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Flor sangrienta

en Erotismo y Amor

Flor Sangrienta

Raúl era un chico encantador. Desde la primera vez que lo vio, Ángela sintió en su corazón algo que hasta aquel momento, en que veía, a través de la acristalada ventana de la floristería en la que trabajaba, cómo Raúl entraba y salía de su nueva casa cargado de muebles y objetos personales, nunca había sentido. No sabía qué era lo que le atraía de él, pero empezaba a sentirse extraña. Antes siempre había sido la que nunca había tenido oportunidad de salir con chicos. Siempre con sus amigas, Ángela jamás se había parado a plantearse la necesidad, o mejor dicho, la posibilidad de encontrar un amor.

Fue a raíz de abandonar el instituto cuando Ángela empezó a darse cuenta de que, ahora, con sus amigas a punto de abandonar el pueblo e irse a estudiar a la universidad, se quedaría sola, en una selva artificial que la rodeaba día a día, en la que cualquier otra persona se habría sentido liberada, en paz, pero de la que ella deseaba huir en busca de algo que diera sentido a su joven, y, a su juicio, desperdiciada existencia.

Raúl fue quien le llevó a pensar eso. Al verle, sentía que él tenía lo que ella necesitaba. Parecía ser popular, inteligente, un chico de mundo, y ella, alucinada ante tal despliegue de encantos, no podía sino sentirse cada vez más y más inferior sumida en su esclavo trabajo diario, cuidando flores y hojas, y ayudando después en casa con las tareas del hogar. Quería escapar de todo eso. Y quería que Raúl la acompañara.

Pero, ¿Cómo decirle a un chico que apenas conocía todo lo que en él había pensado, y lo que sentía cada vez que le veía? La sola idea de encontrárselo de frente y tener que explicarle todo con alguna esperanza de éxito la aterraba. Tenía clarísimos sus sentimientos, pero temía la reacción del chico, no sabía cómo expresárselos a él.

Hacía una mañana espléndida. El sol brillaba con gran fuerza sobre las calles, y Ángela estaba colocando algunas macetas en la acera de la tienda para que recibieran aquel luminoso y energético desayuno ultravioleta. El calor empezaba a hacer mella en ella, agotada de tanto entrar y salir cargada con las plantas, la tierra, la regadera, ...el trabajo se iba haciendo insoportable, y ahora que se acercaba el buen tiempo, e imaginaba a sus amigas de vacaciones mientras ella tenía que trabajar, la situación se hacía aún más dura. Si hubiera algo, por pequeño que fuera, que hiciera su trabajo un poco más alegre...

-Hola, mi nombre es Raúl, ¿puedo echarte una mano?- Dijo una voz, al tiempo que Ángela sentía unos suaves golpecitos en su espalda. La joven se incorporó, se quitó uno de sus guantes para limpiarse la cara, y miró sorprendida a quien la había saludado. Era él.

-No es necesario, muchas gracias....de verdad.- Dijo Ángela, entre balbuceos, asustada, pero al tiempo gratamente sorprendida. No podía creer que el chico de sus sueños estuviera dispuesto a ayudarla ...¡Qué diablos! ¡ni siquiera podía creer que se hubiera dignado a hablar con ella!- Soy Ángela, encantada de conocerte.-Añadió, mientras miraba tímidamente al rostro del joven, recibiendo de frente no sólo la potente luz del sol, sino también la luz que desprendían los ojos grisáceos de Raúl. A través de los haces de luz, pudo atisbar los labios gruesos y carnosos del joven, su preciosa y perfecta sonrisa, sus cabellos dorados, hoy más que nunca, gracias al efecto que sobre ellos producía la energía del Astro Rey...quería besar esos labios, pero sentía que su cuerpo la frenaba. Su corazón luchaba por lanzarse apasionadamente hacia aquel joven, y fundir sendos cuerpos en un beso interminable, pero su cerebro le decía que no era el momento.

Además, allí, delante de todo el mundo, ¿qué opinarían sus vecinas si la viesen dándose el lote con el chico nuevo del vecindario? Seguro que se lo contaban a su madre y ésta le echaba la bronca por lo que hacía en las horas de trabajo...pero pensó que aquello ya no le importaba.

