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Fruta prohibida

en Hetero: Infidelidad

FRUTA PROHIBIDA

Sé que eres fruta prohibida para mí y que no debería tomarte, pero tus dulces besos llenan de sabor mi boca y me hacen desear siempre más. Fruta prohibida que no debería comer. Fruta madura que endulza mis labios. No lo puedo remediar, me gustas demasiado y por ti he pecado, pero que más da si tú me haces feliz, pienso mientras te observo desnudo sobre la cama, boca abajo, con la sábana tapándote sólo ese culito que me gusta tanto.

Ha sido una larga noche. Noche de pasión, de caricias y secretos, de amores y besos. Aún no me lo puedo creer, aún no entiendo como pudimos esquivar a todos y salir de aquella fiesta. Pero lo hicimos y ha valido la pena, ya lo creo que la ha valido, sobre todo por esta, nuestra primera noche juntos. Aunque mi marido pueda descubrir la verdad. Creo que llega la hora de regresar junto a él y abandonar este paraíso de pasión, pero antes, sentada en esta silla, desnuda y libre frente a ti, quiero recordar, revivir minuto a minuto esta maravillosa noche de dulce sabor a fruta prohibida. Otras veces lo hemos hecho, pero siempre deprisa y corriendo a escondidas de mi marido, en cinco minutos o diez a lo sumo, pero esta vez...

Esta vez te propusiste tenerme para ti toda la noche. Y no fue fácil conseguirlo. La fiesta estaba en su momento álgido cuando llegaste tú y enseguida te encaminaste hacía nosotros, que estabamos en la barra. Ya entonces en tu mirada divisé un halo de misterio y picardía.

- ¡Cómo está esto! - Exclamaste chocando tu mano con la de Juan.

Juan, tu mejor amigo, mi marido y el punto de unión entre tu y yo.

- Empiezo a arrepentirme de haber venido - añadiste. Yo en cambio, me sentía feliz, sobre todo porque tú estabas allí.

- ¿Bailamos? - Te pregunté mirándote directamente a los ojos.

- Por supuesto, preciosa. Seguro que el soso de tu marido aún no te ha sacado ni a dar un paso.

- No, ya sabes como es y cuanto odia bailar.

Me cogiste de la mano y me llevaste hasta el centro de la pista. Mientras Juan se quedaba en la barra observándonos. Empezaba a sonar una canción lenta: "You're beautiful" de James Blunt. Pegaste tu cuerpo al mío y pude sentir tu erección, luego tu boca en mi oído diciéndome:

- Estás preciosa.

- Gracias - me sentía un poco incómoda porque Juan nos miraba, aunque tampoco era extraño que me viera bailar contigo.

De hecho siempre bailaba contigo porque con él no podía, ya que no le gustaba. Pero el miedo a que descubriera nuestra relación me atenazaba. No sé como pero lograste llevarme hasta el lugar más recóndito del salón. Aquel al que los ojos de mi marido no podían llegar y aprovechaste ese momento para besarme apasionadamente.

- ¡¡¡¡Pedro, estás loco!!!! - Exclamé algo enfadada.

- Sí, por ti.

Me llevaste hasta la puerta y salimos al rellano. Allí volviste a darme uno de esos apasionados besos que tanto me gustan. Tus labios rozaron los míos, los míos engulleron los tuyos, tu lengua buscó la mía y la mía rozó la tuya. Tus manos acariciaron todo mi cuerpo. Y al separarte de mí, me cogiste de la mano y dijiste:

- Anda, vamos.

- ¿Dónde vamos? ¿Y Juan?

- Olvídate de él. Esta noche, vas a ser mía toda la noche.

- Pero tú estás loco - protesté - Juan me buscará.

- Ya te lo he dicho. Olvídate de él.

