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Juegos perversos (12: Violación)

en No Consentido

JUEGOS PERVERSOS 12 (Violación)

(RESUMEN DEL CAPITULO ANTERIOR: Armando y Ana pasan un romántico fin de semana en la casa que el posee en las afueras, pero una llamada perturba su felicidad. Cuando Ana se queda sola escucha unos pasos en el exterior de la casa…Capitulo Anterior: http://www.todorelatos.com/relato/57656/ )

Traté de adivinar a donde se dirigían aquellos pasos y salí al comedor, los pasos seguían oyéndose e indudablemente eran de persona estaba completamente segura. Mi corazón empezó a latir a cien por hora, estaba asustada y… de repente vi que el pomo de la puerta de entrada se movía, estaban intentando forzar la cerradura. Estaba angustiada y no sabía exactamente que debía hacer, pero de repente, pensé que debía coger algo con lo que defenderme, miré a mi alrededor en busca de alguna figura, pero lo único que vi a mano, fue un cenicero de cristal no muy grande no parecía una buena arma para defenderse, aún así lo cogí.

Cuando vi que lograban abrir la puerta y entraban me asusté mucho, el cenicero cayó al suelo y no fui capaz de articular palabra. Eran dos hombre e iban encapuchados con un pasamontañas, por lo que no podía verles la cara.

Cuando el primero de ellos entró y me vió le dijo al otro:

- Mira, aquí está la putita del que acaba de salir.

Ambos hombres se abalanzaron sobre mí y me tiraron al suelo. Uno de ellos me puso boca abajo y cogiéndome ambos brazos me los ató a la espalda; el otro, entre tanto me tapaba la boca con su mano, por lo que no podía articular palabra, solo podía moverme, tratando de zafarme de ellos. Cuando me hubieron atado, me sentaron en una de las sillas del comedor. Y el que me había atado me dijo, poniéndose frente a mí:

- Si te portas bien, no te haremos daño – llevaba una pistola en la mano y empezó a pasarla por mi pecho - ¿Te portarás bien, verdad? – Me preguntó en tono amenazante, mientras introducía la pistola por mi escote.

- Sí – musité con un hilo de voz, estaba muy nerviosa y desconcertada, tenía miedo – pero no me hagáis daño.

El otro hombre estaba a mi espalda, sujetándome para que no me moviera.

- Eso no depende de mí, depende sólo de ti – añadió paseando la pistola por mi cara - ¡Desnúdala! – Le ordenó a su compañero.

Así, mientras el que parecía ser el jefe, se quedaba sentado frente a mí; el otro empezó a desnudarme quitándome el camisón y dejándome sólo con las braguitas. Tras eso, me hizo sentar de nuevo en la silla y el jefe se acercó a mí.

- Bien preciosa – empezó a decir, cogiéndome por los pelos y obligándome a mirarle directamente a la cara – si haces todo lo que te pidamos no te pasará nada.

El otro hombre que seguía a mi espalda, permanecía en silencio y de vez en cuando se limitaba a acariciar mis senos desnudos. Y entonces, el jefe acarició todo mi cuerpo diciendo:

- Tienes un cuerpo muy bonito.

Sus manos recorrieron toda mi piel y yo me sentí humillada y avergonzada, por lo que un par de lágrimas salieron de mis ojos e impulsivamente grité:

- ¡No, no, dejadme en paz! – Intentando forcejear con ellos.

- Has dicho que te portarías bien – dijo el hombre sin dejar de acariciar mi cuerpo de arriba abajo.

Sus manos se enredaron en mis braguitas, y mientras el otro me sujetaba con fuerza, él me las quitaba.

- No, por favor, no – musité, pero era evidente que a pesar de mis protestas aquellos hombres iban a violarme.

- Está buena la tía – dijo el jefe a su compañero, mientras sus dedos se adentraban en mi sexo.

Al sentir aquellos extraños dedos en aquel lugar tan íntimo, cerré las piernas instintivamente y forcejeé intentando zafarme. El otro acariciaba mis senos desnudos en una actitud algo más pasiva que la de su compañero.

- Vamos putita, sé buena y abre esas piernas bien abiertas. Hoy vas a tener sesión doble de polla – masculló el hombre pegándome un par de bofetadas y apuntándome con las pistola.

Abrí las piernas y dejé que me acariciara a pesar de la repulsión que sentía. Sus dedos se adentraron en mi sexo y yo me sentí más ultrajada que nunca en mi vida.

Me sentía humillada y sólo deseaba que aquella pesadilla terminara, deseaba que por un segundo, Armando hubiera olvidado algo y hubiera decidido volver para sacarme de aquel infierno.

Pero nada de aquello sucedía, y aquellos hombres seguían abusando de mí, acariciando mi cuerpo con descaro, babeando como posesos mientras sus sucias manos acariciabas las partes más recónditas de mi cuerpo.

- Vamos, putita, ahora mi amigo te va a follar – dijo el jefe, mientras el otro se desabrochaba los pantalones y sacaba su sexo erecto.

- No, no – gimotee – no, por favor.

Pataleé y traté de resistirme, deseando que aquel infierno terminara de una vez por todas.

- Sabes que tus suplicas no servirán de nada, putita – masculló el hombre y entre ambos me hicieron acostar en el suelo.

Me colocaron boca abajo, con las piernas abiertas y mientras el jefe me sujetaba por los brazos para que no me moviera, el otro empezó a acariciar mi sexo introduciendo sus dedos en él. Un quejido de dolor escapó de mi garganta al sentir como los metía. Tras eso sentí como me penetraba y empezaba a empujar. Mis gemidos de dolor se convirtieron entonces en lloriqueos. Me dolía el sexo cada vez que aquel tío me penetraba, era un dolor insoportable y además se me hacía eterno. Deseaba que aquella tortura terminara, aunque sabía que tras aquello seguirían más torturas hasta que aquellos hombres se hubieran saciado de mi sexo.

