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Juegos perversos (5: infiel)

en Hetero: Infidelidad

JUEGOS PERVERSOS 5 (INFIEL)

El avión despegó con una hora de retraso sobre el horario previsto. Armando, mi jefe, estaba muy nervioso. No le gustaba nada volar y para colmo salíamos con retraso.

No te preocupes – traté de tranquilizarlo- todo ira bien. ¿Por qué no revisamos los documentos de la presentación que haremos en la convención? – le sugerí para tratar de distraerlo.

Bueno – aceptó medio enfadado.

Abrí el maletín, desplegué las bandejas del respaldo del asiento que teníamos delante y extendí los documentos sobre ellas. Al cabo de cinco minutos, Armando ya estaba algo más calmado y sumergido en la revisión de aquellos documentos. Así que mientras él seguía con eso, yo miré a mi alrededor y pude ver como Alberto, el jefe de recursos humanos, y Belén, su atractiva secretaria, se perdían en dirección a los baños del avión. Hacía un par de meses que se rumoreaba que estaban liados y aquella parecía la confirmación de aquellos rumores. Elisa, mi mejor amiga y secretaria del Director General, me miró con complicidad al verlos y darse cuenta que yo también los estaba mirando.

Aquella escena me trajo el recuerdo de lo sucedido el día anterior en aquel cuarto oscuro de aquel edificio de oficinas. Al volver a casa me sentía tan... sucia, que lo primero que hice nada más entrar fue irme directamente a la ducha. Marcos me esperaba en el salón y cuando pasé junto a él me preguntó:

¿Qué, como ha ido?

No pude contestarle, sólo tenía ganas de meterme en la ducha y quitarme aquella sensación de suciedad. Y el resto del día lo pasé tratando de evitar a Marcos. No quería volver a ser su putita sumisa otra vez, esa que hacía todo lo que él me pedía sin rechistar, ni preguntar. Evidentemente Marcos notó mi rechazo, pero no dijo nada, fue el más paciente de los amantes. Incluso aquella mañana cuando me despedí con un simple:

Nos vemos el miércoles – él no dijo nada solo un:

Que tengas buen viaje, princesa.

¿Ana, Ana, me oyes? – la voz interrogante de mi jefe me sacó de aquel recuerdo.

¡Ah! sí, perdona. ¿Qué querías?

Falta el informe de gastos.

Revisé la maleta buscando el informe, lo saqué y se lo pasé a Armando. Cuando él lo cogió nuestras manos se rozaron y sentí una especie de corriente eléctrica que me hizo apartar la mano. Por un instante una perversa idea cruzó mi mente; sabía que mi jefe se sentía atraído por mí, lo había pillado más de una vez mirándome el culo o el escote, o las piernas mientras trabajábamos y aunque había demostrado ser un hombre muy integro y fiel a su esposa, sabía que con alguna pequeña trampa caería en mis redes. Así que, ¿Por qué no intentarlo? Quería sentirme mujer y dueña de mis propias decisiones, hacer que un hombre cayera en mis redes porque yo lo deseara, no porque alguien me lo impusiera como había hecho Marcos en los últimos tiempos.

Durante el día no pasó nada, solo estuvimos ocupados de reunión en reunión presentando los datos del último trimestre, etc. Pero por la noche había una cena de gala con baile, y estaba dispuesta a echar toda la carne en el asador en esa cena. Me puse mi vestido más sexy, uno que tenía negro, de noche, estrecho y con tirantes y un escote que dejaba toda mi espalda al desnudo. Me peiné con un moño alto que dejaba al descubierto mi nuca y me perfumé a conciencia. Y como punto culminante de la noche, decidí no ponerme ropa interior de ningún tipo.

Cuando Armando vino a buscarme a mi habitación se quedó boquiabierto al verme.

Estás preciosa – dijo.

Gracias – vi como sus ojos observaban mi silueta de arriba abajo y estoy completamente segura de que lo primero que pensó fue como sería estar conmigo en la cama.

Bajamos al salón donde se celebraba la cena y al entrar varios hombres se quedaron mirándome.

La cena fue tranquila, compartimos mesa con otros ocho compañeros de nuestro departamento y estuvimos hablando de las reuniones que tuvimos durante aquel día. Cuando empezó el baile, Armando se levantó,me cogió la mano derecha y muy cortésmente me dijo:

¿Me concede este baile?