Pero no podía olvidarle. En cuanto se diera cuenta de nuestra desaparición Juan empezaría a llamar desesperado para saber donde estabamos y descubriría todo, pensé. Busqué el móvil en mi bolso, mientras tú me arrastrabas a la calle. Cuando viste que tenía el móvil en la mano, me lo quitaste diciendo:

- Tú estás loca. No vas a decirle nada y si lo haces será mañana por la mañana, cuando haya hecho contigo todo eso que tengo tantas ganas de hacerte - dijiste, abrazándome con fuerza y dándome un apasionado beso en los labios.

Estabamos ya frente a tu coche y me apoyaste sobre él. Tu lengua se introdujo en mi boca, mientras tu mano subía la falda del vestido que llevaba, muy despacio. Justo en ese momento sonó mi móvil que habías guardado en tu bolsillo del pantalón. Lo sacaste y miraste la pantallita.

- Es tu marido.

- Ya te dije que me buscaría.

- Bueno, luego le contestas - dijiste cínicamente. Y volviste a guardar el móvil en tu bolsillo. Volviste a besarme, pegando tu cuerpo al mío y haciéndome sentir la erección que crecía entre tus piernas.

Habías logrado subirme la falda hasta mi culo y con tu mano apretabas indecentemente mi nalga. Entonces el que sonó fue tu móvil. Lo buscaste en el bolsillo, sin soltar mi nalga. De nuevo miraste la pantallita.

- Otra vez él - dijiste - le haremos sufrir un poquito más.

Lo apagaste y seguiste con el trabajo, metiendo tu mano entre mis bragas, buscando mi húmedo sexo. Me estremecí al sentir tus dedos sobre el mágico botón y gemí. Acercaste tu boca a mi oído, lo lamiste y descendiste hasta mi cuello para lamerlo y chuparlo. Todo mi cuerpo vibraba de deseo. En unos segundos habías conseguido ponerme a mil. Mi móvil volvió a sonar, pero no le hiciste caso, sólo metiste tu mano en el bolsillo y lo apagaste, porque dejó de sonar repentinamente. Cogiste mi pierna derecha y la subiste hasta tu cadera. Nuestras bocas seguían unidas en un intenso y largo beso. Oí que te bajabas la cremallera del pantalón, estabas dispuesto a hacérmelo allí mismo pero protesté:

- Aquí no, Pedro, podría vernos cualquiera, incluso mi marido si sale a buscarme a la calle.

- Esta bien, preciosa - aceptaste, abriendo la puerta trasera del coche y haciéndome entrar.

Tú entraste justo detrás de mí y antes de que pudiera acomodarme. Me abriste de piernas y me quitaste las bragas. Seguidamente empezaste a acariciar y lamer mi sexo lampiño. Tu lengua se movía como una serpiente sobre los pliegues de mi vulva y no podía dejar de gemir y sentirme cada vez más caliente, olvidando todo lo demás, incluso a mi marido. Y cuando tu lengua se introdujo en mi agujero vaginal, todo mi cuerpo se estremeció; me miraste directamente a los ojos y me dijiste:

- Anda, ven aquí, hermosa. Que tres días sin follarte es mucho tiempo y ya no aguanto más.

Me senté sobre tus piernas, mientras tú sacabas tu miembro erecto de su cálido refugió. Surgió brillante e hinchado, así que me puse sobre él, con maestría lo dirigiste hacía mi agujero y descendí sintiendo como me penetraba. El momento de sentirme una contigo siempre era sublime y ese no lo fue menos. Inmediatamente empecé a cabalgar, pues como acababas de decir, tres días de sequía eran mucho para nuestros cuerpos acostumbrados a tenerse casi a díario. Tus manos acariciaron mis senos por encima de la tela del vestido, abriste el escote y los sacaste para tener una mejor visión de ellos y poder sobarlos y lamerlos a tu antojo, como a ti te gustaba.

- ¡Ah! - Gemí al sentir tu boca devorando mis pezones.

Mi cuerpo se balanceaba sobre tu miembro, sintiendo como entraba y salía de mí, como me daba ese maravilloso placer que tanto había deseado. Cuando repentinamente dijiste:

- Espera, espera, quédate quieta. Creo que tu marido está ahí.

