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El poder de Osvaldo (5: Nuevos objetivos)

en Control Mental

 En pocas semanas los avances de Osvaldo sobre su hermana pequeña eran más que evidentes. Todos sus experimentos habían resultado ser un éxito. Y el perverso muchacho decidió que había llegado el momento de expandir sus horizontes. Sus manejos sobre Marta empezaron a resultarle aburridos. Así que, en lo más profundo de su mente, comenzó a gestarse un oscuro plan. Le estuvo dando vueltas durante días, mientras seguía espiando a escondidas a su hermana Laura como antes de iniciar su particular odisea. Aunque ésta vez con las intenciones bastante más claras.

 De entre todos ellos, su hermana Laura era sin duda la que más se parecía a su madre, su viva imagen. Tenían el mismo estilo, el mismo pelo moreno y liso que a menudo ambas se recogían en un moño, los mismos ojos oscuros y altivos; el mismo cuerpo esculpido a cincel, la misma elegancia. Tan solo se distinguían en el carácter.

 Laura era la clásica pija rebelde, inestable y caprichosa. Seguramente su personalidad se debía en gran parte al sonado divorcio de sus padres y a lo malcriada que había sido desde entonces. Y el colegio elitista al que iban ella y su hermano terminó de torcer su carácter. Ahora creía que el mundo había sido creado para satisfacer sus caprichos y se comportaba con los demás como una auténtica déspota. Su padrastro ya había desistido en su educación, y su madre, muy parecida en el fondo, le seguía permitiendo todos esos desmanes achacándolos a “cosas de la juventud”. Así que había llegado un momento en que nada se oponía en el camino de Laura. Y Osvaldo estaba decidido a cambiar eso.

 Puso su plan en marcha de la manera más cuidadosa. Sabía que Laura era una presa mucho más difícil que su sumisa hermanita pequeña, así que debía extremar las precauciones. Empezó a espiarla a todas horas, estudiándola a fondo. E intentaba no ser visto mediante el sigilo y la sugestión. Una tarde, estando solos en la casa, Laura tomaba una ducha sin ser consciente que, tras la rendija de la puerta, su hermano la espiaba a través del cristal. Osvaldo se deleitaba contemplando aquel ansiado cuerpo a placer. El chico espiaba a su hermana desde su más temprana pubertad, quizás desde antes incluso. Conocía bien sus secretos, sus curvas y los tangas que usaba.

 Probablemente aquel era el origen de sus constantes peleas, pues el joven Osvaldo había sido descubierto por su hermana en más de una ocasión. Y desde entonces ella se comportaba con su hermano de un modo cruel. Eso tenía que cambiar, así que el chico decidió probar algo nuevo. Se concentró en el desnudo cuerpo de su hermana y trató de lanzar en silencio una sugestión sobre su mente.

“Estas caliente, muy caliente”

 Y pronto pudo ver en el espejo como los hermosos pechos de su hermana empezaban a adquirir firmeza, elevándose ligeramente sobre su posición, mientras sus pezones crecían formando dos esferas perfectas. Sus conclusiones se confirmaron al ver a su hermana palpar su vagina, extrañada por su repentina humedad. E inmediatamente Osvaldo se decidió a lanzarle una nueva sugestión.

“Tócate”

 Y Laura empezó a tocarse inmediatamente, convencida de que aquella idea había surgido de su propia mente. Se entretuvo acariciando con suavidad los labios externos de su rajita, paso previo indispensable a sus nada infrecuentes masturbaciones.

 Sin embargo Osvaldo, desde el ángulo en que estaba no tenía una buena visión de los manejos de su hermana. Así que el chico empezó a impacientarse y se dispuso a mandarle otra sugestión.

“Date la vuelta de cara al espejo y separa las piernas mientras te tocas. Estás muy caliente.”

 Y al fin Osvaldo pudo tener una visión directa del coño de su hermana mayor. Su pubis oscuro estaba cuidadosamente rasurado, dejando tan solo una estilizada línea que descendía de su vientre y llegaba a cubrir mínimamente los bordes de su rajita.

 Laura seguía tocándose suavemente, sin ninguna prisa. Acariciaba sus bien torneados y firmes pechos, mientras con su otra mano hurgaba delicadamente en las cercanías de su vagina, acariciando también a ratos los alrededores de su hinchado clítoris. Ignoraba estar siendo espiada, pues creía haber dejado a su hermano durmiendo una siesta justo antes de empezar a ducharse. Así que no dudó en masturbarse ahí mismo, en la intimidad de la ducha, bajo aquella agradable lluvia de agua caliente. Y ahora el chico se deleitaba viendo al fin el ansiado espectáculo. Su excitación llegó a tal punto que dejó a un lado toda prudencia y se dispuso a abrir un palmo la puerta mientras mentalmente le enviaba a su hermana una última sugestión.

“No mires al espejo”

 De este modo Osvaldo pretendía permanecer oculto a su mirada, pues la abertura de la puerta estaba orientada en dirección opuesta a la ducha. Y tan solo a través del espejo podía verse lo que había tras ella. El chico sostenía su exultante miembro en la mano dispuesto a hacerse un glorioso pajote. Sin embargo esta vez no había calculado bien los efectos de su sugestión en la mente de su hermana.