Acepté sin pensármelo dos veces y salimos al espacio habilitado como pista de baile. La canción que sonaba en ese momento era lenta y romántica, así que mi jefe me cogió por la cintura, pegó su cuerpo al mío y empezamos a bailar. Al cabo de unos segundos, y producto del roce de mi cuerpo con el suyo empecé a notar como su sexo se erguía y endurecía poco a poco, hasta que el rígido miembro empezó a incomodarme, así que me aparté ligeramente. Armando lo notó y poniéndose rojo como un tomate me dijo:

Lo siento, no he podido evitarlo, esta noche estás arrebatadora y….

No pasa nada –traté de tranquilizarlo – lo comprendo, no hay nada de malo en desear a una mujer.

Bueno, yo… - titubeó él – es que… soy un hombre casado…. Y…..

Pero que estés casado no te impide que tengas fantasías eróticas, ¿no? Eso no es infidelidad – le dije

Bueno, depende de cómo lo mires. Para mi mujer sí lo es.

¿Y para ti? – le pregunté, pero fue incapaz de responderme, sólo fue capaz de bajar su mirada al suelo y separarse de mí dejándome en medio de la pista mientras se alejaba hacía la puerta.

Fuí tras él preocupada por su reacción y cuando hubimos salido del salón logré detenerle y preguntarle:

¿Qué pasa, he dicho o hecho algo que no debía?

No, perdona, pero es que te estás convirtiendo en una tentación demasiado tentadora para mí y….

Sé que me deseas Armando y yo a ti también, y creo que una canita al aire nunca va mal.

Ana, por favor, soy un hombre casado, nunca le he sido infiel a mi mujer y….

…y te mueres de ganas de hacerlo, lo veo en tus ojos – estábamos frente al ascensor, esperando a que este bajara. Armando me miró de arriba abajo por enésima vez.

Tienes razón – afirmó entre dientes – pero…

El ascensor se abrió y una pareja salió de él, entramos y cuando las puertas se cerraron me abalancé sobre él diciéndole:

Entonces, hazlo, bésame, déjate llevar por una vez en tu vida.

Y extrañamente para mí, me hizo casó y dejándose llevar, acercó sus labios a los míos y me besó apasionadamente, haciéndome sentir de nuevo como su verga se ponía erecta, por lo que rocé mi cuerpo contra el suyo como si fuera una gata en celo. A partir de aquel momento, todo se convirtió en un torbellino imparable de besos y caricias de sus manos sobre mi cuerpo y de las mías sobre el suyo; hasta que el ascensor se detuvo y tuvimos que recomponer nuestras ropas, pues al abrirse las puertas había una señora de unos 60 años esperando que nos miró con mala cara.

Sin perder tiempo nos dirigimos a la habitación de Armando que era la que nos quedaba más cerca. Entramos y tras cerrar la puerta, Armando me atrapó entre esta y su cuerpo y siguió besándome, mientras con su mano derecha, subía la falda de mi vestido hasta mi cadera y la introducía suavemente entre mis bragas para acariciar mi culo. Ambos estábamos a mil, dispuestos a vivir aquella pasión aunque fuera sólo por aquella noche.

Le quité la americana a mi jefe, mientras él me desabrochaba la cremallera del vestido. Me gustaba sentirme libre para hacer con un hombre lo que quisiera, por eso lo aparté, lo cogí de la mano y entramos hasta el salón de la suite. Una vez allí, Armando detrás de mí, empezó a quitarme el vestido, mientras me besaba suavemente el hombro. Cerré los ojos y me dejé llevar por la dulce sensación de ser amada y tratada con verdadera pasión. El vestido cayó al suelo y Armando acarició mi cuerpo desnudo muy delicadamente, luego me susurró al oído mientras se quitaba la camisa:

¿Siempre vas sin ropa interior?

Intenté girarme hacía él, pero me lo impidió y le contesté:

No, sólo cuando creo que voy a pasar una larga noche de pasión en buena compañía.

Siguió besándome, esta vez en la nuca, haciendo que todo mi cuerpo se erizara, mientras sus manos se dedicaban ahora a acariciar y sobar mis senos pellizcando mis pezones de vez en cuando. Me hizo apoyar las manos sobre el pequeño sofá que había frente a mí y siguió besando y acariciando mi espalda y mi culo. Poco a poco fue descendiendo por mi espalda hasta llegar a mis posaderas; entonces se arrodilló y empezó a lamerlas y besarlas, mientras introducía sus dedos por entre mis piernas en busca de mi clítoris. Sentí como lo acariciaba suavemente y como luego pasaba sus dedos por mis labios vaginales con mucha delicadeza, para terminar introduciéndome un par de ellos en mi vagina, haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera.