Me detuve y dejé que miraras por encima de mi hombro, sin atreverme a hacerlo yo por miedo a ser descubierta.

- Sí, es él y creo que está llamando por el móvil. Espera - cogiste tu móvil y lo encendiste.

- ¿Qué vas a hacer? - Me asuste al adivinar lo que pretendías - no - protesté.

Pero enseguida sonó el timbre del teléfono y lo cogiste:

- ¿Sí?

- ¿Pedro? ¿Dónde os habéis metido? ¿Está Alicia contigo?

- No, ¿por qué? Me dijo que tenía que ir al baño. Luego me encontré con una vieja amiga, y decidimos ir a recordar viejos tiempos - mentiste a mi marido, mientras me animabas a que siguiera cabalgándote, empujando con tu pubis hacía mí - ¿No estará en el lavabo?

- No, ya lo he mirado - pude oír que te contestaba Juan.

- No te preocupes, seguro que está bien, y que en cuanto pueda te llama - trataste de tranquilizarlo, mientras yo me excitaba sintiendo como tu pene entraba y salía de mí entretanto hablabas con mi marido por el teléfono.

La situación no podía ser más morbosa, lo que me excitaba enormemente haciéndome gemir. Para acallar mis gemidos metiste un par de dedos en mi boca, obligándome a lamértelos y chuparlos, mientras seguía cabalgándote y el cosquilleo del placer iba aumentando gradualmente.

- No sé, la he llamado al móvil y lo tiene apagado.

- No te preocupes, seguro que pronto dará señales de vida. Te dejo que estoy ocupado - te excusaste finalmente, sacando tus dedos de mi boca y dejando que gimiera para que Juan me oyera.

- Sí, claro, lo siento - se excusó él sin saber que los gemidos que acababa de oír eran de su mujer.

Dejaste el móvil sobre el asiento y me abrazaste diciendo:

- Me he puesto a mil con la llamada.

- Yo también ¿Sigue ahí?

- No, ha entrado en el portal.

Entonces volví a cabalgarte, pero esta vez dejándome ir por completo, pues estaba muy excitada y sólo deseaba llegar al final, liberarme y liberar mi orgasmo. Nos abrazamos y tu cara quedó hundida entre mis senos que lamiste y chupeteaste, hasta que ambos llegamos al orgasmos y sentí como te clavabas por completo en mí, llenándome con tu semen.

Descansamos unos segundos, abrazados en el asiento trasero del coche y luego diciendo:

- Ahora nos vamos a mi casita, porque te juro que esta noche te lo haré de todas las maneras posibles - te sentaste al volante del coche.

Yo me quedé en el asiento trasero, y después de pedirte mi móvil llamé a Juan, para excusarme:

- ¿Cielo?

- ¿Dónde estás? - Preguntó muy preocupado.

- No te preocupes, estoy bien. Paquito (era nuestro hijo pequeño) se ha puesto muy pesado y he tenido que ir a casa de mamá - mentí, en realidad, nuestros hijos estaban en casa de mi madre perfectamente atendidos por ella - pero no te preocupes, sólo tiene un poco de fiebre. Me quedaré aquí con ellos a pasar la noche y ya mañana iré para casa ¿vale?

- Como tú quieras, cielo.

- Bien, hasta mañana - me despedí.

Seguidamente marqué el número de mi madre.

- ¿Mamá?

- Sí, hija.

- Necesito que me hagas un favor. Si llama Juan, le dices que Paquito está mejor y que yo estoy ahí, con él ¿vale?

- Si, hija, ¿pero no estás con él en la fiesta? - Me preguntó curiosa.

- No, mamá, ahora no. Mañana te cuento.

- Esta bien, hija. Hasta mañana.

Colgué y busqué mis braguitas por el asiento trasero, pero al no encontrarlas te pregunté:

- ¿Y mis braguitas?

