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Don de lenguas

en Gays

Aquella tarde de verano, intentaba sin éxito concentrarme en el temario de las oposiciones de inglés, bostezando a cada minuto, cuando alguien llamó a la puerta con insistencia. Me encontraba solo en casa, y no esperaba ninguna visita. Además, como tenía trabajo entre manos, no quería que nadie viniera a molestarme, porque en sólo 2 días tendría que presentarme a un importante examen y no podía estar perdiendo el tiempo. Me levanté sin hacer ruido y me asomé por la ventana, corriendo un poco la cortina, para intentar ver quién llamaba.

Me lancé hacia atrás como un resorte, ahogando un grito, cuando vi cómo un chico que no conocía de nada me miraba serio a través del cristal, algo empañado por su respiración.

Me había visto.

Cuando me hube respuesto del susto, le miré inquisitivamente, intentando averiguar qué buscaba, y él hizo como que sujetaba un bocadillo entre las manos y lo mordía con ganas.

Me tranquilicé. Sólo buscaba algo de comer.

En unos segundos, me acerqué a la puerta y abrí, pero allí no había nadie. Con el sol de cara a través de la ventana, no había podido fijarme muy bien en los rasgos del mendigo, pero fuera como fuera, éste se había ido.

Contrariado, me di la vuelta y me dispuse a entrar de nuevo en casa. En aquel momento, sentí un fuerte golpe en la cabeza, que me hizo desplomarme sobre el suelo, al tiempo que escuchaba, antes de quedarme inconsciente, cómo alguien cerraba la puerta de un portazo.

El tacto áspero de la moqueta del pasillo en la cara me despertó. Eso, y que sentía una sensación extraña en la boca. En la penumbra apenas podía distinguir qué estaba pasando, pero recordaba que había visto a alguien pidiendo en la puerta y que después, sin saber cómo, me había caído al suelo. Poco a poco, con el dolor todavía en mi cabeza, fui atando cabos. La vista se me iba aclarando al mismo tiempo y comprobé, aterrado y extrañado, que lo que tenía en la boca era parte del pie desnudo del mendigo.

-Creía que estabas muerto. -dijo. Después, me sacó el pie de la boca y me acarició -o eso intentó- la cabeza con la planta, callosa y húmeda por el sudor y mi saliva.

Por su acento, enseguida supe que no era español, pero en la oscuridad del pasillo todavía no había podido verle bien la cara. Además, tampoco me interesaba mucho. Estaba muy enfadado y seguramente habría perdido un tiempo de estudio precioso tirado sobre la moqueta.

-¿Qué es lo que quieres? -dije, enfadado y aturdido, mientras intentaba incorporarme.

-No te enfades, hombre. Sólo quiero algo de comer. -respondió, algo avergonzado por lo que había hecho.

-¿Crees que voy a darte algo después de lo que me has hecho? -dije, calentándome, mientras me pasaba la lengua por los labios para librarme del sabor de su asqueroso pie sudado. -Ya te estás largando o llamaré a la policía. -amenacé, mirándole por fin a la cara, que ya se veía con algo más de claridad.

Tenía la piel morena, pero no demasiado oscura. Unas facciones angulosas y una boca grande, probablemente con algún diente de oro o alguna muela picada. El pelo era algo rubio, quizá teñido, pero no estaba del todo seguro. Sus ojos, verdes, parecían brillar en la oscuridad, y en ellos se intuía una chispa de arrepentimiento. Era un joven rumano bastante guapo, unos años más pequeño que yo.

-De acuerdo, no quería asustarte. Lo siento, ya me voy. -dijo, dándome de lado y dirigiéndose hacia la puerta, sin mirarme.

Aquello me hizo sentir algo raro. A pesar de que me había pegado y se había colado en mi casa sin permiso, me daba pena echarle de aquella manera. Llevaba una ropa muy harapienta y seguramente ni se habría duchado ni se habría cambiado en semanas. Y encima, tenía hambre.