Hacer el amor de aquella manera, tan pausadamente, con delicadeza, haciendo que cada uno tuviera su papel y fuera una cosa entre dos, me hacía desear seguir hasta el final, quería sentirle dentro de mí, para sentirme libre en ese momento y sentir que era una mujer que tomaba sus propias decisiones, no un muñeco en manos de un hombre que hacía siempre lo que él quería.

Con cada caricia de Armando, entre mis piernas, sentía que estás empezaban a flaquearme y creo que él también lo notó, porque se puso en pie, oí como se bajaba la bragueta del pantalón e inmediatamente sentí como pegaba su cuerpo al mío y llevaba su erecta verga hasta mi vagina, introduciéndola de un solo empujón. Fue una sensación maravillosa, sentir como me penetraba y como me sujetaba por las caderas y empezaba a moverse dentro y fuera de mí pausadamente, como si quisiera saborear aquel momento del mismo modo que yo. Hasta que se detuvo repentinamente, acercó su boca a mi oído, mordisqueó el lóbulo haciéndome temblar de placer y luego me preguntó:

¿Tomas la píldora?

Sí – le respondí.

Bien, porque tengo ganas de llenarte con mi leche.

Aquella afirmación aún me excitó más y empecé a empujar hacía a él, deseando sentirle más y más. En aquel momento me di cuenta que tenía ante mí a un nuevo Armando, distinto al que había conocido años atrás al empezar a trabajar con él. Este era un hombre apasionado, sexual y libre, lejos de la encorsetada imagen que daba en la oficina, creo que en aquel momento, en lo último que pensaba era en su mujer y sus hijos.

Armando siguió empujando, parecía decidido a darme el placer que yo tanto deseaba y a sentirlo él también. Sus manos acariciaban ahora mi clítoris, y aumentaban la sensación de goce que sentía. Sabía que si seguía a aquel ritmo me correría sin remedio. Sus labios besaban mi nuca, mientras sus caderas empujaban una y otra vez contra mí, cada vez más fuerte, cada vez más rápido. Empecé a sentir como su sexo se hinchaba dentro de mí, señal inequívoca de que iba a correrse, por eso yo también aceleré mis movimientos empujando hacía él y en pocos segundos ambos alcanzamos el éxtasis casi en el mismo instante. Fue una sensación maravillosa. Cuando dejamos de convulsionarnos, Armando me abrazó con fuerza y me dijo:

-Gracias por darme esta libertad.

En aquel momento y antes de que yo pudiera decir nada o girarme hacía él para besarle, sonó su móvil que llevaba en el bolsillo del pantalón. Lo sacó y miró el número en la pantalla.

¿Es ella, verdad? – le pregunté.

Sí.

Contesta – le ordené.

No, está noche es sólo para ti y para mí.

Contesta o sospechará, luego la noche será para ti y para mí – le aconsejé, mientras caminaba hacía la habitación, prefería no oír lo que iba decirle.

Entré en la habitación y me acosté en la cama, a lo lejos oía el murmullo de la voz de Armando disculpándose ante su mujer por no haberle llamado como había quedado que haría al terminar la cena. Temí que aquella conversación telefónica volviera a convertirlo en el hombre serio y cabal que había sido hasta aquella noche y que al terminar y venir a la habitación me dijera que me vistiera y que aquello había sido un error. Pero no fue así. Oí sus pasos acercándose y cuando cruzó la puerta, una hermosa sonrisa de felicidad se dibujaba en su rostro. Se desnudó y se acostó a mi lado bajo las sábanas.

¿Tienes sueño? – Me preguntó.

Un poco, ¿por qué?

Es que tengo una fantasía, que me encantaría que tú… - calló como si no se atreviera a pedírmelo.

Dime, que quieres que haga, no tengas miedo de pedírmelo.

Es que nunca se lo he pedido a nadie, y… verás, quiero que me la chupes, quiero saber que se siente cuando unos labios…. – sonreí antes aquella timidez y sin pensármelo dos veces me introduje bajo las sábanas en busca de su polla.