- Las tengo yo, bien guardaditas - dijiste tocándote el bolsillo del pantalón - y no te las devolveré hasta haberte hecho todo lo que estoy pensando.

Había un aire de perversidad en tu semblante, estaba claro que la noche iba a ser larga.

- Anda siéntate aquí a mi lado - me pediste.

- En el próximo semáforo - te dije.

Y así fue, en el siguiente semáforo donde paraste me senté junto a ti en el asiento del copiloto. Me diste un beso profundo y con lengua, y no perdiste el tiempo para aventurar tu mano por mi entrepierna desnuda y buscar mi húmedo sexo. Me excité cuando tus dedos alcanzaron mi clítoris y a pesar de que al arrancar tuviste que quitar la mano para cambiar de marcha, luego volviste a regalarme aquellas caricias, haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera. Cada vez deseaba más que llegáramos a tu casa y me hicieras otra vez tuya.

Cuando llegamos, y tras aparcar el coche, me besaste apasionadamente primero, y luego desnudaste uno de mis senos, mientras de nuevo, adentrabas tu mano por mi entrepierna. Mordiste mi pezón, y lo chupeteaste, entretanto tu mano acariciaba los pliegues de mi sexo haciéndome estremecer.

- ¡Aaaah, Pedro, vamos arriba, no aguanto más! - te supliqué.

No te hiciste de rogar mucho y tras recomponer el vestido, me ayudaste a bajar del coche. Subimos a tu piso, comiéndonos a besos en el ascensor y sin dejar de acariciar nuestros cuerpos por encima de la ropa. La lujuria nos tenía enfebrecidos y no podíamos obviarla. Llegamos a tu piso, y tras entrar, cerraste la puerta y te abalanzaste sobre mí, pegaste mi cuerpo al tuyo, me besaste profundamente. Yo subí una de mis piernas hasta tu cadera y con ella te empujé hacía mí, sentí tu erección pegada a mi pelvis. Luego tu mano se deslizó por mis pliegues vaginales. Besaste mi cuello, y descendiste por mi escote hasta mis senos, que de nuevo sacaste del escote dejándolos apretados a tu vista. Los mordiste y saboreaste a tu antojo, pellizcándolos y apretándolos. Luego seguiste tu camino descendente hasta mi entrepierna, subiste la falda hasta mi cintura y sentí tu lengua acariciar mi clítoris, adentrándose en mis pliegues y lamiendo cada centímetro de mi vulva. Empecé a gemir excitada, deseando sentir más, ansiando que penetraras en mi agujero vaginal y lo hiciste, metiste la punta de tu lengua en mi vagina, y todo mi cuerpo se estremeció. Pero repentinamente tu boca abandonó mi sexo, y me hiciste poner de espaldas a ti. Acariciaste mis nalgas con suavidad y separándolas con ambas manos, adentraste tu lengua en mi agujero trasero. Un fuerte gemido escapó de mi garganta y todo mi cuerpo se tensó. Tus dedos jugueteaban con mi clítoris, mientras tu lengua y tu boca veneraban mi agujero trasero, era el juego previo a lo que en unos minutos me harías y sólo con pensarlo, me ponía a cien, haciendo que todo mi sexo se humedeciera, llenando tus dedos con mis jugos. Te pusiste en pie detrás de mí, y mientras restregabas tu sexo erecto por mis jugos, acariciaste mis senos y besaste mi nuca. Ambos estabamos a cien, y nada nos iba a detener. Tus manos cubrieron mis senos, tu sexo rozó mi culo, lo colocaste entre mis nalgas y lo restregaste excitándome aún más. Luego con tus manos abriste mis posaderas, llevaste tu sexo hasta mi agujero trasero y muy despacio para no hacerme daño, me penetraste.

- ¡Uhmmm, como me gusta este agujerito mío! - Me susurraste al oído.

Tuyo, sí, sólo tuyo, porque sólo tú tenías el privilegio de follarme por ese agujero, esa era la única parte de mi cuerpo, que era sólo tuya y de nadie más.