Lo había decidido, no tenía nada que perder. No podría estar castigada toda la vida por dedicarse a otras cosas además de trabajar. Con seguridad, la joven se acercó a Raúl, y le susurró, firme pero temerosa, al oído:

-Me gustas desde el primer momento en que te vi, me he enamorado de ti. Y no creo que pueda superar que me rechaces. Creo que eres todo lo que yo necesito. Necesito estar contigo. Te quiero...- Finalizó, dispuesta a encajar cualquier reacción. Tras decir aquello, separó su cuerpo del de Raúl, le miró, y vio en sus ojos un brillo casi celestial, y en sus labios, el esbozo de aquella angelical sonrisa, al tiempo que se acercaban más y más a los de Ángela, fundiéndose en un apasionado beso, que hizo que ella sintiera que al fin su vida cobraba sentido, por encima de las flores y la gente a la que se había dedicado a complacer día a día, desde que dejó las clases. Al fin todos estos meses de duro trabajo y discusiones se habían visto recompensados. La tímida y bondadosa Ángela había encontrado el amor de su vida.

Ojalá Raúl nunca hubiera separado sus labios de los de ella. Si no lo hubiera hecho, Ángela no se habría dado cuenta de que todo había sido un sueño, y de que su vida era igual de triste que antes de que el joven hubiera llegado a ella. Se despertó sobresaltada, sudorosa, triste. Eran las seis de la mañana. En un par de horas, tendría que levantarse para ayudar a su madre con la tienda, como cualquier otro día, en aquel lugar que detestaba, donde llevaba trabajando demasiado tiempo. Cerró de nuevo los ojos e intentó olvidar aquel sueño, aquel chico, aquella vida que no le pertenecía y, sin embargo, era lo único que deseaba...

- Ángela, vete levantando y prepárate para abrir la tienda, son las ocho.- La voz de Rosa, la madre de Ángela, la apartó de tan amargos anhelos, y la devolvió a la realidad. La tristeza ocupaba la mayor parte de su rostro, de su pensamiento, de su vida...no quería que su historia con ese chico fuese sólo aquel sueño, pero en el fondo, a menudo pensaba que estaba loca, y que sería imposible para una chica como ella tener algún tipo de relación, por mínima que fuera, con alguien como Raúl.

La joven salió de su habitación, fue al cuarto de baño, lavó su cara y sus manos resignada y triste, enfadada, y, aún en pijama, entró a tomar el desayuno a la cocina. Masticaba la comida con desgana, cuando, sorprendida, miró por la ventana al cielo, y vio que estaba exactamente igual que en su sueño. Azul, con un sol espléndido, y sin rastro de nubes. Al principio se sintió extrañada, pero luego no le dio importancia, ya que, al fin y al cabo, estaban a finales de Abril, y era lógico que, con la primavera, los días de buen tiempo fueran numerosos. A ella le gustaban esos días, pero odiaba trabajar con tanto calor. Cuando hubo tomado un café y algo de comer, bajó a la tienda, y se dispuso a sacar las macetas a la calle para que recibieran directamente los beneficiosos rayos del sol, y tuvieran así algo de la luz que Ángela necesitaba en su vida, pero que, atada a su timidez, nunca conseguiría.

Estaba entrando y saliendo de la tienda, con las macetas y los utensilios necesarios para que pasaran la mañana en la calle, cuando vio una figura masculina por la acera paralela a la de la tienda. No le hizo falta mirarle directamente para saber que era Raúl. Parecía ocupado con la mudanza, y ella no se atrevió a decirle nada. Era guapísimo.

 

Ángela lo miraba con el rabillo del ojo, admirando su cuerpo atlético, su torso y brazos musculosos, sus enormes y preciosos ojos grises que la miraban...¡la miraban! ¡Oh Dios! ¡la había pillado mirándole! Estaba que se moría de la vergüenza, agachó rápidamente la cabeza, se secó el sudor de la frente con su mano derecha y se disponía a coger otra maceta, cuando, como en su sueño, alguien le golpeó suavemente en la espalda. Lo que le estaba pasando hoy nunca podría haberlo imaginado. Raúl se erguía tras ella, con su metro ochenta de estatura, mirándola amablemente, con una perfecta sonrisa en los labios, y con los brazos cruzados. Ángela sintió un nudo en su garganta cuando Raúl le dijo:

- ¿Necesitas que te eche una mano? Te veo muy agobiada. Mi nombre es Raúl, soy vuestro nuevo vecino.

