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Azul deseo (2: Pedro)

en Gays

Sus palabras me sonaron como un dialecto indescifrable en un primer momento, pero enseguida reaccioné. Por fin, tras meses deseando que aquello ocurriera, iba a conseguir lo que había estado buscando tanto tiempo. Alberto se incorporó en el sofá, bajándose el pantalón del pijama hasta los tobillos con la mano izquierda, mientras con la otra mano continuaba masajeándosela, cada vez más y más grande. Yo, que permanecía acuclillado a cierta distancia, me acerqué y le bajé los calzoncillos con una mano mientras con la otra acariciaba sus grandes huevos, con suavidad, con calma, rozando mi mano con la suya, mirándole a la cara con impaciencia, con ansiedad, esperando que me diera permiso para dar el siguiente paso.

A mi espalda, la televisión continuaba azul, muda, vigilando nuestros movimientos, que cada vez eran más instintivos. No creo que Alberto haya tenido algún affaire con un chico antes, y eso me enorgullece. Aquella noche era para mí, y yo era el primero. Seguía acariciando sus huevos con mi mano derecha, cuando intuí a través del azul como sus manos volvían a descansar sobre el sofá. Entonces, con suavidad, agarré con la mano derecha la polla de mi amigo y comencé a masturbarle lentamente, recreándome, mientras con la mano que tenía libre continuaba mi masaje a sus testículos duros y deseables. Cauteloso, me acerqué la polla a los labios, y comencé a lamerla despacio, sin prisa, con la punta de la lengua, pasándola bien por toda la superficie del glande, para luego comenzar a metérmela poco a poco. Primero el capullo, rosado, reluciente por mi saliva, y luego, poco a poco, centímetro a centímetro, el resto de aquella increíble polla.

No podía creerme lo que estaba haciendo, era algo realmente impensable para mí. Siempre había creído que era Jacinto quien le gustaba, que se dejaría hacer lo que fuera por él en caso de que alguna vez Alberto tuviera, hipotéticamente hablando, una muy remota experiencia homosexual. Pero estaba equivocado. Muy equivocado.

Allí estábamos: Alberto sentado en el sofá, con las piernas abiertas, mordiéndose los labios para evitar gemir escandalosamente, mientras yo, Pedro, Pedrito, el amigo gay de su mejor amigo, le comía la polla relajadamente, dejando que salieran de mi interior las malas vibraciones que minutos antes tanto me agobiaban.

-¡Joder, qué bien la comes, cabronazo!-gritó ahogadamente mi partenaire, mientras me manoseaba la cabeza, haciéndome perder el control de mis labios sobre su polla, lo que le hizo calentarse aún más.

-Aún no has visto nada.-susurré envalentonado, en el momento en que su polla salió de mi boca por culpa de su manaza sobre mi cabeza. Rápidamente, se la agarré de nuevo y seguí chupándosela rítmicamente. Ahora podía sentir con más fuerza cómo me pasaba la mano por el pelo rizado, e incluso a veces, se paraba para apretarme más la cabeza contra su polla, haciendo que oleadas de placer me invadieran, mezclándose con las náuseas provocadas al contacto de su capullo con mi campanilla. Y entre náuseas y placer, me dejaba llevar por la sensación de su mano sobre mi cabeza, controlándome, dirigiendo el ritmo de la mamada a su antojo, poniéndome aún más caliente. Imaginando esas manos, que tantas veces había visto jugar al balonmano, o practicar gimnasia en casa, o rodearme en amistosos abrazos y fingidos combates de lucha libre, sentí como mi calzoncillo, aún en su sitio, se humedecía al contacto de mis primeros efluvios de líquido preseminal. Era una señal.

