho tiempo para marcarlo.

-Dígame.-se oyó una voz femenina, madura, muy probablemente la madre de Javi.

-Hola, ¿es usted Fina? Soy Mario, ¿me recuerda? El amigo de Javier.-comenzó Mario, decidido a saber de su amante de la adolescencia.

-¿Mario?¡Vaya, qué sorpresa! Claro que me acuerdo de ti, ¿Cómo estás, cariño?-preguntó Fina, dulcemente, como era característico en ella.

-Muy bien, muchas gracias. Estoy viviendo en Barcelona. Estudio Periodismo.-dijo Mario, orgulloso, ocultando a toda costa su vida sentimental en la Ciudad Condal, y el verdadero motivo de su llamada.

-¿Barcelona? ¡Vaya! ¡Esto sí es una casualidad!-dijo sorprendida Fina, para después añadir: -¿Sabes que Javier vive allí? Te lo digo porque imagino que llamarás para saber de él. Desde aquel día en el pantano no volvimos a saber nada de ti. Y él se fue en tu busca. Dejó Sevilla, toda su vida, sus sueños, por encontrarte, y por lo que veo, ha hecho bien en dejar de intentarlo. ¡Pobre hijo mío! ¡ahora que todo comenzaba a irle bien!

Mario no pudo evitar sentirse mal por las palabras de aquella mujer. Javier estaba en Barcelona para encontrarle, y no había dado con él, aún sabiendo que iba a estudiar Periodismo. Ahora Mario no podría volver atrás. Había rehecho su vida con Alonso, y quería mucho a Javier, pero tanto tiempo lejos el uno del otro había ayudado a suavizar sentimientos por ambos lados.

-¿Todo le iba bien, señora? ¿Qué hace Javier aquí?-preguntó Mario, curioso.

-Mario, Javier se ha casado, y tiene una niña. Vive cerca del Paseo De Gracia. Yo estuve allí hace poco. Es una pena que no te haya localizado.-dijo Fina, entre lágrimas.-y añadió-: Me hubiera encantado que acabaseis juntos, jovencito, pero Javier nunca estuvo convencido de lo que sentía por ti, cuando en la Facultad conoció a Judith, pensó que al fin había encontrado lo que buscaba...

Mario colgó. No pudo seguir escuchando las palabras de aquella mujer. Se sentía muy mal. Por culpa de Fina, y por su propia culpa. Es lo que pasa cuando dejas un sitio sin dar explicaciones. Es como si nada ni nadie te importara. Y lo cierto es que cuando Mario dejó Cádiz, lo único que buscaba era su propia felicidad, con o sin Javier. Y ahora que la monotonía y los miedos se apoderaban de él, deseaba poder volver atrás. Desgraciadamente, eso ya no era posible. Se echó en la cama, llorando, cuando, súbitamente, el teléfono comenzó a sonar.

Con desgana, se acercó a la mesa y elevó el auricular. Escuchó la voz de Fina:

-Mario, no te apures. Llámale cuando quieras. Él te quiere y estará encantado de volver a ser tu amigo, pero ya no puedes pedirle más.-dijo la encantadora mujer.

-Creo que tiene razón, Fina, algo es algo.-dijo Mario, conforme, aunque por dentro su sensación era bien distinta.

-617321744 es su móvil. Espero no haberme equivocado. De todas formas, ya tengo tu número memorizado en el teléfono, cariño, llámame cuando me necesites, para lo que sea. Sabes que en casa te queremos mucho.

-Muchas gracias, señora Fina, de corazón. Gracias y adiós.-dijo Mario, sollozando.

-De nada cariño, gracias a ti por llamarnos. Un beso.-dijo Fina, antes de que Mario colgase, preparado para hablar, después de siete años, con Javier.

Cuando se disponía a marcar el número de Javier, Alonso llegó a casa, y le besó en los labios, notando a través de ellos la amargura y la frialdad que removían las entrañas de Mario. Sin embargo, como siempre, lo pasó por alto, y se fue a la ducha, dispuesto a seguir trabajando en casa. Tenía la tarde libre y no quería perder el tiempo.