- Ho...hola.- Dijo ella, presa de los nervios. Soy Ángela. No...no es necesario que me ayudes, muchas gracias.- Continuó, mirando la cara de incredulidad de Raúl, y mirando sus propias manos después, temblorosas, que no la dejaban tocar nada...

- No me cuesta ningún trabajo.- Dijo el joven, mientras cogía varias macetas entre sus brazos y ayudaba a Ángela con los demás enseres.- Y no me lo agradezcas.- Añadió, mostrando de nuevo su preciosa sonrisa a la joven, que no dejaba de temblar.- Los vecinos estamos para ayudarnos, Ángela.

Ángela estaba aterrada, pero encantada al mismo tiempo. Llevaba unas semanas viendo a aquel chico, y sentía por él algo que difícilmente podría olvidar, ¡y nunca había hablado con él! Pero ahora, después de aquel sueño tan utópico, veía como todo lo que le había ocurrido en él se iba materializando, y, aunque era feliz, el miedo y la vergüenza no la dejaban hacer ver a Raúl lo más importante. El amor que ella sentía por ese, hasta hoy, casi completo desconocido.

El tiempo pasaba a toda velocidad por la vida de Ángela. Era la primera vez que se sentía feliz en el trabajo. Raúl y ella juntos, hablando, conociéndose, sonriendo. Sí que era feliz. Pero notaba en su corazón la necesidad de hacer saber a Raúl lo que por él sentía, y al mismo tiempo su cerebro, como en su sueño, la frenaba. ¿Se lanzaría instintivamente, sin pensárselo, igual que en el sueño?

Pensó que, aunque se estuviera dejando llevar por un anhelo sin ningún tipo de fundamento, era cierto que no tenía nada que perder. No quería perder esa oportunidad, y aunque le parecía ridículo estar haciendo lo que horas antes había soñado, estaba contenta, y no quería dar por terminada esa alegría. Su deseo de encontrar un amor de verdad y vivir con él una vida maravillosa estaba frente a ella, y no pensaba renunciar, por muy atada que estuviera a su esclavo trabajo o a la monotonía de la vida en el vecindario.

Ahora sí, como en su sueño, se acercó a Raúl, dentro de la floristería, donde se encontraba colocando sacos de fertilizante y abono que ella había estado utilizando en la calle, y justo cuando se disponía, con el corazón en un hilo, a revelar sus sentimientos al joven, una joven alta y delgada de pelo negro y ojos verdes, guapísima, entró en la tienda. Raúl, al verla, se alegró, algo que extrañó mucho a Ángela, y se fue hacia ella. A través de una cristalera, Ángela vio como la recién llegada y Raúl se besaban apasionadamente, ante la sorprendida mirada de Rosa, que se dirigió después con seriedad a Ángela, dándola a entender que volviera al trabajo. Ángela pasó hacia dentro, llorando desconsolada, con el corazón destrozado y con la incertidumbre de saber si volvería a ver o no a aquel chico, el suficiente tiempo como para confesarle unos sentimientos de los que, desgraciadamente, ya no estaba segura. En unas horas, toda su decisión y felicidad se habían transformado de nuevo en desilusión, dolor y tristeza.

Durante la tarde estuvo tan mal que hasta su madre se dio cuenta, hasta el punto de permitirle quedarse descansando en casa. Rosa no sabía que su hija, destrozada, no tenía otra ilusión que ese amor en la agobiante existencia que llevaba, y si no conseguía ese amor, para ella, nada merecía la pena. La necesidad de sentirse querida, como las flores que todo tipo de cuidado necesitan, era lo que dominaba en el interior convulso y atormentado de la joven Ángela.

Lo ocurrido durante la mañana la marcó, tanto que por la noche no dudó en poner fin a tan injustificado sufrimiento. Se sentía tan mal que ni la reiterativa aparición en su mente de los preciosos ojos de Raúl la hicieron cesar en su empeño de liberarse de tanto dolor y pena. Además, pensó, ya no sólo era la falta de ese amor lo que iba a tener, sino que, ahora más que nunca, permanecería esclavizada por el negocio familiar, atada a un universo propio en el que todo estaba parado, mientras miles de millones de personas eran felices en todas las partes del planeta, y alejada de toda posibilidad de vivir la vida que siempre había deseado.