Dejando a un lado mi cabreo, le adelanté justo cuando abría la puerta y se disponía a salir, y le miré frente a frente, sin borrar el gesto serio de mi cara:

-Te hago un bocadillo y te largas, ¿vale?

-¿En serio? -dijo sorprendido, levantando las cejas. Había sonreído. Y sí, llevaba un diente de oro.

-Sí, pasa y siéntate, anda. -respondí, no muy seguro de lo que estaba haciendo.

El joven me seguía despreocupado, contento, mirando a los lados del pasillo los cuadros y demás objetos decorativos que colgaban en las paredes. Creo que iba tarareando alguna canción, pero no la reconocí.

Cuando llegamos a la cocina me volví para mirarle. Apenas se me habían escapado detalles. Un pequeño pendiente en una ceja y una cicatriz en un pómulo, probablemente a causa de otra de sus amables "visitas" a alguien no tan amable como yo.

-Muchas gracias, hombre -me dijo, golpeándome con suavidad en el hombro. -No todo el mundo es como tú. Gracias de verdad.

Aquello terminó de ablandarme. Rápidamente, y sin decir nada, me acerqué a la nevera y saqué la fiambrera. Cogí un bollo de la bolsa del pan y le preparé un buen bocadillo de jamón a aquel joven delincuente.

-¿Quieres agua? -pregunté, amablemente.

-Prefiero cerveza. Gracias. -respondió.

-Claro, no sé para qué pregunto. Ya he visto cómo os lo montáis en el parque. -le di una lata casi helada.

-¿Montar? -preguntó confuso. -¿Me has visto montar?

Al instante, entendí la confusión, y sonreí, negando con la cabeza, mientras él devoraba a dentelladas el bocadillo y bebía a grandes tragos la fresca cerveza, que le chorreaba por el cuello.

-No, perdona, no quería decir eso. -respondí, divertido. -Quería decir que lo pasáis muy bien.

Me sentía muy extraño hablando con tanta confianza con alguien a quien acababa de conocer en unas circunstancias tan desagradables, pero no le di más importancia.

-Sí, los rumanos lo pasamos muy bien en España. Sois gente divertida. -dijo, justo antes de limpiarse la boca con la camiseta, dejando a la vista su pecho y su vientre.

Yo me quedé fijo en sus abdominales. Aquel muchacho apenas alcanzaba la veintena y ya se adivinaba en su tripa una interesante tableta de chocolate. Estaba marcado, pero no exagerado, pues era delgadito.

Cada vez tenía menos ganas de estudiar, pero el joven me devolvió a la realidad con un estruendoso y satisfecho eructo. Arrepentido, se tapó la boca, abriendo los ojos como platos en un gesto que me hizo sonreír de nuevo, como embobado.

-Perdona. Soy un guarro. -dijo. -Y muchas gracias por la comida. De verdad.

A continuación, se puso de pie, y pude contemplar su atuendo al completo. Llevaba una camiseta de tirantes beige varias tallas mayores que la suya, un pantalón de chándal negro con cordones y unas chanclas de dedo negras. Cuando me di cuenta, estaba devorándole los pies con la mirada, recordando cómo me había despertado unos minutos antes. Noté cómo mi polla daba un respingo y un suave calambre se extendía por todo mi cuerpo. Volví a mirarle a la cara y descubrí que estaba devolviéndome la mirada.

-No lo jures. Eres todo un cerdo. -dije con sarcasmo, pues no me refería precisamente al eructo. -No hay de qué... Por cierto, ¿cómo te llamas?

-Mihai.

-Pues nada, Mihai. Encantado de conocerte. -dije. Después, me levanté y estreché su mano derecha con la mía. Pude comprobar que eran bastante grandes y callosas, pues sentí un roce algo incómodo al despedirme. Aquel chaval sabía lo que era trabajar. -Yo me llamo Pablo.

