miprimita.com

Juegos perversos (3: dominada por su amigo)

en Dominación

JUEGOS PERVERSOS 3 (Dominada por su amigo)

Aquella mañana de sábado estaba en casa, bastante tranquila. Marcos se había levantado temprano y tras dejarme una nota sobre la mesa en la que decía: "Quiero encontrarte desnuda cuando vuelva". Me desnudé y empecé a preparar el desayuno. Mis pensamientos empezaron a vagar, imaginando cual sería la perversión que se le había ocurrido esta vez a mi novio. A medida que las imágenes se sucedían en mi mente, mi sexo se iba humedeciendo, preparándose para lo que vendría.

Estaba fregando los platos del desayuno cuando oí la puerta abriéndose e inmediatamente la voz de Marcos me anunció:

Ya estoy en casa, cielo.

No pasaron ni cinco segundos cuando sentí sus manos recorrer mi talle y acariciar mi culo. Sentí como pegaba su cuerpo al mío y metía su sexo erecto entre mis nalgas, con el único obstáculo de la tela de su pantalón entre mi piel y la suya. Besó mi nuca y oí como bajaba la cremallera de su pantalón. Abrí las piernas y enseguida noté como su sexo erecto chocaba contra mi vulva. Gracias a la humedad adquirida con mis pensamientos lujuriosos no le costó demasiado penetrarme, al sentir como me llenaba suspiré y eché mi cabeza hacía atrás apoyándola en su hombro. Entonces me dí cuenta, no era Marcos el que acaba de clavármela sino Gustavo, su mejor amigo. Mi primer impulso fue apartarme de él, pero como me tenía atrapada entre su cuerpo y la fregadera no podía, y además, Marcos al darse cuenta me ordenó inmediatamente:

No te muevas, le he prometido a Gustavo que hoy serás su esclava sexual y harás todo lo que te pida. ¿Verdad, Gustavo?

Sí – me susurró al oído - y lo primero que quiero es correrme en tu coñito antes que tú, así que tienes terminantemente prohibido correrte hasta que lo haya hecho yo.

A pesar de la inicial sorpresa, debo confesar que había fantaseado muchas veces con ser follada por Gustavo; sobre todo desde que una de sus novias me había contado que podía aguantar un buen rato sin correrse, y lograr que una mujer tuviera cuatro o cinco orgasmos antes de correrse él. Por eso, saber que no podría hacerlo hasta que lo hiciera él, me causó algo de temor, pero a la vez, también me excitó.

Gustavo empezó a moverse despacio, haciendo que su verga entrara y saliera de mí con extrema lentitud, mientras Marcos se sentaba en la silla de la cocina dispuesto a observar la escena. Me guiñó un ojo y me lanzó un beso provocador. Mientras Gustavo seguía empujando, haciendo que su sexo entrara y saliera del mío y que ese roce me causara un agradable placer, que como pude traté de pensar en otra cosa, ya que sabía que si seguía concentrándome en él me correría en cualquier momento. Gustavo se daba cuenta de ello, por lo que intentó aumentar el ritmo. Empecé a suspirar, tratando de ocupar mi mente en otra cosa que no fuera Gustavo y su miembro penetrándome, pero me era imposible. Miré a Marcos de nuevo, intentando buscar su complicidad, pero parecía que en ese momento prefería quedarse estático observándonos, mientras se acariciaba su verga suavemente por encima del pantalón. Con cada embestida de Gustavo mis gemidos aumentaban y repentinamente oí la voz de Gustavo en mi oído diciéndome:

¿Te gusta como te follo, eh, zorrita?

¡Ah, sí, sí! – Gimoteé sintiendo un agradable cosquilleo en mi sexo.

Te he dicho que no puedes correrte hasta que yo te lo diga o te castigaré. – Me ordenó, viendo que yo cada vez estaba más excitada.

Traté de controlar el deseo y el placer que me hacía sentir, pero me era imposible, sobre todo, porque las caricias de sus manos sobre mis senos desnudos aumentaban aquel placer tan agradable. Lo que hizo que mi orgasmo se precipitará sin remedio. Al sentir las convulsiones de mi sexo y mi cuerpo sobre su sexo, Gustavo pareció enfadarse.

¿Qué te he dicho?

Que no puedo correrme hasta que lo hayas hecho tú.

¿Y acaso lo he hecho?

No.