Evidentemente estaba fláccida, pero sabía que no tardaría en volver a su magnifico estado de erección. Me situé de rodillas sobre sus piernas, así el pene con una mano y acerqué mis labios. Empecé a lamerla suavemente, pasando mi lengua por el glande y poco a poco la verga empezó a cobrar vida. Seguí lamiendo el tronco y los huevos y de nuevo volví al glande, ya estaba en todo su esplendor, así que me la introduje en la boca y empecé a saborearla y chuparla como si fuera un helado. Inmediatamente, Armando empezó a gemir excitado y casi ni me di cuenta de que mis caricias producían el ansiado efecto, y su amarga leche salía despedida hacía mi boca que tragué con gusto. Cuando Armando terminó de correrse, limpie su polla a conciencia con mi lengua y volví a acostarme a su lado.

Gracias – me dijo mirándome feliz a los ojos. Me dio un tierno beso en los labios y luego me dí media vuelta y nos acurrucamos abrazados para dormir.

Me despertó su sexo tratando de nuevo de introducirse en mi a altas horas de la madrugada, casi al amanecer.

¿Qué haces? – le pregunté.

Hacerte el amor otra vez, no puedo evitarlo, te deseo tanto.

¡Uhmmm!

Doblé mi pierna izquierda un poco para que él pudiera acceder más fácilmente a mi sexo. No sé como lo había logrado, pero sentía mi entrepierna húmeda y mis pezones estaban duros y excitados. Poco a poco, Armando se introdujo en mí y empezó a moverse cadenciosamente.

Esta vez quiero hacerlo con lentitud, que disfrutemos de ello con tiempo – me susurró al oído.

¡Uhmmm! – musité y dejé que las sensaciones me llenaran.

Dime, ¿tú novio te lo hace así? – me preguntó. La pregunta me descolocó un poco, sobre todo porque llevaba horas sin pensar en Marcos, pero no tuve dudas antes la respuesta.

No, el nunca es tan tierno, es más bien salvaje.

Armando seguía moviéndose suavemente, haciendo que su verga entrara y saliera de mí muy despacio.

Y ¿cómo te gusta más?

¡Uhmmm, así me encanta, la sensación es increíblemente duradera!

¡Oh! – musitó Armando – Con mi mujer nunca hago estas cosas, con ella todo es tan… normal… no sé, todo es costumbre con ella – me confesó.

¡Ah! Sigue Armando, no te pares, me gusta como lo haces – le supliqué, pues al hablar de sus mujer se había detenido como si necesitara pensar.

Armando continuó moviéndose pausadamente. Besó mi hombro y con su mano izquierda acarició mi pecho izquierdo. Estar pegados de aquella manera, sintiendo como él se introducía en mí una y otra vez, despacio y cadenciosamente, era una sensación maravillosa diferente a cuanto hubiera podido sentir antes con cualquier otro hombre. Y en ese momento me di cuenta de que Armando no era sólo una tabla de salvación o mi venganza al modo en que me trataba Marcos, sino algo más, me estaba enamorando de él. Un par de lágrimas empezaron a brotar de mis ojos y di gracias a Dios porque Armando no pudiera verlo. Pero justo en aquel instante me dio un fuerte abrazo y empezó a empujar un poco más fuerte. Ambos comenzamos a gemir excitados, de nuevo el orgasmo se acercaba, aquel agradable cosquilleo que sentía entre mis piernas, su pene hinchándose y por fin, la liberación de ambos, los gritos, los gemidos y las respiraciones entrecortadas, las convulsiones y los choques de un cuerpo contra el otro que juntos habían llegado al más maravilloso de los éxtasis.

Tras eso seguimos durmiendo hasta que sonó el despertador del móvil de Armando a eso de las ocho de la mañana. Armando lo apagó al oírlo y yo, tras darle un tierno beso en los labios me levanté y me dirigí a la ducha.

Me duché y luego me vestí, mientras él seguía en la cama acostado, observándome.

¿Qué miras? – le pregunté.

A ti, eres tan hermosa… Gracias.

¿Por qué? – pregunté

Por enseñarme a sentirme libre.

De nada. Me voy a ir ya a mi habitación para ponerme algo más adecuado para la reunión de secretarias. Nos veremos ¿vale?

Sí. A la hora de la comida, supongo.

Me agaché hacía él y nos besamos.