CERRADO POR PROBLEMAS PERSONALES.- Se leía en la puerta de la floristería a la mañana siguiente. Raúl fue allí, cuando Marisa, su novia, se había ido al trabajo, dispuesto a comprarle a la joven un bello ramo de flores, ya que era muy detallista, y en los tres años de relación que llevaban, día tras día se hacían regalos y hablaban de sus cosas como cualquier pareja enamorada solía hacer. Pero Ángela nunca había tenido esa oportunidad, ni sabía lo que eso era, si bien es cierto que no le habría hecho mucha ilusión que le regalasen flores, con todas las que tenía en casa.

El aviso desconcertó a Raúl, ya que aparte de que no conocía ninguna otra floristería cercana, conocía a Ángela y pensaba que era una chica encantadora, y también sentía aprecio por la madre de la joven, Rosa, tan amable y generosa. No imaginaba que habría podido ocurrir, pero tampoco tuvo que pensar mucho. Elvira, una de las vecinas, salió a la puerta a barrer, y al ver al joven paralizado frente a la tienda, le dijo:

- Joven, si quería algo tendrá que esperar unos días, Ángela ha sufrido un accidente con los insecticidas del almacén, y ha estado a punto de morir. Han ido todos al hospital esta madrugada.- Las palabras de la anciana fueron como un mazazo para Raúl. No imaginaba que habría podido llevar a una chica tan responsable y dulce como Ángela a jugar con esas cosas, sabiendo lo peligrosas que podrían ser. Asustado y desconcertado, agradeció la información a la vecina y se fue en su coche hacia el hospital del pueblo.

Mientras tanto, en la zona de Cuidados Intensivos del hospital, un médico hablaba con los padres de Ángela:

- Su hija ha bebido una gran cantidad de fertilizante. Dada la composición de ese producto, hemos comprobado que Ángela sufre quemaduras de segundo y tercer grado a lo largo de esófago, estómago e intestino delgado, y lo que es más importante, parte de las paredes del intestino se han desgarrado dejando escapar algo del líquido, que, como ácido que es, ahora ataca también a huesos y músculos en la caja torácica.- Los padres de Ángela miraban horrorizados al doctor, y se abrazaron, mientras dejaban que las lágrimas resbalaran por sus mejillas. No podían creer que la joven hubiera hecho eso.

Ángel se dirigió al galeno:

- Doctor, ¿tiene posibilidades?- A lo que el médico respondió:

- Voy a serle franco, Sr. Narváez. Su hija tiene quemado el 40% de su cuerpo por dentro, lo que es aún peor que si se tratara de quemaduras externas. Sin embargo, es una joven luchadora y fuerte, y hemos notado mejoría desde anoche.

Hemos logrado extraer todo el líquido, y las quemaduras se van curando con ayuda de los medicamentos. Lo principal es esperar. No podemos adelantar nada. Este tipo de accidentes y sus consecuencias son completamente imprevisibles.

- Le entiendo.- Asintió Ángel, mirando con cierta incertidumbre, pero esperanzado, a los ojos enrojecidos por las lágrimas de Rosa, que secaba sus mejillas con un pañuelo de papel.- Lo que ninguno de los dos entendemos es qué la habrá llevado a hacer algo así.

- Este tipo de intoxicaciones son comunes entre los jóvenes, la verdad.- Dijo el doctor, que, ante la sorprendida mirada de Ángel y Rosa, continuó.- Cuando no son felices o tienen problemas que ellos consideran importantes, y no dudo que lo sean, intentan quitarse la vida así, pensando que es menos doloroso, cuando es una forma no sólo dolorosa, sino también sangrienta, ya que aún están vivos cuando su interior se disuelve por la acción del ácido. Una muerte horrible. Suerte que hemos llegado a tiempo.

- ¿Y por qué iba a querer mi hija suicidarse?- Dijo Rosa, exaltada, justo en el momento en que Raúl entraba en la sala de espera del hospital.

SEIS SEMANAS DESPUÉS.

