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Esclava de tus deseos (2)

en Dominación

ESCLAVA DE TUS DESEOS (2)

(RESUMEN PRIMER CAPITULO: Amparo es sometida a una prueba para convertirse en la sumisa de Néstor y tras superarla, lo consigue, pero a pesar de todo no logra que él la haya suya como desea. (Para leerlo: http://www.todorelatos.com/relato/57473/)

- No pensé que utilizaría la habitación de castigo tan pronto – dijo al entrar.

La habitación tenía un potro en un rincón, con unas correas en las patas; al otro lado de la habitación había unas cadenas colgando del techo; además de varios látigos y varas colgados en la pared. También había una cómoda con varios cajones junto al potro.

Néstor me llevó hasta las cadenas y ató mis muñecas con los grilletes, luego izó las cadenas, ya que estás podían subir y bajar, y me dejó con los brazos por encima de mi cabeza y tocando el suelo sólo con los dedos de mis pies. La postura era bastante incómoda y enseguida empecé a sentir la mortificación propia de esta. Me dolían los brazos y los dedos de mis pies. Vi como Néstor cogía un látigo y ante el inminente golpe, cerré los ojos y esperé. El primer latigazo cayó sobre mis nalgas, e hizo estremecer todo mi cuerpo y que un quejido escapara de mi garganta, tras ese vinieron otros, uno tras otro, lo que me obligaba a gritar sin cesar; no sé cuantos latigazos me dio Néstor, porque después del cuarto ya perdí la cuenta, sólo sé que oía el látigo moviéndose en el aire y cayendo sobre mi delicada piel, una y otra vez. El dolor empezó a quemarme la piel y cuando los latigazos se convirtieron en algo insoportable le supliqué a Néstor:

- ¡No, por favor, no, seré buena, lo prometo pero deja de pegarme ya! ¡Aaaaahhhhh!

- Nadie va a oírte, puedes gritar tanto como quieras, la habitación está insonorizada y por mucho que te quejes no vas a obtener mi clemencia, sabes que te mereces este castigo – argumentó Néstor mientras seguía pegándome.

Pero lo curioso de todo aquello era que cuanto más gritaba y más adolorida estaba, Néstor parecía estar más excitado, su verga se alzaba erecta como nunca antes la había visto y no pude evitar sentirme excitada también. Sobre todo cuando Néstor dejó de azotarme y acercándose a mí espalda, me cogió por las caderas, me hizo abrir bien las piernas y sin más me penetró.

La primera embestida fue dolorosa, sobre todo porque me cogió por sorpresa después del calvario pasado a causa de los azotes, pero poco a poco el dolor fue confundiéndose con el placer y empecé a disfrutar del momento. Aún así, Néstor empujaba con brusquedad, con furia, como si quisiera que la penetración formara también parte del castigo; pero para mí era una dulce condena; pues por fin había logrado lo que tanto había ansiado hasta ese momento. Le tenía dentro de mí, estaba sintiendo su pene entrando y saliendo de mí, dándome un placer exquisito. Néstor empujaba cada vez con más fuerza y en cada embestida sentía como me dolían los brazos al tirar de las cadenas. También sentía la quemazón de los latigazos en mi culo, pero nada de eso me importaba en ese momento, sólo sentir a mi Amo y darle el placer que con tanta furia buscaba.

Ambos gemíamos como animales en celo, ambos ansiábamos llegar a la culminación de aquel placer, éramos como dos llamas ardiendo con furia, y finalmente sentí como Néstor daba un fuerte y brusco empujón vaciándose por fin en mí, lo que hizo que también mi orgasmo se desatara y me produjera un placer que nunca antes había sentido.

Cuando dejamos de convulsionarnos, Néstor besó mi hombro, se separó de mí e hizo descender las cadenas, lo que hizo que cayera de rodillas sobre el suelo, ya que mis piernas, por el esfuerzo realizado no me mantenían en pie. Luego me senté sobre el suelo, me apoyé sobre la pared que estaba a escasos centímetros de mí y oí que Néstor decía:

- Hoy dormirás aquí. Buenas noches.

Salió de la habitación apagando la luz y cerró la puerta…

 

Me despertó el ruido de las cadenas y la sensación de ligereza que me provocó el sentirme libre de los grilletes que apresaban mis muñecas. Néstor las estaba desatando y cuando terminó, me miró y dijo:

- ¡Buenos días!

