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El poder de Osvaldo (16: Niña bien)

en Control Mental

Ya era bien entrada la madrugada cuando Andrea consiguió salir de aquella casa de locos, no sin antes haber sido brutalmente follada por los tres machos de la familia: su marido, su suegro y el que acababa de convertirse para ella en el AMO.

Se habían ensañado con la niña bien, obligándola a pedir poya como una poseída. En su boca aún se confundía el sabor los tres miembros con los jugos de su cuñadita y el sucio coño de su suegra, el cual le habían obligado a lamer entre polvo y polvo. Y lo peor es que había disfrutado.

Aquello violaba los firmes principios conservadores por los que siempre se había regido y, si algún día llegara a saberse, estaría acabada. Por eso le había suplicado al amo con los ojos llorosos que la dejara marchar. Pero, aunque su deseo había sido concedido, había algo en las palabras que le había dirigido aquel sucio niñato que la atemorizaba más que cualquier cosa que hubiera podido ocurrir durante aquella oscura y larga noche.

“-¿De verdad quieres irte, mosquita muerta? ¿Crees que no nos hemos dado cuenta de lo puta que eres? ¿De la cantidad de veces que te has corrido follando delante de tu maridito? Tú vida ya nunca va a ser la misma desde este día y cuanto más te resistas al cambio, peor será la caída. Siempre te has creído por encima de los demás sólo por llevar la vida de una reprimida pudiendo disfrutar de la vida. Por eso voy a liberarte de tí misma. A partir de ahora vas a ser tu propia esclava, incapaz de detener tus impulsos más oscuros. Tendrás la necesidad de cumplir todas las ideas perversas que se te ocurran sin medir las consecuencias. Estoy seguro que te asombrarás de lo lejos que puede llegar tu imaginación.”

Después de aquellas siniestras palabras, Osvaldo le había dejado salir de la casa, aunque fue imposible llevarse consigo a Fernando.

Todos los miembros de la que hasta ahora había considerado una familia ejemplar seguían enfrascados en su particular orgía. Fernando se había cansado de sodomizar a su madre, tarea a la que dedicó varias horas, y ahora estaba empalando a su hermanita Inés a cuatro patas mientras la chiquilla se la mamaba a su propio padre.

Junto a ellos Leticia yacía semiinconsciente mientras las abundantes corridas que aún había en su interior emanaban de todos sus orificios. Todos ellos parecían autómatas y ni siquiera le respondieron cuando ella trató de hacerles reaccionar.

Y antes de que pudiera marcharse, Osvaldo volvió a decirle algo que aumentó aún más su inquietud, si es que eso era posible.

“-Aún no has entendido la situación, verdad. Ellos no recordaran nada de lo que ha sucedido y ni siquiera son dueños de su propia voluntad. Pero tu vas a ser la responsable de todo lo que te pase. Espero que disfrutes de el regalo que te he hecho.”

Y tras decir esto, el amo sonrió y se dio la vuelta dispuesto a follarse de nuevo a su suegra como si fuera una muñeca. Alfredo hacia movimientos desesperados tratando de encular a su hija mientras ésta seguía concentrada cabalgando el duro miembro de su hermano. Y nadie se despidió de ella cuando salió por la puerta.

La conmocionada niña bien aún conservaba aquella imagen en su retina mientras bajaba andando la solitaria colina enfundada en su caro vestido en busca de una parada de metro. Estaba amaneciendo y no se veía ni un alma en aquella zona residencial de las afueras. Cuando ya estaba como a mitad del camino, se dio cuenta de que había olvidado ponerse de nuevo sus suaves braguitas y que aquel precioso vestido además de muy caro y elegante, aunque no era exageradamente escotado, sí que era muy corto en la falda.

Aquello la hizo incomodarse un poco, pero aún era muy temprano y las posibilidades de encontrarse a alguien, escasas. Si se daba prisa, llegaría a su casa sin haberse cruzado apenas a nadie. Mientras apretaba el paso sintió como un reguero de semen escapaba de su culito resbalando a lo largo de sus nalgas y, después por sus muslos.

Ni siquiera fue capaz de recordar cual de aquellos machos había sido el último en correrse en su culo y la sola idea hizo que se estremeciera y acelerara todavía más el paso, impaciente por llegar a la estación de metro. La brisa matinal golpeaba suavemente sobre sus muslos poniéndole la carne de gallina en un escalofrío debido a la humedad de la zona. Y, por mucho que se esforzara en ocultárselo a sí misma, Andrea seguía excitada como una perra en celo.

Tal y como ella había esperado, la estación estaba desierta y la muchacha se colocó bien en el vestido dispuesta a cruzar la ciudad sin mayores incidentes. No contaba con la horda de trabajadores que asaltaron su vagón a mitad de trayecto, probablemente buscando el transbordo que lleva al polígono cercano a su urbanización. Un nutrido grupo de ellos, al ver a aquel bombón sola en el metro, le dedicaron todo tipo de piropos e incluso hubo algunos que se sentaron en los asientos que había justo enfrente de la atribulada muchacha.