Cuando salí de aquella habitación me parecía estar flotando en un nuevo y maravilloso universo en el que sólo estábamos él y yo. Al acercarme a mi habitación vi a Elisa llamando a la puerta. Cuando me vió me preguntó extrañada:

¿Dónde te has metido? Llevo cinco minutos llamando a tu puerta.

Es que no he pasado la noche en mi habitación – le expliqué.

Ya, eso es evidente. ¿Y se puede saber donde la has pasado? – me preguntó curiosa, mientras yo abría la puerta.

Entramos y tras cerrarla le solté:

En la suite de mi jefe.

¿Qué? ¿Quieres decir que tú y Don Armando…?

Afirmé con la cabeza y añadí:

Y ha sido una noche maravillosa.

Pero si Don Armando no hace más que pregonar que él nunca le será infiel a su mujer – aseveró Elisa.

Pues ya ves. Supongo que hay cosas a las que uno no puede resistirse.

¿Y Marcos? – me preguntó entonces Elisa.

¡Uhm, Marcos! No sé, creo que cada vez nos alejamos más él uno del otro – le dije.

¡¿Qué?! – preguntó sorprendida – pero si vosotros sois la pareja perfecta. Anda cuéntame, ¿qué os pasa?

Ahora no tengo tiempo de contártelo. Aún tengo que vestirme para la reunión de secretarias, y sólo quedan quince minutos.

Bueno, pero en cuanto tengamos un rato me lo cuentas.

Bueno – acepté a desgana. No me apetecía nada contarle a nadie lo que estaba sucediendo con Marcos en aquel momento y como me sentía y menos ahora, que estaba empezando a descubrir algo nuevo con Armando.

Durante la reunión, que duró casi toda la mañana, no hice otra cosa más que pensar en Armando y en la maravillosa noche que habíamos pasado juntos. Deseaba que la reunión terminará cuanto antes para poder comer con él y aunque fuera a escondidas, volver a sentir la sublime sensación de tenerle dentro de mí, de hablar con él, de desatar todos mis deseos con él. Cuando la reunión terminó, intenté deshacerme de Elisa, diciéndole que tenía que subir a la habitación a buscar unos papeles para la reunión de la tarde. No tenía ganas de contarle nada, sólo deseaba ver a Armando.

Cuando llegué al comedor, le vi en una mesa, comiendo con otros jefes. Hice ver que buscaba una mesa y pasé junto a la suya disimulando. Al verme me detuvo y me preguntó:

¿Cómo ha ido la reunión? – momento que aprovechó para cogerme la mano disimuladamente y dejarme una papel en ella.

Bien, muy bien. Luego te cuento. Voy a comer con Elisa.

Vale.

Me alejé hacía la mesa, donde ví que estaba Elisa con unas cuantas compañeras más. Me alegré de eso, ya que así sería difícil que me preguntara por Marcos y los problemas con él.

Me senté tras saludar a las chicas y disimuladamente abrí el papelito que Armando me había dejado en la mano, decía:

Te espero en 15 minutos en el baño de hombres, yo entraré cinco minutos antes.

Saber que tendría una cita secreta con mi jefe en el baño de hombres me ponía a cien. No podía creer que aquel hombre tan serio fuera capaz de hacer locuras como aquella.

Empezamos a comer y pasados unos diez minutos, vi como Armando se disculpaba ante el resto de comensales y se dirigía a los baños.

Cinco minutos más tarde, fui yo la que se disculpó ante mis compañeras, diciéndoles que no me sentía muy bien y necesitaba ir al baño.

¿Quieres que te acompañe? – me preguntó Elisa.

No, no hace falta. Tú termina de comer, ya que probablemente luego suba un ratito a la habitación – dije para que no sospecharan nada.

Como quieras – aceptó.

Me dirigí hacía los baños. Y al llegar, observé a mi alrededor, vigilando que no me viera nadie. Comprobado eso, entré en el baño de hombres sigilosamente. Enseguida una mano, procedente de uno de los retretes tiró de mí, introduciéndome en él.

Como te he echado de menos toda la mañana - me dijo Armando – No he dejado de pensar en ti.

Yo tampoco – le dije, mientras me aseguraba de que el pestillo de la puerta estuviera cerrado.

No tenemos mucho tiempo, así que… - dijo Armando, abrazándome. Ya se había bajado la bragueta del pantalón y puso mi mano sobre su sexo ya erecto. Era evidente que quería ir al grano.

