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Donde dije digo, digo Diego

en Gays

Donde dije digo, digo Diego

Ya empezaba a cansarme del ronroneo de la música de aquel antro, y Diego pareció notarlo en mi mirada. Aquella noche había salido con nosotros, y parecía preocupado, cansado, así que cuando vio que yo ponía cara de circunstancia, no tardó en ofrecerse a llevarme a casa, como tantas otras veces había hecho.

-No me importa acercarte. Yo también me voy, que ya estoy harto.-dijo.

Hacía casi un año que había dejado a su novia, cuando estaban a punto de casarse, porque las hermanas de la chica, unas brujas todas ellas, intentaban controlar todos los movimientos de la pareja, y Diego tenía suficiente con una como para estar seguro de que no quería seguir relacionándose con semejante gentuza.

-¿Cómo que os vais? ¿No es un poco pronto?-preguntó Jacinto, que no estaba en su mundo, aunque lo pareciera, como siempre: -Quedaos un rato más.-añadió: -Yo no tardaré.

Diego era el hermano mayor de Jacinto. Tenía veintisiete años, y Jacinto, mi mejor amigo, veinticuatro. Jacinto era más o menos de mi misma altura y complexión, casi 1’80 de estatura, y fuerte, aunque más feo, no nos vamos a engañar. Llevaba una especie de cresta, por llamarla de alguna manera, y nadie quedaba indiferente ante sus gafas de pasta y sus frikadas. Diego era más bajito, más callado y menos pretencioso. Aunque había rasgos que los asemejaban (por algo eran hermanos) físicamente eran casi completamente distintos. Diego era moreno, con unos preciosos ojos negros, brillantes, vivarachos, el pelito de punta y una minúscula perilla que le daba una pinta de chungo irresistible. Solía rematar el conjunto con alguna joya de oro no demasiado extravagante y dejando deliberadamente desabrochado el tercer botón de la camisa, mostrando un atisbo de su pecho imberbe y tostado. A mí me gustaba muchísimo. Además, era un encanto de chico, y su reluciente sonrisa, que no dudaba en mostrar a todo el mundo, le hacía aún más atractivo. Yo estaba embobado pensando en su sonrisa cuando insistió en preguntarme:

-Bueno Pedro, yo me voy. ¿Te subo?

Yo balbuceé unas palabras desconocidas incluso para mí, y finalmente conseguí aceptar su ofrecimiento. Así me ahorraba un paseo, que ya comenzaba a hacer frío, y además no me apetecía volver solo a casa.

-Sois unos aguafiestas.-oímos a nuestra espalda la voz decepcionada de Jacinto, que se mezclaba con la música del lugar. Ni siquiera volvimos la cabeza para mirarle.

-Hemos dejado a tu hermano con ésas. Así nos libramos de ellos y matamos dos pájaros de un tiro.-le dije a Diego, entre risas, para entablar conversación.

-Se lo pasará bien. Él disfruta con cualquier cosa. Yo no puedo más, estoy que me caigo.

-Yo también.-respondí.

Le seguí hasta el camión que estaba aparcado cerca del pub del que acabábamos de salir. Yo pensaba que habría salido con su coche, un turismo plateado bastante grande que había comprado de segunda mano y que tenía mucho más glamour que aquel mastodonte donde pretendía que me subiera, pero tampoco estaba en condiciones de exigir. Al menos no tendría que ir andando.

-¿Pretendes ligar con eso?-le dije, señalando el viejo camión del negocio de su padre, a quien llevaba varios años ayudando.

-Por lo menos no tengo que ir andando.-respondió, sacándome la lengua, y añadió: -He vuelto bastante tarde del trabajo hoy, no me apetecía ni bajarme del camión para ducharme.

-Ahora entiendo el olor que había cuando te ponías a mi lado ahí dentro, y yo pensando que era la gorda que había detrás.-bromeé.

-Anda, sube y cállate, idiota.-respondió, cabeceando en un gesto de negación, dando a entender que lo mío no tenía remedio.

Me senté y miré a mi alrededor. La cabina del camión parecía bastante amplia. Había ambientador, un almanaque y muchos más artilugios kitsch por el salpicadero, incluyendo una pequeña figurita de plata de San Cristóbal y una caja de preservativos al lado. No pude evitar reírme al ver aquello.

