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Juegos perversos (10: frente a un hogar de fuego)

en Erotismo y Amor

JUEGOS PERVERSOS 10 (Frente a un hogar de fuego)

(CAPITULO ANTERIOR: http://www.todorelatos.com/relato/57123/)

(Nos levantamos y empezamos a quitar la mesa, cuando terminamos nos sentamos en el sofá y entonces le pregunté a Armando:

- ¿Y tú, vas a dejar a tu mujer?

Armando suspiró antes de contestarme… )

 

- Sí, aún no sé como voy a decírselo, ni cuando lo haré pero sí, voy a dejarla. Contigo me he dado cuenta que ya no nos une nada.

Y justo en aquel momento sonó mi móvil, miré la pantallita, era Marcos, así que preferí apagar el móvil.

- ¿Es él? – Me preguntó Armando.

- Sí, pero no tengo ganas de hablar con él – justifiqué.

- Imagino – dijo Armando levantándose del sofá.

- ¿Qué vas a hacer? – Le pregunté curiosa.

- Ya verás, voy a encender el lar de fuego, quiero que esta sea una noche especial.

- ¡Uhm, vaya!

Minutos más tarde el fuego estaba encendido y ambos decidimos sentarnos frente a él para calentarnos.

- Armando, quiero que sepas que… te quiero, y Marcos… no sé, quiero dejarle – empecé a decir.

- ¡Shuuuuu! – Me hizo callar – no hablemos de eso ahora.

Se acercó a mí y me abrazó, luego añadió:

- Olvidémonos del resto de la gente; este fin de semana sólo existimos tú y yo. Cuando volvamos a casa decidiremos, hablaremos y haremos lo que tengamos que hacer ¿Vale?

- Vale – acepté mirándole a los ojos, y sin poder evitar el impulso le besé tiernamente en los labios. Cuando me separé de él le dije: - ¿Sabes que nunca lo he hecho en el suelo frente a un hogar de fuego?

- Yo tampoco, pero hoy nada nos lo impide ¿No? – Y volvió a besarme.

- No.

Me dio otro beso, que me supo a miel, y empujándome suavemente me tumbó sobre la caliente alfombra. Nos abrazamos y sentí como su mano se deslizaba hasta mi sexo, apartó el camisón y buscando sabiamente empezó a acariciar mi clítoris, mientras con la otra mano me quitaba el tirante y apartaba la tela de mi seno para chupetear el pezón. Todo mi cuerpo vibró de placer al sentir aquella lengua lamiendo cada centímetro de mi piel. Sus dedos se introducían en mí haciéndome estremecer, mientras su boca veneraba mis senos.

Armando empezó a descender hasta que su boca quedó a la altura de mi sexo, abrí las piernas para que se pudiera acomodar bien y sentí su lengua rozando mi clítoris, todo mi cuerpo se estremeció al sentir aquella humedad hurgando en mi sexo. Luego, lamió mis labios vaginales, y los chupeteó, volvió a lamerlos y sentí como introducía su lengua en mi vagina mientras acariciaba mi ano con un par de dedos. Yo no podía dejar de gemir y estremecerme de placer, notaba como su boca lamía, chupaba y sorbía mis jugos de tal modo que alcancé el primero de los orgasmos de aquella noche.

Seguidamente Armando se puso de rodillas, dejando cada una de ellas a ambos lados de mi cuerpo y ascendió hasta que su sexo chocó con mis labios, que abrí dispuesta a recibir aquel manjar. Empecé a chupetearlo y lamerlo con entusiasmo, mientras todo tu cuerpo se erguía sobre mi cabeza. Lamí el glande y lo chupetee saboreando el líquido preseminal. Armando gemía sintiendo el placer que mis caricias bucales le proporcionaban. Lengüeteé el tronco hasta llegar a los huevos y los chupeteé alternativamente, luego volví a lamer el tronco y finalmente volví al glande, que de nuevo chupé y saboreé como si fuera un chupachups. Mi amante no dejaba de gemir, mientras enredaba sus manos en mi pelo y tiraba de él; hasta que sacó su sexo bruscamente de mi boca y haciéndome poner boca abajo se situó entre mis piernas, sabía cuando me excitaba hacerlo así por eso guió su erecta verga hacía mi sexo y me penetró. Comenzó a moverse despacio, mientras besaba mi nuca y metiendo sus manos entre el suelo y mi cuerpo, buscó mis senos para acariciarlos suavemente. Nuestros cuerpos se acompasaban perfectamente, ambos gemíamos de placer y dulcemente nos amábamos frente aquel lar de fuego, fuego que ardía más allá de todo, incluso de nosotros mismos, fuego que quemaba nuestro amor.