 Ésta no pasó por alto la repentina variación en la apertura de la puerta. E interpretó aquella idea que su hermano había lanzado a su mente como una señal de alarma. Así que inmediatamente levantó su mirada para escrutar el espejo del baño, descubriendo en él al espía con el nabo aún en la mano. El enfado de su hermana fue tan severo que toda su excitación se esfumó y, tras cubrirse rápidamente con una toalla, se dirigió hacia la puerta hecha una furia. Fuera estaba su hermano, quien a duras penas tuvo tiempo a guardarse la poya de vuelta en su pantalón. Laura empezó a gritarle insultos mientras le amenazaba violentamente con un bote de champú. Ya le tenía agarrado del cuello cuando el chico logró calmarse y juntando sus fuerzas le dijo en tono firme:

“-¡Suéltame y déjame en paz!”

 Consiguió únicamente que su hermana le soltara y se fuera a su cuarto sin gritarle más, cerrando la puerta con un sonoro portazo. Osvaldo fue tras ella y, en un último intento por arreglar la situación, entró en la habitación de su hermano e intentó darle una orden:

“-Vas a olvidar lo que ha pasado.”

 Creyó haberlo logrado, pues parte del odio y la rabia que desprendía el rostro de Laura se desvanecieron. Aún y así se mostró incomoda ante su presencia y le obligó a salir a gritos.

“¡-Maldito cerdo! ¡¿Qué haces en mi habitación?!”

 Osvaldo decidió no forzar más la cuerda y se encaminó cabizbajo a su habitación mientras meditaba acerca de los motivos de su reciente fracaso. Decidió que debía redoblar sus cuidados y desde ese momento se mantuvo a distancia, controlando a su hermana sin acercarse más de la cuenta. Y esperó confiado a que llegara el momento propicio. Pronto llegó el fin de semana. Y a Osvaldo no le fue nada difícil descubrir el nombre del club al que su hermana, en secreto, pretendía ir con sus amigas. Aunque, al indicar dónde pasaría la noche, Laura mintió como hacia siempre sin saber que su hermano conocía sus verdaderas intenciones.

 Osvaldo espero pacientemente a que anocheciera. Sus padres, como de costumbre, salían. Era la ocasión perfecta pues, al tener a la pequeña Marta bajo control, tendría plena libertad de movimiento. Esperó a que avanzara la noche y, tras dejar a su hermanita profundamente dormida, se encaminó hacia la parada del tranvía, dispuesto a tomar el último vagón que iba hacia el centro.

 Entrar en el local fue mucho más sencillo de lo que había previsto. Tan solo tuvo que manipular la mente de los gorilas de la puerta. Tarea que le resultó más sencilla  incluso de lo que fue con su hermana pequeña. Una vez dentro, se dedicó a inspeccionar discretamente el garito, procurando siempre no exponerse demasiado para no ser descubierto. Se trataba de un club de tecno bastante selecto y, aunque Osvaldo se había vestido con esmero, no por eso llamaba menos la atención. Así que, al darse cuenta, trató de mantenerse siempre oculto en las sombras.

 Pronto localizó a su hermana en una zona de sofás, cerca de la barra. Eso tranquilizó a Osvaldo que, al tenerla localizada, pudo al fin estar seguro de no ser descubierto. Además, él no conocía a las compañeras de fiesta con las que salía ahora su hermana así que tampoco podía ser reconocido por ellas. Ésta vez fue más sutil en sus sugestiones y mantuvo la vista de su hermana lejos de él, impulsándola a mirar en otras direcciones para no ser visto por ella. Se dio cuenta de que su hermana no estaba en aquel rincón de manera inocente. Osvaldo vio claramente como sus amigas volcaban una bolsita en el vaso, vertiendo una substancia amarillenta y cristalina en su interior.

 Aunque aquel chico nunca había probado el éxtasis, conocía bien sus efectos. Y, conforme vio progresar la ebriedad en su hermana, supo que no hallaría una ocasión mejor. Se dejó caer discretamente en un sofá donde, oculto entre la gente, podía ver con claridad la pista de baile y observó como los efectos del psicotrópico se iban apoderando de su hermana. Ésta se comportaba como una calientapoyas, totalmente ciega, bailando de forma sensual. Pero en ningún momento dejó acercarse a ninguno de los ansiosos tios que la rodeaban. Se acercaba solo para provocarles y después se alejaba, dejándoles con las ganas. Aunque pronto la droga empezó a nublar su mente y se limito a bailar concentrada en la música. Fue el momento en que Osvaldo se decidió a probar nuevamente con la misma sugestión.

“Estás excitada, muy excitada”

 Y enseguida vio como los bailes de Laura se volvían cada vez más sensuales. Sus labios carnosos se contraían y apretaban en su rostro, dando a su cara una expresión extraña, la cual se veía incrementada por la rigidez de sus facciones, algo deformadas por la droga. La chica llevaba un fino vestido negro de tirantes sin sujetador, lo cual se hizo evidente al empezar a marcarse en él su dos pezones erectos. Osvaldo aún esperó durante unos instantes, permitiendo que la excitación se fuera apoderando de la joven pastillera. Tras ello envió a su mente un impulso algo más arriesgado.