-¿Qué pasa? ¿Los maricas no usáis condones?-me preguntó, vacilándome.

-Claro que sí, gilipollas, es que me ha hecho mucha gracia verlos al lado del santo, a la vista de todo el mundo. Sólo eso.

-No tengo nada que ocultar.-dijo orgulloso, mientras se agarraba con fuerza el paquete y me miraba, chuleándose.

-Ni que enseñar.-le corté: -Anda, arranca este trasto y vámonos, si es que conseguimos llegar a la esquina.

Diego sabía que yo era gay y no me importaba. Para mí su familia era como una segunda familia, y entre nosotros no había secretos. Pero no me gustó que se enterara por Cristina, una amiga común y algo "indecisa" que no sabía mantener la boca cerrada (y eso bien lo sabía Diego). Sin embargo, nada de eso me importaba.

Diego se encendió un cigarrillo y me lo pasó mientras arrancaba el camión y comprobaba que todo estaba en orden. Le di unas caladas y entre las volutas del humo recordé súbitamente cómo el hermano de mi mejor amigo se había sobado el paquete delante de mí. Pensé en lo que había escuchado acerca de los chicos bajos y el desproporcionado tamaño de sus pollas, y no pude evitar excitarme y fumar con más fuerza, lo que provocó que me sacara el cigarro en un espasmo y me pusiera a toser como loco.

-¡Joder, Pedro! ¡Cuidado que vamos a salir ardiendo! ¿Los maricas no sabéis fumar? Hay que ver la de cosas que tengo que aprender todavía de vosotros.-dijo, guasón, justo en el momento en que nos poníamos en movimiento.

Mientras me decía aquello yo le miraba con los ojos llorosos por la fuerte tos, pero aún así pude clavar mi mirada perfectamente en sus hermosos labios carnosos, sus pícaros ojos oscuros, y su polla, marcándose innegablemente en los vaqueros ajustados que vestía.

-Diego, no seas pesado, anda. No quiero entrar en un debate sobre las costumbres de los gays porque me haya dado un poco de tos. Sabes que lo único que me diferencia de ti es que dejaría que me follaras.-dije, recuperándome, y añadí: -Como haría cualquier chica con dos dedos de frente.

-¡Qué cerdo eres! ¡Siempre pensando en lo mismo!-dijo, aparentando indignación, y sobándose de nuevo la polla por encima del pantalón, a lo que contesté, con sorna:

-No soy yo el que está cachondo.

Por la cara que puso aquello le había jodido, o eso creía yo. Ni corto ni perezoso, siguió conduciendo, indiferente a mi comentario, hasta que llegamos a mi calle. Allí, cerca de la puerta de mi casa, fue reduciendo la velocidad del camión hasta que paró y, lentamente, se bajó la cremallera del pantalón, sacándose la polla por la bragueta abierta. Se notaba que estaba excitado, pero aún así su polla no había alcanzado ni de lejos su tamaño total, y ya debería medir al menos quince centímetros. Mi sorpresa fue mayúscula, jamás hubiera imaginado que me pasaría algo así con Diego, el hermano de mi mejor amigo, que había estado a punto de casarse con una bruja, y allí le tenía, enseñándome la polla como si nada. Estaba tan hipnotizado que no escuché bien lo que decía, y tuve que pedirle que me lo repitiera:

-¿Qu…qué dices?-balbuceé.

-Digo que quizá tienes razón. Que quizá soy yo quien está cachondo.

Amodorrado, me miró, sin borrar el brillo de sus ojos de macarrilla que tanto me gustaban, y se agarró con fuerza la polla con la mano izquierda, comenzando a masturbarse, mientras con la derecha, que hacía un instante sujetaba el volante, cogió mi mano izquierda y la posó sobre su enorme cipote, deslizándola de arriba abajo, desde la base, gordísima, hasta el enorme y rosado capullo, haciendo que mi mano chocara suavemente con la suya.

Las imágenes de la noche pasaban como diapositivas a toda velocidad por mi cabeza, y siempre llegaban al punto en que le había visto sobarse el paquete por segunda vez, y volvían a lo que ahora sucedía en la cabina de su camión desvencijado. Excitado, emocionado, y muy caliente, acerté a murmurar:

-Diego… yo… no… no sé…

-¿Qué…?- me preguntó en un jadeo, desarmándome por completo, y añadió: ¿Me la vas a comer o no?

