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Esclava de sus deseos

en Dominación

ESCLAVA DE SUS DESEOS

- Desnúdate – me ordenó Néstor.

Yo estaba sumamente nerviosa, era nuestro primer encuentro y era inevitable para mí sentirme inquieta, pues además era la primera vez que hacía aquello, convertirme en la esclava de alguien y tratar de acatar cada orden. Pero lo hacía por él, porque le amaba, me había enamorado de él nada más verle, unos meses atrás y desde ese primer instante deseaba ser suya, por eso estaba allí, por eso había aceptado sus condiciones y por eso trataba de comportarme como él esperaba que hiciera.

Las manos me temblaban, pero aún así me desnudé quitándome la ropa que Néstor me había ordenado que llevara para aquella primera ocasión, una estrecha falda y una blusa blanca semitransparente. Debajo, sólo unas medias con liguero, nada más y por supuesto los zapatos de tacón.

- Muy bien, ahora acércate aquí – Néstor estaba sentado sobre la cama, observándome desde sus intensos ojos negros, los que me habían embrujado aquella primera vez.

Me acerqué a él, y sentí como adentraba su mano entre mis piernas hasta alcanzar la humedad de mi sexo lampiño.

- ¡Uhm, estas excitada, perfecto! Ahora quiero que te acuestes sobre la cama y empieces a acariciarte y que lo hagas mostrándome tu sexo.

Me acosté sobre la cama, dirigiendo mi sexo hacía él y muy suavemente empecé a acariciármelo mientras me hundía en la profundidad de sus ojos negros y trataba de imaginar como besarían aquellos abultados labios rojos que me llamaban poderosamente la atención.

- Sin introducirte los dedos – me ordenó – acaríciate solo los labios, el clítoris.

Mis dedos se movían sinuosos sobre mi vulva, mientras él me observaba. Empecé a gemir excitada, mi sexo se iba humedeciendo cada vez más gracias a las caricias que yo misma me prodigaba, manoseaba unas veces el clítoris con suavidad y otras mis labios vaginales. Estaba a mil y sólo deseaba que él se acercara y me acariciara o me besara, pero nada de eso sucedió. Néstor se limitó a actuar como un simple espectador mientras me daba ordenes que yo obedientemente acataba.

- Ahora lame tus propios jugos de tus dedos – me pidió Néstor.

Y aunque era la primera vez y sentía cierta repulsión, sobre todo porque pensaba que no me gustaría el sabor, yo lo hice; no podía entender como Néstor ejercía ese poder sobre mí, pero así era, hacía todo lo que él me pedía. Desde que le había, había deseado ser suya, aún a pesar de saber que le gustaba el mundo de la dominación. No me importaba ser su sumisa, sólo quería estar con él, sentirle, tenerle cerca y ser suya.

- Muy bien. Ahora ponte a cuatro patas y muéstrame tu culo.

De nuevo obedecí, poniéndome en cuatro y exponiendo mi culo descaradamente. Lo moví de un lado a otro, contorsionándome para él.

- Introdúcete un dedo en el ojete – me pidió esta vez.

Dirigí mi mano derecha a mi culo y con cierta dificultad me introduje la punta del dedo índice. Un gemido de dolor escapó de mi garganta.

- ¿Eres virgen por ahí? – Me preguntó Néstor.

- Si – afirmé.

- Bien, eso lo solucionaremos pronto. Ahora ábrete bien las nalgas con ambas manos.

Lo hice y entonces sentí su lengua lamiendo mi agujero trasero y tratando de penetrar en él. Todo mi cuerpo se estremeció ante aquella inesperada caricia, pero el placer aumento cuando dirigió su lengua a mis labios vaginales y los lamió también, introduciendo en mi agujero vaginal aquella húmeda lengua. Estaba inmersa en las sensaciones que me producía cuando repentinamente Néstor dejó de lamerme y me ordenó:

- Ponte de rodillas mirándome a mí e introdúcete esto.

Me dio un consolador y yo sumisa me lo introduje y empecé a moverlo dentro y fuera de mí, una y otra vez; mientras él me observaba excitado, con la mano sobre su sexo hinchado. Pensé que aquello le provocaría, que haría que se dejara de juegos y se acercara a mí para follarme, pero una vez más me equivoqué, porque siguió observándome, mientras mi cuerpo se estremecía de placer y dijo:

- Muy bien, mi putita. Lo estás haciendo muy bien. Ahora quiero que te corras, así que mueve ese aparato más rápido.

