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Tal para cual

en Textos de risa

Tal para cual

Migue no era la típica estudiante de Derecho responsable y aplicada. Era lo que literalmente se conoce como un pendón desorejado. No le importaba en absoluto si acabaría o no la carrera en algún momento de su vida. Lo único que le interesaba era salir a divertirse y acostarse con todos los hombres con quienes tenía oportunidad, que, para ser francos, no eran muchos. Y es que, aunque Migue tenía un concepto inmejorable de su físico y sus cualidades intelectuales, inexplicablemente, la gente que la rodeaba la veía como a una ninfómana incompetente y descerebrada, cuya mayor preocupación era elegir el color de esmalte de uñas más adecuado en combinación con la ropa interior que a cada momento llevaba. Lo más paradójico de esta cuestión era que, dada su predisposición al sexo, las bragas apenas le duraban puestas media hora, así que no nos pararemos a pensar las veces que sus uñas podrían cambiar de color en una sola noche...

Y de noche, Jaime se la encontró en una discoteca. Jaime no era muy distinto a ella. También estudiaba Derecho, aunque estaba un par de cursos por debajo de ella (Migue debió haber terminado hacía un par de años), y era el típico mojabragas, sustentador de universos de anodinas adolescentes ameboideas. Ahí terminaba lo interesante de este chico. Por lo demás, no era capaz de articular una frase de más de cuatro palabras antes de tocarle una teta a su acompañante, pero esa cuestión normalmente pasaba desapercibida, pues eso era lo que sus acompañantes deseaban siempre que accedían a salir con alguien como él. Eso sí, el chico tenía un Mercedes SLK descapotable, y tan alto como el importe de su automóvil, era el número de lobas descastadas que en sus asientos de cuero negro habían derramado sus efluvios al ver en acción a un machito de tal postín...

-Hola, tú estudias Derecho, ¿verdad?-preguntó Jaime, al grano. (¡cinco palabras exactas!)

-Voy a la facultad de Derecho, que no es lo mismo, jijiji.-respondió Migue, intentando hacerse la graciosa. Aún no había tenido ocasión de calibrar la ineptitud de su partenaire, sospechosamente similar a la suya...

-Me preguntaba si te gustaría que te acompañara a casa...-añadió Jaime, ampliando su léxico de forma sorprendente con palabras cuya categoría gramatical seguramente desconocía por completo.

-Uff...lo siento, pero no puedo, tengo novio. Vendrá a recogerme en unos minutos.-mintió Migue, que sabía perfectamente que estaba hundida y acabada, y que lo que quería, por encima de todo, era tener, precisamente encima, a ese chico...

-¿Te importa que te acompañe mientras tanto?-propuso inocentemente Jaime (pero este chico..¿Es tonto? ¿Y si el novio de Migue le ve con ella? ¿De qué va?)

-Mira, tú, acompáñame si quieres, tengo frío y me duelen los pies, no me apetece estar esperando a que ese capullo venga a por mí.-dijo finalmente Migue, contenta porque tenía a ese maromazo pendiente de ella, o eso creía...

-Me llamo Jaime.-añadió henchido de orgullo el joven descerebrado, y le dijo a Migue:

-Sube al coche, voy a sacar condones de esa máquina.

-¿Cómo?¿Pero tú qué te has creído? Apenas te conozco y te crees que voy a acostarme contigo. Eres lo peor.-espetó Migue, disimulando con su falso enfado las ganas que tenía de echar una canita al aire, que le venían carcomiendo, hacía una brevísima temporada de tres años de abstinencia...

-Perdona, pero no son para ti, son para mí.-repuso Jaime, convencido. (¿Acaso se pensaba que creíamos que eran para el coche?)

-Haz el favor de llevarme a casa y hacer lo que tengas que hacer.-finalizó Migue, sin apenas ambigüedad ni segundas intenciones...

Evidentemente, aquella noche en que ambos se conocieron, surgió entre ellos una amistad basada en sólidos valores morales de aproximadamente diecisiete centímetros de longitud y flexible forma cilíndrica, que los mantuvo unidos durante casi una hora. Después de aquello, jamás volvieron a verse. Y menos mal que así fue.