Las quemaduras de Ángela ya habían desaparecido casi por completo, y aunque con dificultad, podía comer y hablar casi perfectamente. Durante sus noches durmiendo en la cama del hospital, no tuvo tiempo de pensar en Raúl, completamente centrada en recuperarse y volver a una vida normal. No tuvo tiempo de pensar en él, pero él si pensó en ella. De hecho, había ido a verla día tras día desde la noche del accidente, y cada vez que llegaba al centro y le contaban que ella iba progresando, era como una nueva motivación para él. No pasaría mucho tiempo hasta que ese comportamiento cambiara.

Una tarde, como tantas otras, Raúl fue a verla. Ángela acababa de despertarse de la siesta, y estaba animada y feliz de verle allí, y, aunque con sus problemas de voz, se decidió a contarle todo.

- Raúl, gracias por venir, apenas me conoces y te estás portando genial conmigo.- Le dijo al joven, mientras éste colocaba en un jarrón unas rosas amarillas, tras lo cual respondía:

- No me agradezcas nada, y no hables si no es necesario. Sólo lo hago porque es lo que me dice el corazón, ¡necesito que mi florista favorita esté a punto para prepararme ramos bonitos para mi novia!- Al decir eso, Ángela le miró triste y seria, y comenzó:

- A eso me refiero. Desde el primer día que te vi, ocupado con tu mudanza, pensé que serías el chico perfecto para mí. Joven, guapo, solitario, emprendedor, aventurero....¡me pareciste tan independiente y fascinante! ¡eso es lo que yo siempre he soñado! ...pero luego apareció tu novia, tan guapa, tan elegante, tan decidida, tan perfecta como tú, y sentí como el mundo de fantasía que intentaba construir se derrumbaba a mis pies, antes incluso de tomar forma...

- ¿Qué intentas decirme, Ángela?- Preguntó Raúl, sorprendido y desconcertado, tragando saliva...

- Te digo que estoy enamorada de ti, que eres el único chico con el que he deseado pasar el resto de mi vida, y que lo que he hecho, lo he hecho por ti, por llamar tu atención, para dejarte claro que no puedo vivir con otro que no seas tú.- Dijo por fin Ángela, sintiéndose liberada de una carga que, al salir entre sus labios, fue aún más ardiente que el contacto del fertilizante con su esófago semanas atrás...

-Ángela...no...no puede ser....me dejas....eh..me dejas sin palabras....- Balbuceó Raúl, como pudo.- ¿Yo tengo la culpa de que estés así y he estado ciego tanto tiempo? ¡Lo siento Ángela, perdóname! Yo...lo siento, es lo único que puedo decir.

- No eres culpable de nada, la única culpable soy yo, que intenté llamar tu atención de forma patética. Casi me va la vida en ello. Está bastante claro que no vas a cambiar tu vida por mí.

- Siento decirte que en eso tienes razón.- Repuso Raúl.- Para mí tus palabras son un halago, pero no puedo engañarte. Marisa y yo nos casaremos en otoño, y si he venido a vivir aquí es porque ella es maestra y le han dado plaza en el colegio que hay dos calles más arriba de la floristería de tus padres. Además, ella es el único amor de mi vida, y no puedo hacerle esto, por mucho aprecio que sienta hacia ti. Lo único que puedo ofrecerte es mi amistad, y te pido por favor que me olvides como pareja, porque lo nuestro nunca podría funcionar. Ya te digo que te aprecio y espero que esto no te lo tomes a mal, pero es la realidad.

- Lo imaginaba, no te preocupes.- Mintió Ángela, cuyo interior ardía ahora incluso con mayor fuerza que la noche del accidente.- Ya ha quedado todo claro. Ahora déjame descansar, por favor. Ya nos veremos.

- De acuerdo.- Dijo convencido Raúl.- Cuando te recuperes, haremos una fiesta de bienvenida al barrio, para olvidar todo esto, ¿vale?

- Claro.- Añadió ella, en un hilo de voz, al tiempo que volvía su rostro para dormir, dándole la espalda a Raúl, no sin antes derramar cientos y cientos de lágrimas sobre la almohada de la cama del hospital, en el que ahora, relativamente lejos de su casa, también se sentía prisionera.

UN MES MÁS TARDE.

Marisa se levantó a las diez de la mañana. Tenía el día libre. Al despertar, se dio cuenta de que Raúl no estaba a su lado. Habría ido a hacer algo al chalet...