“Rózate con todos los tios que encuentres a tu paso.”

 Aquello no dejó lugar a dudas, pues pronto vio como su hermana, perdida en su viaje, empezaba a deambular por la pista rozando su cuerpo inconscientemente con todos los chicos que se cruzaba. A algunos chicos les rozaba levemente el paquete, mientras que a otros les posaba el culo o el coño sobre la mano. Pronto se formó un revuelo e incluso hubo un conato de pelea cuando Laura provocó en su danza a un chico que venía acompañado por su novia. Pero la vieron tan drogada que la cosa quedó ahí.

 Osvaldo decidió que ya se había divertido suficiente y, antes de que la cosa se complicara, se dispuso a hacer su jugada. En primer lugar comprobó que las acompañantes de su víctima estuvieran distraídas, bien flirteando con otros, bien absorbidas con la música, aunque todas ellas en igual o peor estado que Laura. Tras estar seguro, se acercó por detrás a su hermana, obligándola en todo momento mediante sugestiones a mantener la vista fija en el frente. Cuando al fin se encontró pegado a su espalda, empezó a susurrarle las meditadas órdenes al oído. Y empezó con un tajante:

“-Me obedecerás en todo.”

  Y su hermana entró directamente en ese estado de sopor que Osvaldo tan bien conocía. Aprovechó esos instantes para manosear discretamente a su hermana. Le estuvo manoseando las tetas con descaro mientras con su mente la obligaba a permanecer inmóvil. Más tarde bajó sus manos hasta el trasero palpando sus duros glúteos, frutos de largas tardes invertidas en el gimnasio. Finalmente llevó sus manos bajo el vestido y pasó un dedo a su hermana por la raja a lo largo del recorrido de su fino tanga. Al fin convencido de su éxito, el perverso hermanito se dispuso triunfante a introducir en la mente de su hermana las órdenes definitivas.

“-Escúchame bien, Laura. La vida que has conocido hasta hoy termina en éste momento. A partir de ahora no podrás oponerte a ninguna de las órdenes y deseos de tu hermano Osvaldo. Has sido una hija y una hermana terribles y te has comportado como una puta rebelde y desconsiderada. Por eso serás castigada y tu hermano te va a dar lo que te mereces. Cuando yo acabe de hablar olvidarás lo que te he dicho, pero mis órdenes quedaran en tu subconsciente y sentirás la necesidad de cumplirlas sin poder oponerte. Esta misma noche, cuando yo me vaya, quiero que te roces con todos los hombres que hay en la pista. Vas a hacer todo lo posible por que se corran y, cada vez que uno de ellos lo consiga, sentirás un fuerte orgasmo imposible de controlar. Ahora ejecuta las órdenes y olvida que me has visto.”

 A Osvaldo le habría gustado poder ver a su hermana ejecutando las perversas órdenes que acababa de dictarle. Sin embargo sabía que todavía le quedaba tiempo suficiente para regresar a casa antes de que volvieran sus padres. Ahora sabía cómo dar el último paso y creyó poder situar, esa misma noche, todas las piezas en su lugar, dentro del perverso engranaje que había ideado.

 Empezaba a tener un cierto dominio sobre su poder y, aún llevando dinero, pudo fácilmente engañar al taxista para que le acompañara a casa sin cobrarle e incluso hizo que olvidara la dirección y su rostro al marcharse. Al llegar a casa tuvo el tiempo suficiente para encerrarse en su cuarto y hacerse el dormido antes de que sus padres llegaran. Pudo oír como subían la escalera y, tras comprobar que Osvaldo y su hermana estaban durmiendo, se dirigían a la habitación. No tardó mucho en hacerse el silencio y, tras aproximadamente una hora, volvió a oír la puerta de sus padres al abrirse y cómo unos pasos, discretos aunque perfectamente audibles, se dirigían a la habitación de su hermanita, tal y como Osvaldo ya había previsto. Sonrió al ver que su plan se desarrollaba según lo previsto y se regocijó en la manera en que, aunque indirectamente, había conseguido esclavizar a su padrastro. Y se encaminó en silencio a la habitación en la que aún dormía su madre.

 El chico sabía que su madre tomaba píldoras para dormir todas las noches aún estando ebria y que esa noche, al haber bebido, sería aún más vulnerable de lo normal. Así que aquella noche, mientras su padrastro yacía atrapado en los encantos de su pequeña esclava, Osvaldo se deslizó en la oscuridad de la habitación. Y, tras observar a su madre por última vez tal y como la conocía, se dispuso a dictarle al oído toda clase de órdenes y directrices. Completando así la primera fase de su plan.

 Cuando Laura volvió, a la mañana siguiente, no quedaba ya ningún rastro en aquella casa de los terribles designios del joven Osvaldo. Era un domingo por la mañana y todos dormían. Así que Laura, aún confusa por la terrible experiencia de la noche anterior, se encerró en silencio en su cuarto y se puso a llorar. Su vestido estaba destrozado.