Se separó inmediatamente de mí, me inclinó sobre la fría encimera de la cocina y con la mano abierta me pegó: una, dos y hasta tres fuertes palmadas sobre mis posaderas. Aguanté el dolor, mientras miraba a Marcos, pero este ya no estaba allí, nos había dejado solos.

No busques a tu amorcito, nos ha dejado solos y no volverá hasta que haya terminado el castigo. Ahora vamos a la habitación – me ordenó cogiéndome del brazo y haciéndome arrodillar en el suelo – pero tú irás a cuatro patas como las perritas.

Obedecí, sabiendo que aquello era lo que Gustavo quería, que me portara como una dócil perrita. Fue un poco incómodo andar a cuatro patas hasta la habitación, pero al fin llegamos. Una vez allí Gustavo me ordenó:

Ponte en pie, y ponte un tanga y los zapatos de tacón.

Saqué un tanga rojo de la cajonera y me la puse y luego unos zapatos de tacón a juego que tenía.

Bien ahora vámonos.

¿Qué? – Pregunté algo sorprendida - ¿Pretendes que salga así a la calle?

Es cierto que no era la primera vez que iba a salir semidesnuda a la calle, pero las otras veces que lo había hecho iba semitapada, ya bien por la gabardina o por el semitransparente vestido que Marcos me había hecho poner y, además, siempre habíamos ido en coche, que casi siempre estaba aparcado en el parking de nuestro edificio y por el que accedíamos en el ascensor. Pero está vez tendría que salir a la calle y caminar hasta el coche de Gustavo y además a plena luz del día.

Claro, vamos, camina, putita.

No tenía otra opción, Gustavo parecía muy decidido así que salimos de mi casa, bajamos en el ascensor y al salir a la calle miré a mi alrededor. Gracias a Dios, no había mucha gente, aunque los pocos que había clavaron su mirada en mí, incluso oí a algunos que decían:

Mira esa tía, va desnuda.

Será una puta – dijo otro.

Gustavo me llevaba cogida de la mano, lo que me hizo sentir más segura a pesar de la vergüenza que estaba pasando. Recé para que el coche estuviera cerca y no tuviéramos que andar mucho trozo. Llegamos hasta la esquina de mi calle (un par de porterías después de la mía) y giramos a la derecha caminando unos metros más hasta llegar al coche de Gustavo. Una vez junto a él, Gustavo me abrió la puerta y me hizo entrar. Luego entró él, arrancó y antes de que saliera del aparcamiento le pregunté:

¿Dónde vamos?

A mi casa, allí tengo los instrumentos de tortura perfectos para castigarte. Y ahora chúpamela – me obligó, empujando mi cabeza hacía su sexo erecto que había extraído del pantalón.

Empecé a chupar el glande sabiendo que más de un conductor se quedaría atónito al ver lo que sucedía en nuestro coche, pero sintiéndome excitada por ello. Lamí aquel dulce instrumento, mientras Gustavo conducía y de vez en cuando gemía. Otras veces, tiraba de mi pelo haciéndome daño para señalarme que lo hacía mal.

Llegamos a su casa y gracias a Dios, aparcó en el garaje, subimos hasta su casa y una vez allí, me llevó hasta una habitación en la que había unas cuantas cadenas colgando del techo y un potro en medio de la habitación. En un lado de la habitación había un armario tipo vitrina con un montón de vibradores e instrumentos de excitación para ambos sexos, además de pinzas, vozales, esposas y látigos, tenía una hermosa colección de látigos de cuero.

Bien, putita, bienvenida a mi sala de tortura. Sitúate bajo esas cadenas – me indicó.

Lo hice e inmediatamente se acercó a mí para elevar mis manos por encima de mi cabeza y abrochar mis muñecas en los grilletes que pendían de las cadenas. Luego, me quitó el tanga, separó mis piernas y también las sujetó con unas cadenas que había en el suelo.

Se acercó a la vitrina y extrajo de ella un vibrador y un látigo.

Vamos a empezar con tu castigo, preciosa.

Yo esperaba ansiosa su próximo movimiento, pues a pesar de la incomodidad de la postura y de saber que iba a ser sexualmente torturada, me excitaba aquella situación, sentirme sometida sabiendo que al final aquel sometimiento tendría su recompensa me excitaba. Mientras Gustavo volvía a acercarse a mí, observé a mi alrededor, a la parte de arriba de la habitación, en busca de una cámara, pues estaba convencida de que todo aquello estaba especialmente preparado para el disfrute de mi querido Marcos, había una justo enfrente de mí y otra detrás.