Habían pasado varias semanas desde la conversación de Ángela y Raúl en el hospital, y Marisa estaba al tanto de todo, pero no había tenido la oportunidad de hablar con la joven enamorada de su prometido. Raúl le dijo que él ya lo había hecho, pero ella sentía la necesidad de aclararlo todo con Ángela, de mujer a mujer.

Ángela estaba sola en la tienda. Su madre había salido, y la había dejado al frente del negocio por un rato. Pensaba que le vendría bien para irse incorporando de nuevo a la rutina. Rosa no había hablado con su hija tras el accidente, porque no quería presionarla, pero las palabras del doctor la hacían responsable de esa vida tan desagradable de la que, según él, Ángela quería escapar, cuando tomó el fertilizante.

Mirando a través del escaparate vio a Marisa cruzar la acera en dirección a ella y pensó, por un momento, que no estaría mal que un coche pasara por encima de ella, dejándole el camino libre con Raúl. A pesar de lo que habían hablado en el hospital el joven y ella, no estaba nada convencida con lo que él le dijo, y quería a toda costa acabar a su lado, si cabe, ahora más que nunca. Y ya no pensaba ser ella la que siempre sufriera. Durante el tiempo que había estado en cama, se había dado cuenta de que nadie mostraba sinceridad al hablar con ella en el hospital, sólo sus padres. Ni las vecinas, ni las compañeras del instituto que la conocían de toda la vida. Nadie. Todos la miraban como a un bicho raro, una incomprendida, algo inferior, enfermo, despreciable, y pensó, por una vez, en su felicidad, y no en lo que pudieran pensar los demás al verla hacer las cosas. La chica tímida y vergonzosa se había transformado en la chica fría y egoísta.

No le importaría, a partir de ahora, la opinión de los demás a la hora de conseguir sus objetivos.

Y en especial, la opinión de Marisa, le importaba aún menos que cualquier otra. Era su rival, y como tal, había llegado a una decisión crítica. Pensaba acabar con ella.

- Hola Ángela, buenos días.- Saludó fría Marisa, que quería distanciarse de ella todo lo posible.- Quiero hablar contigo sobre Raúl, ya sé que él te ha comentado lo principal, pero vengo a corroborarlo, no quiero que mis planes de futuro se vayan al traste por una niñata caprichosa, ¿lo entiendes?

- Claro, pero por favor, ahórrate los insultos.- Respondió Ángela, decidida.- ¿No podemos tomar un café y charlar esto civilizadamente?

- Perdona, por mi parte no hay inconveniente- Repuso Marisa, en tono conciliador, mientras Ángela cerraba la tienda e iba a la cocina a preparar el refrigerio.

- ¿Cómo lo quieres, Marisa?- Preguntó, mientras echaba en la leche sendas cucharadas de fertilizante en polvo, con la mano temblorosa, ante lo que estaba a punto de hacer...

- Con leche, gracias.- Contestó la joven, ajena a la mortal amenaza que sobre ella se cernía.

- Aquí están, calentitos.- Dijo Ángela, tras lo cual bebió su café lentamente, observando por el borde de la taza cómo Marisa, primero, se acercaba la taza a los labios y tras un gran trago, y una mirada de extrañeza hacia Ángela, empezaba a retorcerse por el suelo, de forma compulsiva, agarrándose el cuello, y vomitando sangre...el trabajo sucio estaba hecho.

Ángela no podía creer lo que acababa de hacer, pero se sintió aliviada. Ahora si que todo saldría como había soñado. Ahora sí tenía el camino libre.

Rosa abrió la puerta, y aterrada, empezó a gritar, tapándose los ojos, al ver en el suelo el cadáver ensangrentado de Marisa. Se dirigió a la tienda y vio que estaba cerrada. Ángela no estaba en ninguna parte. Subió a su habitación y allí la encontró, llorando, tapándose la cabeza con la almohada.

- ¡Dios mío, Ángela! ¿qué ha pasado?- Preguntó Rosa, entre lágrimas.