Al oírle decir eso un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Desde las puntas de mi cabello castaño y rizado, a mis patillas, mi cara aniñada de ojos avellana y labios carnosos, pasando por mi cuerpo robusto y mi bragueta, llegándome hasta los dedos de los pies. Estaba confundido por la situación, pero al mismo tiempo, me apetecía mucho pasar con él un buen rato. Hacía meses que le tenía ganas. Muchas ganas. Y nada iba a impedir que me aprovechara del momento, aunque después me arrepintiera. Lo que sí tenía claro es que no iba a comerle la polla en un camión parado a la puerta de mi casa, con las farolas de la calle siendo testigos de nuestra aventura. Así que, tragando saliva, y con la polla palpitando bajo mi pantalón, le dije:

-Vamos a un sitio más tranquilo, ¿no?

Pareció molestarse, pero yo no pensaba arriesgarme a que cualquier vecina cotilla me viera practicándole sexo oral a un tío a esas horas de la madrugada en una calle que pronto empezaría a llenarse de gente. No lo hacía por mí. No quería darles quebraderos de cabeza a mis padres. Me apetecía enrollarme con Diego, pero no sería allí, eso estaba claro. Le miré inquisitivamente, y por fin, arrancó el camión con suavidad y se alejó de allí, hacia el campo. Detrás de mi casa están construyendo una urbanización nueva, y a nadie le extrañaría ver por allí un camión aparcado entre las obras y los montones de escombros. Se adentró en los caminos sin asfaltar y se alejó de la zona de obras, hacia una arboleda natural que aún se conservaba, pero que pronto quedaría en el olvido cuando un nuevo centro comercial ocupara aquel terreno. Al fin, apagó el motor, quedándonos en silencio bajo el cielo encapotado, que empezaba a aclararse. Le miré de arriba a abajo, con la débil luz de la Luna como única ayuda, y reparé en que no se había molestado en subirse la cremallera del pantalón. Sonriendo, y algo más tranquilo, le dije:

-Sí que tienes ganas, Dieguito.

-¿Y tú?-preguntó, cínicamente. Y me pasó la mano derecha por los hombros, acariciándome el cuello con la callosa palma. Aquello me relajaba enormemente. Me alegró que Diego no tuviera prisa y se molestara en hacer que me sintiera cómodo. Poco a poco, noté cómo me acariciaba la nuca y el pelo con más fuerza, y comprendí lo que intentaba hacer, sin oponer resistencia. Me dejé llevar por su mano hasta que mi cara estuvo a escasos milímetros de su bragueta entreabierta, y aprovechando que bajaba la guardia, olfateé su polla flácida, que despedía un fuerte olor a orín. Sí que era cierto que no había tenido mucho tiempo de ducharse, pero el olor no era para nada desagradable; me inundaba las fosas nasales suavemente, excitándome más y más, y decidí seguir adelante. Deslicé mi mano derecha por la penumbra y le agarré la polla, con suavidad, para acercármela a la nariz mejor y olerla bien, aspirar aquella peculiar fragancia que tanto me atraía. A continuación, comencé de nuevo a masturbarle, esta vez con más soltura y libertad, y noté que volvía a posar su mano sobre mi cabeza, a acariciarme los ensortijados rizos de la nuca, mientras gemía con disimulo. No le hice esperar más. Saqué la lengua y empecé a pasar la punta por la piel que recubría el glande, saboreándola despacio, para luego ir introduciéndomela poco a poco en la boca, impregnándola de mi saliva hasta la base, y sacarla de un golpe. Oí que refunfuñaba, y con delicadeza, seguí masturbándole, mientras sus gemidos comenzaban a hacerse más sonoros.

-Sigue así, lo estás haciendo muy bien, Pedrito.- me animó, susurrante.