Hice lo que acababa de ordenarme y empecé a mover el consolador deprisa, dentro y fuera de mí, logrando que todo mi cuerpo se estremeciera una y otra vez, cada vez con más intensidad y que los gemidos de placer llenaran aquella habitación, hasta que me corrí entre suspiros y espasmos de placer, cayendo rendida sobre la cama.

Néstor seguía observándome, en su cara se dibujaba el placer, sus ojos brillaban como luces de neón en una fachada. Su mano escondida dentro del pantalón que llevaba no dejaba de moverse.

-Ahora arrodíllate ante mí y chúpamela – fue su siguiente orden.

Así que me postré ante él, arrodillada entre sus piernas, le desabroché el pantalón con sigilo para que aquel momento durara más, quería torturarle con mi lentitud, igual que él lo hacía con su indiferencia; saqué su sexo erecto y acercando mi boca a él lamí el glande con suavidad. Luego seguí chupeteando y lamiendo el tronco, de arriba abajo varias veces mientras le miraba tratando de adivinar en cada uno de sus gestos o sus gemidos si le gustaba como lo estaba haciendo. Llegué hasta los huevos y les dediqué un tratamiento especial, lamiéndolos, chupeteándolos, introduciéndomelos en la boca. Néstor gemía y se convulsionaba con cada caricia que mi boca le prodigaba a su hermoso pene, lo que me indicaba que lo estaba haciendo bien. Ascendí de nuevo hasta el glande y volví a introducirme la polla en la boca. Continué lamiéndola un buen rato, hasta que a punto de correrse, Néstor me ordenó:

- ¡Déjalo ya!

Su voz sonó más firme e inflexible que anteriormente, así que saqué su sexo de mi boca y esperé su siguiente orden.

- Ahora quiero que salgas desnuda a la terraza – me pidió.

- ¿Qué? No pienso hacerlo – protesté – puede verme alguien y…

Y antes de que pudiera continuar protestando, Néstor me abofeteó y me ordenó:

- Sal a la terraza, zorrita, sabes que debes hacer todo lo que te pida si quieres ser mi sumisa ¿no?

- Sí – respondí bajando mi mirada al suelo, tenía razón, había aceptado hacer todo lo que él me pidiera y lo último que deseaba es que al final de aquella sesión me dijera que no quería saber nada más de mí. Así que servil lo hice, abrí la puerta que salía a la terraza y salí. Néstor me siguió, tras haberse arreglado la ropa.

- Apóyate sobre la baranda.

Lo hice, la gente desde la calle me observaba, y a pesar de que me sentía avergonzada, sabía que aquello era necesario para superar la prueba y convertirme en su esclava, como yo deseaba.

Néstor se acercó a mí, se colocó a mi lado y mientras "observábamos" a la gente pasar, su mano se deslizó hasta mi sexo y muy suavemente empezó a acariciar mi entrepierna. Buscó mi clítoris y se dedicó a acariciarlo suavemente marcando círculos a su alrededor. Empecé a excitarme nuevamente, de tal manera que poco a poco fui olvidándome que estábamos en una terraza que daba a la calle y que cualquiera que pasaba podía vernos. Los dedos de Néstor se movían sabiamente sobre mí clítoris, de manera que el placer iba subiendo poco a poco, aumentando hasta alcanzar el punto culminante y logrando que

me corriera de placer. El orgasmo fue de tal intensidad que mis piernas flaquearon y Néstor tuvo que sujetarme para que no cayera al suelo de rodillas.

- Bien, ahora vamos dentro – me ordenó, cuando pude de nuevo mantenerme en pie por mi misma.

Entramos en la habitación y Néstor me dijo:

- Está bien, veo que puedo confiar en ti, y que estás hecha para ser una esclava. Quizás algunas de tus actitudes haya que mejorarlas, pero con disciplina lo haremos. Así que a partir de mañana serás mi sumisa. Te trasladaras a vivir conmigo y aunque conservarás tu trabajo, cuando estés en casa, te dedicarás única y exclusivamente a satisfacer todos mis deseos. ¿De acuerdo?