Así el duro mástil y lo masajeé, mientras él me subía la falda hasta la cintura e introducía su mano por entre mis bragas. Sus dedos hábiles buscaron mi clítoris y sentí como lo pellizcaba suavemente, mientras con la otra mano, acariciaba mi culo. Nos besamos apasionadamente y se sentó sobre la taza del water y yo sobre sus piernas. Seguimos besándonos y acariciándonos mutuamente nuestros sexos, hasta que Armando me suplicó, acariciando mi culo:

Me encanta tu culito. Anda ponte de espaldas a mí y follemos, me encanta ver ese maravilloso culo mientras follamos.

Me quité las braguitas e hice lo que me ordenaba y arrimándome a él, así su pene y descendí sobre él introduciéndomelo por completo. De nuevo, una sensación de bienestar y placer me inundó por completo y despacio empecé a cabalgar sobre aquel duro poste. Armando entretanto acariciaba mi culo, primero, y luego, a la vez que mis movimientos se aceleraron sentí como intentaba introducirme un dedo en el ano. Fue una sensación maravillosa que empezó a desencadenar un orgasmo bestial en mi cuerpo, e inmediatamente desató también la descarga de Armando. Al terminar nos quedamos abrazados. Creo que ninguno de los dos quería salir de aquel baño, ni dejar de sentir aquellas sensaciones que nos transportaban a un mundo donde todo parecía perfecto.

Pero era evidente que tarde o temprano despertaríamos de aquel sueño.

Me levanté, me limpié y me vestí. Salí del baño, dejando a Armando en él. Para no levantar sospechas, nuevamente, y en lugar de volver al comedor, me fui hacía mi habitación como le había dicho a Elisa que haría.

Mientras subía en el ascensor, sonó mi móvil, lo busqué en mi bolso y lo cogí, era Marcos.

¡Hola!

¡Hola, cariño! ¿Cómo va todo? – me preguntó.

Bien, de una reunión a otra, como siempre, ya sabes. ¿Y tú, que haces?

Nada del otro mundo. Salir con mis amigos, y disfrutar de mi libertad sin ti.

Pues me alegro – le dije. Sabiendo que cuando hablaba de su libertad se refería a acostarse con otras mujeres aprovechando mi ausencia.

Lo hacía cada vez que yo me ausentaba y yo lo sabía perfectamente, porque el muy guarro, ni siquiera escondía las pruebas del delito. Siempre, al volver de algún viaje, me encontraba un tanga o un sujetador, que yo sabía sobradamente que no eran míos.

Bueno, nos vemos mañana – se despidió.

Hasta mañana.

"Mañana" pensé, ¿que nos depararía a Armando y a mi el momento de regresar? ¿Haría que el hecho de volver con su familia y tenerlos cerca, cambiara su actitud conmigo y esta vez, sí decidiera que lo nuestro había sido un terrible error? No lo sabía, pero confiaba en que no fuera así, porque sentirme admirada y deseada por Armando me daba una seguridad en mi misma que hacía un tiempo había perdido.

Una vez en la habitación, me cambié de ropa y recogí algunos papeles que sabía iba a necesitar Armando en la reunión de aquella tarde. Gracias a Dios pudimos estar juntos en la reunión y cuando terminó a las ocho en punto de la noche, él se acercó a mí y me propuso:

¿Qué tal si vamos a cenar fuera, a algún restaurante cercano y luego....?

Vale – acepté sin dudar – deja que me duche y me cambie y nos vamos.

De acuerdo, te espero en el hall a las ocho treinta ¿tendrás suficiente tiempo?

Sí, no te preocupes.

Me vestí y peiné para la ocasión y a la hora acordada estaba en el hall del hotel dispuesta a pasar una maravillosa noche de sexo y pasión con mi jefe. Estuvimos cenando en un restaurante cercano, pequeño y muy acogedor. Luego estuvimos paseando por las calles adyacentes al hotel, momento que aproveché para exponerle mis dudas a Armando.

Mañana volvemos a casa… - dije para sacar el tema.

Sí, lamentablemente.

He pasado unos días maravillosos contigo – añadí.

Y yo también.

Pero ahora, cuando volvamos a casa…

¿Qué? – Me preguntó como sino supiera por donde iba el tema.

Decidí ir al grano y no andarme con más rodeos.

