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Pillado

en Trios

PILLADO

Era ya tarde, demasiado tarde. En realidad, hacía ya una hora que debería haberme marchado a casa, pero tenía que terminar aquel maldito informe. Lo peor era que no tenía ganas, ya que me aburría enormemente realizar el informe de cuentas.

Por eso intentaba distraerme de vez en cuando leyendo relatos eróticos de una famosa web. El relato que estaba leyendo era muy erótico, y a medida que me adentraba en su argumento y en sus líneas, no podía evitar sentirme excitado; por eso y aprovechando que estaba sólo en el despacho, empecé a acariciarme el sexo por encima del pantalón. Al terminar de leer el relato, el estado de excitación en que me encontraba me obligó a empezar a masturbarme mientras en mi mente, las imágenes descritas en el relato me transportaban hacía una maravillosa fantasía de placer y deseo. Pero justo en aquel momento, cuando mi sexo estaba en todo su esplendor y mis gemidos de placer empezaban a inundar el despacho alguien llamó a la puerta:

- Javier, ¿estás bien? – Era Marta, mi compañera y además, confidente y amiga. En realidad, incluso habíamos estado saliendo un tiempo juntos, pero lo dejamos cuando ella decidió volver con su novio de toda la vida.

- Sí, estoy bien – contesté cuando Marta, ya había abierto la puerta y asomaba la cabeza por ella, ni siquiera me había dado tiempo a guardar mi miembro erecto dentro de mis pantalones, así que intenté taparme con la mesa.

- ¿Qué haces? – Me preguntó Marta, viendo quizás mi extraña cara de circunstancia.

- Nada. Estaba terminando el informe ¿y tú? – le pregunté.

- Minerva y yo estamos con el proyecto, pero nos hemos tomado un descanso mientras ella va al baño, así que yo he decidido dar un paseo por la oficina y al oírte pues pensé que quizás... – Se había acercado hasta la mesa y estaba frente a mí, observándome como si sospechara lo que de verdad estaba haciendo.

- Pues ya ves, estoy trabajando – repetí.

- ¿Seguro? No sé, me pareció oír un ruido, como si estuvieras... – insistió Marta sin atreverse a decirlo – no sé... masturbándote – osó por fin, decir.

- ¡Ah, no, no! – mentí a pesar de que mi verga seguía desnuda entre mis piernas, aunque ya había perdido el tamaño y las ganas, por supuesto.

- Venga que no, Javi, que nos conocemos y tú apetito sexual suele ser muy voraz – aseguró Marta – seguro que estabas viendo alguna pagina web de esas porno y te has puesto como una moto. ¡Anda, no seas tonto, quizás te puedo ayudar! – propuso acercándose a mí e intentando apartarme de la mesa a la cual yo trataba de pegarme para que no viera mi sexo desnudo.

- ¡Marta! - Exclamé sorprendido ante tu proposición - ¿No eres una mujer comprometida?

- Sí, pero también dispuesta a hacerle un favor a un buen amigo – añadió empezando a besar mi cuello por detrás, mientras introducía sus manos por debajo de la mesa y llegaba hasta mi sexo desnudo.

- Ves, pillín, como te la estabas cascando – afirmó rodeando mi verga semierecta con su mano y empezando a masajearla con dulzura.

- Marta – traté de protestar – no creo que....- El suave masaje que había empezado a imprimirle a mi sexo había logrado que este reaccionara positivamente – Minerva puede venir y tú... tu novio.

- Olvídate de esas cosas, cielo. Tú necesitas una mujer ahora y aquí estoy yo – dijo, girando la silla hacía ella y arrodillándose entre mis piernas.

Me desabrochó el pantalón y se apoderó de mi sexo. Yo no podía creer lo que estaba sucediendo. Me recosté en la silla y me dejé hacer ya que las ganas eran más fuertes que el miedo a ser descubiertos por Minerva. Marta cogió mi verga con suavidad y empezó a masajearla primero y a lamerla después, lo que hizo que todo mi cuerpo se estremeciera. Sentí su boca caliente alrededor de mi miembro y empecé a sentirme en el cielo. Su lengua se movía muy diestramente sobre mi glande, lamiéndolo, acariciándolo, haciendo que el placer se extendiera por todo mi sexo, primero y por el resto de mi cuerpo después. Estaba extasiado, de modo que mis manos apretaban con fuerza los brazos de la silla. Apunto de llegar al orgasmo le supliqué a Marta que se detuviera. Se puso en pie y se sentó sobre la mesa, frente a mí, con la piernas abiertas.