Poco a poco fuiste adentrando tu sexo en mi ano, hasta que estuvo completamente enterrado él. Entonces empezaste a moverte muy despacio, mientras una de tus manos acariciaba mi clítoris con mucha suavidad. Los gemidos y la pasión llenaban aquella casa tiñéndola de color rojo. Pausadamente fuiste aumentando el ritmo, del mismo modo que se fue incrementando mi placer, haciendo que mi ano se estremeciera y estrujara tu verga entre sus paredes. Hasta que ninguno de los dos pudo detenerse y empecé a estremecerme alcanzando el segundo orgasmo de la noche. Parecía que tu también ibas a correrte, podía sentir tu pene hinchándose en mi culo, pero repentinamente, al comprobar que yo ya había alcanzado el éxtasis, lo sacaste de ese cálido refugio. Me hiciste girar de nuevo hacía ti. Me diste un apasionado beso en la boca y reteniendo mi cara entre tus manos me preguntaste:

- ¿Aún no has cenado, verdad, preciosa?

- No - respondí.

- Pues vamos a la cocina a ver que encontramos.

Entramos en la cocina, y tú abriste la nevera, sacaste el bote de spray de nata y me miraste con picardía. Enseguida adiviné lo que deseabas. Me arrodillé frente a ti, y abrí el cinturón y el botón del pantalón, deslizándolo por tus piernas. Hice lo mismo con tu slip, liberando tu sexo erecto. Tú me quitaste el vestido y el sujetador. Acerqué mi boca y antes de que empezara a lamer lo embadurnaste con la nata. Lamí comiendo aquel manjar dulce mezclado con el salado sabor de tu verga, hasta dejarla limpia. Lo saqué de mi boca y volviste a untarlo con nata. Repetí la operación, lamiendo y saboreando tu sexo. Sin saber como, volvía a sentirme excitada y deseaba otra vez tenerte dentro. Te miré traviesa a los ojos, mientras tú observabas como lamía tu sexo. Estabas a mil, podía verlo en tus ojos. Enredaste tus manos en mi pelo y empujaste mi cabeza para que siguiera lamiendo tu verga, que a buen ritmo entraba y salía de mi boca sin parar. Sentí como empezaba a hincharse y como gemías excitado y en pocos segundos sentí tu amargo sabor llenando mi boca. Tragué tu espeso semen, y cuando terminaste de correrte, seguí lamiendo el glande y el tronco dejándolos bien limpios. Al terminar me puse en pie y te besé.

- ¿Vamos al comedor y descansamos un rato para el siguiente asalto? - Propuse.

- Vale - aceptaste.

Desnudos como estabamos nos dirigimos al comedor y nos acostamos juntos en el sofá. Tú pegado al respaldo y yo delante, dándote la espalda.

- ¿Qué has hecho estos tres días sin mí? - Me preguntaste.

- Echarte de menos ¿y tú?

- Lo mismo, además de ir de una reunión a otra.

Mientras hablábamos tu mano recorría suavemente mi piel desnuda, acariciándola. Hasta que sentí como tu sexo, que estaba enterrado bajo mi culo, empezaba a excitarse de nuevo. Eso hizo que también yo me excitara y pegara mi cuerpo al tuyo. Giré mi cabeza hacía ti, que estabas con la cabeza apoyada sobre tu brazo y nos besamos profundamente, lo que intensificó tu erección. Acariciaste mi seno y descendiste por mi vientre hasta mi sexo. Abrí las piernas para que pudieras acceder más fácilmente y sentí como acariciabas mis labios vaginales. Todo mi cuerpo se estremeció. En pocos segundos ambos estabamos de nuevo excitados. Un beso, otro y otro, nuestros cuerpos pegados y el calor y el deseo aumentando por segundos. Tu sexo estaba ya en completa erección. Lo metiste entre mis piernas y acariciaste mi sexo húmedo con él, no pude evitar restregarme contra él, tratar de sentirlo. Besaste mi hombro y luego mi cuello, haciendo que todo mi cuerpo se erizara. Volvía a estar húmeda y deseosa de sentirte dentro de mí y tu también deseabas poseerme de nuevo. Tus manos acariciaban todo mi cuerpo. Sentí tu glande rozando la entrada de mi sexo, doble mi pierna izquierda para que accedieras más fácilmente a mi vulva, pero preferiste hacerme esperar. Restregaste tu glande por todo mi sexo, llenándolo con mi humedad, hasta que finalmente me penetraste. Sentí como tu bálano entraba en mí y luego todo tu pene, hasta llenarme por completo. Posaste tu mano sobre mi cadera y empezaste a moverte, entrando y saliendo de mí. La sensación era maravillosa, sentir tu pene atrapado entre mis piernas era increíble. No tardamos muchos en volver a gemir excitados.