Andrea, bastante acostumbrada a estas situaciones, se dispuso a mostrarles su expresión de desdén habitual y, colocándose los auriculares para que fuera patente su aislamiento, desvió la mirada hacia su lado. Sin embargo en el reflejo de la ventana podía ver como se daban codazos y cuchicheaban entre ellos. De pronto alguien dijo algo y todos se quedaron inmóviles y callados.

Primero creyó que se habían dado cuenta de que les observaba a través del reflejo. Pero no era hacia ahí hacia donde se dirigían su miradas. Y de pronto se alarmó, ¿le estarían viendo el coño? Aquella idea la asustó, no por la posibilidad de ser observada, sino porque empezó a sentir muy dentro de ella la necesidad de mostrarse ante aquellos hombres. Y de pronto se dio cuenta de que tenía las piernas abiertas de par en par. Desde aquella perspectiva seguro que los tres chicos que tenía sentados enfrente tenían una visión perfecta de su mata de pelo perfectamente depilada en forma de línea.

Aquello la alarmó, es cierto, pero nada en comparación a cuando constató que, en lugar de cubrirse, levantaba su vestido hasta el ombligo separando completamente las piernas para que pudieran contemplar todos los rincones de su elegante coñito mientras volvía su mirada anhelante en dirección a aquellos hombres.

Y empezó a masturbarse como una poseída mientras esos tipejos le decían todo tipo de groserías.

“-¿Por que no vienes aquí, putita? Siéntate en mi regazo, que tengo un regalito para ti…”

Uno de ellos se levantó del asiento y la agarró del brazo atrayéndola hacia donde estaban sentados. Ella le detuvo, por miedo a manchar su vestido así que, tras pedir que la dejaran un momento, se lo quito ella misma, guardándolo cuidadosamente en su bolso y sin que pareciera importarle lo más mínimo haber quedado completamente desnuda en un vagón repleto de obreros.

Tras hacer eso se dirigió hacia donde estaban éstos y se sentó sobre las rodillas del que la había puesto más cachonda, sintiendo el tacto de aquellos tejanos directamente sobre su húmedo y delicado coñito. Su cara reflejaba el asombro que ella misma sentía al presenciar sus propias acciones, de las que ya no era dueña. No había forma de detenerse, y aquello cada vez le estaba gustando más y más.

Inmediatamente empezaron a manosearla por todo el cuerpo. Sintió como unas manos se apoderaban de su chochito, sobándolo a consciencia, mientras los demás seguían estrujando sus firmes pechos. Se sentía tan excitada que comenzó a restregar su trasero sobre el creciente paquete del tipo que le servía de asiento.

Entonces sintió como aquel hombre, tras liberar su hinchado miembro del pantalón que lo mantenía aprisionado, trataba de metérsela desde atrás con más bien poca destreza. A aquellas alturas, nuestra remilgada amiga se moría por ser penetrada. Sin embargo, con un brusco gesto interrumpió la operación del apurado operario.

“-¡No, todavía no! No de ésta manera. Quiero que todos lo vean.”

Y tras decir ésto, camino hasta el centro del vagón y, colocándose entre las dos filas de asientos, a la vista de todo el pasaje, inclinó ligeramente sus caderas y se sujetó ambas nalgas con las manos, abriendo al máximo su coño a la espera de que cualquiera de aquellos degenerados le diera la primera estocada. Ni siquiera se volvió para ver el rostro que acompañaba las distintas poyas que, una tras otra, estuvieron bombeando en ella durante todo el trayecto a la vista del resto de pasajeros.

Ya había perdido la cuenta de los polvos que llevaba cuando se percató de que había un hombre de unos cuarenta años que la estaba mirando fijamente, así que le mantuvo la mirada. Al cabo de unos minutos, aquel hombre se levantó de su asiento y se dirigió de frente hacia el lugar donde aquellos chicos seguían dándole candela a la muchacha. Vestía el clásico mono azul de obrero y, bajo su mirada cansada, lucia un mostacho canoso y pasado de moda.

Al plantarse frente a ella, Andrea pudo apreciar el enorme bulto que se había formado bajo el mono de trabajo. Aquel hombre se desabrochó la cremallera, dejando al descubierto una camisa de tirantes bajo la que asomaba una densa mata de pelo moreno.

Y siguió bajando la cremallera hasta liberar aquel miembro monstruosos que hizo que los ojos de Andrea se abrieran como platos. De nuevo la supuesta mojigata se sintió incapaz de contener la tentación y se lanzó como una poseída a devorar aquel miembro, dejando a medio polvo al desconcertado chico que se la había estado trajinando por detrás.

Muchos estaban impacientes por volver a meterla en aquel coño tan estrechito que parecía aun por estrenar. La mayoría de ellos se habían corrido ya en apenas unos minutos de juego con aquella fiera salvaje. Pero ella no les permitió volver a intentarlo, estaba como loca con su nuevo descubrimiento.

“-Necesito probar este poyote. ¡Lo necesito ya!”