Gustavo mordió mi hombro al llegar junto a mi, haciéndome daño, luego restregó el vibrador por mi culo diciendo:

Voy a meterte esto en ese lindo conejito, pero no quiero que te corras, ¿entendido? Si veo el menor atisbo de placer en tus ojos este látigo caerá sobre tus blancas y tiernas nalgas, ¿vale?

Vale – acepté, sabiendo que si ponía en marcha el vibrador me sería imposible controlar el placer que me produciría.

Siguió acariciando mi sexo con el vibrador, haciendo que este se humedeciera con mis jugos que ya eran abundantes llegados a aquel punto. Lo puso en marcha y muy despacio lo introdujo en mi sexo, luego lo sujetó a mis piernas con unas correas que tenía para que se mantuviera en su sitio. El dulce cosquilleo que la vibración me producía hizo que gimiera de placer lo que alertó a Gustavo que dejó caer el látigo con fuerza sobre mis nalgas, por primera vez.

Te he dicho que nada de sentir placer, putita – me gritó.

Todo mi cuerpo se revolvió al sentir el golpe del látigo sobre mí, el dolor hizo que el placer desapareciera. Gustavo dio una vuelta a mi alrededor, dejando que el vibrador siguiera haciendo su trabajo en mi sexo. Yo trataba de pensar en otra cosa que no fuera aquel instrumento que se movía en mi interior, pero me era imposible. Volví a gemir y un nuevo latigazo cayó sobre mis nalgas, esta vez con más fuerza que el anterior haciéndome ulular de dolor.

Eso es, grita de sufrimiento pero no de placer – vociferó Gustavo con cara de satisfacción.

Cuando el escozor causado por el latigazo empezó a mitigar, suspiré y traté de serenarme. El vibrador seguía moviéndose dentro de mí, empezaban a dolerme los brazos, pero aún así sentía mi sexo húmedo y excitado. Repentinamente, Gustavo acercó su mano a mi clítoris, y lo acarició, lo que intensificó la sensación de placer que me producía el vibrador, traté de mantenerme impertérrita, sin mostrar ninguna emoción y durante un minuto lo conseguí, pero finalmente tuve que gemir.

¡Maldita puta! – gritó Gustavo – ¡Te he dicho que nada de placer hasta que yo lo decida!

¡Zas!, otro doloroso latigazo, pero esta vez seguido de otro y otro y otro, mientras mi cuerpo se convulsionaba de dolor y el placer se diluía entre el escozor de los latigazos que caían sobre mis nalgas.

Después Gustavo se puso frente a mí, me miró fijamente a los ojos y con su mano buscó mi clítoris y lo pellizcó. No pude evitar gritar de dolor y quejarme, pero Gustavo parecía disfrutar de aquella situación y repentinamente, acercó sus labios a los míos y me besó apasionadamente, mordiéndome el labio inferior. Seguidamente se separó de mí y caminó por la habitación mientras mi cuerpo se calmaba y se recuperaba del dolor sufrido. El vibrador seguía moviéndose y de nuevo oleadas de placer llenaban mi sexo, pero Gustavo se acercó a mi espalda, me desató el vibrador y lo sacó del cálido refugio. Suspiré profundamente, era un descanso sentir que el aparato ya no se movía dentro de mí. Pero entonces empezó una tortura aún más devastadora quizás, sentí que Gustavo se agachaba detrás de mí y comenzaba a morderme las nalgas, primero una, luego otra, de nuevo la otra y así alternativamente. Mientras sus manos acariciaban mis piernas, al llegar a mi húmedo sexo, sentí como hurgaba con sus dedos en él, como acariciaba mi clítoris e introducía un par de dedos en mi vagina. Gemí y sentí una fuerte palmada en la nalga. Se detuvo unos segundos en aquellas caricias y continuó, mientras yo intentaba distraer mi mente para no sentirme excitada, pero me era imposible, sus caricias, sus dedos moviéndose dentro y fuera de mí, su lengua en mi clítoris me transportaban irremediablemente al mundo del placer.

Repentinamente se puso en pie, y dijo:

Ahora seré yo quien te folle, pero no quiero que te corras, ¿entendido, putita?