Y entonces tomó mi cara entre sus manos, acercó sus labios a los míos y me besó. Aquel besó me dejó totalmente descolocada, ya que era el primero desde que habíamos empezado con aquella relación. En realidad, aquella mañana, hubo muchas cosas de las que hizo que me dejaron desconcertada. Por ejemplo, todo lo que hizo a continuación.

Me cogió en brazos y me llevó hasta el baño donde había llenado la bañera de agua caliente. Me introdujo en ella y me bañó, pasando la esponja suavemente por toda mi piel, pero sobre todo y con mucho cuidado. por la zona castigada de mis nalgas. También acarició mi sexo con la esponja muy delicadamente y finalmente me ordenó:

- Sal de la bañera.

Yo obedecí y entonces él me envolvió en una toalla. Secó mi piel con cuidado y cuando estuve totalmente seca, abrió uno de los armarios del baño y sacó una crema y empezó a untarla sobre mis nalgas.

- Esto es para que cicatricen bien las heridas, para que sanen – apuntó.

Cuando terminó de aplicar la crema, besó mi nalga y añadió:

- Ya puedes vestirte, en tu habitación tienes la ropa que debes ponerte preparada y no te pongas ropa interior debajo.

- Sí, señor – afirmé saliendo del baño.

Como me había dicho, sobre la cama había una blusa semitransparente y una falda corta y estrecha, me las puse y me miré en el espejo que había en la puerta del armario. Me quedé impresionada al ver mi imagen, tan distinta a la que había utilizado hasta ese momento. La mujer que veía en el espejo, era una mujer más adulta, pero también más sexual y erótica. Por un momento sentí cierta vergüenza al pensar que tendría que salir así a la calle, con aquella blusa que dejaba entrever mis pezones desnudos y aquella falda que apenas tapaba mi culo, y empecé a imaginar lo que dirían mis compañeras al verme. Aún así, me armé de valor, no quería hacer nada que desagradara a mi Amo y que hiciera que me aplicara un nuevo castigo como el sufrido aquella noche pasada, aunque al final de este hubiera logrado el premio que tanto había ansiado.

Una vez vestida salí al comedor, donde Néstor me estaba esperando para llevarme al trabajo. Esa era otra de las condiciones que había tenido que aceptar para ser su sumisa. Al llegar frente al edificio donde trabajaba me dijo:

- Cuando salgas no te entretengas, tenemos cosas que hacer.

- Sí, señor – fue mi respuesta.

Ya en el trabajo, mis compañeras se quedaron alucinadas al verme vestida de aquella forma tan indecente, incluso alguna me preguntó bromeando si venía de hacer la calle.

-. ¿Y entonces? – me preguntó Elba, mi mejor amiga. – Pareces un putón verbenero – no le había gustado nada mi modo de vestir, por eso me preguntó porque me había vestido así.

- A Néstor le gusta que vaya así.

- Vaya, el famoso Néstor. A ver cuando me lo presentas – añadió Elba – ese tipo tiene que ser muy persuasivo para lograr que te vistas así sólo porque a él le gusta.

- Un día de estos te lo presento y no sólo ha sido su persuasión lo que me ha convencido – dije.

Y en realidad, era cierto, no era sólo el poder de persuasión de Néstor lo que me obligaba a obedecerle en toda y cada una de las cosas que él me pedía, era algo más, era aquel amor ciego y enfermizo, quizás, que sentía hacía él. Ese amor que me había obligado a aceptar ser su sumisa antes de resignarme a perderlo para siempre.

El resto del día no fue muy diferente, incluso mi jefe me llamó la atención por el modo en que iba vestida, pero ante él no pude justificarme. Lo curioso es que no dejó de mirarme y devorarme con los ojos durante todo el día. Y estoy segura que si hubiera podido me hubiera follado sobre su mesa sin pensárselo dos veces.

Cuando por fin llegó la hora de salir, a las seis de la tarde, me sentí incluso aliviada, no sólo porque me libraría de las miradas indecentes de mis compañeros, sino porque por fin estaría de nuevo con Néstor. Durante todo aquel día había estado como flotando, mientras recordaba como me había hecho el amor la noche anterior, mientras mi cuerpo pendía de aquellas cadenas de castigo. No podía olvidar el mejor de mis orgasmos y menos al hombre que me lo había proporcionado. Aquello no había hecho más que aumentar mi amor por él, y con ello mi dependencia.

