miprimita.com

Esclava de sus deseos (4)

en Dominación

ESCLAVA DE SUS DESEOS 4

(Resumen del capitulo anterior: Tras el castigo, Néstor y Amparo vuelve a hacerlo con la misma pasión de siempre. Al día siguiente, Néstor aparece en la oficina de Amparo y allí se enrolla con ella sabiendo que el jefe de Amparo los observa, el morbo de la situación pone a cien a la pareja. Para leerlo: http://www.todorelatos.com/relato/57875/)

…Y cuando por fin nos calmamos, vi que la puerta se abría y mi jefe entraba y carraspeó e inmediatamente Néstor se separó de mí. Se arregló un poco la ropa y girándose hacía mi jefe le dijo:

Pensé que estábamos solos, lo siento. Soy Néstor – y le tendió la mano.

Mi jefe actuando con toda normalidad le dijo:

Yo soy Antonio, el jefe de Amparo.

Yo, nerviosa, trataba de recomponer mi ropa.

¿Has hecho ya las fotocopias? – Me preguntó mi jefe.

No, aún me quedan un par.

Pues mientras ella las hace, ¿qué tal si hablamos un poco? – Le dijo Néstor a mi jefe, pasando su brazo por detrás del cuello de mi jefe y llevándoselo de aquel cuartito.

La intranquilidad y el nerviosismo invadieron mi cuerpo en aquel momento. Empecé a pensar en que sería lo que Néstor le diría a mi jefe y sólo podía imaginarme, atada a la mesa de su despacho mientras era azotada por ambos. Deseché aquella imagen inmediatamente, terminé de hacer las fotocopias y salí del cuartucho, dirigiéndome al despacho de mi jefe. Allí me encontré a Antonio y Néstor hablando como viejos amigos de política, me sorprendió que hablaran de eso, cuando yo pensaba que estarían hablando de mí.

¿Ya has terminado? – Me preguntó Antonio.

Sí.

Pues entonces nos vamos ya, cielo – añadió Néstor poniéndose en pie.

Se pegó a mí, me cogió por la cintura, acercó su boca a la mía y me besó apasionadamente, introduciendo su lengua en mi boca, y buscando la mía; sin importarle que Antonio estuviera observándonos.

Salimos del despacho y fuimos a comprar ropa, sobre todo faldas y blusas ajustadas y medias y zapatos de tacón. En el transcurso del viaje hacía casa Néstor me contó:

Mañana he invitado a un amigo a comer, quiero que te portes bien con él ¿de acuerdo?

Sí, señor.

Ya sabes, quiero que lo trates como si fuera yo.

Sí, señor – le respondí.

Sabia que no iba a ser fácil, pero también sabía que tarde o temprano Néstor me iba a entregar a otros hombres y ese momento había llegado. Sólo esperaba que su amigo fuera un hombre atractivo y simpático, para hacer de aquel momento algo más fácil.

Llegamos a casa y tras desnudarme Néstor me llevó hasta la habitación de castigo:

¿Qué haces? – le pregunté extrañada ya que estaba segura de no haber hecho nada que pudiera desagradarle – Hoy me he portado bien – protesté.

Sí, pero tenemos algo que hacer. Ponte sobre el caballete – dijo rebuscando en la cómoda.

Me puse sobre el caballete boca abajo y Néstor se acercó a mí, me ató de pies y manos y luego sentí como empezaba a manipular mi ano, masajeándolo con un par de dedos muy suavemente. Lo acarició, introdujo un dedo, lo untó con algo de crema y volvió a acariciarlo. Poco a poco consiguió que mi ano se dilatara y abriera, introdujo un par de dedos y los movió dentro y fuera haciéndome estremecer de placer. Gemí y al sentir como introducía el consolador, todo mi cuerpo se convulsionó y un nuevo gemido escapó de mi garganta:

¡Ah!

E inmediatamente sentí como la vibración del aparato empezaba a hacer estragos en mi agujero trasero. Seguidamente Néstor salió de la habitación dejándome atada al potro con el vibrador moviéndose dentro de mi culo. No sé durante cuanto tiempo estuve así, sintiendo la tortura de aquel aparato en mi agujero trasero y notando como alcanzaba varios orgasmos. Y estaba agotada de tanto placer cuando entró Néstor en la habitación diciendo:

- Es hora de cenar.