- Ahora te toca a ti – me dijo subiéndose la falda.

Metí mis dedos por la goma de las braguitas y las deslicé hacía abajo, como hacía mucho tiempo que no hacía y como le gustaba a Marta que hiciera. Se las quité y las guardé en un bolsillo del pantalón. Seguidamente acerqué mi rostro a su húmedo sexo y lo olí. Olía a deseo, a sexo de hembra ansiosa por sentir placer. Acerqué mi lengua al húmedo sexo, busqué entre sus pliegues y cuando encontré el ansiado clítoris comencé a lamerlo muy suavemente. Enseguida Marta empezó a gemir. Sus gemidos sonaron como música celestial en mis oídos, una música que llevaba mucho tiempo sin escuchar. A la vez que lamía aquel placentero botón, con un par de dedos masajeaba sus labios vaginales, los acariciaba e introducía uno o dos dedos en aquel húmedo agujero.

Y entonces oí un ruido procedente de la puerta. Levanté la vista y vi a Minerva escondida tras el marco, observándonos. No sé porqué, en aquel momento no le pedí que se acercara, a pesar de ver que su mano se perdía en su entrepierna, probablemente acariciándose.

Seguí lamiendo el mágico botón de Marta, mientras esta gemía y se retorcía de placer, hasta que apunto de correrse, tiró de mi pelo y me suplicó:

- ¡Para, no quiero correrme aún!

Obedecí y me recosté sobre el respaldo de la silla. Marta se puso en pie, luego se dio media vuelta y se recostó sobre la mesa mostrándome su culito redondo, y suplicándome:

- ¡Vamos, fóllame!

No me hice derogar, puesto que lo deseaba tanto como ella, me puse en pie, rocé mi erecto falo contra su húmeda vulva y la masajeé con este. Marta gimió excitada, aquel ronroneo provocador, tan conocido para mí, me anunciaba que deseaba más, así que no la hice esperar; acerqué mi sexo a su agujero y muy despacio la penetré. Mientras lo hacía, observé a Minerva que escondida se mordía el labio inferior. Pude apreciar como el movimiento de su mano era ahora más acelerado que anteriormente. Volví mi atención a Marta, a la que sujetando por las caderas empecé a torturar, moviendo mi sexo dentro y fuera del suyo con extrema lentitud primero, y acelerando los movimientos después. Marta gimoteaba, sobre todo cuando mis movimientos era rápidos y arremetía contra ella intentando introducir toda mi verga en aquel cálido refugio. Me recosté sobre su espalda, deslicé mi mano por debajo de su brazo y le desabroché un par botones de la blusa. Marta se incorporó un poco, lo que me permitió introducir la mano y buscar sus senos por entre el sujetador. Los masajeé suavemente, mientras empujaba, ahora lentamente, dejando que mi verga resbalara por las cálidas paredes de su sexo. Entonces acerqué mi boca a su oído, y haciéndola mirar hacía la puerta le susurré:

- Mira quien nos está mirado y se está poniendo como una moto.

La imagen que teníamos ante nosotros era muy morbosa. Minerva estaba sentada en el suelo, con las piernas abiertas, acariciándose el sexo. Creo que a ambos nos excitó verla.

- Minerva, ven aquí – la llamó Marta. Pero Minerva negó con la cabeza.

Yo continué torturando a mi amante, haciendo que mi sexo entrara en aquella cálida cueva unas veces lentamente y otras con más rapidez, arremetiendo sin compasión. Cuando lo hacía a aquel ritmo vertiginoso los gemidos de Marta se intensificaban excitándome aún más. De fondo se escuchaban los gemidos de Minerva y ambos sonidos juntos me elevaban al cielo del placer. Sentí, entonces, que Marta estaba a punto de correrse, así que volví al ritmo lento y pausado. Marta me suplicó:

- ¡No, dame fuerte, quiero más!