Al salir de la ducha, fue a encontrarse con Mario al salón, pero no estaba. Encima de la mesa había una nota:

"No me esperes despierto, necesito pensar. Un beso. Mario"

Alonso no le dio mucha importancia, y se puso a trabajar con el ordenador portátil en el salón, mirando la televisión de vez en cuando.

 

 

Al llegar a la calle, Mario corrió hacia una cabina, con el teléfono móvil de Javier apuntado en un papel, y marcó el número rápidamente, temblando, deseando hablar con él de una vez por todas.

-¿Si?-una voz melodiosa y juvenil descolgó el auricular. Evidentemente, era Javier. A pesar de estar casado y con una niña, sólo era unos meses mayor que Mario, y eso se notaba.

-Hola Javier.-dijo tímidamente Mario. Tampoco Javier tuvo que pensar mucho para saber quién era su interlocutor.

-Hola Mario.-contestó con disimulado entusiasmo.

-Necesito verte ahora, Javi. Creo que tenemos que hablar.-expuso firmemente Mario.

-Estoy de acuerdo, Mario, ¡ya está bien que des señales de vida! ¡llevo buscándote casi seis años!-repuso Javier, con vehemencia.

-Pues mira que suerte has tenido. Al fin y al cabo, Barcelona no es tan grande.-repuso al fin, confiado y satisfecho, Mario.

-Creo que me cansé demasiado pronto de buscar, ¿no crees?-preguntó Javier, en un desafiante tono de burla.

-Puede, pero igual tu espera ha merecido la pena.-añadió Mario, no menos desafiante.

-Podemos comprobarlo cuando quieras.-finalizó Javier, ambiguo.

-¿Qué tal ahora?-preguntó Mario, deseoso.

-Me parece perfecto. Estoy solo en casa. Resultaría violento que mi pareja conociera a mi novio de la adolescencia, ¿no?-dijo Javier, confuso.

-Sí, ciertamente. Pero dime una cosa, Javi, ¿Por qué lo has hecho?-preguntó dolido Mario.

-Sinceramente, Mario, no tengo la menor idea. Supongo que me cansé de esperar.-repuso Javier, intentando convencerse de lo que decía.

-¿Y por eso te casaste?-repuso completamente hundido Mario.

-¿Casarme? ¡Jajajaja!-rió Javier.-y añadió-: Has hablado con mi madre, ¿verdad?

-Sí, y no sé de qué te ríes. No tiene gracia.-repuso Mario, frunciendo el ceño.

-¡Mario! Monté el numerito con la vecina y su hija para que mi madre estuviera contenta. No quiero darle disgustos. Está muy enferma, y no le queda mucho tiempo.-explicó Javier, con cierta nostalgia.

-Tan noble como siempre.-repuso Mario, y agregó-: entonces, ¿sigues soltero?

-No, ¿crees que sólo ligas tú? Tengo pareja hace unos meses.-afirmó Javier.

-Yo tengo novio ya varios años, desde que llegué y me instalé. Fue llegar y besar y santo.-dijo feliz y sonriente, aunque Javier no pudiera verle por el auricular, y luego añadió-:

-¿Cómo se llama tu novio? Sabes que siempre he sido muy curioso.

-Siempre has sido un cotilla.-apostilló Javier, y a continuación dijo:

-¿Sabes que la curiosidad mató al gato? Mi novio se llama Alonso.

Mario no pudo reprimir una mueca absurda de sorpresa en su rostro al oír aquello. Por un momento deseó que no fuese su Alonso, aunque poco le importó después, ya que su relación últimamente no salía de la mera rutina.

Como pudo, Mario dijo:

-Javi, mi novio también se llama Alonso.

-¡Anda ya! Ya es casualidad, jaja...pero, ¿a que el tuyo no es periodista?

-Alonso es periodista, le conocí en primero en la Facultad, Javi.-añadió Mario, mecánicamente.-y continuó-: es moreno, tiene veintiséis años, los ojos azules, viste muy bien y tiene una voz grave y masculina.