Repentinamente y sin que aquel tipo dejara de follarme, ambos hombres decidieron ponerme en cuatro, así el jefe se colocó frente a mí, se bajó los pantalones, sacó su erecta verga y gritándome:

- ¡Chúpala, zorrita! - La puso en mi boca.

Sentir aquella polla en mi boca me hizo sentir asco y al principio no pude evitar tener varias arcadas. Pero eso, en lugar de hacer que el tipo se detuviera hizo que se animara más y empujara con fuerza su verga en mi boca y empezaran a dolerme la mandíbula.

- ¡Vamos puta, traga!

Entre tanto su compañero seguía arremetiendo contra mí, sujetándome por las caderas y empujando con fuerza una y otra vez. Yo sentía el sexo cada vez más adolorido, sintiendo que los minutos pasaban lentamente y deseando que aquel suplicio terminara. Llegó un momento en que decidí tomar una actitud pasiva, prefería que hicieran conmigo lo que quisieran antes de resistirme o forcejear, ya que pensé que quizás así terminarían antes.

El jefe no dejaba de sacar y meter su verga de mi boca, cada vez más rápida y profundamente, gemía placenteramente mientras me sujetaba por el pelo firmemente. El otro también parecía pasárselo bien, haciendo que su sexo saliera y entrara del mío.

Entonces el que me estaba follando, sacó su sexo de mí, dejó que me pusiera de rodillas y se acercó a su compañero, luego acercó su verga a mi boca y el jefe, sacando la suya, me ofreció la de su amigo:

- ¡Vamos, chúpasela a él también!

Hice lo que me ordenaba y lamí la polla del otro tío; así, durante unos segundos, estuve lamiendo ambas pollas alternativamente. Hasta que volvieron a tumbarme sobre la alfombra, esta vez boca arriba. El jefe se puso entre mis piernas y él otro a la altura de mi cabeza, introduciéndome la verga en la boca, mientras su compañero me penetraba. A mi aquella coreografía de posturas sexuales se me hacía eterna y cruel.

De nuevo el dolor de la penetración me hizo gemir e intenté zafarme, aquello era algo insoportable, quería salir de allí, quería que aquella pesadilla terminara ya. Pero aquello duró demasiado, ambos empujaban una y otra vez y no sé cuanto tiempo se alargó aquel suplicio, quizás sólo fueron minutos, pero a mi me parecieron horas.

Finalmente ambos se corrieron, el jefe lo hizo en mi sexo y el otro en mi boca. Luego me dejaron tumbada en el suelo, enroscada sobre mi misma. Me sentía sucia y empecé a llorar desconsoladamente.

- ¡Sal de aquí! – Le ordenó el que había permanecido callado hasta aquel momento al jefe.

- ¿Qué? – Preguntó el otro sorprendido.

- Ya me has oído, sal de aquí.

El jefe obedeció y salió de la casa, mientras el otro me tomaba en sus brazos y quitándose el pasamontañas me decía:

- ¡Perdóname, Ana, perdóname, mi vida!

Era Marcos, el hombre que me acababa de violarme, era Marcos, no podía creérmelo, me había hecho pasar por aquel suplicio solo para….

- ¿Por qué? – Le pregunté aún sobrecogida por la situación y la sorpresa.

- No quiero perderte y… no sé… el otro día, cuando te obligué… perdóname.

La ira se apoderó de mí en aquel momento y empecé a pegarle con mis puños en el pecho mientras gritaba:

- ¡Eres un cabrón insensible, un maldito imbécil! ¡Me has hecho daño, mucho daño y no sólo físico! ¡Se acabó, Marcos! ¡Esto se acabó!

Marcos me abrazó con fuerza contra él y empezó a llorar diciendo:

- Lo siento, lo siento, lo siento.

Le aparté con fuerza, empujándolo y me levanté. Me dirigí hacía el baño mientras le decía:

- ¡Llévame a casa, ¿quieres? Esta misma noche, me llevaré todas mis cosas de allí.

- Sí - fue lo único que dijo mientras miraba la nada.

Me metí en la ducha y empecé a enjabonarme frotando fuertemente toda mi piel. Me sentía sucia además de traicionada y humillada. Y aunque sabía que aquella sensación tardaría en quitármela de encima, me parecía que frotarme con la esponja hacía que desapareciera un poco aquella sensación.

Tras la ducha, me vestí e hice la maleta, cuando terminé, salí al salón y le ordené a Marcos:

- Vámonos.

Marcos estaba abatido sobre el sofá con los ojos rojos de haber llorado. Se levantó y una vez más me dijo:

- Lo siento.

Ni siquiera le miré a la cara, no lo merecía. En realidad, no merecía nada, pero en aquel momento era la única persona que podía sacarme de allí.

Cuando llegamos a casa, cogí varias maletas y bolsas, puse mis cosas en ellas y salí de aquella casa. Marcos no paró de decir lo siento una y otra vez, incluso un par de veces me suplicó que no me fuera. Pero yo no podía quedarme con un hombre que me había humillado de aquella manera. Porque no era sólo por el dolor de sentirme humillada, también me sentía engañada y eso era aún más doloroso que la humillación.

Salí de aquella casa, sin ningún lugar a donde ir, así que decidí pasar la noche en mi coche, ya por la mañana decidiría donde ir y que hacer…

Mujer Sensual (Febrero 2008)