Se acercó a mí, sacó el consolador de mi interior, me desató e intenté levantarme, pero al dar el primer paso Néstor tuvo que sujetarme, ya que mis piernas flaquearon y casi me caigo al suelo; tal había sido el efecto que un orgasmo tras otro habían causado a mi cuerpo. Néstor me llevó hasta la mesa y cenamos.

Tras la cena esa noche no hubo castigo, sólo miramos la televisión y luego nos fuimos a dormir.

Fue la primera noche que dormí en mi cama y sentí una maravillosa sensación de bienestar al meterme en ella, aunque evidentemente eché de menos el calor de un hombre, sobre todo sabiendo que Néstor dormía en la habitación de al lado, pared con pared a la mía. Quizás por eso al despertar aquella hermosa mañana de sábado y sentir el roce de las sábanas sobre mi piel desnuda, un deseo incontenible se desató en mi cuerpo. Me levanté y sigilosamente entré en la habitación de Néstor. Estaba dulcemente dormido tapado sólo con la sábana, que levanté para meterme bajo ella a su lado. Una hermosa erección reposaba sobre su bajo vientre, y no pude reprimir la tentación de acariciarla, lo que hizo de Néstor despertara y tras abrir los ojos y recobrar la consciencia me preguntó:

¿Qué haces aquí?

Mi mano seguía acariciando su sexo suavemente, rozando con mis dedos sus huevos y le respondí:

Despertarte.

Pues deja de hacer eso, o serás castigada – me advirtió, pero yo no pude detenerme el deseo que sentía por él era superior incluso a mi razón.

Además deseaba que me castigara, porque sabía que al final vendría la esperada recompensa, el maravilloso orgasmo que me haría derretirme de placer. Por eso, rodeé el pene con mi mano y empecé a moverlo arriba y abajo mientras acercaba mi boca a la de Néstor.

Maldita puta, te he dicho que te estés quieta. Ahora no quiero follar contigo – dijo Néstor apartando mi mano y empezando a enfadarse.

Pero mi mano volvió a aquel erótico lugar y entonces Néstor me cogió del brazo, se levantó, me sacó de la cama y me llevó hasta la habitación de castigo, y a pesar de que empecé a protestar suplicándole que iba a ser buena, estaba feliz porque había logrado lo que deseaba.

Esta vez Néstor me ató de nuevo a las cadenas, pero en lugar de hacerlo de espaldas a él, me ató de cara a él. A continuación, se dirigió hacía la cómoda y ví que sacaba algo del cajón. Se acercó a mí y entonces pude ver lo que llevaba en la mano, eran un par de pinzas de tender la ropa. Inmediatamente adiviné lo que haría con ellas.

No, por favor, Néstor, eso no.

Sabes que no eres tú quien decide y que tus súplicas no serán escuchadas – sentenció Néstor impasible.

Me colocó las pinzas, unas sobre cada pezón y al sentir el dolor que me causaban no pude evitar gimotear. Era un dolor intenso, agudo, sutil e insoportable. Tras eso, vi que cogía un látigo de los que había colgados en la pared e inmediatamente sentí el primer golpe de este contra mis senos ya adoloridos. El dolor que el latigazo me causó fue insoportable y me obligó a gritar como nunca antes lo había hecho. Tras aquel primer latigazo, siguieron algunos más, uno tras otro, sin descanso y con cada uno de ellos mi dolor aumentaba en la misma medida que lo hacía el sexo de Néstor, lo que hacía aumentar mi deseo y satisfacción al comprobar que empezaba a obtener lo que quería. Finalmente Néstor dejó de azotar mis adoloridos senos, descansó por unos segundos y volvió a la carga, esta vez blandiendo el látigo contra mi excitado sexo. El primer látigazo que rozó mis labios vaginales me hizo estremecer por completo del dolor, igual que el segundo y el tercero y lo siguientes, hasta que no pude soportarlo más y empecé a suplicarle a Néstor:

Para por favor, para, ya, prometo portarme bien, por favor – un par de lágrimas empezaron a resbalar por mis mejillas por la impotencia que sentía en aquel momento.

