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Laurita

en Amor filial

LAURITA

El primer hombre de mi vida fue mi propio padre. Él me hizo suya cuando yo tenía apenas 12 años de edad, de la manera más hermosa como una mujercita puede ingresar a la vida sexual. Yo aún estaba lejos de pensar en relaciones de hombre y mujer en la época que papá empezó a notar el apetitoso desarrollo de mis formas femeninas, según me explicó más tarde.

Ni siquiera habían llegado a mis regiones genitales los anuncios que me había hecho mamá de la menstruación. Sin embargo, sentí que mis caderas comenzaban a ensancharse un poco, que mis senos empezaban a abultarse escasamente, y unos cuantos vellitos aparecieron en mi vulva infantil.

-Ya está creciendo mi nena-, opinó papá en una de tantas veces que llegué de la escuela y subí "a caballito" en su pierna derecha. Como era costumbre, él inició el ritmo de galope, pero ahora no fue como antes: me abrazó, y el movimiento se convirtió en un suave balanceo que era también masaje y frotamiento de la carne de su muslo con mi zona vulvar, que a ambos nos produjo una excitación nueva y sorprendente.

Estábamos en ese meneo que continuamos sin hablar, nos miramos atentamente y nos besamos en los labios. Alcanzamos tal calor que le dejé su pantalón mojado y vi en su bragueta una mancha de humedad. Me levanté de mi trono de placer, lo tomé de la mano y lo conduje, sin hablar, a mi recámara.

Todo esto pasó como en una película en secuencia rápida: todavía en silencio cerré la puerta con seguro y me fui desvistiendo mientras él hacía lo mismo. Estaba desconocida aun para mí misma: ya sin prenda alguna me le acerqué y lo besé de nuevo, al tiempo que sentí en mi bajo vientre la estocada de su miembro viril.

Nos besamos y acariciamos para aumentar el calor de nuestros cuerpos. Lo que más me excitaba era su lengua en mis orejitas y en los pequeños pezones que el glotón saboreó deleitosamente mientras mis manos daban masaje al instrumento que pronto sería mío.

Mansamente me senté en la cama, él levantó mis piernas, colocó la cabeza de su miembro en la entrada de mi pequeña alhaja, y en ese preciso momento descubrí para qué era: para alojar el sexo masculino, porque era el reclamo de la naturaleza que yo no podía ni quería evitar. Aquello era demasiado bello para permanecer en silencio, y grité:

-¡Mételo, papacito!, ¡métemelo ya, por favor!, ¡solamente con tu miembro adentro se me quitará esta desesperación!, ¡dámelo, papi!, ¡dámelo yaaa!

Obediente, calló mientras observaba con gozo el ingreso de su tieso músculo en la virgen cavidad de su pequeña hija.

Empujó febrilmente con mi ayuda hasta que el himen cedió, y tras una pausa volvimos al sensual ajetreo que nos trajo el regalo de un orgasmo simultáneo y escandaloso...

Fue un final de locura.

Después de eso, papá y yo hicimos el amor con tanta frecuencia como nos fue posible, en todas partes y en todas formas.

Al empezar mi regla tuvimos más cuidado, y no faltaron los galanes. Papá no podía evitarlos, pues habría resultado sospechoso, así que ello me dio libertad de ejercer libremente el amor, sin restricciones. Continué haciéndolo con mi papi, pero al mismo tiempo con quien mis hormonas me indicaban.

El siguiente fue un compañero de la secundaria, pero era tan inexperto el pobre que no sólo me dejó con el apetito insatisfecho sino que me desencantó de los chicos para siempre. En adelante cogería únicamente con maduros, interesantes, expertos y tiernos.

El tamaño del pene es lo de menos, aunque ellos crean que la longitud es lo más importante. Bueno, tampoco se trata de meterse una a la vagina un ratoncito...

Luego vino el director del colegio. Era un amor...