- Mamá, ha venido para que habláramos de Raúl y le he echado en el café fertilizante del que tienes en la cocina para las plantas de interior. Es que apenas quedaba azúcar, y el tarro del fertilizante no tenía etiqueta ni nada....y cuando la he visto vomitar...ya....no sabía qué hacer, y por eso he subido aquí.- Mintió Ángela. El alivio que sentía en su interior aumentó cuando su madre, convencida, la abrazó contra ella, mientras ella esbozaba una complacida sonrisa, imaginando como sería el futuro que le esperaba junto a Raúl. Lo que no imaginaba es que eso no sería tan fácil...

- ¡Maldita zorra! ¡seguro que has sido tú! ¡no podías soportar la idea de que yo no te quisiera! ¡te has pasado!.- Esto es parte de lo que Raúl le dijo a Ángela al enterarse de lo ocurrido, pero, tan pronto lo dijo, lo desmintió, al ver, convencido, la falta de pruebas y todo lo relacionado con la escena del suceso, que a pesar del dolor que le provocaba, ya hasta él reconocía como un simple accidente de trágicas consecuencias.

UN MES MÁS TARDE.

Ángela ya estaba totalmente recuperada, y estaba feliz. Seguía trabajando en la floristería, y Raúl había dejado de verla como la culpable, e iba a verla todos los días, y salían de copas, se hacían continuas confidencias...eran casi una pareja. Lo único que hacía que no fueran una pareja como las otras, era que ellos no tenían sexo.

Ángela había sido siempre muy estrecha en este tema, y había decidido no entregarse hasta encontrarse plenamente preparada. Y a pesar de que Raúl era el amor de su vida, aún no estaba preparada, tampoco para él.

Una noche, este tema fue el último por el que la recién estrenada pareja discutió. Raúl había llegado del campo, de realizar unas gestiones en el chalet, y le propuso a Ángela que fuera a casa a tomar unas copas. Estuvieron bebiendo bastante, y Raúl empezó a excitarse al ver a Ángela tan bella, con un primaveral vestido de flores, que resaltaba su bajita pero estilizada figura. Raúl por fin la deseaba. Pero Ángela no quería sexo, lo estaban pasando bien. Se besaban, se tocaban, reían, y bebían juntos. Y, especialmente Raúl, había bebido mucho aquella noche, tanto que no le importó coger entre sus enormes manos a Ángela, y zarandearla hasta que a la joven casi se le dislocan todos sus huesos. Empezó a llorar y chillar, y deseó irse de allí, pero, por otro lado, se sentía tan hipnotizada por Raúl, por sus ojos, por todo él, que pensó que tal vez había llegado el momento de entregarse, aunque, una vez más, su cerebro se interpuso entre su cuerpo y el de Raúl, y se quedó sentada en el sofá, tapándose los ojos con las manos mientras lloraba, desconsolada. Raúl fue al frigorífico a beber agua, mientras tanto.

Lo último de Raúl que Ángela tuvo entre sus manos fue su cuerpo entero, inerte, ardiente, sangrante. Raúl guardaba en el frigorífico una botella de fertilizante para las rosas que tan a menudo compraba a Marisa, y bebió accidentalmente de ella como si de una fuente de agua inagotable se tratara, sin darse cuenta de que en realidad lo que bebía de esa botella era la muerte misma. No tuvo tiempo de vomitar sangre, como Marisa. Su cuerpo cayó al suelo, golpeándose fuertemente la cabeza en la encimera de la cocina, lo que le ocasionó una brecha en la sien por la que brotaba un hilillo de sangre, que resbalaba hasta la comisura de los labios, uniéndose con la espuma que no paraba de salir de la boca de Raúl, quemándolo todo a su paso...

El golpe hizo reaccionar a Ángela, que tras el llanto se había quedado dormida, y se levantó sobresaltada y corrió a la cocina. Nada puede describir la expresión de su rostro al contemplar lo que ella vio. Tal fue el horror que a sus ojos se mostraba, que no dudó en beberse el contenido restante de la botella, sintiendo así que no sólo sus entrañas, sino también su piel, sus manos, sus dedos, sus labios, sus lágrimas, se fundían en macabro collage con los restos de Raúl, sangre y espuma, que reposaban sobre el suelo, como el paisaje que forman, en los grandes prados primaverales, la inmensa variedad de flores y arbustos, que Ángela conocía y odiaba, y desde entonces, al lado de aquel chico encantador, nunca más vería.