- Ven, querida – me suplicó haciéndome poner en cuatro, mientras seguíamos acoplados.

Armando siguió embistiéndome una y otra vez, haciendo que todo mi cuerpo se balanceara hacía adelante, mientras clavaba su verga dentro de mí y me hacía sentir sus huevos chocando contra mis labios vaginales. Era una sensación maravillosa, tanto que estaba logrando que me olvidara de Marcos. Mientras Armando arremetía contra mí una y otra vez, me dí cuenta de que llevaba un buen rato sin pensar en él y sin preocuparse si le podría molestar mi decisión de alejarme de él por unos días.

Estaba inmersa en esos pensamientos, cuando Armando volvió a tirar de mí para que me pusiera de rodillas, él siguió detrás de mí, penetrándome una y otra vez, haciendo que su sexo entrara insondable en mí, mientras sus manos acariciaban mi clítoris y todo mi cuerpo se estremecía. Giré mi cabeza hacía él y busqué su boca.

- Armando – susurré quería decirle que le amaba pero él me hizo callar diciéndome:

- Ana… Ven, cambiemos, quiero verte esa cara de placer que tanto me gusta – me suplicó.

Nos separamos y Armando se sentó con las piernas cruzadas sobre la alfombra, yo me situé sobre él, guié su erecta verga hasta mi húmedo agujero y descendí sobre ella. Sentí como su pene se enterraba entre mis piernas y gemí. Nos abrazamos sintiendo nuestra pieles desnudas. Empecé a cabalgar sobre aquel instrumento de placer, sintiendo como mis senos se bamboleaban y rozaban la desnuda piel de Armando, que besaba mi cuello suavemente.

Cerré los ojos y empecé a deslizarme gradualmente sobre aquella verga, sintiendo como entraba y salía de mí, gimiendo de placer, concentrándome en gozar y sentir las sensaciones que Armando me producía. Sus manos masajeaban mis caderas, mi espalda, dándome un placer único. Así, mientras nuestros cuerpos danzaban al son de la pasión, poco a poco el éxtasis empezó a nacer en nuestros cuerpos. Ambos gemíamos y nos convulsionábamos, hasta que en pocos segundos llegamos al orgasmo.

Cuando nos serenamos Armando me propuso:

- ¿Nos vamos a dormir?

- Sí – acepté, estaba agotada, el día había sido duro.

La música del móvil, que había dejado en la mesilla de noche, me despertó. Lo cogí y sobre la pantallita vi el nombre de Marcos. Primero pensé que sería mejor no hacer caso, pero finalmente…

- ¿Sí?

- Hola cielo, ¿Dónde estabas? No has contestado a ninguna de mis llamadas.

- No tenía ganas de contestar – le respondí en voz baja para no despertar a Armando, mientras me levantaba de la cama y salía de la habitación

- Te echo mucho de menos, cariño ¿Cuándo volverás?

- No lo sé, Marcos, ya te dije que necesito unos días.

- Ana, por favor, sé que me comporté como un cerdo – le oí lamentarse.

- Menos mal que por fin lo reconoces – le reproché.

- Lo siento, de verdad, Ana, no volverá a suceder, lo prometo.

- Hace falta más que una promesa para que vuelva, por favor, Marcos, déjame que lo piense durante unos días, ¿Vale?

- Esta bien – aceptó finalmente Marcos, tras lo cual ambos colgamos.

Volví a entrar en la habitación. Armando estaba despierto, tumbado aún en la cama.

- ¿Dónde has ido?

- Al pasillo – le respondí – a hablar por el móvil, no quería despertarte.

- ¿Por fin has decidido contestar a Marcos?

- Sí ¿Me has oído? Quería decirle que me deje tranquila unos días – le expliqué a Armando

- Es un poco insistente ¿No?

- Sí, pero dejemos de hablar de él, ¿Vale? Necesito darme una ducha, ¿Te vienes conmigo? – le sugerí con cierta picardía.

- Por supuesto – respondió Armando sin pensárselo dos veces.

Estar juntos y solos en aquella casa, era como vivir una luna de miel, como si el resto del mundo no existiera, quizás por eso las horas pasaban sin plantearnos ni un segundo que sería lo siguiente que haríamos.

Entramos en el baño, ambos estábamos desnudos, así que abrí el grifo y dejé que saliera el agua, hasta que empezó a salir caliente. Me metí dentro de la ducha y Armando me acompañó. Se quedó a mi espalda, pegando su cuerpo el mío mientras sus manos acariciaban mi piel, desde mi ombligo hasta llegar a mis senos. Los acarició y sobó, apretándolos con firmeza, tomó mis pezones con un par de dedos y los presionó.