Apreté mi mano derecha con fuerza mientras seguía pajeándole, notando cómo se le marcaban las venas del cipote con la palma de la mano, y viendo bajo la tenue luz nocturna cómo su polla crecía inexorablemente. Ya estaba muy dura y debía alcanzar unos veinte centímetros cuando paré de masturbarle y tiré delicadamente hacia abajo de la piel que recubría el capullo, haciéndole gemir de nuevo. Decidido, acerqué mis labios de nuevo y saqué la lengua, repitiendo los movimientos del principio. Sin embargo, esta vez, algo llamó mi atención. Bajo la piel había notado una textura extraña, y como no estaba seguro de qué era, le pedí que encendiera la luz, algo desconcertado. Así lo hizo, y no pude reprimir un gesto de repulsa al ver una densa capa de requesón recubriendo la parte baja del capullo. No le había soltado la polla, que seguía abrazando con mi mano derecha, y veía cómo entre los pliegues de piel que sujetaba entre mis dedos había restos de esa misma sustancia. Le miré, extrañado, y me devolvió una expresión inquisitiva, dándome a entender que aquello no tenía por qué ser un obstáculo. Yo no estaba de acuerdo, e imagino que pudo verlo en mi cara, pero empezó a acariciarme de nuevo el cuello y noté cómo me derretía entre sus manos, entre náuseas, para volver a lamer con cautela su enorme y sucio capullo rosado. Pareció cansarse de tanta formalidad, y me apretó de nuevo en la nuca, haciendo que su polla descapullada entrara lentamente entre mis labios, clavándose poco a poco en mi paladar. El sabor era demasiado fuerte, y sentía ganas de vomitar, pero al mismo tiempo, su mano me empujaba más y más abajo, mientras me follaba la boca con decisión, y aquello me excitaba muchísimo. Entre arcadas, continué comiéndome aquel cipotón durante un buen rato hasta que no pude más y vomité un poco sobre su pantalón, aún abrochado.

-¿Qué has hecho? ¡Mi padre me va a matar!- me dijo, susurrando furioso, y retirándose.

Le miré bajo la enigmática luz del camión, con una disculpa en la mirada, y relamiéndome los labios, avergonzado.

-¡Mira cómo has puesto todo!- gritó, furioso, como si mi gráfica disculpa no hubiera servido de nada, y, a continuación, me pegó dos hostias. Me sentí humillado, dolorido, pero al mismo tiempo estaba arrepentido, indefenso, y me sentía tan atado a él que no podía irme de allí.

-Lo siento.- murmuré, mientras Diego limpiaba como podía la tapicería del camión y su pantalón. No parecía escucharme. Insistí: -He dicho que lo siento, Diego.

-No importa, perdona que te haya pegado. No sé si esto ha sido una buena idea.-dijo.

-No he vomitado a drede, Diego.

-Ya lo sé, no me refiero a eso. Me refiero a nosotros.

En aquel momento me sentí peor que unos instantes antes, cuando me pegó. Me sentía mal por haber vomitado, y no me había gustado que me hubiese pegado, pero me hubiera gustado menos aún que mi noche con Diego acabara así. Intenté calmarle:

-Tranquilo, no diré nada de esto a nadie. No tienes por qué preocuparte. Ambos sabemos a lo que hemos venido aquí, y no vamos a dejar que una tontería nos estropee la noche, ¿o sí?

Diego pareció dudar un momento, pero luego sonrió y se recostó en el asiento tras haberse quitado la camiseta, desabrochándose los pantalones y bajándoselos hasta las rodillas. No pude ocultar mi sorpresa al contemplarle en aquella postura frente a mí, meneándose su enorme polla con violencia, preparándola de nuevo, mientras se sobaba las pelotas con la otra mano. Me quedé mirándole unos instantes de arriba abajo. Reparé en su rostro, concentrado, mordiéndose los labios para no gemir, y bajé con los ojos por su torso definido y bronceado, hasta la mata de pelo negro que rodeaba su cipote. Después, mi mirada siguió el movimiento de su mano derecha desde la base hasta el capullo, y se detuvo al mismo tiempo que la mano lo hizo. Diego se bajó de nuevo la piel del capullo, y pude ver con claridad cómo un denso y caliente líquido preseminal había comenzado a brotar por el cráter de aquella maravilla de la naturaleza. Como poseído por la excitación, y sin esperar a que él siguiera dándome instrucciones, olvidé el mal rato que habíamos pasado y comencé a lamerle los huevos, duros, peludos, rugosos, con un sabor fuerte que me anestesiaba el paladar. Los golpeé con la lengua repetidas veces, mientras él seguía pajeándose, gimiendo, pidiéndome más.