Mi mano derecha bajó hasta mi pantalón, bajándolo un poco, junto con el slip, para dejar al descubierto parte de mi polla, que rezumaba gotas de aquel líquido de textura tibia y olor acre. Como pude, comencé a masturbarme acuclillado, mientras con la mano izquierda sujetaba la polla de Alberto para que no se escapara de nuevo de mis labios, que cada minuto que pasaba la sentían más y más suya. Simultáneamente, aceleré el ritmo de mi paja a la vez que la mamada a Alberto, y en cuestión de segundos tenía mi mano derecha chorreando semen, que caía al suelo en grandes gotas. Alberto gimió al ver que había dejado por un momento de comérsela, pero pronto cambió de parecer al sentir como mi lengua tibia y correosa recorría sus pelotas, para luego subir y bajar repetidas veces por su polla a punto de estallar. Continuaba gimiendo, pero yo no tenía prisa. Con calma, me recreaba en el sabor de su piel, su aroma masculino, su perfume, mientras acariciaba con mi lengua sus muslos, su vientre, plano y duro como una tabla, sus enormes pectorales…y allí, en su pecho, hice mi siguiente parada.

Primero, hacia la izquierda. Con la punta de la lengua, golpeé repetidas veces su pezón, mientras mis manos volvían furtivas a masturbarle con tranquilidad. Cuando me aseguré de dejarlo bien duro, me fui hacia la derecha, donde estuve otro ratito trabajándome el pezón correspondiente, y luego, como había llegado hasta allí, seguí hacia arriba. Ya estaba casi por completo encima de él cuando se puso en horizontal y me dejó tumbarme sobre él para facilitarme el trabajo. Ni corto ni perezoso, continuaba masturbándole con la mano derecha mientras con la izquierda le acariciaba la nuca, el pelo, el cuello, y, en un arrebato, no sé si de amor, o de puro vicio, le besé.

Al principio con ternura, tanteando el terreno, pequeños y tímidos besos en los labios. A continuación probé a sacar la lengua poco a poco, lamer su cuello, sus labios, y viendo que no se echaba atrás, me decidí a besarle de verdad. Tal fue el empeño que puse que dejé de pajearle, agarrándome a su poderoso cuello y sus hombros con ambas manos, mientras de nuevo se incorporaba y yo me quedaba sentado sobre sus piernas, frente a frente, dejando que mi lengua y la suya se conocieran a fondo. La suya era un poco tímida, pero pronto aprendió que en ese plan no ganaría nada, y casi tuve que sacármela del esófago, mientras escuchaba a su dueño proferir gruñidos y gemidos dignos de una bestia sanguinaria.

-Te lo dije.-anuncié victorioso, y añadí:-estás caliente como nunca, reconócelo.

-¡Uff…! ¡No lo sabes bien, no entiendo cómo ese Javi te ha dejado escapar!-dijo, mientras se secaba el sudor con la mano, y me miraba, satisfecho, sonriente. Yo le respondí, con la misma sonrisa encantada:

-No me dio oportunidad de hacer esto con él… y lo cierto es que te prefiero a ti.

Parecieron sorprenderle mis palabras, pero francamente, eso no me importa. No me gustaba (ni me gusta) hablar de Javi, ni esperaba que a partir de esa noche él fuera mi novio ni nada parecido. En ese momento, sólo quería hacerle callar. Y eso hice, antes de que pudiera replicarme, sellé su mueca sorprendida con otra buena tanda de lengüetazos, mientras él me sobaba ahora que me tenía a tiro. No se le daba nada mal, me acarició el cuello, se libró de mi lengua para que la suya trabajara a placer mi cuello y mi pecho, y me comió los pezones como ningún tío gay lo había hecho nunca antes. Definitivamente, no hubiera sido muy oportuno continuar hablando de amores. Ahora era yo el que gemía, sin importarme quién pudiera oírnos, mientras Alberto seguía entretenido con mis pezones; se le escapó alguna dentellada furtiva, pero no le guardo rencor. Y menos después de lo que vino tras aquellos mordisquitos.