- ¡Ah! – Un gemido entre quejoso y placentero escapó de mi garganta.

Aquellas dulces manos que me acariciaban, descendieron hasta mi entre pierna y sentí como su dedo índice manoseaba mi clítoris con dulzura. Entretanto podía sentir la verga de mi amante, pegada a mi culo, hinchándose cada vez más. Cerré los ojos y me dejé llevar, dejé que Armando mi hiciera lo que quisiera, en sus manos me sentía segura, no tenía ningún miedo, sabía que él veneraba mi cuerpo, mi amor y que jamás me haría daño como había hecho Marcos. Por eso, dejé que me follara, que hiciera con mi cuerpo lo que deseara, tomando una actitud pasiva ante él.

Armando se arrodilló tras de mí, me hizo abrir las piernas y sentí su lengua paseando por mi sexo. Empecé a gemir por la excitación que me producían aquellas caricias bucales. Armando movía su lengua muy diestramente; desde mi clítoris, que chupeteaba con fervor hasta hacerme casi desfallecer, hasta mi ano; donde con maestría introducía su húmeda lengua utilizándola como si fuera un pene. Mi excitación era tal, que sólo se oían mis gemidos en aquel baño. El agua resbalaba por mi cuerpo y hacía que las penetraciones de la lengua de Armando en mi ano fueran más livianas. Sus dedos también recorrían mis sexo, lo acariciaron suavemente primero y luego, introdujo dos de ellos en mi vagina.

- ¡Aaaahhh! – Otro gemido más largo y delicioso que el anterior sonó en aquel baño.

- ¿Te gusta, cariño? – Me preguntó Armando, mientras movía aquellos dos dedos dentro y fuera de mi sexo.

- ¡Ah, síii! – Farfullé entrecortadamente.

Estaba a mil, todo mi cuerpo se estremecía y tenía la piel de gallina por el placer que sentía. Armando siguió lamiendo mi ano, sin dejar de mover sus dedos, hasta que a punto de obtener el orgasmo se detuvo, se puso en pie frente a mí, me besó apasionadamente y me suplicó con un dulce y solicitante tono de voz:

- ¡Chúpamela!

Y lo hice, me arrodillé frente aquella hermosa polla hinchada, la sujeté con mi mano y acerqué mis labios húmedos a ella. Armando parecía ejercer un extraño poder sobre mí, que me obligaba a hacer todo lo que él me pidiera sin ofrecer resistencia, quizás era por su tono de voz o quizás porque estaba acostumbrada a recibir ordenes de él, pero la cuestión es que hacia todo lo que él me pedía.

Empecé a lamer el glande y observando a Armando, introduje su verga en mi boca hasta casi la mitad y comencé a chuparla y mamarla como si fuera el más delicioso de los manjares. La chupeteé durante un largo rato, lamiendo también el tronco y dedicándole una especial atención a los huevos que me introduje en la boca, primero uno y luego el otro, para volver luego a chupar la polla, que altiva se alzaba ante mi cara. Hasta que a punto de explotar, Armando me ordenó:

- Levántate.

Nuevamente obedecí. Y una vez frente a él, nos abrazamos, luego Armando me aupó, me apoyó en la pared, y abrí mis piernas dispuesta a recibirle y abrazarle, mientras él guiaba su sexo hacía mi húmedo agujero y muy suavemente me hacía descender sobre él. Nos abrazamos con fuerza y enseguida Armando empezó a arremeter una y otra vez con furia. Ambos estabamos sumamente excitados y deseosos de sentirnos nuevamente uno parte del otro, por eso no tardamos mucho en alcanzar el orgasmo.

Tras la maravillosa sesión de sexo en la ducha, nos duchamos y desayunamos.

Después del desayuno dimos un agradable paseo por un bosque cercano a la urbanización, hablábamos de nuestras cosas y de la maravillosa noche que habíamos pasado juntos, cuando Armando me preguntó:

- ¿Y cuál es tu fantasías erótica? Aquella que siempre has soñado y no has podido realizar nunca.

Le miré de reojo y le pregunté:

- ¿De verdad quieres saberlo?

- Sí, venga, hemos hablado de nuestra primera vez, ahora toca hablar de las fantasías. Tu me cuentas la tuya y yo te cuento la mía.

- ¡Uhm! Vale – acepté dispuesta a empezar a contarle esa fantasía – Mi fantasía...

 

 

Mujer Sensual (Febrero 2008)