-Sigue… oh… sigue… sí… mmm…- murmuraba, dejándose poseer por las mismas fuerzas que me habían invadido a mí instantes antes.

Seguí un buen rato comiéndole los huevos, hozando entre ellos con la nariz, restregando mi cara en ellos impregnándome de su olor, de su sabor…, y en medio de aquel frenesí lancé una dentellada furtiva a uno de ellos, lo que hizo que Diego se retorciera en oleadas de placer, mientras seguía masturbándose.

-Cabrón, Me has hecho daño… mmm… oh… no pares… sigue… sí… así…-jadeaba, con su voz ronca y varonil.

Le tenía a mi merced. Dejé de trabajarle los bajos, y subí de nuevo hacia su polla, lamiéndola desde la base hasta la punta. Se sujetaba recta casi sin ayuda. Diego había parado de masturbarse momentáneamente y aproveché para volver a comérsela unos instantes, saboreando el líquido preseminal que chorreaba por todas partes, impregnándolo todo de su lujuriosa tibieza. Lo paladeé, mezclado con el requesón que arrastraba a su paso, y me incorporé, con los labios embadurnados de aquella mezcla repugnante y apetitosa a partes iguales. Había estado comiéndole la polla a cuatro patas sobre el largo asiento delantero del camión, y ahora reptaba encima de él, intentando acercarme a su cara. Se dio cuenta y me ayudó, tirando de mí por la cintura del pantalón, y en cuestión de segundos estábamos morreándonos desenfrenadamente, compartiendo sin pudor el asqueroso contenido de mi boca. Me sorprendió mucho que no se opusiera a morrearme, porque no era el primer hetero con el que me enrollaba y no todos aceptaban tan de buen grado morrearse con otro tío. Nunca olvidaré aquellos besos, ni lo que me dijo cuando separamos nuestros labios, dejando que oliera su indescriptible aliento:

-¿Qué haces todavía vestido?

Seguimos morreándonos unos minutos más. Sentía cómo su lengua, amarga por la mezcla de requesón y líquido preseminal, invadía mi boca enfrentándose a la mía, mientras Diego metía tímidamente sus manos por debajo de mi camiseta, para acariciarme la tripa y las tetas, y pellizcarme los pezones con disimulo. Yo estaba cada vez más excitado, y comenzaba a sudar ligeramente, haciendo que mi olor se uniera al fuerte aroma que ya impregnaba el ambiente de la cabina. Diego seguía a lo suyo, entrelazando su lengua con la mía, respirando con fuerza, gimiendo como una bestia en celo. Sacó las manos de mi camiseta, y las llevó a mi culo, y comenzó a apretarme las nalgas con fuerza hacia él, haciendo que mi polla, ya durísima, escondida en el pantalón, chocara con la suya, que se bamboleaba bajo su marcado vientre como el gran badajo que era. Despacio, liberó su lengua de mis labios, llevándose un mordisco traicionero, y se me quedó mirando fijamente, como un lobo hambriento. El tono amarillento de la luz de la cabina del camión le daba un aspecto tétrico, mientras seguía sobándome las nalgas con esmero y besándome ahora por el cuello, lamiéndome a intervalos. Yo no podía aguantar más. Estaba a punto de estallar, y comencé a gemir como él había estado haciéndolo durante toda la noche. Me entregué a sus manos, a su lengua, a su saliva, y me dejé llevar por aquella hipnótica luz, mientras oía su respiración entrecortada y sentía cómo mis calzoncillos empezaban a empaparse de mi propio líquido preseminal. Un terremoto de cosquillas me recorría de los pies a la cabeza, con su epicentro en mi bragueta, y temblaba sin poder evitarlo mientras Diego me ayudaba a desnudarme en las estrecheces de su camión.

¿Tienes frío?-me preguntó, viéndome temblar.

No.-contesté: -Fóllame.