-Vale, Pablo. -dijo. -¿Te gustan mis pies?

Me quedé de piedra. Se había dado cuenta. No sabía qué decir, pero al mismo tiempo, el calor empezaba a recorrerme todo el cuerpo, y estaba cada vez más cachondo. Dudé unos instantes, pero me armé de valor y le dije:

-Sí, no están nada mal.

-Gracias. A mí también me gustan, pero huelen fatal. Siempre llevo el mismo calzado, y con este calor...

-Entiendo. -dije, asintiendo y añadí, totalmente confiado: -Oye Mihai, ¿te apetece darte un baño? Puedo dejarte unas toallas y algo de ropa limpia. Debes tener la misma talla que mi hermano.

-No es necesario, Pablo, muchas gracias. Ya me voy. -respondió, algo tímido.

-Insisto, no me importa.

-Bueno... está bien... ¿Dónde está el cuarto de baño?

-Detrás de ti.

Mihai encendió la luz del cuarto de baño y entró, cerrando la puerta tras él. Le dejé un rato para que se desnudara y se duchara tranquilamente, y esperé impaciente a que me llamara para darle las toallas. Cuando lo hizo, apenas tardé 2 segundos en abrir la puerta del baño con ellas bajo el brazo.

-¡Qué rápido! -dijo, con un tono la mar de gracioso, asomando la cabeza por un lado de la cortina de plástico de la ducha.

Yo le devolví la sonrisa, y me agaché para dejar las toallas frente a la bañera, intentando no mirar a través de la cortina algo que pudiera incomodar a Mihai.

Cuando me incorporé, aluciné.

Mihai estaba apoyando las manos en la pared de la ducha, y mirándome por encima del hombro, con el culo a unos centímetros de mi cara.

Yo le devolví la mirada, dándole a entender que no sabía muy bien qué pretendía, a lo que el respondió guiñándome un ojo, y diciendo:

-Venga, tío, lávame la espalda.

-Ah! va... vale, vale, jeje. Me habías asustado. -mentí, algo decepcionado porque no estábamos pensando lo mismo.

-Lávame la espalda con la lengua y luego me comes el ojete bien... ¿Vale?

No tuvo que insistir. Con las dos manos separé los dos carrillos y dejé a la vista su agujero, rodeado por un finísimo vello rubio y palpitante por la excitación. Le di unos golpecitos con la punta de lengua mientras lo dilataba con ayuda de uno de mis dedos, al que luego se unió otro, y otro más. Aquel chaval tenía un culo estupendo, casi lampiño, respingón y morenito. Se notaba que tomaba el sol en pelotas, porque no había ni rastro de la ridícula marca del calzoncillo o el bañador. A saber qué hacía Mihai en el campo.

Gratamente sorprendido, Mihai se echó hacia delante en la bañera, dejándome sitio tras él para que me arrodillara y le comiera el ojete en condiciones. Seguía follándole con mis dedos y alternándolos con los lengüetazos. Había pasado de golpearle tímidamente con la punta de la lengua a lamer de arriba abajo toda su raja, mordisqueando de cuando en cuando sus duros cachetes, y llegando hasta sus pelotas, que se me antojaban redondas y bien duras.

-Eres un guarro maricón. -dijo, entre jadeos, restregándome el ojete por la cara.

-¿Te gusta cómo me como tu culo asqueroso, enano? -le pregunté, endiablado.

-Sí, no pares, joder...

-No pienso hacerlo.

-¿Tú también tenías hambre, verdad? -dijo, burlón.

-Mmmm... sí, ¡no podía esperar más! ¡Vaya culo tienes, hijo de puta!

-Pues calla y no pares de lamer. -ordenó, sin parar de jadear.

Obedecí, seguí pasándole la lengua por el ojete, los cachetes, bajando por la zona perianal hasta que sus cojones chocaban con mi barbilla. Succionaba cada uno de sus huevos, volvía hacia atrás y volvía a succionar en su ojete, en sus carrillos, dispuesto a dejarle unos buenos moratones en su culo de niñato.