Afirmé con la cabeza, me sentía feliz por haber logrado lo que tanto deseaba. Néstor siguió hablando:

- Harás todo lo que yo te ordene, sin rechistar. Me llamarás siempre señor y cuando me desobedezcas o hagas algo de modo diferente a como yo quiero, serás severamente castigada. Ahora vístete y nos vamos a tu casa para que recojas tus cosas.

Lo hice mientras también él se vestía.

Una vez en mi casa, abrí una maleta y la llené con mi ropa, entretanto Néstor me observaba impasible.

- Coge solo lo justo y quizás cambiemos un poco ese vestuario tan serio que llevas. Mañana enviaré a alguien a por el resto de tus cosas.

Su actitud pasiva me ponía de los nervios, deseaba que me diera alguna señal de que se sentía atraído hacía mí, era una mujer joven, acababa de cumplir los 25 y también era hermosa, por lo menos eso decían mis amigos y conocidos. Por eso su actitud pasiva ante mí, como si mi cuerpo no le atrajera lo más mínimo me ponía de los nervios.

Terminé de hacer la maleta, y antes de salir de la habitación Néstor me ordenó.

- ¡Chúpamela antes de que salgamos de esta casa! – Aquella súplica me pilló por sorpresa, pero una vez más obedecí.

Néstor se sentó sobre la cama y sacó su sexo erecto. Yo me arrodillé entre sus piernas sobre el frío suelo. Así el sexo con una mano, acerqué mi boca, saqué la lengua y empecé a lamer el glande. Pasé la punta de mi lengua sobre el escroto y lamí las gotas de líquido preseminal que salían; luego me metí todo el glande en la boca, chupeteándolo como el más delicioso de los manjares. Néstor enredó sus manos en mi pelo y empezó a empujar levemente mi cabeza sobre su sexo. A la vez, también empujaba su pelvis hacía mi boca, lo que hacía que el pene entrara más en mi garganta y un par de veces tuviera que apartarme, pues me sobrevenían arcadas.

- ¡Vamos, zorra, chupa, lo haces muy bien!

Seguí lamiendo y chupando aquel sexo, pasando la lengua por todo el tronco y poniéndome a mil. Mi sexo estaba cada vez más húmedo, pues necesitaba y deseaba que Néstor me poseyera, necesitaba sentir su verga dentro de mí, pero no sabía porque hasta aquel momento no había querido poseerme. Aquello me frustraba, y hacía que lamiera con más devoción aquel sexo para que viera que podía hacerlo bien y que era digna de recibir su sexo en mí. Quería provocarle, excitarle para que me poseyera y me hiciera completamente suya. Y a pesar de mis caricias bucales sobre aquel hermoso pene, con las cuales logré que se corriera una vez más, no conseguí el ansiado premio de ser follada por mi Amo.

Tras eso, salimos de aquella casa a la que ya no volvería y me dispuse a encarar una nueva vida y una nueva situación junto a mi Amo.

Llegamos a casa de Néstor y este me dio un par de indicaciones más mientras me enseñaba la casa.

- En casa irás siempre desnuda, con medias y zapatos de tacón y como mucho, podrás ponerte un delantal cuando estés haciendo las faenas ¿De acuerdo?

- Sí, señor – respondí actuando como una perfecta sumisa.

- Esta será tu habitación – dijo enseñándome una habitación con una cama individual, un armario y una silla. Caminamos unos pasos más – Esta es la mía.

Era una habitación con una cama de matrimonio, un gran armario y un sofá pequeño, al lado estaba el baño y junto a él, justo en frente de su habitación había otra puerta, supuse que otra habitación, pero Néstor no me la enseñó.

- Bien, ahora puedes deshacer tu maleta, luego te desnudas, te pones el delantal y haces la cena.

Hice lo que me ordenaba y tras deshacer la maleta me dirigí a la cocina. Él se quedó sentado en el comedor mirando la televisión.

Empecé a hacer la cena y estaba inmersa en los preparativos, cuando sentí que se acercaba. Entró en la cocina y pegándose a mi cuerpo por detrás me preguntó:

- ¿Cómo van esos preparativos?

- Bien.

Entonces dirigió sus manos a mi sexo por debajo del delantal y empezó a acariciar mi clítoris suavemente. Un dulce gemido escapó de mi garganta.