Algunos de aquellos hombres no pudieron ocultar su decepción pero, a pesar de ello, decidieron echar una mano a su nueva amiga y, tomándola en volandas, la mantuvieron sujeta en posición horizontal para que aquel macho pudiera penetrarla a placer mientras los demás la animaban, aprovechando para meterle mano a su presa a placer en todas las zonas que habían quedado disponibles.

La sensación era abrumadora, la prudente Andrea estaba siendo empalada mientras una docena de manos exploraban sin pudor todos los rincones de su cuerpo. No tardó mucho en perder el poco control que tenía sobre sus emociones y empezar a aullar de placer como si estuviera poseída. Los hombres que la sujetaban, al verla retorcerse de placer, comenzaron a acompañar sus movimientos empujándola contra aquel hombre como si se tratara de un ariete.

Pronto sus embestidas fueron tan fuertes que aquel tipo del mono azul tuvo que sujetarse a las barras laterales de los asientos para no salir despedido en su intento de seguir empalando a aquella jovencita en su descomunal falo. A cada rato variaban la posición en la que mantenían sujeta a la chica, como si de una muñeca se tratara, permitiendo que pudiera ser penetrada de todas las formas posibles y, de paso, obteniendo acceso a nuevas zonas que seguir manoseando.

Tras la operación, retomaban con fuerza sus envites incrustando a la niñita en el duro falo una y otra vez en repetidos golpes secos.

Andrea estaba boca abajo, siendo empalada desde atrás mientras alguien la tenía sujeta por las piernas, tirando de ella, y haciendo que la penetración resultase incluso más violenta cuando sintió una fuerte convulsión en la columna y una explosión en su vientre que hizo que se derramara una abundante cantidad de flujo sobre el frio suelo del vagón mientras Andrea gritaba, aullaba y babeaba como una loca.

Nunca había creído que fuera capaz de correrse de ese modo y lo que sintió, para su sorpresa, fue un enorme agradecimiento.

Uno de los tipos que la mantenían sujeta, se había sacado la poya y lo primero que Andrea hizo, tan pronto como volvieron a depositarla en el suelo, fue comenzar a chupar esa poya con esmero. Quería devolverles el favor. Tan intenso había sido su orgasmo que ya ni recordaba al hombre del bigote que acababa de empalarla sin piedad hasta que éste vació sobre ella toda la carga que aún tenia acumulada.

Pero Andrea, desnuda y cubierta de semen, siguió chupando agradecida aquella poya hasta que hubo vaciado todo su contenido en su inexperta boca.

Pronto llegaron a la parada en la que se tomaba el transbordo al polígono y el vagón quedó otra vez vacío al completo. Únicamente restaban en su interior Andrea, que se esmeraba en limpiarse los restos de leche con unos clínex que había encontrado en su bolso y un chico que la observaba encogido desde una esquina del vagón.

La muchacha en un principio no reparó en él. No lo hizo hasta que ya había completado su operación de limpieza y se colocaba de nuevo su vestido, comprobando que no quedara en él ningún resto sospechoso. De pronto se fijó en aquél chiquillo que la observaba tímidamente desde la otra esquina del vagón.

Era consciente que acababa de ver la humillación a la que ella misma se había sometido y los tremendos poyazos que acababa de recibir. Sin embargo aquel muchacho seguía mostrando su timidez. Y muy a pesar suyo, sintió de nuevo la punzada del morbo.

El chico tendría poco más de 17 años y seguramente se dirigiría a una aula de estudio, a juzgar por la carpeta cargada de apuntes que traía agarrada del brazo. Cerca de su urbanización había una residencia para estudiantes universitarios y, probablemente, esa era el destino de aquel desconcertado adolescente.

Sin poder evitarlo, Andrea se acercó a aquél inocente chiquillo con una picara sonrisa en su rostro y, sin siquiera mediar palabra, le bajó el short y empezó a mamar su poya hasta ponerla dura como una estaca. El muchacho permanecía en shock, viendo como aquella chica elegante y bien formada engullía su poya sin miramientos enfundada en un caro vestido. Por un momento creyó estar soñando.

Andrea consiguió en un tiempo record que aquel niñato se corriera en su boca y volviera a tener la poya lista antes de llegar a su parada, con lo que aún pudo hacer unas cuantas sentadillas sobre el alucinado estudiante que la embestía como presa de una fiebre extraña. Cuando el metro se detuvo en su estación, interrumpió de pronto la follada y salió del vagón a toda prisa dejando a su amante completamente desconcertado. El morbo impulso a Andrea a volverse y pudo ver a como aquel chico se seguía machacando la poya a través de la ventanilla mientras el tren se alejaba.

No fue hasta poco antes de llegar a su casa cuando la muchacha comenzó a ser plenamente consciente de lo que había sucedido y a plantearse en qué podía llegar a convertirse su vida a partir de aquel momento. A medida que se acercaba a su casa, su miedo seguía aumentando. Se temía a sí misma y los tremendos horrores que aún podría albergar su febril imaginación. Pero no fue sino al llegar a su portal, cuando al fin las lagrimas acudieron a sus ojos y rompió a sollozar. Aún no sabía en qué se había convertido.