Mientras mordía con gula el culazo de Mihai, una interesante idea se me pasó por la cabeza. Me acordé de sus chanclas negras llenas de mierda y de sus pies sudorosos, y enloquecí, mordiéndole uno de los glúteos con demasiada fuerza.

Mihai se llevó las manos adonde le había mordido y vio que le había hecho sangre. No le gustó. Con una agilidad increíble, se volteó y me lanzó una patada a la cara. No sé cómo me las apañé, pero intercepté su pierna sujetándola con fuerza entre mis manos y me quedé mirándole a la cara con gesto desafiante, esperando que se tranquilizara, y mirando su polla morcillona de reojo.

No era excesivamente grande, pero me gustó. Mihai tenía la zona casi completamente depilada, a excepción de un fino vello que le cubría la base. En aquel momento su rabo tendría unos 15 centímetros, y ya se le empezaban a marcar las venas. El capullo se adivinaba bastante apetecible, aunque estaba cubierto de un fino pellejo que se hacía más morenito en esa zona y lo ocultaba a la vista. Una buena polla, sin duda.

Cuando dejé de notar tensión en sus gemelos, me sorprendí de lo fácil que me lo había puesto, y, ante su sorpresa, abrí la boca y comencé a comerme los dedos de sus pies. Aunque estaba recién duchado, sus dedos tenían un sabor bastante salado, y aún no se había cortado las uñas, que me rascaban en la lengua provocándome una sensación indescriptible. Me metí el dedo gordo, lo saboreé y fui comiéndome cada uno de sus pies como si estuviera tocando una armónica de las que tanto les gustan a sus compatriotas. Me detenía minuciosamente en los huecos entre dedo y dedo, pasando la lengua con decisión, saboreando cada milímetro de su fuerte piel.

-Cerdo, no pares, me estás poniendo muy caliente, Pablo. Oh... ooohh... uff... uff... ahhh...

Mihai, rendido, se había ido tumbando poco a poco mientras yo seguía trabajándole los pies, y ahora estábamos los dos dentro de la bañera, él cómodamente tumbado y yo acuclillado entre sus piernas, sujetándolas alternativamente para darles una buena mano de lametones y mordiscos.

Yo me incorporé ligeramente sin soltarle los pies, arañándole las piernas y devorando sus dedos sin descanso, y abrí sin querer el grifo. El agua caliente empezó a llenar la bañera lentamente y Mihai se derretía entre el calor y el deseo. No pudo aguantar más. Yo no había dejado de comerme sus pies cuando se agarró la polla con fuerza y se pajeó hasta descargar una buena tanda de lefazos por la bañera. El más largo me alcanzó en la cara, cegándome momentáneamente, pero yo no podía parar, mi hambre era insaciable.

Todavía vestido y con la ropa empapada, noté, con los ojos cerrados, como Mihai se liberaba y me apretaba con fuerza la polla por encima del pantalón, con tanta fuerza que me hizo gritar de dolor.

Como pude, abrí los ojos y descubrí que estaba mordiéndome. Grité con fuerza y me corrí, llenando de lefa la tela del pantalón y su hambrienta boca.

-Aahh... jodeeer... ¡Mihai, vaya flipe! ¿Te habías quedado con hambre? -dije, agarrándome la dolorida polla con fuerza.

-Claro, hombre. Necesitaba un buen postre.

-Espero que te haya gustado.

-Me ha encantado, Pablo, ¿y a ti?

-Uff, menudo atracón me he dado. -dije, sinceramente.

-Sí, jeje, nos lo montamos muy bien.

Ante su comentario, esbocé una sonrisa, y le besé, compartiendo mi corrida con él, que, disimuladamente, había comenzado a desnudarme, decidido a que siguiéramos trabajando con nuestras lenguas durante un buen rato más.

Ya estudiaría en otro momento.