Se me quedó mirando fijamente, y aprovechó que yo estaba también ya sin camiseta para acariciarme el cuello, sobarme las tetas, y pellizcarme con más fuerza los pezones. Luego, indeciso, se acercó a uno de ellos y comenzó a mordisquearlo, mientras yo, gimiendo, le acariciaba el pelo con mis manos, enredándolo entre mis dedos. Inclinó la cabeza con intención de comerme el otro pezón, pero antes le cogí la cara entre mis manos y volvimos a besarnos, a mezclar nuestro cálido aliento y la piel de nuestros labios, a transmitirnos todo un torrente de calor y excitación de uno a otro. Seguidamente, se concentró en el pezón, haciendo que las cosquillas que me invadían antes se convirtieran en suaves descargas eléctricas, y bajó lamiéndome el vientre hasta el ombligo, tatuándome sus papilas gustativas con la fuerza de su lengua áspera y caliente. Se acuclilló en el hueco del asiento y me desabrochó el botón del pantalón, mirándome fijamente. A continuación, sin dejar de mirarme, me acariciaba la polla y los cojones con fuerza por encima del pantalón, viendo cómo yo me agarraba con ansia a la tapicería barata de los asientos, relamiéndome los labios. Bajó la cremallera, y tiró despacio de los pantalones, hasta bajarlos a mis tobillos. Luego, en un instante, le perdí de vista bajo el asiento. Extrañado, me incorporé, y vi asombrado que estaba desatándome los zapatos con los dientes. Sonreí, intentando aguantar una carcajada, pero se dio cuenta, y se acuclilló de nuevo dejando lo que estaba haciendo, sacándome los zapatos con rapidez, y tirando hacia abajo de los pantalones. Los calzoncillos salieron detrás. Intenté alcanzarlos, pero él fue más rápido y lanzó todo por detrás del asiento. Volví la cabeza para ver dónde habían caído, y al momento sentí un golpe seco y tibio bajo los huevos. Diego me había escupido. Sin mediar palabra, me sujetó con una mano para que no cerrara las piernas, cosa que no pensaba hacer, y comenzó a restregarme el escupitajo por la zona que hay entre los cojones y el ojete, frotando con decisión un par de dedos. Fue bajando, hasta que encontró lo que buscaba, y comenzó a introducir suavemente los dos dedos mientras me escupía un par de veces más, con mejor puntería. Me estaba dando un poco asco, pero sentir que poco a poco metía sus dedos dentro de mí hacía que olvidara las náuseas y me entregara a sus peculiares caricias. Continuaba follándome el culo con los dedos cuando metió un tercero y yo comencé a relajarme, a pesar del escozor que acompañaba a sus acometidas, menos suaves de lo que se me prometían antes. Y entonces, comenzó a pegarme con fuerza con su mano derecha en las nalgas que antes me había sobado tan apasionadamente. Me pegaba, me arañaba, me pellizcaba, una y otra vez, como poseído, y yo continuaba agarrándome con fuerza al asiento, gimiendo con fuerza, gritando, chillando como un loco, sin que parara de follarme, sin poder ni querer hacer nada por evitarlo. Unos minutos después, viendo cómo algunas lágrimas de dolor comenzaban a resbalar por mis mejillas, detuvo su increíble y morbosa tortura, sacando los dedos de mi culo con un extraño ruidito, y se incorporó frente a mí, que seguía sollozando. Levantó su mano derecha y me mostró los dedos, embadurnados de mierda. No pude reprimir una mueca de extrañeza cuando me preguntó, totalmente desinhibido:

-¿No tienes hambre, Pedrito?

A continuación, me acercó los dedos a los labios, pero el olor era demasiado fuerte y le retiré la mano. Con su mano izquierda, me cogió la cara con fuerza, apretándome los carrillos, y bajó la cara para besarme en los labios y decirme después, susurrante:

-Abre la boca.

Me hizo cosquillas con la perilla en la oreja, y un nuevo latigazo de eléctrica excitación me recorrió. Me incorporé, poniéndome de rodillas sobre el asiento, mientras Diego se sentaba sobre el salpicadero, acariciándose la polla con la mano izquierda. Despacio, abrí la boca.

-Ahora cierra los ojos.-me dijo.