- ¡Ah, sí! - Musité.

Sabías que en aquella posición podríamos durar eternamente hasta llegar al éxtasis, y durante varios minutos te limitaste a meter y sacar tu pene de mí, para proporcionarme aquel placer maravilloso. Hasta que decidiste mover tu sexo en círculos dentro de mí, a la vez que acariciabas mi clítoris. Eso intensificó las sensaciones y en pocos segundos empecé a sentir el cosquilleo previo al orgasmo.

- ¡Más, más! - Te animé y tú aceleraste tus movimientos.

Así poco a poco empecé a sentir el orgasmo explotando en mi sexo. A la par que sentía como tu sexo se hinchaba de nuevo. Pero antes de que alcanzaras tu orgasmo y justo después de que yo lograra el mío, sacaste tu pene de mí.

Emití un último suspiro de alivio y sentí tus labios sobre mi hombro desnudo. Cerré los ojos y dejé que el sueño me venciera. Las caricias de tu mano sobre mi hombro y tus besos en mi nuca me despertaron. Abrí los ojos:

- ¡Buenos días, princesa!

- ¿Qué hora es? - Te pregunté.

- Aún es temprano, sólo son las dos de la madrugada.

- ¡Uhm, hace calor! - Murmuré sintiendo todo mi cuerpo húmedo y sudoroso - ¿Qué tal si tomamos un baño? - Te propuse.

- Vale.

Me levanté del sofá y tú me seguiste. Parecía que no querías separarte de mí, pues mientras andaba tu mano seguía posada en mi cadera, como un nexo de unión entre ambos. A medio camino, me hiciste detener y me abrazaste con fuerza diciendo:

- ¡Qué buena estas!

- ¿Ah, sí? - Sentí tu cuerpo pegado al mío y tu erección creciendo de nuevo entre tus piernas.

- Creo que no llegaremos al baño.

- ¡Ah, no! - Dije traviesa.

Me giraste hacía ti, pegando mi espalda a la pared. Nuestros cuerpos estaban unidos piel contra piel.

- No, creo que voy a hacértelo otra vez aquí, de pie, como me gusta.

- ¡Uhm! - Musité restregando mi cuerpo contra el tuyo. Me encantaban tus locuras, tus arranques de pasión y tus múltiples ideas para hacerme el amor de mil y una manera. Todo lo contrario a lo que hacia con mi marido.