No sé si fueron las lágrimas, o mis suplicas, pero Néstor se detuvo. Su sexo estaba ya completamente erecto. Cogió mi cabeza por debajo de mi barbilla, la elevó hasta quedar cara a cara y muy tiernamente me besó. Después con la misma delicadeza y sensibilidad. Me cogió las piernas, las abrió y guió hasta su cintura; yo las enredé por detrás de su culo y sentí su sexo a las puertas del mío. Todo mi cuerpo se estremeció. Néstor rozó mis labios vaginales con la punta de su glande y jugueteó unos segundos, haciéndome creer que iba a penetrarme, pero sin hacerlo. Le gustaba ser perverso conmigo, llevarme al límite del deseo y dejarme con las ganas sabiendo que yo no podía protestar en ese momento, pues aquel era el verdadero castigo para mí, llevarme al límite y retrasar la recompensa el mayor tiempo posible. Y Néstor lo sabía, se daba cuenta al mirarme a los ojos que suplicantes le miraban. Finalmente sentí como me penetraba despacio y con calma, posó sus manos sobre mi culo y empezó a empujar con fuerza una y otra vez. Yo entretanto, agarré las cadenas para sujetarme mejor y apreté mis piernas a su cintura. En pocos segundos, nuestros movimientos se había acoplado a la perfección y ambos gemíamos enloquecidos de deseo. Néstor empujaba sin cesar contra mí, apretando mis nalgas fuertemente con sus manos, arañándome incluso en ellas. Yo también cabalgaba sobre aquel maravilloso instrumento de gozo en busca del orgasmo total que de nuevo me llevaría al paroxismo del placer. Y en aquel momento, no me importaba estar atada, no me importaba el dolor que las pinzas sobre mis pezones, ni el calor que sentía en la piel tras los azotes, sólo me importaba el placer, el orgasmo, y nada más, ser suya y entregarme a él por completo. Por eso empujaba y empujaban casi con la misma brusquedad con que lo hacía él. Creo que en aquel momento éramos dos animales en busca del placer, envueltos en una pasión desbordante que quemaba nuestro deseo. Néstor empujaba sin cesar, gemía sin parar y apretaba sus manos en mi culo, hasta que sentí como tras dar un fuerte empujón se vaciaba en mí, lo que provocó que todo mi cuerpo se tensara y explotara en un increíble orgasmo.

Una vez ambos nos calmamos. Néstor sacó su sexo de mí, quitó las pinzas de mis pezones, se acercó a la cómoda, cogió el vibrador, se aproximó a mí y colocándose a mi espalda, abrió mis nalgas y me introdujo el vibrador. Luego salió de la habitación dejándome allí colgada.

No sé cuantas horas estuve así, aunque supongo que no serían muchas, porque poco antes de la hora de comer, Néstor entró en la habitación, se acercó a mí, sacó el vibrador de mi culo, me desató y cogiéndome en brazos me llevó hasta el baño diciendo:

Tienes que prepararte para nuestro invitado, la comida ya casi está y no tardará mucho.

La bañera estaba llena de agua caliente y espuma, Néstor me depositó en ella, me tendió la esponja y me dijo:

Voy a terminar de hacer la comida que aún me quedan un par de cosillas.

Néstor salió del baño y me quedé sola sumergida en aquella caliente agua. Mientras pasaba la esponja por mis brazos y por todo mi cuerpo masajeándolo empecé a pensar. En los últimos días mi vida había cambiado bastante, ya no vivía sola, era la sumisa del hombre al que amaba y cada vez que hacía el amor con él el acto se convertía en algo salvaje. Me gustaba aquella nueva vida a pesar del sufrimiento, ya que aquel sufrimiento formaba parte del amor que sentía por Néstor y me ayudaba a apreciar mejor lo que él me daba.

Empecé a recodar todas y cada una de las sesiones de sexo que había tenido con Néstor y empecé a excitarme irremediablemente, así que no pude evitar empezar a acariciarme suavemente mi clítoris y abandonarme al placer que me proporcionaba a mi misma. En esas estaba, cuando Néstor entró de improviso, dejé de acariciarme inmediatamente pero a pesar de eso, Néstor me pilló y mirándome con irritación y gritó:

¡Maldita puta! ¿No puedes comportarte como una buena sumisa? ¿No has tenido bastante con lo de esta mañana?

Yo… es que… - traté de justificar lo injustificable. Y por primera vez me sentí culpable por haber dejado que mis deseos me dominaran por encima de mi autocontrol.

Calla, maldita puta – me gritó, cogiéndome con fuerza del brazo y haciéndome salir de la bañera.

Erotikakarenc (Autora TR de TR)