Bajé en el ascensor con mis compañeras y al llegar a la puerta Elba me dijo:

- ¿Te vienes a tomar algo?

Miré enfrente y aparcado en el otro lado de la calle estaba el coche de Néstor y él observándome detenidamente.

- No, hoy no puedo, Néstor me espera – me excusé - otro día, quizás.

- Esta bien, hasta mañana. Y no vengas vestida como una putita – me indicó Elba. Al escuchar aquello mis mejillas se sonrojaron avergonzadas

Corrí hacía el coche de Néstor como una colegia lo haría hacía el coche de su padre, y subí. Tras cerrar la puerta Néstor me preguntó:

- ¿Qué te han dicho tus amigas? ¿Te han invitado a tomar algo?

- ¿Cuándo, ahora? – pregunté retóricamente – sí.

- Si alguna vez quieres salir con ellas, sólo tienes que pedirme permiso para hacerlo, ¿de acuerdo?

- Sí, señor.

- Pero debes saber que quizás cuando estés con ellas te pida que hagas algo especial conmigo.

- Vale – acepté sin saber a que se refería exactamente, pero sabiendo que quizás no tardaría en saberlo – Los domingos por la tarde solemos salir a tomar algo – le avisé.

- Bien, pues entonces el domingo, como siempre, saldrás con ellas.

- Sí, señor – afirmé.

Néstor arrancó y nos dirigimos hacía el centro de la ciudad. Después de unos cinco minutos de viaje, Néstor aparcó el coche frente a un sex-shop, en el cual entramos.

En el mostrador había una chica que nada más entrar saludó a Néstor muy amigablemente:

- ¿Qué tal, Néstor? Hacía tiempo que no nos veíamos.

- Sí, desde que dejé a Marga.

- ¿Es tu nueva sumisa? – Preguntó la chica mirándome de arriba abajo.

- Sí ¿Está Paco? ¿Quiero que la anille?

- Claro, ya sabes, por la puerta y al fondo de la trastienda.

- Gracias, preciosa – respondió Néstor, tras lo cual, le dio un piquito a la chica en los labios.

Yo me sentí celosa al ver aquel beso, quizás porque desde que había empezado a ser su sumisa, Néstor sólo me había dado un beso en los labios. Y ante aquel gesto tan amigable pensé que seguramente aquella chica había sido besada por Néstor muchas más veces que yo.

- Vamos – me ordenó Néstor y lo seguí.

Entramos por la puerta que nos había indicado la chica. La trastienda era oscura y caminamos entre cajas y objetos hasta un pequeño despacho que estaba pobremente iluminado. Néstor llamó a la puerta y entró. Dentro había un hombre de unos treinta años.

- Hola Néstor, que agradable sorpresa – saludó el hombre.

- Sí, te traigo a mi nueva sumisa para que le hagas un trabajito.

- De acuerdo, tú dirás.

Entonces, Néstor sacó una pequeña cajita de su bolsillo, la abrió y se la enseñó a Paco. En la cajita había una medalla con una corta cadenita y una anilla al final de la cadenita, la cual sujetaba la medalla. En esta pude leer una trascripción que decía: "Mía" y por el anverso estaban las iniciales de Néstor. Néstor le dijo a Paco:

- Quiero que se la pongas de los labios vaginales, ya sabes, como siempre, un pequeño agujero ahí para que entre la anilla.

Al oír aquellas palabras me asusté y no pude evitar pensar en el daño que aquello me haría, por lo que le pregunté a Néstor:

- ¿Pretendes que me pongan eso en mi sexo? ¿Tú estás loco? Me hará daño y… - Néstor me calló de una fuerte bofetada en la mejilla.

- ¡Cállate, zorra! Sabes que no eres tú quien decide esas cosas y también sabes que serás castigada sino acatas mis órdenes y deseos, quiero que te anillen y dejarás que te lo hagan. ¿Vale? – Me dijo, pegando su cara a la mía y cogiéndome con fuerza del brazo haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera de miedo.

De nuevo aquel desdén dibujado en sus ojos me hizo odiarle. No me gustaba cuando mostraba aquel menosprecio por mí y por mis deseos, pero una vez más bajé la cabeza y en nombre del amor que sentía hacía él, obedecí.