-Mario, Alonso no es tu novio, ¡es un hijo de puta!-añadió sollozando Javier.

-Estoy completamente de acuerdo.-concluyó Mario.

-Pues las va a pagar todas juntas-dijo enfadado Javier, con el rojo llenando de ira sus ojos.

-Haré lo que pueda por ayudarte, Javi. Al fin y al cabo, ahora nos va fatal.-señaló Mario.

-A mí tampoco me va nada bien. Y ahora lo entiendo todo.-añadió, y continuó-: En fin, Mario, ¿quedamos?

-Dime dónde vives y llegaré en cuanto pueda.-repuso convencido Mario.

Así, los jóvenes, antaño amantes, y ahora engañados, se citaron en casa de Javier para hablar más tranquilamente del tema, y poder hacer algo por sus vidas amorosas, que en un instante, se habían despedazado como el cráneo de Mario cuando su padrastro lo intentó matar en el pantano.

Mario llegó muy pronto. Javier acababa de salir de su hidromasaje. Se saludaron con un fuerte y sincero abrazo, y un tímido beso en los labios.

-Estás muy bien.-fue todo lo que pudo decir Mario al ver aquel morenazo de ojos verdes frente a él

-Tú tampoco estás nada mal.-le dijo Javier, al tiempo que le daba una palmada en el pecho, duro como una tabla.

-Alonso es un cerdo.-dijo Mario, para entrar en materia, al tiempo que se sentaba en el cómodo sofá de cuero blanco.

-Y que lo digas, niño, ¡no sé cómo puede haber gente así! ¡les das tu confianza y a cambio te dan la puñalada!-dijo Javier.

-Yo sólo sé que no volveré a ese piso de momento.-dijo Mario, intentando alejarse lo antes posible de Alonso, para ganar terreno con Javier.

-Puedes quedarte aquí el tiempo que necesites, Mario, yo no pienso quedar con ese capullo en una larga temporada.-añadió Javier, benevolente, y después añadió:

-Voy a darme un baño a la piscina, tanto hidromasaje me ha relajado de más. ¿Me acompañas? ¡Quiero hacer un poco deporte, para estar preparado contra Alonso!

-Salgo contigo al patio, pero no me bañaré, no me apetece. Además, no tengo bañador.-se excusaba Mario.

-¿Patio? Jajaja...La piscina es sólo mía, de este piso.-afirmó Javier, y añadió convincente, guiñándole un ojo-: puedes bañarte desnudo, ¡nadie te verá!

-Está bien, hace mucho que no hago unos largos, y me vendrá bien quitarme los miedos de una vez. Bastante tendré ahora con Alonso...-aceptó amablemente Mario.

Cuando Mario entró en la piscina, Javier estaba nadando lentamente. Mario buceó tímidamente, y Javier aprovechó para nadar hacia él a gran velocidad, atrapándole por el cuello. Mario se volteó, y vio, a través del espejo cristalino de las aguas, el odio en la cara de Javier, su amante de la adolescencia, el mismo que había visto con horror cómo Ramón casi mataba a Mario. Ahora era él quien apretaba su cuello y su cabeza contra el fondo azul de baldosas de la piscina, y Mario sentía que las fuerzas le abandonaban. No podía entender por qué Javier le había engañado de esa forma.

Pero en un instante de lucidez, comprendió todo. Comenzaba a entender el extraño comportamiento de Javier al teléfono, su confianza después de tanto tiempo, y, por otra parte, la monotonía que, curiosamente, había en su vida y en la de él, desde que en Barcelona, conocieron a Alonso. Y por si aún le quedaba alguna duda, mientras exhalaba su último aliento, vio como Alonso se acercaba por un lado de la piscina, y metía los pies en el agua, chapoteando como un adolescente, mientras el líquido elemento llenaba todos y cada uno de los recodos de su cuerpo y su alma. Mientras Javier le sujetaba, moría asfixiado junto a las dos personas a quienes más había amado.