Besaste mi cuello y todo mi cuerpo se estremeció. Mi respiración se aceleró. No podía creerme que estuviera otra vez encendida. Tu sexo ansioso chocaba con el mío. Se notaba que habías pasado hambre de sexo en los tres últimos días. Acariciaste mis senos y los chupeteaste, mordiste y lamiste. Estaba a cien, y no podía creer que a pesar de haber tenido ya cuatro orgasmos aún tuviera ganas de repetir y sentirte dentro de mí. Descendiste besando mis senos, luego mi vientre, hasta llegar a mi monte de Venus. Sentí tu lengua acariciando suavemente mi clítoris, chupeteándolo, disfrutando del sabor de mi sexo. Tu lengua se enredó en él y todo mi cuerpo se estremeció. Sentía como adentrabas tu boca en mi sexo y como intentabas llegar a lo más profundo de él con tu lengua, haciéndome estremecer y desear más. Enredé mis manos en tu pelo y apreté tu cabeza contra mi sexo. Sentirte entre mis piernas era una sensación maravillosa. El colofón vino cuando introdujiste uno de tus dedos en mi húmedo sexo y luego otro y empezaste a moverlos dentro y fuera de mí, como si fueran un pequeño pene. Aquellas caricias, unidas a las producidas por tu lengua sobre mi clítoris hacían que mis piernas flaquearan, por eso te pusiste en pie. Me aupaste, apoyando mi espalda en la pared, y muy despacio me hiciste descender sobre tu erecto pene, hasta quedar ambos encajados el uno en el otro. Me sentí llena de ti de nuevo, y ayudada por ti, empecé a moverme subiendo y bajando sobre tu erecto pene, apreciando como se adentraba en mi una y otra vez. Mi respiración se tornó entrecortada y de mi garganta los gemidos de placer se repetían continuamente. Tú también gemías, haciéndome escuchar tus gemidos en mi oído. El placer iba aumentando poco a poco dentro de mí, hasta que me susurraste al oído:

- ¿Qué tal si seguimos en la bañera?

- ¡Uhmm, vale! - Gemí.

Te separaste de mí y cogiéndome de la mano, me llevaste hasta el baño. La bañera estaba ya llena, comprobaste la temperatura:

- Está perfecta, anda, vamos, princesa - me dijiste, ofreciéndome tu mano para que entrara contigo.

Entramos y me ayudaste a sentarme apoyándome en la pared. Te colocaste sobre mí, encajado entre mis piernas y me besaste apasionadamente. Podía notar tu sexo erecto rozando mis labios vaginales. El agua nos cubría hasta el pecho, se sentía cálida y húmeda. Tus manos acariciaron mis senos desnudos y dirigiste tu sexo a mi vulva y de un empujón me penetraste de nuevo. Estuviste moviéndote dentro y fuera de mí por unos minutos, haciéndome experimentar el agradable cosquilleo del placer entre mis piernas, hasta que sentí tu mano acariciar mi espalda y descender hasta mi culo. La adentraste entre mis nalgas y acariciaste el negro agujero de mi ano, entonces me dijiste: .

- Anda date la vuelta, quiero volver a follarte ese culito.

Te obedecí y me puse de rodillas, dándote la espalda, mientras tú te colocabas un preservativo. Luego acariciaste mi sexo, untaste tus dedos con mis jugos y los llevaste a mi agujero trasero, lo acariciaste suavemente, y lo manipulaste convenientemente. Introdujiste uno de ellos y lo moviste dentro y fuera primero y haciendo círculos después. Todo mi cuerpo se deshacía de placer sintiendo aquellas agradables caricias. Noté tu pene restregándose contra mi sexo, humedeciéndose de mis jugos y como lo llevabas hasta mi agujero trasero y lo masajeabas con el glande. Hasta que lo colocaste a la entrada y empujaste levemente. El glande entró con mucha suavidad y luego poco a poco fuiste introduciendo el resto de tu erecta verga, hasta que estuvo totalmente dentro de mi ano. Entonces empezaste a moverte muy despacio, haciéndome sentir tu hierro candente en mis entrañas. Con tu mano acariciabas mi clítoris y eso hacía que el placer se intensificara. Poco a poco y a medidas que incrementabas tus embestidas el placer iba aumentando y mis piernas empezaban a flaquear, sentí como dabas un fuerte empujón, el cual precipitó mi orgasmo. No tardaste mucho en correrte y ambos nos quedamos un rato tratando de recuperar el aliento. Tras eso salimos de la bañera, nos secamos con sendos albornoces y nos dirigimos a tu habitación.

Ambos estabamos agotados, así que sólo tuvimos fuerzas para quitarnos los albornoces y acostarnos sobre la cama.