Sí – afirmé moviendo también la cabeza.

Antes de nada, me quitó los grilletes de los pies para que pudiera abrir más las piernas, se colocó detrás de mí, me cogió de las caderas y las atrajo hacía él para que sacara mi culo, enseguida sentí su sexo empujando en la entrada del mío para penetrarme, y como de un envite lo metía hasta el fondo. Gemí y sin darme tregua, Gustavo dio tres fuertes empujones, haciendo que su sexo entrara y saliera de mí sin darme descanso, luego la sacó por completo, me dejó descansar unos segundos y de nuevo, volvió a penetrarme bruscamente, dando unos cuantas fuertes embestidas más. Yo estaba destrozada, su fuerza me hacía daño, pero a la vez, sentir su sexo entrando y saliendo de mi, me producía una agradable sensación de placer, deseaba correrme pero él me lo impedía cada vez que me la sacaba por completo y me dejaba descansar unos segundos.

Finalmente se puso frente a mí, volvió a besarme mordiendo mis labios y luego descendió a mi cuello que lo lamió y mordió con fuerza, siguió descendiendo con su lengua hasta mis senos, donde también se detuvo para chupetearlos, lamerlos y finalmente morderlos produciéndome una gran dolor. Siguió su camino ascendente hasta mi sexo y también allí se detuvo a lamer y chupetear mi clítoris, y mordisqueándolo con fuerza hasta hacerme gritar de dolor. Se puso en pie y yo ya sólo sentía el dolor en ese momento, pero de nuevo sin darme descanso, me cogió las piernas, me instó a que las enrollara alrededor de su cintura mientras él me aupaba y con gran maestría volvió a penetrarme dejándome caer sobre su erecta verga. De nuevo, sus fuertes embestidas me llevaron al borde de placer en varias ocasiones, pero siempre se detenía justo en el instante anterior a que llegara mi orgasmo. Eso me desesperaba, era la peor de las torturas sentir placer y poder desahogarse nunca.

Pensaba que en alguna de esas ocasiones, dejaría que me corriera por fin, pero finalmente no fue así. Se separó de mí y me desató diciéndome:

Ahora ponte sobre el potro boca abajo.

Hice lo que me ordenaba, me ató los pies y las manos a las patas del potro, de manera que mis piernas quedaran bien abiertas y la postura me resultara incómoda. Acarició mi espalda, luego mi culo y finalmente introdujo un par de dedos en mi vagina.

Eres toda una putita, y ahora te quedarás aquí sola hasta que yo decía venir a follarte. ¿Entendido?

Sí – acepté.

Tras eso, Gustavo salió de la habitación. Me sentía muy excitada y a la vez cansada y supongo que ese cansancio fue el que hizo que cayera en un profundo sueño.

No sé cuanto tiempo estuve dormida, sólo sé que un fuerte latigazo en mis nalgas me despertó. Era Gustavo.

Despierta, putita, que voy a follarte para que te corras.

Y antes de que pudiera darme cuenta, Gustavo ya estaba detrás de mí, y empezaba a empujar con su sexo para penetrarme nuevamente. Sentí como empujaba con fuerza y me penetraba, y como sujetaba con fuerza mis caderas para arremeter con energía. Sus embestidas eran cada vez mas fuertes, pero poco a poco produjeron el efecto esperado y todo mi cuerpo empezó a convulsionarse de placer, un agradable cosquilleo renació en mi sexo y poco a poco fue extendiéndose por todo mi cuerpo, hasta que me corrí. Gustavo también a punto de correrse, sacó su verga de mí y la acercó a mi boca diciéndome:

Anda, traga, zorrita, trágate mi leche.

Hice lo que me ordenaba y tragué hasta que ya no salió más. Tras eso, Gustavo me desató. Me hizo levantar y me llevó hasta el baño, allí me dejó sola para que me duchara. Cuando terminé me sentía terriblemente agotada, pero también satisfecha. Gustavo me acompañó de vuelta a mi casa. La casa estaba completamente vacía. Gustavo me dejó una cinta de vídeo que me dijo debía darle a Marcos y se despidió. Tras eso me acosté y no fue hasta la mañana siguiente que Marcos me despertó, en su cara una sonrisa perversa me anunciaba que aquel domingo también habría algún juego perverso al que jugar....

Mujer Sensual (27 de septiembre de 2007)