Con una fuerza sobrehumana (que uno no está relleno de aire), me levantó en vilo y me tapó la boca con la mano izquierda. No entendí muy bien aquello hasta que noté cómo me la metía todo lo larga que era, dejándome de nuevo descansar sobre sus hercúleas piernas. Pero el descanso no fue muy reparador; en cuestión de segundos entraba y salía de mí como si le hubiera dado una llave preferente, y sujetaba mis caderas al ritmo de su follada, pues sabía que yo era de fiar, y no gritaría como una nenaza, aunque me hubiera partido sin contemplación. Así que dejó libre mi boca, que una vez más, buscó a la suya, encontrándola sin más problemas. Continuamos comiéndonos el uno al otro, mientras aceleraba su follada sin ningún impedimento.

Más bien al contrario, yo, acostumbrado a tener ya su polla dentro de mí, le cabalgaba sin descanso. Deseaba que me follara sin parar, que aquel polvazo se quedara grabado en mi cuerpo y en mi mente para el resto de mi vida. Y con ese deseo, una vez más, noté mi polla, liberada, dura como el acero.

Pero él iba a lo suyo. Como un niño egoísta que golpea sin cesar los botones del mando de su videoconsola, aceleraba más y más su enculada, a sabiendas de que me estaba jodiendo en el más amplio sentido del término, pero igualmente consciente de que poco me importaba ya el daño que pudiera hacerme.

-¡Ahh, me estás haciendo daño, pero no pares, no pares!-grité, tan alto que una vez más tuvo que tapar mi impertinente bocaza con una de sus manos. Aunque me sellara los labios de forma tan poco romántica, pareció tomarse en serio mi exaltada petición, y aceleró de nuevo, haciéndome ver las estrellas, haciéndome salir de mi propio cuerpo en forma de semen que tiñó de blanco el tejido barato de parte del sofá, y su piel cara y deliciosa. Tras aquel segundo orgasmo, del que pude dar buena cuenta con algunos gemidos más comedidos, mi amante me agarró con fuerza por el cuello y acercó sus suculentos labios a los míos, mientras se incorporaba lentamente.

Me tenía a su merced. Él estaba de pie frente a mí, y yo, agotado, pero cegado por el deseo, yacía en el sofá deseando que me diera mucho más. Vi cómo se masturbaba, casi con violencia, y comprendí lo que trataba de hacer. Bajé al suelo y volví a acuclillarme, como al principio de la noche, y comencé a saborear sus tersas pelotas una vez más, notando el roce de sus dedos en mi cara mientras se masturbaba.

-¡Voy a correrme, Pedro, me corro!-gritó, como si necesitara mi ayuda para alguna tediosa labor, y yo, rápidamente, dejé sus huevos para quedarme a escasos milímetros de su enorme capullo amoratado. Antes de que pudiera decir nada, pues sus gemidos eran lo único que salía por su boca, aparte de babas, cubrí su glande con mis labios, para no desperdiciar nada de lo que saliera por él, y en unos instantes, noté cómo Alberto se vaciaba en mi interior. Llenó mis entrañas de su esperma. Una sustancia que había deseado tanto tiempo, la había imaginado tantos días, masturbándome de forma autista y obsesiva, que nunca pensé que ahora pudiera estar tragándola. Y como no sabía si aquello se repetiría alguna otra vez, la saboreé bien, tan tibia, tan espesa, salada como su piel. Cuando acabé, seguí lamiendo su capullo largo rato, y luego, la polla, de arriba abajo, una y otra vez, las veces que hizo falta.

Más tarde, me incorporé, y volvimos a besarnos, pero esta vez con calma, sin prisa, sin sexo, dando rienda suelta a sentimientos más puros que los que nos habían invadido en oleadas minutos antes. A continuación, nos vestimos, nos sentamos en el sofá, entrelazamos nuestras manos, y nos quedamos mirando fijamente la luz del televisor hasta quedarnos dormidos en aquel mundo azul.

-Alberto… te quiero.-murmuré. Pero nunca he sabido si me escucho.