Obedecí, y noté a través de los párpados cómo apagaba la luz de la cabina del camión. Volvíamos a estar a oscuras. Seguía con los ojos cerrados, aguzando el oído, intentando averiguar lo que hacía, cuando noté algo romo y grande que me rozaba el labio superior y bajaba muy despacio hacia el abismo de mi boca abierta. Aquello realmente apestaba. No necesité abrir los ojos para saber que se había restregado los dedos manchados por la polla, y ahora quería que siguiera comiéndosela. Apreté los ojos e intenté oler lo menos posible aquel torpedo pestilente, pero pronto el olor era tan fuerte que me inundaba la nariz, al tiempo que me llenaba la boca de carne amarga, chorreante. Así con fuerza su polla con mi mano derecha, dirigiendo la velocidad de la mamada, y abrí los ojos con recelo para mirarle. Se estaba pellizcando los duros pezones, acariciándose los abdominales, mientras jadeaba secamente, como si estuviera cagando. Yo me esmeraba en su polla, a pesar de lo mal que lo había pasado al principio. Me había acostumbrado al fuerte olor, y ya parecía haberla limpiado por completo, pues sabía a la deliciosa piel de Diego, limpia y tostada. Aprisioné con fuerza su capullo entre mis labios, girando la cabeza hasta donde podía, rozándole con los dientes a propósito, con la firme intención de que nunca me olvidara. De que, siempre que se enrollara con alguien, se acordase de cómo yo, el amigo marica de su hermano, le había comido la polla.

-Dios… uff… ahh…-bufaba, sin dejar de trabajarse los pezones: -No pares, maricón, no pares nunca.-me dijo, posando sus manos sobre mi cabeza y moviéndomela en círculos, mientras yo continuaba engullendo su caliente cipote hasta donde podía. Lo alojaba en mi garganta, apretándolo contra las paredes de mi esófago, como exprimiéndolo, luego, lo sacaba de golpe, casi haciéndome vomitar, para recorrerlo con los labios, frotándolo, y terminar golpeando con la pícara punta de la lengua su rosado capullazo, que comenzaba a amoratarse.

-Me encanta tu polla, Diego, dame más.-le susurré, masturbándole con la mano derecha mientras con la izquierda me pajeaba yo, con mi polla latiendo entre mis dedos.

Por toda respuesta, Diego me cogió por las sienes con sus grandes manos negruzcas y volvió a meterme la polla hasta la garganta, haciendo que me echara hacia atrás de un respingo para recibirle en condiciones. Seguía gimiendo mientras yo me pajeaba, y aproveché que miraba al vacío con los ojos en blanco, salidísimo, para repetirle:

-Fóllame.

Como en un espasmo, me cogió con fuerza por las piernas, flexionadas sobre el suelo de la cabina del camión, y me echó sobre el asiento, con las piernas abiertas y el ojete dilatado por sus dedos. Me sorprendió su fuerza, y me calenté tanto que seguí pelándomela a un ritmo frenético y metiéndome los dedos en el culo para evitar que se me estrechara, preparándome. Mientras tanto, él, aún apoyado sobre el salpicadero, de espaldas al parabrisas, se sobaba la polla con más calma, y volvió la cabeza, supongo que en busca del paquete de condones.

-Quiero sentirla toda dentro de mí. Sin plástico.-le corté, mirando a la nada. En mi postura, su silueta baja y estilizada se veía recortada contra el parabrisas, con el próximo amanecer de fondo, y era una estampa realmente hermosa. Estaba hipnotizado por la belleza de aquella imagen pero desperté súbitamente al sentir cómo Diego me la clavaba sin avisar. Sin querer, pero queriendo, me agarré con fuerza a sus nalgas, clavándole las uñas como un felino asustado, aferrándome a él con todas mis energías, mientras comenzaba a bombearme el culo con una fuerza brutal. Una vez más, noté algo tibio en mi ojete, y supuse que estaba escupiéndome para hacer que su polla entrara con más suavidad. No lo estaba consiguiendo. Faltaban más de diez centímetros por entrar todavía, pero su capullo ya horadaba mis entrañas, y me hacía gemir entrecortadamente, mecánicamente, como si estuviera asfixiándome. Aún así, no quería que aquello terminase jamás. Mientras me follaba, yo seguía arañando y pellizcando sus duras nalgas, que se movían en un ballet de músculos al ritmo de su follada, con mis gemidos de fondo, cada vez más fuertes. Sentí cómo me rodeaba el cuello con sus manos sin parar de penetrarme, y una vez más, acercaba su boca a la mía. Me mordió los labios, devolviéndome las furtivas dentelladas que me debía, y me hizo gritar. Grité tan fuerte que me morreó, follándome la boca con su lengua para hacerme callar. Aquello me calentó muchísimo, y solté sus nalgas para pajearme con las dos manos. Mi polla nunca había alcanzado aquel tamaño, y quería aprovecharlo. En cuestión de segundos me corrí sobre mi propio vientre, salpicando la tapicería del camión sin ningún reparo y gimiendo y gritando como un animal. Temí un nuevo cabreo de Diego, pero no pareció importarle, porque seguía besándome, ahora por el cuello y las tetas, y al notar el semen caliente resbalar por mi estómago comenzó a restregármelo como si fuera crema. Aquello me excitó tanto que respondí de buena gana a sus besos, haciendo que nuestras lenguas lucharan de nuevo, mientras me empalaba con fuerza en su cipote, que ya estaba completamente dentro de mí. Le acariciaba la nuca, tirándole suavemente del pelo, y notaba cómo cada vez aceleraba más y más su follada, haciéndome temblar de dolor, haciéndome temblar por la fuerza con la que se movía en aquel habitáculo relativamente estrecho. Reparé en el olor a sucio que impregnaba cada vez con más intensidad la cabina, y pensé que no estaría mal que le ayudara a limpiar aquello cuando acabáramos. De paso, podríamos repetir. Pero Diego tenía otros planes.