Qué no puedo dejar de preguntarme que haremos cuando volvamos a casa, al despacho. Temo que al ver a tu mujer decidas que esto ha sido un error.

Al escuchar esas palabras se detuvo. Se puso frente a mí, me abrazó, acarició mi mejilla y dijo:

Cuando volvamos seguirá así, porque contigo he descubierto que si he seguido con mi mujer hasta ahora, ha sido sólo por costumbre. Tú me has descubierto un nuevo mundo lleno de pasión y…. – apretó mis mejillas suavemente con sus manos y me besó profunda y románticamente – Creo que voy a dejarla.

¿Qué? – pregunté sorprendida - ¿Te vas a separar?

Sí, soy consciente de que ya no la amo y esto es lo mejor.

Yo no quisiera ser la causa...

Tú no eres la causa de nada, es algo que debía haber hecho hace tiempo, tú sólo me has dado la fuerza para hacerlo. Y sé que tú tampoco andas muy bien con tu querido Marcos, sino no te hubieras arriesgado a tener algo conmigo.

Tenía toda la razón, no podía negarlo. Así que le besé apasionadamente y le pedí que subiéramos a la habitación.

Cinco minutos más tarde estabamos en su suite. Me había hecho sentar sobre el sofá con las piernas bien abiertas. Él se arrodilló ante mí, tiró de mis piernas para colocarme en posición, con el culo fuera del asiento de sillón, me subió la falda hasta la cintura, me quitó las bragas con delicadeza y sin más preámbulo empezó a acariciar mi sexo. El contacto de sus dedos con mi ya húmedo sexo me hizo estremecer y cerré los ojos dispuesta a dejarme hacer lo que él quisiera y lo que yo deseaba. Armando deslizó su mano por mi sexo, acarició mis labios mayores y luego los menores, buscó mi clítoris y se entretuvo pellizcándolo. Yo me sentía cada vez más excitada y de mi sexo brotaban los jugos del placer sin parar. Repentinamente sentí como Armando acercaba su lengua a mi sexo y usándola como la de una serpiente empezó a lamer e introducirla en mi vagina. Fue una sensación maravillosa, jamás me había hecho una mamada como aquella. El ritmo de las envestidas de su lengua sobre mi oscuro agujero no me daban ni un segundo de descanso y cada una de ellas era precedida de un fuerte estremecimiento por mi parte, lo que me obligó a gritar y gemir como nunca antes lo había hecho. Estaba inmersa en las sensaciones, cuando Armando me cogió de las caderas y me obligó a darme la vuelta haciéndome poder de rodillas con el tórax apoyado sobre el asiento del sofá. Noté como se encajaba entre mis piernas, y como acariciaba mi culo suavemente, luego rozó su erecta verga contra mi húmeda vulva y la restregó durante algunos segundos. Finalmente sentí como introducía el glande y muy delicadamente lo sacaba, para volver a introducirlo unos segundos después. Este juego duró algo más de un minuto, provocando que mi placer aumentara segundo a segundo. Hasta que finalmente me penetró por completo y sujetándome por las caderas empezó a arremeter sin pausa pero sin prisa, hasta que ambos al unísono nos corrimos entre espasmos y gemidos de placer.

Cuando ambos dejamos de convulsionarnos, se recostó sobre mi espalda y me besó en la nuca, luego me preguntó:

¿Vamos a la cama?

Vale – acepté.

El resto de la noche, la pasamos entre besos y sábanas, hasta que caímos rendidos y nos dormimos.

Llegado el último día de la convención, ya sólo quedaba la reunión final con el Director General, en la que seguramente nos diría lo bien que lo habíamos hecho por los logros conseguidos, y hacer la maletas. Tras la comida, otra vez al avión y de vuelta a casa.

Justo antes de comer llamé a Marcos para decirle a que hora estaría en casa.

El viaje fue tranquilo y antes de bajar del avión Armando me dijo:

Nos vemos mañana en el despacho.

Sí.

Y si me necesitas o necesitas hablar conmigo, llámame al móvil – me sugirió.

Muy bien – acepté.

Tras eso nos separamos. Fuimos a por las maletas y después llamé a un taxi.

Media hora más tarde estaba en casa abriendo la puerta. Al hacerlo oí la risa de Marcos y una voz de mujer desconocida para mí….

Mujer Sensual. (Diciembre 2007)