- Sí te portas bien, dejaré que te desahogues y tengas un momento de placer sexual.

Al oír aquellas palabras me alegré, y empecé a imaginar como sería aquel momento en el que quizás dispondría por fin de su sexo y lo tendría dentro de mí.

Se apartó de mí y yo seguí haciendo la cena, al terminar puse la mesa y una vez estuvo todo listo le indiqué a Néstor:

- La mesa está lista, señor. Ya podemos cenar.

- Bien.

Nos sentamos en la mesa y Néstor me hizo algunas indicaciones:

- Cuando comamos quiero que estés en completo silencio y no puedes decir absolutamente nada, me gusta ver las noticias tranquilo ¿De acuerdo?

- Sí, señor – acepté.

Empezamos a comer y permanecimos en silencio durante toda la cena.

Terminamos de cenar y tras tomar el postre y antes de quitar la mesa Néstor me ordenó:

- Levántate y siéntate en el sofá.

Lo hice.

- Ahora abre bien las piernas y mastúrbate.

Hice lo que me ordenaba y abrí las piernas empezando a masturbarme. Comencé a mover mis dedos sobre mi húmedo sexo y a sentir el placer que estos me producían. Y estaba inmersa en las sensaciones que sentía, con los ojos cerrados, cuando noté la húmeda lengua de Néstor lamer mi sexo. Abrí los ojos y vi su cabeza entre mis piernas, así que me dejé hacer. Néstor movía su lengua muy sabiamente sobre mi sexo, lentamente, recorriendo cada recoveco, cada centímetro, sin descuidar ni uno y haciéndome gemir y estremecer de deseo. Sentía su lengua ahora en mi clítoris, chupándolo y lamiéndolo mientras gemidos de placer escapaban irremediablemente de mi garganta. Luego su lengua descendía a mis labios vaginales, buscaban mi agujero y se introducían en él como un pequeño pene. Oleadas de placer hacían temblar todo mi cuerpo y poco a poco el cosquilleo del deseo crecía entre mis piernas al mismo ritmo que lo hacía mis gemidos y que mi respiración se agitaba. Néstor sabía que estaba a punto de correrme y por eso dirigió su lengua hacía mi clítoris y le aplicó un fuerte chupeteo, mientras introducía un par de dedos en mi vagina y los movía dentro y fuera, dentro y fuera, hasta que todo mi cuerpo estalló en un maravilloso y placentero orgasmo. Cuando dejé de convulsionarme Néstor acercó sus dedos a mi boca y me ordenó:

- Chúpalos.

Lo hice y me quedé mirándolo a los ojos, deseando que aquellos rojos e intensos labios me besaran apasionadamente, pero en lugar de eso, Néstor se levantó y me dijo:

- Ahora ya puedes quitar la mesa e ir a fregar los platos.

Me levanté, quité algunos platos de la mesa y me dirigí a la cocina. Poco a poco fui quitando la mesa, mientras Néstor se quedaba en el sofá viendo la televisión. Cuando terminé empecé a recoger la cocina y estaba en ello, cuando oí que Néstor desde la puerta me decía:

- Me voy a la cama. Te espero allí, no tardes.

Aquellas palabras me sonaron a música celestial; por fin iba a tener algo más que una simple mamada de Néstor y no era que lo que me había hecho no me hubiera

satisfecho, pero es que necesitaba más, necesitaba sentirle dentro de mí, necesitaba sentir que la dependencia que había empezado a tener hacía a él tenía sus frutos y sus compensaciones. Por eso, pensé que podía dejar los platos para fregar por la mañana. Me dirigí hacía la habitación de Néstor y al llegar me preguntó:

- ¿Ya has terminado?

- Sí – respondí.

- ¿Lo has hecho todo? – Me preguntó como si sospechara que había algo que no había hecho.

- Bueno, he dejado los platos para fregar mañana por la mañana.

- ¿Qué? Te dije que los fregaras y cuando te ordeno algo debes hacerlo inmediatamente.

Se puso hecho una furia y esa actitud me asustó, sobre todo cuando se levantó de la cama, desnudo, y cogiéndome del brazo con brusquedad me arrastró hasta la habitación que quedaba frente a la suya…

Mujer Sensual (Marzo 2008)