- ¿Quieres correrte, eh, putita? – Le susurré al oído.

Marta afirmó con la cabeza.

- Entonces dile a la putita de tu amiga que venga y cuando consigas que se corra tendrás tu premio – le dije sacando mi miembro de ella.

Marta se incorporó, miró a su amiga y le suplicó:

- Ven aquí Minerva.

Minerva obedeció y se acercó a Marta. Ambas se arrodillaron sobre la moqueta, una frente a la otra. Se besaron y Marta fue desnudando a Minerva poco a poco, mientras yo, sentado en mi silla las observaba. Cuando Minerva estuvo totalmente desnuda, Marta la tumbó sobre el suelo, se puso sobre ella, con la boca a la altura de su sexo y su sexo sobre la boca de Minerva, esta abrió las piernas y dejó que su amiga acercara su boca al hermoso monte de Venus. En pocos minutos, ambas mujeres se dedicaban a lamerse mutuamente. Ví como Marta introducía un dedo en la húmeda vagina de Minerva y eso hacía que esta se retorciera de placer, luego le introdujo dos, y Minerva arqueó la espalda gimiendo. Por la posición en que estaban, no podía ver lo que Minerva le hacía a Marta, pero por los gemidos que esta emitía, intuía que le causaba un agradable placer. Ver a ambas mujeres enroscadas la una a la otra, dándose placer y oírlas gemir, me causaba un morbo añadido. Con mi mano derecha me acariciaba el enhiesto miembro que vibraba por surcar el sexo de una de aquellas dos mujeres o el de ambas, ¿por qué no?

Repentinamente oí como los gemidos y jadeos de Minerva se aceleraban y aumentaban de intensidad, buena prueba de que estaba llegando al orgasmo. Su cuerpo se retorcía de placer bajo el de mi hermosa amante, Marta. Cuando Minerva terminó de convulsionarse Marta se giró hacia mí, me miró con cara de triunfo y se puso en pie. Volvió a situarse sobre la mesa, enseñándome su culo y me dijo:

- Venga, cabrón, termina el trabajo que has empezado antes.

Admirando aquel precioso culo, me levanté y me acerqué a él. Guié mi verga hasta el húmedo agujero y de una estocada la penetré. Marta gimió cuando sintió como la taladraba. Minerva, aún acostada sobre el suelo enmoquetado, descansaba observándonos. Empecé a arremeter contra Marta. Creo que ambos estábamos muy excitados y necesitábamos sentir el placer cuanto antes. Mis movimientos eran rápidos, la cabalgaba empujando con fuerza, sintiendo como su vagina abarcaba mi pene y como este resbalaba por aquellas húmedas paredes. Ella también empujaba contra mí, tratando de sentir mi polla cada vez más profundamente. Hasta que el orgasmo nos llegó a ambos. Primero fue ella, la que gimiendo empezó a convulsionarse atrapando mi pene entre las paredes de su vagina y eso produjo que también yo me precipitara hacía el éxtasis.

Una vez calmados ambos, me senté en la silla, ella se levantó y se acercó a Minerva dándole un apasionado beso en los labios, que me dejó sorprendido y tras el cual le dijo:

- Espero que te haya gustado.

- Me ha encantado – le respondió Minerva – gracias.

Se abrazaron con fuerza, en un abrazo poco común entre dos mujeres que son simplemente compañeras de trabajo y entonces les pregunté:

- ¿Podéis explicarme que es exactamente lo que pasa aquí?

Marta me miró pícaramente y me respondió:

- Verás, Minerva y yo, somos pareja desde hace unos meses – mis ojos se abrieron como platos ante aquella confesión, ya que nunca hubiera imaginado algo así de Marta – y desde que le conté que tú y yo habíamos tenido una aventura, tenía la fantasía de vernos juntos, así que hoy hemos decidido hacerla realidad ¿verdad Minerva? – Le preguntó a Minerva mirándola con satisfacción.

Por un segundo me sentí un poco utilizado por ellas, pero por otro lado, había pasado un agradable momento satisfaciendo mis instintos primarios. Así que les di las gracias y los tres continuamos trabajando.

Mujer Sensual. (1 Junio 2007)