Desperté de madrugada, cuando los primeros rayos de sol entraban por las rendijas que dejaba la persiana. Tu cuerpo desnudo se veía tan hermoso... Acerqué mi boca a tu hombro desnudo y lo besé. Me parecía un sueño haber pasado la noche contigo. Miré el despertador que había en tu mesita, marcaba las seis, pensé que aún teníamos tiempo de un último asalto. Así que pegándome a ti, empecé a acariciar suavemente tus huevos, mientras besaba tu hombro. Poco a poco fuiste despertando. Cuando abriste los ojos, me miraste y dijiste:

- Pensé que había soñado todo lo que hemos hecho esta noche.

- No, ha sido todo real - añadí yo. Nos besamos apasionadamente, y al comprobar que tu sexo había crecido lo suficiente, me puse sobre ti

Tus manos recorrieron todo mi cuerpo desnudo hasta alcanzar mi sexo y concentrarse sólo en él, produciéndome un agradable placer, que hizo que enseguida se inundara todo mi sexo de jugos. Tu sexo entre mis piernas pujaba por poseerme y no tardaste en colocarlo a la entrada de mi vulva y penetrarme de un solo empujón. Empecé a cabalgar enloquecida sobre ti, mientras tus manos atrapaban mis senos y los masajeabas y pellizcabas aumentando mi satisfacción. Los gemidos y jadeos inundaban la habitación y el fuego de aquella pasión nos quemaba a ambos por igual. Te incorporaste para abrazarme, lo que hizo que tu sexo se hundiera más en mí y la sensación se intensificara. Acercaste tus labios a los míos y no pude evitar caer en la tentación de morderlos y succionarlos. Nos besamos, mientras sentía como te hundías en mí, y como tu sexo salía y entraba del mío hinchándose cada vez más; hasta que ambos alcanzamos el orgasmo al unísono. Nos derrumbamos sobre la cama y nos quedamos abrazados un rato.

Luego nos hemos separado y tú te has dormido de nuevo. Yo me he quedado un rato quieta a tu lado, hasta que me he levantado y me he sentado en la silla para observarte, hermoso y dulce como la fruta prohibida. Mis pensamientos vagan y divagan sobre sí debería decírselo a Juan y dejar de engañarle de una vez por todas o seguir escondiéndole esta relación que cada vez está más arraigada en mí. Me visto despacio. Tengo que ir a por mis hijos.

Me acerco a ti y beso tu mejilla suavemente, pero el beso te despierta, abres los ojos y susurras:

- ¿Ya te vas?

- Sí, ha sido una noche maravillosa. Nos vemos.

- Por supuesto, preciosa.

Nos besamos en los labios y salgo de la habitación.

Cuando llego a casa de mi madre ella me está esperando.

- Buenos días, hija. ¿Qué tal has pasado la noche? ¿Con Pedro, supongo?

- Efectivamente, madre, y ha sido una noche maravillosa.

- Ya te dije que tener un amante le daría alicientes a tu aburrida vida de ama de casa. Pero que este sea el mejor amigo de tu marido... – dice mamá con desconfianza.

- ¡Mamá!

- Yo solo te aviso, estás tentando a la suerte, hija.

En ese preciso instante suena mi móvil. Es Juan, preguntándome por nuestro hijo y diciéndome que en un rato vendrá a buscarnos.

Nada más colgar mi padre sale de su habitación y se acerca a mí.

- ¡Buenos días, hija! ¿Y Juan?

- Esta abajo buscando aparcamiento, ahora sube - miento.

Mi madre y yo entramos en la habitación de los niños y antes de despertarlos me susurra al oído:

- Recuerda que hoy es mi tarde con Alberto y no podré ir a buscar a los niños.

- Sí, mamá, ya lo sé. Aún no entiendo como después de tantos años papá aún no se ha enterado de que lleva unos cuernos más grandes que los de un ciervo.

Ambas nos reímos.

Mujer sensual (12 de julio de 2007)