- Sí, señor – fue lo único que fui capaz de decir.

Entonces Néstor me soltó y me ordenó:

- Siéntate ahí y deja que Paco haga su trabajo.

Me senté en una especie de camilla que había. Paco se sentó frente a mí y me ordenó:

- Abre bien las piernas, preciosa. Y no te preocupes, te pondré un poco de hielo para adormecer la zona y no notarás casi nada de dolor.

Hice lo que me indicó Paco y dejé que hiciera lo que debía hacer confiando en aquellas palabras.

En realidad, el dolor fue menos del que esperaba, pero aún así no pude evitar emitir algún quejido por el sufrimiento que aquello me causaba en un par de ocasiones, una cuando Paco hizo el agujero y otra cuando puso la anilla en este.

- Bien, ya está. Recuerda que durante estos primeros días quizás te salga un poquito de sangre, deberás curarte la herida dos veces al día con agua oxigenada y un poco de yodo hasta que cicatrice completamente. ¿De acuerdo?

- Sí – Afirmé.

E iba a bajar de la camilla cuando Paco dijo:

- ¿No vas a pagarme el servicio?

Le miré sin entenderle y vi que tenía su sexo erecto entre las manos. Evidentemente quería que le hiciera una mamada.

- No – respondí descaradamente.

- ¿Alba, qué has dicho? – me preguntó Néstor como si no me hubiera oído. La furia se dibujaba en sus ojos.

- Que no voy a mamarle la verga a este…

Néstor me cogió de la nuca con fuerza, me hizo arrodillar antes el miembro erecto de Paco y me ordenó:

- ¡Chúpasela ahora mismo! Y hazlo bien o el castigo será más severo que de el ayer.

Viendo que no tenía alternativa, cogí el sexo de Paco entre mis manos y empecé a lamerlo. Era la primera vez que en cierto modo, iba a ser infiel a la persona que amaba y además mientras él nos observaba impasible. Es decir, con su consentimiento. Me sentía extraña en aquella situación, pero creo que fue en ese momento cuando comprendí lo que significaba ser la sumisa de alguien y tener que obedecer siempre sus deseos.

Lamí aquel sexo tan bien como pude, venciendo la repulsión y la desazón que me causaba hacerlo a otro hombre que no fuera Néstor. Chupé la polla y traté de concentrarme en darle placer y cuando Paco empezó a gemir anunciando el orgasmo oí la voz de Néstor diciéndome:

- ¡Trágatelo todo y no dejes ni una gota!

Cuando el semen empezó a salir, traté de tragarlo sin dejar ningún resto, como Néstor me había pedido. Paco empujaba hacía mi boca, mientras su leche salía. Finalmente sentí que ya había terminado de salir la leche y lamí el pene dejándolo completamente limpio.

- Muy bien, putita. Vámonos a casa, tenemos un castigo pendiente por tu desobediencia – dijo Néstor tirando de mi brazo para hacerme levantar.

Salimos del sex-shop y tras subir al coche, salimos hacía la casa.

Durante todo el viaje fui pensando y tratando de imaginar el castigo al que Néstor me sometería. No sabía si alegrarme o sentirme acongojada, ya que sabía que probablemente me azotaría, pero al final de los azotes vendría mi ansiado premio, ese que tanto deseaba y tan poco había disfrutado. Tenerle de nuevo dentro de mí. Y pensé que quizás por eso lo soportaba, que esa era la única razón por la que era capaz de aguantar cada golpe que Néstor me propinaba, porque sabía que al final recibiría la ansiada recompensa, su esencia dentro de mí.

Llegamos a casa y casi en bolandas, Néstor me llevó hasta la habitación de castigo, allí me desnudó arrancándome la falda y la blusa y una vez desnuda me ordenó:

- Colócate sobre el caballete, boca abajo y con las piernas bien abiertas, paralelas a las patas.

Hice lo que me ordenaba, pero al ver que en lugar de atarme a las cadenas esta vez me ataba al potro pensé que el castigo sería diferente y que quizás no habría premio al final de este.

Una vez colocada y atada de pies y manos a las patas del caballete Néstor también se desnudó. Luego cogió una vara, al final de la cual había como una pequeña mano abierta, y también vi que de uno de los cajones de la cómoda sacaba algo, aunque hasta que estuvo junto a mí no pude ver lo que era….

Mujer Sensual (Marzo 2008)