-Voy a correrme… ahh… uff… mmmhh… -gemía, sin parar de follarme.

-Quiero tragármelo todo.-repuse, rápidamente, para que me dejara comérsela cuanto antes. Y así lo hizo, me la sacó, dejando mi culo palpitante, perdido de mierda y aguaza, y esperó a que me acuclillara para follarme de nuevo la boca por unos instantes. Cerré los ojos para disfrutar aquellos momentos, y sentí cómo metía sus dedos sucios de mi lefa por el hueco que quedaba en la comisura de mis labios, regalándome un festín de sabores y aromas diferentes. Su polla, embadurnada de mierda y líquido preseminal, comenzó a palpitar de manera descontrolada y estalló en mi paladar, llenándome la boca de semen caliente, que se deslizaba con premura por mi esófago. No opuse resistencia, aunque casi eché mi primera papilla con aquella cantidad. Tragué todo lo que salía por su agujero, excepto una pequeña cantidad que conservé sobre mi lengua mientras aguantaba su polla dentro de mi boca y sus alaridos en mis oídos.

-Sí… sí… Dios… Pedro… ahh…-decía, entre gemidos descontrolados y alaridos totalmente salvajes. A continuación, me incorporé, y abrí la boca, ofreciéndole su contenido, que reflejaba delicadamente los primeros rayos del sol. Se me acercó, agotado, y se fundió conmigo en una nueva tanda de morreos, dejando que nuestras lenguas se abrazaran de nuevo, sin descanso.

Después, nos besamos con más mesura, susurrándonos guarradas al oído, y buscamos nuestra ropa por la cabina del camión, llena de aromas que pocas veces habrían flotado en un lugar como aquél. Salimos del camión y nos vestimos. Diego se encendió un cigarrillo más, y me lo pasó, mientras me acomodaba sobre el capó del camión para sentarme a su lado. Se lo devolví y vi cómo lo cogía y lo lanzaba lejos, para pasarme la mano izquierda por debajo del cuello y acercarme a él en un fraternal abrazo. Estábamos viendo el amanecer los dos juntos. Ni en mis sueños más fantásticos podría haberme imaginado algo así. Le besé en la mejilla, en señal de cariño y amistad, y me devolvió una mirada dulce y complacida, al mismo tiempo que me susurraba, en tono algo azorado:

-Esto no ha pasado jamás.

-Puedes estar tranquilo.-le dije: -No le diré nada a nadie. Me regaló una sonrisa de cine y me besó suavemente en los labios, murmurando:

-Será nuestro secreto.

En aquel momento, sonó mi teléfono móvil, y ambos dimos un respingo, asustados por la escandalosa melodía. Había recibido un mensaje de Jacinto.

Decía así:

"Mi hermano no ha dormido n ksa. Tu sabes algo?"

Sonriendo embobado, miré a Diego, que me observaba algo nervioso, y apagué el teléfono antes de volver a sentarme a su lado.